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UNIDAD 1 ADULTOS

¿La muerte de la clínica? Paul Beatriz Preciado.


En el nacimiento de la clínica en 1963 Michel Foucault sugería que a cada modelo
de poder corresponde un cuerpo sano y enfermo, una forma específica de gestión
de la sexualidad y de la reproducción.
No se puede hablar todavía de la clínica del siglo xix porque el conjunto de
aparatos de verificación que permiten verificar la verdad del sujeto sexual ha
cambiado. Hoy los aparatos de verificación son el mercado y los medios de
comunicación. En el siglo xx aparecen un conjunto de revoluciones
somatopoliticas (movimientos homosexuales, feministas, descolonización) todos
estos movimientos critican los aparatos disciplinarios (colegio, prisión, espacio
doméstico, familia) de los que la clínica es paradigmática. Con estos movimientos
y las entradas de las lógicas neoliberales se derrumba la clínica del siglo xix.
El resultado de los dispositivos de sexualidad del xix, es la invención de una
estética política que da cuenta de la feminidad y de la masculinidad como
verdades anatómicas dentro del aparato de veracidad científica. Ella denomina
todo esto como la primera industrialización de la sexualidad, tratándose esta del
proceso de biopolitica, que consiste en el arte de gobernar los cuerpos libres (lo
que hace es diferenciar por la diferencia estética). El objetivo es el control de la
reproducción del cuerpo nacional (el cuerpo heterosexual era tomado como una
maquina reproductiva viva, como régimen político frente al cual el cuerpo
homosexual colonialista era un cuerpo desviado y no debía tener acceso a la
reproducción). Todas las prácticas no reproductivas se consideraban patológicas.
En síntesis, cada cuerpo era limitado al aparato reductor. Todo cuerpo es
potencial de esperma o útero neogenerador. Estas concepciones entran en crisis
después de la 2da Guerra Mundial, cuando surgen movimientos que llegan a
cuestionar “excedo mi útero reproductor, mi subjetividad no puede reducirse a
eso”.
En el siglo xix entre 1830 y 1850 aparecen las discapacidades físicas o psíquicas
como patológicas. Esto empieza a abrir brechas en la clínica puesto que no son
enfermedades porque no tienen cura, sino condiciones crónicas. Escapan a las
lógicas (normal/patológico) también a las prácticas o lógica curativa de la clínica
como proyecto ilustrado. La noción de discapacidad es construida cultural e
históricamente por esto debemos prestar atención a la práctica de gobierno y los
aparatos de verificación que las construyen. Este termino de discapacidad está
ligado a la revolución industrial (discapacitado, cuerpo que no puede adaptarse a
la máquina de producción).
La noción estadística de media será la norma, lo que excede a esta es
considerado anormal. Los movimientos críticos (homosexuales, feministas, etc.)
intentan problematizar el conjunto de fundamentos que construyen el discurso
sobre los cuerpos patológicos.
La clínica del siglo xix propone una taxonomía de cuerpos patológicos que
incluyen a los homosexuales, tuberculosos, sifìlicos, las prostitutas, entre otros).
En síntesis, lo que define al cuerpo patológico en este siglo es que no tienen
acceso al aparato de verificación ni a las prácticas de gobierno en beneficio a la
salud del cuerpo nacional.
Después de la segunda Guerra Mundial, hay un cambio de paradigma, en las
técnicas del cuerpo, en las practicas del gobierno y en los aparatos de verificación.
Aparece un nuevo aparato de verificación que no es científico, que va a tomar la
forma del mercantilismo y no es una doctrina económica sino una forma de
producción y reproducción de la vida. Además, en la 2da G.M hay cambios en los
procesos de subjetivación. Se produce una segunda industrialización de la
sexualidad. Se inventa la noción de género, creada por el discurso médico para
gestionar el cuerpo de los bebés intersexuales. Con esto surge una crisis
epistémica en los aparatos de verificación a través de las diferencias anatómicas.
Esta crisis se resuelve no se resuelve con un cambio de paradigma, sino solo si
nos reunimos todos contra las prácticas de gobierno.
Asi aparece la invención de técnicas endocrinológicas que van a separar
reproducción de heterosexualidad. La píldora molécula farmacológica comienza a
ser más vendida, el cuerpo ya no es pensado como reproductor sino como
consumidor. A raíz de esto en la sexualidad contemporánea, somos consumidores
farmacopornograficos y solo accesoriamente reproductores. En este contexto
aparecen también las técnicas de reproducción asistida.
En relación a la matriz social, somos sujetos y objetos de gobierno, debemos
decidir que queremos hacer con eso que construimos e inventamos
colectivamente.
El autismo surge como un nuevo cuerpo discapacitado de la producción cognitiva,
en los años 50 y 60.
Características del autismo:
Rechazo de la producción lingüística
Imposibilidad de contacto social
No contacto visual, no contacto emocional
Amanda Bass con diagnostico autista, quien paso por instituciones de reclusión,
postula que las personas con este diagnóstico son consumidores de las industrias
de la discapacidad.
Conferencia Gonzalo Percovich
Anudar una posible noción de ciudadanía que comprenda la multiplicidad de
subjetividades es un desafío propio de estos tiempos, una posible noción de
ciudadanía que permita la singularidad de lo que no hace totalidad. La propuesta
es, entonces, partir de lo que no tiene cobijo en el marco de la polis. Aquello que
queda en los márgenes de la ciudad, ciudad que al mismo tiempo que provee los
insumos para hacer una existencia posible exige implícitamente un marco de
regulación de la vida en sociedad. Entonces la problematización está planteada en
la tensión entre una noción de ciudadanía y la proliferación de subjetividades, si
las producciones subjetivas tocan en el límite de lo esperable en el campo social,
si es la noción de resto de desecho de la maquinaria productiva lo que proveerá
una nueva estructura social. Encuentro entonces que es la figura del loco lo que
parece ser el punto culminante de lo que la norma social resiste en su
conformación, digo entonces el loco como aquel que toca un punto culminante de
lo no esperado en el campo social. Expresión máxima de la excentricidad de la
subjetividad, curiosa paradoja que habita las distintas figuras de la locura. El loco
parece revelar el punto extremo de la subjetividad al mismo tiempo que es la pura
expresión de la de-subjetivación plena, en este punto convergen por dos distintas
vías, Michel Foucault y Jaques Lacan, la tesis de Michel Foucault nos acerca una
problematización que revela cosas interesantes. Foucault nos habla de un tiempo
en donde la locura era una experiencia indiferenciada representada por la figura
emblemática de la nave de los locos y como efectuación de un giro histórico la
locura quedará acotada a los designios de un saber médico que se precia de
saber una verdad positiva, sobre ella en este punto de pasaje encontramos una
problematización entre ciudadanía y desvaríos subjetivos, curiosa unión entre
política y ciencia.
Henry Ey declara que el mismo no tiene idea de lo que es un enfermo mental,
confirma la tesis de Foulcaut en el que sabe el médico se apropia de la llamada
locura para darle estatuto de enfermedad y allí según Foulcaut el saber médico
quedará disolublemente ligado a los pisos psiquiátricos, el loco pasa tener una
denominación médica: alienado mental y un espacio físico cercado: el hospital
psiquiátrico, espacio cercado por muros que lo ubicaban en el borde de la ciudad,
una ciudadanía tan plena con derechos como condicionada a un territorio al cual
era asignado.
Es Pinel, llamado el padre de la psiquiatría, quien liberó los locos de las cadenas,
gesto humanitario. En el decreto de la asamblea Constituyente de 1790 los locos
son reintegrados a su pleno derecho como ciudadanos, adquieren un estatuto en
la polis republicana, una ciudadanía bajo vigilancia. Al mismo tiempo que los locos
son liberados se hace responsable los administradores comunales del cuidado de
la población ya que los locos son considerados prejudiciales, peligrosos y aun
bestiales. El tratado médico filosófico sobre la alienación mental de Pinel, dedica
gran parte de sus páginas a construir una pequeña ciudad al interior del auspicio.
La República, al declararlos como ciudadanos los hace libres ya mismo tiempo
vela por su cuidado, cuidado que apunta a un horizonte de una moral que sea
abstenga a las condiciones de un cierto orden social. Foulcaut en la época clásica,
de la mano de Descartes, el loco quedará ubicado del lado de los sin razón y en
ese gesto quedará excluido, exiliado de la razón. Razón y locura quedan puestas
en relación inaugurando una pregunta que podemos llamar moderna.
El texto de Kant empieza por la por la frase “el Imperio de las sombras es el
paraíso de los fantasmas”, las sombras son efectos del iluminismo, por allí se
ubican los fantasmas. Para Kant el loco es el que se encierra en un círculo de
ideas que no vale más que para él, el único carácter general de la noción es la
pérdida del sentido común y la aparición de una singularidad lógica, el loco está
excluido de la posibilidad de un pensamiento en conformidad con las leyes de la
experiencia. En la locura hay una sin razón instalada y se revela la última verdad
de la locura: hay entonces una lógica de la alteridad, cuanto más loco más más
está separado de las reglas generales del pensamiento.
Hegel dice que la locura no es ausencia de la razón, ella se encuentra presente, la
locura es ese estado donde el espíritu permanece en él mismo, en su propia
negación, la locura es un simple desarreglo de la razón, una contradicción al
interior de la misma. El médico tiene poder de acción en la medida en que puede
dirigir persuasivamente al loco a conducirse por las vías de la razón.
Sí es relevante es porque precisamente el sujeto acaba más perdido en la masa
de un sistema económico qué prescinde de lo individual para pensar en términos
estrictamente mercantiles, la polis pasó a ser el centro de las operaciones de
mercado, es el comienzo de la primacía de las estadísticas, en donde el sujeto es
un número en una masa potencial
En estos tiempos los moldeadores de subjetividad no quedan restringidos a los
hospitales o a los lugares de enseñanza, en estas últimas épocas parece que
estamos enfrentados a un tiempo marcado por el ascenso de una psiquiatría
anomica, una psiquiatría que parece correr con los tiempos de una economía
globalizada, los saberes psiquiátricos están al servicio descarado de una
maquinaria económica que desestima la particularidad de los pueblos y que
impone un modelo hegemónico de vida en sociedad signado por la industria
farmacéutica, el asunto de la psiquiatría ya pasó ser un asunto absolutamente de
mercado.
En el caso del DSM el trastorno mental es un “pattern” que se legítima desde un
protocolo computacional que acumula datos cuantitativos, la difusión
propagandística de los términos promovidos por este manual son a escala
mundial. La población mundial padece los mismos trastornos habite la región que
habite, en cualquier lugar del planeta, no hay diferencia entre los pueblos no
importa su historia sus anclajes simbólicos ni sus costumbres nada de
particularidad.

Los fundamentos de la clínica. Historia y estructura del saber psiquiátrico.


“Paul Bercherie”
Capítulo 1 Pinel
Se encuentra en Pinel un espíritu claro y sintético muy dotado para la observación
y provisto de un dinamismo poco común. En el plano del método, veremos que
funda una tradición: la de la clínica como camino consciente y sistemático. Él se
vincula con un grupo de ideólogos, quienes consideraban que el conocimiento es
un proceso cuyo base es la observación empírica de los fenómenos que
constituyen la realidad. A esos fenómenos, materiales brutos de la percepción, el
sabio debe agruparlos y clasificarlos en función de sus analogías y diferencias;
constituirá así clases, géneros, especies, evitando introducir en ese trabajo de
análisis y síntesis su subjetividad propia bajo la forma de “ídolos.”
Sydenham transmitirá a Locke una confianza en la observación y una
desconfianza en la teoría que volvemos a encontrar en Pinel, cuyo último avatar
será el positivismo de Auguste Comte: el hombre puede confiar en sus facultades
de observación y análisis; los fenómenos tal como se le aparecen no son la
esencia de la realidad ultima pero son suficientemente paralelos a ella como para
que pueda fundar en ellos un saber siempre aproximativo y valedero. No conocerá
jamás lo real, por eso es inútil que se consuma en sistemas explicativos (el ultimo
error que debe cometerse en relación a su obra es tratarla como un sistema
explicativo). Por el contrario conocerá lo que se le presenta de lo real.
Pinel abre la exploración sistemática de un campo y el ordenamiento de los
fenómenos que lo constituyen. Este camino ha sido el fundamento sobre el cual se
constituyó el saber realmente positivo de la psiquiatría. El postulado sobre el que
reposa la doctrina de Pinel, (el cual retoma de Sydenham, Locke y Condillac) se
muestra sistemáticamente erróneo frente al avance del conocimiento científico: la
incognoscibilidad de la esencia real de los fenómenos es una verdad asintótica. Lo
que le parecía inaccesible a Pinel fundará un conocimiento concreto en la segunda
mitad del siglo XIX.
Pinel fue de aquellos que constituyeron la clínica médica como observación y
análisis sistemático de los fenómenos perceptibles de la enfermedad, resultado de
ello su nosografía. El mismo considera la alienación mental como una
enfermedad en el sentido de las enfermedades orgánicas, una perturbación de las
funciones intelectuales, es decir de las funciones superiores del sistema nervios.
Por eso las ubica en la clase de las neurosis, es decir, de las afecciones del
sistema nervioso “sin inflamación, ni lesión de estructura”, por lo tanto no entran
en las lesiones orgánicas; sino que son afecciones sin fiebre.
La alienación mental forma parte de las neurosis cerebrales, siendo el cerebro el
asiento de la mente; estas neurosis son de dos tipos: abolición de la función y
perturbación de la función (vesania). Esta última comprende la alienación mental,
la locura propiamente dicha y algunas otras enfermedades mentales que no hacen
del sujeto un alienado en sentido estricto:
La hipocondría: cuya perturbación no supera la interpretación permanente e
inquieta de las sensaciones viscerales que Pinel considera como
suficientemente reales, atribuyéndoles un fundamento orgánico.
El sonambulismo: es una locura limitada al periodo del sueño, en el cual
Pinel incluye en él la pesadilla.
La hidrofobia: es decir la rabia, que en la primera edición había incluido
dentro de las neurosis espasmódicas a causa del espasmo laríngeo y que
termina clasificando dentro de las vesanias, a causa de los trastornos
psíquicos excitados y depresivos que constata en la misma.
La alienación mental no forma una clase en la nosografía, sino que es una
categoría empírica social. Ubicando el lugar y el estatuto de la locura, veamos su
estudio concreto. En primer lugar las grandes clases en las que se reparten las
manifestaciones mórbidas:
1- La manía propiamente dicha, en la que el delirio es general, es decir que
concierne a todos los objetos, estando lesionadas muchas de las funciones
del entendimiento. Pinel distingue una subvariedad, la “manías sin delirio” o
“manía razonante”. En las que las funciones del entendimiento están
intactas y no subsiste más que una alteración de la afectividad y la
excitación.
2- La melancolía, en la que el delirio está delimitado a un objeto a una serie de
estos, las facultades mentales permanecen intactas y el comportamiento
sigue siendo comprensible y coherente. Pueden ser de naturaleza triste o
alegre y exaltada.
3- La demencia o abolición del pensamiento, es decir el juicio. La demencia es
la incoherencia en la manifestación de las facultades mentales, el desorden
y la movilidad.
4- El idiotismo es la supresión más o menos completa de la actividad mental,
quedando el sujeto reducido a una existencia vegetativa, puede ser
congénita o adquirida.
Subrayemos enseguida el error profundo que constituiría toda tentativa de
identificar estas categorías sumamente sintomáticas con nuestras entidades
actuales. Nosotros pensamos de manera muy diferente, son para nosotros los
pequeños signos los que importan y definen el fenómeno.
Pinel remota de Hipócrates la idea de que la enfermedad como tal es una reacción
saludable de lo organismo contra la acción de causas que perturban su equilibrio,
cuya terminación natural es la cura. Ya no se trata de tratamientos empíricos
utilizados sistemáticamente, sino de indicaciones terapéuticas limitadas y regladas
en base a la observación del caso individual.
El tratamiento moral, propuesto por Pinel considera que en la alienación mental, la
mente alterada puede ser conducida nuevamente a la razón con ayuda de la
institución curativa. Parte de la base de que los contenidos de la mente dependen
de las percepciones y sensaciones y modificando estas pueden modificarse el
estado mental; por ende el medio ambiente del alienado jugará un papel esencial
en la cura. Es necesario aislarlo en una institución especial, primero para retirarlo
de sus percepciones habituales, de aquellas que han engendrado la enfermedad,
luego para poder controlar completamente sus condiciones de vida. Allí será
sometido a una disciplina severa y paternal en un mundo regulado por la ley
médica. El objetivo es subyugar y domar al alienado, para esto es necesario
conducirse de una manera que subsiste el respeto y su confianza, para obtener
esa transferencia paterna, no emplear la violencia, ni los métodos degradantes;
sino la dulzura y la comprensión. Los agitados, furiosos no serán encadenados
sino que se los dejará divagar por el parque del asilo con un chaleco de fuerzas o
en el peor de los casos se los encerrará en celdas. En suma el asilo debe ser un
centro de reeducación y modelo panóptico en el que la sumisión es el primer paso
hacia la cura, donde el sujeto adquirirá una educación modelo que se prolongará
en consejos profilácticos para evitar una recaída. Su movimiento es esencialmente
filantrópico y social.
Pinel rechaza las teorías que dan cuenta de la locura por un daño material en el
cerebro; concluye que es probable que en la inmensa mayoría de los casos, la
locura está exenta de daño material del cerebro. Esta toma de posición tiene una
primera consecuencia, la de propiciar a la idea de curabilidad de la locura una
base teórica: el cerebro no está dañado la mente está solo alterada en su
funcionamiento, de donde surge la acción posible del tratamiento moral. De esta
manera Pinel se opone contra el dogma de la incurabilidad de la locura.
Es importante ubicar la suerte de hiato que se introduce entre Pinel y su escuela
psiquiátrica por un lado y el resto de la medicina de la época por otro. La distinción
fundamental que Pinel introduce entre la observación de los fenómenos y el
ensayo de presentar una teoría explicativa, es la que funda la clínica.
Los fundamentos de la clínica: Historia y estructura del saber psiquiátrico
Paul Bercherie
Introducción
La clínica psiquiátrica es esencialmente la observación "morfológica", la
descripción formal de las perturbaciones psicopatológicas. La Mirada parece
constituir la metáfora que obsesiona a esta práctica y que transparenta la relación
que la estructura y el aplicar a otro el modo de observación que habitualmente se
reserva a las cosas, a los objetos de lo real, no deja de plantear algunos
problemas. Estos son los problemas que volvieron sospechosa a la
clínica de participar en la alienación de aquellos cuyas perturbaciones pretendía
describir exhaustivamente, analizar objetivamente y clasificar racionalmente.
Debemos reconocer que un gesto de exorcismo no bastaría para borrar
algo tan coherente como la psiquiatría clásica. Al no querer conocerla, o al no
hacer su análisis histórico o epistemológico, se corre el riesgo de  retomar los
mismos impases que determinaron su relativa declinación.
La clínica como método consciente de sí mismo y sistemático apareció en
una fecha precisa y con un autor particular, Pinel.
Capítulo 7: Morel
 Establece la confirmación del principio de que en cada forma de
alienación se encuentra, en los individuos afectados por el mismo mal, una
manifestación similar de los mismos fenómenos patológicos y que la naturaleza de
la causa indica la naturaleza del tratamiento. Es en la idea de que "es
indispensable que la causa que produce la locura adquiera los elementos de su
actividad en un orden de hechos que se engendran y se determinan de manera tal
que generarán efectos determinados, fijos, invariables, que producirán con
absoluta necesidad, no solamente la locura con todas sus consecuencias, sino
también tal variedad de locura y no tal otra en la unidad de la evolución y de la
causa del cuadro clínico donde Morel espera encontrar la solución del problema.
Existe una distinción fundamental entre las innumerables causas "ocasionales",
entre las cuales, aun admitiendo las causas físicas variadas, otorga un lugar
importante, conforme a la tradición francesa, a las causas morales y a las causas
determinantes, aquellas "que dan a la locura ‘forma particular’, que no permiten
confundir una variedad de alienación con otra y a los alienados pertenecientes a
tal clase con los de tal otra clase.
Esas causas determinantes se dividen en dos grupos y la locura constituye
un hecho primario (que puede estar) enteramente ligado a la acción de la causa.
Ellos son: 1- Las locuras por intoxicación, cuyo prototipo es el alcoholismo; 2- Las
locuras consecutivas a las grandes neurosis (histeria, hipocondría, epilepsia); 3-
Las locuras simpáticas determinadas por fenómenos patológicos "cuya sede no
está primitivamente en el cerebro" sino en otro órgano. Se trata de todo el grupo
de las enfermedades mentales "sintomáticas” las que separaba cuidadosamente
de las manías puras o esenciales. La originalidad de Morel es justamente asignar
a estas últimas una causa determinante, que constituye nuestra segunda rúbrica.
Se trata de la degeneración hereditaria, la causa más importante, más
generalizada de las enfermedades mentales.
Morel ubica de entrada su concepción bajo la autoridad del Génesis bíblico:
"el hombre ha sido creado siguiendo un tipo primitivo perfecto", por lo que toda
desviación de ese tipo es una degradación, una degeneración; la posibilidad
de esa degradación es favorecida por la acción sobre el hombre de circunstancias
exteriores nocivas y como última determinación, por el pecado original que lo
sometió a las vicisitudes de sus relaciones con el mundo.  El cuerpo. En efecto, no
es más que "el instrumento de la inteligencia", y así pensar cómo la enfermedad
mental tiene como efecto invertir esta jerarquía y reduciendo al hombre al rango
de la bestia, encadena la mente a las aberraciones de su instrumento enfermo:
"una enfermedad mental no es más que la expresión sintomática de las relaciones
anormales que se establecen entre la inteligencia y su instrumento enfermo, el
cuerpo". Esta tesis, cuyo ropaje religioso la ridiculiza un poco después puede
recuperarse, en su versión laica, en todos losautores que retomarán la teoría de  la
degeneración según Morel.
Pero lo esencial de la doctrina de la degeneración reside en su carácter de
transmisibilidad hereditaria: "esta desviación, por simple que se la suponga en su
origen, encierra, sin embargo, elementos de transmisibilidad de una naturaleza tal
que aquel que lleva su germen se vuelve cada vez más incapaz de cumplir su
función en la humanidad, y que el progreso intelectual, ya frenado en su persona,
se encuentra también amenazado en la de sus descendientes". Es evidente la
intención política y social que contienen todas estas proposiciones; el carácter
hereditario de la degeneración y especialmente su carácter de herencia progresiva
se observan en la siguiente afirmación: a medida que el germen patológico se
transmite, sus efectos se agravan y los descendientes descienden los grados de la
decadencia física y moral hasta "la esterilidad, la imbecilidad, la idiotez
y finalmente la degeneración cretinosa".
Vimos que, desde Pinel y Esquirol, la noción de herencia ocupaba un lugar
central en la jerarquía de las causas de la locura y una sola explicación se
presentaba: desde su nacimiento, esos sujetos, que desde su infancia habían sido
conocidos como bizarros, anormales, difíciles, eran portadores de una tara que
podía suponerse era a menudo transmitida hereditariamente, quizá adquirida in
útero o en los primeros años de la infancia.
Las causas asignadas por Morel a las degeneraciones:
1) Intoxicaciones: paludismo, alcohol, opio, constitución geológica del suelo
(para elcretinismo por ejemplo), hambrunas, epidemias, intoxicaciones
alimenticias.
2) Medio social: industrias, profesiones insalubres, miseria.
3) Afección mórbida anterior o temperamento enfermizo.
4) Mal moral (la inmoralidad de las costumbres es efectivamente en sí
misma una causade descendencia degenerativa).
5) Invalidez congénita o adquirida en la infancia.
6) Influencias hereditarias.
La idea de Morel es efectivamente que todas las locuras están
emparentadas, algunas constituyen un hecho primitivo (causas adquiridas), otras,
la consecuencia de ese hecho para la descendencia del individuo afectado. El
predispuesto es particularmente sensible a las afecciones "primitivas". Señalemos
que la teoría de la degeneración no desemboca en una actitud práctica de
resignación y de observación: en todas las etapas (profilaxia, tratamiento de los
episodios delirantes) el tratamiento moral se impone.

FOUCAULT – UNA ARQUEOLOGÍA DE LA MIRADA MÉDICA / CAPÍTULO 6:


SIGNOS Y CASOS

“Es menester, tanto como es en sí, hacer a la ciencia ocular”. Se instaura poco a
poco la soberanía de la mirada. Ojo que sabe y que decide, ojo que rige.

La clínica es probablemente el primer intento de formar una ciencia únicamente


sobre el campo perceptivo y una práctica solo sobre el ejercicio de la mirada. La
clínica reside en una mirada a la cual no escapa. Supone, sin interrogarla, la
visibilidad de la enfermedad, como una estructura común en la cual la mirada y la
cosa vista encuentran su sitio.

La mirada médica es la que abre el secreto de la enfermedad, y esta visibilidad


es la que hace a la enfermedad penetrable a la percepción.

No es la concepción de la enfermedad la que ha cambiado primero, y luego la


manera de reconocerla; no es tampoco el sistema de señales que ha sido
modificado después de la teoría, sino todo el conjunto y más profundamente la
relación de la enfermedad con esta mirada a la cual se ofrece y que al mismo
tiempo ella constituye. Es necesario leer las estructuras profundas de la visibilidad
en las cuales el campo y la mirada se vinculan el uno a la otra. Las estudiaremos
en este capítulo bajo sus dos formas más importantes: la estructura lingüística del
signo y la aleatoria del caso.
En la tradición médica del siglo XVIII, la enfermedad se presenta al observador
de acuerdo con síntomas y signos. El síntoma es la forma bajo la cual se presenta
la enfermedad: de todo lo que es visible, él es el más cercano a lo esencial; y es la
primera transcripción de la naturaleza inaccesible de la enfermedad. Permiten
designar un estado patológico, una esencia mórbida y una causa próxima, dejan
transparentar la figura invariable, un poco en retirada, visible e invisible, de la
enfermedad.

El signo anuncia: pronostica lo que va a ocurrir; anamnesia lo que ha ocurrido,


diagnostica lo que se desarrolla actualmente. No da a conocer; a lo sumo, a partir
de él se puede esbozar un reconocimiento. A través de lo invisible el signo indica
lo más lejano, lo que está por debajo, lo más tarde. En él, se trata del éxito, no de
esta verdad inmóvil, de esta verdad dada y oculta que los síntomas devuelven en
su transparencia de fenómenos.

Los sistemas naturaleza-enfermedad y tiempo-resultado existen para sí mismos,


su diferencia es un hecho de naturaleza en el cual se ordena la percepción médica
pero que ella no constituye.

La formación del método clínico está vinculada a la emergencia de la mirada del


médico en el campo de los signos y de los síntomas.

1) LOS SÍNTOMAS CONSTITUYEN UNA CAPA PRIMARIA


INDISOCIABLEMENTE SIGNIFICANTE Y SIGNIFICADO

Más allá de los síntomas no hay ya esencia patológica: todo en la


enfermedad es fenómeno de sí misma. Son una verdad dada en total a la
mirada, indican una totalidad natural. “Una enfermedad es un todo, tiene un fin,
por consiguiente es un todo colocado en los límites de la invasión y de la
terminación”. El síntoma está así disminuido de su papel de indicador
soberano, no siendo sino el fenómeno de una ley de aparición.

Algo en lo inmediato del síntoma significa lo patológico por lo cual se opone a


un fenómeno. “entendemos por fenómeno todo cambio notable del cuerpo
sano, o enfermo. Los fenómenos que designan la enfermedad se confunden
fácilmente con los síntomas o apariencias”. Por esta simple oposición el
síntoma abandona su pasividad de fenómeno natural y se convierte en
significante de la enfermedad, es decir, de sí mismo tomado en su totalidad, ya
que la enfermedad no es más que la colección de síntomas. EL síntoma remite
a la vez al vínculo de los fenómenos entre sí, a lo que constituye su totalidad, y
a la diferencia absoluta que separa la salud de la enfermedad; significa por
consiguiente la totalidad de lo que es, y por su emergencia, la exclusión de lo
que no es. Es la única naturaleza de la enfermedad y la enfermedad constituye
su única naturaleza de fenómeno específico.

El síntoma, en el equilibrio general del pensamiento clínico, desempeña casi


el papel del lenguaje de acción: está preso como él, en el movimiento general
de una naturaleza; y su fuerza de manifestación es también primitiva, es la
enfermedad en el estado manifiesto.

2) LA SOBERANÍA DE LA CONCIENCIA ES LO QUE TRANSFORMA EL


SÍNTOMA EN SIGNO

Signos y síntomas son y dicen lo mismo: aproximadamente lo que el signo


dice, es lo mismo que es precisamente el síntoma. Síntoma: este es el soporte
morfológico indispensable del signo. Por lo tanto “no hay signo sin síntoma”.
Pero lo que hace que el signo sea signo no pertenece al síntoma, sino a una
actividad que viene de otra parte. Por consiguiente “todo síntoma es signo”,
“pero todo signo no es más que un síntoma”, en el sentido de que la totalidad
de los síntomas no llegará jamás a agotar la realidad del signo.

El síntoma se convierte en signo bajo una mirada sensible a la diferencia, a


la simultaneidad o a la sucesión, y a la frecuencia. Entre signo y síntoma hay
una diferencia decisiva que no adquiere su valor sino sobre el fondo de una
identidad esencial: el signo es el síntoma mismo, pero en su verdad de origen.

3) EL SER DE LA ENFERMEDAD ES ENTERAMENTE ENUNCIABLE EN


SU VERDAD

“La enfermedad debe ser considerada como un todo indivisible desde sus
inicios hasta su terminación, un conjunto regular de síntomas característicos y
una sucesión de períodos”. No se trata de dar con qué reconocer la
enfermedad, sino restituir, a nivel de las palabras, una historia que cubre a su
ser total. El ser no se deja ver en manifestaciones sintomáticas sin ofrecerse al
dominio de un lenguaje que es la palabra misma de las cosas. No hay
enfermedad sino en el elemento de lo visible, y por consiguiente de lo
enunciable.

La clínica pone en juego la relación del acto perceptivo y del elemento del
lenguaje. El orden de la verdad forma una cosa con el del lenguaje, porque el
uno y el otro devuelven en su forma necesaria y enunciable, es decir
discursiva, el tiempo. La historia de las enfermedades toma ahora su
dimensión cronológica. El curso del tiempo ocupa, en la estructura de este
nuevo saber, el papel desempeñado en la medicina clasificadora por el espacio
plano del cuadro nosológico.
La oposición entre la naturaleza y el tiempo, entre lo que se manifiesta y lo
que se enuncia ha desaparecido; desaparecida, también la división entre la
esencia de la enfermedad, sus síntomas y sus signos.

En la clínica como en el análisis, la armazón de lo real está dibujada de


acuerdo con el modelo del lenguaje. Percepción discursiva y meditada del
médico, y reflexión discursiva del filósofo, sobre la percepción, vienen a unirse
en una figura de exacta superposición, ya que el mundo es para ellas la
analogía del lenguaje.

La medicina descubre que la indertidumbre puede ser tratada analíticamente,


como la suma de un cierto número de grados de certeza aislables y
susceptibles de un cálculo riguroso. De cada elemento percibido hacia un
acontecimiento registrado, y de la evolución incierta en la cual este se
encuentra colocado una serie aleatoria. Con la importación del pensamiento
probabilístico, la medicina renovaba enteramente los valores perceptivos de su
dominio: el espacio, en el cual debía ejercerse la atención del médico, se
convertía en un espacio limitado, constituido por acontecimientos aislables
cuya forma de solidaridad era del orden de la serie.

La imprecisión que Cabanis deja a los movimientos de la naturaleza es un


vacío para que se funde allí la armazón técnica de una percepción de los
casos. He aquí sus principales momentos:

 1. La complejidad de combinación: No es la clase de las fiebres la que,


gracias a la débil comprensión de su concepto, es principio de
inteligibilidad; es el pequeño número de elementos indispensables para
constituir una fiebre; todos los casos concretos en los cuales esta se
presenta. La variedad combinatoria de las formas simples constituye la
diversidad empírica.
 2. El principio de la analogía: El estudio combinatorio de los elementos saca
a la luz formas análogas de coexistencia, que permiten identificar síntomas
y enfermedades. La medicina de las especies y de las clases reconocía el
parecido de los trastornos de un caso a otro. Pero estas analogías no se
apoyaban jamás sino sobre dos datos morfológicos inertes: formas
percibidas cuyas líneas generales eran susceptibles de superposición. Las
analogías sobre las cuales se apoya la mirada clínica para reconocer, en
diferentes enfermos, signos y síntomas, son de otro orden; “consisten en
las relaciones que existen entre las partes constituyentes de una única
enfermedad y después entre una enfermedad conocida y una enfermedad
por conocer”. La analogía no es ya un parecido de parentesco más o
menos próximo, es un isomorfismo de relaciones entre elementos: lleva a
un sistema de relaciones y de acciones recíprocas, a un funcionamiento o a
una disfunción. La dificultad para respirar se encuentra en la tisis, el asma,
las enfermedades del corazón y el escorbuto; pero atenerse a tal parecido
sería peligroso; la analogía fecunda y que designa la identidad de un
síntoma es una relación mantenida con otras funciones, u otros trastornos:
la debilidad muscular, la lividez de la tez, las manchas sobre el cuerpo, y la
inflamación de las encías forman una constelación en la cual la coexistencia
de los elementos designa una interacción funcional propia del escorbuto. La
analogía de estas relaciones permitirá identificar una enfermedad en una
serie de enfermos.

En el interior de una misma enfermedad y en un solo enfermo, el principio


de analogía puede permitir cercar en su conjunto la singularidad de la
enfermedad. Los médicos del siglo XVIII habían usado la noción de
“complicación” ya que se podía sustraer a la sintomática manifiesta lo que
era designado como interferencia.

 3. La percepción de las frecuencias: El conocimiento médico no tendrá


certeza sino en proporción del número de casos sobre los cuales haya
llevado su examen: esta certeza “será total si se extrae de una masa de
probabilidad suficiente”, pero si no es absolutamente la “deducción
rigurosa” de casos muy numerosos, el saber “permanece en el orden de las
conjeturas y de las similitudes”. La certeza médica no se constituye a partir
de la individualidad completamente observada, sino de una multiplicidad
enteramente recorrida de hechos individuales.

Las variaciones individuales se borran espontáneamente por integración.

 4. El cálculo de los grados de certeza: La medicina de fines del siglo XVIII


nunca supo si se dirigía a una serie de hechos, cuyas leyes de aparición y
de convergencia debían estar determinadas por el estudio único de las
repeticiones, o si se dirigía a un conjunto de signos, de síntomas y de
manifestaciones cuya coherencia debía buscarse en una estructura natural.
Dudó entre una patología de los fenómenos y una patología de los casos.
El signo tomado como un elemento de una constelación, lo que le daba su
valor de signo no era una aritmética de los casos, era su vínculo con un
conjunto de fenómenos.

