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Dario G. Barriera
(Director)
Esta publicación ha sido sometida a evaluación interna y externa organizada por la
Secretaría de Investigación de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educa-
ción de la Universidad Nacional de La Plata.
ISBN 978-950-34-1588-7
ISBN 978-950-34-1588-7
Decano
Dr. Aníbal Viguera
Vicedecano
Dr. Mauricio Chama
Secretario de Posgrado
Dr. Fabio Espósito
Secretaria de Investigación
Prof. Laura Lenci
El gobierno del territorio cuyano entre mediados del siglo XVIII y principios
del XIX. Los jueces de la jurisdicción de San Juan de la Frontera
Inés Sanjurjo de Driollet������������������������������������������������������������������������������������������ 73
De lo viejo en lo nuevo.
Los alcaldes menores en la Villa del Paraná en la década de 1820
Griselda Pressel����������������������������������������������������������������������������������������������������� 163
8 Justicias situadas
H
ay derechos –en el sentido de conjunto de normativas jurídicamente orga-
nizadas que afectan la vida de unos individuos– que pueden pensarse sin
territorio. Su dimensión parece ser planetaria y su afectación, concerniente a
toda la humanidad. Pienso en el derecho de gentes, en el derecho natural, incluso en
los derechos humanos o el derecho informático. Por este motivo, entre otros, la idea
de localización, de espacialidad, la concepción misma de jurisdicción, mantiene con
esos universos normativos una relación tensa. Las dificultades aparecen apenas se
abandona el texto normativo, cuya claridad podría ser meridiana, y se pasa al proble-
ma de imaginar esos derechos puestos en acto, reclamados por alguien en algún lugar,
en una realidad histórica, reclamados por sujetos singulares para que sean adminis-
trados por unos tribunales o unos jueces particularizables, en una de las dimensiones
que malamente podemos imaginar… porque finalmene no se trata de territorios.
Por el contrario, las justicias que estudiamos en este libro siempre se presentan
localizadas. Su naturaleza jurisdiccional implica que no pueden ser pensadas en nin-
guna parte, administradas por ningún juez y sobre ningún sujeto o ninguna población.
Lo que las define es, extrayendo un minimizado denominador común, su carácter
relacional y localizado: las justicias aquí estudiadas –y dejo abierta la puerta a que
otras, que ignoramos, no respondan a este modelo– conectan instituciones políticas,
derechos, jueces, poblaciones y culturas legales en ciertas coordenadas inescindibles
de espacio-tiempo.
En lugar de haber comenzado por un planteo teórico (o especulativo), los estudios
aquí reunidos, desde perspectivas ligeramente diversas, abordan los problemas clave
que configuran las relaciones entre los cinco elementos mencionados al final del pá-
rrafo anterior. Y lo hacen, deliberadamente, a partir del estudio del funcionamiento de
justicias menores, pequeñas, bajas. Fue la planificación de su estudio la que sí partió
de una convicción teórica: enfocar la dimensión judicial en una periodización que va
desde las reformas políticas y administrativas de la dinastía de Borbón hasta el perio-
do de organización constitucional de la Nación argentina permite detectar y mostrar
10 Justicias situadas
una rítmica del cambio en la forma del poder político que desde otras perspectivas,
–como la historia de las ideas, la historia del derecho o la historia política– no resulta
tan inteligible.
Sin participar declamativamente de un spatial turn, como parece haber sido ne-
cesario para cierta línea de Historia del Derecho,1 quienes trabajamos inspirados por
la perspectiva inaugurada por António Manuel Hespanha hace cuatro décadas –po-
demos llamarla una antropología jurisdiccionalista del territorio, como él mismo lo
hace en Vísperas del Leviatán…–, hemos encontrado, desde luego, dificultades a
cada paso. Menos propensos a derivar el funcionamiento vivido de las relaciones del
poder político de la doctrina que de los dichos y de los hechos de agentes colocados
un poco más al ras del suelo, concientes de que las fuentes que manejamos no pro-
ducen datos transparentes, hemos tratado de mostrar, documentadamente, las relacio-
nes entre la construcción de instituciones de poder político que podrían reconocerse
como “centrales” o “centralizadas” con un universo de instituciones contingentes,
significativas en curvas de espaciotiempo muy concretas. Visto desde una retrospec-
tiva de la historia de un “estado nacional”, el inventario ofrece diversidades difíciles
de comprender en espacios muy cercanos. La idea fue “desnacionalizar el enfoque”,
lo cual significa sobre todo desembarazarse de nuestras actuales arquitecturas jurídi-
cas para atender a los desarrollos contingentes. Atender a la manera en que se fueron
presentando tradición, interés, necesidad y acción para configurar las distintas partes
de un cuerpo político que tuvo una engarzadura planetaria (la Monarquía hispánica)
y transitar hacia formas experimentales que singificaban las experiencias locales con
nuevos horizontes de unidad que se elaboraban sobre la marcha –las nuevas sobera-
nías, los nuevos cuerpos políticos.
Desde un texto que no sin motivos se ha convertido en un clásico, la enunciación
del proyecto de António Hespanha para Vísperas… parece explicar en gran medida
la médula de los nuestros: “…una investigación que, a partir de historias locales,
muestre de qué modo los varios grupos sacaban partido del marco institucional, cómo
1 Pietro Costa señala algo similar a lo que hace muchos años encontraron en geografía los críticos a las
teorías clásicas de la localización. Descubre que “...provenendo da tradizioni disciplinari diverse, i
protagonisti dello spatial turn convergono nella necessità di sostituire all’omogeneità indifferente dello
spazio newtoniano la molteplicità e infinita varietà dei luoghi.”, Pietro Costa, “Un spatial turn per la
storia del diritto? Una rassegna tematica”, Max Planck Institute for European Legal History, Frankfurt,
2013, p. 8, http://ssrn.com/abstract=2340055. Otra historización del problema en Darío G. Barriera
“Entre el retrato jurídico y la experiencia en el territorio. Una reflexión sobre la función distancia a
partir de las normas de los Habsburgo sobre las sociabilidades locales de los oidores americanos”,
en Caravelle, 101, 2013, p. 133-154. Las críticas a la suposición teórica de espacios isotrópicos,
planos, hipotéticos, fue lanzada ya hace muchas décadas por una geografía económica que criticaba
al “espacialismo” norteamericano y está contenida en los planteos que António Manuel Hespanha
sistematizó en su Vísperas de Leviatán. Instituciones y poder político (Portugal, siglo XVII), Taurus,
Madrid, 1989.
Reflexiones sobre un trabajo de equipo y sobre
el trabajo en equipo 11
Los textos que integran este libro constituyen el último tramo de la producción
enmarcada en dos proyectos de investigación.3 Tal y como lo habíamos hecho con
nuestros libros colectivos anteriores,4 los capítulos que lo integran fueron discutidos
y reformulados a través de un trabajo en taller. En este caso fue durante el Tercer
Workshop sobre Historia Social de la Justicia Justicias de equidad y Justicias de Pri-
mera Instancia. Elencos, culturas y prácticas –Buenos Aires, Santa Fe, Mendoza y
Tucumán, siglos XVIII y XIX–, realizado durante los días 3 y 4 de agosto de 2016 en la
sede del Instituto de Investigaciones Sociohistóricas Regionales de Rosario (ISHIR),
en el Centro Científico Tecnológico (CCT) Rosario del CONICET, financiado con
partidas asignadas a los mismos proyectos.
Agradezco particularmente el apoyo en la organización brindado por el personal
técnico y administrativo del ISHIR (en especial a Guillermo Ferragutti, Laura Bada-
loni y Fernando Navarro), así como el de todos los investigadores y las investigado-
ras del Centro de Historia Social de la Justicia y el Gobierno (CEHISO, UNR), ins-
titución que también financió parcialmente dicho encuentro, auspiciado y difundido
además por la Red Columnaria, la Red de Estudios sobre Historia de la Justicia y el
Programa Ciencia y Justicia de CONICET, coordinado por Germán Stalker.
Durante el encuentro, además de las ponentes —ahora autoras de los capítulos—
oficiaron como moderadoras y relatoras otras integrantes de ambos proyectos: M.
Paula Polimene, Miriam S. Moriconi y María Celeste Forconi. Dos investigadoras
externas a los proyectos, Magdalena Candioti y Griselda Pressel, especialistas en la
materia que trabajamos, aceptaron gustosamente sumar sus contribuciones, primero
a la discusión y ahora al balance que estamos ofreciendo. Las primeras versiones
fueron discutidas durante el workshop por Juan Carlos Garavaglia, Raúl Fradkin y
Fabián Herrero, a quienes agradecemos tanto el habernos dedicado su tiempo como
los valiosos análisis que hicieron sobre nuestros borradores para llegar a los textos
que aquí presentamos.5
Mientras algunas escribían las últimas versiones de sus capítulos y quien suscribe
lo hacía con su propio texto y esta introducción, nos llegó la tristísima noticia del
deceso de Juan Carlos Garavaglia. Si hay algo que nos permite sobrellevar cosas
tan insoportables como la muerte de un amigo —lo redescubrimos en este caso— es
la posibilidad de admitir que nos sigue habitando, de rumiar las conversaciones, de
traerlo al ruedo en cada charla sobre ese o esos temas que para él eran no solo inevi-
tables, sino fuente segura de enojo y delicia.
Antes de que se declarara su fulminante enfermedad y de su tan rápida partida
habíamos hablado sobre lo que aquí estamos haciendo, sobre la forma de presentar
los resultados de un proyecto. Y hablamos particularmente sobre libros como este.
No quería dejar pasar la ocasión sin dejarlo por escrito, y ahora que Juan Carlos ya no
está, seguir conversándolo y defender la cultura del libro a voz en cuello.
Por motivos razonables, los investigadores somos evaluados con periodicidad,
seguramente para chequear que mantengamos nuestras neuronas en actividad y, qué
demonios, para ver en qué se gastan los dineros públicos —por pocos que sean, son
públicos—. Y esto está bien. Pero el asunto es que en algunos ámbitos de evaluación
(aunque sea en demasiados, sería injusto y mentiroso que escribiera “en todos”) un
libro como este se traduce a cifras que significan algo primero en una sumatoria y
luego en una escala. Se trata mayoritariamente de publicaciones que después de ha-
ber pasado por exigentes filtros, deben además gozar de una difusión por lo menos
importante, pero que de todos modos no termina de calibrarse.
5 Luego recibimos una extraordinaria devolución del réferi de la UNLP, Osvaldo Barreneche, quien no
solo ayudó a mejorar los textos sino que también continuó el diálogo que se planteaba en esta intro-
ducción. Vaya nuestro sincero agradecimiento por su profesionalismo y generosidad.
Reflexiones sobre un trabajo de equipo y sobre
el trabajo en equipo 13
Entre quienes evalúan este tipo de publicaciones académicas existe, en líneas ge-
nerales, un consenso acerca de que un libro que reúne trabajos de diferentes personas
es una “compilación”. Este primer problema no sería tan grave, porque se soluciona
buscando y leyendo para asignar a cada obra colectiva la etiqueta que amerite, si no
fuera porque es una forma velada (o anticipada, precipitada) de calificar —a la baja—
lo que podría ser un trabajo colectivo. Dicha descalificación, originada algunas veces
en un genuino desconocimiento semántico y otras a causa de una urgencia impuesta
por el exceso de trabajo, animó en su momento álgidas discusiones sobre los “capítu-
los de libro”, que lamentablemente no pude encontrar documentadas en publicacio-
nes disponibles. Si se me permite resumirlas, las mismas se referían a la existencia
de una “cultura de los artículos” como más propia de las ciencias duras, y de una
“cultura del capítulo de libro” más usual como output entre las ciencias humanas
y sociales. Sin embargo, dicha generalización, que podría servir como una bandera
legítima para superar los graves problemas que nos propone el sistema internacional
de publicación de artículos,6 supone a estas horas una distinción legítima pero no
tan operativa. Sobre todo porque ocluye todavía cosas importantes, particularidades
que exigen desgranar más sobre cómo se construye cada producto intelectual en sus
diferentes fases.
En este libro, cuyo contenido ha sido primero planificado, luego materializado en
sus primeras versiones y después —durante más de año y medio— cuidadosamente
sometido a discusión entre los miembros de dos equipos, enviado a expertos que se
tomaron el trabajo de leerlo, y más tarde sometido a una evaluación abierta, habitan
una docena de “capítulos de libro”. Por incluirlos aquí, sus autores en algún caso han
desistido de publicarlos como “artículos”, a sabiendas de que —aunque no esté es-
crito en ningún lado— a la hora de rendir cuentas, resignan algo de valor en sus eva-
luaciones. El sentido común académico, basado en criterios de evaluación que, sin
estar escritos, circulan como rumor (lo cual es, para nuestro ámbito de referencia, tan
absurdo como pernicioso) indica que un artículo publicado en una revista de primera
permite una valoración que se traduce en números más espigados que los asignables a
un capítulo de libro. Esto no es una preocupación para quienes estamos hace algunos
años en la “carrera de investigación”. Puede ser molesto, puede darnos igual, pero no
es un motivo de preocupación. Pero dependiendo de la instancia, para quienes recién
comienzan a andar el camino, vehiculizar un trabajo como capítulo de libro y resignar
su publicación como artículo puede significar la diferencia decisiva entre el éxito y el
fracaso a la hora de atravesar un rito de evaluación para profesionalizarse en el oficio:
6 Véase Rozemblum, C.; Unzurrunzaga, C.; Banzato, G. y Pucacco, C. (2015). Véase Rozemblum, C.;
Unzurrunzaga, C.; Banzato, G. y Pucacco, C. (2015). “Calidad editorial y calidad científica en los
parámetros para inclusión de revistas científicas en bases de datos en Acceso Abierto y comerciales”,
Palabra Clave, Vol. 4, N.° 2, pp. 64-80. Disponible en http://www.palabraclave.fahce.unlp.edu.ar/
article/view/PCv4n2a01
14 Justicias situadas
es clave a la hora de competir por una beca, o por un puesto de trabajo en un consejo
de investigaciones, aquí y en muchas partes del mundo.
Los sistemas de evaluación perfectos no existen. La distribución de recursos es-
casos está presente en todas partes. Tampoco son perfectos los métodos que las ins-
tituciones utilizan para adjudicar bienes y cargas, que se juegan durante todas las
instancias de la vida “comenzando por la admisión o no en guarderías infantiles y
terminando por la admisión o no en hogares de ancianos”7. Así, hacer cola favorece
al que tiene tiempo; comprar un puesto, al que ya es rico; anotarse en listas perjudica
tanto a los miopes como a los ansiosos, y atravesar exitosamente refinados procedi-
mientos burocráticos no es para cualquiera, salvo para los tenaces y los pacientes.
Como afirma Jon Elster sin ironía, al fin y al cabo, “el único sistema que no es suscep-
tible de tener efectos secundarios es un verdadero sorteo”8, lo cual vuelve al asunto
definitivamente macabro.
El centro del problema que pretendo plantear es que componer un trabajo colec-
tivo bajo la forma de libro supone muchas cosas que una evaluación estandarizada
—en el sentido de habitual— podría reconocer: abordar junto con otros la existencia
de un problema común, conversar sobre él, intercambiar puntos de vista, animarse a
compartir un lenguaje para comprender ese problema, dialogar respetando formacio-
nes o plataformas teóricas diferentes, recibir comentarios con recomendaciones de
propios y extraños, revisar, repensar, confrontar, pasar por una edición. El responsa-
ble del conjunto, a su vez, tendrá que hacer lo propio con su contribución, más leer
y releer las que ha solicitado, responder a cada uno, limar las asperezas del rompe-
cabezas o calibrar con muñeca el caleidoscopio, ponderar cómo ha sido el resultado
del trayecto e imaginar de qué manera seguir adelante. No parece poca cosa. Y no
lo es si, además, como quería nuestro querido Juan Carlos, lo que queda es un libro.
Hace apenas dos años, desde Argelès sur mer, me mandó un texto cuyo contenido
creía que me gustaría conocer, porque resumía varias cosas que habíamos charlado
no hacía mucho tiempo. Se trataba de una carta que pensaba enviar a la comisión
de investigaciones que había integrado en la universidad catalana donde radicó su
último proyecto. Como siempre, lo introdujo con humor, y en el cuerpo del mensaje
adelantó: “Ahora me divierto con estas cosas”. En la carta, que hace poco supe que
efectivamente envió, después de presentarse como un flamante jubilado, escribió:
7 Jon Elster, Justicia Local: de qué modo las instituciones distribuyen bienes escasos y cargas necesa-
rias, Gedisa, Barcelona, 2009, p. 14.
8 Jon Elster, Justicia Local, p. 132.
Reflexiones sobre un trabajo de equipo y sobre
el trabajo en equipo 15
Darío G. Barriera
Maciel, 16 de enero de 2017
Que parezca un disenso matrimonial…
Regalismo borbónico, religión y mestizaje desde el
prisma de la cultura jurisdiccional en el Río de la
Plata (1787-1804)
Miriam Moriconi
E
n los estudios sobre historia de la Iglesia o en los más específicos sobre el
Real Patronato en la Monarquía Hispánica, el siglo XVIII representa la inau-
guración de una etapa de grandes cambios.1 Un ciclo de intenso regalismo,
con un manifiesto y más global interés por incrementar la autoridad sobre el clero y
avanzar sobre jurisdicciones eclesiásticas. En gran parte de la historiografía sociopo-
lítica del período, hasta hace unas décadas se asumía al recambio borbónico como
el parteaguas entre el Antiguo Régimen y el liberalismo. Así se fue conformando la
imagen de toda una centuria arrasada por una suerte de tsunami secularizador, que
fue tornando “más civiles” materias de gobierno matrizadas por normativas católicas
y subjetividades religiosas e inyectando dosis de racionalidad burocrática “estatal”
en los oficiales reales.2
No obstante, aunque todavía no es tan visible en las síntesis históricas, nuevas
investigaciones y grupos de estudios sobre el Ochocientos han contribuido a romper
aquella imagen tradicional. En esta dirección, mucho han asistido los estudios sobre
secularización al ensayar, con renovadas conceptualizaciones, una hermenéutica más
sensible a las múltiples dimensiones del fenómeno. Este estímulo es evidente en in-
1 Teófanes Egido, “El regalismo y las relaciones iglesia-estado en el siglo XVIII”, en Ricardo García de
Villoslada, Historia de la Iglesia en la España de los siglos XVII y XVIII, BAC, Madrid, 1979, Tomo
IV, pp. 123-249; Alberto de la Hera, “Notas para el estudio del regalismo español en el siglo XVIII”,
en AEA, núm. 31, 1974, pp. 409-444; Christian Hermann, L’Eglise d’Espagne sous le Patronage
Royal (1476-1834), Casa de Velázquez, Madrid, 1988; Fernando Negredo del Cerro, “Evolución de
las relaciones Iglesia-Estado”, en Historia del Cristianismo, Tomo III: El mundo moderno, Trotta,
Universidad de Granada, 2006, pp. 367-413.
