Tras el fin de la guerra fría y el afianzamiento de economías capitalistas, la importancia
de las personas para la sociedad se ve reflejada en cuanto consumen y que consumen.
Esta percepción de la vida y la sociedad tergiversada, en la que se es según lo que se consuma (más allá de si se necesita o no), ha llevado a las personas a dirigir sus vidas a partir de parámetros materialistas y banales, que distan de la felicidad. Toda esta presión de la sociedad/economía y la mercadotecnia, reforzada por el culto a la televisión ha llevado a las personas a entender sus vidas y su felicidad en términos de bienes, volviendo al mundo uno en donde el dinero es dueño del amor. En adición, la felicidad entendida según los parámetros de la sociedad de consumo, individualizó en extremo a las personas. Es decir, teniendo en cuenta que un bien material puede ser propiedad de un grupo limitado y reducido de personas y que lo que se posee es de igual forma limitado, cada quien busca su propio beneficio generando desigualdades y desproporciones como las que se evidencian día a día sin dar chance (en muchos casos) a que el “yo poseer” traiga beneficios para más personas que quien posee en primera instancia. Antes de continuar, es necesario diferenciar entre consumir y el consumismo. El consumo es la acción de consumir bienes que satisfagan sus necesidades básicas del individuo (comida, ropa, salud, entre otras). El consumismo es la acción de consumir bienes que no son sus necesidades básicas. Por ejemplo, obtener el último reloj que está de moda pero no es vital para sobrevivir. Según Aristóteles el fin del hombre es la felicidad y este es el bien más alto que se puede tener. Sin embargo, la felicidad es relativa por eso cada uno la debe construir. La construcción de esta se hace por medio de introspección y experimentación. En este proceso, se forma la moral que está condicionada directamente con la felicidad. Si la moral de una persona no es coherente con sus acciones no puede ser feliz, por el duelo interno que libra. Finalmente, debe diferenciar entre el placer y la felicidad. Algunos placeres traen una alegría efímera, en cambio otros placeres de la vida aportan a la felicidad como virtud. Los últimos placeres, lo estables y duraderos, son lo que no causan dolor a la carne humana ni al espíritu y son lo que llevan a la felicidad según Epicuro. Ahora bien podemos definir el consumismo como un placer. Retomando a Aristóteles, se define el placer como un deleite sensorial y según estudios de la Universidad de Emory ante el deseo y anticipación de una compra se produce dopaminas. Lo anterior, nos indica que la acción de la compra es estimulante físicamente y por ende, dicha reacción es temporal o “efímera” haciéndonos pensar que el consumismo puede producir placer. Estudios de Nic Marks, encuentran una relación inversa entre los países industrializados y la felicidad. Los habitantes de países potencia tienen una mayor capacidad de adquisición gracias a la posición económica donde se encuentra su país ante un país en desarrollo. Sin embargo, los países desarrollados tienen una mayor tasa de suicidios y casos de depresión. Además los países más felices son países en desarrollo como Colombia y Costa Rica. Una parte de la sociedad se ha dado cuenta de que el consumismo no equivale a felicidad y en jóvenes de estratos medios y altos existe una tendencia de consumir menos. El placer lo genera consumir lo básico que necesitan para mantener un estilo de vida sencillo. Aprecian más las experiencias de vida que quedan en la memoria de cada uno en vez de los bienes materiales que son cada vez más desechables. El problemas más grave de la distorsión de la felicidad, es la deshumanización que se genera alrededor de esta. Hoy por hoy, ser significa tener y se han dejado a tras los principios y valores que caracterizan las buenas sociedades. Ahora estas sociedades son el reflejo de una cultura deshumanizada donde el beneficio de las personas prima sobre el común. En conclusión, la felicidad del hombre es “simplemente” una decisión compleja que se toma en algún determinado momento. Cuando los hombres entendamos que la felicidad es una disposición humana, mas no un reflejo de las condiciones, viviremos en paz y serenidad con el mundo que nos rodea y seguramente dejaran de pensar que “uno es por lo que se tiene”.