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2. CARTAS CONSERVADAS.
3. DESTINATARIOS.
5. ENFOQUES
Las fórmulas amorosas que utiliza Isabel cuando escribe a su familia y sus
amigas tienen un evidente apoyo en la vida teologal, fe, esperanza y amor.
Son personas contagiadas por su mismo ideal religioso; teniendo plena
confianza en ellas, conociendo su modo de pesar y obrar, se expresa con toda
libertad y simplicidad como una enamorada de Dios Trino, de Cristo prisionero
en el Sagrario y crucificado por amor; se siente apóstol y quiere contagiar su
amor a Dios y a Cristo a los demás.
Lo expuesto es una pequeña reseña del abundante contenido de la materia
que se encuentra en las cartas de Isabel. El lector, con la pauta dada, puede
entrar en el ancho mar de su alma buscando ese filón de su modo de ser, uno
de los aspectos más atrayentes de su rica personalidad. La dimensión afectiva
de su carácter indicará al lector el sacrificio que supuso para ella dejar el
mundo para encerrarse en una clausura de la que no volvería a salir. Para
terminar, me impresiona el silencio de Isabel sobre su pasado de excelente y
premiada pianista con un futuro prometedor, pero que, una vez en el Carmelo,
no lo mienta jamás en sus escritos, al menos según mis conocimientos.
¡Despojo total de su propio yo!
Es una de las actitudes repetidas por Isabel que definen bien el “perfil”
humano y cristiano de su personalidad. Como joven seglar y, sobre todo como
carmelita, ha recibido varios regalos: libros, breviarios, un cuadro de la Virgen,
vestidos para los pobres y para ella, bombones y chocolatinas, al final de la
vida, lo único que toleraba su estómago, cartas, etc. Con todo ello goza y le
da la ocasión para expresar por carta su agradecimiento. Algunas veces la
priora le encomendaba responder a los regalos que personas amigas hacían a
la comunidad.
Agradece a su madre su “Fiat” permitiendo su ingreso en el Carmelo; a
su hermana su valentía y generosidad; a la madre Germana y las
enfermeras por los cuidados y mimos durante meses en la enfermería del
convento; al médico de la comunidad por su comprensión, a quien dirige
una hermosa carta dándole las gracias por lo que ha hecho o intentado hacer
por ella, despidiéndose de la vida y prometiéndole su protección desde el
cielo. Se sirve de su madre priora (ella no puede sostener la pluma), “para
decirle, por última vez, lo agradecida que está a los solícitos cuidados que me
ha prodigado durante estos meses de sufrimiento” (C294, C340).
Es una de las facetas más profundas que definen la vivencia cristiana de Isabel
y que ella propone a los demás: que Dios puede y debe estar sobre todo en
el corazón, en los quehaceres de cada día, las relaciones de amistad, en las
realidades del mundo y de los hombres (historia, bondad, belleza...); en el
gozo de una vida social, incluidas las veladas musicales y bailes, las comidas
compartidas, en los viajes vacacionales anuales, en la contemplación de la
naturaleza. Y, de modo especial aunque parezca mentira y choque con
nuestra sensibilidad, en los sufrimientos de las “noches oscuras” purificativas
como las enfermedades y la proximidad de la misma muerte. Los textos que
documenten estas afirmaciones abundan y vale la pena conocer alguno.
“Mientras tenía el mango de la sartén no he caído en éxtasis, como mi santa
Madre Teresa, pero he creído en la divina presencia del Maestro que estaba en
medio de nosotras, y mi alma adoraba en el fondo de sí misma a Aquel que
Magdalena supo reconocer bajo el velo de la Humanidad (Lc 10, 38-44)”
(C235). “Madre querida, todo consiste en la intención. ¡Cómo podemos
santificar las cosas más sencillas, transformar las cosas más ordinarias de la
vida en actos divinos! Un alma que vive unida a Dios no obra más que
sobrenaturalmente, y las acciones más ordinarias en lugar de separarla de él,
no hacen sino acercarla más” (C309).