2 John Lynch, El siglo XVIII, Crítica, Barcelona, 1991 [1989]; Antonio Domínguez Ortiz, Carlos III y
la España de la Ilustración, Alianza Editorial, Madrid, 2005.
18 Justicias situadas
El taller de los espejos. Iglesia e imaginario 1767-1815, Claridad, Buenos Aires, 2000; Griselda
Tarragó “Las reformas borbónicas”, en Darío G. Barriera (dir.) Nueva Historia de Santa Fe, La Ca-
pital - Prohistoria, Rosario, 2006, Tomo III, pp. 115-145; Raúl Fradkin y Juan Carlos Garavaglia, La
Argentina Colonial. El Río de la Plata entre los siglos XVI y XIX, Siglo XXI, Buenos Aires, 2009.
7 Miriam Moriconi, “Configuraciones eclesiásticas del territorio. Una propuesta de abordaje: la dióce-
sis de Buenos Aires en clave parroquial (s. XVIII)”, en Macarena Cordero, Rafael Gaune y Rodrigo
Moreno, Cultura legal y espacios de justicia en América, siglos XVI-XIX, DIBAM, Santiago de Chile,
2017, pp. 73-91; “De la organización territorial de la iglesia a la dimensión territorial de las agencias
eclesiásticas. revisión y prospectiva desde la historiografía de la diócesis de Buenos Aires (s. XVIII)”,
en Anuario del IEHS, 31-1, 2016.
8 Archivo General de Indias, Sevilla, (en adelante AGI), Indiferente General, 540, Libro YY 18, fol. 68.
9 Cayetano Bruno, (SDB) El derecho público de la Iglesia en Indias, Instituto San Raimundo de Peña-
fort, Salamanca, 1967, pp. 179-185; Alberto de la Hera, “El Regio Patronato Indiano”, en Iglesia y
Corona en la América Española, Madrid 1992, pp. 175-193; Víctor Tau Anzoátegui, “Órdenes nor-
mativos y prácticas socio-jurídicas. La justicia”, en Nueva Historia de la Nación Argentina, Período
español (1600-1810), Tomo II, Academia Nacional de la Historia - Editorial Planeta, Buenos Aires,
1999, pp. 283-316; Valentina Ayrolo, “Argumentos y prácticas patronales durante la experiencia de la
centralidad política de las Provincias Unidas, 1810-1821”, en Anuario del CEH, núm. 4, Año 4, 2004,
pp. 107-122.
20 Justicias situadas
10 Cayetano Bruno, (SDB) Historia de la Iglesia en la Argentina, Don Bosco, Buenos Aires, 1969, Tomo
VI.
11 Dejo al margen las reformas más trabajadas sobre los fueros y jurisdicciones de importantes oficiales
de la administración real reñidas con las de los eclesiásticos, como las restricciones sobre el derecho
de asilo y la inmunidad personal de los clérigos, que pueden seguirse en la bibliografía citada más
adelante.
12 La primera Audiencia de Buenos Aires funcionó entre 1660-1680. Luego el superior tribunal real para
las causas del Río de la Plata operó en la Audiencia de Charcas (actual Sucre, Bolivia). La segunda Au-
diencia de Buenos Aires fue establecida por Cédula Real de 14 de marzo de 1783 e inaugurada en agosto
de 1784. En 1786 se conocieron las Ordenanzas redactadas por el virrey Nicolás del Campo –marqués de
Loreto– y los primeros oidores. Aunque carecieron de aprobación real, rigieron hasta 1810. Los artículos
57 y 60 se referían a la jurisdicción eclesiástica. Cfr. Enrique Ruiz Guiñazú, La magistratura Indiana,
Buenos Aires, 1916, pp. 370-371; Eduardo Martiré, Las Audiencias y la Administración de Justicia en
las Indias. Del iudex perfectus al iudex solutus, Librería Editorial Histórica Emilio Perrot, Buenos Aires,
2009, p. 125.
Que parezca un disenso matrimonial…
21
los reformistas y a sus detractores afectaron la vida ordinaria de una pequeña comu-
nidad. Para este propósito procederé al microanálisis de un juicio por disenso matri-
monial en pleno apogeo de la Pragmática Sanción, sostenido en primera instancia
ante el alcalde ordinario de primer voto de la ciudad de Santa Fe y apelado en la Real
Audiencia de Buenos Aires. Pese a que el pleito se formalizó bajo esta figura judicial
–y así ha sido contemplado en algunos análisis señeros sobre disensos en el Río de la
Plata13–, las circunstancias, los testimonios de los declarantes y sus derivas lo revis-
tieron de características afines a los recursos de fuerza.
13 Susan Midgen Socolow, “Parejas bien constituidas: la elección matrimonial en la Argentina colonial,
1778-1810”, en Anuario del IEHS, V, Tandil, 1990, pp. 133-160.
14 Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, La Plata (en adelante AHPBA), 7-5-14-101. Real Au-
diencia, Disensos, Leg. 1, Santa Fe, 23 de junio de 1787- Buenos Aires, 20 de febrero de 1804. Todas las ci-
tas textuales de los declarantes corresponden a este expediente, donde se adjuntan copias de las actuaciones
labradas en Santa Fe por el alcalde ordinario de primer voto. Aún no he localizado el expediente original
que debió labrar en aquella primera instancia. De acuerdo con las firmas, los oficiales de la Audiencia que
intervienen son el relator –Leyba–, el escribano de cámara –Facundo de Prieto y Pulido–, el fiscal –José
Márquez de la Plata–; presidente, regente, decanos y oidores firman sin aclaración, excepto en 1804 que
firma Marcelino Callejas. El expediente contiene 59 páginas sin foliar. Agradezco a la colega y amiga Lau-
ra Rodríguez que fotografió el expediente y me lo envió, cuando las dudas motivadas por mi defectuosa
transcripción me asaltaron en medio de la escritura de este artículo. Muchas de las reflexiones contenidas
en este trabajo no hubieran sido posibles sin mediar su invaluable gesto de caminar hasta el archivo, aun en
las condiciones de un febrero platense, y poner a mi alcance el documento digitalizado.
15 AGI, Indiferente General, 540, Libro YY18, ff. 63-72. Real Cédula declarando la forma en que se
ha de guardar y cumplir en las Indias la Pragmática Sanción del 23 de marzo de 1776 sobre contraer
matrimonios, 7 de abril de 1778. De acuerdo a este texto se excluían las uniones que solo concernían
a “mulatos, negros, coyotes e individuos de castas y razas semejantes”.
22 Justicias situadas
16 En cuanto a la aplicación de la normativa tridentina y del nuevo ritual matrimonial en los territorios
de las archidiócesis de Lima y Charcas antes de la Pragmática Sanción de 1776, sigo a Pilar Latasa,
“Signos y palabras: la celebración del matrimonio tridentino en Lima y Charcas (s. XVI-XVIII)”,
Revista Complutense de Historia de América, 42, 2016, pp. 15-40.
17 El decreto Tametsi, objeto de fuertes controversias en las sesiones conciliares, aunque no consiguió pleno
consenso, finalmente fue aprobado en 1563. El mismo revistió al matrimonio de carácter sacramental,
sancionó su indisolubilidad, impuso la condición de la intervención y la presencia del sacerdote en las
diferentes etapas del trámite matrimonial y estableció reglas en cuanto al consentimiento y la publicidad
del acto. Respecto de su incidencia en la promesa de matrimonio, ver Ronnie Po-Chia Psia, El mundo de
la renovación católica, 1540-1770, Akal, Madrid, 2010, p. 41.
18 Antonio Dougnac Rodríguez, Esquema del Derecho de Familia Indiano, Instituto de historia del de-
Que parezca un disenso matrimonial…
23
recho Juan de Solórzano y Pereyra, Santiago de Chile, 2003; Isabel Morant Deusa y Mónica Bolufer
Peruga, Amor, matrimonio y familia: la construcción histórica de la familia moderna, Síntesis, Ma-
drid, 1998.
19 Entre ellos: la edad (la novia no debía ser menor de 12 años y el novio de 14), un matrimonio anterior,
parentesco por afinidad o espiritual, ausencia de libertad para el consentimiento de uno o ambos no-
vios.
20 Sobre las competencias y potestades jurisdiccionales de los jueces eclesiásticos consultar María Elena Ba-
rral y Miriam Moriconi “Los otros jueces: vicarios eclesiásticos en las parroquias de la diócesis de Buenos
Aires durante el periodo colonial”, en Elisa Caselli (compiladora) Justicias, agentes y jurisdicciones. De la
Monarquía Hispánica a los Estados Nacionales (España y América, siglos XVI-XIX), FCE, Madrid, 2016,
pp. 345-372. Sobre los cambios experimentados en las facultades de curas o de jueces eclesiásticos en las
instrucciones previas al matrimonio en la diócesis de Oaxaca, ver Ana de Zaballa y Ianire Lanchas, “Los
conflictos entre las jurisdicción real y episcopal a fines del XVIII. El caso del obispo Gregorio Alonso de
Ortigosa (1776-1793)”, en Macarena Cordero, Rafael Gaune y Rodrigo Moreno Cultura legal y espacios
de justicia en América, siglos XVI-XIX, DIBAM, Santiago de Chile, 2017, pp. 104-106.
24 Justicias situadas
21 Miriam Moriconi, “El curato de naturales en Santa Fe del Río de la Plata. Siglos XVII-XVIII”, His-
pania Sacra, LXIII, núm. 128, Madrid, 2011, pp. 433-467.
22 Archivo Histórico del Arzobispado, Santa Fe (en adelante AHSFVC), Parroquia de Naturales, Libro de
Bautismos, 1748-1760, f. 82. Bautizada el 8 de octubre y registrado el bautismo el 17 del mismo mes.
23 AHSFVC, Informaciones matrimoniales, Libro X, 1782-1789, ff. 100-101. Santa Fe, 4 de mayo de
1787. Los testimonios fueron certificados por el notario público Francisco Antonio de Pando. Los
testigos fueron: Francisco López, natural de Cádiz, y José Castañeda, natural del “Arzobispado de
Santiago de Galicia”.
Que parezca un disenso matrimonial…
25
24 Entre otros: Elsa Caula, “Jurisdicciones en tensión. Poder patriarcal, legalidad monárquica y libertad
eclesiástica en las dispensas matrimoniales del Buenos Aires virreinal”, en Prohistoria, núm. 5, 2001,
pp. 123-142; Mónica Ghirardi, “Historias íntimas de hombres y mujeres en el orden finicolonial cordo-
bés”, en CLAHR, vol. 12, núm. 4, México, 2003; y los trabajos compilados en Nora Siegrist y Mónica
Ghirardi, –coordinadoras– Mestizaje, sangre y matrimonio en territorios de la actual argentina y Uru-
guay. Siglos XVII-XX, Dunken, Buenos Aires, 2008.
25 El alcalde de 1º voto era Manuel Teodoro y Villalobos.
26 Archivo de la Iglesia de Jesús de los Santos de los Últimos Días (en adelante AIJSUD), Parroquia Nues-
tra Señora del Rosario, Libro de matrimonios 2, 1764-1803, ff. 175-176.
26 Justicias situadas
31 Archivo General de la Nación, Buenos Aires (en adelante AGN), IX, 31-7-4, Exp. 1107. Año 1797.
Sobre este caso, en María Elena Barral y Miriam Moriconi, “Los otros jueces…”, cit., p. 365.
32 AGN, IX, 31-7-4, Exp. 1107. Año 1797. María Elena Barral y Miriam Moriconi, “Los otros jue-
ces…”, cit., p. 365.
Que parezca un disenso matrimonial…
29
los temperamentos,37 creían que estas uniones podían afectar el carácter de la prole,
que “podía resultar resentida y díscola”; igualmente, porque por el mestizaje dejarían
de ser indios y, por carácter transitivo, dejaban de ser tributarios.38
Como puede observarse, el matrimonio siempre había sido materia de las políti-
cas y ordenamientos jurídicos de la Monarquía, aunque fuera un sacramento revesti-
do por el dogma y las normativas canónicas; y un acto cuya celebración y registro, de
forma exclusiva y excluyente, estaba en manos del personal eclesiástico. De allí que
todo lo que rodeaba a la vida matrimonial es una excelente pantalla donde observar
la incardinación entre política y religión, pero también los fusibles de la misma, en
especial en la segunda mitad del XVIII. Mientras que las normativas canónicas y
muchos sacerdotes y obispos, siguiendo los capítulos de reforma tridentinos, demos-
traron mayor preocupación por legitimar concubinatos y acabar con prácticas peca-
minosas como el amancebamiento, la barraganía,39 autorizando uniones sacramenta-
das por encima de las “calidades” de las personas, las políticas monárquicas fueron
recrudeciendo sus medidas respecto de los matrimonios. Mientras que para las leyes
canónicas bastaba el libre consentimiento de los contrayentes, la Monarquía imponía
como requisito el consentimiento de los padres o adultos tutelares.40
La Pragmática Sanción de 1776 hizo del permiso de los padres un prerrequisito
para los españoles y españolas de hasta 25 años. Y en la Cédula para su implemen-
tación en territorios americanos, el rey no solo encargó expresamente a los obispos
y arzobispos la ejecución de lo que contenía aquel artículo:
… sino también que manden a sus provisores y demás súbditos suyos
dependientes de su jurisdicción eclesiástica, que no den licencia para
37 Acerca de la conjunción de la ideología hispánica de pureza de sangre y la más antigua teoría hipo-
crático-galénica de los temperamentos, ver Carlos López Beltrán “Sangre y temperamento. Pureza y
mestizajes en las sociedades de castas americanas”, en Saberes locales: ensayos sobre historia de la
ciencia en América Latina, COLMICH, Michoacán, 2008, pp. 289-342.
38 Daisy Rípodas Ardanaz, El matrimonio en Indias. Realidad social y regulación jurídica, Buenos Ai-
res, 1977, p. 244.
39 Tesoro de la lengua castellana o española de Sebastián de Covarrubias, Madrid, 1611, fol. 168: “Ba-
rragán. Es nombre arábigo, y vale tanto como mozo soltero, valiente y arriscado; y así el padre Guadix
dice estar compuesto de barr, que vale fuera, y gan, que vale rico”. En el Diccionario de autoridades
de 1726, Tomo primero, consigna que Barragana: antiguamente se llamaba assi la amiga, dama o
concubina que se conservaba en la casa del que estaba amancebado con ella, y para serlo era preciso
fuesse libre, y no sierva, soltera, única y que no tuviesse parentesco en grado conocido con el galan
que le embarazasse casar con ella si quisiesse. Es voz compuesta (según el Rey don Alonso) de Barra,
que quiere ‘fuera’, y de gana, de ‘ganancia’.
40 AGI, Indiferente General, 540, Libro YY 18, fol. 68. “Que para atajar estos Matrimonios desiguales,
y evitar los perjuicios del Estado, y familias, se observe inviolablemente por los Ordinarios Ecle-
siásticos, sus Provisores y Vicarios, lo dispuesto por el Concilio de Trento en punto a las proclamas,
escusando su dispensación voluntaria”.
Que parezca un disenso matrimonial…
31
que se casen los hijos de familia y menores de edad hasta que se les
haga constar la de los padres, abuelos, parientes, tutores o curadores
o de las justicias respectivamente en los diversos casos y ocurrencias
que se expresan en la Pragmática y en esta cédula o hasta que se haya
concluido el juicio de resistencia a la contracción de esponsales.41
Por esto, aunque no estuviesen los padres ni los familiares de Miguel y María Brígida
para impedirlo, otros podían asumir su tutela y evitar el matrimonio “desigual”.
El tesorero esgrimía que ante matrimonios como este, que entraban “en tan nota-
ble disparidad como de lo blanco â lo negro”, era su deber impedirlo.
La autoridad patriarcal apareció como uno de los primeros argumentos. Miguel
era español y sus padres no residían en la ciudad. El oficial real tampoco tenía una
relación estrecha, al punto que desconocía si Miguel había llegado como “polizon o
pasajero prohibido”. De cualquier modo, el ministro invocaba una relación paternal
asentada en su condición de español: “… viéndolo joven y sin parientes puse verbal
demanda a vuestra merced para qe como Padre de forasteros en clave de justicia pro-
cediera con el impedimento”.
Como “padre de forasteros”, Rafael Guerrero estigmatizaba a María Brígida. Pre-
tendía colocarla en algún peldaño denigrante de la escala pigmentocrática que ni
siquiera conseguía descifrar. En el expediente fue calificada, alternativamente, como
samba, mulata, parda e hija de mulatos. Poco importaba determinar con precisión
cuál de todas era la mezcla de su sangre, y todas eran igualmente injuriantes cuan-
do el objetivo atentaba contra una elección personal y, quizás, hasta amorosamente
sentida.
De lo que se trataba era de reunir argumentos para evitar la contaminación de la
sangre española: “… casando con muy iguales conserbaran la limpieza de la sangre y
estarán sin nota de la mala raza con qe este se ha interpolado y obscurecido”.
El tesorero también pretendía fundar su competencia para impedir el matrimonio
en el vínculo de naturaleza, que en este caso se asociaba al terruño y se reconocía
como “patria”. Rafael Guerrero, como Miguel, era malagueño, y como “hidalgo de
sangre” y privilegiado por el empleo que había obtenido por la gracia real, argüía
haber intervenido en “razón de sociedad”. Para Guerrero esto incluía la defensa de su
sangre, su estirpe, la patria chica y la reciprocidad con su rey.
… el caracter del hidalgo es el de ser leal a su Rey, y a su Patria y si lo
qe el hombre travaja para si no le ennobleze, y lo que se desvela y su-
fre por su Patria y por el bien publico, no puede prescindir el Ministrô
Tesorero tomar acción de parte, en el Matrimonio de Miguel Martinez,
pues siendo este nacido según confiessa en la muy Noble y leal ciudad
42 Santa Fe, 27 de junio de 1744- 8 de agosto de 1812. Hijo de Juana Ventura López Pintado y Marcos
de Mendoza y de Francisco Antonio de Vera Muxica Torres.
43 Luis María Calvo, Los Vera Muxica en Santa Fe, Fundación Rafael del Pino, Santa Fe, 2001; Doña
Rafaela de Vera Muxica, virreina del Río de la Plata, Fundación Rafael del Pino, Santa Fe, 2003.
44 Cayetano Bruno, El derecho público…, cit., p. 110. Ref. AGI, Buenos Aires, 252.
34 Justicias situadas
45 El altercado que afectó al clérigo que concursaba para la vacante de la parroquia del Pilar –Francisco
Castro y Careaga– y la participación de la feligresía en el conflicto han sido objeto de análisis en María
Elena Barral, “¿Voces vagas e infundadas? Los vecinos de Pilar y el ejercicio del ministerio parroquial, a
fines del siglo XVIII”, Sociedad y religión, N.º 20-21, 2000, pp. 77-114, y en De sotanas por la pampa.
Religión y sociedad en el Buenos Aires rural tardocolonial, Prometeo, Buenos Aires, 2007, pp. 49-71.
