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Jacques Tardi regresa a las trincheras

Últimamente Sara Salander me sorprende. Este verano, recibí la foto


de la tumba de uno de mis héroes, el capitán John ‘el Tuerto’ Pendlebury,
tomada por la susodicha en el cementerio militar que la Commonwealth
tiene en la bahía cretense de Suda. No sólo me quedé anonadado con el
hecho de que acatara mi sugerencia de visitar un enclave de la Segunda
Guerra Mundial durante sus vacaciones -que ya es-, sino que además me
hizo constar que, ante la lápida del valiente arqueólogo que murió
combatiendo a los nazis, leyó el viejo artículo que en su día le dediqué y
ella había llevado impreso hasta la isla para dar cuenta de él in situ (!). Casi
se me cae la lagrimilla.
Pero sin duda, lo que más pasmo me ha causado de sus recientes
actuaciones fue que esa lectora de refinado paladar creyese que mis
apolilladas batallitas valían para algo y en tal consideración me organizase
un encuentro en la RAE con la mujer que besó a Virgilio y Ulises Adrados;
afortunada reunión fruto de la cual nacen estas crónicas zendianas (por lo
visto pasé la prueba de los balleneros de Nantucket). Cuando agradecido
correspondí invitándola a comer en la romántica cafetería Neila, para
colmo, Sara sacó de su bolso un regalo por mi pasado cumpleaños con el
que jamás pensé que (ella) podría agasajarme, El último asalto de Jaques
Tardi. Hasta aquel momento creía que conocía un poco a mi amiga -y acaso
podría esperar de su parte algo del tipo Moderna de pueblo-, pero estaba
muy equivocado. Tal vez sea cierto y nuestra redactora de la sección
Juvenil, durante los largos años en los apenas nos hemos visto, aparte de
“tímida y urbana” se haya convertido en una tipa “dura”, como Lisbeth.
Sea como fuere, aquella tarde, tras despedirnos, me faltó tiempo para dar
cuenta de su maravilloso obsequio…y volver al Somme.

Un año después de su aparición en Francia durante el 2016


-coincidiendo, apropiadamente, con el centenario de la mentada batalla-, ha
llegado a nuestras librerías El último asalto de Jaques Tardi (Valence,
1946), la tercera parte de la saga que el gran dibujante de cómics ha
dedicado a lo más crudo de la Primera Mundial y de la que forman parte
previa La guerra de las trincheras (1993) y ¡Puta Guerra! (2009) -en
français suena más fino-, todas publicadas en España por Norma durante la
presente década.

El autor, qué duda cabe ya a estas alturas de su producción, es un


consagrado maestro de este válido género narrativo y en su postrer trabajo
ha echado el resto. Pero El último asalto no es sólo un cómic bélico, sino
un proyecto asociado de manera indivisible a un CD que se adjunta al final
del tomo a cargo de Dominique Grange -la también rebelde compañera de
Tardi- y el grupo Accordzéâm, en el que se musican poemas y textos,
versionando también algunas viejas canciones con el mismo objetivo
comprometido de las viñetas: mostrar la indignación de ambos ante las
injusticias, a través de dos expresiones artísticas diferentes, denunciando la
explotación humana -literal en las ilustraciones- de cualquier forma de
guerra, aunque centrando su diatriba en el contexto histórico de aquella
que iba a acabar con todas y no lo consiguió.
Abriendo el cómic volvemos al pasado. 1916, frente del Somme. Un
obús estalla en la oscura y tétrica ‘tierra de nadie’ haciendo volar el suelo.
“Esto ya dura dos años, y no hay nada que haga pensar que se acerca el
fin de los combates”. “No hay peor guerra que una guerra de trincheras
que se eterniza”, y para ilustrarlo, la imagen de un pálido cadáver
pendiendo de la rama de un árbol, concitando la expectación de un orondo
cuervo. ¡Soldado francés!, “es inútil que corras, ¡ya estás muerto!”. Con
esta magistral apertura, Tardi marca el tono del cómic metiéndonos en
harina y acto seguido hace comparecer a su protagonista, el camillero
Agustin Mathurin, quien ejercerá de cicerone para el lector -como Virgilio
con Dante por el Infierno (el símil es afortunado)- durante casi todo el
relato.
Sin ánimo de destriparles El último asalto, sepan que en éste la
locura de la guerra parece llegar a su acmé -y en Tardi, es decir mucho-
cuando al inicio contemplamos el asesinato de un francés moribundo a
manos de un compatriota a fin de que sus agonizantes gritos no delaten la
posición y los fría la artillería boche; enemigo mortal que, por cierto, a
estas alturas, es sólo es un poco más desagradable tenerlo enfrente que a los
ingleses apostados en el flanco izquierdo; ésos hijos de la Gran Bretaña
eran capaces de abandonar sus posiciones en primera línea para irse a
festejar el Minden Day, la fecha que conmemora su victoria en 1759 sobre
los franceses, precisamente. Acompañando el errar del poilu Mathurin por
el frente contemplamos una vez más todo el horror y la miseria humana de
la guerra. De esa macabra tourné, Francia -c'est la vie-, resulta la peor
parada. En palabras revertianas, ésta también se comportó como un
“madrastra ingrata” para con los suyos, antes y después del conflicto. La
ya proverbial incompetencia del generalato vuelve a ser denunciada por su
absoluta incompetencia, carente de escrúpulos cuando se trataba de enviar
al matadero de las trincheras, como “carne de cañón al peso para defender
a la madre patria”, a civiles y coloniales movilizados sin apenas
instrucción. El resultado obvio -1.427.800 bajas- queda expuesto con el
habitual sarcasmo del ilustrador: “¡por una vez, superamos en algo a los
ingleses!”.

El último asalto es el contrapunto necesario a todos los actos de


conmemoración que se vienen realizando en nuestro país vecino desde que
en 2014 se cumpliera un siglo del inicio de la Gran Guerra. Si se lee
superficialmente, el cómic, con toda la inquina que muestra hacia Francia,
parece un acto de traición y en 1916, sin duda, le hubieran fusilado por ello.
Sin embargo, el sentido hipercrítico de Tardi con respecto a la historia de
su país representa un verdadero acto de patriotismo, menos de salón y más
sentido que entonar la Marsellesa o lucir una banderita, vive la France!,
etc. De hecho, la República, por sus distinguidos servicios al Estado -id est,
sus “putas guerras”-, trató de concederle a comienzos del 2013 su máxima
condecoración, la Legión de Honor, pero él “para seguir siendo un hombre
libre” renunció a ella, no quería ser “un rehén del poder”.
Su abuelo sirvió en las trincheras durante la Primera Mundial; su
padre fue prisionero de los alemanes en la Segunda (vid. los cómics del
Stalag IIB). Tardi está próximo a los hechos y para ilustrar sus obras se
documenta minuciosamente sobre cada detalle, aunque no es un historiador
al uso, afortunadamente. Su última obra está dedicada “a los animales
muertos por Francia”; me huelo que esa consagración -como toda la obra
histórica de este gran artista contemporáneo- tiene varias lecturas.

Ángel Carlos Pérez Aguayo

15 de septiembre de 2017

https://www.zendalibros.com/jacques-tardi-regresa-las-trincheras/

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