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su mujer diciéndole:
—¡Abrázame, cariño!
—¡Déjame! —dijo ella, toda roja de cólera.
—¿Qué tienes? ¿Qué tienes? —repetía él estupefacto—. ¡Cálmate! ¡Bien
sabes que lo quiero!..., ¡ven!
—¡Basta! —exclamó ella con aire terrible.
Y escapando de la sala, Emma cerró la puerta con tanta fuerza, que el
barómetro saltó de la pared y se aplastó en el suelo.
Carlos se derrumbó en su sillón, descompuesto, preguntándose lo que le
pasaba a su mujer, imaginando una enfermedad nerviosa, llorando y sintiendo
vagamente circular alrededor de él algo funesto a incomprensible.
Cuando de noche Rodolfo llegó al jardín, encontró a su amante que le
esperaba al pie de la escalera, en el primer escalón. Se abrazaron y todo su
rencor se derritió como la nieve bajo el calor de aquel beso.
CAPÍTULO XII