Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
To cite this article: Fernando Ramos Arenas (2017) Un cine leído. Cultura cinematográfica,
censura y especulaciones en la España de la década de los sesenta, Journal of Spanish Cultural
Studies, 18:3, 239-253, DOI: 10.1080/14636204.2017.1335507
cines. La explosión de esta cultura cinematográfica nacional en torno a 1960 refleja así las
características generales de una importante etapa en la historia del cine (marcada por la
aparición de las nuevas olas, las rupturas estéticas o la renovación generacional) y al
mismo tiempo nos muestra de forma nítida las particularidades de un campo cultural
intentando afianzar su diferenciación.
Desde el punto de vista de la sociología de la cultura, estos cambios –pese a las limita-
ciones que serán objeto de este artículo– estaban detrás de la aparición de un nuevo
campo cultural cinéfilo. Para las nuevas generaciones de espectadores, discutir y “leer”
cine en las revistas o libros fue una forma de generar un capital cultural sustentador de
este espacio al tiempo que esta actividades conferían a los propios participantes (críticos
y lectores, activistas de cineclubs o estudiantes en la Escuela Oficial de Cinematografía)
una legitimidad dentro de este1: las nuevas prácticas y discursos sustentaron una
ruptura con la cultura cinematográfica más tradicional, crearon un debate de referentes
ausentes al tiempo que vehicularon las diferencias entre distintos grupos críticos que
habrían de servir para entender su desarrollo a lo largo de los años sesenta.
El análisis pondrá en primer lugar el acento en los cambios de la cultura cinematográ-
fica nacional (hábitos de consumo, públicos, referentes … ) desde finales de los años cin-
cuenta y en los efectos de las prácticas censoras que habían marcado el consumo
cinematográfico en España desde el final de la Guerra Civil, argumentando que estas intro-
dujeron –más allá de su intervención puntual– un elemento de inseguridad general en la
interpretación, así como una tendencia a desarrollar un discurso más allá del referente
directo, pues este se suponía dañado o ausente. La parte central del texto fija su atención
en la cultura cinematográfica nacional desde el momento en el que la censura comenzó a
lidiar con las obras de los nuevos cines (prohibiendo, retrasando o influyendo en su recep-
ción)2 al tiempo que un campo cultural cada vez más diferenciado del consumo main-
stream (apoyado en cineclubs, festivales, revistas especializadas) trataba de plantear
una serie de discursos de mayor calado teórico, variedad ideológica y agudeza analítica.
El estudio se centra en tres fenómenos: en la paradoja de esta discrepancia entre el
cine admirado y no visto; en las alternativas articuladas en torno a un consumo cinemato-
gráfico “en papel” y, por último, en la adopción (y adaptación) de debates críticos interna-
cionales a las realidades nacionales. El análisis se cierra históricamente en 1967, cuando las
nuevas Salas de Arte y Ensayo, promovidas por la Administración, abrieron nuevas venta-
nas de recepción, la apertura cultural sustentada desde la Dirección General de Cinemato-
grafía y Teatro llegó a su fin al tiempo que las dos principales revistas especializadas (Film
Ideal y Nuestro Cine) empezaron a espaciar su aparición y tanto la Filmoteca Nacional como
la Escuela Oficial de Cine, dos de los centros cinéfilos durante la década anterior, vieron
interrumpida su labor.3
siguen Cinema Universitario (1955), Film Ideal (1956), Documentos Cinematográficos (1960),
o Nuestro Cine (1961). El escritor Terenci Moix, cinéfilo que experimenta en su juventud los
cambios en las formas de consumo, afirmaba por ejemplo en sus memorias que “de
manera involuntaria” había vislumbrado a lo largo de estos años “un camino completa-
mente nuevo de apreciación cinematográfica” (431), un camino que lleva a una aprecia-
ción más crítica, a una racionalización de la pasión cinéfila que encuentra su reflejo en
las discusiones cineclubistas o en los análisis que ofrecen publicaciones como Film Ideal,
interesadas en desarrollar criterios de apreciación artística y educar a sus audiencias. El
cineasta Carlos Saura lo explica en una entrevista para Cinema Universitario en marzo de
1962, en la que afirma que los nuevos públicos están sustituyendo a la masa indiferenciada
y han de ser educados en nuevas formas de consumo y discusión: “Siempre se ha hablado
de que el cine es un arte para las masas; pero ahora parece que se debe volver a un cine
minoritario”. (Saura 28)
Cambian con ello los referentes. Esta cultura cinéfila fijará su atención analítica a un
nuevo tipo de cine; un cine de la modernidad, que habrá de sustentar el proceso de dife-
renciación cultural que plantea el nuevo campo cultural. Una parte del cine Hollywoo-
diense seguirá encontrando su lugar en el canon crítico de la nueva cinefilia, pero a
estos se habrán de sumar los representantes de una modernidad mayormente europea:
Ingmar Bergman, Roberto Rossellini, Michelangelo Antonioni, o los más jóvenes François
Truffaut y Jean-Luc Godard acompañarán en las discusiones a los clásicos John Ford,
Howard Hawks o Alfred Hitchcock. Estos últimos, objetos de un proceso transnacional
de revalorización cultural sin igual en los primeros setenta años del medio, habían
pasado a su vez de ser meros directores a “autores” de una “obra”, poseedores de un
“estilo” reconocible en su “mise en scène”.