Escribiendo a su hermana Margarita, le habla de la “colada” de modo
minucioso hasta en el modo de vestir para el trabajo. “Estaba entusiasmada”, le
dice. Además, su referencia a Dios presente hasta en ese trabajo
aparentemente trivial: “¡Oh, ya ves, todo es delicioso en el Carmelo! Se
encuentra al buen Dios lo mismo en la colada que en la oración. Sólo está él en
todas partes. Se le vive, se le respira. ¡Si supieses lo dichosa que soy!; mi
horizonte se agranda cada día”24. Pe- ro más que los textos, lo que más admira
el lector es la fusión que hace entre las trivialidades de la vida cotidiana y su
vivencia profunda del misterio de Dios.(C89, C159, C186, C197, C215)
Como corolario, podemos decir que en sus Cartas a sus familiares y amigas,
aun las escritas en el Carmelo, habla de todo lo que sucede a su alrededor;
fusiona e integra admirablemente lo divino con lo humano, lo celestial con lo
terreno; las más altas experiencias místicas y vivencias interiores, su vida en
los “Tres”, con lo cotidiano de la vida en el convento, de la familia, las
amistades, los sucesos de su ciudad y de Francia, la persecución de la Iglesia,
etc. Vive y goza intensamente las alegrías y sufre las penas de sus
corresponsales: la salud y enfermedad, las muertes, los matrimonios de su
hermana y amigas, las vocaciones religiosas posibles, las ordenaciones
sacerdotales, sucesos sociales, habla de la lotería que hacia el convento de
Dijon para ayudar a una comunidad necesitada, los roscones de Reyes que
comían las monjas el día de la Epifanía, el nacimiento de sus sobrinas, etc. Así
es Isabel, su humanismo impregnado de cristianismo.
Isabel supo que su nombre significaba Casa de Dios, como le dijo la madre
priora del Carmelo, María de Jesús. Nunca una ignorancia manifiesta ha
producido unos efectos más espectaculares. Elisheva, en hebreo, significa
Dios es plenitud, perfección. Pero Isabel se lo creyó y desde ese momento
todo cambió en su vida: el carácter violento que domina, su vida de piedad, las
relaciones con su madre, con su carrera musical. Se puede considerar como
una “conversión” a la interioridad del corazón que creía y sentía habitado
por la Trinidad.
Así los años y las gracias de su vida religiosa la envolvían cada día más en sí
misma con Aquél cuyo contacto, a cada momento, le comunicaba la vida
eterna. Los menores acontecimientos revelaban la toma de posesión competa
de esta alma por la Trinidad.
Que le hagan saber el nacimiento de su sobrina, e inmediatamente manifiesta
grande alegría en un movimiento de alma hacia la Trinidad:
«Oh Dios mío, mi Trinidad a quien adoro...» nos revela el más rico
testimonio sobre su manera completamente carmelitana de concebir la vida de
oración: «una comunión incesante con la Trinidad. La oración no consiste en
imponerse una cantidad de preces vocales como rezo cotidiano, sino en una
elevación del alma hacia Dios a través de todas las cosas, que nos establece
con la Santísima Trinidad en una especie de comunión continua, con sólo
ejecutar todas las cosas bajo su mirada.»
Compuesta de un solo trazo, sin la menor enmienda, en un día en que el
Carmelo entero renovaba sus votos, esta oración, ya célebre, es la síntesis de
su vida interior. En ella aparecen perfectamente caracterizados todos los
rasgos esenciales de su alma, la gran devoción de su vida: la Trinidad; la forma
propia de su vida de oración: la adoración; su apasionada ternura por Cristo
«amado hasta morir de amor», amado en la cruz; finalmente, el rapto
irresistible hacia los «Tres», «su bienaventuranza, su todo, Soledad infinita en
la que su alma se pierde». La Virgen no está nombrada pero, con todo, está allí
presente; percíbesela en esta fecha autógrafa: 21 de noviembre de 1904, en la
fiesta de la Presentación.
Aspectos principales:
–1º. Un primer vuelo absolutamente espontáneo de su alma hacia esa Trinidad
convertida en el todo de su vida: «Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro...»
–2º. La descripción del clima espiritual en que su vida contemplativa se movía
en el centro de su alma, en una atmósfera de inmutable paz: «Pacificad mi
alma...»
–3º. Un movimiento de ternura apasionada hacia su Cristo «amado hasta
morir de amor». Las palabras se precipitan, señalando la impetuosidad de los
sentimientos de un ser cuyo sueño ardiente es identificarse con todos los
movimientos del alma de Cristo: «Oh amado Cristo mío...»
–4º. Luego, el llamamiento súbito y sucesivo a cada una de las Tres Personas
divinas hacia las cuales tiende su vida: «Oh Verbo Eterno... Oh Fuego
abrasador... Y vos, oh Padre...» Se detiene sobre todo en el Verbo, más
accesible por su encarnación, a nuestros ojos de carne, con el alma fascinada
por ese «Verbo Eterno, Palabra de su Dios». «El Espíritu de amor» es
invocado, pero lo es para que se realice en ella una como encarnación del
Verbo y sea ella para éste una humanidad suplementaria en la que pueda el
Padre encontrar la Faz de ese Cristo «en quien ha puesto todas sus
complacencias». Porque Cristo está verdaderamente en el centro de esta
oración como también de su vida.
–5º. Un grito final con el que se termina esta oración a la Trinidad. Su alma de
artista vuelve a tomar el tema del principio: «Oh Dios mío, Trinidad a quien
adoro...» pero desarrollado con amplitud, en un movimiento de ritmo acentuado
que transporta definitivamente esta alma a las profundidades de la Trinidad:
«Oh mis Tres... Me entrego a Vos como una presa...»
Vano sería querer pedir a sor Isabel de la Trinidad una doctrina fuertemente
sistematizada, cuyos materiales hubieran sido puestos en orden por ella
misma. Ella ha vivido como contemplativa los más altos misterios de la fe y
especialmente el dogma de la habitación divina sin pretender desempeñar
oficio de Doctor o de Teólogo, sin sospechar siquiera el alcance universal
reservado por Dios a sus escritos.
En sus notas íntimas ella misma remite a pasajes de san Juan de la Cruz que
habían llamado particularmente su atención, en donde el santo Doctor, en su
Cántico Espiritual, trata de la naturaleza y de los efectos de esta misteriosa
presencia divina. Se encuentra allí la doctrina clásica de la teología católica en
una altísima luz contemplativa: Dios está sustancialmente presente en todos
los seres por su contacto creador; a esta presencia común se añade una
presencia especial en las almas de los justos y los espíritus bienaventurados,
como objeto de conocimiento y de amor en el orden sobrenatural.
Sor Isabel de la Trinidad había meditado extensamente esos textos y tomado
en san Juan de la Cruz los elementos de una doctrina mística sobre esa
presencia íntima de Dios en el alma de los justos, que constituye una de las
verdades más tradicionales y consoladoras del cristianismo.
Después de tan explícito discurso del Maestro, ¿qué más se quiere? Entre la
Santísima Trinidad y nosotros no hay unidad de naturaleza, lo cual sería
panteísmosino unidad por gracia, que, nos asocia, a título de hijos de adopción,
a la vida misma de nuestro Padre que está en los cielos, a imagen del Hijo, en
un mismo Espíritu de amor. Sin la Trinidad el alma está desierta. Está habitada
cuando, poseyendo en sí a las Personas divinas, entra por la fe y la caridad
«en sociedad» (Jn 1;3) íntima con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Las Tres
Personas divinas están allí, sustancialmente presentes en el alma del pequeño
bautizado, convertida, según la palabra de san Pablo, en el «templo del Espíritu
Santo.» (1Cor 6;19) Toda nuestra vida espiritual, desde el bautismo a la visión,
se desarrolla como una ascensión progresiva cada vez más rápida hacia la
Trinidad. La visión beatífica y, con mayor razón, todos los estados místicos
intermediarios, aun los más elevados, de la unión transformadora, están en
germen en el bautismo. No se reflexiona bastante sobre la importancia
primordial de esta gracia bautismal a la que debemos el beneficio de entrar
como hijo de adopción en la familia de la Trinidad.
Esta hermosa teología de la habitación divina es subyacente a la doctrina
espiritual y a la vida mística de sor Isabel. Permite seguirla en los más íntimos
repliegues de su alma. Para comprenderla no hay necesidad de largas
disertaciones sobre el cómo de la posibilidad del misterio. Por el camino de la
sabiduría infusa, con toda sencillez pero con rara profundidad de pensamiento,
sor Isabel había penetrado el sentido de su vocación bautismal y comprendido
que, ya en este mundo, estaba llamada a vivir, según la palabra de san Juan
que tanto le gustaba, «en sociedad» (1Jn 1;3) con la Trinidad.
También muchas cosas referentes a las personas que habitan los claustros y
su vida interna, como las hermanas de velo blanco y las demás hermanas de la
comunidad; los vestidos de las monjas, el hábito, a veces remendado,, capa
blanca, velo, rosario, crucifijo, “anillo”; los ejercicios espirituales personales y
comunitarios, los “días de Cenáculo”, las celebraciones litúrgicas (adviento,
navidad, cuaresma, semana santa y pascua). Y un sinfín de detalles que no
escapaban a la fina observación de la artista Isabel. Y, finalmente, lo más
importante que da sentido a su vida: su dedicación a la oración contemplativa y
al trabajo (C84, C85, C109, C170, C189, C209).