46 Aunque finalmente quedaron instituidos, la relación entre el obispo y vicepatrono no se recompuso.
Por el contrario, continuaron cultivando antipatía y desatando una larga reyerta en la que intervinieron
el rey, el Consejo y la Real Audiencia, y el obispo Malvar terminó embarcado a España, rumbo a la
diócesis de Santiago de Compostela, a su Galicia natal.
47 Al respecto, mi tesis doctoral Configuraciones eclesiásticas del territorio santafesino (siglo XVIII),
Universidad Nacional de Rosario, 2014.
Que parezca un disenso matrimonial…
35
¿Quiere decir esto que cuando Vera Mujica extendió la licencia de matrimonio a
María Brígida y a Miguel actuaba como párroco de naturales? Evidentemente no. Lo
había hecho como juez eclesiástico, no acatando el procedimiento prescripto para las
uniones matrimoniales como las que se intentó controlar con la Pragmática de 1776,
lo que seguramente debió conocer por su propio oficio de párroco de naturales. Es
que táctica y paradójicamente, Vera Mujica había comenzado a “desnaturalizar” su
curato.
Cuando María Brígida se casó con Miguel, el curato de naturales ya no existía.
El mismo párroco Vera Mujica había procedido a su fusión con el de españoles. El
litigio sobre la desigualdad de su matrimonio se inició cinco meses después de eje-
cutada la fusión de las parroquias, bajo el argumento –ambiguo, tratándose de Vera
Mujica– de que la corta feligresía (indias, indios, negras, negros y castas) no ameri-
taba su existencia.
A continuación, intentaré explicar cómo los contrayentes, dos personas mayores
de edad, sin otro signo de notabilidad que el de su pobreza, sin condicionamiento
paterno (ninguno de los dos tenía a sus padres en la ciudad), sin vinculaciones con
miembros de la elite (al menos en ningún documento que les concernía resultaron
de relieve) podían llegar a ser objeto de un litigio en el alto tribunal por causa de un
matrimonio “desigual”.
Un conflicto encubierto
Como finalmente admitió Vera Mujica al verse acorralado en el alto tribunal, el ma-
trimonio desigual y la Pragmática Sanción habían constituido el pretexto para una
venganza que se libraba en la arena judicial:
… no el Espíritu de la observancia de las Leyes ha movido el ánimo
de Nuestros Ministros, a acusarme de inobservante a ellas, sino el de
mala voluntad y pública aversión que me profesa, en especial el de la
Real Hazienda.48
Así comenzaron a desempolvarse otras motivaciones. De acuerdo con las declara-
ciones de Vera Mujica, el fin era separarlo de su ministerio parroquial a modo de
venganza por un altercado producido en un escenario corriente en este tipo de riñas,
como era la celebración de la Bula de la Santa Cruzada. En aquella ocasión el doctor
Rafael Guerrero había cuestionado el sermón del cura:
… me pasó un oficio tan lleno de autoridad que se abanzó a pedirme
razón de mi Doctrina amenazándome con el comisario General y par-
ticular, si no me desdecía en el Púlpito de lo que había dicho en él.
51 AGPSF, AC, Tomo XVI B, ff. 525-526. Santa Fe, 8 de julio de 1799 y Tomo XV B, ff. 543-544. Santa
Fe, 25 de noviembre de 1799.
52 Susan Midgen Socolow, “Parejas bien constituidas: la elección matrimonial en la Argentina colonial,
1778-1810”, en Anuario del IEHS, V, Tandil, 1990, pp. 133-160; Silvia Mallo, “Iglesia, valores cris-
tianos y comportamientos: el Río de la Plata a fines del período colonial”, en Trabajos y comunicacio-
nes, núm. 126-27, pp. 93-113.
53 Cfr. Manuel Teruel Gregorio de Tejada, Vocabulario básico de…, cit., entrada: regalías, p. 391. Un
desarrollo en profundidad de este tema en la región bajo estudio en Abelardo Levaggi, “Los recursos
de fuerza. Su extinción en el Derecho Argentino”, en Revista de Historia del Derecho, 1977, núm. 5,
pp. 75-126; Silvia Mallo, “Justicia Eclesiástica y Justicia Real. Los recursos de fuerza en el Río de la
Plata. 1785-1857”, en Trabajos y comunicaciones, 2.da época, núm. 25, 1998, pp. 267-292; “Iglesia,
valores cristianos y comportamientos: el Río de la Plata a fines del período colonial”, en Trabajos y
comunicaciones, núm. 126-27, pp. 93-113.
38 Justicias situadas
57 Silvia Mallo, “Justicia Eclesiástica y Justicia Real. Los recursos de fuerza en el Río de la Plata. 1785-
1857”, en Trabajos y comunicaciones, 2.da Época, núm. 25, 1998, pp. 267-292.
58 Socolow consignó que “Los juicios apelados ante la Real Audiencia debían afrontar a su vez derechos
de registro y de procedimiento”. Con base en expedientes en los que se registraron las costas del liti-
gio, la historiadora pudo determinar que los gastos alcanzaron valores que ubica entre 57 pesos, seis
reales y 283 pesos, siete reales, estimando un promedio de 123 pesos, dos reales, en Susan Midgen
Socolow, “Parejas bien constituidas…”, cit. p. 143.
40 Justicias situadas
59 El cura proporcionó una lista con otros casos nominalmente expuestos en su declaración.
60 Tonda cita un peritaje médico realizado en Córdoba por Gregorio Ameller y Pablo Pastor el 15 de
Que parezca un disenso matrimonial…
41
octubre de 1810 en el que se confirma el diagnóstico de hemorroides con “efusión purulenta y bastante
copiosa del esfínter anal por ulceración crónica de las várices”, además de una “dolorosa artritis en las
manos”. El informe puede haber sido exagerado a favor del clérigo, ya que se realizó en el momento
de decidir su traslado a Famatina. No obstante, su fama en “negocios ilícitos”, la edad y su postración
al regresar a Santa Fe, donde falleció al poco tiempo, suman indicios para confirmar la gravedad de su
estado de salud. Cfr. Américo Tonda, “El confinamiento del Dr. Vera Mujica (1810)”, en BAGSF, año
VII-VIII, núm. 7/8, 1975-76, p. 10.
61 AGN, X, 3-8-1. Santa Fe, 27 de septiembre de 1812. Carta del Dr. Vera Mujica al Obispo Lué y Riega.
62 AGN, X, 3-8-1. Santa Fe, 12 de octubre de 1812. Carta del Dr. Amenábar al Obispo Benito Lué y
Riega.
42 Justicias situadas
utilizadas para calificar a las personas que conformaron su feligresía y que funda-
mentaron su existencia, y mientras estaba en vigor la Pragmática Sanción sobre ma-
trimonios desiguales de Carlos III que estimulaba estas aberrantes clasificaciones.63
En síntesis, aunque ya no existiera una parroquia de naturales y aunque María
Brígida había conseguido casarse con un español, las categorías étnicas y raciales
estaban vigentes y la suya la acompañó como un estigma en su paso a la eternidad.
Al margen de su registro de entierro, el cura anotó debajo del nombre su condi-
ción de “natural”. 64
Las categorías raciales no solo pervivían en la concepción de oficiales como el
alcalde y el tesorero real que acusaban a Vera Mujica. También impregnaban el imagi-
nario de los propios curas, aun cuando estuvieran mejor dispuestos al amparo religioso
de las uniones conyugales desiguales bajo la forma sacramentada.
Reflexiones finales
Si bien el pleito analizado, en la medida en que el expediente fue caratulado como un
disenso matrimonial, no es excepcional –este tipo de juicios no lo era, en absoluto–,
el caso presenta temas y agentes particularmente emblématicos de la política borbó-
nica haciendo un uso excepcional de un juicio de disenso matrimonial. El análisis se
desarrolló a partir de su inscripción en una problemática que concentra articulaciones
posibles entre religión y política, las cuales admiten tensar los argumentos sobre la
matriz católica del poder político en la Monarquía Hispánica y la naturaleza conflic-
tiva de la gestión de la religiosidad y la política eclesiástica. El caso judicializado im-
plicó a dos clérigos y esto permitió pulsar y profundizar los contenidos de aquel ren-
glón que ninguna historiografía sobre la monarquía borbónica ha omitido, como es
63 De acuerdo con Lavallé, que ha estudiado procesos de mestizaje y políticas de etnicidad en Quito,
aunque fueron contempladas algunas uniones mestizas, aquellos acendrados prejuicios siguieron le-
gitimados con renovada normativa, que muchos lograron transgredir. Bernard Lavallé “¿Estrategia o
coartada? El mestizaje según los disensos de matrimonio en Quito (1778-1818)”, en Transgressions
et stratégies…, cit., p. 98. Acerca del complejo manejo de la etnicidad, ver p. 113 y ss. El mismo tema
en Jean-Paul Zúñiga, “La voix du sang. Du métis à l’idèe de métissage en Amérique espagnole” en
Anales HSS, núm. 2, 1999 ; “Morena me llaman... Exclusión e integración de los afroamericanos en
Hispanoamérica: el ejemplo de algunas regiones del antiguo virreinato del Perú”, en Berta Ares y A.
Stella (eds.), Negros, mulatos, zambaigos: derroteros africanos en los mundos ibéricos, Escuela de
Estudios Hispano-Americanos, Sevilla, 2000, pp. 105-122; María Eugenia Albornoz, Experiencias de
conflicto. Subjetividades y sentimientos en Chile, siglos XVIII y XIX, Santiago de Chile, 2015.
64 AIJSUD, Iglesia Matriz, Defunciones, 1797-1805, f. 32v. Maria Brigida Cuello Ntl [Al margen] “En
catorce del mes de Agosto de mil setecientos nobenta y ocho años murió Maria Brigida Cuello muger
de Miguel Martinez, no recibio ningún Sacramento por haber muerto repentinamente en cuya confor-
midad al otro dia de esta fha Yo el abajo beneficiado Diacono de esta Santa Igla. Matriz de la Ciudad
de Santa Fe y Substituo de cura por ausencia del Propietario Cura Rector Dn Juan Antº Gusman, en
ella la enterre con oficio menor cantado y Misa rezada de Cuerpo Presente; de que fueron testigos,
Francisco Rodriguez y Luis Casal [Firmado] Gregorio Antonio de Aguiar”.
Que parezca un disenso matrimonial…
43
el que ubica a los curas —en especial a partir de la segunda mitad del XVIII— como
el blanco de las iniciativas secularizadoras. El pleito fue excepcional en el sentido de
que todos aquellos tópicos de las políticas reformistas de la segunda mitad del siglo
que habrían tenido que ser repuestos para contextualizar el análisis, fueron suminis-
trados por los propios agentes. Estos también hicieron uso del instrumental jurídico
regalista invocando una u otra cédula o pragmática, a la vez que, para apuntalar sus
argumentos, daban rienda suelta a sus percepciones y representaciones de la justicia,
los saberes jurídicos y doctrinales, la mezcla de sangre y el poder patriarcal. Debo
subrayar que los litigantes comparecieron en el tribunal superior, que en el período
virreinal recuperó proximidad física con el ámbito de las justicias ordinarias locales
–tanto de las civiles como de las eclesiásticas–, y así ofreció un canal más accesible
para apelar los juicios de disensos como también para tramitar recursos de fuerza.
El trayecto desde Santa Fe a Charcas, por ejemplo, insumía cuatro meses de viaje, y
aunque en los porcentajes suministrados por Socolow los residentes porteños parecen
haber sido quienes más frecuentaron el alto tribunal, es evidente el mejoramiento de
las condiciones de acceso a esta instancia de la justicia real a partir de la puesta en
funciones de la Real Audiencia de Buenos Aires.65 Desde la localización de los agen-
tes protagonistas del conflicto analizado, es decir, tomando como referencia a la ciu-
dad de Santa Fe, trasladarse para litigar en esta instancia insumía, aproximadamente,
una semana, o para enviar documentación –como en este caso, las declaraciones de
los curas que no concurrieron personalmente–, un chasqui de cuatro días.
Por último, esta trama judicial exigió ser analizada en perspectiva con otro de
los sesgos atribuidos al reformismo borbónico. Las medidas de la política de refor-
mas que llegaban al Río de la Plata en formato de decretos, cédulas, pragmáticas o
reglamentos, confirieron a los proyectos de la nueva dinastía —en particular a los
avanzados desde el reinado de Carlos III— un marcado sesgo centralizador. Se ha
intentado flexibilizar esa caracterización analizando el conjunto de medidas, enfati-
zando en uno u otro aspecto, evaluando sus alcances y logros en las distintas esfe-
ras y espacios de la Monarquía. En esa línea, hay quienes propusieron interpretarlo
como una suerte de transición desde un tipo de gestión política de la Monarquía de
corte más judicial hacia otra más administrativa.66 Otros historiadores han sido más
taxativos. William Taylor afirma que “los Borbones honraron la centralización, la
estandarización, las medidas precisas, la eficiencia y la ley”.67 No obstante los reyes
65 Cfr. José María Mariluz Urquijo, “La Real Audiencia de Buenos Aires y la administración de justicia
en lo criminal en el interior del Virreinato”, en Primer Congreso de los Pueblos de la provincia de
Buenos Aires, AHPBA, vol. 2, La Plata, 1952, p. 291.
66 Luca Mannori y Bernardo Sordi, “Justicia y administración”, en Maurizio Fioravanti, El estado Mo-
derno en Europa. Instituciones y derecho, Trotta, Madrid, 2004, p. 75.
67 William Taylor, “El camino de los curas y de los Borbones”, en Álvaro Matute, Evelia Trejo y Brian
Connaughton, Iglesia y sociedad en México en el siglo XIX, p. 89.
44 Justicias situadas
68 Luca Mannori y Bernardo Sordi, “Justicia y administración”, en Maurizio Fioravanti, El estado Mo-
derno en Europa. Instituciones y derecho, Trotta, Madrid, 2004, p. 131.
Que parezca un disenso matrimonial…
45
las etapas iniciales para tramitar el casamiento como era la extensión de las licencias
de matrimonio, fueron en aumento. Una de las medida más ilustrativa respecto de la
conjunción de ambos flancos de la política matrimonial –mestizaje y regalismo– fue
la Real Cédula de 1805, que prohibía la celebración de matrimonios de españoles
–cualquiera fuera su edad y su sexo– con personas de las castas sin la previa autori-
zación del virrey o de la Audiencia.69 En este sentido, antes que comprender lineal-
mente aquellas medidas en cuanto voluntad de desacralizar el vínculo matrimonial o
inhibir por completo las potestades judiciales eclesiásticas, pueden relacionarse con
el manejo de un área de gran preocupación en el gobierno indiano como fue aquella
que concernía a los aspectos directamente vinculados al acelerado proceso de politi-
zación del mestizaje.70 Tema que –al igual que el de la secularización– no es posible
estudiar aplicando criterios analíticos de homogeneidad y unicidad en la dirección
del proceso.
69 Real Cédula de 27 de mayo de 1805, en Cedulario de la Real Audiencia de Buenos Aires, Vol. III, pp.
293-295.
70 El mestizaje se politiza en la medida en que deviene plataforma de agencia política o se adjudica una
agencia a la condición mestiza: claramente los procesos de independencia. No obstante, las implican-
cias políticas de la construcción de identidades mestizas también han sido analizadas en el más largo
plazo y en dinámicas políticas diversas, como surge de comparar, entre otros, los trabajos de Bernard
Lavallé, “Del ‘espíritu colonial’ a la reivindicación criolla o los albores del criollismo peruano”, en
Histórica II, 1978 (1), pp. 39-61; Solange Alberro, Del gachupín al criollo. O como los españoles de
México dejaron de serlo, 2000; Estela Noli, Indios Ladinos, criollos aindiados. Procesos de mestizaje
y memoria étnica en Tucumán (siglo XVII), Prohistoria, Rosario, 2012; o el de Silvia Ratto “Los ca-
minos de la justicia. Negociaciones y penalización en los conflictos interétnicos en la campaña bonae-
rense (primera mitad del siglo XIX)”, en Judith Farberman y Silvia Ratto (Comps.) Historias mestizas
en el Tucumán colonial y las pampas. Siglos XVII- XIX, Biblos, Buenos Aires, 2009, pp. 145-168.
Jurisdicción económica, policía económica,
economía política.
La función de policía y las justicias menores
en el virreinato del Río de la Plata
Romina Zamora
P
Introducción
uestos a pensar el término “policía”, a priori no se nos ocurriría relacionarlo
con la felicidad ni con la ternura de un padre. Más bien al contrario: natural-
mente lo concebimos como las fuerzas represivas que responden al gobierno,
auxiliares de justicia que se encargan de mantener el orden y perseguir a quienes lo
transgreden o lo intentan transgredir. Al menos así lo entendió quien, en el acta ca-
pitular de San Miguel de Tucumán del 5 de julio de 1766, puso al costado del texto,
como referencia a las actuaciones de aquel día: “Constitución de policía, costeada
por los vecinos”.1
Los vecinos de San Miguel tampoco pensaban en términos de ternura, sino que
querían poner un freno a tantos insultos y agresiones de los malhechores y salteado-
res de caminos, quienes violaban las tiendas de los mercaderes, arrebatando y ame-
nazando descaradamente a los tenderos. El procurador decía que llegaba a tanto la
falta de respeto a la justicia que hasta para mandar a lavar la ropa al río era preciso
poner custodia. Por eso los capitulares, con asistencia de los doctores, del cura rector
y vicario foráneo, de los principales vecinos y forasteros habitantes de la ciudad, se
reunieron en cabildo abierto para tomar una decisión al respecto. Lo que hicieron fue
asignar seis soldados al auxilio de la justicia y al resguardo de la cárcel de la ciudad.
La urgencia y la alarma para convocar al cabildo abierto se debía a que en los
últimos años, la osadía de los delincuentes había llegado a tanto que cuando las jus-
ticias intentaban poner remedio a sus agravios y castigo a sus insultos, los resistían
1 Archivo Histórico de Tucumán (en adelante, AHT), Actas Capitulares (en adelante, AC), Transcrip-
ción Samuel Díaz. Vol. 8, ff. 46-47. Constitución de policía costeada por los vecinos. Todas las refe-
rencias posteriores corresponden al mismo documento.
48 Justicias situadas
hasta el punto de herirlos y hasta matarlos. El último episodio cruento había sucedido
dos días atrás, cuando el alguacil mayor había caído asesinado al intentar apresar a
un malhechor, y era la razón directa de la alarma de las autoridades y del vecindario.
El cabildo abierto decidió que el más pronto remedio que podían poner al bien
público era levantar seis hombres en forma de tropa arreglada, formando cuerpo de
guardia en las casas capitulares, para que estuvieran prontos a todos los llamamientos
de justicia y auxilios para sus acciones, tanto como para custodia de la cárcel. Con-
sideraron que la causa era tan justa que los sueldos de los soldados debían ser sufra-
gados por el rey, para lo cual llevarían una representación al gobernador, a la Real
Audiencia, al virrey, al supremo consejo, hasta llegar a la misma real persona. Pero
como ese trámite demoraría no menos de un año —y, esperaban, no más de dos—,
durante ese tiempo los salarios mensuales de ocho pesos por soldado serían costeados
por los vecinos y forasteros que habitaban la ciudad, en tanto cada alcalde aportaría
un criado para todos los actos, diligencias y menesteres que fueran necesarios. El
tesorero nombrado para recaudar y pagar a los soldados era, además, familiar del
alguacil mayor del Santo Oficio, quien estaba obligado a aportar de su propio bolsillo
lo que faltara hasta completar el total.