Frente a esta explosión cinéfila, en los debates que acompañaron el consumo efec-
tivo de las nuevas obras habrían de acentuarse los déficits que llevaban lastrando la
cultura cinematográfica nacional al menos desde 1939 y que tenían su base en la acti-
vidad censora. Al centrarnos aquí en la censura, no nos referimos a su actuación puntual
en determinadas obras o escenas, fenómeno que ya ha sido estudiado esencialmente
en paralelo a la aparición y desarrollo de su marco legal sustentador.9 Más interesante
nos parece poner el acento en su efecto a largo plazo en el ámbito de la recepción y
sobre todo en las reacciones de espectadores individuales. La censura ejercida desde la
Guerra Civil (1936–1939) habrá de reflejar en sus decisiones las tensiones entre los dife-
rentes centros de poder dentro del régimen (el partido único fascista Falange, la Iglesia
Católica, el ejército) así como la paulatina evolución política a lo largo de las décadas
conforme el estado franquista deje atrás el Falangismo inicial y empiece a reorientarse
ideológicamente hacia un nacionalcatolicismo ultraconservador. Lejos de constituirse
como bloque monolítico y reglado, el control sobre el texto cinematográfico tal como
aparece en las pantallas era pues ejercido en distintas etapas y por distintos actores
desde su propia concepción (en el caso de las producciones nacionales) o importación
(en el caso de las extranjeras). Así, la censura no emanaba simplemente de los organis-
mos estatales (Junta Superior de Censura Cinematográfica desde 1937, Junta Superior
de Orientación de Censura Cinematográfica desde 1946) o paraestatales (Oficina Nacio-
nal Permanente de Vigilancia de Espectáculos, aparecida en 1950 y supeditada a la
Iglesia Católica); dejando de lado el proceso de producción, incluía también a compa-
ñías distribuidoras (dispuestas a practicar cortes en sus películas para mejorar su
JOURNAL OF SPANISH CULTURAL STUDIES 243
(aun cuando este no ha sido censurado, no haya existido o lo haya hecho de una manera
distinta).
Este ejemplo puede ser más llamativo pero seguramente no fue el único. Cuando los cine-
clubs empiezan en 1964 a importar títulos bajo las nuevas reglas de censura, estos
incluyen The Criminal (1960) de Joseph Losey, Vivre sa vie (1962) de Godard, así como
las producciones polacas Sibirska Ledi Magbet de Andrzej Wajda (1962) y Pociag (1959)
de Jerzy Kawalerovicz. Las películas circularon con asiduidad durante los siguientes
años y aparecen en los programas de distintos clubs,13 nos queda no obstante la duda
de su comprensión: el título inglés y el francés se mostraron en versión original sin subtí-
tulos, Sibirska Ledi Magbet con subtítulos en inglés y Pociag con subtítulos en francés.
Además de Sommarnattens leende, al que hacía referencia Torres en la anterior cita, otro
film de Bergman, Sommarlek, circuló en estos primeros años de forma profusa (y supone-
mos confusa), en las sesiones de los clubs –ambos fueron mostrados en la versión original
sueca sin subtítulos.
El ejemplo de Bergman es además significativo pues en estos años se presenta a
menudo como piedra de toque de un debate entre la “nueva crítica” cinéfila y la
cultura cinematográfica que hasta entonces, desde sus órganos de poder en la administra-
ción, periódicos o festivales, habían detentado la hegemonía cultural. Una parte impor-
tante de esta crítica oficial aprovechaba este desconocimiento y sus mejores contactos
JOURNAL OF SPANISH CULTURAL STUDIES 245
con las instancias censoras para presentar al director sueco como como un cineasta cató-
lico, llegando a alterar el mensaje de sus películas en el doblaje.14 Desde la “nueva crítica”
(sobre todo en torno a las revistas de izquierdas como Cinema Universitario o Nuestro Cine)
se reacciona airadamente ante esta modificación interesada, como muestra José Luis Egea
en un texto aparecido en esta última publicación en 1963:
Hay un Bergman –como la ensaladilla– nacional. Un Bergman “a la española”. ¿Cómo ha nacido este extraño
fenómeno, dónde está su origen? Desde el punto de vista del espectador normal, miremos hacia arriba. Justo
ahí. Donde se dice que Antonioni es un maestro del cine y se dan sesudas conferencias sobre él, para luego
cortarle secuencias enteras, de forma que quepa toda su incomunicación en el horario de la Filmoteca. Donde
se dice que no se corta y luego se corta. Donde se dice que Bergman es un cineasta religioso y, a veces, católico,
y para demostrarlo se le cambian los diálogos y se le volatilizan trozos fundamentales. (31)
Bergman, como se ve, no es el único. Llama la atención cómo la obra de cineastas de pres-
tigio internacional como Antonioni, Truffaut o Godard es profusamente analizada en las
principales cabeceras especializadas –el catolicismo de parroquia del primer Film Ideal
(34–35, Agosto/Septiembre 1959, cit. en Nieto Ferrando Cine en papel (1939–1962) 435)
critica la “inmoralidad” de la “joven ola” francesa al tiempo que Nuestro Cine, que
censura su “esteticismo”, propio de un “ejercicio estilístico” (Monleón 5 y 7)– aun
cuando muchas de estas películas (en el mejor de los casos material de festivales, de la
Filmoteca15 o sesiones cineclubistas semi-clandestinas) no han podido ser vistas por la
mayoría de los lectores de estas publicaciones. La paradoja no escapa a los propios
autores. En una nota anónima de Film Ideal (31, Mayo 1959) titulada “Los desconocidos
de siempre” se nombran, entre otros, a Carl Theodor Dreyer, Bergman o Robert Aldrich
al tiempo que se afirma: “Puede que sean tan buenos como dicen los libros. Puede.
Lástima que tal vez nunca consigamos comprobarlo”.
Formación libresca
Más allá de las disputas y confusiones, uno de los resultados de esta suma de fascinación y
censura fue la aparición de una cultura cinematográfica a menudo más centrada en el
texto escrito, en un “cine en papel” (Nieto Ferrando Cine en papel (1939–1962) y Cine en
papel (1962–1982)) en parte accesible (al menos en revistas especializadas o libros,
sobre todo a partir de finales de los años cincuenta), que en el texto cinematográfico –
este sí en muchas ocasiones ausente, sobre todo para una gran mayoría de los especta-
dores sin posibilidades de viajar al exterior, visitar festivales o disfrutar de las obras en
los cineclubs más selectos. Lo lamentará Nuestro Cine en su editorial de diciembre de
1967 (No. 67), echando la vista atrás a su actividad durante los años previos y consciente
de estar extendiendo un discurso cada vez menos relacionado con la dieta cinéfila de los
aficionados. Comenta el texto la distancia de y la renuncia a muchos de sus lectores poten-
ciales: “Distancia y renuncia que nacen de nuestro acceso, a través de los festivales inter-
nacionales, a films fundamentales que el lector verá difícilmente”.
Jesús García de Dueñas, perteneciente a esta nueva generación cinéfila dependiente de
las revistas, estudiante en la Escuela Oficial de Cine desde principios de los años sesenta y
escritor en Nuestro Cine y Triunfo, comentaba así su experiencia:
La formación cinematográfica que teníamos era fundamentalmente libresca, más que específicamente
fílmica. Pondré un ejemplo muy gráfico: por entonces, mi director preferido era Stroheim, pero yo no
había visto aún ninguna película suya, mi conocimiento de su obra se limitaba a lo que había leído de
él y a los guiones que devoraba publicados por L’Avant-Scène Cinéma. (“A la deriva” 94)
246 F. RAMOS ARENAS
No era esta una forma de acercar el cine al espectador solamente presente en publica-
ciones extranjeras. Las revistas más relevantes del panorama nacional, Cinema Universi-
tario, Film Ideal16, Nuestro Cine o Cinestudio, publicaban a menudo listas interminables
de directores y obras, bases del saber acumulativo propio de la cinefilia, pero también
guiones y adaptaciones de películas (cuyo público iba más allá de los lectores de las revis-
tas especializadas, pues en muchas ocasiones se reimprimían en publicaciones semiofi-
ciales, programas de mano de cineclubs, etc.). Este subterfugio no funcionó siempre sin
problemas, pues la publicación de guiones estaba también sujeta a censura y fue en oca-
siones prohibida.17
No obstante, este campo especializado se benefició de una censura mucho más permi-
siva con las publicaciones escritas más o menos minoritarias (recordemos que salvo Film
Ideal, que llega a alcanzar una circulación de aproximadamente 10.000 ejemplares por
número, el resto de revistas raramente pasa de los 2.000 o 3.000 ejemplares en el mejor
de los casos, como sucede con Nuestro Cine) que con las películas, a las que se les
suponía un público potencial y con ello un “peligro” mucho mayor. Se fomentaba así
un debate a la fuerza especulativo, basado más en la palabra escrita que en imágenes,
interesado ya no tanto en recuperar la experiencia fugaz de la sala de cine, sino
también –en publicaciones más disidentes– en llamar la atención sobre aquellas obras
que por motivos censores no habían podido ser vistas en las pantallas nacionales (o
solo en círculos reducidos). La falta de correspondencia entre la forma cultural (el cine)
y el discurso creado en torno a esta –mucho más abierto y libre, pero en muchas ocasiones
falto de base–, propicia la aparición de una forma de reflexión crítica que se atreve a cues-
tionar claramente las arbitrariedades censoras así como a denunciar los excesos y las
formas de exégesis interesadas propias de la cultura cinematográfica “oficial”.
