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Robert Fisk
La Jornada, martes, 24 mar 2020
https://www.jornada.com.mx/ultimas/mundo/2020/03/24/el-fastidio-nos-matara-antes-que-el-coronavirus-650.html
Pero no: el primer balbuceo infantiloide de Johnson sobre el tema de la muerte fue
como sigue: “Muchas más familias van a perder a sus seres queridos antes de su
hora”. Sometamos esta inmadura oración a un pequeño análisis lingüístico, en las
inmortales palabras de un muy joven Noam Chomsky, cuando estudié su obra en
la universidad.
Es necesario someter esta tontería de Johnson a una amarga ironía. Otros líderes
políticos europeos dijeron la dura verdad. Por ejemplo, el taosieach irlandés, Leo
Varadkar, expresó en su mensaje del día de San Patricio: “por desgracia algunos
morirán… Casi con certeza, pronto estaremos en una situación en la que personas
morirán cada día de este virus”. Eso es darnos en el blanco. Nada de metáforas
dulzonas en Irlanda, donde la cancelación del propio día de San Patricio estuvo
más a tono con la emergencia que la ridícula decisión de Johnson de permitir que
se realizaran las carreras de Cheltenham.
Pero, bueno, los irlandeses nunca han contemplado algo tan atroz como permitir
deliberadamente que su población se infecte para quedar “inmune”, es decir, los
sobrevivientes. Sé que “inmunidad de rebaño” es un viejo término médico, pero es
particularmente pernicioso en estos días. Muy aparte de la sola palabra “rebaño”,
que tal vez sea la desdeñosa expresión con que Johnson, Cummins y otros se
refieran a los ciudadanos británicos, la “inmunidad” que estas
vacas/ovejas/víctimas disfrutarán solo podrá obtenerse después de contraer, sufrir
y en algunos casos perecer de coronavirus.
Si hubiera una vacuna para el Covid-19, la “inmunidad” ofrecida podría ser más
fácilmente digerible, incluso si los miembros del rebaño no entendieran en realidad
sus implicaciones. Pero, en el contexto del consejo inicial del médico forense, la
inmunidad solo podría lograrse a un precio fatal: con el sacrificio de los
pensionistas, los “de edad avanzada” entre el rebaño común. O esos que puedan
ser lo bastante prescindibles –aunque no para sus “seres queridos”– para expirar
“antes de su hora”.
¿O serían –esperen a oír esto– los que también tienen “temas subyacentes de
salud”? Me parece que esta frase inicua y cobarde surgió cuando comenzamos a
informar del brote de coronavirus en China. No era solo que la mayoría de las
víctimas en esa primera etapa fueran ancianos, sino que también padecían esos
misteriosos temas subyacentes de salud. Por supuesto, para los pacientes
mismos no eran “temas”: eran problemas, de hecho muy serios: del corazón, de
los pulmones, de cáncer y leucemia.
Pero desde mucho antes de esta pandemia abandonamos la muy seria palabra
problemas, porque los problemas necesitan ser entendidos, tratados, resueltos o
por lo menos aliviados temporalmente. Los problemas, pues, se han vuelto
“temas”. Todo lo que necesitan es ser reconocidos; no se requiere mayor esfuerzo
de nuestra parte. Podemos tener “temas de viaje” (si nuestro vuelo se retrasa) o
“temas mentales” (si sufrimos de perturbación mental) o “temas laborales” (si no
soportamos a nuestro jefe) o cualquier otro tipo de temas. Pero no requieren
preocupar a los demás. Los temas son una explicación de algo en lo que no
necesitamos concentrarnos. Han sido reconocidos.
Y si bien los temas de salud sin duda representan un problema para muchas
personas, la sola palabra “salud” es inapropiada porque cualquier paciente dirá
que sufre de “mala salud”, y la mala salud claro que es un problema. Y, para las
víctimas, esta mala salud no es subyacente: es la causa primaria de su
sufrimiento, su hospitalización y la posible pérdida de su vida. Lo que intentamos
decir (y fallamos) es que la enfermedad del paciente había debilitado fatalmente
su sistema inmune hasta el punto de que el virus lo mató con facilidad. O lo mató
con mayor facilidad que si la víctima que dio positivo hubiera sido un hombre o
mujer joven sin temas de salud.
Lo que debemos decir es que los pacientes “ya sufren de serios problemas de
mala salud, que los hacen más susceptibles al coronavirus”; dado el lamentable
estado del sistema de salud, que no puede cuidar a todas las víctimas de la
pandemia, muchos van a morir.