Conferencia 16: psicoanálisis y psiquiatría


Toma como ejemplo un acto sintomático que había observado en muchos
pacientes: al entrar al consultorio dejaban la puerta abierta. En este acto,
inconcientemente están manifestando su desprecio por el psicoanalista ("total, no
tiene pacientes, no hay nadie en la sala espera y nadie nos va a escuchar").
Este acto admite un paralelo con otra observación clínica: una señora había
recibido un anónimo donde le decían que su marido la engañaba, pero luego
descubrió que el anónimo era falso y había sido enviado por una criada envidiosa.
Desde entonces y a pesar de lo infundado del mensaje, esta señora entra en crisis
cada vez que oye hablar de la cuestión, como si en el fondo no hubiese quedado
convencida de la falsedad del anónimo. Se trata de un caso de celos obsesivos, al
lado del cual el acto de no cerrar la puerta del consultorio puede parecerle al
psiquiatra un acto insignificante y desprovisto de interés.
La psiquiatría explicaría los celos obsesivos a partir de una predisposición
hereditaria (es decir, ideas delirantes que se presentan en aquellas personas en
cuyas familias han aparecido repetidas veces estas y otras perturbaciones
psíquicas. Estas ideas, no pueden ser desarraigadas refiriéndolas a la realidad,
por eso está claro que no provienen de esta, sino que son del más diverso
contenido), pero el psicoanálisis busca una mejor explicación, y que consiste en
lo siguiente: de alguna forma esta señora provocó el anónimo, ya que el día
anterior había confesado a su criada sus temores acerca de recibir un anónimo de
este tipo. Esto significa que su obsesión existía ya antes de recibir el mensaje, en
forma de temor o de deseo.
Freud se percató de que había dentro de ella un intenso enamoramiento por un
hombre joven, su yerno, este tipo de enamoramiento que sería algo monstruoso,
imposible, no pudo devenir consciente. Algo tenía que acontecer con él, algún
remedio tenía que buscarse y el alivio inmediato lo ofreció sin dudas, el
mecanismo de desplazamiento sobre el marido. Éste, y no ella, pasaba a ser el
engañador.
Existen también otras razones para estos celos obsesivos: la señora en cuestión
estaba próxima al climaterio y por ello exaltaba todo lo sexual, sintiendo además
que su marido ya no la satisfacía como antes.
La psiquiatría, a diferencia del psicoanálisis, no busca causas más próximas,
intentando enlazar algo a la obsesión, pero tiene razón en lo referente al factor
herencia, sólo que para Freud este factor causal es uno de los varios que hay,
pero no el único.
Respecto a todo esto el empeño psicoanalítico aportó para la comprensión de este
caso que:
- En primer lugar, la idea delirante ha dejado de ser algo incomprensible,
posee pleno sentido, tiene sus buenos motivos, pertenece a la trama de
una vivencia rica en efectos del enfermo.
- En segundo lugar, es necesaria como reacción frente a un proceso anímico
inconsciente colegido por otros indicios y precisamente a esta dependencia
debe su carácter delirante, su resistencia a los ataques basados en la
lógica y la realidad. Es a su vez algo deseado, una especie de consuelo.
- En tercer lugar, la vivencia que hay tras la contracción de la enfermedad
determina unívocamente que habría de engendrarse una idea de celos
delirante y ninguna otra cosa.
A modo de conclusión se rescata de la comparación expuesta entre psiquiatría y
psicoanálisis que no hay nada del trabajo psiquiátrico que pudiera rebelarse contra
la investigación psicoanalítica, por ende, son los psiquiatras los que se resisten al
psicoanálisis.
Es inconcebible una contradicción entre estas ya que el psicoanálisis es a la
psiquiatría, lo que la histología a la anatomía.
Clase: Freud se pregunta por la causa de la acción sintomática ¿por qué se
produce determinados síntomas y no otros? Como en el caso, ¿por qué padece un
delirio de celos? (ese temor de que el marido la engañara, ¿ese temor no es un
deseo? En la psiquiatría esto no es motivo de análisis, ya que la generalidad en la
que esta se enmarca clausura la pregunta. La psiquiatría no puede rechazar al
psicoanálisis porque lo necesita, sino se quedaría en la generalidad.
En la etiología existen mecanismos icc: la proyección y el desplazamiento.
Proyección: se da en esta idea delirante, (siendo esta un mecanismo icc para
poder tramitar su deseo).
Desplazamiento: se desplaza por proyección lo que ella quiere
Considerar el trayecto (en-más) individual y singular, determina la etiología,
para lo cual requiere recurrir a la metapsicología y a los mecanismos
metapsicológicos. Es por esto que la metapsicología permite dar estatuto a
la etiología. Y sirve de base para la psicopatología moderna (Dupcé).

Psicopatología II - 16º conferencia. Psicoanálisis y psiquiatría.


1- Distinguir cuál es la actitud del psiquiatra de la del psicoanalista respecto
del caso clínico que presenta.
Caso: derivada por su yerno a consulta con Freud, una paciente de 53 años tenía
un padecimiento a consecuencia de que creía que su marido le era infiel, esto se
corresponde a que hacía un año le había llegado una carta anónima donde se le
comunicaba que su marido la engañaba con una joven.
Paralelamente, la mujer mantenía un estrecho vínculo con su mucama, a la cual le
comunicó que para ella sería terrible enterarse que su esposo la engañaba. Es
importante destacar que la mucama mantenía un sentimiento de envidia por una
conocida, la cual trabajaba en la fábrica del marido de la paciente, debido a que
esta había progresado más exitosamente que ella.
Al día siguiente de mantenida esta conversación, recibe la carta, que señalaba a la
exitosa trabajadora como la amante del marido.
A pesar de que la paciente pudiera concluir de qué la carta había sido enviada por
su mucama a quien le había confesado su temor, devino de igual modo en un
ataque de celos y reproches hacia su marido.
Tomando este caso, Freud se pregunta ¿Qué actitud adoptaría el psiquiatra frente
a un caso clínico así? Declararía a la acción sintomática como una contingencia
sin interés psicológico y le restaría importancia, pero en este caso el síntoma es el
que se impone como importante pues produce un intenso sufrimiento subjetivo y
amenaza la convivencia de la familia, volviendo el síntoma como objeto de interés.
El psiquiatra intenta primero caracterizar el síntoma mediante una propiedad
esencial, donde la idea del engaño no tiene fundamentos salvo por la carta como
única fuerza probatoria, sin embargo, la paciente sufre como si admitiera la total
justificación de esos celos. A ideas de este tipo, inaccesibles a argumentos lógicos
y de la realidad, se las denomina ideas delirantes. Por ende, la señora padece de
un delirio de celos. He ahí la característica esencial de ese caso patológico.
Siguiendo esta línea de análisis y pensamiento psiquiátrico, el médico se internará
en la cuestión hereditaria para explicar la procedencia de esta idea delirante.
El psiquiatra no conoce ningún otro camino que lo haga avanzar más en el
esclarecimiento de un caso de esta índole, como podría ser ocuparse de otras
vivencias que podrían haber sobrevenido a la paciente que exceden a lo
hereditario. Se conforma con el diagnóstico y una prognosis del desarrollo ulterior,
prognosis insegura por rica que sea su experiencia.
2- ¿Qué valor otorga Freud al “pequeño detalle” en la dilucidación del caso
clínico?
El pequeño detalle al que alude Freud consiste en que fue la propia paciente quien
provocó esa carta anónima que sirve de apoyo a su idea delirante cuando le
comunica a la empleada sobre el malestar que le otorgaría enterarse de que su
marido la engaña con una joven.
El valor que entonces adquiere este pequeño detalle radica en que la idea
delirante cobra cierta independencia con respecto a la carta, pues ya antes había
estado presente como temor en la enferma. Esto indica que la idea delirante
proviene de otro lado.
3- ¿Cómo fundamenta Freud su afirmación de que la idea delirante posee
pleno sentido?
La idea delirante posee un sentido para la paciente pues se anuda directamente
con un proceso inconciente. La mujer presentaba un enamoramiento por su yerno
(el mismo que la deriva), el cual no puede devenir conciente, ya que corresponde
a una idea insostenible a nivel cultural. El mecanismo de desplazamiento generó
los celos delirantes ya que la idea de que su marido la engañaba aliviaba su
conciencia moral.
Su propio amor entonces, no le habría devenido consciente pero el reflejo de él,
que le aportaba esa ventaja ahora se le devino conciente de manera obsesiva
delirante.
Así explica:
1. Que la idea delirante deja de ser algo disparatado e incomprensible pues
posee pleno sentido, pues pertenece a la trama de una vivencia rica en
afecto de la enferma.
2. Que es necesaria como reacción frente a un proceso anímico inconciente
colegido por otros indicios y que a esta independencia debe su carácter
delirante, su resistencia a los ataques basados en la lógica y la realidad.
4- ¿Qué propone respecto de la articulación entre psiquiatría y
psicoanálisis?
La psiquiatría no aplica los métodos y técnicas del psicoanálisis, omite todo otro
anudamiento con el contenido de la idea delirante y al remitir a la herencia
proporciona una etiología muy general y remota, pero, por otro lado, Freud plantea
que más que una contradicción, se puede pensar en un completamiento, pues en
la naturaleza del trabajo psiquiátrico no hay nada que pudiera revelarse contra la
investigación psicoanalítica.
Son los psiquiatras quienes se resisten al psicoanálisis, no la psiquiatría.
El psicoanálisis es a la psiquiatría, lo que la histología a la anatomía: esta última
estudia las formas exteriores de los órganos y aquella su constitución a partir de
los tejidos y las células. Mientras que la psiquiatría estudia las manifestaciones
sintomáticas, el psicoanálisis proporciona la respuesta por la causa de esas
manifestaciones.
Previsiblemente en una época no muy lejana comprenderemos que no es posible
una psiquiatría profundizada en sentido científico sin un buen conocimiento de los
procesos de la vida del alma que van por lo profundo, de los procesos
inconscientes.

Las perspectivas futuras de la terapia psicoanalítica – Freud 1910

En modo alguno hemos agotado nuestros recursos terapéuticos para la lucha


contra la neurosis, y podemos esperar del futuro próximo un notable mejoramiento
de nuestras posibilidades.
De tres lados nos llegará el refuerzo:

1. Un progreso interno
2. Un aumento de autoridad
3. El efecto universal de nuestro trabajo

1) “progreso interno”: a) en nuestro saber analítico, b) en nuestra técnica

a) El progreso en nuestro saber: es claro que todo progreso de nuestro saber


significa un aumento de poder para nuestra terapia. Lograremos más mientras
mejor sepamos comprender. En sus comienzos la cura psicoanalítica era
despiadada y agotadora. El paciente debía decirlo todo él mismo y la actividad del
médico consistía en esforzarlo de continuo. Hoy tiene un aspecto más benévolo.
La cura consta de dos partes: lo que el médico colige y dice al enfermo, y el
procesamiento por este último de lo que ha escuchado. El mecanismo de nuestra
terapia es fácil de comprender, proporcionamos al enfermo la representación-
expectativa cc por semejanza con la cual descubrirá en sí mismo la representación
icc reprimida. Auxilio intelectual que le facilita superar las resistencias. No es el
único mecanismo empleado en la cura analítica, hay otro más poderoso, basado
en el empleo de la “transferencia”.

Tocar algunos campos en el que tenemos cosas nuevas para aprender, sobre
todo el del simbolismo en el sueño y en lo icc. La interpretación de los sueños
aguarda importante complementos del estudio de los símbolos.

Pudimos comprobar que las escaleras (y cosas análogas) figuran un indudable


símbolo de coito. El ritmo del coito se reencuentra en el acto de subir escaleras.

Nosotros podríamos decir, independientemente del resultado y del estado del


paciente, si nuestro trabajo consiguió un éxito definitivo o si cabe esperar recaidas
o la contracción de una nueva enfermedad.

b) Con respecto a las innovaciones en el campo de la técnica, casi todo aguarda


todavía su comprobación definitiva. La técnica psicoanalítica se propone hoy dos
objetivos: ahorrar esfuerzos al médico y abrirle al enfermo un acceso irrestricto a
su icc. Se ha producido un cambio de principio en nuestra técnica. En la época de
la cura catártica teníamos por meta el esclarecimiento de los síntomas; luego
dimos la espalda a estos y reemplazamos esa meta por la de poner en
descubierto los “complejos”; ahora orientamos directamente el trabajo hacia el
hallazgo y la superación de las “resistencias”, los complejos se dilucidarán con
facilidad tan pronto como aquellas hayan sido discernidas y eliminadas.
En pacientes del sexo masculino las resistencias más sustantivas a la cura
parecen provenir del complejo paterno y resolverse en el miedo al padre, el
desafío al padre y la incredulidad hacia él.

