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SEMANA 1

MÓDULO 1

UNIDAD II
2. PRINCIPALES LÍNEAS ACERCA DEL FUNDAMENTO DE LA MORAL

Como ya vimos, el fenómeno de la moralidad es connatural al hombre a lo largo


de su devenir histórico. Y tal fenómeno se manifiesta principalmente en juicios
de aprobación o censura sobre la conducta libre del hombre. Dicho juicio puede
ser realizado tanto en forma previa como posterior al acto en cuestión. Además,
una persona puede juzgar su propia conducta como asimismo juzgar la conducta
ajena.

Tampoco es ajeno a nuestra experiencia vital el que la conducta de los otros


pueda ser juzgada moralmente; en la intimidad de nuestra conciencia hasta en
pública exposición.

Hasta aquí, nos limitamos a verificar el hecho del juicio moral sobre las conductas
propias y ajenas. Pero, cuando yo me juzgo a mi mismo o cuando participo en
una discusión acerca de la conducta de otro...

¿En virtud de qué criterio, pauta, o principio me baso para fundamentar mi juicio?

¿Cómo obtengo los principios que fundamentan el juicio moral?

Con estas cuestiones ingresamos de lleno en el tema del fundamento de la


moral.

Es un hecho que todos decimos que determinadas conductas son buenas y que
otras, en cambio, son malas. El asunto a develar es POR QUÉ, CON QUÉ
FUNDAMENTOS, decimos que son buenas o malas.

Precisemos un poco más la cuestión acerca del fundamento de la moral en dos


preguntas:

¿Existe un bien moral objetivo capaz de servir de fundamento a los preceptos


morales?

En caso afirmativo: ¿de qué modo podemos conocer ese bien moral objetivo?,

El pensamiento humano ha formulado las más diversas respuestas a estos


interrogantes a lo largo de la historia. En la Unidad que estamos estudiando
hemos seleccionado entre las principales, tres grandes «direcciones»
doctrinarias.

2.1. DIRECCIÓN SOCIOLÓGICO POSITIVISTA

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Vamos a encontrar un antecedente de la moderna concepción «sociológico-


positivista» en los antiguos pensadores escépticos. En todas las épocas se ha
verificado la existencia de actitudes, más que doctrinas, de corte escéptico,
respecto de la capacidad de la razón para conocer y formular reglas de conducta
de validez universal. Dicha actitud se manifiesta cíclicamente en todas las
culturas Recurra a Leclercq (52/57) y de la lectura del texto.

EL POSITIVISMO SOCIOLÓGICO

Continuamos con la exposición de Leclercq desde la página 57 hasta la 62.


Encontramos tres hitos en esta escuela:

1. La fundación del positivismo por Augusto Comte.

2. La recepción del positivismo en la Ciencia Moral (Levy-Brühl) entendida como


"ciencia de las costumbres".

3. La Sociología absorbe la Ciencia Moral (Durkheim).

2.2. DIRECCIÓN UTILITARISTA. LAS MORALES EMPÍRICAS

Luego de estudiar la posición precedente que niega la existencia de un bien


moral objetivo y, por ende, de reglas morales permanentes, vamos a ver dos
doctrinas o mejor dicho, dos líneas doctrinarias, que dan una respuesta positiva,
en cuenta a la existencia de dicho bien. No obstante, las diferencias radicarán
en la fundamentación de los respectivos sistemas.

La línea doctrinaria que vemos en este punto del programa, el utilitarismo, está
clasificada dentro de las morales empíricas, en tanto que la del realismo moral,
lo está entre las racionales.

¿Qué significa una «moral empírica»?

Sabemos que en griego «empireia» significa "experiencia". Calificamos como


empírica a una doctrina moral que obtiene sus principios y, por ende, basa sus
conclusiones, solamente en los datos aportados por la experiencia sensible del
hombre. Es importante recalcar que para esta posición la experiencia sensible,
a la que la persona accede por sus sentidos externos, es la única fuente de
conocimiento de la realidad y a la vez el límite de la reflexión científica: todo
aquello que no es susceptible de verificación positiva (empírica) no puede ser
objeto de ciencia.

Integran las morales empíricas las morales altruistas y las morales de la


espontaneidad pero, no obstante, aquí nos limitaremos a estudiar las morales
utilitarias.

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2.3. LAS MORALES RACIONALES

Dirección del realismo moral

«Las morales racionales buscan su fundamento, no en un hecho de experiencia,


sino en un principio racional», enseña Leclercq (op. cit. pág. 128). Dicho principio
supone el reconocimiento de que existe una realidad externa que incluye al
hombre, a la que necesariamente debe atenerse y de la que el espíritu debe
extraer -racionalmente, claro está-, los principios con arreglo a los cuales debe
desenvolver su conducta.

En esta categoría agrupamos a la moral de Kant, las morales monistas y la moral


cristiana, que estudiaremos bajo la denominación filosófica de «realismo moral».

El realismo moral

Para esta dirección doctrinaria, que identificamos con los lineamientos generales
de la moral cristiana, el objeto de la Filosofía Moral o Deontología consiste ....

Recurrimos entonces a Leclercq, a partir de la pág. 205, donde realiza el


«enfoque» de la cuestión del fundamento de la moral.

EL BIEN MORAL

Hasta aquí se viene desarrollando el tema del bien en general. ¿A partir de qué
dato se comienza a especificar el bien como moral?

Este dato es el de la libertad del hombre

Recurrimos a Leclercq desde la pág. 246 a 249.

Luego, a modo de colofón, el autor realiza la caracterización de bien moral desde


la pág. 266 hasta la 269.

2.4. APORTES Y CRÍTICAS DE LAS DOCTRINAS. PUNTOS EN QUE ESTÁN


DE ACUERDO

Durante la exposición del autor que consultamos como bibliografía fundamental


fueron realizados comentarios relacionando las diversas direcciones. Es ahora
donde los tendremos presente.

Entre las páginas 194 y 202 Leclercq expone al respecto las coincidencias que
se verifican en la historia entre las morales positivas; es decir, entre las morales
vigentes en un determinado lugar y tiempo histórico.

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En tal sentido, se enfatiza el «redescubrimiento» del «sentido moral» que la


filosofía escolástica denominó sindéresis (etimológicamente significa
«comprensión»). Esto último será tratado con mayor extensión en el punto 3.1.

En el próximo punto intentaremos un resumen de los contenidos de esta Unidad,


con aportes de otros autores; lo que, de ninguna manera debe hacer obviar la
lectura y comprensión de la obra de Leclercq.

2.5. RESUMEN DE LOS CONTENIDOS DE LA UNIDAD II

La cuestión del fundamento de la deontología

La pregunta acerca del fundamento de la Deontología, esto es, cuál es la razón


por la que determinada conducta es moral (o buena) y por lo tanto merece
nuestra aprobación o, por el contrario, es inmoral (o mala) y se hace acreedora
de nuestra censura, hace a una cuestión esencial de nuestra Ciencia y,
ciertamente, la más debatida.

Siguiendo las enseñanzas de Jacques Leclercq (Las Grandes Líneas de la


Filosofía Moral, Ed. Gredos, Madrid, 3ª ed.), vamos a exponer, en apretada
síntesis, tres de las principales posturas acerca del fundamento de la Moral.

a. Negación de la regla moral

Esta actitud, que básicamente consiste en el desconocimiento de la existencia


de normas morales objetivas, susceptibles de ser expuestas racionalmente, es
considerada por Leclercq un elemento permanente de la Filosofía Moral, que
suele darse en civilizaciones envejecidas luego del auge de un periodo
racionalista. Así, por ejemplo se verificó en China, en la India, en Grecia y, a
juzgar por la vigencia con que cuenta en la actualidad, podemos inferir que se
trata de una actitud propiadel periodo histórico que nos toca vivir.

En Occidente la actitud negatoria de la existencia de una regla moral tiene como


ilustre antecedente el de los escépticos griegos, continuándose en la Modernidad
bajo la genérica denominación de «relativismo». Y éste, más que en un sistema
filosófico, consiste en una actitud que «impregna profundamente todo el
pensamiento y la literatura contemporáneos», al decir de Leclercq.

Para esta actitud intelectual, las cosas no tienen un valor objetivo: su valor lo
crean las circunstancias, los intereses, la consideración social. Como reza el
aforismo popular: «en este mundo traidor nada es verdad ni mentira, todo es
cuestión del color del cristal con que se mira».

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La dirección Positivista-Sociológica, cuyos orígenes modernos se remontan a


Augusto Comte, parte del principio fundamental de atenerse solo a los «hechos»;
considerando tales, solamente a los susceptibles de ser captados por los
sentidos y capaces de ser sometidos a una verificación cuantitativa. Los demás
hechos son reducidos a los anteriores o sencillamente negados.

