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Hogar, infancia, patria: “La casa vacía”1

Martín Prestía

Aún a riesgo de caer en un lugar común, debo confesar que estando lejos del país me ha
invadido, de cuando en cuando, la nostalgia. Es bastante frecuente: cuando uno viaja suele
ponerse nostálgico. La nostalgia es, propiamente, el “anhelo doloroso por regresar al
hogar”. Algunos han dicho —aunque actualmente se ha puesto en duda tal interpretación—
que ese hogar que evoca la nostalgia es, más específicamente, la patria.
¿Cómo no elegir un tango, entonces, para ilustrar la nostalgia? Mejor dicho, ¿qué tango
elegir, habiendo tantos tangos nostálgicos, y siendo además que el tango se gestó en lo que
podríamos decir, abusando de un término técnico, el “temple anímico” de la nostalgia;
música de inmigrantes que sabían que jamás habrían de regresar a su hogar, a su patria?
Puede también la nostalgia estar en la base de un pensamiento o un movimiento político.
Así el romanticismo, que tomaba valores precapitalistas y los proyectaba al futuro (cuando
no quería propiamente restituir la Edad Media o volver a un supuesto estado paradisíaco
originario...) y toda una serie de movimientos políticos más recientes teñidos de ese mismo
romanticismo que no era sino una crítica a la Modernidad —si bien manteniéndose dentro
de esa misma Modernidad.
La vivencia de la nostalgia puede ser proporcionada por muchos fenómenos, pues muchos
son los fenómenos que pueden erigirse en base de nuestro hogar. El amor es, sin duda, uno
de ellos. También la infancia, los primeros juegos, la vida sencilla de los que han tenido la
suerte de vivir una infancia apacible.
El tango “La casa vacía” (música de Arturo Gallucci, letra de Julio Jorge Nelson y Reinaldo
Yiso, de la cual existen dos versiones extraordinarias: la de Roberto Rufino con la Orquesta
de Miguel Caló y la de Miguel Montero como solista) ilustra patentemente este temple
nostálgico, esa vivencia nostálgica que no es sino un anhelo doloroso —doloroso por
saberse imposible. Nos habla de un hombre ya maduro que descubre que su casa de niñez
va a ser rematada. Se contrapone, así, lo cuantitativo de la mercancía que es, en definitiva,
esa casa, a lo cualitativo que tal mercancía representa subjetivamente para ese hombre, y
vivimos enteramente su drama: él ve pasar frente a sus ojos todos sus recuerdos y, junto
con ellos, la imposibilidad de retener lo que es su sustento material —la casa.
“La infancia es la patria del hombre”, dijo ese gran poeta alemán que fue Rainer Maria
Rilke. El anhelo por regresar al hogar estaba vedado desde el principio.

1
Publicado en la columna Entre sabihondos y suicidas del periódico barrial de Boedo Nuevo Ciclo, junio
de 2018, año XXXI, n° 328.
La casa vacía
Letra: Reinaldo Yiso (Reinaldo Ghiso) y Julio Jorge Nelson (Isaac Rosofsky)
Música: Arturo Gallucci (Arturo Hércules Gallucci)

El diario de la noche tembló entre mis manos


al ver aquel aviso perdido en un rincón:
“El próximo domingo remataré una casa”
y abajo en letras grandes, el barrio y dirección...
¡La casa de mis padres! – me dije conmovido,
después seguí leyendo: “se puede visitar”
y recordé mil cosas, mi infancia, mis hermanos,
mis buenos viejecitos, tan buenos como el pan.

Casita, vieja casita,


emoción del dulce hogar,
aún me llega tu fragancia,
los recuerdos de mi infancia
y la mesa familiar.
Casita, vieja casita,
puerta que no se abrirá...
Ni al sonido de mis pasos
mi madre abrirá sus brazos
ni yo le diré: “¡Mamá!”

El día del remate llegué como otros tantos,


la voz del martillero me ahogaba de emoción,
yo no tenía un cobre, la casa se llevaron
y nadie adivinaba mi pena y mi dolor...
La noche mientras tanto caía lentamente
la casa era una sombra, sólo quedaba yo,
y allí sobre sus rejas muy silenciosamente
lloré por mis viejitos con todo el corazón.

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