El consumo cultural, tan importante para crear distinción e identidades sociales, se
desarrolla aquí alejado de su objeto. Las especulaciones discursivas que se planteaban a
falta de referentes concretos llegaban a alcanzar con sus elucubraciones proporciones ver-
daderamente pintorescas, incluso dentro de los círculos más especializados, donde el con-
traste entre un discurso teórico más o menos elaborado y la falta de películas era aún
mayor: “Imagínate lo absurdo que es estudiar en España a Dovjenko, Eisenstein y Dziga
Vertov. No veíamos una película de esos señores y sin embargo nos conocíamos de
memoria sus teorías. Era un verdadero disparate” decía Carlos Saura con respecto a sus
experiencias en el Instituto de Experiencias e Investigaciones Cinematográficas (antece-
dente hasta 1962 de la Escuela Oficial de Cine). En ocasiones, la posterior visión solo
podía constatar la distancia entre la ilusión y la realidad: “Y luego a mí me ha ocurrido
que al ver las películas de Eisenstein me he llevado unas desilusiones monstruosas” (cit.
en Castro 385).
La explosión de la crítica cinematográfica especializada desde finales de los años cin-
cuenta reflejará esta fascinación por un cine extraño, más admirado que verdaderamente
conocido y se superpondrá en muchas ocasiones la falta de su referente base, de las pelí-
culas. Bien es cierto que el cine norteamericano, uno de los pilares, aún en estos años, de la
cinefilia “erudita”, sigue llegando –censurado– a los cines comerciales. Americanos
seguirán siendo los principales referentes en el discurso esteticista de Documentos Cine-
matográficos o del Film Ideal de principios de los sesenta, cuando ya ha dejado atrás su
etapa católica inicial.
JOURNAL OF SPANISH CULTURAL STUDIES 247
Pero el cine de la modernidad, las obras de los nuevos autores, sobre todo europeos,
llegaba con retraso, mutilado, a pequeños círculos o bien no llegaba en absoluto (Mon-
terde y Piñol 2015). “Por unas u otras causas, el aficionado al cine en España desconoce
prácticamente la Nouvelle Vague francesa, el Free Cinema inglés, la New Wave americana,
el resurgimiento del cine italiano, las escuelas polacas y checoslovacas … ; es decir, desco-
nocen los movimientos que han configurado el cine contemporáneo” lamentaba García de
Dueñas en un artículo para la revista Triunfo en 1967 (“Salas”). En este sentido José Luis
Guarner, activista cinéfilo y escritor en revistas como Documentos Cinematográficos o
Film Ideal, llegó a preguntarse si la actividad crítica en los años sesenta, concentrada en
círculos cada vez más reducidos y decididamente diferenciada de aquella cinefilia
popular de la que hablábamos antes, “no fue un poco la consecuencia de que, como
no había películas, había que inventarlas por escrito: ahí se inventó sin saberlo un universo
paralelo casi borgesiano” (Tubau 482). El resultado de esta especialización en tiempos de
restricciones culturales fueron en muchas ocasiones “cinéfilos sin películas, cultos sin
cultura” (Guarner 105), marcados por un conocimiento “más en voluntad que en acto”,
como apuntaba su compañero crítico Jos Oliver (89) en referencia al (des)conocimiento
del cine de Rossellini en círculos cinéfilos españoles hasta finales de los años sesenta.
El debate crítico en magazines pudo ser puntualmente rico, capaz de generar polé-
micas y discusiones, pero también dañado. Se trataba de un discurso que echa en falta
muchas películas, basado en versiones mutiladas o mal traducidas y que en ocasiones
no podía disfrazar una falta de información básica. Incluso en la por otro lado tan aprecia-
ble Historia del cine de Román Gubern, cuya primera edición aparece en 1969, se llega por
ejemplo a resumir de la siguiente manera (errónea) el argumento de Germania anno zero
de Rossellini (1948): esta es una película “sobre el retorno a Berlín de un joven soldado
alemán desmovilizado, que se convierte en pederasta y finalmente se suicida” (II: 43).
Adaptaciones críticas
El cine leído se convertiría a lo largo del periodo aquí analizado no solo en forma de acceso
a las producciones contemporáneas sino también en el sustento de un campo cultural
cada vez más diferenciado: tras marcar la distancia con respecto a la crítica cinematográ-
fica tradicional, la búsqueda de diferenciación interna, entre distintos grupos críticos,
estarían en la base de su evolución a lo largo de la década de los sesenta. La crítica
empieza aquí a asimilar no solo las referencias (las películas, los directores), sino
también las posiciones teóricas que intentan trasladar a la realidad cultural nacional las
tendencias estéticas y políticas de publicaciones extranjeras. Los debates especializados
ofrecen contemporaneidad y remiten a referentes discutidos de forma paralela por
otras cabeceras en Francia, Italia o Alemania en torno a similares trincheras críticas (este-
ticismo autorial con poco interés en los contenidos versus realismo crítico cada vez más
políticamente radicalizado –“Bazin contra Aristarco”, de acuerdo con la acertada formula-
ción de Iván Tubau). Documentos Cinematográficos, aparecida en 1960, se encuadra dentro
de la línea formalista de los Cahiers du Cinéma parisinos, adaptada en este caso al desa-
rrollismo opusdeísta de la época. Film Ideal deja en torno a 1962 sus principios de catoli-
cismo de parroquia y asume también con rapidez los postulados de los Cahiers:
apoliticismo esteticista, defensa del auteur y la puesta en escena como criterio de valora-
ción de la obra cinematográfica. Mientras, su principal competidor en el campo de las
248 F. RAMOS ARENAS
nuevas revistas especializadas, Nuestro Cine, mira desde 1961 a Italia y adopta esencial-
mente las posiciones del Cinema Nuovo de Guido Aristarco: un realismo crítico que patro-
cina el cine de Luchino Visconti o Antonioni como paradigma de la modernidad y que
entronca con la tendencia que desde principios de los años cincuenta venía defendiendo
la parte más izquierdista de la crítica cinematográfica española en publicaciones tales
como Objetivo desde 1953 a 1955 y Cinema Universitario de 1955 a 1963 (véase Nieto Fer-
rando Cine en papel (1939–1962) y Cine en papel (1962–1982)). La necesidad de adaptar
posiciones críticas a las realidades nacionales llevará a teorizaciones exageradas, compren-
sibles solo desde el ansia de diferenciación dentro de la cultura cinematográfica local. Por
ejemplo, cuando Film Ideal, en un eco de la exaltación esteticista de los Cahiers du cinéma
en su etapa MacMahon,18 empieza a mediados de los sesenta a coronar a Pedro Lazaga o
Antonio Isasi-Isasmendi –dos directores populares hasta entonces ignorados por la crítica–
como grandes cineastas utilizando similares argumentos a los de la publicación parisina
cinco años antes19.
Como en el caso de las películas, cabe también aquí preguntarse hasta qué punto los
discursos críticos internacionales fueron verdaderamente asimilados o más bien usados
como referente lejano. En este sentido existe un episodio significativo, referido por Félix
Martialay, uno de los fundadores de Film Ideal en 1956. Martialay visitó a principios de
los años sesenta la sede de los Cahiers en París y descubrió que la publicación francesa
tenía –pese a su relevancia cultural en ambientes cinéfilos– solamente siete abonados
en España, lo que le llevaba a reafirmarse en su opinión de que lo que se estaba exten-
diendo entre los aficionados españoles era un cahierismo “de oídas y nadie lee nada”
(Tubau 445). Bien es cierto que la situación habría de ir cambiando a lo largo de los
años sesenta y que la paulatina teorización del debate implicó una asimilación cada vez
más sistemática (y crítica) de estos debates. No obstante, seguimos encontrando a
menudo en este periodo textos formulados originalmente en contextos muy distintos y
que son reimpresos sin más miramientos, cuando el lector habitual solo puede intuir
muchas de las obras o nombres a los que se refieren. Esto sucede por ejemplo con las crí-
ticas y comentarios de los Cahiers o de Positif, también de Sight and Sound o Movie, pu-
blicados con frecuencia en las revistas españolas –suponemos que sin tener en cuenta
los aspectos legales: José María Pérez Lozano, fundador, director y crítico cinematográfico
de Film Ideal, llega incluso a “adaptar” (sin nombrar el origen) el “Diccionario de directores”
de Cahiers para el número quince de su revista20. Un fenómeno también observable en
muchas entrevistas –algunas de ellas más mal que bien traducidas– o simplemente inven-
tadas, como haría Enrique Vila-Matas en sus primeros tiempos como crítico cinematográ-
fico para la revista barcelonesa Nuevo Fotogramas a finales de los años sesenta, en los que
se imaginó respuestas de Marlon Brando, Rudolf Nureyev o Juan Antonio Bardem a sus
preguntas.21
Conclusiones
Pese a limitaciones censoras, ajustes transformadores y errores factuales, lo cierto es que la
cultura cinematográfica española desarrolló a lo largo de los años sesenta una vitalidad
envidiable: completó la ruptura generacional anunciada desde principios de los años cin-
cuenta, articuló un enérgico debate que reflejaba las alternativas que estaban siendo pro-
puestas en otros países y propició –pese a todas las cortapisas– la recepción textual de las
JOURNAL OF SPANISH CULTURAL STUDIES 249
nuevas olas al tiempo que planteaba genealogías alternativas en la historia del cine. Al
mismo tiempo, la evolución del debate cinematográfico internacional se nos muestra,
en su adaptación local, fuertemente entrelazada con el desarrollo social de un país que
desde principios de los años sesenta está experimentando un boom económico y un
proceso de modernización sin igual en su historia.
En este proceso, el campo cultural que había empezado a articularse en estos años en
torno a las nuevas publicaciones más disidentes, apoyado en la labor de festivales, archi-
vos y sobre todo cineclubs, fue capaz de alcanzar a lo largo de la nueva década una cierta
autonomía basada en la especialización del discurso, la apertura al exterior y la revaloriza-
ción artística del medio: distintas corrientes compitieron por la hegemonía, definieron su
identidad y se legitimaron socialmente a través de discusiones de fenómenos tales como
el cine hollywoodense, la obra de Bergman o el Nuevo Cine Español.
Los déficits y limitaciones sistematizados en este artículo se encontraban en la base de
este campo, marcaron su desarrollo y a la larga habrían de sellar sus límites: llegado cierto
punto a finales de los sesenta, los desencuentros críticos, otrora dinamizadores, parecen
cada vez más síntomas de una cultura cinematográfica demasiado encerrada en sus
propios debates, víctima de una creciente endogamia y esnobismo. El resultado es un
campo cultural crecientemente limitado: interesado en, pero también obligado a fomentar
un diálogo entre iniciados, cada vez más especializado y hermético. La diferenciación de
públicos que apuntábamos como hecho fundacional al principio de este texto parece
llegar a finales de la década a su lógico fin. “[É]ramos siempre los mismos; las mismas
caras en el cineclub Tal que el cineclub Cual; las mismas caras en los festivales, en las
reuniones” comentaba Félix Martialay ya con cierto desengaño en 1971 (Munsó 17). Y
Diego Galán, en un artículo en Triunfo de ese mismo año, plantea el callejón sin salida
de estos aficionados cinéfilos, que
en su afán devorador de títulos y autores, van cayendo, poco a poco, en los vicios propios de una minoría
extraña y perseguida. […] La mayoría son inquietos amantes del cine que no tienen tiempo (absorbidos
por el doblaje incorrecto, el título escamoteado, la secuencia mutilada, la filmografía ortodoxa) de darse
cuenta de que, después de todo, el cine es menos importante de lo que creen. (40–41)
Estos cambios a final de los años sesenta corren de forma paralela a las transformaciones
en la Escuela Oficial de Cine, la Filmoteca o las revistas ya señaladas al principio de este
texto y obligarán a escribir la historia de la cultura cinematográfica española a partir de
nuevos planteamientos y desde nuevas coordenadas, atendiendo a otras tendencias y
fenómenos: será esta la década del Nuevo Fotogramas, de la radicalización teórica del
underground, de conquistas académicas o del creciente asentamiento de una nostalgia
por la cinefilia clásica22. Años en los que, afortunadamente, las especulaciones y el cine
leído dejaron de tener la importancia vista en estas páginas.
Notas
1. Términos como “campo cultural”, “legitimidad”, o “capital cultural”, remiten, tal y como son
empleados en este texto, al trabajo de Pierre Bourdieu, cuyo enfoque ha sido especialmente
fructífero en el campo de los Film Studies en el análisis de prácticas sub- o contraculturales
como fan cultures, cult movies … desde una perspectiva cercana a los cultural studies. Con
respecto a nuestro caso, el proceso de legitimación cultural y la génesis de un campo cultural
cinéfilo apoyado en la idea de cine de autor –un fenómeno que presenta productivas simili-
tudes con el análisis del campo literario francés del siglo XIX realizado en Las reglas del arte– ha
250 F. RAMOS ARENAS
sido analizado por Mary, si bien referido a Francia. En el caso español, con un enfoque similar,
véase la obra de Pujol Ozonas.
2. Sobre la recepción del cine moderno en España, véase Monterde y Piñol y, sobre todo,
Jaramillo.
3. Con la salida de José María García Escudero a finales de 1967 fue suprimida la Dirección
General de Cinematografía y Teatro y la Filmoteca suspendió sus proyecciones, que reanu-
daría solo en 1972, si bien siguió prestando películas a los cineclubs. En cuanto a las revistas,
Film Ideal deja de publicarse de 1967 a 1969; cuando vuelva, lo hará cambiando algunos de sus
presupuestos críticos y por poco tiempo: el último número (222–23) llega en el verano de
1970. Solo unos meses después, en febrero de 1971, se despide Nuestro Cine tras unos
últimos años de reorientaciones editoriales (véase Tubau). La Escuela Oficial de Cine se tras-
lada en el verano de 1967 a su nueva sede en la Dehesa de la Villa e inaugura así la última
etapa de su existencia, marcada por los conflictos entre estudiantes y dirección, la radicaliza-
ción política y las huelgas. El último curso se inscribirá en 1970, si bien oficialmente desaparece
en 1976.
4. De acuerdo con Labanyi (165), España cuenta ya en los años cuarenta con más cines per cápita
que cualquier otro país europeo. Montero y Paz (103) apuntan igualmente que estas cifras
seguirían creciendo a lo largo de las dos siguientes décadas hasta aproximadamente 1965,
año en el que aparecen registrados 7902 cines en toda España.
5. Si bien comparando las distintas fuentes es difícil estimar con exactitud la extensión del
consumo televisivo, no hay duda de que los primeros años sesenta fueron el periodo en el
que el medio pasa a ser de masas. Tele Radio, por ejemplo, publicación oficial de TVE, da
una cifra de 420.000 aparatos en 1960 y una media de seis espectadores por aparato. En
1965, el número de receptores ha alcanzado ya el millón y medio (Palacio 58). Una valoración
de las consecuencias que tuvo este proceso para el consumo cinematográfico se encuentra en
Montero y Paz (122–27).
6. Sobre la labor del IIEC como centro de encuentro cinéfilo hasta mediados de los años cin-
cuenta, véase Ramos Arenas.
7. Véase el documento “Relación de Cine Clubs inscritos en el registro oficial” preparada por la
Dirección General de Cinematografía y Teatro en la Caja 15583 del Archivo General de la
Administración (AGA).