Otras innovaciones de la técnica atañen a la persona del propio médico. Prestar


atención a la “contratransferencia” que se instala en el médico por el influjo que el
paciente ejerce sobre su sentir icc. Se exige que la discierna dentro de sí y la
domine. Cada psicoanalista solo llega hasta donde se lo permiten sus propios
complejos y resistencias interiores, es necesario que inicie su actividad con un
autoanálisis y lo profundice de manera ininterrumpida.

La técnica analítica tiene que experimentar ciertas modificaciones de acuerdo


con la forma de enfermedad y las pulsiones que predominen en el paciente.
Hemos partido de la terapia de la histeria de conversión, en el caso de la histeria
de angustia (las fobias) debemos modificar algo nuestro procedimiento. Estos
enfermos no pueden aportar el material decisivo para la resolución de la fobia
mientras se sientan protegidos por la observación de la condición fóbica. No se
consigue que desde el comienzo de la cura renuncien al dispositivo protector y
trabajen bajo las condiciones de la angustia. Es preciso asistirlos traduciéndoles
su icc hasta el momento en que puedan decidirse a renunciar a la protección
fóbica y exponerse a una angustia. Solo cuando hacen esto último se vuelve
asequible el material cuyo gobierno lleva a la solución de la fobia.

¿En qué medida debe consentirse alguna satisfacción durante la cura a las
pulsiones combatidas en el enfermo, y qué diferencia importa para ello el hecho de
que esas pulsiones sean de naturaleza activa (sádica) o pasiva (masoquista)?

2) Teníamos mucho que esperar del aumento de autoridad.

Se dio una extraordinaria multiplicación de las neurosis desde que las religiones
entraron en decadencia. Una de las principales causas de ese estado sea el
empobrecimiento del yo por el gran gasto de represión que la cultura exige de todo
individuo.

Como se piensa que la sugestión lo puede todo, nuestros éxitos serían entonces
éxitos de la sugestión y no del psicoanálisis. Sin embargo, la sugestión de la
sociedad solicita hoy para los neuróticos las curas de aguas, dietéticas y
eléctricas, sin que estos recursos logren doblegar a las neurosis. Ya podremos
comprobar si los tratamientos psicoanalíticos son capaces de conseguir algo más.

La sociedad no se apresurará a concedernos autoridad. No puede menos que


ofrecernos resistencia, pues con nuestra conducta crítica hacia ella le
demostramos que contribuye en mucho a la causación de las neurosis. La
sociedad no puede responder con solicitud simpática al intransigente
desnudamiento de sus perjuicios e insuficiencias.

3) Debo declararles lo que entiendo por el “efecto universal” de nuestro trabajo y


cómo llego a depositar esperanzas en este.

Las psiconeurosis son satisfacciones sustitutivas desfiguradas de pulsiones cuya


existencia uno tiene que desmentir ante sí mismo y ante los demás. Su viabilidad
descansa en esa desfiguración. Con la solución del enigma que ofrecen, y la
aceptación del ella por los enfermos, estos estados patológicos se vuelven
inviables.

Ahora reemplacen el individuo enfermo por la sociedad entera, afectada por las
neurosis y compuesta por personas sanas y enfermas. El éxito que la terapia es
capaz de alcanzar en el individuo tiene que producirse también en la masa.

Muchísimos seres humanos, ante conflictos vitales cuya solución se les volvió
demasiado difícil, se han refugiado en la neurosis, obteniendo así una ganancia de
la enfermedad, ganancia inequívoca, si bien harto costosa a la larga. ¿Qué se
verían precisados a hacer si los indiscretos esclarecimientos del psicoanálisis les
bloquearan el refugio en la enfermedad? Deberían ser honestos, confesar las
pulsiones que se pusieron en movimiento en su interior y arrastrar el conflicto;
deberían combatir o renunciar, y en su auxilio acudiría la tolerancia de la sociedad,
ineludible resultado del esclarecimiento psicoanalítico.

Las neurosis tienen su función biológica como dispositivo protector, y su


justificación social; su “ganancia de la enfermedad” no siempre es puramente
subjetiva.

En definitiva la ganancia de la enfermedad de las neurosis es dañina tanto para


los individuos como para la sociedad.

Todas las energías que hoy se dilapidan en la producción de síntomas


neuróticos al servicio de un mundo de fantasía aislado de la realidad efectiva
contribuirían a reforzar el clamor que demanda aquellas alteraciones de nuestra
cultura en que discernimos la única salvación para las generaciones futuras.

Acerca de la oposición entre amar e indiferencia (Izaguirre)


