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Los desastres naturales y el habitar humano: una reflexión antropológica del medio

ambiente.
Javier Kasahara B.
Magíster en Filosofía, Pontificia Universidad Católica de Chile

1. Presentación del tema.


Gracias al Instituto de Teología, en particular al Departamento de Filosofía de esta Universidad, por
permitirme participar en este importante evento, el que busca por primera vez intentar comprender
el terremoto del 27 de febrero pasado y sus consecuencias para la zona en particular, y nuestro
país, en general.

¿Puede ayudarnos la filosofía a comprender este fenómeno de la naturaleza? En primera instancia


pareciera que no, pues tal como señala el subtítulo de estas Jornadas, se trata ahora del complejo
y lento proceso de reconstrucción, una labor más bien práctica.

En este sentido, conviene reconocer una característica muy propia de la actividad filosófica. La
filosofía es pensamiento reflexivo, es decir, es pensar sobre algo que ya está, que ya aconteció
temporalmente hablando. Dicho en otras palabras, la filosofía, guste o no, siempre llega tarde, y no
fue la excepción ante el último terremoto acaecido en la zona. Porque tuvimos un terremoto
estamos aquí reflexionando y no a la inversa.

Pues bien, de qué sirve abrir un espacio reflexivo ante una actividad que está destinada a llegar
siempre tarde, ¿por qué tendríamos que escuchar a filósofos especulando sobre el terremoto? La
respuesta está en que la filosofía, rectamente concebida, busca siempre descubrir la verdad, la
cual se destina tarde, pero siempre ha estado.

Mi principal propósito, por ende, es lograr descubrir un escorzo de verdad ante lo que es una
catástrofe natural y determinar algunos elementos propios de nuestra idiosincrasia que nos
permitan ganar mayor consciencia sobre lo acontecido en febrero pasado.

2. El olvido y la memoria.
Para comenzar, quisiera apelar a un antiguo proverbio japonés: “La calamidad natural aparece
cuando uno se olvida de la naturaleza”. Palabras que llaman la atención debido a que desde una
concepción ajena al cristianismo, la cultura nipona deja entrever que una catástrofe natural no
interpela a la ira de algún dios o a un destino trágico del ser humano, sino simplemente a un
descuido del hombre, al olvido por parte de nosotros. Pero lo lejano en la fe, se hace aquí, cercano
desde la geografía, ya que ambos pueblos son sísmicos por naturaleza. Preguntamos en primer
lugar: ¿qué es el olvido?

El olvido surge ante la falta de recuerdo. Para recordar: Talca 1928, Las Melosas 1958, Valdivia
1960, Zona Central 1971, 1985, por citar algunos (en rigor son 12 los terremotos tan solo en el
siglo XX, más de uno cada diez años). La pregunta que lanzo aquí es, ¿por qué solemos ser los
chilenos tan fáciles en olvidar?, ¿a qué se debe esta fragilidad de nuestra memoria? No apelo aquí
a una deficiencia de tipo biológica, sino a una deficiencia de actitud, de voluntad para asumir un
hecho de nuestra realidad geográfica: Chile es un país sísmico.

Benjamín Subercaseaux en su conocido libro “Chile o una loca geografía”, le dedica algunas
páginas a los terremotos. Luego de apelar al estado subjetivo que suscita experimentar un
terremoto, lanza una reflexión que nos interpela similarmente al proverbio japonés. Afirma
Subercaseaux: “Decíamos que, hasta aquí, el fenómeno ha pasado por dentro de manera
subjetiva. No así en los momentos que siguen. Todo ese mundo inerte, mudo; ese mundo que ha
tenido por misión permanecer fijo y callado durante una existencia entera, adquiere pronto una vida
formidable; una como revancha de la inmovilidad frente al hombre que ahora se queda clavado, sin
atinar con lo que debe hacer” 1 . La idea se repite, pero apelando a otro énfasis. La naturaleza, la
geografía en la cual vivimos no es ajena a nosotros, sino que es parte de nosotros, aun cuando la
proyectemos erróneamente en visión idealizada, como imagen país por ejemplo, como producto
dispuesto a ser consumido. Nadie, en su sano juicio, estaría dispuesto a incluir en un slogan de
marketing, “Chile, un país de terremotos”.

El olvido, a mi juicio, implica ocultar la relación con nuestro entorno geográfico, con nuestra
naturaleza. Me aventuro a señalar, que tenemos un privilegio como chilenos al vivir en un país
sísmico, pues es una interpelación cíclica, constante, desde nuestra propia geografía a recordar
cuan frágil es el ser humano, a recordarnos que no es sensato apegarnos demasiado a este
mundo.

Creo que el recuerdo, cuya palabra significa volver a pasar por el corazón, como indica la
etimología, no ha de estar tanto en la catástrofe por la catástrofe, sino en darle un sentido que
trascienda la propia catástrofe. Sostener que la geografía no es más que un conjunto de pliegues y
recovecos dispuestos casi por azar de la evolución es quedarse en una miopía intelectual. No solo
las personas nos comunican algo, también en la naturaleza es posible leer entre líneas.

