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TENDENCIAS,
AUTORES Y OBRAS PRINCIPALES
Durante la Guerra Civil se cultivó en ambos bandos una poesía “de combate”, de
marcada orientación ideológica. En ese contexto habría que enmarcar la figura de
Miguel Hernández (1910-1942), poeta vinculado a la Generación del 27 y a la figura
de Pablo Neruda. Su trayectoria se inicia con un primer libro de influencias gongorinas
(Perito en lunas) y alcanza la madurez poética con El rayo que no cesa. En este libro,
compuesto casi totalmente por sonetos, expresa un amor apasionado y un vitalismo en
estrecha conexión con la Naturaleza. Durante la guerra escribe una poesía
comprometida que también se hace eco del sufrimiento de la gente (Viento del
pueblo). Su último libro, Cancionero y romancero de ausencias, compuesto en la
cárcel, expresa su angustia existencial a través de sencillos versos populares.
Por otra parte, el final de la Guerra Civil llevó al exilio a numerosos poetas en
cuyas obras se refleja la evocación nostálgica de España y la huella de la Guerra Civil.
Entre ellos figuran algunos de los grandes poetas de la etapa anterior, como J. R.
Jiménez y muchos miembros del 27. A ellos habría que sumar otros poetas como
León Felipe o Juan Gil-Albert.
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La poesía en los años 50. La poesía social
Como en la novela, en esta década predomina la poesía social. Sus
características son:
• Se concibe la poesía como una herramienta apropiada para la concienciación
de los lectores y, por tanto, para la transformación de la realidad.
• Se reivindica una literatura destinada a la inmensa mayoría, no a élites
selectas.
• Empleo de un lenguaje sencillo y coloquial, cierto carácter narrativo e incluso
tendencia al prosaísmo.
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• Ángel González, que representa la síntesis de un firme compromiso social con
el uso del humor y de un lenguaje natural. Algunos poemarios suyos: Áspero
mundo, Sin esperanza, con convencimiento.
• Claudio Rodríguez, autor de una poesía vitalista y de exaltación de la realidad,
cercano a la tradición mística (Don de la ebriedad, Conjuros…).
• José Ángel Valente representa la veta de la poesía como vía de conocimiento
de la esencia de lo real. De ahí el carácter meditativo de sus versos, su
densidad y sobriedad. Libros: A modo de esperanza, La memoria y los
signos…
La nómina acoge a otros autores de gran relevancia como Francisco Brines,
José Agustín Goytisolo o Antonio Gamoneda.
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LA POESÍA ESPAÑOLA DESDE 1939 (TEXTOS)
Insomnio
Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido,
[fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?
(Dámaso Alonso, Hijos de la ira - 1944)
HOMBRE
Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte, A la inmensa mayoría
al borde del abismo, estoy clamando
a Dios. Y su silencio, retumbando, Aquí tenéis, en canto y alma, al hombre
ahoga mi voz en el vacío inerte. aquel que amó, vivió, murió por dentro
Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte y un buen día bajó a la calle: entonces
despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo comprendió: y rompió todos su versos.
oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando Así es, así fue. Salió una noche
solo. Arañando sombras para verte. echando espuma por los ojos, ebrio
Alzo la mano, y tú me la cercenas. de amor, huyendo sin saber adónde:
Abro los ojos: me los sajas vivos. a donde el aire no apestase a muerto.
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas. Tiendas de paz, brizados pabellones,
Esto es ser hombre: horror a manos llenas. eran sus brazos, como llama al viento;
Ser —y no ser— eternos, fugitivos. olas de sangre contra el pecho, enormes
¡Ángel con grandes alas de cadenas! olas de odio, ved, por todo el cuerpo.
¡Aquí! ¡Llegad! ¡Ay! Ángeles atroces
(Blas de Otero, Ángel fieramente humano, en vuelo horizontal cruzan el cielo;
1950) horribles peces de metal recorren
las espaldas del mar, de puerto a puerto.
Yo doy todos mis versos por un hombre
en paz. Aquí tenéis, en carne y hueso,
mi última voluntad. Bilbao, a once
de abril, cincuenta y uno.
Blas de Otero
(Blas de Otero, Redoble de conciencia, 1951)
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La poesía es un arma cargada de futuro Elegido por aclamación
[…] Sí, fue un malentendido.