El Positivismo "comteano", partiendo del hecho así entendido, encuentra "lo


diverso en las culturas en lo que respecta a la moralidad y pone el énfasis en
tales diferencias. Se le resta valor, en cambios a lo que las morales positivas
tienen en común. Se infiriere que no existe una naturaleza humana uniforme, de
allí que no hay principios o reglas de obrar aplicables y exigibles a todos.

Levy-Bruhl (1857-1939), en ésta dirección, publicó «La moral y la Ciencia de las


Costumbres» donde manifiesta que la eticidad es un conjunto de normas y
valores concretos que pertenecen de modo natural a cada situación histórica y a
cada grupo social. «La moral, pues, no es absoluta, sino relativa, ya que tiene un
ámbito, un "milieu", determinado y especifico y sólo dentro de él se constituye
como absoluta eticidad...»

Emile Durkheim (1858-1917) por su parte pone el énfasis en lo sociológico: el


hecho moral es puramente social. «Los hechos sociales no pueden reducirse a
los individuales puesto que hay modos de pensar, de actuar, de sentir, externos
al individuo. Lo definitorio es, pues, la presión o coacción social de los fenómenos
sociales colectivos cuyas raíces son las creencias y las prácticas del grupo
social. Los individuos las ejecutan repetidamente y sin saber...»

Jacques Maritain (Lecciones Fundamentales de la Filosofía Moral) explica la


postura positivista como una reacción al esquema kantiano, donde existe una
escisión total entre el mundo de la moralidad y el mundo de la naturaleza; el bien
moral en consecuencia no tiene fundamento en la realidad extramental sino en
la universalidad de la «razón pura práctica», de la cual debe ser deducido el
contenido de la moral.

Se ha criticado como inconsistente al Positivismo Sociológico en razón de que


un auténtico análisis descriptivo de la realidad revela la existencia el «hecho
moral» con carácter imperativo sobre las conciencias. El ser racional, entonces,
debe preguntarse acerca del valor de esta experiencia y si ésta responde a una
realidad. «Pero mientras que para nosotros el hecho moral suscita el problema
moral, los positivistas se niegan a estudiarlo. Y así parecen poco coherentes con
sus propias posturas puesto que el problema moral es también un hecho»
(Leclercq, op. cit.)

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A su turno, Maritain (op. cit.) refuta la postura en estudio del siguiente modo:
«...el sociologismo se destruye a si mismo en cuanto que ninguna sociedad
puede vivir

sin una cierta base común de convicciones morales... Cuando los miembros de
las sociedades hayan sido suficientemente ilustrados (por el Positivismo
Sociológico) para tomar conciencia de estas «verdades científicas», en ese
momento se volverán conscientes de la total relatividad y de la total falta de
objetividad racional de toda convicción moral, de suerte que en ese momento
una de las condiciones indispensables para la vida social se habrá desvanecido.
En otros términos, el Sociologismo habrá destruido su propio objeto».

Dirección utilitarista

A diferencia de las posturas negatorias de la existencia de una regla moral, las


doctrinas englobadas dentro de la dirección utilitarista buscan algún principio
regulador de la acción, siendo el denominador común de estas doctrinas,
frecuentemente unidas a concepciones materialistas, el principio de utilidad.

La más elemental y a la vez antigua manifestación de este principio es la moral


del placer, entendido en ocasiones como placer sensible; tal la doctrina griega
del hedonismo, encaminada a fundar la regla del obrar humano en el goce de lo
inmediato.

No obstante, no todas las manifestaciones de esta dirección del pensamiento


son tan poco refinadas y tan sencillas. Una importante tradición que se remonta
a Epicuro identifica al placer espiritual, «el placer en reposo» como el más
intenso, iniciando una búsqueda de la calidad del placer pero entendiendo que
todos, en última instancia, son reducibles a sensaciones.

Esta corriente de pensamiento entra en la Edad Media en una especie de letargo


en virtud de la influencia predominante del Cristianismo, siendo «redescubierta»
en el siglo XVI a través de la reivindicación de la Filosofía de Epicuro efectuada
por el francés Gassendi. No obstante, al decir de Leclercq, la patria del moderno
utilitarismo es por excelencia, Inglaterra. «Existe, al parecer, una
correspondencia espontánea entre el espíritu utilitario y el genio inglés».