La semana siguiente se reunió nuevamente el cabildo, y en vista de que la alarma
del vecindario para asignar soldados no se correspondía con su generosidad a la hora
de sufragarlos, y considerando que las arcas del tesorero también eran escasas, se
decidió costearlos con los propios de la ciudad.2
Ahora bien, el texto no utilizaba ni una vez el término policía. Fue entonces, al
advertirlo, cuando se me hizo evidente una concreta circunstancia material: yo no
estaba trabajando con las actas capitulares originales, sino con la transcripción de
Samuel Díaz. Este meticuloso amanuense fue un director del Archivo Histórico de
Tucumán a principios del siglo XX, que emprendió la gigantesca tarea de transcribir
los muchos papeles de las actas capitulares producidos entre 1680 y 1824, en once
volúmenes manuscritos y encuadernados entre 1906 y 1909.3
Para Díaz, puesto en la tarea de referenciar el documento con la menor cantidad
posible de palabras, los soldados auxiliares de justicia encargados de atrapar a los
delincuentes y de cuidar que no se escapen eran, en efecto, policías. Pero en el siglo
XVIII no era tan claro que fuera así. Aún más, al proyectar sobre el concepto nuestro
significado actual —como hiciera el esforzado transcriptor— estaríamos corriendo el
riesgo no solo de cometer un anacronismo flagrante, sino de dejar afuera lo más rico
2 AHT, AC, transcripción Samuel Díaz, Vol. 8, f. 48. Sobre el cabildo abierto del día anterior y actua-
ciones subsiguientes.
3 Carlos Rodríguez Arias, “El Archivo Histórico de Tucumán”. Separata del Primer Congreso de His-
toria de los Pueblos de la Provincia de Tucumán. Comisión Provincial de Cultura, Tucumán, 1951;
Carlos Páez de la Torre (h), Noticia sobre el Archivo Histórico de Tucumán. AHT, Tucumán, 2001.
Jurisdicción económica, policía económica,
economía política 49
e interesante de su contenido, que nos ayuda a echar luz sobre el complejo proceso de
intentar encorsetar un orden social que se estaba transformando.
En este trabajo intentamos relacionar dos conceptos, el de policía y el de econo-
mía, tal como se fueron entrelazando durante el último tramo del siglo XVIII, preci-
samente en torno a los tópicos de la felicidad de los vecinos y la ternura paternal. Los
autores en general coinciden en llamar oeconomia al significado antiguo, aristotélico,
vigente sobre todo a lo largo de los siglos XVI y XVII, para no confundirlo con el
significado liberal o nacional que el término acabará teniendo en el XIX. En el siglo
que nos interesa, fue perdiendo la raíz griega para aparecer, lisa y llana, como econo-
mía.4 Proponemos ver esa relación en dos de sus acepciones: por qué a la policía se
la llamaba económica y por qué era diferente la potestad económica de la policía, de
la jurisdiccional de la justicia. La tercera relación, que dejamos abierta, es la que se
da entre la policía y la economía política, en tanto esta última es la nueva teoría que
modificó el significado y el carácter de lo que hasta entonces se había entendido por
oeconomia y por control social.
Para esto, nos basamos sobre todo en fuentes jurídicas de distinta naturaleza:
tratados teóricos sobre economía y sobre policía, las ordenanzas de intendentes de
Madrid de 1749 y de Buenos Aires de 1782, bandos de buen gobierno e instrucciones
para comisionados, jueces pedáneos y alcaldes de barrio de Buenos Aires, Córdoba
del Tucumán (que incluía a la región de Cuyo en su jurisdicción) y de San Miguel de
Tucumán.
4 Otto Brunner, “La ‘casa grande’ y la ‘oeconomia’ de la Vieja Europa”, en Nuevos caminos de la his-
toria social y constitucional. Buenos Aires, Alfa, 1976.
5 Marc Neocleous, La fabricación del orden social. Una teoría crítica sobre el poder de policía, Prome-
teo, Buenos Aires, 2010. Ver también Karl Härter, “Social control and the enforcement of police-ordi-
nances in early modern criminal procedure”, en Institutions, instruments and agents of social control
and discipline in early modern Europe. Vitorio Klostermann, Frankfurt, 1999.
50 Justicias situadas
yas surgidas ante la disolución de la sociedad feudal.6 Para decir esto, Neocleous se
basa sobre todo en autores ingleses, que rastreaban la genealogía del gobierno liberal
y la centralización del poder en un Estado absoluto.7 Durante la segunda etapa, que
ubica a mediados del siglo XVII, señala un orden de policía que se preocupaba menos
por reformar el cuerpo social de estratos cada vez más obsoletos, y más por forjarlo
activamente de acuerdo con ciertos objetivos: el fin era el Estado y la producción de
la riqueza.8 La policía estaba intrínsecamente relacionada con el mercantilismo y el
nuevo rol que le asignaba a la intervención del Estado en la producción de bienes, la
ocupación provechosa de todos los individuos y en la prosperidad de los ciudadanos.
La tercera etapa, situada por el autor en las postrimerías del siglo XVIII, es precisa-
mente la que nos interesa, cuando comienza a cuajar una “ciencia de policía” que va
a condensarse en el siglo siguiente.
Neocleous marca algunas diferencias en las concepciones de policía en Alemania,
Francia y Gran Bretaña. Para Alemania, por ejemplo, basándose en teóricos del siglo
XVIII como Justus Christoph Dithmar y Johannes Heinrich Gottlob Von Justi, señala
la estrecha relación entre el cameralismo, como una vertiente del mercantilismo, y
la policía, en tanto el principal interés de esta última fue desarrollar el comercio y la
producción de la riqueza. La prosperidad era necesaria para lograr la felicidad y la
felicidad era la razón de ser de la policía. No hay que perder de vista que Von Justi
elaboraba su teoría en un contexto reformista, liberado del contenido religioso e in-
disponible con el que el catolicismo había cargado a la oeconomia hispana, por lo que
podía desarrollar, efectivamente, una ciencia de la policía más ligada a la producción
agrícola y con una presencia sin duda más activa del gobierno.
En Gran Bretaña, Neocleous señala una particularidad en la recepción de Aristó-
teles, cuya obra fuera traducida al inglés desde una traducción francesa.9 A partir de
ello se generó una conceptualización de policía que más temprano que tarde equiparó
el “police state” a “policy estate”. Aunque el término policía no haya sido el eje de los
debates, las preocupaciones concernientes a la materia se desplegaron en un abanico
de políticas, proyectos y prácticas similares a las de los gobiernos coetáneos.
Para el caso francés, en cambio, señala que la característica distintiva de su or-
denado Estado policial fue el elevado estándar de su “policía cerealera”, cuya preo-
cupación estaba centrada en la distribución de los alimentos, especialmente el pan.
Garantizar el suministro de alimentos para que los pobladores no pasaran hambre era
crucial para asegurar el buen orden, no solo en Francia sino en todas las ciudades.
Era una de las piezas principales del bien común y general de la sociedad, cuyo man-
tenimiento —decía Nicolás De La Mare— ha sido una forma de gobernar más que el
ejercicio de la ley.10
Jesús Vallejo, en su indiscutible trabajo sobre Concepción de policía, distingue la
particularidad del caso español. La obra del francés De La Mare fue traducida par-
cialmente por Tomás Valeriola entre 1798 y 1805, en tanto que la de von Justi fue ver-
tida al castellano por Antonio F. Puig y Gelabert y publicada en dicha lengua en 1784.
Lo más notorio de esta última publicación, resalta Vallejo, es que contenía añadidos
del traductor “que pretendían posibilitar y conducir una lectura católica e hispana de
la obra de von Justi… para distanciarse del impío luteranismo de su original mediante
la discusión e impugnación directa de sus planteamientos”.11
El francés De La Mare y Valeriola en su versión castellana también ponían juntos
esos dos términos que nosotros, en la actualidad, difícilmente emparejaríamos: la
felicidad y la policía. La policía debía encargarse de la felicidad de los ciudadanos
facilitando el disfrute de los bienes del cuerpo, del espíritu y de la riqueza.12 Asimis-
mo, debía garantizar el buen orden, que llevaba hacia el pacífico disfrute de los bienes
particulares y del bien común.
Para mantener la buena salud del espíritu, la policía debía velar tanto por la mo-
ralidad como por el cumplimiento de los preceptos religiosos y por el recto devenir
de los comportamientos privados. En un tiempo en que pecado y delito eran equi-
parables, esto ponía en un equilibrio muy inestable la relación entre privacidad y
delación.
Pero para velar por el bien común, también era función de la policía construir ca-
minos y puentes; poner carteles indicadores en las bifurcaciones para que los viajeros
y mercaderes no perdieran tiempo escogiendo mal su ruta; asegurar el abasto de las
ciudades; hacer que los vecinos y moradores cercaran los baldíos; evitar que mataran
animales en las veredas; componer las calzadas y cuidar el ornato de los edificios.
10 Marc Neocleous, La fabricación…, p. 46. Al respecto, se puede ver también Edward P. Thompson,
“La economía moral revisada”, en Costumbres en común, Ed. Crítica, Barcelona, 1995, pp. 295-297.
11 Jesús Vallejo, “Concepción de policía”, en Marta Lorente Sariñena (dir.), La jurisdicción contencio-
so-administrativa en España. Una historia de sus orígenes. Cuadernos de Derecho Judicial, Madrid,
2008, p. 125. Para una historia de la historiografía sobre la policía en Argentina, remito a la bibliogra-
fía citada en Agustín E. Casagrande “The Active Arm of the Government” The Police of Buenos Aires
in the First Half of 19th Century”. Research paper series, 2015-03. Max Planck Institute for European
Legal History. [en línea]. Disponible en file:///C:/Users/Administrador/Downloads/SSRN-id2616169.
pdf
12 Jesús Vallejo, Concepción…, p. 127.
52 Justicias situadas
La paradoja residía en el fondo de los conceptos. Por una parte, no se puede abor-
dar completamente la cuestión del bien común, o de quiénes estaban habilitados para
el disfrute de los bienes colectivos, sin plantear la cuestión de las distinciones de ca-
lidades y de estatus en lo más profundo de la sociedad, que al poner en entredicho la
unidad del público, complejizaba y restringía el ideal del bien común.13 Podemos ver
que el bien común quedaba constreñido al beneficio de un pueblo o público definido
como comunidad, que no era otro que la “parte sana y principal” de la sociedad, los
vecinos y padres de familia. Precisamente, no hay que identificar bien común con so-
lidaridad social, sino con una gracia derivada de la pertenencia a un estatus particular.
Esa precisión conceptual se hacía aún más evidente en las ciudades españolas en
América, ya que la composición de la vecindad era infinitamente más compleja y la
diferencia entre la “gente decente” y la “gente plebe”, incluso más polarizada. La
necesidad de controlar a los indios, las castas, mestizos, negros libertos y españoles
pobres —es decir, todo el caleidoscopio americano que componía esa masa multi-
forme llamada plebe—, hacía que la función de policía en aquellas ciudades y en sus
jurisdicciones debiera tener actuación en rubros diferentes y todavía más comprome-
tidos con el núcleo del orden social, que la peninsular.
Otra paradoja era que los tratadistas describían a la policía como la ciencia de las
“cosas menudas”, de las cosas cotidianas, de poca envergadura, en tanto que, al mis-
mo tiempo, se trataba del meollo de la cuestión más trascendente del ordenamiento
de la sociedad. La conservación del orden se volvió materia de discusión cuando
empezó a verse jaqueado por nuevas presiones que provocaban su ruptura, no tanto
generada por cuestiones de justicia como de economía. Cuando Valeriola se refería a
la policía como garante de los bienes de la riqueza, se podía ver con mayor claridad
que el mantenimiento del orden era la condición necesaria para la producción y cir-
culación de bienes, en tanto la vieja y poco piadosa noción de crematística se estaba
acercando rápidamente a la antigua economía cristiana.
Lo que se estaba modificando era lo que se entendía por economía. Hasta los siglos
XVI y XVII, e incluso el XVIII, el viejo concepto de economía aristotélico se refería a la
autoridad del padre de familia sobre su esposa, sus hijos, criados, sirvientes y esclavos;
y por extensión, a todo aquello referido a la casa: la crianza de los hijos, la virtud de la
madre, las amistades del padre, la elegancia y seguridad de la vivienda, la alimentación y
la salud, la propiedad y la herencia, la producción doméstica. A este mismo concepto, la
escolástica tardomedieval le había cargado un contenido trascendente, ya que en tanto la
familia era la célula del orden social indisponible y en cuanto la economía era la teoría de
la casa, residencia y expresión de la familia, la economía debía servir a dios.14
13 Annick Lempérière, Entre Dieu et le Roy, la République. Mexico, XVI-XVIII siècle, Les belles lettres,
Paris, 2004, p. 50.
14 Romina Zamora, “Amor, amistad y beneficio en la Biblioteca para padres de familia de Francisco
Jurisdicción económica, policía económica,
economía política 53
Magallón y Magallón (Navarra, 1707-1778). Una defensa tardía de la vieja oeconomia”, Revista de
Historia del Derecho, 46, diciembre 2013. [En línea], Disponible en http://www.scielo.org.ar/scielo.
php?pid=S18537842013000200006&script=sciarttext
15 Pilar Gonzalbo Aizpuru, Familias iberoamericanas. Historia, identidad y conflictos. Colegio de Mé-
xico, México, 2001; Coloquio: Familia y organización social en Europa y América siglos XV-XX.
Murcia-Albacete 12-14 diciembre 2007. Mundos Nuevos Nuevo Mundo, Coloquios 2008. Disponible
en http://nuevomundo.revues.org/10233; Pedro Pérez Herrero, La América colonial (1492-1763). Po-
lítica y sociedad, Síntesis, México, 1999.
16 James Casey, “Familia y tendencias historiográficas en el siglo XX. Introducción general sobre Eu-
ropa”, en Francisco Chacón Jiménez et al., Sin distancias: familia y tendencias historiográficas en el
siglo XX. Murcia, Universidad de Murcia, 2003, pp. 25-45.
17 Romina Zamora, “Oeconomia católica y servicio personal de los indios en el Tucumán en los siglos
XVI y XVII”, en Crónica Jurídica hispalense N.º 13. Facultad de Derecho, Universidad de Sevilla,
54 Justicias situadas
y castas tanto a través de las ordenanzas que regulaban las encomiendas de indios,
como las que trataban de ordenar el trabajo de los aborígenes por fuera de las comu-
nidades y el trabajo de las castas, puede pensarse en su conjunto como ordenanzas
de policía.18
Cuidar el orden y el bien común también significaba perseguir a los delincuentes,
pero sobre todo, evitar los delitos. La policía debía conocer prudentemente los há-
bitos y costumbres de los pobladores de su vecindario o paraje para poder prevenir
el desorden y no tener que llegar a castigarlo. Así, las atribuciones jurisdiccionales
tenían sobre todo la tarea de restablecer el orden allí donde se había roto, en tanto
la función de policía debía evitar que el orden se quebrara. El imprevisto problema
jurídico del indio hacía evidente la densidad de la urdimbre en la construcción de ese
orden, y las relaciones —oscilantes y con objetivos al parecer contradictorios— entre
la Corona y los vecinos, con respecto al tratamiento y a la libertad o servidumbre de
los naturales.
La incorporación de los indios a la comunidad católica, así como de las castas
y todo lo que en el siglo XVIII se englobaría como plebe, debía hacerse como era
debido para las personas de condición inferior; esto es, no solo en una relación de
conciertos de trabajo sino en una relación propiamente oeconómica, bajo la autoridad
de un vecino, patrón y padre de familia. Y los encargados de hacerlo debían ser los
mismos vecinos, en función de policía.
la atención sobre este tipo de disposiciones en su relación estrecha con las causas de
policía, que fueron cobrando importancia en la medida en que abarcaban múltiples
aspectos de la vida cotidiana sobre todo de las ciudades, pero también de la campaña
circundante.24
La Real Ordenanza de Intendentes y Exercitos, decretada para Buenos Aires en
1782, se parecía mucho a su antecesora de Madrid, dictada en 1749. Edberto Aceve-
do ha marcado la similitud de numerosos artículos de una y otra, especialmente en lo
tocante a la causa de policía.25 Una diferencia sutil se daba entre quiénes serían los
responsables de encargarse de la función de policía: en la ordenanza de Madrid, el rey
encomendaba, en general, al intendente y sus subdelegados, que atendieran a todas
las materias, pero en la causa de policía, que procuraran componer los caminos públi-
cos, los fuertes, que cuidaran que hubiera posadas, ventas y mesones. Las Justicias de
su provincia, en tanto, serían los encargados de los caminos; así como las Justicias de
cada pueblo, por sí y por los alcaldes de la hermandad y cuadrilleros, cumplirían con
sus encargos en el reconocimiento de los campos y montes, la seguridad de los cami-
nos, el libre tránsito y comercio de los pasajeros, y los hacía responsables de los robos
o insultos públicos que se cometieran en su distrito. Por su parte, iba a ser función
de las Justicias de las ciudades, villas y lugares de su provincia, el esmerarse en su
limpieza, ornato, igualdad y empedrados de las calle.26 Se puede ver que identificaba
con claridad cuatro tipos de oficios de justicia, dividiendo las materias entre ellos. En
cambio, la ordenanza de Buenos Aires encargaba todas esas materias directamente a
los intendentes y sus subalternos, y daba lugar al nombramiento de comisionados o
jueces pedáneos para que se encargaran de las causas de policía.
En un bando de 1772, el gobernador de Buenos Aires Juan José de Vértiz disponía
las funciones que debían cumplir dos comisionados, todas ellas de policía. Este edic-
to llama la atención no solo por contener materias de policía —que siempre habían
estado presentes en los autos de buen gobierno publicados como bandos durante el
siglo XVIII—, sino porque designaba comisionados para materia de policía y les
como Edda O. Samudio A., “Los Bandos de Buen Gobierno y el ordenamiento de la vida urbana
en Mérida, Venezuela: 1770-1810”, en Eduardo Kingman Garcés (comp.), Historia social urbana.
Espacios y flujos. FLACSO, Ecuador, 2009, pp. 173-188; Romina Zamora, “La polvareda periférica.
Los bandos de buen gobierno en el Derecho indiano provincial y local. El caso de San Miguel de
Tucumán en el siglo XVIII”. Víctor Tau Anzoátegui, Alejandro Agüero (coords.) El derecho local en
la periferia de la Monarquía hispana. Siglos XVI-XVIII. Río de la Plata, Tucumán y Cuyo. Dunken,
Buenos Aires, 2013.
24 Tau Anzoátegui, “Los bandos…” cit., p. 21.
25 Edberto O. Acevedo, “La causa de Policía (o Gobierno)”, en Estudios sobre la Real Ordenanza de
Intendentes del Río de la Plata. Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho, Buenos Aires,
1995, pp. 43-82.