Freud dice: “la mudanza de una pulsión en su contrario solo es observada en un
caso: la transposición de amor en odio”. Se está refiriendo al contrario “material”
de la pulsión.
Freud da cuatro vicisitudes o destinos para la pulsión: la sublimación, la represión,
la vuelta sobre la persona propia y el trastorno en lo contrario. A esta ultima la
considera en dos sentidos, uno, el paso de la actividad a la pasividad, el otro, en
cuanto al contenido que solo se da en el único caso de la mudanza del amor en
odio.
Escuchamos en los comentarios de Susana Barroumeres que “los temas del amor
y el odio deberían ser estudiados desde la relación del yo en sus vínculos con los
objetos. Sin embargo, a Freud no lo seduce el afán reduccionista y, por el
contrario, insistirá en encontrar explicaciones de la transformación del amor en
odio desde el dinamismo pulsional con el fin de que dichos conceptos queden
exentos de contradicción”.
“Agrega en otro momento que ocurre todo lo contrario, el interés de la
investigación psicoanalítica radica en que la transformación del amor en odio
define una circunstancia refractaria a ordenarse dentro de la exposición de las
pulsiones”.
Freud manifiesta que el amar no es susceptible de una sola oposición, sino de
tres: amar/odiar, amar/ser amado, y amar-odiar/indiferencia. Sin embargo, invierte
el orden: amar/indiferencia, amar/odiar, amar/ser amado. Es decía, que pasa a ser
la primera oposición la de amar/indiferencia y lo establece así a partir de relacionar
esas polaridades con las que gobiernan la vida anímica en general, señaladas
como yo (sujeto)/ mundo exterior (objeto), placer/displacer, y activo/pasivo.
La segunda oposición al amar, es decir, el odiar, se da con el ingreso del objeto.
Pero el odio (como el amor) no es de la pulsión, sino que está reservado al yo-total
en la relación con sus objetos. No surgen de algo común, sino que cada uno tiene
su propio desarrollo. El hecho de que aparezcan como polos opuestos se debe a
la intrincación con una de las tres polaridades, la que se da entre placer/displacer.
El amor es originariamente narcisista y proviene de la capacidad del yo para
satisfacer, de modo auto erótico, parte de las mociones pulsionales. Describe
etapas previas que se presentan como metas sexuales provisionales. La primera,
fase oral, mediante el mecanismo de devorar o incorporar, pretende hacer
desaparecer el objeto como algo separado del yo. En la segunda, fase sádico-
anal, se presenta bajo el modo de apoderamiento. No es posible discernirlo del
odio; recién al establecerse la organización genital, odio y amor devienen
opuestos. El odio sería más antiguo que el amor, nace de la repulsa del yo
narcisista hacia el objeto.
La tercera oposición del amar, amar/ser amado, responde a la ingerencia de la
polaridad actividad/pasividad.
Lo que Freud entiende por amar es la relación del yo con las fuentes de placer y
habíamos visto que la primera oposición del amar es con la indiferencia, lo que
quiere decir que el yo solo se ama a sí mismo, constituyendo una primera etapa
narcisista cuyas satisfacciones pulsionales son auto eróticas. En relación a la
oposición yo/mundo exterior, el mundo exterior es indiferente y así, de las
oposiciones del amar, la primera es la indiferencia, aunque va a aparecer el
displacer desde el mundo exterior en tanto los estímulos de éste se vuelven
displacenteros.
Quisiera destacar un párrafo escrito por Freud: “el mundo exterior se le
descompone en un aparte de placer que él se ha incorporado y en un resto que le
es ajeno. Y del yo propio ha segregado un componente que arroja al mundo
exterior y siente como hostil”. Entonces, va a tener predominancia la oposición
placer/displacer, de tal forma, que el yo-realidad primitivo se va a transformar en
un yo de placer purificado, mientras que lo exterior y lo expulsado del yo por
displacentero se situaran en el mundo exterior. Una vez que aparece el objeto se
convierte en fuente de displacer, en ajeno y odiado. Se pasa de la oposición
yo/mundo externo a la de placer/displacer. Así se delinean las diferentes
oposiciones de amar.
En tanto el odiar nace del mundo exterior, hostil “proveedor de estímulos”, Freud
va a ligarlo a las pulsiones de auto conservación. Es así que amar y odiar no
mantienen una relación simple, ya que tienen orígenes diferentes. El odio, en su
relación con el objeto, es más antiguo que el amor. El amor es del yo total, pero
nace de las pulsiones sexuales.
El modo como Susana Borroumeres introduce la cuestión de la indiferencia: “la
existencia de una situación psíquica originaria que contribuye a la constitución del
yo (yo real inicial-yo de placee purificado-yo realidad definitivo) en la que el mundo
exterior no está investido con interés y es indiferente para la satisfacción, lo
conduce a una conclusión que resume en el siguiente par de oposiciones: el yo-
sujeto coincide con lo placentero, y el mundo exterior, con lo indiferente (y,
eventualmente con lo displacentero). Aquella situación en la que originariamente el
yo-sujeto solo se ama a sí mismo y es indiferente al mundo, ilustra la primera de
las oposiciones que desde el psicoanálisis le es posible hallar”.
El amor y el odio, tomados en conjunto, se oponen al estado de indiferencia.
También se afirma que la indiferencia implica la ausencia total de ambos
sentimientos.
“habremos de continuar el camino abierto por Freud e interrogarnos acerca de las
consideraciones que surgen cuando interrogamos a estas nociones, indiferencia e
indiferente, que atraviesan el conjunto se enunciados y que culminan en el
reconocimiento de que el primer opuesto del amar no es el odiar sino la
indiferencia”.
“Freud enuncia que la dependencia conceptual de indiferencia se halla expresada
en sus relaciones con el odio, en tanto aquella es su precursora y le señala a éste
su camino. Se trata de desarrollos freudianos que señalan la articulación del par
conceptual indiferencia-odio mediante una relación de implicación: no hay odio sin
indiferencia”.
El termino indiferenciar sostiene una patente oposición con el verbo amar. Por otro
lado, desde los aportes del análisis del discurso los términos indiferencia e
indiferente poseen algo en común y algo que los distingue. Ambos términos
poseen el prefijo “in” que no solo significa negación o privación, sino que también
significa e “en lugar de”.
Si nos atenemos a la frecuencia con que regularmente se expresan ambos
términos en la vida cotidiana, notamos que el uso del término indiferencia aparece
asociado tanto a nociones relativas al dolor, como a exclamaciones que revelan un
grado de sorpresa y en los juegos de seducción.
El termino indiferente admite siempre algo que no queda enunciado en forma
evidente o en forma directa al tener relación determinante con el uso de los
pronombres personales. Si decimos, por ejemplo, “me es indiferente” no se sabe,
en primera instancia cual es el objeto de referencia. Consideramos que las
posibilidades de sostener un más allá del enunciado que introduce el termino
indiferente se debe a que viene acompañado del vocablo “lo”, que implica lo
neutro, lo que es impersonal y que por lo tanto carece de significación sexual. Sin
embargo, a causa de esta condición, abre una serie discursiva en que se
develaran los juegos del lenguaje que permitan arribar a una identidad sexual.
Entonces, el vocablo indiferente marca la presencia de una neutralidad, mientras
que indiferencia, es un término femenino.
Dentro del capítulo que conforma el estudio de los sueños, hemos reconocido que
el resto diurno es nimio e indiferente, también que el soñante comunique las
escenas de los sueños ante la propia desnudez ocurriendo ente mucha gente
desconocida e indiferente.
El lugar privilegiado dentro de la armazón conceptual psicoanalítica, aunque no
exclusivo, donde se releva la presencia de una indiferencia estética, necesaria
para producir el efecto deseado, lo encontramos en aquellas circunstancias de
otra de las formaciones del inconsciente: el relato de un chiste.
Freud no dejara de mencionar los alcances y derivaciones de la noción de un
estado de indiferencia ética cuando, por una parte, se refiere a la actitud del
soñante ante el contenido de los sueños, y por otra, cuando se ve precisado a
discutir y esclarecer los fines del psicoanálisis antes los supuestos científicos que
lo distanciaban de los principios de la moral, las buenas costumbres y la
racionalidad.
Asociado al concepto de libido al de energía psíquica, diremos que ese cuantum
de energía, al que ya hemos reconocido como innombrable e inespecularizable,
no dudamos en nombrarlo, también, como indiferente. Es lo que Lacan llama el
“objeto a”, porción de la libido, de la energía que se caracteriza por permanecer en
un estado de indiferencia. El objeto a es energía, en sí mismo indiferente y que
inevitablemente produce como resultado de su intervención dos acciones: un
cambio de la dirección y, al mismo tiempo, una conexión.
La psiquiatría clásica, al menos en algunos autores, ha sostenido que una de las
características de la esquizofrenia es la llamada indiferencia afectiva. Pensemos
también en los niños diagnosticados como autistas o aquellos tomados tan
fuertemente en su inhibición que les da lo mismo una cosa o la otra.
La indiferencia del esquizofrénico o la dominancia absoluta del odio son
características propias de esa forma de aparición del mundo exterior como
indiferente u hostil. Solo pueden amar a su propio yo y el odio, aparecerá por la
intromisión del objeto. Podemos pensar entonces, en cuanto a esa indiferencia,
que el objeto no ha sido constituido como tal. La indiferencia marcaria la ausencia
del objeto como causa del deseo. En ella el yo solo se ama a sí mismo, es el
delirio de grandeza de la esquizofrenia. Pero ante la intromisión del objeto, su
hostilidad por el displacer que dispensa el mundo externo y la expulsión de aquello
displacentero del yo, aparece el odio; en este caso estaríamos hablando de la
paranoia.
Barroumeres sitúa pertinentemente la indiferencia en el seno de la transferencia al
decir: la oposición amar-indiferencia es posible construirla mediante el análisis,
atendiendo a la labor interpretativa. Se parte de los dichos del sujeto para volver a
ellos, mediante la interpretación”.
Algo debe permanecer en estado de indiferencia para que sea posible la
intervención de la transferencia (Freud).
Nos vamos a detener en la cuestión de la indiferencia teniendo en cuenta una
presentación de Susana Toté, al realizar un recorrido por el Seminario 19 de
Lacan, donde lee que no hay definición sexual, lo que quedará delimitado por la
indiferencia y la incoherencia.
La indiferencia es aquello de lo que se sale a partir de un “no”; es decir, de un real
irreductible al lenguaje. En esa indiferencia es indiferente ser o no ser, ser
verdadero o falso, que se pueda amar u odiar. Es un “no” que hace salir a la
verdad de la indiferencia. Lo primero es el “no” que es simplemente el modo en el
cual el lenguaje se injerta sobre el evento pulsional. Entonces sale de la
indiferencia para entrar en la antinomia del deseo. Desde esta perspectiva amar y
odiar se oponen a la indiferencia al considerarla del orden de antes de la entrada y
de la constitución del objeto.
En sus primeros trabajos, Lacan parecía haber intentado situar un momento
aparentemente genético de esta indiferencia. En su artículo sobre el estadio del
espejo incluye un momento supuestamente anterior a la identificación especular.
Estas reflexiones nos incitan a reconocer en la captación espacial que manifiesta
el estadio dele espejo el efecto en el hombre, premanente incluso a esa dialéctica,
de una insuficiencia orgánica de su realidad natural, si es que atribuimos algún
sentido al termino naturaleza (estadio del espejo como formador de la función del
yo tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica). Esa insuficiencia seria,
además de la prematuracion del recién nacido, ese momento de indiferencia. Si
bien intenta escapar a una concepción genética, no deja de plantear cierta
anterioridad temporal, interpretable como un tiempo lógico. Entre esa insuficiencia
de la realidad natural y la captura de la imagen del cuerpo, Lacan introduce su
modelo tópico.
PSICOANALISIS Y MEDICINA. “Lacan”
Lo que creía haber aportado a una reunión como ésta, caracterizada por quien la
convoca, es decir el Colegio de Medicina, es precisamente el abordar un tema que
nunca tuve que tratar en mi enseñanza, el del lugar del psicoanálisis en la
medicina.
Actualmente, este lugar es marginal y extra-territorial. Es marginal debido a la
posición de la medicina respecto al psicoanálisis, al que admite como una suerte
de ayuda externa, comparable a la de los psicólogos y a la de otros asistentes
terapéuticos. Es extra- territorial por obra de los psicoanalistas quienes, tienen sus
razones para querer conservar esta extraterritorialidad.
Quisiera hoy considerar ese lugar del psicoanálisis en la medicina desde el punto
de vista del médico, y del rapidísimo cambio que se está produciendo en lo que
llamaría la función del médico y en su personaje, ya que éste es también un
elemento importante de su función.
Durante todo el período de la historia, esta función, este personaje del médico,
han permanecido con gran constancia hasta una época reciente. La práctica de la
medicina nunca dejó de tener un importante acompañamiento doctrinario. Las
doctrinas científicas invocadas en la medicina eran siempre, hasta una época
reciente, la recuperación de alguna adquisición científica. Esto muestra que este
recurso solo funcionó como sustituto y para enmascarar lo que anteriormente hay
que ubicar como una suerte de filosofía.
Al considerar la historia de la medicina a través de las épocas, el gran médico, el
médico tipo, era un hombre de prestigio y de autoridad. Lo que ocurre entre el
mismo y el enfermo, fácilmente ilustrado por comentarios de Balint de que el
médico al recetar se receta él mismo. Michel Foucault nos aporta en su gran obra
sobre un método histórico- crítico para situar la responsabilidad de la medicina en
la gran crisis ética, que él centra en torno al aislamiento de la locura; tampoco se
espera que introduzca esa otra obra “nacimiento de la clínica” en tanto que ella se
fija lo que entraña la promoción por parte de Bichat de una mirada que se fija en el
campo el cuerpo en ese corto tiempo donde subsiste como entregado a la muerte,
es decir el cadáver.
Están marcados de este modo dos franqueamientos, a través de los cuales la
medicina consuma por su parte el cierre de las puertas de un antiguo Jano, el que
redoblaba en forma irrecuperable todo gesto humano con una figura sagrada. La
medicina es una correlación de este franqueamiento. El paso de la medicina al
plano de la ciencia, e incluso el hecho que la exigencia experimental haya sido
inducida, no es algo que cuente por sí solo, el equilibrio está en otro lado.
La medicina entró en su fase científica, en tanto surgió un mundo que, exige los
condicionamientos necesarios en la vida de todos en la medida que la presencia
de la ciencia incluye a todos en sus efectos Las funciones del organismo humano
siempre fueron objeto de una puesta a prueba de acuerdo al contexto social. Al
médico se le ofrecen en el laboratorio ya constituido, créditos sin límites que
empleará para reducir esas funciones a montajes equivalentes a aquellos de esas
otras organizaciones, es decir, que tengan estatuto de subsistencia científica.
En la medida en que las exigencias sociales están condicionadas por la aparición
de un hombre que sirve a las condiciones de un mundo científico, dotado de
nuevos poderes de investigación y de búsqueda, el médico se encuentra
enfrentado con problemas nuevos. Quiero decir que el médico, ya no tiene nada
de privilegiado en la jerarquía de ese equipo de científico diversamente
especializados en las diferentes ramas científicas. Desde el exterior de su función,
principalmente en la organización industrial, le son proporcionados los medios y al
mismo tiempo las preguntas para introducir las medidas de control cuantitativo, los
gráficos, las escalas, y se instaura en su dominio ese despegue de la evidencia
del éxito que corresponde al advenimiento de los hechos.
La colaboración médica será considera bienvenida para programar las
operaciones necesarias para mantener el funcionamiento de tal o cual aparato del
organismo humano, pero después de todo ¿Qué tiene que ver todo esto con lo
que llamaremos la posición tradicional del médico?
El médico es requerido en la función científica fisiologista, pero sufre también otros
llamados: el mundo científico vuelca entre sus manos un número infinito de lo que
puede producir como agentes terapéuticos nuevos, químicos o biológicos, que
coloca a disposición del público; y le pide al médico como si fuera un distribuidor,
que los ponga a prueba. ¿Dónde está el límite en que el médico debe actuar y a
que debe responder? A algo que se llama la demanda.
Este desarrollo científico, inaugura y pone cada vez más en primer plano ese
nuevo derecho del hombre a la salud que existe y que se motiva ya en una
organización mundial. En la medida en que el registro de la relación medica con la
salud, se modifica, donde esa suerte de poder generalizado que es el poder de la
ciencia, brinda a todos la posibilidad de ir a pedirle al médico la cuota de
beneficios con un objetivo preciso, vemos dibujarse la originalidad de una
dimensión que llamo la demanda. Es en el registro del modo de respuesta a la
demanda del enfermo donde está la posibilidad de supervivencia de la posición
médica.
Responder que el enfermo viene a pedirnos la cura no es responder, pues cada
vez más la tarea precisa debe realizarse con urgencia, no responde pura y
simplemente a una posibilidad que se encuentra de la mano.
Cuando el enfermo es remitido al médico o cuando lo aborda, no digan que espera
de él pura y simplemente la curación. Coloca al médico ante la prueba de sacarlo
de su condición de enfermo, lo que es totalmente diferente, pues esto puede
implicar que él este atado a la idea de conservarla. Viene a veces a demandarnos
que lo autentifiquemos como enfermo; viene de la manera más manifiesta, para
demandarles que preserven en su enfermedad, que lo traten del modo que le
conviene a él. Estas experiencias las evoco para recordarles la significación de la
demanda, dimensión donde se ejerce hablando estrictamente de la función
médica, y para introducir la estructura de la falla que existe entre la demanda y el
deseo.
Lo que está excluido de la relación epistemo- somática es justamente lo que
propondrá a la medicina el cuerpo en su registro purificado. Este cuerpo no se
caracteriza por la dimensión de la extensión: un cuerpo es algo que está hecho
para gozar, gozar de sí mismo. La dimensión del goce está excluida de lo que
llamé la relación epistemo- somática. Pues la ciencia no es incapaz de saber que
puede; pero ella, al igual que el sujeto engendra, no puede saber que quiere.
Tenemos pues dos puntos de referencia: primero, la demanda del enfermo;
segundo el goce del cuerpo. Ambos confinan en la dimensión ética. Pues aquí
interviene lo que llamaré la teoría psicoanalista, que llega a tiempo y no por
casualidad. Freud inventó lo que debía responder a la subversión de la posición
del médico por el ascenso de la ciencia: a saber, el psicoanálisis como praxis.
Acabo de indicar la diferencia que hay entre la demanda y el deseo. Solo la teoría
lingüística puede dar cuenta de una tal apercepción y ella puede hacerlo en tanto
Freud quien mostró su instancia a nivel inconsciente. No hay un inconsciente
porque hubiese en él un deseo inconsciente, obtuso, pesado. Muy por el contrario,
hay un deseo porque hay inconsciente, es decir lenguaje que escapa al sujeto en
su estructura y sus afectos y hay siempre a nivel del lenguaje algo que está más
allá de la consciencia, y es allí donde puede situarse la función del deseo.
Pues se valoriza en él lo que introdujo Freud a propósito del principio del placer y
que no había sido nunca advertido, a saber, que el placer es una barrera al goce.
¿Qué se nos dice del placer? Que es la menor excitación, lo que hace
desaparecer la tensión, la tempera más, por lo tanto, aquello que nos detiene
necesariamente en un punto de alejamiento, de distancia muy respetuosa del
goce. Pues lo que yo llamo goce en el sentido en que el cuerpo se experimenta,
es siempre del orden de la tensión, del forzamiento, del gasto.
Incontestablemente, hay goce en el nivel donde comienza aparecer el dolor. Y es
a través de este dolor que puede experimentarse toda una dimensión del
organismo que de otro modo permanece velada.
¿Qué es el deseo? El deseo es de algún modo el punto de compromiso, la escala
de la dimensión del goce, en la medida en que permite llevar mejor el nivel de la
barrera del placer. Pero éste es un punto fantasmatico, quiero decir, donde
interviene el registro imaginario, que hace que el deseo esté suspendido a algo
cuya naturaleza no exige verdaderamente la realización.
El saber sigue estando para él marcado con un valor nodal, debido a algo cuyo
carácter central se olvida en el pensamiento, que el deseo sexual tal como lo
entiende el psicoanálisis no es la imagen que demos hacernos de acuerdo a un
mito de la tendencia orgánica: es algo infinitamente más elevado, y anudado en
primer término con el lenguaje, en tanto que es el lenguaje, el que le da primero su
lugar y que su primera aparición en el desarrollo del individuo se manifiesta a nivel
del deseo de saber.
Lo que indico al hablar de la posición que puede ocupar el psicoanalista, es que
actualmente es la única desde donde el médico puede mantener la originalidad de
siempre de su posición, es decir, de aquel que tiene que responder a una
demanda de saber, aunque solo se pueda hacerlo llevando al sujeto a dirigirse
hacia el lado opuesto a las ideas que emite para presentar esa demanda. Si el
inconsciente es lo que es, no una cosa monótona, sino, en cambio, una cerradura,
cuyo manejo no es otro que abrirla al revés con una clave llave, esta abertura sólo
puede servir al sujeto en su demanda de saber. Lo inesperado es que el sujeto
confiese él mismo su verdad y que la confiese sin saberlo.
Es necesario que el médico se haya entrenado en plantear los problemas a nivel
de una serie de temas cuyas conexiones, cuyos nudos, debe conocer. Al final de
la demanda, la función de la relación con el sujeto supuesto al saber, revela lo que
llamamos la “transferencia”. En la medida en que más que nunca la ciencia tiene
la palabra, más que nunca se sostiene ese mito del sujeto supuesto al saber, y
esto es lo que permite la existencia del fenómeno de la transferencia en tanto que
remite a lo más arraigado del deseo de saber.
En la época científica, el medico se encuentra en una doble posición: por un lado,
tiene que enfrentar una carga energética cuyo poder no sospecha sino se le
explica; por el otro debe colocar esa carga entre paréntesis, debido a los poderes
de los que dispone, a los que debe distribuir, al plano científico en que está
situado. El médico está integrado a ese movimiento mundial de la organización de
la salud que se vuelve pública y por este hecho, nuevas preguntas le serán
planteadas.
En ningún caso podrá motivar el mantenimiento de su función propiamente médica
en nombre de un “privado” que sería atinente a lo que se llamaría el secreto
profesional. El médico es capaz de conducir al sujeto a aquello que está en cierto
paréntesis, aquello que comienza con el nacimiento, que termina con la muerte y
que se entraña las preguntas que se despliegan entre uno y otra.
¿En nombre de que los médicos podrán estatuir acerca del derecho o no del
nacimiento? ¿Cómo responderán a las exigencias que confluirán con las
exigencias de productividad? Si la salud se vuelve objeto de una organización
mundial, se tratará de saber en qué medida es productiva. ¿Qué podrá oponer el
médico a los imperativos que lo convertirán en el empleado de esa empresa
universal de productividad? El único terreno es esa relación por la cual es médico:
a saber la demanda del enfermo. En el interior de esta relación donde se producen
tantas cosas, está la relación con el goce del cuerpo.
¿Qué tienen ustedes que decir, médicos, sobre lo más escandaloso de lo que
viene ahora? Pues si era excepcional el caso en el que el hombre hasta aquí
profería “si tu ojo te escandaliza arráncalo”, que dirán ustedes del slogan ¿Si tu ojo
se vende bien, dónalo? ¿En nombre de qué tendrán que hablar, sino precisamente
de esa dimensión del goce de su cuerpo, y de lo que él ordena de participación a
todo lo tocante a él en el mundo?
Si el médico debe seguir siendo algo, que ya no podría ser la herencia de su
antigua función que era una función sagrada, es para mí, continuar y mantener en
su vida propia el descubrimiento de Freud. Siempre me considere como misionero
del médico: la función del médico como la del sacerdote no se limita al tiempo que
uno le dedica a ella.

Apertura de la sección clínica -5 de enero de 1977 – Jacques Lacan


¿Qué es la clínica psicoanalítica? No es complicado. Tiene una base – Es lo que
se dice en un psicoanálisis.
¿Qué quiere decir eso, la libertad de asociación? –cuando por el contrario
se especula sobre esto, que la asociación no es para nada libre. Cierto, tiene un
pequeño juego, pero se cometería un error al querer extenderla hasta el hecho de
que sea libre. ¿Qué quiere decir el inconsciente, sino que las asociaciones son
necesarias? Lo dicho no se socia al azar.
Todo eso es muy contemporáneo de lo que llamamos el saber. Se trata del
inconciente. Y eso no es brillante –hay que hacer un esfuerzo para no creer que
uno es inmortal. Vean lo que radiofoné sobre ese asunto en Scilicet donde me
rhodé.
Entonces, hace falta clinicar. Es decir, acostarse. La clínica siempre está
ligada a la cama –se va a ver a alguien acostado. Y no se encontró nada mejor
que hacer acostarse a aquellos que se ofrecen al psicoanálisis, con la esperanza
de sacar de ello un beneficio, el cual no está dado de antemano, hay que decirlo.
Es cierto que el hombre no piensa igual acostado o de pie, esto por el hecho de
que en posición acostada hace muchas cosas, el amor en particular, y el amor lo
arrastra a todo tipo de declaraciones. En la posición acostada, el hombre tiene la
ilusión de decir algo que sea un decir, es decir que importe en el real.
La clínica psicoanalítica consiste en el discernimiento de cosas que
importan y que serán masivas a partir del momento que se haya tomado
conciencia de ellas. La inconsciencia en que se está en cuanto a esas cosas que
importan, no tiene nada que ver con el inconsciente.
Un significante pertenece siempre a un orden más complicado que el de un
simple signo.
Si hablé de “retorno a Freud”, es para que uno se convenza de hasta qué
punto es cojo. Y me parece que la idea del significante explica, a pesar de todo,
cómo eso marcha.
El significante no significa absolutamente nada. Es así que Saussure
expresó la cosa –habló de arbitrariedad, y en efecto no hay ninguna especie de
lazo entre un significante y un significado, hay solamente una suerte de
sedimento, de cristalización que se hace, y que se puede calificar tanto de
arbitrario como de necesario, en el sentido en que Benveniste esgrimía esta
palabra. Lo que es necesario, es que la palabra tenga un uso, y que este uso sea
cristalizado, cristalizado por esa mezcla que es el nacimiento de una nueva
lengua. Pasa que, no se sabe cómo, hay un ciertonúmero de gentes que al final
hacen uso de eso. ¿Qué es lo que determina el uso que se hace de una lengua?
La lengua, cualquiera que sea, es goma de mascar. Lo inaudito es que
guarde sus trucos. Se volvieron indefinibles por el hecho deque se llama a eso el
lenguaje, y es lo que me permitió decir que el inconsciente está estructurado como
un lenguaje. La lingüística – la ex-sistencia del significante en la lingüística– un
psicoanalista no puede no tenerla en cuenta.
Es difícil negar que Freud, a lo largo y ancho de la Ciencia de los sueños,
no habla más que de palabras, de palabras que se traducen. No hay más que
lenguaje en esta elucubración del inconsciente. Hace lingüística sin saberlo, sin
tener la menor idea.
Evidentemente, no soy muy partidario de decir esta noche que cuando se
hace psicoanálisis, se sabe adonde se va. El psicoanálisis, como cualquier otra de
las actividades humanas, participa incontestablemente del abuso. Se hace como si
se supiera algo.
La clínica “es lo real en tanto que es lo imposible de soportar”.
La verdad no es sin relación con lo que llamé el real, pero es una relación
débil. La manera más clara con la que se manifiesta la verdad, es con la mentira –
no hay ningún analizante que no mienta a granel, hasta con su buena voluntad de
caer justo en los sitios que Freud dibujó. Es por eso que la clínica psicoanalítica
consiste en reinterrogar todo lo que Freud dijo. Es así como lo entiendo, y en mi
blablá, lo pongo en práctica.
De un lado el registro del simbólico es enumerable, del otro lado el real es
más bien difícilmente enumerable. ¿Cómo la clínica puede ser entonces objeto de
una transmisión?
hay un campo que designé con el nombre de goce del Otro que es a
representar por lo que es, es decir como inexistente. Lo que haría falta, es dar
cuerpo –es el caso decirlo- a este goce ausente del Otro, y hacer un pequeño
esquema, donde el imaginario estaría en continuidad con el real. En relación con
esta realidad del cuerpo que sueña y que no sabe hacer más que eso, en relación
con esta realidad, es decir con su continuidad con el real, el simbólico
providencialmente es la única cosa que a este asunto da su nudo, el que, de todo
eso, hace un nudo borromeo.
¿La clínica de las neurosis y la clínica de las psicosis necesitan las mismas
categorías, los mismos signos? En la paranoia, el significante representa un sujeto
para otro significante. Allí se puede situar el objeto a.
Es muy cierto que el paranoico, no sólo se identifica al síntoma, sino que el
analista se identifica allí, igualmente. El psicoanálisis es una práctica delirante,
pero es lo mejor que tenemos actualmente para hacer tolerable, esta incómoda
situación de ser hombre. En todo caso, es lo mejor que encontró Freud. Y sostuvo
que el psicoanalista no debe dudar jamás en delirar.
La clínica psicoanalítica debe consistir no sólo en interrogar el análisis, sino
en interrogar a los analistas, a fin de que den cuenta de aquello que su práctica
tiene de azarosa, que justifique a Freud haber existido. La clínica psicoanalítica
debe ayudarnos a relativar la experiencia freudiana.

El psicoanálisis, ¿un tratamiento para enfermos mentales?


Raquel Capurro – 2016 – Revista Ñácate
Porque nos encontramos con ella en ciertos bordes, en determinados momentos
de los análisis, en vicisitudes de la transferencia. Porque volver a hablar de la
locura nos descentra de las nosografías psicopatológicas y nos permite abordar
las atipicidades, los desencadenamientos inesperados, abriendo la posibilidad de
trabajar más allá de los límites nosográficos.

Formuló la pregunta que consideraba radical, pues su respuesta sería indicativa


de la forma de posicionarse ante la locura: "¿aceptamos, sí o no, la existencia de
las enfermedades mentales?" Percibí en ese momento que el plural se disolvía y
me remitía, en forma tajante, a la originalidad de la posición que un analista
pretende sostener para con quien viene a su encuentro.

El loco como signo


Algunas intervenciones de Lacan localizadas en el año 1967 sea la de su forma de
situar, claramente, a la locura como un fenómeno que interroga al colectivo
humano, y que requiere, en esa dimensión muy precisa, de un análisis socio-
político.
La época hacía que esa consideración fuese insoslayable. En 1967 el mundo y
nuestros propios países se veían sacudidos por voluntades de cambio. Ese
cambio concernía a la distribución del poder, pero cuestionaba también las
elucubraciones de los saberes, sobre todo en el campo de las llamadas ciencias
sociales.
Henri Ey la califica como la tarea de un "civilizador". En los hospitales franceses, el
órgano-dinamismo impulsado por Ey habría cumplido esa función. ¿Cómo?
Situando al fenómeno de la locura como la enfermedad de la libertad humana, la
desorganización de la conciencia. El hombre civilizado, el médico, luchará, con
distintos medios en contra de la locura, por la libertad y por la conciencia. La
libertad será su bandera, su ideología, su arma.

El punto de acuerdo concierne a la articulación misma de la locura con la vida


humana: sí, la locura es un aspecto ineludible de lo humano. Pero Lacan excluye
situarla en términos de enfermedad mental, y dirigiéndose a quien así la
considera, revierte la posición enunciativa al indicar que allí está el lugar en donde
se presentifica para el hombre que se dice civilizado -el psiquiatra de la escuela de
Henri Ey- una verdad que le concierne.
“Lejos de que la locura sea la falla contingente a las fragilidades del organismo,
ella es la virtualidad permanente de una falla abierta en su esencia. Lejos de ser
-como opina Ey- un insulto a su libertad, ella es su fiel compañera, sigue su
movimiento como una sombra” (Lacan, Acerca de la causalidad psíquica).

