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“Es menester, tanto como es en sí, hacer a la ciencia ocular”. Se instaura poco a
poco la soberanía de la mirada. Ojo que sabe y que decide, ojo que rige.
“La enfermedad debe ser considerada como un todo indivisible desde sus
inicios hasta su terminación, un conjunto regular de síntomas característicos y
una sucesión de períodos”. No se trata de dar con qué reconocer la
enfermedad, sino restituir, a nivel de las palabras, una historia que cubre a su
ser total. El ser no se deja ver en manifestaciones sintomáticas sin ofrecerse al
dominio de un lenguaje que es la palabra misma de las cosas. No hay
enfermedad sino en el elemento de lo visible, y por consiguiente de lo
enunciable.
La clínica pone en juego la relación del acto perceptivo y del elemento del
lenguaje. El orden de la verdad forma una cosa con el del lenguaje, porque el
uno y el otro devuelven en su forma necesaria y enunciable, es decir
discursiva, el tiempo. La historia de las enfermedades toma ahora su
dimensión cronológica. El curso del tiempo ocupa, en la estructura de este
nuevo saber, el papel desempeñado en la medicina clasificadora por el espacio
plano del cuadro nosológico.
La oposición entre la naturaleza y el tiempo, entre lo que se manifiesta y lo
que se enuncia ha desaparecido; desaparecida, también la división entre la
esencia de la enfermedad, sus síntomas y sus signos.
1. Un progreso interno
2. Un aumento de autoridad
3. El efecto universal de nuestro trabajo
Tocar algunos campos en el que tenemos cosas nuevas para aprender, sobre
todo el del simbolismo en el sueño y en lo icc. La interpretación de los sueños
aguarda importante complementos del estudio de los símbolos.
¿En qué medida debe consentirse alguna satisfacción durante la cura a las
pulsiones combatidas en el enfermo, y qué diferencia importa para ello el hecho de
que esas pulsiones sean de naturaleza activa (sádica) o pasiva (masoquista)?
Se dio una extraordinaria multiplicación de las neurosis desde que las religiones
entraron en decadencia. Una de las principales causas de ese estado sea el
empobrecimiento del yo por el gran gasto de represión que la cultura exige de todo
individuo.
Como se piensa que la sugestión lo puede todo, nuestros éxitos serían entonces
éxitos de la sugestión y no del psicoanálisis. Sin embargo, la sugestión de la
sociedad solicita hoy para los neuróticos las curas de aguas, dietéticas y
eléctricas, sin que estos recursos logren doblegar a las neurosis. Ya podremos
comprobar si los tratamientos psicoanalíticos son capaces de conseguir algo más.
Ahora reemplacen el individuo enfermo por la sociedad entera, afectada por las
neurosis y compuesta por personas sanas y enfermas. El éxito que la terapia es
capaz de alcanzar en el individuo tiene que producirse también en la masa.
Muchísimos seres humanos, ante conflictos vitales cuya solución se les volvió
demasiado difícil, se han refugiado en la neurosis, obteniendo así una ganancia de
la enfermedad, ganancia inequívoca, si bien harto costosa a la larga. ¿Qué se
verían precisados a hacer si los indiscretos esclarecimientos del psicoanálisis les
bloquearan el refugio en la enfermedad? Deberían ser honestos, confesar las
pulsiones que se pusieron en movimiento en su interior y arrastrar el conflicto;
deberían combatir o renunciar, y en su auxilio acudiría la tolerancia de la sociedad,
ineludible resultado del esclarecimiento psicoanalítico.