26 Ordenanza de 13 de octubre de 1749… art. XXIX al XXXII.
Jurisdicción económica, policía económica,
economía política 57
27 “Bando de buen gobierno del gobierno y capitán general interino de las provincias del Río de la Plata,
don Juan José de Vértiz, Buenos Aires, 21 de mayo de 1772”, en Tau Anzoátegui, “Los bandos…”,
cit., p. 283.
28 Alejandro Agüero, “Las categorías básicas de la cultura jurisdiccional”, en Marta Lorente, De justicia
de jueces a justicia de Leyes: hacia la España de 1870, Cuadernos de Derecho Judicial, Madrid, 2006.
Koselleck señala que el concepto se carga de sentido en la Edad Media y no puede remontarse más
atrás, ya que no puede considerárselo equivalente ni al arché griego ni a los términos de dominium,
imperium o auctoritas romanos. Melvin Richter, The history of political and social concepts: A criti-
cal introduction, Oxford U. Press, New York, 1995, p. 62.
29 Jesús Vallejo, “El príncipe ante el derecho en la cultura del ius commune”, 3. Oeconomica. El prínci-
pe como padre, en Marta Lorente, Jesús Vallejo (coords.), Manual de historia del Derecho. Tirant Lo
Blanch, Valencia, 2012, pp. 164-168; Bartolomé Clavero, “Beati Dictum, Derecho de Linaje, Economía
de Familia y Cultura de Orden” Anuario de Historia del Derecho Español 63, Madrid, 1993, pp. 7-148;
Romina Zamora, “La oeconomica y su proyección para el justo gobierno de la república. San Miguel de
Tucumán durante el siglo XVIII”, Revista de Historia del Derecho, 44, Buenos Aires, 2012. [En línea],
Disponible en http://www.scielo.org.ar/scielo.php?pid=S1853-7842012000200009&script=sci_arttext
58 Justicias situadas
Los comisionados con función de policía podían, entonces, actuar con jurisdic-
ción económica; es decir, sin proceso. Su área de actuación no incluía castigar el
delito, sino prevenirlo, por lo que no estaban capacitados para decir derecho pero
sí para mantener el orden y el bien común en beneficio del público. Ello abarcaba
una serie de tareas minuciosamente detalladas, cuyo objetivo era controlar el orden
y la seguridad para poder transitar por las calles, el conocimiento lo más preciso
posible de las casas y la razón de la población que se hallaba por fuera, para encon-
trarles destino. Y sobre todo, el magistrado de policía podía castigar sin proceso,
en tanto actuaba como un padre y por tanto el castigo podía considerarse fraternal
corrección.
Los comisionados debían controlar el comercio, los pesos y medidas, el cobro
de impuestos, fomentar la agricultura, además de arreglar las calles, componer las
calzadas, controlar la buena fabricación de las casas, mandar a tapiar los baldíos y
cuidar el aseo. Debían matricular cada casa de su jurisdicción, fueran de vecinos o
de residentes, con detalle de estado, empleo u oficio, cantidad de hijos, sirvientes y
esclavos, así como la exacta noticia de huéspedes, arrendatarios, alquiladores, posa-
dores o transeúntes que pudieran hallarse temporalmente en ellas. Debían constatar
quiénes eran la “gente vaga y mal entretenida”, para aplicarlos donde conviniera, ya
fuera en el trabajo de la tierra o en la obra pública. Igualmente, ellos debían constatar
que los pobres mendicantes tuvieran su licencia correspondiente, para evitar que los
“vagos y polillas de la república” se hagan pasar por pobres con licencia, para evitar
el desorden y el fraude. Los comisionados podían determinar quiénes alteraban el
orden y, en caso de que fuera necesario, atrapar a los delincuentes, pero no tenían
capacidad para juzgarlos. Debían enviarlos, en cambio, custodiados por las milicias,
para que tomaran parecer los alcaldes ordinarios.
En 1790, un bando del virrey Arredondo era muy expresivo en cuanto a la rela-
ción entre la justicia y la policía. Si bien el fin de la justicia era el mantenimiento del
orden y del bien común —lo que puede entenderse como la buena policía—, el flo-
recimiento de la policía debía hacer que no se llegara a ejecutar el delito y, por tanto,
que no fuera necesaria la administración de justicia.
He dispuesto en el ingreso de mi mando la promulgación de un auto
general de buen gobierno que promueva la felicidad pública, destierre
la ociosidad, haga florecer las buenas costumbres, el arreglo de las
familias y policía de este vecindario, esperando de cada uno de sus
individuos la más puntual observancia y que me evitará el disgusto de
llevar a debido efecto, con la exactitud y firmeza que me propongo, las
penas que a su transgresión declaro, para que todo desobediente halle
su sentencia antes de haber faltado y que de ninguna circunstancia me
hará prescindir como que, de su constante aplicación, resultará el be-
Jurisdicción económica, policía económica,
economía política 59
neficio común y buen orden que en lo moral y político exigen las leyes
de estos reinos, cuya exacta observancia hace tan amable la autoridad
del rey a quien represento.30
El nombramiento de comisionados para la observancia de las buenas costumbres
y buena policía no era privativo de Buenos Aires, sino que se fue replicando en las
demás ciudades.31 En esa dirección, en 1785, Rafael de Sobre Monte, gobernador de
la recientemente creada provincia de Córdoba del Tucumán, había expedido un título
comisional con función de policía y con calidad de juez pedáneo.
Por cuanto asegura y acredita la experiencia que la raíz de todos los
males es la ociosidad, de la que resulta la perversión de muchos in-
cautos que faltos de conocimiento o que gobernados por su natural
inclinación a la insolencia se arrojan y precipitan a cometer muertes,
robos y toda clase de maldades, por cuya libertad y falta de corrección
se padecen en los pueblos y lugares de campaña las mayores inquietu-
des…, por tanto, y deseando poner en estado de tranquilidad al partido
N. [sic] con lo comprensivo, desterrando los abusos que produce el
libertinaje, para reducir a los moradores de díscolo y atrevido genio a
una sujeción cristiana y debida subordinación, según está recomenda-
30 “Bando general de buen gobierno del virrey de las provincias del Río de la Plata, don Nicolás Antonio
de Arredondo. Buenos Aires, 1 de marzo de 1790”. En Tau Anzoátegui, “Los bandos…”, p. 307, énfa-
sis mío. La misma inversión de los términos entre justicia y policía encuentra Vallejo en los escritos de
Valeriola: “el orden concebido en términos tradicionales al que el concepto de justicia remitía, dejaba
aparentemente de ser la plataforma a partir de la cual se ejercía la función de policía, para convertirse
en consecuencia de tal función”. Jesús Vallejo, Concepción…, p. 131.
31 Los principales estudios sobre el particular han sido realizados por Gabriela Tío Vallejo, Antiguo Régi-
men y liberalismo. Tucumán, 1770-1830. Cuaderno Humanitas, FyL, UNT, Tucumán, 2001; Gabriela
Tío Vallejo, “La “buena administración de justicia” y la autonomía del Cabildo. Tucumán, 1770-1820”,
en Boletín del Instituto de Historia Americana y Argentina Dr. Emilio Ravignani, 3.ª serie, n.° 18, 2.do Se-
mestre, Buenos Aires, 1998, pp. 35-58; Gabriela Tío Vallejo, “Los vasallos más distantes. Justicia y go-
bierno, la afirmación de la autonomía capitular en la época de la Intendencia. San Miguel de Tucumán”
en Marco Bellingeri (coord.), Dinámicas de Antiguo Régimen y orden constitucional. Representación,
justicia y administración en Iberoamérica, Torino, Otto ed., 2000; Darío Barriera, “Justicia de proxi-
midad: pasado y presente, entre la historia y el derecho”, en Pol-His, Boletín Bibliográfico Electrónico
del Programa Buenos Aires de Historia Política, aprobado para su inclusión en el Núm. 10 (2.do sem.
2012), en línea, www.historiapolitica.com/boletin; Darío Barriera, Instituciones, Gobierno y Territorio.
Rosario, de la capilla al municipio (1725-1930), ISHIR, Rosario, 2010; Darío Barriera, “La ciudad y las
varas: justicia, justicias y jurisdicciones”, en Revista de Historia del Derecho, Núm. 31, Buenos Aires,
2003; Darío Barriera (coord.), La Justicia y las formas de la autoridad, Organización política y justicias
locales en territorios de frontera. (El Río de la Plata, siglos XVII-XIX), ISHIR CONICET-Red Columna-
ria, Rosario, 2010; Carlos Mayo, “Entre el trabajo y el ocio: vagabundos de la llanura pampeana (1750-
1810)”, en HISLA, XIII-XIV, 1989, pp. 67-76; Silvia Mallo, La sociedad rioplatense ante la Justicia. La
transición del siglo XVIII al XIX, La Plata, 2004.
60 Justicias situadas
do por las leyes del reino;…le confiero y doy la más bastante comisión
para que, en calidad de juez pedáneo, trate de remediar los escándalos
que comúnmente ocurren en aquellos lugares.32
La ociosidad era considerada la raíz de todos los vicios y fuente de casi todos los
delitos contra el buen orden. Para evitarla, los jueces de policía debían conocer a cada
vecino y morador de su jurisdicción. Para ello, Sobre Monte mandó subdividir tam-
bién a la ciudad de Córdoba en barrios o cuarteles “en la misma forma que con cono-
cida utilidad se hallan establecidos en todas las ciudades de España, en la capital de
Buenos Aires y otras de estos dominios”. En la ciudad de Buenos Aires, los alcaldes
de barrio estuvieron presentes desde 1734 para la extinción del contrabando, pero no
tuvieron institución efectiva hasta 1772, cuando el gobernador Vértiz los reglamentó
para dieciséis distritos. Posteriormente, en 1794 el gobernador Arredondo, y en 1809
Hidalgo de Cisneros, subdividieron la ciudad de Buenos Aires en veinte distritos de
cinco cuarteles con cuatro barrios cada uno.33
La ciudad de San Miguel de Tucumán fue subdividida en tres cuarteles en 1795 y
se incorporó un alcalde de barrio por cada uno. Sus funciones eran las mismas que las
reglamentadas por el bando de 1794 para Buenos Aires. Los alcaldes de barrio, como
los jueces pedáneos, tenían función de policía y además podían dirimir conflictos de
corta entidad, “componer verbalmente”, sin necesidad de hacer proceso.34 Por lo ge-
neral, no contaban con más fuerza coactiva que la de sus varas, es decir, sus propias
personas investidas de jurisdicción económica. Seguramente, como señala Gabriela
Tío Vallejo, tenían el auxilio de sus peones, criados y subordinados varios, pero no
había un cuerpo uniformado de policía o una fuerza compuesta por agentes policia-
les, sino que la policía significaba que el buen orden y el bien común debían primar
sobre las conductas particulares, y se nombraban comisionados para fiscalizarlo.35
Al mismo tiempo que eran parte de una nueva concepción de policía, Tío Vallejo
demuestra que el aumento de comisionados con jurisdicción económica respondió a
peticiones de los vecinos de los pasajes rurales, dentro de un proceso social —y no
solo jurídico o conceptual— de fortalecimiento de los grupos de notables locales y de
32 “Título comisional expedido por el gobernador intendente de la provincia de Córdoba del Tucumán,
don Rafael de Sobre Monte. Córdoba, 1 de febrero de 1785”. En Tau Anzoátegui, “Los bandos…”, pp.
373-374.
33 José María Díaz Couselo; “Los alcaldes de barrio en la ciudad de Buenos Aires. Período indiano”, en
Feliciano Barrios Pintado (coord.), Derecho y administración pública en las Indias Hispanas. Vol. I.
Universidad de Castilla-La Mancha, 2002, p. 440.
34 “Título de nombramiento de alcalde de barrio de la ciudad de Córdoba Expedido por el gobernador
intendente de la provincia de Córdoba del Tucumán, don Rafael de Sobre Monte. Córdoba, 12 de fe-
brero de 1785”. En Víctor Tau Anzoátegui, Los bandos… p. 378. AGN, IX-8-10-7. Bando. Instrucción
provisional sobre las obligaciones de los Alcaldes de Barrio.
35 Gabriela Tío Vallejo, Antiguo Régimen y liberalismo…, p. 122.
Jurisdicción económica, policía económica,
economía política 61
40 “Instrucción del intendente, gobernador y capitán general de la provincia de Tucumán, don Ramón
García de León y Pizarro, para los jueces de los partidos de campo de la jurisdicción de la ciudad de
San Miguel de Tucumán, 27 de junio de 1971”, en Víctor Tau Anzoátegui, Los Bandos…, cit., pp.
403-406.
41 “Bando general…” de Arredondo, en Víctor Tau Anzoátegui, Los bandos…, cit., p. 308
Jurisdicción económica, policía económica,
economía política 63
El problema que generaban estos sujetos libres o fugados era que mostraban las
grietas de un tipo de organización social, política y económica. Por ellas se filtraba
esta población libre, como la fuerza periférica al poder político que iría a terminar
modificando, como diría António Manuel Hespanha, las relaciones de poder.42 La
forma de incorporar al orden a la población pobre y libre de las ciudades y sus juris-
dicciones no había sido creando un nuevo orden que pudiera contener a este común,
sino retrotrayendo a esos hombres y mujeres al orden antiguo, al interior de la familia
de los vecinos. Era propiamente el orden de la oeconomía católica, dentro de la con-
cepción todavía corporativa de la sociedad.
Los comisionados de policía debían encargarse de que los vagamundos buscaran
amo, que los agregados a la tierra tuvieran patrón, que a los que trabajaban se les pa-
gara un salario, así fueran indios o castas, incluso a las mujeres que se incorporaban
a la casa como criadas, “procurando tener la mejor armonía con los vicarios y curas
de sus partidos”. Al mismo tiempo, debían actuar sin exceder su jurisdicción pedánea
y —sobre todo— sin salirse de los márgenes dictados por la prudencia.43
Los cabildos fueron los principales redactores de los bandos de buen gobierno,
como el corpus más efectivo de principios normativos que debían ser observados
para garantizar la paz pública, el orden y el bien común. De todas maneras, la potes-
tad normativa de los alcaldes ordinarios sobre el tema de los bandos de buen gobierno
no podía considerarse como independiente del poder real, ya que para su promulga-
ción se tomaban como modelos los bandos de gobernadores, y se contaba además con
las instrucciones dejadas por estos para el modo en que debían ser implementados y
las materias que debían contemplar.
Pero también vemos que la enunciación de los bandos era parte de un entramado
más complejo de relaciones recíprocas entre el rey y las repúblicas locales, en el que
las disposiciones reales que se promulgaban desde la gobernación, destinadas a una
ciudad particular, se basaban en las informaciones de las necesidades de los vecinos.
Ello probablemente haya devenido de la reciprocidad de asumir las necesidades e
intereses del vecindario por parte del rey, pero no como una excepción de caso, sino
como la excepcionalidad de todos los casos, en un sistema casuístico de derecho y
teniendo en cuenta la particularidad de los elementos que debía observarse para el
bienestar de los vecinos de cada ciudad.
De manera concomitante, el crecimiento y consolidación de las ciudades y sus
jurisdicciones en las gobernaciones del Río de la Plata, Tucumán y Cuyo a partir de
mediados del siglo XVIII hizo que las repúblicas locales y sus cabildos decantaran en
realidades sociales y políticas diferentes, sobre las que no se podía hacer tabla rasa.
42 António Manuel Hespanha, Vísperas del Leviatán: Instituciones y poder político, Portugal, siglo
XVII, Madrid, Taurus, 1989.
43 “Instrucción…”, en Víctor Tau Anzoátegui, Los Bandos…, cit., p. 406.
64 Justicias situadas
44 Alejandro Agüero, “Derecho local y localización del derecho en la tradición jurídica hispana. Re-
flexiones a partir del caso de Córdoba del Tucumán”, en Víctor Tau Anzoátegui, Alejandro Agüero
(coords.) El derecho local en la periferia …
45 Instrucción …García de León y Pizarro, para los jueces de los partidos de campo de la jurisdicción de
la ciudad de San Miguel de Tucumán, 27 de junio de 1971, en Víctor Tau Anzoátegui, Los Bandos…,
pp. 403-406; Instrucción para los jueces pedáneos en Santiago del Estero, 14 de julio de 1791. AGN,
IX, 31-6-2-, fs 1-8. Ordenanzas de policía dictadas por García de León y Pizarro para la ciudad de
Salta en 1795. AGN IX, 38-4-5. Tribunales, leg 196, esp. 24, f. 53.
46 AHT, SA, Vol. XIII, ff. 292-293v., Oficio del Gobernador intendente don Tadeo Davila al Cabildo.
13 de enero de 1798, en Cristina López de Albornoz, “Control social y economía colonial tucumana.
Las ordenanzas de Buen Gobierno y el conchabo obligatorio en el siglo XVIII”, Travesía, 1, UNT,
Tucumán, 1998, p. 109, los énfasis me pertenecen.
Jurisdicción económica, policía económica,
economía política 65
cios y el fomento de los cultivos de trigo, estaba creando un nuevo campo de poder
público: una policía en función del desarrollo económico ya no entendido solamente
como doméstico sino como asumido por poderes de mayor alcance que el del padre
de familia. La economía estaba trascendiendo los ámbitos caseros para convertirse en
una cosa pública, y como tal, necesitada de la intervención de los poderes públicos
para su regulación.
En este punto, se debe resaltar que el fomento a la agricultura, a la industria y al
comercio eran causas de policía y no de hacienda. En las ordenanzas para intenden-
tes, tanto en la de Madrid de 1749 como en la de Buenos Aires de 1782, se puede
ver con claridad que las causas de hacienda se limitan al establecimiento y cobro
de impuestos y tributos, mientras que las causas de policía se encargaban del libre
comercio, de la seguridad de los caminos, del fomento a la producción agrícola y
ganadera, de la construcción de regadíos y sementeras y de la aplicación a la labranza
de los sujetos sin oficio, del fomento a la industria.
Las ordenanzas de policía delineaban, además, un perfil de la plebe que había que
incorporar al orden. Las autoridades fueron construyendo una imagen de hombres
errantes, holgazanes, sin oficio ni obediencia, más propensos al robo y al juego que
al trabajo. La población pobre y libre que circulaba por la campaña y se incorporaba
—circunstancialmente o no— a la ciudad, atentaba contra el buen orden y el bien
público, no tanto por su pobreza como por su libertad.