Sostengo que la principal razón está en que la historia de un país, su idiosincrasia, su cultura, en
fin, su identidad, pasa en el cómo habita la geografía que lo rodea. Es imposible negar este hecho,
en el cómo vivimos estamos respondiendo a nuestro entorno. Y sin duda que el olvido es una
manera de responder.

3. Naturaleza y medio ambiente.


Un segundo elemento que puede ayudarnos a descubrir otro escorzo de esta verdad está en saber
distinguir naturaleza de medioambiente. El lenguaje, en su uso cotidiano, nos suele presentar
naturaleza y medioambiente como términos sinónimos o equivalentes. En verdad no es del todo
acertado. El concepto naturaleza es un término que tiene profundas raíces filosóficas y que por
motivos de tiempo no puedo precisar aquí. Baste con consignar que es la traducción latina natura
por la griega physis. Así entendida, la naturaleza se refiere a lo que ya está, lo que define a algo.
En su uso mismo, este sentido, terminó denotando una oposición respecto a lo que no es por
naturaleza, principalmente los artefactos técnicos y la cultura entendida como manifestación del ser
humano como opuesta a lo que es natural, al conjunto o totalidad de entes pertenecientes al
universo.

Por su parte, medio ambiente es un término más reciente en su uso, pero no deja de presentar
problemas en su significación, ya que etimológicamente alude al francés con la idea de “lo que
rodea”, environner, es decir, no incluye solamente una referencia a lo natural. Con el paso del
tiempo pasó rápidamente a restringirse en su uso al significar, con ayuda de los movimiento
ecologistas, una relación holística en donde todo estaría relacionado con todo. Así, el hombre, en
su afán de dominio técnico, habría intentado separarse de esta unión natural y por ende se habrían
producido, como consecuencia, las alteraciones que denuncian los movimientos ecologistas desde
hace algunas décadas.

Hecha esta aclaración, ilustremos esto mediante un ejemplo. Es parte del medio ambiente el
campus San Andrés, pero no es natural que esté allí tal tipo de construcción. A su vez, es natural
la cordillera de la costa, pero no forma parte de nuestro medio ambiente.

Pues bien, si se ha comprendido que naturaleza y medio ambiente son distintos en su significación,
podemos avanzar ahora en el hecho que si bien son distintos, son términos complementarios. Sin
duda que lagos, ríos, cordillera, en fin, todo lo relacionado con la naturaleza y que nos rodea,

1
B. Subercaseaux, “Chile o una loca geografía”, Universitaria. Santiago. 1a reimpresión. 2010, p. 204.
podrían ser parte de nuestro medio ambiente en un sentido muy amplio, pero al nivelar así los
significados de ambos conceptos perdemos justamente lo que buscamos rescatar: el hombre y
solo el hombre, logra establecer una relación con los espacios donde vive al punto que pasan a ser
lugares.

Una plaza y sus calles, una pequeña iglesia y un cementerio, un barrio y sus costumbres, todos
ellos denotan un modo como el hombre se ha instalado en un espacio geográficamente
determinado, pero que antropológicamente lo transforma otorgándole identidad, pues allí hay una
unión entre persona y naturaleza. A esa unión es a la que quiero referirme como medioambiental.
Hablar de medio ambiente supone un hombre, un ser consciente, que se relacione con un entorno
al punto que lo modifica en vistas a poder vivir.

Ahora bien, la transformación de un espacio lo podemos denominar “lugar”, y sin duda es lo que
propiamente podemos denominar “habitar”. Así, cuando un espacio está habitado deja de ser
puramente natural, pasa a ser un lugar, posee identidad, posee historia, hay cultura, etc.

Parafraseando al sociólogo Marc Augé, porque se nace en un lugar se posee identidad y por ello
2
mismo hay una residencia asociada a ese hecho . Pues bien, lo singular del habitar humano
incluye no solamente asumir las características pasivas que uno podría constatar en la naturaleza:
vegetación, ríos, fauna, etc., que denotan esa autosuficiencia propia del mundo natural como
simplemente estando, de modo que configuran en su relación lo que denominamos muchas veces
como “paisaje natural”.

También incluye la actividad propia de la naturaleza y que, sin duda, afecta nuestra manera de
estar en un espacio geográfico. Así, un río no solamente está, sino que en ciertas épocas provoca
inundaciones con motivo de los deshielos, o un volcán entra en actividad luego de muchos años.
Esta actividad termina por producir el complejo entramado natural que caracteriza a cada zona con
sus propias características. Así, el invierno altiplánico es distinto al invierno en esta región.

Pero, y es aquí donde llegamos al segundo elemento de mi reflexión, también es distinto cómo el
hombre responde a ese espacio, configurando una identidad. Los movimientos naturales impulsan
constantemente al hombre a responder en su modo de habitar.

La lluvia, sin duda que no es la misma aquí en Chile que en Inglaterra, pero tampoco es igual cómo
el inglés asume dicho fenómeno climático a cómo la vivimos nosotros. En otras palabras, el inglés
ha logrado asumir medioambientalmente la lluvia, al punto que no es simplemente la lluvia, sino
que es parte de su habitar. Podríamos agregar otros elementos tan propios de Inglaterra, como la
neblina, y así sucesivamente, y siempre veríamos el mismo rasgo llevado a la categoría cultural,
superando con ello la dimensión puramente natural de un fenómeno climático. Insisto, no se trata
de hacer exclusivo la lluvia o fenómenos similares como propios de un país, sino de cómo un país
los adopta en su relación, haciéndolos precisamente con ello medioambientales.

Para volver a Chile, recordemos otras palabras de Subercaseaux acerca de los terremotos: “Es
cierto también que esta inquietud de la tierra no pasaría de ser un fenómeno curioso si el hombre
no tuviera la manía de acumular materiales inestables sobre su cabeza, y de amontonarlos en
mala forma. Un ladrillo, un adobe, una teja, son proyectiles escogidos por los terremotos para
acabar con los moradores de una casa, y, desgraciadamente, las ciudades de esta región están
3
construidas en su mayoría de esta peligrosa manera” .

Nuestra manera de habitar, nuestras construcciones, nuestro modo de construir ciudades, incluso
nuestra manera de referirnos a las catástrofes naturales, todo ello se objetiva en un modo tan

2
Cfr., Marc Augé, “Los no lugares”, Gedisa. Barcelona. 2004, p. 57, 58.
3
Ibid., p. 205.
propio y característico de nuestro homo chilensis y que dispone esta angosta y larga tierra en un
país con un modo de ser único.

Pues bien, si el ser olvidadizo es un rasgo que habíamos identificado como propio del chileno ante
los terremotos, ahora podemos comprenderlo con mayor claridad y situarlo como un rasgo
medioambiental, es decir, como una manera de habitar por muy singular que parezca.

4. Conclusiones.
¿Qué hacer ante esta evidencia? ¿Simplemente denunciarla, apuntándola con el dedo? Si fuese
así, la filosofía como reflexión nuevamente quedaría invalidada.

El propósito es lograr desde la reflexión, es decir, desde la apropiación de lo verdadero que nos ha
permitido la filosofía, fomentar un cambio positivo en nosotros como chilenos. Se ha hablado de
reconstrucción. La reconstrucción dista mucho de un puro reordenamiento material. Ello sería
reducir esta reciente catástrofe a un hecho que se agota en lo puramente externo, sería olvidar
todas esas historias singulares de cientos de personas que murieron en febrero pasado y que no
podremos recuperar desde una mera reconstrucción burdamente entendida. No, la reconstrucción
es un llamado a transformar el olvido en recuerdo, que es lo que ahora estamos haciendo, pero
falta un segundo momento, lograr que el recuerdo se transforme en un cambio de actitud. Esto
último es un trabajo silencioso, pero no por ello inexistente.

Si hay una actitud que quisiera instalar en esta audiencia a partir del recuerdo que suscita esta
reflexión, sería sin lugar a dudas “ser precavidos”, término directamente asociado en su etimología
a un anticiparse ante algo adverso. La RAE define precaver así: “prevenir un riesgo, daño o peligro,
para guardarse de él y evitarlo”.

En este sentido, ser precavidos no es una actitud que se agote en una práctica material (construir
mejores edificios, mejores puentes, disponer de adecuados planes de emergencia, etc.), sino que
nos debe recordar las raíces cristianas de nuestra patria, las cuales se hunden más profundamente
en nuestro ser que los recientes 200 años de Bicentenario que hemos celebrado hace algún
tiempo atrás. De aquí que, en clave cristiana, esto es, como rasgo propio de nuestras raíces, cabe
recordar a San Juan Crisóstomo, quien en una homilía ante el terremoto de Antioquia afirma: “¿Y
no echáis de ver la benignidad del Señor, que conmueve la ciudad, y afirma nuestra mente; debilita
la ciudad, y robustece nuestras almas? Considerad su amor a los hombres: nos ha agitado un
4
poco, y nos ha afirmado para siempre” .

No se trata, en definitiva, de negar las catástrofes, sino de darles el adecuado sentido para habitar
humanamente. El hombre se muestra precario ante las inclemencias y catástrofes, pero solo
cuando no es precavido. El riesgo que debemos prevenir, es decir, del cual debemos guardarnos
es no olvidar nuestra fragilidad, la cual no se puede suplir con mejores viviendas o mejores
programas de emergencia.

Ser precavidos, por tanto, es una actitud que debemos fomentar y asumir, pero no desde un
egoísmo, como evitando un mal hacia mi persona que no quiero padecer, sino desde el sufrimiento
de todos nuestros compatriotas que padecieron en febrero pasado y en todos los terremotos e
inclemencias anteriores. Se lo debemos a ellos desde lo más propio de la caridad.

4
San Juan Crisóstomo, Homilias Selectas. Tomo I. Apostolado Mariano. Sevilla. 1991, p. 78.

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