Está en la página 1de 2

Juliana Jerez Noriega

Reflexión sobre el diario de campo de la cuarentena:


La situación en la que actualmente nos encontramos como humanidad nos ha hecho
replantearnos y preguntarnos con mayor fuerza que antes, ¿cómo funciona el mundo?, ¿cómo
funciona el poder?, ¿Cómo sobrevivimos como humanidad?, ¿cómo nos adaptamos? Y la
manera como estamos actuando, no solo como individuos sino como comunidad, está
generando grandes cambios a futuro y está dejando en evidencias ciertas normas o formas de
vida que anteriormente habíamos tratado de ignorar.
Por mi parte, el hecho de durar tanto tiempo confinada en mi propio hogar (lugar de
protección) comenzó a darme la sensación de desconexión con el mundo exterior, ya que toda
la interacción que estoy teniendo con el afuera, está mediada por un dispositivo, así como
toda la información. Ver la situación en la que nos encontramos a través de una pantalla
siempre es menos grave que salir y vivirla; siempre podemos cambiar el canal, cerrar el
Twitter, dejar de leer el artículo, además que, gracias a control de las comunicaciones y
herramientas utilizadas para vigilarnos y manipularnos, las plataformas de las que
disponemos se aseguran de mostrarnos más de aquello que queremos ver y de lo que el
sistema nos quiere mostrar, en un intento de mantenernos atrapados en ese entramado de
opciones de consumo y de entretenimiento, de mantenernos la mayoría de las horas posibles
reflejando nuestra identidad en las interacciones que hacemos y voluntariamente siendo más
accesibles y predecibles de lo que quisiéramos ser.
Así que el diario de campo que quisimos realizar con mis compañeras fue como un trabajo de
intentar conectar con la realidad y poder verla y sentirla desde el cuerpo propio. Para mí, el
ver a mis compañeras viviendo la misma situación que yo, durando 2 horas para entrar a un
mercado, con las calles solas, y vestidas como un cirujano, con sacos grandes, mascarillas,
guantes y cabello recogido, me hizo considerar cómo la concepción del cuerpo y las acciones
diarias que hacemos están cambiando para inmunizarnos frente a esta pandemia.
Al salir pude notar la individualización de mi comunidad, mis vecinos ahora eran posibles
enemigos, incluso yo, al llegar a mi casa ya era una posible amenaza. En una época en la que
el nacionalismo nos había impuesto la idea de que el extranjero era el problema, marcando
una frontera gigantesca contra todo el que desestabilizara la comunidad de derecho que era
nuestra única protección, ahora resulta que la comunidad de derecho es el extranjero, que
todo el que está fuera de nosotros mismos, es el enemigo.
Esta pandemia también nos ha mostrado la parte más cruda de nuestro sistema económico y
político, una parte que normalmente intentamos ignorar, en la que, si no eres
económicamente estable, no puedes parar de producir ni siquiera un mes, no te puedes
detener; si no trabajas, no comes. Mientras que hay otras personas que aun siendo regidas por
el mismo sistema tienen el poder de no trabajar y seguir su estilo de vida normal, tienen el
poder de quedarse en casa, no tienen la necesidad de salir, las aplicaciones les llevan el
mercado a la casa, el entretenimiento está ahí, disponible, con solo apretar un botón, el
estudio y las reuniones son por medio de una pantalla, los pagos se realizan de manera
virtual, en conclusión, ellos están inmunizados, el resto no. Y la sociedad hoy en día ha
creado toda esta estructura de asilamiento del cuerpo material y predominación del cuerpo
virtual, precisamente como medida de control; ese es el ideal humano en nuestros tiempos de
pandemia, el ser sin rostro, pero con alcance político, social e intelectual, el ser no corpóreo,
que puede vivir con un perfil en una aplicación, un nombre y número de cuenta.
El encuentro con el exterior también me hizo reflexionar sobre el rompimiento entre miedo y
angustia en nuestra comunidad, cómo todos dejamos de sentirnos “en nuestra propia casa” y
la seguridad que ésta nos proporciona. No solo físicamente sino psicológicamente, se han
roto los hábitos que nos mantenían en nuestra zona de confort y nos ayudaban a hacerle frente
a nuestra angustia inherente a la vida. Hace poco ví un video de un muchacho en el que
explicaba que este sentimiento de inestabilidad se debía en gran medida a que como
humanos, constantemente nos estamos contando historias, relatos o ideas sobre cómo será el
futuro, pero en una situación como ésta, esos relatos se destruyen y no somos capaces de
imaginar, porque todo es incierto, no podemos suponer cómo será el mundo en los próximos
5 años, ni siquiera en los próximos meses y eso nos genera tal desestabilidad y
desorientación, por lo que, diría yo, todos nos hemos vuelto “extranjeros” en nuestra propia
casa, ya que al cambiar el modo de llevar la vida hemos roto las fronteras que nos protegían o
por lo menos las hemos hecho más pequeñas e inestables.
En esta alteración de la vida hemos intentado adaptarnos a las circunstancias y como diría el
postfordismo, nos hemos vuelto más cínicos y oportunistas. Estamos en una era en la que la
acción comunicativa y el general intellect, lo son todo, en la que la vida se está llevando a
cabo a través de trabajos intelectuales y estimulación del pensamiento, el entretenimiento, la
filosofía, etc. El capitalismo postfordista ha mostrado su verdadera victoria de la mano de
esta crisis, ha tomado más fuerza y ha sabido adaptarse para que la producción no se detenga,
incluso en medio de una pandemia.
Otro de las reflexiones que me surgieron a partir de mi experiencia y de la de mis compañeras
con el exterior, fue el relacionar esta situación con la idea que me había surgido en clases
anteriores sobre el cuerpo público, una idea que pensé en un momento en el que imaginar una
situación como la de hoy era impensable. Esa idea se trataba de imaginar un nuevo sistema
económico y político que cambiara la forma en la que llevamos la vida. Yo imaginé una
sociedad en la que mi cuerpo fuera público, de todos, menos mío, y en cambio, el cuerpo de
todos fuera la única propiedad privada que yo tuviera. Cómo si el cuerpo de todos fuera mi
responsabilidad, por lo tanto, el sistema protegería nuestra propiedad privada, es decir, a
todos. No pude evitar pensar que, de alguna manera, ahora es así, ya que al ver como todos
usábamos las medidas de protección, manteníamos nuestra distancia y salíamos a la calle
según las normas puestas por la alcaldía, pensé que al menos, inconscientemente, mi cuerpo
se volvió el cuerpo de todos, la responsabilidad de todos, porque si me enfermo yo, puedo
enfermar a más personas y esas personas a más personas. Así que, con todo este asunto de
lavarnos las manos, estar al menos a unos dos metros de distancia de las personas y demás
protecciones, obviamente nos estamos protegiendo de ellos, pero también los estamos
protegiendo a ellos de nosotros, porque, así como mi cuerpo a pesar de seguir siendo privado,
se volvió público, el cuerpo de los demás también se volvió mi responsabilidad, también se
volvió parte de mí.

También podría gustarte