Esas personas se mantenían defraudando patrones o agregándose a la tierra, pero
sin obedecer a nadie y sin recibir cristiana educación. Para ellos estaba destinado el
conchabo, un tipo de concierto de trabajo temporal que debía hacerse con amo co-
nocido, para evitar que entre subalternos se protegieran y se escondieran, privando
a los vecinos de su fuerza de trabajo. “Que se conchaben los que sean de la clase de
conchabarse”, decían los alcaldes tucumanos en 1793, dando a entender que el con-
chabo no solo era un contrato de trabajo, sino una relación propia de una sociedad
esencialmente desigual. Al mismo tiempo, los conchabados que pasaran de un amo a
otro, defraudando al primero, podían ser castigados por vía económica, es decir, sin
proceso. 48
Pero en los mismos bandos, al tiempo que se construía un perfil de hombres in-
gobernables, las autoridades reconocían que esos hombres tenían mujeres e hijos a
quienes mantener. Es decir, no se trataba de individuos aislados, sino que, las más
de las veces, eran familias productoras no propietarias, o familias completas que
no estaban fijadas a ningún lugar más que por temporadas. Esto ha sido largamente
48 AHT, SA, Vol. XI, fs. 474-479v. Auto de buen gobierno de los alcaldes ordinarios de la ciudad. San
Miguel de Tucumán, 18 de enero de 1793. Citado por Víctor Tau Anzoátegui, Los Bandos…, pp. 421-
426.
Jurisdicción económica, policía económica,
economía política 67
49 María Barral; Raúl Fradkin; Gladys Perri, “¿Quiénes son los “perjudiciales”? Concepciones jurídicas,
producción normativa y práctica judicial en la campaña bonaerense (1780-1830)”, en Raúl O. Fradkin,
comp., El poder y la vara: estudios sobre la justicia y la construcción del estado en el Buenos Aires
Rural: 1780-1830, Prometeo libros, Buenos Aires, 2007; Cristina López de Albornoz, “La mano de
obra libre: peonaje y conchavo en San Miguel de Tucumán a fines del siglo XVIII”, Población &
Sociedad, V. 1, Tucumán, Grupo Editor Yocavil, 1993, pp. 17-33; Cristina López de Albornoz, Los
dueños de la tierra. Economía, sociedad y poder en Tucumán (1770-1820). Tucumán, Conicet-UNT,
2003; Sara Mata, Tierra y poder en Salta: el Noroeste Argentino en vísperas de la independencia. Se-
villa, Diputación de Sevilla, 2000; Sonia Tell, Córdoba rural, una sociedad campesina (1750-1850),
Prometeo Libros, Buenos Aires, 2008.
50 Romina Zamora, “De la ‘servidumbre y clausura’ al ‘trabajo asalariado para la felicidad pública’. Las
normativas sobre el conchabo en el Río de la Plata y en San Miguel de Tucumán en el siglo XVIII”,
Prólogos. Revista de historia, política y sociedad, VI, Universidad Nacional de Luján, 2013. pp. 15-40.
51 Jesús Vallejo, Concepción…, p. 140.
52 José María Portillo Valdés, “Entre la Historia y la Economía Política: orígenes de la cultura del cons-
titucionalismo”, en Carlos Garriga (coord.), Historia y constitución. Trayectos del constitucionalismo
hispano. México, Instituto Mora, 2008, p. 33.
68 Justicias situadas
A esta altura, no debería sorprender que estas ideas coincidieran en las Cartas sobre
los asuntos más exquisitos de la economía política citadas por Portillo Valdéz como
en otras obras del mismo autor, las Cartas sobre la policía, estudiadas por Vallejo.
Ambos autores resaltan el interés de Foronda en señalar que la riqueza y pros-
peridad del conjunto de la sociedad y del Estado —lo que sería la vieja figura del
bien común— no se fundaba sino a través de la consecución de la riqueza y pros-
peridad individuales. Por un lado, el Estado, ese nuevo sujeto político que aparecía
con fuerza, debía garantizar a los individuos el disfrute pleno de sus derechos de
propiedad, de libertad, de seguridad y de igualdad, “la certidumbre de que ni la per-
sona ni sus bienes han de depender del capricho del magistrado”.53 Pero tampoco a
todos los individuos, sino a “los coasociados del pacto constitucional, esto es, los
ciudadanos”.54
En ese sentido, es muy sugerente la hipótesis de Bartolomé Clavero de entender la
división de poderes no en función de la protección de los derechos individuales de un
demos inclusivo, sino de la defensa de la propiedad privada de los padres de familia.55
A partir de la exégesis del Treatises of Government de John Locke, Clavero observa
que hubo que quitarles a los jueces la capacidad de legislar para dar primacía a la ley
por sobre el arbitrio de los magistrados. El poder de los padres de familia, fundado
en el derecho de propiedad, era el que había que poner a cubierto de otros posibles
poderes que no dependiesen directamente de los propietarios. Dicho de otra manera,
lo que había que defender era la propiedad de los padres de familia ante el avance
de un poder que se iba diferenciando de ellos, esto es, el Estado administrativo. En
estrecha relación con la economía política, sostiene Portillo Valdez, “el pensamiento
político español de finales del setecientos llevará este planteamiento hasta la formu-
lación constitucional de la necesidad de representación”.56
Uno de los primeros y más notorios escritos sobre economía política redactados
en Buenos Aires fue la Representación de los hacendados, de Mariano Moreno.57
Consideraciones finales
Al final de este recorrido, se hizo claro que el transcriptor de las actas capitulares
tucumanas, al llamar policía a los soldados, nos estaba privando de una forma anti-
gua de comprender a la policía, situada en las antípodas de la comprensión actual, es
decir, asociada a la felicidad y a la ternura. Para poder recuperarlas, hemos necesitado
realizar algunos desplazamientos conceptuales imprescindibles.
En primer lugar, tuvimos que asumir que la economía era otra cosa diferente a
la que entendemos hoy, referida a la casa y a la autoridad del padre de familia. Esto
deriva en la comprensión de aquello sobre lo que insistían teóricos modernos como
Jerónimo Castillo de Bovadilla y Jean Bodin; esto es, que la ciudad es la reunión
de los padres de familia y el gobierno de la república (urbana, católica, de antiguo
régimen) debía seguir el modelo del gobierno de la casa. La corporación de vecinos
estaba a cargo del gobierno de la ciudad, así en la Península como en los territorios
americanos, bajo la monarquía española. Esto equivalía a una tradición de autogo-
bierno municipal corporativo.
Este desplazamiento procura modificar la idea casi naturalizada de que el gobier-
no, la administración de justicia y el control de policía eran un producto del accionar
de un dispositivo centralizado de la Monarquía, y propone un modelo alternativo para
describir la alteridad de este universo político, otorgando un valor preponderante a
lo local. En este orden, además, la potestad económica de los padres de familia era la
justificación y el modelo para el gobierno de la ciudad.
En segundo lugar, necesitamos dejar de pensar en la policía como un cuerpo uni-
formado para concebirla como un sinónimo del buen orden, con comisionados nom-
brados para vigilarlo. Para ello, es necesario dejar de lado la idea del monopolio de la
fuerza y del control social a cargo de un Estado administrativo, para poner en el cen-
tro del escenario al padre de familia y al mundo doméstico, propiamente económico.
En realidad, en la segunda mitad del siglo XVIII estamos ante una lógica económica
que empezaba a trascender las casas y el orden bajo la autoridad del padre, para vol-
verse un tema público que requería de un ordenamiento desde una nueva compren-
sión del gobierno de lo económico. Así, la policía cobró espesura como cosa pública
en función del orden y la felicidad de los vecinos cuando el espacio de la casa y la
autoridad paterna habían resultado insuficientes para hacerlo. Surgió como un nuevo
campo disciplinador, pero montado sobre otro viejo: esto es, la capacidad tuitiva de
la ternura del padre de familia.
Si bien debían constituir campos diferentes, uno jurisdiccional y otro económico,
las funciones de policía y de justicia se encontraban muy próximas y hasta confun-
didas en lo que significaba el control más cotidiano sobre la población. Los veci-
Jurisdicción económica, policía económica,
economía política 71
nos comisionados como jueces pedáneos o alcaldes de barrio actuaban sin tener que
seguir un procedimiento específico, ya que debían hacerlo según su conocimiento
del terreno, del carácter y de las costumbres de sus habitantes. Al mismo tiempo,
actuaban para garantizar el buen orden católico y para asegurar a los vecinos la provi-
sión de peones, labradores conchabados. En ambos sentidos se trataba de una policía
económica.
La desprocesalización de algunos comportamientos como la ociosidad, consistía
en considerarlos causas de policía y no de justicia. Esto permitía a los vecinos poder
ejercer una acción más directa en pos de hacerse de mano de obra estacional y barata,
lo que estaba en la base de la consecución de la riqueza y, por tanto, de la felicidad.
Precisamente, para garantizar el bien común y la felicidad de la población, la
causa de policía era la encargada del fomento a la agricultura, a la industria y al
libre comercio. Esto estaba en la génesis de la economía política. Al modificar el
concepto de economía en cuanto pasaba del ámbito familiar al nacional, esta nueva
teoría transformaba también el de gobierno, ya que el gobierno del rey no solo debía
permitir el autogobierno de las ciudades sino que debía asumir el fomento y el de-
sarrollo del bienestar y la felicidad de los vecinos en proporciones y en campos que
excedían el alcance de la república local, como también debía darles lugar a través de
la representación, aún más directa, de sus intereses corporativos. El libre comercio
fue el más claro ejemplo de ello.
En este contexto, la causa de policía no vino a resguardar solamente la moderni-
dad económica que se estaba proponiendo, sino —y sobre todo— la relación oecono-
mica de cuño antiguo, dentro de la forma tradicional de incorporar a las personas li-
bres bajo la autoridad de un padre, con lo que se lograba tanto restaurar el orden como
fomentar la producción. Esto nos ha situado frente a dos campos disciplinadores
diferentes y complementarios: por un lado, la instancia de comisionados nombrados
por el gobernador intendente, con función de policía; conducente al otro, la instancia
doméstica bajo la autoridad tutelar del padre. Ambos demostraban que el control
de los comportamientos y la disciplina se sostenían, aún a finales del siglo XVIII y
comienzos del XIX, sobre mecanismos de coacción que no eran solo jurisdiccionales
sino básicamente de naturaleza económica, paternal.
El gobierno del territorio cuyano entre mediados
del siglo XVIII y principios del XIX. Los jueces de
la jurisdicción de San Juan de la Frontera1
E
n los dominios americanos de la Monarquía Española el gobierno de una ex-
tensión geográfica se lograba nombrando agentes que, para ejercer un poder
legítimo, debían disponer de jurisdicción. Así, desde los orígenes de la colo-
nización, se reproducía en estas extensiones el orden jurídico de la Península y se
lograba su territorialización o conversión en territorios, es decir, en tierras (entidad
geográfica) armadas de jurisdicción (entidad política).2 Esta alquimia política –según
metáfora de Carlos Garriga– fue posible por la consideración de que el rey tenía ple-
no dominio sobre las Indias y era fuente de toda jurisdicción.
Para este autor, el proceso de institucionalización se produjo por tres vías prin-
cipales: reducir a repúblicas la población, tanto india como española, mediante la
fundación de ciudades y villas, cada una con sus territorios o términos; formar pro-
vincias o distritos a cuyo frente fuesen designados magistrados u oficiales dotados
de jurisdicción en diverso grado; y dar al territorio un aparato jurisdiccional de base
territorial, que tenía sus correspondencias en el plano eclesiástico.3 Ese entramado de
magistrados de que dispuso la Corona, aptos para realizar la justicia –es decir, “para
mantener a cada uno en su derecho”–, estuvo conformado en su mayoría por jueces
legos con capacidad de dar normas destinadas al gobierno del territorio que caía bajo
su autoridad y entender en los contenciosos que les correspondían según su jerarquía,
acorde con lo que se ha llamado cultura jurisdiccional.4 Territorio y jurisdicción eran
1 Agradezco al Dr. Alejandro Agüero y al Dr. Fabián Herrero los comentarios y sugerencias vertidos
sobre versiones previas de este trabajo.
2 Carlos Garriga, “Patrias criollas, plazas militares sobre la América de Carlos IV”, en Eduardo Martiré, coord.,
La América de Carlos IV, I, Buenos Aires, Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho, 2006, p. 47.
3 Carlos Garriga, “Patrias criollas...”, cit., p. 49.
4 Alejandro Agüero, “Las categorías básicas de la cultura jurisdiccional”, en Marta Lorente Sariñena
(coord.), De la justicia de jueces a la justicia de leyes: Hacia la España de 1870, Madrid, Consejo
Federal del Poder Judicial, 2007, pp. 20-58.
74 Justicias situadas
5 Antonio Hespanha, La gracia del derecho. Economía de la cultura en la Edad Moderna, Madrid,
Centro de Estudios Constitucionales y Políticos, pp. 102-105.
6 Respecto de la pluralidad de justicias sobre una misma jurisdicción, ver Darío Barriera, “La ciudad
y las varas: justicia, justicias y jurisdicciones (Ss. XVI-XVII)”, en Revista de Historia del Derecho,
núm. 31, Buenos Aires, 2003, pp. 69-95. Sobre historia de la justicia con una mirada social pueden
mencionarse, entre otros: Paula Polimene (comp.), Autoridades y prácticas judiciales en el Antiguo
Régimen. Problemas jurisdiccionales en el Río de la Plata, Córdoba, Cuyo y Chile, Rosario, Prohis-
toria, 2012; Darío G. Barriera (comp.), La justicia y las formas de autoridad. Organización política
y justicias locales en territorios de frontera. El Río de la Plata, Córdoba, Cuyo y Tucumán, siglos
XVIII y XIX, Rosario, ISHIR-CONICET-Red Columnaria, 2010; Raúl O. Fradkin (comp.), El poder y
la vara: estudios sobre la justicia y la construcción del Estado en el Buenos Aires rural: 1780-1830,
Buenos Aires, Prometeo Libros, 2007. Para Mendoza: Eugenia Molina, “La construcción cotidiana de
legitimidad: atentados contra jueces y abusos de autoridad en una jurisdicción periférica de la Monar-
quía española. Mendoza, 17701810”, en Prohistoria, 21, ene-jun. 2014, pp. 85-103.
7 Alejandro Agüero, “Ciudad y poder político en el antiguo régimen. la tradición castellana”, en Cua-
dernos de Historia, núm. 15, Córdoba, 2004, pp. 127-163.
El gobierno del territorio cuyano entre mediados del siglo XVIII y principios del XIX 75
8 Academia Nacional de la Historia, Actas capitulares de la ciudad de San Juan de la Frontera, Buenos
Aires, 2009, pp. 315-345.
9 Por ejemplo, en 1781, Jacinto de Camargo y Loayza portaba los títulos de “teniente de caballería de
los Reales Ejércitos, corregidor justicia mayor de esta provincia de Cuyo y en ella teniente de capitán
general, gobernador de las armas, alcalde mayor de minas y registros y subdelegado del Juzgado
Mayor de bienes de difuntos y subdelegado de la Real Renta de Correos y de la Santa Cruzada, y pre-
sidente de la Real Junta de Temporalidades”. Academia Nacional de la Historia, Actas capitulares...,
cit., p. 325.
10 Academia Nacional de la Historia, Actas capitulares..., cit., p. 320.
11 Carlos Garriga, “Las Audiencias: justicia y gobierno de las Indias”, en Feliciano Barrios (coord.), El
gobierno de un mundo. Virreinatos y Audiencias en la América Hispánica, Cuenca, Ediciones de la
Universidad de Castilla, 2004, pp. 711-794.
76 Justicias situadas
en estas dos materias exclusivamente.12 Los cabildos defendieron estas nuevas pre-
rrogativas, tal como lo muestra el pertinaz enfrentamiento con los agentes reales de
su jurisdicción y la defensa de un lugar preeminente en las celebraciones.13
12 Jorge Comadrán Ruiz, “Los subdelegados de Real Hacienda y Guerra en Mendoza, 1784-1810”, en
Revista del Instituto de Historia del Derecho, núm. 10, Buenos Aires, 1959, pp. 82-111.
13 Esteban Fontana, “El Patrono Santiago y su festividad en la época colonial”, Revista de la Junta de
Estudios Históricos de Mendoza, Segunda época, 2, Mendoza, 1962; Inés Sanjurjo de Driollet, “Los
corregidores de la Provincia de Cuyo y sus agitadas relaciones con el cabildo de Mendoza (1748-
1784)” en Rodolfo Richard Jorba y Marta Bonaudo (comp), Historia Regional. Enfoques y articula-
ciones para complejizar una historia nacional, Buenos Aires, Editorial de la Universidad de La Plata,
2014, pp. 54-56.
14 Santiago Lorenzo y Rodolfo Urbina, La política de poblaciones en Chile durante el siglo XVIII, Qui-
llota, El Observador, 1978, pp. 9 ss.
15 Bernardino Bravo, “Reseña de Gute Polizei. Ordnungsleitbilder und Zielvorstellungen politischen
Handelns in der Fühen Neuzeit. Studien zur europäischen Rechtsgeschichte de Thomas Simon”, en
Anales de la Universidad de Chile, Sexta Serie, núm. 17, Santiago, 2005.
16 Darío Gabriel Barriera, Abrir puertas a la tierra. Microanálisis de la construcción de un espacio
político, Santa Fe, 1573-1640, Santa Fe, Ministerio de Innovación y Cultura de la Provincia de Santa
Fe – Museo Histórico Provincial Brigadier Estanislao López, 2013, p. 113.
El gobierno del territorio cuyano entre mediados del siglo XVIII y principios del XIX 77
17 José Luis Romero, Latinoamérica: las ciudades y las ideas, Buenos Aires, Sudamericana, 1986, p. 11.
18 Santiago Lorenzo, “Concepto y funciones de las villas chilenas en el siglo XVIII”, en Historia, núm.
22, Santiago, 1987, pp. 91-105.
19 Jorge Comadrán Ruiz, “Nacimiento y desarrollo de los núcleos urbanos y del poblamiento de la cam-
paña del país de Chile durante la época hispana (1551-1810)”, en Anuario de Estudios Americanos,
XIX, Sevilla, 1962, p. 96.
20 Santiago Lorenzo y Rodolfo Urbina, La política de poblaciones..., cit., pp. 32 ss.
21 Auto de la Junta de Poblaciones disponiendo medidas para el fomento de las villas y concediendo
privilegios a los vecinos, del 12 de mayo de 1745, en Academia Chilena de la Historia, Serie de Es-
tudios y documentos para la historia de las ciudades del Reino de Chile, núm. 3, Santiago, 2004, pp.
105-108.
78 Justicias situadas
Porción de mapa que muestra el corregimiento de Cuyo, situado al este de la cordillera de los
Andes, como parte del territorio de la Capitanía General de Chile.22
Una solicitud del cabildo de Mendoza de 1747 dio impulso a la política de pobla-
miento en Cuyo. Ese año, los mendocinos enviaron a Santiago al diputado Francisco
de Lantadilla, quien expuso acerca de la necesidad de levantar fuertes con el fin de
impedir los avances indígenas, e instalar poblaciones que sirvieran de frontera para
de ese modo proteger a los viajeros en la ruta al litoral atlántico, a donde enviaban
cargas de vinos y aguardientes que comerciaban en ese mercado. En realidad, pidie-
ron una solución integral a diversos problemas que aquejaban a la ciudad desde hacía
tiempo, entre los que no era menor la falta de regidores, debido al desinterés por la
compra o arrendamiento de los cargos y a no estar permitido el nombramiento por
el propio ayuntamiento. Asimismo, plantearon la necesidad de mayores rentas, a fin
22 Mapa de las regiones de Paraguay, Chile y Estrecho de Magallanes, según los padres Ovalle, Techo et
al., 1703. Guillermo Furlong Cardiff, Cartografía Jesuítica del Río de la Plata, Buenos Aires, Peuser,
1936, p. 6.