Poesía para el pobre, poesía necesaria Gritaron: ¡a las urnas!
como el pan de cada día,
y él entendió: ¡a las armas! -dijo luego.
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
Era pundonoroso y mató mucho.
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica. Con pistolas, con rifles, con decretos.
Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
Cuando envainó la espada dijo, dice:
La democracia es lo perfecto.
decir que somos quien somos,
El público aplaudió. Sólo callaron,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
impasibles, los muertos.
Estamos tocando el fondo. El deseo popular será cumplido.
Maldigo la poesía concebida como un lujo
A partir de esta hora soy -silencio-
cultural por los neutrales
el Jefe, si queréis. Los disconformes
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
que levanten el dedo.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse. Inmóvil mayoría de cadáveres
(Gabriel Celaya, Cantos Iberos – 1955) le dio el mando total del cementerio.
(Ángel González, Grado elemental, 1962)
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No volveré a ser joven Alto jornal
Que la vida iba en serio Dichoso el que un buen día sale humilde
uno lo empieza a comprender más tarde y se va por la calle, como tantos
-como todos los jóvenes, yo vine
días más de su vida, y no lo espera
a llevarme la vida por delante.
y, de pronto, ¿qué es esto?, mira a lo alto
y ve, pone el oído al mundo y oye,
Dejar huella quería
anda, y siente subirle entre los pasos
y marcharme entre aplausos
el amor de la tierra, y sigue, y abre
-envejecer, morir, eran tan sólo
su taller verdadero, y en sus manos
las dimensiones del teatro.
brilla limpio su oficio, y nos lo entrega
Pero ha pasado el tiempo
de corazón porque ama, y va al trabajo
y la verdad desagradable asoma:
temblando como un niño que comulga
envejecer, morir,
mas sin caber en el pellejo, y cuando
es el único argumento de la obra.
se ha dado cuenta al fin de lo sencillo
(Jaime Gil de Biedma, Poemas póstumos, 1968) que ha sido todo, ya el jornal ganado.
vuelve a su casa alegre y siente que alguien
empuña su aldabón, y no es en vano.
(Claudio Rodríguez, Conjuros, 1958)
Arde el mar
Oh ser un capitán de quince años
viejo lobo marino las velas desplegadas
las sirenas de los puertos y el hollín y el silencio en las barcazas
las pipas humeantes de los armadores pintados al óleo
las huelgas de los cargadores las grúas paradas ante el
cielo de zinc
los tiroteos nocturnos en la dársena fogonazos un cuerpo
en las aguas con sordo estampido
el humo en los cafetines
Dick Tracy los cristales empañados la música zíngara
los relatos de pulpos serpientes y ballenas
de oro enterrado y de filibusteros
Un mascarón de proa el viejo dios Neptuno
Una dama en las Antillas ríe y agita el abanico de nácar
bajo los cocoteros
(Pere Gimferrer, Arde el mar, 1966)
rodeada de gente que reía.
La desconocida Y otra vez en Madrid, muy de noche,
En aquel tren, camino de Lisboa, cada cual esperando que pasase algún taxi
en el asiento contiguo, sin hablarte sin dirigirte incluso
-luego me arrepentí. ni una frase cortés, un inocente comentario...
en Málaga, en un antro con luces En Córdoba, camino del hotel, cuando me preguntaste
del color del crepúsculo, y los dos muy fumados, por no sé qué lugar en yo no sé qué idioma,
y tú no me miraste. y vi que te alejabas, y maldije la vida.
De nuevo en aquel bar de Malasaña, Innumerables veces, también,
vestida de blanco, diosa de no sé en la imaginación, donde caminas
qué vicio o qué virtud. a veces junto a mí, sin saber qué decirnos.
En Sevilla, fascinado por tus ojos celestes Y sí, de pronto en algún bar
y tu melena negra, apoyada en la barra o llamando a mi puerta, confundida de piso,
de aquel sitio siniestro, apareces fugaz y cada vez distinta,
mirando fijamente -estarías bebida- el fondo de tu copa. camino de tus mundos, donde yo no podré
En Granada tus ojos eran grises tener memoria.
y me pediste fuego, y ya no te vi más,
y te estuve buscando. (Felipe Benítez Reyes, Los vanos mundos, 1985)
O a la entrada del cine, en no sé dónde,