«Toda la atmósfera social de la isla -continúa Leclercq- diríase impregnada de


utilitarismo. No bien desembarcamos, nos sentimos ganados por un espíritu de
limpieza moral y de cordialidad que no se inspiran en un motivo más elevado que
el interés bien entendido»... «esta convicción de que el respeto de las exigencias
de la regla moral «...constituye la condición de la felicidad de todos y de cada
uno, se transparenta a cada momento en mil detalles de la vida.» «Moral ésta

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que no es muy elevada,...que se compagina con algunas formas a veces muy


pronunciadas de cinismo -el inglés, en ciertas circunstancias, no se recatará de
obrar con una inmoralidad brutal, cuando así lo exija un interés suficientemente
grave-, pero que, en la vida corriente, confiere a la vida pública una atmósfera
netamente superior a la de otros pueblos...»

Es el inglés Jeremías Bentham (1738-1832) el que formula con mayor


consistencia la doctrina utilitarista, obteniendo una trascendencia que domina el
siglo XIX desde el Imperio Británico.

Bentham parte de la premisa de que la naturaleza ha puesto al hombre ante el


placer y el dolor, de allí que la primera regla moral es buscar el placer y evitar el
dolor (la regla del interés). El fundamento de esta regla es el egoísmo, el cual es
perfectamente compatible con el altruismo, en virtud de que el acto de ayuda al
prójimo reporta placer por la autoestima que produce. Si cada hombre obtuviera
el máximo de utilidad personal, la humanidad llegaría a la suprema felicidad. Del
mismo modo el egoísmo, bien entendido, se compatibiliza con las exigencias de
una convivencia armónica con los demás; así «un acto inmoral es un falso
cálculo de utilidad personal»

La función de la Ciencia Moral, en consecuencia, es establecer las reglas de


estimación del placer. Bentham llegó a sistematizar una «aritmética moral» como
criterio de conducción en la vida: lo útil es lo que aumenta el placer y disminuye
el dolor; todo el problema moral consiste en aumentar el placer y disminuir el
dolor.

Al sistema de Bentham se aplican directamente los reproches que Levy-Bruhl


dirige a las morales tradicionales -escribe Leclercq- «...que... se enrolan todas
en la práctica en las morales corrientes de su medio social». Es que Bentham no
piensa en discutir la moral práctica admitida en su tiempo, siendo, en ese sentido,
un pre-positivista, puesto que no se plantea a fondo el tema del fundamento de
la regla moral.

Finalmente, el utilitarismo no logra conciliar con fundamento el egoísmo con el


altruismo y, en el plano social, el interés individual con el interés general. «El
utilitarismo puede llevarnos a prestar servicios a nuestros semejantes en la
medida en que encontramos en este servicio nuestro interés,... El utilitarista hará
sin duda algunos pequeños sacrificios, cuando estos pueden granjearle una
simpatía cuyas ventajas sobrepasan los inconvenientes en que consiente; pero
el utilitarista no se entrega... jamás se convencerá a nadie de que deba dejarse
matar por la patria únicamente por interés...» (Leclercq, op. cit.)

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Finalmente debemos concluir que el utilitarismo es insuficiente para explicar el


amor o el sacrificio ambos problemas centrales de la Deontología.

EL REALISMO FILOSÓFICO

OBJETO DE LA FILOSOFÍA MORAL O DEONTOLOGÍA: consiste


esencialmente en buscar o proponer una regla de acción que permita realizar al
hombre (algo difícil de precisar) que llamamos «bien», su bien, mediante el cual
realiza su perfección y alcanza su felicidad. El eje de la discusión de la Filosofía
Moral es el problema del bien.

EL BIEN EN GENERAL: debemos consignar, en primer lugar, que el juicio de


bien y de mal no se aplica solamente a los actos humanos: se aplica a todas las
cosas. Así, calificamos a un lápiz, a un perro, a una piedra, a un alimento, a una
sombra, etc. como buenos o malos.

Observemos que el calificativo depende del fin que le asignamos o que cumple
esa cosa. Hasta tal punto es importante la referencia al fin, que sería imposible
calificar cualquier cosa si ignoramos para que sirve (es decir, si ignoramos su
finalidad). En consecuencia, un juicio de bien implica un juicio de finalidad.

Asimismo podemos advertir que una cosa realiza o cumple en mayor o menor
medida con su finalidad. Y a aquella que la cumple totalmente la consideramos
perfecta. Es decir, que se da una gradación o jerarquía de bien en función de
que la cosa cumpla en mayor o menor medida con su finalidad.