En los días recientes he detectado que la palabra “temas” va siendo sustituida por
“condiciones”. Ahora tenemos “condiciones subyacentes de salud”, que es casi
igual de malo. La palabra condición puede tener aplicaciones mucho más amplias.
En tiempos victorianos, una embarazada podía estar en “condición delicada” (de
hecho, el libreto de la película Titanic usa la palabra en ese contexto). Así pues,
una condición no necesariamente es un problema o un tema.
Pero no, si es “social” debe de ser bueno, íntimo y afectuoso, y así tenemos que
alejarnos de él en momentos como este y –he aquí el asunto, claro– “sacrificar”
nuestra vida social en bien de la sociedad/la nación/la humanidad/el mundo.
Tengo cierta simpatía por las metáforas de guerra. Médicos, enfermeros, choferes
de ambulancia y paramédicos están de hecho en “el frente”, porque no solo están
literalmente salvando vidas, sino que en cierta forma están bajo fuego al cubrir sus
puestos, porque el virus devuelve sus disparos, los infecta y en algunos casos los
mata. Están en peligro de ser eliminados por el enemigo al que tratan de destruir.
Aunque quizá no debemos olvidar que también nosotros estamos en el frente: son
los “heridos” entre nosotros a los que los médicos tratan de salvar.
A ver, espera un segundo, Robin, me dije cuando leí ese embuste. ¿De veras? La
Biblia está llena de estadísticas, muchas de ellas imaginadas y la mayoría
sencillamente ficticias. Las lluvias durante el Diluvio (el arca de Noé y todo eso)
duraron 40 días y 40 noches, lo mismo que el retiro de Cristo en el desierto,
cuando fue tentado por el diablo. Se ha calculado que dos millones de judíos
realizaron el éxodo de Egipto. Se dice que Jesús alimentó a cinco mil personas
con apenas cinco hogazas de pan y dos pescados. Tal vez Robin Swann pensaba
en las diez plagas que según el Viejo Testamento fueron infligidas a Egipto:
sangre, ranas, forúnculos, piojos, granizo, langosta, oscuridad, matanza de los
primogénitos, moscas y una peste del ganado.
Y todo este lenguaje absurdo debe sin duda producir una reacción.
¿Sencillamente aturdirá nuestros sentidos ante la realidad? ¿O nos moriremos de
fastidio antes de que el virus nos alcance?
Tal vez debamos referirnos al Diario del año de la peste, de Daniel Defoe,
publicado en 1665. Me siento en deuda con mi colega periodista Frank McNelly,
del Irish Times, por recordarme ese volumen, tan claramente desprovisto de
lugares comunes. Y sí, en los días de la peste bubónica los pubs no cerraron, pero
las autoridades prohibieron “todos los juegos, hostigamiento de osos, cantos de
baladas, duelos a espada, y otras causas de reunión… banquetes públicos y…
comidas en tabernas, cervecerías y otros lugares de entretenimiento común”.
Este vívido recuento se pone mejor. El alcalde de Londres, nos cuenta Defoe, solo
decretó que “se debe vigilar con severidad la bebida desordenada en tabernas,
cervecerías, cafés y bodegas, como el pecado común de este tiempo y la mayor
ocasión de dispersar la peste. Y que no se toleraría que ninguna compañía de
personas permaneciera o llegara a ninguna taberna, cervecería o café a beber
después de las nueve de la noche”.
Así pues, fue un toque de queda sobre las horas de funcionamiento, más que una
clausura. Todas las casas infectadas en el siglo XVII debían ser marcadas con
una cruz roja de un pie de largo en mitad de la puerta, junto con las palabras
“Señor, ten piedad de nosotros”. Los hogares podían ser cerrados y vigilados por
la policía durante 20 días (lo cual sin duda adelgazaría el rebaño). Pero por lo
menos Defoe no escribía clichés.
Desde luego, me repitió en la línea todos esos consejos sobre lavarse las manos y
permanecer alejado de otros. Pero dime todo lo que sabes del coronavirus, le
pedí. Y aquí, sin mayor comentario de mi parte, pongo su respuesta exacta,
lectores, dicha con frialdad y sin titubeos ni clichés: “No hay vacuna y no sabemos
lo suficiente de él. Es un virus muy poderoso. Se mueve muy rápido. Es fácil de
contraer y el organismo requiere mucho tiempo para combatirlo… y dura mucho.
Pronto morirán personas que conozcas”.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya