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LA POESÍA DE 1939 AL FINAL DEL SIGLO XX.

TENDENCIAS,
AUTORES Y OBRAS PRINCIPALES

Durante la Guerra Civil se cultivó en ambos bandos una poesía “de combate”, de
marcada orientación ideológica. En ese contexto habría que enmarcar la figura de
Miguel Hernández (1910-1942), poeta vinculado a la Generación del 27 y a la figura
de Pablo Neruda. Su trayectoria se inicia con un primer libro de influencias gongorinas
(Perito en lunas) y alcanza la madurez poética con El rayo que no cesa. En este libro,
compuesto casi totalmente por sonetos, expresa un amor apasionado y un vitalismo en
estrecha conexión con la Naturaleza. Durante la guerra escribe una poesía
comprometida que también se hace eco del sufrimiento de la gente (Viento del
pueblo). Su último libro, Cancionero y romancero de ausencias, compuesto en la
cárcel, expresa su angustia existencial a través de sencillos versos populares.

Por otra parte, el final de la Guerra Civil llevó al exilio a numerosos poetas en
cuyas obras se refleja la evocación nostálgica de España y la huella de la Guerra Civil.
Entre ellos figuran algunos de los grandes poetas de la etapa anterior, como J. R.
Jiménez y muchos miembros del 27. A ellos habría que sumar otros poetas como
León Felipe o Juan Gil-Albert.

La poesía de posguerra (década de 1940)


La poesía de posguerra está condicionada por las enormes penurias materiales y
las imposiciones del régimen franquista (represión política, implantación de una férrea
censura). En este contexto se desarrollan dos tendencias poéticas:
• La llamada poesía arraigada, desarrollada en torno a las revistas Escorial y
Garcilaso. Acoge a poetas como Leopoldo Panero, Luis Rosales o Dionisio
Ridruejo que practican una lírica de corte clásico para expresar una visión del
mundo optimista, temas patrióticos o la exaltación del pasado histórico.
• La poesía desarraigada, en la que se muestra la disconformidad con la
realidad, la angustia existencial y los primeros síntomas de cierta protesta
social. En el desarrollo de esta tendencia intervienen tres acontecimientos que
tienen lugar en 1944:
o Publicación de Sombra del paraíso, de V. Aleixandre, que incorpora la
angustia propia de la posguerra en la evocación del pasado paradisiaco.
o Aparición de Hijos de la ira, de Dámaso Alonso. Se trata de un libro
frontalmente opuesto a la poesía arraigada. El mundo que refleja está
marcado por el odio, la injusticia y la angustia metafísica. Formalmente,
rompe con los moldes clasicistas mediante el empleo del versículo y el
lenguaje onírico de corte surrealista.
o Primer número de la revista leonesa Espadaña, que da a conocer a poetas
(como Eugenio G. de Nora) que practican una poesía menos formalista y
más preocupada por las circunstancias reales.
También habría que incluir en la órbita de la poesía desarraigada los primeros
libros de Celaya, Blas de Otero o José Hierro. Finalmente existieron ciertas tendencias
minoritarias corte vanguardista, como el postismo de Carlos Edmundo de Ory.

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La poesía en los años 50. La poesía social
Como en la novela, en esta década predomina la poesía social. Sus
características son:
• Se concibe la poesía como una herramienta apropiada para la concienciación
de los lectores y, por tanto, para la transformación de la realidad.
• Se reivindica una literatura destinada a la inmensa mayoría, no a élites
selectas.
• Empleo de un lenguaje sencillo y coloquial, cierto carácter narrativo e incluso
tendencia al prosaísmo.

Los principales representantes de esta poesía son:


• Blas de Otero. Sus primeros libros (reunidos en Ancia) ofrecen una poesía
desgarrada que manifiesta profundas preocupaciones existenciales. Publica
después libros como Pido la paz y la palabra o Que trata de España, donde
expresa su preocupación social. Se trata de una poesía formalmente sencilla,
pero abierta a la ironía, los símbolos o los juegos de palabras.
• Gabriel Celaya, que practicó una poesía abiertamente combativa en libros
como Las cartas boca arriba o Cantos iberos.
• José Hierro. Tras una etapa de poesía existencial sus libros acogerán la
realidad histórica bajo una perspectiva comprometida, como en Quinta del 42.
Después su poesía deriva hacia una estética visionaria (Libro de las
alucinaciones).
Dentro de la poesía social puede incluirse parte de la obra de los poetas de la
Generación del medio siglo de la que hablaremos ahora.

La poesía en los años sesenta


En esta década eclosiona la poesía de la llamada Generación del Medio
Siglo, compuesta por autores nacidos en la década anterior al 36. Aunque sus
obras son muy diferentes, se pueden señalar algunos rasgos compartidos:
• De la poesía como comunicación del realismo social se pasa a una poesía de
la experiencia o del conocimiento. La experiencia subjetiva se convierte en
tema poético a través de la memoria personal o la reflexión íntima. Eso no
excluye la presencia de un compromiso ético con la realidad.
• Presencia de la ironía y del humor.
• Buscan una expresión exigente pero natural, cercana a veces al registro
conversacional. El verso libre convive con estrofas clásicas.
• Influencia de poetas extranjeros hasta entonces poco conocidos en España,
como T.S. Eliot, Ezra Pound o Cavafis. Importante magisterio de Luis Cernuda.

En la larga nómina que conforma este grupo podemos destacar a:


• Jaime Gil de Biedma, representante de la poesía como experiencia. Sus
versos tienen un tono confesional y a veces estructura narrativa. Combina una
ácida visión crítica con un tono irónico, el lenguaje conversacional con la
elegancia. Algunas obras suyas: Compañeros de viaje, Moralidades y Poemas
póstumos.

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• Ángel González, que representa la síntesis de un firme compromiso social con
el uso del humor y de un lenguaje natural. Algunos poemarios suyos: Áspero
mundo, Sin esperanza, con convencimiento.
• Claudio Rodríguez, autor de una poesía vitalista y de exaltación de la realidad,
cercano a la tradición mística (Don de la ebriedad, Conjuros…).
• José Ángel Valente representa la veta de la poesía como vía de conocimiento
de la esencia de lo real. De ahí el carácter meditativo de sus versos, su
densidad y sobriedad. Libros: A modo de esperanza, La memoria y los
signos…
La nómina acoge a otros autores de gran relevancia como Francisco Brines,
José Agustín Goytisolo o Antonio Gamoneda.

La poesía durante los años setenta


Entre finales de los 60 y durante la década de 1970 aparecen nuevos poetas que
se han denominado habitualmente como los Novísimos. Algunos de ellos son Pere
Gimferrer, Leopoldo María Panero, Guillermo Carnero o Antonio Colinas. Algunos
de los rasgos de su poesía son:
• Recuperación de las vanguardias y de su actitud provocadora, sin renegar
de la tradición previa.
• Carácter culturalista de su poesía, que exhibe la sólida formación intelectual
de estos autores. Junto a estos referentes conviven otros procedentes de la
cultura de masas (el cine, el deporte, el cómic, la música popular, etc.).
• Gusto por los ambientes refinados y decadentes, lo que dio pie se aplicara el
apelativo de venecianos a algunos de ellos.
• Extraordinaria atención a los aspectos formales y lingüísticos del poema
que lleva a veces a la experimentación vanguardista o al barroquismo
expresivo.

La poesía desde 1975


La poesía desarrollada desde 1975 a finales de siglo está marcada por una gran
diversidad de corrientes y sensibilidades (poesía vanguardista, social, etc.). Entre
todas ellas tuvieron especial relevancia dos tendencias en cierto modo antagónicas:
o La denominada “poesía de la experiencia”, desarrollada por escritores
como Luis García Montero o Felipe Benítez Reyes. Se trata de una lírica
caracterizada por el tono confesional, la sencillez expresiva y la inclusión de
referentes cotidianos.
o Por otro lado, se desarrolla la llamada “poesía del silencio” o “del
conocimiento”, que se distingue por su concisión expresiva y su temática
mucho más abstracta y metafísica. A ella pertenecen poetas mayores como
Valente o Gamoneda, a los que se suman otros más jóvenes, como Clara
Janés o Jenaro Talens.

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LA POESÍA ESPAÑOLA DESDE 1939 (TEXTOS)

Insomnio

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido,
[fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?
(Dámaso Alonso, Hijos de la ira - 1944)

HOMBRE
Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte, A la inmensa mayoría
al borde del abismo, estoy clamando
a Dios. Y su silencio, retumbando, Aquí tenéis, en canto y alma, al hombre
ahoga mi voz en el vacío inerte. aquel que amó, vivió, murió por dentro
Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte y un buen día bajó a la calle: entonces
despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo comprendió: y rompió todos su versos.
oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando Así es, así fue. Salió una noche
solo. Arañando sombras para verte. echando espuma por los ojos, ebrio
Alzo la mano, y tú me la cercenas. de amor, huyendo sin saber adónde:
Abro los ojos: me los sajas vivos. a donde el aire no apestase a muerto.
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas. Tiendas de paz, brizados pabellones,
Esto es ser hombre: horror a manos llenas. eran sus brazos, como llama al viento;
Ser —y no ser— eternos, fugitivos. olas de sangre contra el pecho, enormes
¡Ángel con grandes alas de cadenas! olas de odio, ved, por todo el cuerpo.
¡Aquí! ¡Llegad! ¡Ay! Ángeles atroces
(Blas de Otero, Ángel fieramente humano, en vuelo horizontal cruzan el cielo;
1950) horribles peces de metal recorren
las espaldas del mar, de puerto a puerto.
Yo doy todos mis versos por un hombre
en paz. Aquí tenéis, en carne y hueso,
mi última voluntad. Bilbao, a once
de abril, cincuenta y uno.
Blas de Otero
(Blas de Otero, Redoble de conciencia, 1951)

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La poesía es un arma cargada de futuro Elegido por aclamación
[…] Sí, fue un malentendido.
Poesía para el pobre, poesía necesaria Gritaron: ¡a las urnas!
como el pan de cada día, 
 y él entendió: ¡a las armas! -dijo luego.
como el aire que exigimos trece veces por minuto, 
 Era pundonoroso y mató mucho.
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica. Con pistolas, con rifles, con decretos.
Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan 
 Cuando envainó la espada dijo, dice:
La democracia es lo perfecto.
decir que somos quien somos, 

El público aplaudió. Sólo callaron,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.

impasibles, los muertos.
Estamos tocando el fondo. El deseo popular será cumplido.
Maldigo la poesía concebida como un lujo 
 A partir de esta hora soy -silencio-
cultural por los neutrales 
 el Jefe, si queréis. Los disconformes
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. 
 que levanten el dedo.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse. Inmóvil mayoría de cadáveres
(Gabriel Celaya, Cantos Iberos – 1955) le dio el mando total del cementerio.
(Ángel González, Grado elemental, 1962)

Contra Jaime Gil de Biedma de verdadero huérfano, y me lloras


De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso, y me prometes ya no hacerlo.
dejar atrás un sótano más negro ¡Si no fueses tan puta!
que mi reputación -y ya es decir-, Y si yo no supiese, hace ya tiempo,
poner visillos blancos que tú eres fuerte cuando yo soy débil
y tomar criada, y que eres débil cuando me enfurezco...
renunciar a la vida de bohemio, De tus regresos guardo una impresión confusa
si vienes luego tú, pelmazo, de pánico, de pena y descontento,
embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes,y la desesperanza
zángano de colmena, inútil, cacaseno, y la impaciencia y el resentimiento
con tus manos lavadas, de volver a sufrir, otra vez más,
a comer en mi plato y a ensuciar la casa? la humillación imperdonable
Te acompañan las barras de los bares de la excesiva intimidad.
últimos de la noche, los chulos, las floristas, A duras penas te llevaré a la cama,
las calles muertas de la madrugada como quien va al infierno
y los ascensores de luz amarilla para dormir contigo.
cuando llegas, borracho, Muriendo a cada paso de impotencia,
y te paras a verte en el espejo tropezando con muebles
la cara destruida, a tientas, cruzaremos el piso
con ojos todavía violentos torpemente abrazados, vacilando
que no quieres cerrar. Y si te increpo, de alcohol y de sollozos reprimidos.
te ríes, me recuerdas el pasado Oh innoble servidumbre de amar seres humanos,
y dices que envejezco. y la más innoble
Podría recordarte que ya no tienes gracia. que es amarse a sí mismo!
Que tu estilo casual y que tu desenfado (Jaime Gil de Biedma, Poemas póstumos)
resultan truculentos
cuando se tienen más de treinta años,
y que tu encantadora
sonrisa de muchacho soñoliento
-seguro de gustar- es un resto penoso,
un intento patético.
Mientras que tú me miras con tus ojos

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No volveré a ser joven Alto jornal
Que la vida iba en serio Dichoso el que un buen día sale humilde
uno lo empieza a comprender más tarde y se va por la calle, como tantos
-como todos los jóvenes, yo vine
 días más de su vida, y no lo espera
a llevarme la vida por delante.

 y, de pronto, ¿qué es esto?, mira a lo alto
y ve, pone el oído al mundo y oye,
Dejar huella quería

anda, y siente subirle entre los pasos
y marcharme entre aplausos

el amor de la tierra, y sigue, y abre
-envejecer, morir, eran tan sólo

su taller verdadero, y en sus manos
las dimensiones del teatro.


brilla limpio su oficio, y nos lo entrega
Pero ha pasado el tiempo
 de corazón porque ama, y va al trabajo
y la verdad desagradable asoma:
 temblando como un niño que comulga
envejecer, morir,
 mas sin caber en el pellejo, y cuando
es el único argumento de la obra.

 se ha dado cuenta al fin de lo sencillo
(Jaime Gil de Biedma, Poemas póstumos, 1968) que ha sido todo, ya el jornal ganado.
vuelve a su casa alegre y siente que alguien
empuña su aldabón, y no es en vano.
(Claudio Rodríguez, Conjuros, 1958)
Arde el mar
Oh ser un capitán de quince años
viejo lobo marino las velas desplegadas
las sirenas de los puertos y el hollín y el silencio en las barcazas
las pipas humeantes de los armadores pintados al óleo
las huelgas de los cargadores las grúas paradas ante el
cielo de zinc
los tiroteos nocturnos en la dársena fogonazos un cuerpo
en las aguas con sordo estampido
el humo en los cafetines
Dick Tracy los cristales empañados la música zíngara
los relatos de pulpos serpientes y ballenas
de oro enterrado y de filibusteros
Un mascarón de proa el viejo dios Neptuno
Una dama en las Antillas ríe y agita el abanico de nácar
bajo los cocoteros
(Pere Gimferrer, Arde el mar, 1966)
rodeada de gente que reía.
La desconocida Y otra vez en Madrid, muy de noche,
En aquel tren, camino de Lisboa, cada cual esperando que pasase algún taxi
en el asiento contiguo, sin hablarte sin dirigirte incluso
-luego me arrepentí. ni una frase cortés, un inocente comentario...
en Málaga, en un antro con luces En Córdoba, camino del hotel, cuando me preguntaste
del color del crepúsculo, y los dos muy fumados, por no sé qué lugar en yo no sé qué idioma,
y tú no me miraste. y vi que te alejabas, y maldije la vida.
De nuevo en aquel bar de Malasaña, Innumerables veces, también,
vestida de blanco, diosa de no sé en la imaginación, donde caminas
qué vicio o qué virtud. a veces junto a mí, sin saber qué decirnos.
En Sevilla, fascinado por tus ojos celestes Y sí, de pronto en algún bar
y tu melena negra, apoyada en la barra o llamando a mi puerta, confundida de piso,
de aquel sitio siniestro, apareces fugaz y cada vez distinta,
mirando fijamente -estarías bebida- el fondo de tu copa. camino de tus mundos, donde yo no podré
En Granada tus ojos eran grises tener memoria.
y me pediste fuego, y ya no te vi más,
y te estuve buscando. (Felipe Benítez Reyes, Los vanos mundos, 1985)
O a la entrada del cine, en no sé dónde,

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