Por ejemplo; vamos a calificar un caballo en función de la finalidad a la que está


destinado. (Porque esta puede ser diversa: el tiro, la carrera, el salto, el polo, el
trabajo, etc.). Consideremos, por ejemplo: un equino en su aptitud para el trabajo
del campo (es decir, para cumplir con tal finalidad, que requiere de suyo
condiciones distintas de las demás). En tal sentido, calificamos al de nuestro
ejemplo, como bueno. Pero tenemos otro que es mejor (siempre en relación con
el fin perseguido). Y el vecino tiene otro que calificamos como perfecto (realiza
perfectamente bien su tarea, cumple totalmente con su finalidad). Con ello
demostramos que existe una gradación o jerarquía de bien.

Debe tenerse presente que conocer el fin de una cosa implica conocer su
naturaleza, entendiendo por tal «el conjunto de caracteres que determina un ser
en sí mismo, de suerte que, si le faltare uno de esos caracteres, cesaría de ser
el mismo ser; son, pues, estos, los caracteres necesarios del ser, lo que en el
lenguaje de la filosofía tradicional se llama esencia.» (Leclercq, op. cit., pág.
211). En consonancia, Jolivet enseña que el fin y el bien son una misma cosa; el
fin y el bien de un ser son función de su naturaleza.

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Tengamos presente ahora que todo ser, en la medida que es, realiza bien aún
con deficiencias. Es decir, aun cuando un determinado ser sea imperfecto,
realiza, al menos su propia esencia (si no, sería otra cosa), aún que sea en
mínima medida. Y en esa mínima medida entonces realiza su propia perfección.
En consecuencia, todo ser, considerado en sí mismo es bueno.

La Filosofía Tradicional distingue entre el bien honesto (el bien propio del ser
considerado en sí) y el bien útil (que se predica de un ser subordinado a otro; por
ejemplo, cuando mencionamos «un buen lápiz», «un buen caballo», lo hacemos,
no considerando estos seres en sí mismos, sino en función de la utilidad que a
nosotros nos reportan. Estos seres, subordinados a nuestros propios fines, son
calificados como buenos o malos en función de la utilidad que nos deparan y no
considerados en sí mismos.

En cambio, no existe el mal en sí mismo. El mal es un desorden; radica en la


ausencia de un elemento que debería estar o presencia de un elemento que no
debería estar o en la falta de proporción entre varios elementos.

Bien ontológico

Es el del ser considerado en sí mismo. Todos los seres tienen una finalidad que
les es propia, que deviene de su propia esencia. Tienen en consecuencia un bien
objetivo. Es decir, que existe como bien en la realidad, con independencia de la
intervención de nuestra subjetividad.

Bien moral

Solo podemos hablar de bien moral respecto del ser racional puesto que aquel
no es otra cosa distinta del bien ontológico, pero realizado libre y reflexivamente.

Veamos la relación existente, en la autorizada palabra del filósofo Georges


Kalinowski: «Como el de todo ente, el bien ontológico del hombre es su propio
ser, más precisamente la existencia actual de la plenitud de su naturaleza
humana definida por su esencia... Pero si el bien ontológico, cuando se trata de
un ente privado de razón, sigue siendo eso que es (bien ontológico), en el
hombre se transforma en un bien moral.

El bien moral tiene una particular trascendencia puesto que, al ser el objeto
propio de la acción libre del hombre, es la fuente de los valores propiamente
humanos: «todo el valor propiamente humano del hombre radica en el uso que
hace de su libre albedrío» (Leclercq).

Bien y felicidad

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El deseo de felicidad es «primario, fundamental, instintivo.» Aristóteles (cit. por


Leclercq) consideraba que «Preguntar a uno por que quiere gozar constituye una
pregunta que no se plantea, pues el goce es una de las cosas que se buscan por
sí mismas.»

No obstante, no debe confundirse bien con felicidad. Esta es «el estado subjetivo
del hombre que ha alcanzado su fin.» «Es el estado que colma todo deseo» (Sto.
Tomás).

Solo el bien es fin; la felicidad es un resultado en el espíritu. Esta es subjetiva;


aquel es objetivo.

DEONTOLOGÍA Y OBLIGACIÓN

El deber, que muchas veces ha sido considerado el aspecto prioritario de la


Ciencia Moral, es en realidad un aspecto secundario y subordinado. Es que la
obligación moral o deber tiene como fundamento el orden esencial de las cosas,
en virtud del cual existe una conexión necesaria entre tal o cual acto y el bien. El
deber aparece en todo acto moral en dependencia del bien.

Síntesis de la doctrina del realismo

La noción fundamental y esencial de la Deontología es la de bien. La Moral, como


ciencia del deber ser, o Deontología, es la ciencia del bien del hombre.

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