Pero todo eso es la estructura, el armazón de una vida externa, pe- ro la
esencia del Carmelo no está en lo exterior.
El contenido profundo de la vida de la carmelita se condensa en una vocación
de amor. Lo repite con frecuencia en sus escritos: su vida, como cristiana laica
y después como carmelita, consistirá en un solo programa: “amar, orar, sufrir”,
fórmula que usa ya antes de entrar en el Carmelo (D101). En el cuestionario
que se hacía a las postulantes al Carmelo, se les preguntaba, entre otras
cosas, sobre “el ideal de la santidad”. E Isabel respondió: “Vivir de amor”.
Preguntada por su santa preferida, dijo que “nuestra santa madre Teresa
porque murió de amor”. Y sobre sus actitudes ante la muerte, respondió:
“Quisiera morir amando y caer en los brazos de aquel a quien amo” (NI12).
Se considera una prometida y esposa de Jesucristo. Es como una sinfonía
permanente en sus escritos que va in crescendo en la medida en que vive más
la vida del Carmelo. Como tal, es la “prisionera” del divino “Prisionero” Cristo.
Cuando en su oración, soledad y sufrimiento, está ante el sagrario, la realidad
llega a ser una experiencia culminante; es, además, esposa de un Crucificado,
que no es un título honorífico, sino impulso de seguir, de imitar, de ser otro
Cristo con todas las consecuencias. Esa pertenencia a Cristo como Esposa le
lle va a admitir su dolor, sufrimiento, enfermedad y muerte cruel como una
subida al Calvario, como el maestro Cristo.
Recuerdo una de las expresiones más robustas de Isabel explicando el vivir en
el Carmelo como un estado de crucifixión, de víctima con el Cristo del Calvario.
“He aquí toda la vida del Carmelo: vivir en Él. Entonces, todos los sacrificios,
todas las inmolaciones se tornan divinos. El alma ve a través de todo a Aquel a
quien ama y todo la lleva a Él; es el alma. Ame el silencio, la oración, que son
la esencia de la vida del Carmelo” (C136).
Para concluir, conviene recordar su pasada por las noches oscuras que
purifican la fe y por la que pasó también ella, y no solo fueron sus conocidas
enfermedades. De sus escritos se deduce una admirable y constante sinfonía
de loores a su nueva vida, no sólo para consolar a su madre, que ha quedado
rota por el dolor de la ausencia. Repetidamente cuenta a su familia y amigas
que es muy feliz en el Carmelo, no obstante los sacrificios que ha hecho al
dejar a su madre, hermana, su destino futuro como pianista, sus amistades,
sus viajes de recreo, su libertad. Pero sabe que, siguiendo su vocación, ha
elegido la “mejor parte”, que Dios la tenía reservada. Se ha sentido como
“predestinada” desde la eternidad por Dios a seguir esta vocación. De hecho,
desde muy temprana edad se sintió atraída por la vida consagrada en el
Carmelo, predestinación para imitar y seguir a Jesucristo, hasta identificarse
con su vida real de pasión, muerte y resurrección.
Ella comentó poco las “noches oscuras” que tuvo que pasar poco tiempo antes
de su ingreso en el noviciado y antes de la profesión, una verdadera crisis de
ansiedad. En una ocasión lo comentó con una hermana de la comunidad casi
en el momento mismo en que va a hacer la profesión. “Acabo de ver a nuestra
madre que me ha confesado su inquietud por verme hacer los votos en tal
estado de alma. Ruegue por su pequeña carmelita que está en el colmo de la
angustia” (C152). El hecho es conocido por declaraciones en los procesos de
beatificación y otros conductos: fue una noche oscura terrible. Llamado el P.
Vallée no entendió el estado de “noche” purificativa en el que estaba y la
despidió sin consuelo. Sí la entendió el P. Vergne, jesuita. Después de la
profesión, todo quedó en calma.
Pero no fue la primera vez cuando le sucedió esa noche de purificación. Meses
antes de su ingreso en el Carmelo, otra crisis vino a perturbar su alma, como
se lo contó a su amiga entrañable, Margarita Gollot: “Pida mucho por mí,
amadísima hermana. También a mí no es un velo, sino un muro grueso quien
me lo oculta [al Esposo Cristo]. Es muy duro, ¿verdad?, después de haberlo
sentido tan cercano; pero estoy dispuesta a permanecer en este estado de
alma el tiempo que quiera mi Amado, pues la fe me dice que él está ahí
también [...].
¡Oh,, hermana mía! Nunca he sentido tan al vivo mi miseria” (C53). Las cartas
siguientes a sus amigas no dan la impresión de estar con las mismas
preocupaciones. La tormenta había pasado.
Por raro que pueda parecer, nunca menciona en sus escritos a que dejó una
brillante carrera como concertista de piano o que abandonó con gusto las
fiestas, los viajes de vacaciones, etc. Parece que todo eso le resbalaba ya.
Sólo le costó el desarraigo de la afectividad.
Sabemos que renunció a casarse con “un buen partido” propuesto por su
madre, pero estima el matrimonio como una vocación cristiana a la que alaba y
en la que se puede ser santo. El matrimonio de su hermana Margarita y el
nacimiento de dos sobrinas que conoció antes de morir le llenó de alegría. En
ella vio un modelo ideal de este estado de vida, felizmente casada, esposa de
nueve hijos, con la que mantuvo siempre una relación profundamente espiritual
y le comunicó sus experiencias religiosas hasta la hora de la muerte. En sus
cartas hace frecuentes alusiones al matrimonio de Guita le dice que puede y
debe ser Marta y María, juntas (contemplativa y activa simultáneamente), como
ella lo es siendo carmelita; sigue las maternidades de su hermana; conoce el
nacimiento de sus sobrinas Isabel y Odette. Y otras muchas referencias al tema
(C135).
En sus cartas abundan las referencias a los matrimonios de sus amigas. Por
ejemplo, goza con la noticia del matrimonio de Ivonne Rostand, diciéndole
expresamente que es una “vocación”, se supone que cristiana. Y, lo más
curioso, en sus cartas aparece a veces como intermediaria para arreglar
matrimonios de sus amigas, podemos decir que metió a “casamentera” de sus
amigas, hasta el punto de buscarles novio, aun siendo carmelita de clausura.
También se interesó por su amiga María Luisa Sourdon, que seguía en sus
intentos y de- seos de casarse, vive la tardanza de llegar el marido, etc. (C24).
Esta larga carta no lleva ningún título. Isabel necesitó tres hojas
cuadriculadas que dobló por la mitad: el resultado son 12 páginas
manuscritas. Aunque este escrito fue enviado como carta, propiamente
estamos frente a una larga meditación o tratado espiritual. Es fruto de
la frescura espiritual de una "guía experimentada" que pretende
orientar y ayudar el camino de su "hija espiritual". El título ha sido
puesto por Conrad de Meester, editor de sus obras en francés.
Justifica el título dado en el contenido mismo de la carta.
La oración como lugar de encuentro con Él, pero también con ella.
Humildad: morir a uno mismo, revestirse del hombre nuevo
La grandeza de nuestra alma Humildad y verdad
Miseria del hombre, misericordia de Dios
Dios te quiere feliz. La felicidad está en la cruz
Conciencia de estar habitados por Dios y obrar desde ahí
Predestinados a la vida eterna
Vivir según Cristo
Vivir firme en la fe
Vivir en acción de gracias
Déjate amar
Isabel tiene una clara intención: "lo que va a hacer su hija es revelarle
lo que siente... lo que su Dios, en horas de profundo recogimiento y
de trato unificador, le ha hecho comprender" (DA 1). Isabel, muy
consciente de las preocupaciones de su Madre Priora, quiere
confortarla y orientarla en su tarea. El truco no está en que ella ame
mucho al Señor, sino en que se descubra amada por Él, en que se
deje amar por Él. Isabel habla en tono profético y revelador. Tiene la
conciencia de que sus palabras no son de ella, sino de Él: ella es
una simple mediadora. También hace presente su misión en el cielo:
ayudar a vivir la comunión con Dios, en este caso a la M. Germana,
destinataria del texto (cf. DA 4, 6). Y lega y comparte su vocación: ser
"Alabanza de gloria de la Santísima Trinidad" (DA 5).
Para Isabel lo esencial es vivir "alerta al Amor". Si vive así, dejará que
se haga presente en ella la plenitud.
CONCLUSIÓN
Resulta claro de los documentos estudiados que Isabel vivió un universo social,
mental, moral, religioso y espiritual eminentemente femenino. Pero no aparece
en ella un deseo de reivindicar su condición femenina en un movimiento
feminista. Ni mucho menos encontramos en ella una propuesta antimachista
por ese mismo motivo. Sus ideas y vivencias no son ideología de género, como
dicen ahora. Todo trascurre en paz y nadie se extraña ahora, y mucho menos
entonces, de su ideología para mujeres.