El gobierno del territorio cuyano entre mediados del siglo XVIII y principios del XIX 79
23 Inés Sanjurjo de Driollet, “Cabildo, agentes reales y conflictos jurisdiccionales en una ciudad perifé-
rica de la Monarquía española. Mendoza, siglo XVIII”, en Antiteses, IX, núm. 17, Londrina-Brasil,
2016, pp. 176-199.
24 Nos hemos ocupado de Corocorto y las Lagunas de Guanacache en: Inés Sanjurjo, “Gobierno, terri-
torialización y justicias. Corocorto y las Lagunas de Guanacache (ciudad de Mendoza) en el período
de cambio de jurisdicción de la Capitanía General de Chile al Virreinato del Río de la Plata”, en
Macarena Cordero Fernández et al., Cultura legal y espacios de justicia en América, siglos XVI-XIX,
Santiago, Universidad Adolfo Ibañez-Dibam, 2017, pp. 237-260.
25 Instrucción para que al Corregidor de Mendoza le sirva de gobierno en la práctica de providencias
dadas en las Juntas de Real Hacienda y Poblaciones, sobre varias representaciones que hizo aquella
ciudad por su apoderado”, dada en Santiago de Chile el 24 de abril de 1748. Firmada por el Dr. Don
José Perfecto de Salas. En Edberto O. Acevedo, “Reglamentaciones para Mendoza en el siglo XVIII”,
en Revista del Instituto de Historia del Derecho, 10, Buenos Aires, 1959, pp. 61-79.
80 Justicias situadas
Por otra parte, hay que mencionar que en los asentamientos de indios solía nom-
brarse un juez entre miembros de la propia comunidad, con facultades de menor
cuantía, en un acto en el que intervenía el corregidor o su teniente, y en muchos
lugares fue costumbre que los propios indios lo eligieran. Así por ejemplo, en los
documentos relativos a los pueblos de las Lagunas, de jurisdicción mendocina, se
menciona que en 1772 el defensor de indios solicitó al corregidor que repusiera al
alcalde de dichos pueblos. Se trataba de un tal Covarrubias, de quien se decía “ser
indio de nación y saber leer y escribir”, y en cuyo lugar habían nombrado a un “mula-
to”, lo cual “repugnaba” la ley. Finalmente, el caso llegó ante la Audiencia, que falló
a favor de aquel y le despachó un título de “Alcalde de los Pueblos de San Miguel
y la Asunción de Cuyo”.34 En esta ocasión, ser indio como el resto de la población
que caía bajo su jurisdicción favorecía el ejercicio de la magistratura, y en tal sentido
puede hablarse de proximidad social de la justicia.35
Durante el tiempo del corregimiento, el cabildo no intervino en lo relativo a las
nuevas poblaciones. El teniente de corregidor era la máxima autoridad de San Juan en
cuestiones poblacionales y en el ejercicio de la justicia ordinaria, y era la instancia in-
mediata superior en los juicios sustanciados por los superintendentes. A la Audiencia
llegaban por lo general los juicios de mayor monto o gravedad: disputas por títulos de
tierras y otros bienes de valor, litigios entre corporaciones, asuntos impositivos, etc.36
En cuanto a cuestiones de poblamiento, incluso en los conflictos que frecuentemente
se suscitaban entre los distintos jueces, actuaba la Junta de Poblaciones como máxi-
mo tribunal. Así lo declaró el gobernador Ortiz de Rozas en 1750, al indicar que “si
alguna autoridad se sintiera agraviada por las atribuciones concedidas a otra, podía
apelar a la Junta de Poblaciones”,37 y el asunto se dirimía en este estrado en forma de
contencioso, como era propio de la cultura jurisdiccional.
34 Juan Luis Espejo, La provincia de Cuyo del Reyno de Chile, II, Santiago de Chile, Fondo Histórico y
Bibliográfico José Toribio Medina, 1954, pp. 698-699.
35 Darío Barriera, “Justicia de proximidad: pasado y presente, entre la historia y el derecho”, en PolHis,
10, Buenos Aires, Segundo semestre 2012, pp. 50-57.
36 Tal como se desprende de las obras: Juan Luis Espejo, La Provincia de Cuyo..., cit.; Edberto Oscar Ace-
vedo, Informe sobre la documentación histórica relativa a Cuyo existente en el Archivo (y Biblioteca)
Nacional de Santiago de Chile, Mendoza, Universidad Nacional de Cuyo-Instituto de Historia, 1963.
37 Santiago Lorenzo y Rodolfo Urbina, La política de poblaciones..., cit., p. 59.
38 Jorge Comadrán Ruiz, “Nacimiento y desarrollo...”, cit., pp. 145-246.
El gobierno del territorio cuyano entre mediados del siglo XVIII y principios del XIX 83
Juan, un informe de 1702 reconocía la existencia de 150 vecinos –es decir, familias–
“muy pobres que no logran lo preciso para su alimento, tanto que los vecinos van a
radicarse en Tucumán”.39 La supervivencia de la ciudad de San Luis de la Punta, por
su parte, fue muy sufrida, tanto que en la segunda mitad del siglo XVII un viajero la
describió peyorativamente como “lugar de cuatro casas pajizas con nombre de ciu-
dad”,40 y a mediados del siglo siguiente la Junta se propuso lograr que la numerosa
población dispersa de esa jurisdicción se radicara en ella; su traza, además, debía ser
arreglada.41
Hacia 1752, la población de todo Cuyo alcanzó unos 10 000 habitantes. Según
Verdaguer, favorecieron este aumento las familias españolas que a principios de siglo
pasaron desde Chile a residir definitivamente en Cuyo, y otros elementos étnicos. El
censo realizado por disposición de 1777 y 1778 –apenas incorporado el corregimien-
to de Cuyo al virreinato del Río de la Plata–, dio un crecimiento de la población de
Mendoza, que pasó a tener 7478 habitantes en la ciudad y 1300 en la campaña; de San
Juan, con 6141 y 1450 respectivamente; y de San Luis, con 3684 habitantes para el
núcleo poblacional y unos 3300 en la zona rural. En total, unos 23 300 habitantes para
Cuyo, a lo que habría contribuido la llegada de portugueses en esos años.42
Quien comenzó con la tarea poblacional en la campaña sanjuanina fue, como
hemos señalado, el corregidor Eusebio de Lima y Melo, que realizó la matrícula de
los habitantes y buscó los lugares más adecuados para reunir a la población. Por auto
de la Junta del año 1751 se decidió la erección de una villa en Jáchal, y en 1752 se
resolvió fundar otra en Valle Fértil. Para afrontar los gastos requeridos por la obra se
dispuso el cobro de una serie de “arbitrios para las nuevas poblaciones”, consistentes
en impuestos –a las carretas y al ganado entrante en la ciudad– y venta de algunas
tierras y privilegios y honores para los pobladores.43
Jáchal, sitio ubicado en el valle del río del mismo nombre a más de 50 leguas al
norte de la ciudad de San Juan, contaba con 261 personas entre españoles e indios de
ambos sexos, que cultivaban trigo y maíz, criaban ganado y se dedicaban a la caza
de vicuña. Allí debían reducirse los naturales de Calingasta y Pismanta, que eran
62 y 147 almas respectivamente, la mayoría mestizos, muy pobres y dispersos.44 Se
decidió también trasladar a los indios de Ampacama y Mogna, ubicados al sur en el
mismo valle, aunque estos se negaron a hacerlo. La población de Valle Fértil, más
lejana y de difícil acceso desde Jáchal, quedaba exceptuada de mudarse. El encargado
de efectivizar el poblamiento fue el primer superintendente, Juan de Echegaray, quien
asignó sitios para plaza, ayuntamiento, cárceles e iglesia y realizó el repartimiento
de solares y tierras para chacras y potreros a particulares. En 1752, la Junta creó el
curato de Jáchal, separado del de la ciudad. La nueva circunscripción eclesiástica fue
provista en 1753 en la persona del presbítero Alejandro Fernández de Castro, quien
también debió encargarse de la atención espiritual de los indios de Mogna.
En abril de 1752, el gobernador Domingo Ortiz de Rozas otorgó al nuevo pueblo
el título de villa, a semejanza de las fundadas en la banda oeste de la cordillera. Según
dijo, reservaba el nombramiento de oficios de cabildo para cuando se advirtiera un
mayor progreso en lo urbano y calidad de sus vecinos:
... habiendo visto los autos de la población de San José de Jáchal remi-
tidos a su excelencia por la Junta de Poblaciones, para declare el título
de que debe gozar dicho pueblo, dijo que teniendo consideración al
adelantamiento con que al presente se halla, y deseoso de que lo tenga
mayor en adelante, declaró y confirió a dicha nueva población el título
de villa (a semejanza de las que se han fundado de esta parte de la
Cordillera) con el nombre de San Joseph, cuya fiesta ha de celebrarse
en el día de su Patrocinio, confirmando como confirmo como Justicia
Mayor de dicha Villa a Dn. Juan de Echegaray y reservando como
reservo la provisión de oficios de alcalde ordinario, regidores y demás
concejiles y públicos hasta que dicha Villa tenga mayores progresos y
[...] noticia de las partes y calidades de sus vecinos, a quienes concedió
los mismos privilegios que el Excelentísimo Señor Virrey Conde de
Superenda concedió a la de los Ángeles...45
Herrera, “La acción estatal en la organización de la campaña cuyana a mediados del siglo XVIII.
Aportaciones demográficas” en Revista de Historia Americana y Argentina, núm. 13-14 (1968-1969),
pp. 60-61.
44 Informe del gobernador Ortiz de Rozas al Rey, 1753. Catalina Teresa Michieli, La fundación de vi-
llas..., cit., p. 66.
45 AHGPSJ, Carpeta “Mercedes reales otorgadas por el Maestre de Campo Juan de Echegaray”. En
“Anexo documental”, Catalina Teresa Michieli, La fundación de villas..., cit.
El gobierno del territorio cuyano entre mediados del siglo XVIII y principios del XIX 85
El texto citado es ilustrativo de que “villa” era una categoría jurídica que se otorgaba
a un núcleo poblacional determinado. No todos los pueblos de la campaña fueron vi-
llas, y estas, si bien estaban dentro de la jurisdicción de una ciudad, tenían derecho a
su propio cabildo, aunque compuesto por un número menor de cargos concejiles. Sin
embargo, muchas veces su escaso adelanto les impedía llegar a contar con los requi-
sitos necesarios para que se les permitiera darse la institución de gobierno propio. En
este sentido, por lo general las villas lo fueron más por la categoría que se les otorgó
que por su desarrollo y resultados urbanísticos, y no llegaron a ser más que pequeñas
aldeas de casas y gentes rústicas; sin embargo, mediante su fundación se obtuvieron
muchos de los logros propuestos.
Lima y Melo se trasladó a Valle Fértil, una zona más lejana ubicada al este, y
posteriormente volvió al valle del río Jáchal, donde visitó Mogna, al sur. El cacique
de este sitio, Francisco Alcani, se había negado a reducirse en la nueva villa, y aun-
que solo vivían en Mogna él con muchos hijos menores y algunas otras familias de
indios, su negativa a mudarse llevó a la Junta a decidir levantar allí mismo un “pue-
blo de indios”, en el que se reducirían también los provenientes de un lugar cercano,
Alcapama. En este tipo de concentración solo estaban permitidos los que tenían la
categoría sociojurídica de indio, aunque en realidad muchos eran mestizos. Contar
con esa condición hacía que fueran considerados vecinos del pueblo, con los dere-
chos y obligaciones que ello otorgaba. El sitio tenía a su favor la disponibilidad de
agua y su ubicación en una zona rica en producción ganadera y maderera, además de
ser un punto de control del tránsito entre San Juan y la Rioja, al norte. El corregidor
fue el encargado de señalar el área de la plaza y asignar los solares a cada uno de los
dos caciques (de Mogna y Alcapama), a los indios mayores de 18 años y a las viudas;
también debió delinear el ejido para ganado y el sitio para una iglesia, donde los habi-
tantes recibirían la doctrina de parte del cura de Jáchal. Asimismo, puso formalmente
en su cargo de cacique a Alcani, y lo exhortó a consolidar el pueblo.46
En cuanto a la villa que se buscaba levantar en Valle Fértil, su concreción se hizo
efectiva varios años después, tiempo durante el cual hubo cambios de planes así
como avances y retrocesos en la ejecución, y en el que participó una diversidad de
agentes: funcionarios de la Corona, eclesiásticos, miembros de la población indígena,
etc. Ubicada en medio de serranías, la zona disponía de una amplia red de cursos de
agua que tenían la característica de ser temporarios. Desde principios del siglo XVII
se habían formado propiedades rurales gracias al otorgamiento de mercedes reales.
Allí estaba la estancia de las Tumanas, donada a la Compañía de Jesús, aunque en
1756 fue vendida por la orden; como testigo de esa transacción apareció el cacique
de la población india de Valle Fértil, Gaspar Managua. Según un informe de 1753
de Lima y Melo, este matriculó allí a unas 200 personas entre españoles e indios de
Villas de San José de Jáchal y Valle Fértil, y pueblo de Mogna, en jurisdicción de San Juan.
Al sur, las Lagunas de Guanacache en jurisdicción de la ciudad de Mendoza.47
47 Fuente: Catalina Teresa Michieli, La fundación de villas..., cit., p. 153. Se han realizado modificacio-
nes al original.
48 Informe de Juan de Echegaray al Gobernador Ortiz de Rozas, 1752. “Anexo Documental”, Catalina
El gobierno del territorio cuyano entre mediados del siglo XVIII y principios del XIX 87
visita del oidor Laysequilla, quien no pudo erigir la población propuesta por Lima y
Melo, aunque estuvo de acuerdo con la elección del sitio y encargó la obra a “alguien
capaz”, como le indicó la Junta. Sin embargo, lo único que se logró entonces fue la
creación del curato de Valle Fértil separado de los de Jáchal y San Juan, algo que se
verificó en 1757 con la asunción del primer cura párroco.
53 Dictamen del fiscal de la audiencia, 13 de enero de 1752. “Anexo Documental”, Catalina Teresa Mi-
chieli, La fundación de villas..., cit.
54 AGPM, Colonial, C. 43.
55 Archivo General e Histórico de la Provincia de San Juan (AGHPSJ), Tribunales.
90 Justicias situadas
a dicha Villa”.56 Se preocupó, asimismo, de que la villa contase con medios para
su progreso, por lo que solicitó al gobernador en 1774 que se siguiera aplicando
a Jáchal el “medio real” que con el nombre de “nuevo impuesto” se cobraba en la
ciudad a cada carga de carreta que entraba. Además, requirió que se le franqueasen
fusiles y lanzas, pero la corporación elevó el pedido al gobernador de Chile, porque
la ciudad no tenía suficientes armas “para las urgencias que puedan ofrecerse de
cualquier invasión de enemigo”.57
Al año siguiente, en el mes de marzo, se presentó en el cabildo el maestre de cam-
po Pedro Pablo de Quiroga con un título emitido por el gobernador, en el que se lo
nombraba “superintendente y teniente de justicia mayor de la villa de Jáchal y Valle
Fértil […] con precisa condición de que ha de comparecer ante este ilustre Cabildo a
ser recibido de sus empleos y hacer el juramento de fidelidad acostumbrado”, entre-
gándosele después de cumplido este requisito “la insignia correspondiente a dichos
empleos”.58 Quiroga era un miembro eminente de la elite sanjuanina: en ese entonces,
por orden del oficial de Real Hacienda administraba el ramo de real botija –impuesto
de un real por cada botija de vino o aguardiente que salía de la ciudad-, y en enero
había sido elegido alcalde de 1.° voto, quedando a la espera de la confirmación de su
elección. Pronto juró como tal alcalde, pero en octubre anunció que debía cumplir
orden de la Junta de Poblaciones de “pasar al partido de Valle Fértil y fundar en él una
villa y hacer repartimiento de tierras, en virtud de hallarse recibido de superintenden-
te y justicia mayor de dicho Valle, villa de Jáchal y demás pueblos”.59 Sin embargo,
todavía faltaban unos años para que la fundación se concretara.
56 Bustamante ocupó otros cargos, como el de procurador del cabildo de San Juan en 1781. Academia
Nacional de la Historia, Actas capitulares..., cit., p. 315.
57 Academia Nacional de la Historia, Actas capitulares..., cit., pp. 291-292.
58 Academia Nacional de la Historia, Actas capitulares..., cit., pp. 291 y 297.
59 Academia Nacional de la Historia, Actas capitulares..., cit., p. 308.
60 “Real Ordenanza para el establecimiento e instrucción de Intendentes”, art. 12 y 13.
El gobierno del territorio cuyano entre mediados del siglo XVIII y principios del XIX 91
68 Carlos Garriga “Los límites del reformismo borbónico: a propósito de la administración de la justicia
en Indias”, en Feliciano Barrios Pintado (coordinador), Localización: Derecho y administración pú-
blica en las Indias hispánicas: Actas del XII congreso internacional de historia del derecho indiano,
1, Toledo, 2002, pp. 781-822.