8. Estos datos, pese a ser oficiales, solo pueden ser orientativos de la verdadera actividad cine-
clubista, pues muchas de estas instituciones carecerán de continuidad o atravesarán largos
periodos de inactividad. Sobre los cineclubs en España véase por ejemplo Gubern (“Cine
clubs”) y, sobre todo y pese a su antigüedad, la Historia de los Cine Clubs en España de Hernán-
dez Marcos y Ruiz Butrón.
9. Véase en este sentido la obra de Añover Díaz y de Gubern (La censura) así como, en este caso
ya referido a la aparición del Nuevo Cine Español desde principios de los años sesenta, el
reciente volumen de Vaquerizo García.
10. En 1947 se levanta la obligatoriedad del doblaje en español, si bien las películas dobladas, ya
asentadas como forma mayoritaria de consumo, seguirán dominando en las salas. En 1967
aparecen las Salas de Arte y Ensayo que a la búsqueda de un público más especializado
ofrecen películas en versión original y con menos cortes censores.
11. “El mañana aparecía lleno de angustia ante este hombre, pero ya no estaba solo. La cálida
manecita del pequeño Bruno entre las suyas hablábale de fe y esperanza en un mundo
mejor, en un mundo donde los hombres llamados a comprenderse y amarse lograrían el gene-
roso ideal de una cristiana solidaridad”.
12. En el AGA se encuentran varias cartas dirigidas a los distintos secretarios de Cinematografía y
Teatro (Caja 15586) desde al menos principios de los años cincuenta en las que los distribui-
dores se quejan por ejemplo (en una carta de noviembre de 1950) de “las intervenciones
directas de las Autoridades Eclesiásticas, de algunas localidades, en sus recomendaciones
acerca de las Empresas, de [sic!] no exhibir películas clasificadas por dichas autoridades” al
tiempo que critican la falta de criterios unificados.
JOURNAL OF SPANISH CULTURAL STUDIES 251
13. Hernández Marcos y Ruiz Butrón proporcionan datos generales sobre el primer grupo de pelí-
culas que compra la Federación. Para conocer su circulación, véase, además de archivos pri-
vados, las listas de proyecciones en la sección “Cineclubs” de Nuestro Cine a mediados de
los sesenta.
14. La figura esencial en este proceso de adaptación “bergmaniana” fue el jesuita Carlos María
Staehlin, crítico, censor, profesor y, desde 1960, figura central del Festival de Valladolid,
desde el que introduce la obra de Bergman en España. El crítico y censor católico Carlos Fer-
nández Cuenca, por entonces director de la Filmoteca Nacional, publica en 1961 su Introduc-
ción al estudio de Ingmar Bergman. Sobre este proceso véase el reciente estudio monográfico
de Garnemark.
15. Tras casi diez años de precarias actividades, reducidas a ciclos en el Festival de Cine de San
Sebastián o la cesión de películas a los cineclubs, en 1962 la Filmoteca empieza a realizar
proyecciones dedicadas a cineastas como Cocteau, Dreyer, Flaherty, Kurosawa, etc. El ciclo
de Antonioni tiene lugar en 1963 con la colaboración de la Cineteca Italiana y el Centro Speri-
mentale de Cinematografia. Se muestran I vinti (1952), Le amiche (1955); Il grido (1957), La
avventura (1960) y La notte (1961).
16. La propia Film Ideal prepara incluso una publicación paralela (la separata Esquemas de pelícu-
las) que concentraba su labor en esta reconstrucción de obras.
17. Sucedió por ejemplo cuando Nuestro Cine planeó publicar el guion de Jules y Jim (Truffaut,
1962) lo cual fue prohibido por la censura basándose en consideraciones morales (Tubau 577).
18. La tendencia crítica de MacMahon plantea desde finales de los años cincuenta en publica-
ciones como los Cahiers du Cinéma o Presénce du Cinéma una sublimación de los principios
de la politique des auteurs cada vez más referidos a la serie B norteamericana o películas de
aventuras. En tono polémico y gesto diferenciador presenta además una ruptura con la respet-
abilidad del cine de autor más tradicional.
19. Una descripción y ejemplos de esta etapa de Film Ideal, conocida por su excentricidad crítica
como “marciana”, la ofrece Jorge Nieto Ferrando (Cine en papel (1962–1982) 104–16).
20. Véase Tubau (445) dentro de una extensa entrevista con Félix Martialay. Guarner (89) nombra
más ejemplos de estas apropiaciones.
21. Vila-Matas apunta en Extraña forma de vida: una historia abreviada que en un principio su labor
era la de traductor de entrevistas ya aparecidas en publicaciones extranjeras, lo cual resultaba
casi imposible por su desconocimiento del inglés. Posteriormente, convencido de los buenos
resultados de sus invenciones, llegará incluso a inventar entrevistas con cineastas españoles.
22. Véanse por ejemplo los trabajos de Triana Toribio (2015), Nieto Ferrando (Cine en papel (1962–
1982) 173–283) o Pujol Ozonas (142–55), que resume parte de estas rupturas bajo el término
“cinefagia”.
Agradecimientos
El trabajo en el que se basa esta publicación ha sido financiado por el Servicio Alemán
de Intercambio Académico (DAAD), con fondos del Ministerio Alemán de Educación e
Investigación (BMBF) y del People Programme (Marie Curie Actions) del séptimo pro-
grama marco de la Unión Europea (FP7/2007–2013) bajo el convenio de subvención
de la ERA número 605728 (P.R.I.M.E. Postdoctoral Researchers International Mobility
Experience).
Disclosure statement
El autor no ha declarado ningún conflicto de interés potencial.
252 F. RAMOS ARENAS
Nota biográfica
Dr Fernando Ramos Arenas es desde 2010 profesor en el Instituto de Ciencias de Comunicación y de
los Medios de la Universidad de Leipzig (Alemania) donde dirige desde 2013 el proyecto de inves-
tigación “Cinefilia bajo la dictadura. Cultura cinematográfica entre 1955 y 1975 en España y la RDA”.
Recientemente ha editado el número especial sobre cinefilia en la revista alemana Augenblick (64.
Diciembre 2015). Sus trabajos sobre historia de los medios han aparecido en varias colecciones y
en revistas como el Historical Journal of Film, Radio and Television, Hispanic Research Journal o Com-
munication and Society. Email: fernando.ramos@uni-leipzig.de
Works cited
Añover Díaz, Rosa. La política administrativa en el cine y su vertiente censora. Madrid: U Complutense
de Madrid, 1992.
Baecque, Antoine de. La cinéphilie. Invention d’un regard, histoire d’une culture. 1944–1968. Paris:
Fayard, 2003.
Castro, Antonio. Cine español en el banquillo. Valencia: Fernando Torres Ed., 1974.
The Criminal. Dir. Joseph Losey. Merton Park Studios (1960). Film.
“Editorial.” Nuestro Cine 67 (1967): 3.
Egea, José Luis. “Bergman, de la sonrisa al espejo.” Nuestro Cine 18 (1963): 31–35.
Extraña forma de vida: una historia abreviada de Enrique Vila-Matas. Dir. Emilio Manzano. Pickwick
Films (2016). Film.
Foucault, Michel. The History of Sexuality. Volume I: An Introduction. Nueva York: Pantheon, 1978.
Galán, Diego. “El cine en España.” Triunfo 476 (13 Noviembre 1971): 40–42.
García de Dueñas, Jesús. “A la deriva por el Cabo de Buena Esperanza. Travesías por unos cursos de la
EOC.” Los “Nuevos Cines” en España. Ilusiones y desencantos de los años sesenta. Eds. Carlos F.
Heredero y José Enrique Monterde. Valencia: Publicaciones de la Filmoteca, 2003. 79–102.
———. “Salas especializadas.” Triunfo 250 (18 Marzo 1967): 14.
Garnemark, Rosario. Ingmar Bergman y la censura cinematográfica franquista. Reescrituras ideológicas
(1960-1967). Santander: Shangrila Textos Aparte, 2015.
Gilda. Dir. Charles Vidor. Columbia (1946). Film.
Guarner, José Luis. 30 años de cine en España. Barcelona: Kairós, 1970.
Gubern, Román.“Cine Clubs.” A Companion to Spanish Cinema. Eds. Jo Labanyi y Tatjana Pavlović.
Oxford: Blackwell, 2013. 434–42.
———. Historia del cine. Barcelona: Eds. de bolsillo, 1971.
———. La censura: Función política y ordenamiento jurídico bajo el franquismo (1936–1975). Barcelona:
Península, 1981.
Gubern, Román y Domènec Font. Un cine para el cadalso. 40 años de censura cinematográfica en
España. Barcelona: Euros, 1975.
Heredero, Carlos F. Las huellas del tiempo: cine español, 1951–1961. Valencia: Generalitat Valenciana,
1993.
Hernández Marcos, José Luis, y Eduardo Ruiz Butrón. Historia de los Cine Clubs en España. Madrid:
Ministerio de Cultura, 1978.
Jaramillo, Gloria. “Exhibición comercial del cine moderno en España.” Crónica de un desencuentro. La
recepción del cine moderno en España. Eds. José Enrique Monterde y Marta Piñol. Valencia: Eds. de
la filmoteca, 2015. 121–34.
Jullier, Laurent y Jean-Marc Leveratto. Cinéfilos y Cinefilias. Buenos Aires: La Marca, 2012.
Labanyi, Jo. “Feminizing the Nation: Women, Subordination and Subversion in Post-Civil War Spanish
Cinema.” Heroines Without Heroes: Reconstructing Female and National Identities in European
Cinema 1945–1951. Ed. Ulrike Sieghlor. Londres: Cassell, 2000. 163–84.
Ladri di biciclette. Dir. Vittorio de Sica. Produzioni de Sica (1948). Film.
“Los Desconocidos de siempre.” Film Ideal 31 (1959): 15.
Mary, Philippe. La Nouvelle Vague et le cinéma d’auteur. Socio-analyse d’une révolution artistique. Paris:
Seuil, 2006.
JOURNAL OF SPANISH CULTURAL STUDIES 253