Del yo puede desconocer: se desconoce en el decir del loco y en su loco decir y


esto concierne a quien más de cerca pretende tratarla.
“Es preciso hacer la historia de la otra forma de la locura por la cual, con el gesto
de la razón soberana capaz de encerrar al vecino, se comunican y reconocen a
través del lenguaje degradado de la no-locura. Sin duda hay diferentes formas de
responder y de ignorar a ese signo viviente que es el loco y su palabra” (Michel
Foucault, Prólogo de Historia de la locura en la época clásica)

Se trataría pues para Lacan de situar la cuestión más allá de la psiquiatría y de su


"anti", y de prestar atención a las nuevas estrategias del poder en el
reordenamiento de la vida social. ¿Qué trato recibe ahí la locura?
Del ordenamiento actual del mundo un efecto se impone: la segregación creciente
que se pone de manifiesto. Para solucionar los desequilibrios económicos de una
globalización padecida, las normas segregativas acentúan los desequilibrios
sociales: segregación de clases, de razas, de diversidades sexuales, de los
decires incomprensibles que empujan a menudo al lugar del desecho social. Ese
cauce in-humano de la segregación no es ajeno a las formas en que aparece hoy
la locura.
“Los progresos de la civilización universal se traducirán en una pràctica: la
segregación” (Lacan)

"Que en el interior del colectivo humano, el psicótico esencialmente se presenta


como un signo, un signo en impasse de aquello que legitima la referencia a la
libertad" (Lacan)
Un signo en impasse, que no pasa pues como tal, que no es recibido por la
colectividad a la que pertenece el hablante y que, además, en consecuencia, es
un signo sin retorno, que tampoco le significa nada para sí mismo al que lo
encarna.
No puede reducirse el análisis de esa in-significancia a los efectos del poder, más
bien hemos de considerar cómo estos se han de tramar con las estructuras de
significación de los saberes circulantes. En ellos ¿la subjetividad del loco, o más
aún, su existir no tienen otra cabida que la del lugar que ocupan en el registro que
la psiquiatría? Sirviéndonos del señalamiento de Michel Foucault acerca de que
todo poder implica una producción de saber que en algún lado dice una verdad, y
distingamos: ¿cuáles son los poderes que de algún modo producen la segregación
del loco? Pero, sobre todo, ¿bajo qué formas justificativas ciertos saberes
producen, históricamente, esa in-significancia de su palabra?

En la invención del psicoanálisis: impasse sobre la locura


El psicoanálisis se encontró implicado con la psiquiatría y la sexología de su
época.
Como lo han destacado los múltiples análisis de Michel Foucault, un lento
movimiento reacomodó durante los siglos XVIII y XIX a las sociedades que
emergieron del Antiguo Régimen. La caída de los soportes legales requirió de
nuevos saberes que vinieran a legitimar la nueva distribución de poderes.
Surge por este sesgo la figura del alienista y, en particular, del perito. Al separar
responsabilidad y locura, despojó al loco de su acto.
Ante la pobreza de medios en que la locura sume al otro, la nomenclatura se
presentó como herramienta privilegiada, la de al menos dar un nombre a la cosa.
Lacan rescata esa producción de saber mediante la cual el alienista cede el paso
al psiquiatra.

La razón gusta de las clasificaciones, aunque estas sean como aquellas de la


Enciclopedia china que cita Borges. La discriminación fenomenológica de distintas
formas de la alienación, de sus síntomas, operación mediante la cual la figura del
loco dio paso a la de los enfermos mentales, a la semiología de las enfermedades
mentales. Un saber sobre la locura como enfermedad sin sujeto, que dejó como
desecho al sujeto de la enunciación, al loco mismo como sujeto de su palabra.
¿Cómo se ubicó ante el loco el psicoanálisis naciente? ¿Cómo acogieron los
psicoanalistas ese signo viviente que es el loco?

Su invención significó también, y en primer lugar, una ruptura con la racionalidad


que sostenía la división entre los normales y los anormales, y con la naturaleza
misma del saber en juego.
Freud no dejaba de experimentar allí un importante bloqueo que entendió como un
obstáculo inherente al otro respecto a la transferencia. La teorización de ese
obstáculo se transformó en una franca objeción teórica al tratamiento de los
psicóticos mediante el análisis. Es decir, de qué modo la teorización de la
transferencia llevó a establecer esa línea de la segregación.
Ferenczi, Federn, Abraham y muy pronto Melanie Klein buscaron forjar nuevas
herramientas para instaurar con el llamado psicótico algún juego de lenguaje
posible, ya que de eso se trataba para que el signo dejase de estar en impasse.
El loco como enfermo mental fue, a partir de entonces, un signo codificado por la
psiquiatría, y en impasse de tratamiento posible para el psicoanálisis: se quería
entender su modo de funcionamiento, sin encontrar cómo funcionar con él. Los
saberes que abrían camino también hacían obstáculo.
Se trata para el psicoanálisis de discernir los peajes que Freud pagó a su época.
¿Cuál es la respuesta pertinente de un psicoanalista a alguien llamado (por otro
saber) un enfermo mental y que a veces, incluso, se presenta bajo ese nombre,
por ejemplo, "el esquizo", como escribe Louis Wolfson de sí mismo?
Desafíos en el impasse actual
En 1967 Lacan considera que el psicoanálisis está atravesando una crisis: la de
una instalación en connivencia con ciertos poderos, que le asignan con
beneplácito cierto lugar social. Preguntas: “El psicoanálisis, ¿Es pura y
simplemente una terapéutica? ¿Un medicamento? El psicoanálisis no es en
absoluto eso. Y habría que confesar que si fuese eso, uno se preguntaría
verdaderamente por qué sería eso lo que uno se impondría ya que de todos los
emplastos este es uno de los más fastidiosos de soportar.” (Lacan)
Su lugar se revela como el de una atopía. El psicoanálisis, para sostener su
especificidad, ha de "conservar una posición muy suya que llamé a veces con el
nombre que merece, extra-territorial" (Lacan).
El saber de las sustancias
Las clasificaciones del DSM buscan globalizar, estandarizar, universalizar, pasar
el rasero a la diversidad mediante un afinado instrumento de una clínica ordenada
a una terapéutica gobernada prioritariamente por el saber de las sustancias. Se
perfila, además, otro saber, el de la genética. Sueño humano de eliminar la locura,
su fiel compañera.
Hoy asistimos a una cierta euforia de la psiquiatría llamada biológica,
circunstancial triunfo de un encare predominantemente pragmático y
medicamentoso en el trato de la llamada enfermedad mental. La teriaca, o sea el
justo uso de una sustancia para que sus efectos sean benéficos y no venenosos,
llega de manos de la bioquímica, como el ofrecimiento que la vía médica, llamada
científica, ofrece hoy al trato de la locura.
El impasse del signo viviente, que es tal y cual loco, tal y cual de los llamados
enfermos mentales, persiste e insiste para esta perspectiva de la psiquiatría, el
punto a tratar no es para ella la subjetividad del loco sino su enfermedad mental.
Para el médico así posicionado la medicina recubre el tratamiento de la locura.
Sin duda esto exige del psicoanálisis revisar su propia situación y situar
vigorosamente su propuesta, su posición, ante los llamados enfermos mentales.
Esfuerzo permanente por situar la subjetividad del llamado psicótico en su
particularidad, sí, pero antes que nada como alguien a quien lo aqueja algo que ha
de ser pensado en la teorización unitaria de una práctica que concierne la relación
de cualquier sujeto, hablante, con los motores de su vida erótica.
Mediante la plasticidad del método analítico, pudieran sus practicantes generar
otra acogida a diversas subjetividades.16 En esa compleja tarea de abrir un
camino al decir de la locura, dos aspectos ligados entre sí particularizan -a mi
parecer- el camino abierto por Lacan en esos textos de 1967. Da lugar a la palabra
de un sujeto, para buscar con él, en el espacio común, las posibles vías para tratar
la extrema singularidad de la experiencia que se acepta compartir.
El primer aspecto concierne a cierta posición subjetiva respecto al saber mismo.
Posición paradójica, pues se trata de poder no saber. En una conferencia reciente
Jean Allouch señalaba, como rasgo común identificatorio (einziger Zug) entre
Lacan y Freud, una peculiar manera de dejar de lado, en la escucha del otro, al
saber que construían.
“Sabía no saber, sabía no saber lo que Lacan pensaba. Sabía justamente cuando
eso se imponía, despreocuparse de Lacan.” (Allouch)
En el encuentro con el loco Lacan subraya la aparición de la angustia, y con la
angustia, en su horizonte, el objeto faltante. El objeto a. En la Apertura de la
sección clínica19 Lacan insiste en que la erótica del psicótico también está regida
por dicho objeto.
“El hecho que se borren las fronteras, las jerarquías, los grados, las funciones
reales y otras, aunque sea bajo formas atenuadas, toma cada vez más otro
sentido: el de someterse a las transformaciones de la ciencia que cada vez
domina más nuestra vida cotidiana y hasta la incidencia de nuestros objetos a. No
puedo quedarme en eso ahora pero si, de ese progreso de la ciencia hay un fruto
tangible y cotidiano que pueden palpar cada día es que los objetos a cabalgan por
cualquier lado, aislados, solos y siempre prestos a captarnos en la primera vuelta.
No hago alusión a nada que no sea la existencia de los medios de masas, es decir
esas miradas errantes esas voces alocadas de las que se verán cada vez más
rodeados, como de un destino natural- sin que tengan otro soporte que aquello
que interesa al sujeto de la ciencia que las vuelca en vuestros ojos y oídos.”
(Lacan, Breve discurso a los psiquiatras).
ante las voces que el otro "escucha", ante esa transferencia que soporta muchas
veces como abrumadora intrusión, ¿cuál es la posición requerida al analista?:
“La finalidad de mi enseñanza sería la de hacer psicoanalistas a la altura de esa
función que se llama el sujeto, porque sólo a partir de allí, sólo desde ese punto de
vista se ve bien de lo que se trata cuando de psicosis se trata”.
La posición ante el saber no-saber y la manera de percibir la función de la
angustia determinan la posición del analista. Hay aquí como una división de
aguas: Lacan opone esa posición a lo que llama "pendiente psiquiátrica" y que
describe como
“las murallas, las nuevas murallas que colocan al otro mucho más como un objeto
de estudio que como punto de interrogación respecto a un sujeto y de lo que sitúa
a ese sujeto respecto a lo que calificamos como objeto extraño, parásito, la voz.”
En el seminario La angustia Lacan señala que el analista debe elevar su mira para
poder sortear la tentación de aplicar un saber y dejarse en libertad para que, en el
encuentro con el otro, de modo artesanal, algo nuevo se produzca. ¿La novedad
que aporta el psicoanálisis? ¿No será para el psicótico, como para cualquier
hablante, el constatar que la experiencia analítica no está en primer lugar
ordenada a sanarlo de su enfermedad, sino a permitirle acceder a cierta verdad de
su subjetividad? ¿A una subjetivación nueva?
“¿Estaremos a la altura de aquello que, por la subversión freudiana, estamos
llamados a sostener, el ser-para-elsexo?”
Señalemos el sutil juego al que Lacan llama a continuación: el de discernir la
relación del sujeto con el objeto, como forma de no caer en la impotencia clínica,
que operaría un nuevo encierro de la subjetividad del llamado psicótico en alguna
de las caracterizaciones nosológicas que parecen ordenar y tranquilizar al
pensamiento sobre la locura. No deja de abrirse aquí una disyunción: una de dos,
o bien prima la relación del sujeto al objeto en su particularidad erótica y se
perturba lo que un buen neologismo dio en llamar "pernepsi",22 o se diluye la
singularidad de esa conexión en un neo-saber esencializante sobre las estructuras
psicopatológicas al modo como cierta doxa lacaniana ha intentado validar.

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