69 AGPM, Colonial, Carpeta 24.
94 Justicias situadas
Uno de los juicios que nos interesa citar fue radicado en el juzgado del alcalde de
1.° voto, don José Ignacio Maradona, en 1794, y se inició por querella presentada por
Guillermo Pereyra, un sujeto pardo de la villa de Jáchal. Este manifestó que al llegar
al pueblo en ocasión de llevar alimentos para su sustento desde San Juan, encontró
a su esposa “toda maltratada” y “aporreada de tal conformidad que la cabeza tenía
imposible de machacada”. La mujer, que vendía comestibles, le relató que Jacinto
Reynoso solicitó comprar un real de vino y ella midió la cantidad como acostumbra-
ba, pero este no estuvo conforme. Como no llegaron a un acuerdo, ella le dijo que era
libre de adquirirlo en otro lado, ante lo cual Reynoso la insultó y le pegó delante de
otros hombres allí presentes, hasta ponerla en el estado en que la encontró. El escrito
continuaba explicando los hechos:
Viendo pues yo señor tal atrevimiento y que no por ser un pobre Par-
do se me debía injuriar a mí y a mi esposa en mi propia casa de esta
suerte, llegando a tal extremo de ponerla en términos de perder la vida,
me conduje a la casa del alcalde Dn. Juan Antonio Espejo a poner la
querella competente contra el hechor, y sin embargo de haberle dado
prueba suficiente con los mismos cuatro sujetos que se hallaron presen-
tes cuando sucedió el hecho, y de haber asimismo acreditado la verdad
de lo que llevo relacionado para que fuese castigado como era regular
el delincuente, no solo no me hizo justicia el citado alcalde, sino que
también me agravió en decirme estas palabras: qué dirá el vulgo si yo
reprendo a este sujeto por un negro. Con lo cual, hallándome yo sin
amparo alguno en dicha villa por ser un pobre forastero, me callé y
sufrí mis agravios padecidos ofreciéndole a Dios, solamente, mis tra-
bajos. Pero aun todavía no paró en esto, señor, el atrevimiento del men-
cionado Reynoso, sino que otro día llegando yo a una casa en donde se
hallaba aquel jugando y perdiendo, porque no le quise tirar dos pesos
que me pidió, tiró del cuchillo, y si no lo hubieran contenido las gentes
que allí estaban, me hubiera herido y tal vez quitado la vida, pues está
de manifiesto llega a tal su osadía que no solamente conmigo por ser
un pobre se ha descomedido, sino que con todos los demás vecinos de
aquel lugar anda a cada paso teniendo historias y peleas valido de su
guapeza y diciendo que aunque haga lo que hiciese no le ha de hacer
nada ningún juez [...] me hallo temeroso, según lo que he referido, de
que me pueda resultar algún mayor perjuicio a causa de no haberse
dado a Reynoso la reprehensión que merecía.70
Por el temor que tenía de un nuevo ataque, Pereyra puso “formal demanda que-
jándome civil y criminalmente”, jurando que no procedía con malicia y firmando
el escrito, cuya letra diferente de la rúbrica muestra que había sido realizado por
un oficioso. El juez capitular comisionó a un vecino de la villa para que recabara
información, con lo que resultó probado lo que exponía el querellante. Ante esto,
el alcalde ordinario dio orden de que Reynoso fuese embargado y remitido inme-
diatamente y bien asegurado a la cárcel de la ciudad, para que según el mérito de la
causa se lo castigase para desagravio del querellante y escarmiento de otros, como
dijo.71
El otro expediente —bastante frondoso, por cierto— corresponde a 1805 y fue
iniciado por el vecino de Jáchal don Antonio Gómez Carballo, quien envió una
nota a Sobremonte manifestando que no había obtenido justicia de parte del juez
pedáneo. Se trataba del dueño de una pulpería, quien en razón de no querer fiar
mercadería a Bartolo Mallea fue golpeado fuertemente y herido en la cabeza por
este. Puesta la denuncia por el pulpero ante el mencionado alcalde, Mallea volvió
a buscarlo para castigarlo por haberlo acusado, y montado a caballo lo atropelló, lo
insultó y lo atacó con un cuchillo. Las heridas fueron de tal gravedad que tuvo que
estar en cama mucho tiempo para reponerse, por lo que perdió de atender sus ne-
gocios, y se vio luego precisado de trasladarse a San Juan con su familia por temor
a volver a ser agredido. El alcalde fue avisado del hecho por otro individuo y salió
en persecución del malhechor, pero no pudo encontrarlo, tal como había ocurrido
la primera vez.
Ante la súplica de Gómez Carballo, Sobremonte mandó en nota firmada de su
puño y letra que el cabildo se hiciera cargo del caso e impartiera la justicia que co-
rrespondía. En virtud de ello, el alcalde de 2.° voto, que firmaba Antonio Aberastain,
conminó al pedáneo a que capturara a Mallea bajo pena de 50 pesos que debería
pagar si no obedecía. Este salió con unos soldados y esta vez halló al malhechor en
un lugar alejado, y lo trajo a la cárcel de la ciudad. Además, tuvo que tomar declara-
ciones a testigos de acuerdo con un cuestionario que el damnificado había presenta-
do, mediante el cual este pretendía que se comprobasen también otros graves delitos
cometidos por Mallea, como el secuestro de una mujer y heridas a otro hombre.72 Lo
cierto es que el proceso duró casi dos años, tiempo en el que el reo estuvo en la cár-
cel, asistido por un defensor nombrado de oficio porque el que él designó no aceptó
el cargo. El juicio se alargó principalmente porque ante las protestas del querellante,
el alcalde pedáneo tuvo que repetir la toma de testimonios debido a que el defensor
había cambiado las preguntas y la lista de testigos, de modo tal que no se podía obte-
ner la verdad de los hechos ocurridos y se beneficiaba al acusado, según dijo aquel.
Consideraciones finales
El trabajo muestra la actuación e interacción de los agentes de gobierno en materia
de poblamiento en el marco de la cultura jurisdiccional, durante la segunda mitad del
siglo XVIII y en Cuyo. Pone de manifiesto, en primer lugar, la imponente obra rea-
lizada por la Junta de Poblaciones de Santiago en territorios de la Capitanía General
de Chile ubicados en la banda oriental de la cordillera de los Andes, con la fundación
de la villa de Jáchal y el pueblo de Mogna, en jurisdicción de la ciudad de San Juan.
74 Sobre las ventajas de la cercanía o de la distancia física, social, cultural y simbólica de los jueces con
respecto a la población en la que ejercían justicia, ver Darío G. Barriera, “Entre el retrato jurídico y
la experiencia en el territorio”, en Caravelle, núm. 101, Toulouse, 2013 [En línea] http://caravelle.
revues.org/608 [consulta: 18 de octubre de 2016].
Modalidades de espacialización política:
de la justicia de proximidad a otras prácticas
de agencia gubernamental en Barriales,
jurisdicción de Mendoza (1814-1850)1
Eugenia Molina
L
as reflexiones en torno a la configuración de los espacios políticos dentro de
paradigmas jurisdiccionalistas han resultado fructíferas para observar cómo
los diseños institucionales pensados en los escritorios burocráticos fueron
atravesados y reformulados a partir de las prácticas de una diversidad de agentes.2 En
este sentido, la geografía ha dejado de ser mero escenario sobre el que se despliegan
las actuaciones de los sujetos, para ser pensada como un objeto de construcción so-
cial.3 Ya se ha mostrado cómo en el marco de un gobierno de jueces el equipamien-
to político de un territorio implicaba que quienes debían institucionalizarlo estaban
munidos de jurisdicción, en la medida en que no se pensaba un oficio público sin
capacidad de decir derecho a fin de lograr arbitrar soluciones a los conflictos que su
desempeño pudiera acarrear, de dictar normas locales que organizasen su acción y de
contar con la coerción necesaria para obtener obediencia.4 Así, la administración de
justicia, sobre todo la de proximidad —esto es, la administrada por jueces menores en
1 Agradezco los comentarios de Fabián Herrero a una versión preliminar de este trabajo. Sus reflexiones
han resultado clave para su reelaboración.
2 Una investigación que ilustra notablemente esta línea es Darío Barriera, Abrir puertas a la tierra. Mi-
croanálisis de la construcción de un espacio político. Santa Fe, 153-1640, Museo Histórico Provin-
cial Brigadier Estanislao López, Santa Fe, 2013. De referencia ineludible, António Manuel Hespanha,
Vísperas del Leviatán. Instituciones y poder político (Portugal, siglo XVII), Taurus, Madrid, 1989.
3 Las consideraciones sobre el espacio como construcción social son deudoras de las reflexiones de la
geografía crítica francesa, siendo fundamental la obra de Henri Lefebvre, entre otras, La production
de l’espace, Anthropos, Paris, 1974.
4 Sobre el paradigma jurisdiccionalista, Carlos Garriga, “Orden jurídico y poder político en el Antiguo
Régimen”, en ISTOR. Revista de Historia Internacional, núm. 16, 2004 y Alejandro Agüero, “Las ca-
tegorías básicas de la cultura jurisdiccional”, en Marta Lorente Sariñena –coordinadora–, De justicia
de jueces a justicia de leyes: Hacia la España de 1870, Consejo General del Poder Judicial-Centro de
Documentación Judicial, Madrid, 2006.
100 Justicias situadas
5 Las consideraciones de Darío Barriera sobre la potencialidad explicativa de un abordaje que atienda
no solo a diversas distancias (física, social, cultural, económica, procesal) sino también a la capacidad
de disciplinamiento de la justicia menor por su proximidad, han resultado estimulantes. Ver “Justicia
de proximidad: pasado y presente, entre la historia y el derecho”, en Pol-His. Boletín Bibliográfico
electrónico del Programa Buenos Aires de Historia Política, núm. 10, 2012 [en línea] http://historia-
politica.com [consulta: 20 de enero de 2014]; “Instituciones, justicia de proximidad y derecho local en
un contexto reformista: designación y regulación de ‘jueces de campo’ (Gobernación-Intendencia de
Buenos Aires) a fines del siglo XVIII”, en Revista de Historia del Derecho, núm. 44, 2012 [en línea]
http://historiapolitica.com [consulta: 15 de agosto de 2016]; “Entre el retrato jurídico y la experiencia
en el territorio. Una reflexión sobre la función distancia a partir de las normas de los Habsburgo sobre
las sociabilidades locales de los oidores americanos”, en Caravelle. Cahiers du monde hispanique et
luso-brésilien, núm. 101, 2013.
6 Eugenia Molina, “Justicia de proximidad y gobierno político militar en la frontera. Equipamiento
institucional de Valle de Uco (Mendoza) durante el proceso revolucionario (1810-1820)”, en Mundo
Agrario, vol. 15, núm. 30, diciembre de 2014 [en línea] http://mundoagrario.unlp.edu.ar [consulta:
20 de febrero de 2015]; “Jueces y comandantes en la periferia del Estado provincial: Valle de Uco
(Mendoza, Argentina), 1820-1852”, en Revista del Instituto de Historia del Derecho, núm. 49, 2015
[en línea] http://www.scielo.org.ar/ [consulta: 3 de julio de 2016].
Modalidades de espacialización política 101
diálogo este análisis que proponemos con el ya realizado para el sur provincial puede
aportar elementos para seguir reflexionando en torno a la justicia como engranaje
sociopolítico clave en los procesos de configuración de la espacialidad estatal, aten-
diendo a la diversidad tanto como a la especificidad de las experiencias.
Trabajamos con tres hipótesis. En primera instancia, sostenemos que el proceso
de espacialización política7 de Barriales siguió estrategias y objetivos específicos co-
nectados tanto con las características físicas del territorio —que tenían en la gestión
del agua una problemática central—, como la relativa inmediatez a la sede citadi-
na del gobierno provincial. En segundo lugar, estimamos que la iniciativa original
de crear un centro político nuevo que articulara los poblados ubicados en el curso
oriental del río Tunuyán se fue reformulando a partir de la experiencia de gobierno;
así, la subdelegacía y 7.° departamento de campaña que terminó generando, integró
diversos núcleos, con distintas sedes y una multiplicidad de autoridades. Finalmente,
consideramos que las funciones judiciales de subdelegados, comisarios y decuriones
fueron progresivamente subordinándose a sus roles como agentes de los gobiernos
provinciales.
La periodización toma momentos relevantes para el objeto de estudio. El límite
inferior en 1814 se vincula con la primera fecha en la que detectamos que Barriales
contaba con un decurión propio. El superior, 1850, tiene que ver con la delineación
del 9.° departamento y la inclusión de la Villa de La Paz en el cuadro administrativo
de Las Lagunas, que escinde un territorio que había dependido antes del subdelegado
del 7.° departamento y precisa, así, los límites de este.
Se apelará a fuentes originales conservadas en el Archivo General de la Provincia
de Mendoza (en adelante AGPM), correspondientes al período independiente, en las
secciones Gobierno, Poderes Ejecutivo y Legislativo y Registro Oficial. El análisis
dará cuenta, primero, de las medidas gubernamentales y reglamentaciones que fueron
diseñando el espacio político de la subdelegacía y 7.° departamento, para luego intro-
ducirse en la dinámica cotidiana en la que estos jueces desempeñaban sus labores, y
observar las intensas relaciones entre sus funciones de justicia y gobierno.8
7 Retomamos la distinción entre espacio político y territorio que Darío Barriera ha utilizado en sus traba-
jos, pues nos resulta operativa para diferenciar procesos de diseño y equipamiento institucional, de aque-
llos que vinculan experiencias de autoridades y poblaciones con las tierras sobre las cuales despliegan
sus actividades cotidianas. Darío Barriera, “Al territorio por el camino de la memoria: dos jueces rurales
evocan y listan a los habitantes de su jurisdicción y sus actividades económicas (Pago de los Arroyos,
Santa Fe del Río de la Plata, 1738)”, en Mundo Agrario, vol. 15, núm. 30, 2014 [en línea] http://www.
mundoagrario.unlp.edu.ar/ [consulta: 30 de junio de 2016], p. 10; Abrir puertas…, cit., p. 38.
8 Precisamente, se ha llamado la atención sobre estas relaciones respecto de la consolidación de la justi-
cia de paz en la campaña bonaerense como un modelo de gobierno rural que articulaba las necesidades
de disciplinamiento y control, en el marco de formas productivas ganaderas, con la continuidad de
prácticas institucionales facilitadas por su arraigo social. Raúl Fradkin, “¿Misión imposible? La fugaz
experiencia de jueces letrados de primera instancia en la campaña de Buenos Aires (1822-1824)”, en
102 Justicias situadas
Darío Barriera –compilador–, Justicias y fronteras. Estudios sobre historia de la Justicia en el Río de
la Plata, EDITUM, Murcia, 2009.
9 La ciudad de Mendoza había pertenecido como ciudad principal al Corregimiento de Cuyo, depen-
diente de la jurisdicción de Santiago de Chile hasta 1776, cuando aquel fue incorporado al Virreinato
del Río de la Plata. Con la aplicación de la Real Ordenanza de Intendentes se disolvió esta unidad y
Mendoza, a la par de San Juan y San Luis, pasaron a ser sufragáneas de Córdoba. Cuando en junio de
1810 la elite local aceptó la opción revolucionaria porteña, rompió la cadena de mando que la unía a
la cabecera intendencial, y comenzó a recibir tenientes de gobernador enviados desde Buenos Aires
(excepto durante 1811 en que rigió el reglamento de juntas). A fines de 1813, no obstante, se sancionó
el establecimiento de la Intendencia de Cuyo con Mendoza como sede del gobernador, reincorporando
los lazos institucionales en calidad de subordinadas de San Juan y San Luis. Hacia 1820, en el marco
de la crisis institucional que desintegró el marco general de las Provincias Unidas, las tres ciudades
se desvincularon e iniciaron sus procesos de configuración republicana-representativa. Como parte de
estos, a comienzos de 1820, tomó forma en Mendoza la Sala de Representantes, que se consolidaría en
los lustros siguientes como órgano legislativo. Al ser eliminado el cabildo del diseño institucional en
1825, se trasladaron sus funciones de justicia y policía a un incipiente poder judicial y a la esfera del
Ejecutivo, respectivamente. María Cristina Seghesso de López, Historia Constitucional de Mendoza,
Instituto Argentino de Estudios Constitucionales y Políticos, Mendoza, 1997, pp. 6-151.
10 Estudios recientes han indagado en los procesos de conformación de la ciénaga del Bermejo, ubicada
al norte de Barriales pero parte de la misma filtración de agua debida a la calidad porosa del suelo y la
inclinación nordeste del terreno. Cfr. Prieto, María del Rosario et al., “Procesos ambientales y cons-
trucción del territorio a partir de un estudio de caso: la ciénaga de Bermejo, oasis Norte de Mendoza,
1810-1930”, en Revista de Historia Argentina y Americana, vol. 47, núm. 2, 2012 [en línea] http://
www.scielo.org.ar/ [consulta: 5 de marzo de 2016].
Modalidades de espacialización política 103
Como adelantamos, los caracteres físicos de Barriales eran muy particulares, pues
aquí el régimen de lluvias escasas —propio del clima árido de la región cuyana adya-
cente a la cordillera— se articulaba con terrenos muy húmedos consecuencia de las
filtraciones y las inundaciones de las épocas de deshielo que seguían la inclinación
11 Eugenia Molina, “Notas sobre las relaciones socio-espaciales de la campaña mendocina en los inicios
del proceso revolucionario”, en Mundo Agrario, núm. 16, julio de 2008 [en línea] http://www.mun-
doagrario.unlp.edu.ar [consulta: 4 de julio de 2016], pp. 5-6.
12 AGPM, carp. 13, doc. 2.
104 Justicias situadas
natural del suelo hacia el nordeste.13 Por ello, una política de poblamiento sistemática
requería obras de desecamiento y reglamentaciones que evitaran que los desagües
particulares agravaran los desbordes producidos naturalmente. Fue en el contexto de
las urgencias logísticas revolucionarias cuando las autoridades comenzaron a prestar
atención a estos terrenos, ya que al menos desde 1814 Barriales contó con un decu-
rión propio, distinto del de Retamo,14 segmentación que parecía reflejar que comen-
zaban a verse más claras las necesidades de control de poblaciones de complejidad
social y relevancia estratégico-productiva crecientes. Aquella partición daba cuenta
de la percepción de las autoridades respecto de la unidad territorial que cada uno
de esos lugares había comenzado a representar, como también de su noción de las
posibilidades brindadas por la estrategia de miniaturizar el espacio para un gobierno
y una vigilancia más eficientes.15 En los años siguientes los ojos gubernamentales
siguieron focalizados allí.16
13 Un estudio del clima en la larga duración que sirve de referencia para reconstruir los momentos de
inundación y mayor filtración de agua que profundizaron ciénagas y formaron nuevos humedales, en
María del Rosario Prieto y Facundo Rojas, “Documentary evidence for changing climatic and anthro-
pogenic influences on the Bermejo Wetland, in Mendoza, Argentina, during the 16th-2th century “, en
Climate of the Past, núm. 8, 2012.
14 Edberto O. Acevedo, “Los decuriones de Mendoza”, en Revista de Historia del Derecho, núm. 1,
1973, p. 20. Los decuriones eran jueces de menor cuantía con funciones de policía equivalentes a los
alcaldes de barrio, hermandad o pedáneos de otras jurisdicciones. Eugenia Molina, “Justicia y poder
en tiempos revolucionarios: las modificaciones en las instituciones judiciales subalternas de Mendoza
(1810-1820)”, en Revista de Historia del Derecho, núm. 35, 2008.
15 Barriera ha marcado para Santa Fe, a partir de fines del siglo XVIII, una tendencia a la vinculación en-
tre juez comisionado y partido/paraje como expresión de la relación institucional entre una capacidad
jurisdiccional y una unidad territorial cuya mención se estabilizaba. Esta asociación entre el hombre
designado, el oficio que ejercía y una porción de territorialidad estaría reflejando, en su opinión, un
refinamiento en el modo en que las autoridades percibían esa porción y las relaciones que condensaba.
“Instituciones, justicias…”, cit., p. 12.
16 Las demarcaciones de los cuarteles decurionales parecen no haber tenido en cuenta los límites de las
jurisdicciones eclesiásticas. Para fines del siglo XVIII existían los curatos de Ciudad, Uco, Corocorto y
Lagunas; a ellos se agregó en 1805 el de San Vicente, surgido del desgajamiento del primero. A su vez,
en 1814 se estableció en Retamo una viceparroquia del curato de Uco, a donde se trasladó el párroco de
este en 1830. Si se comparan estas jurisdicciones con la distribución de los cuarteles se evidencia que
no había correspondencia: dentro del casco urbano, de ninguna forma, puesto que el curato de Ciudad
no se relacionaba siquiera con la distinción entre dentro y “fuera” de “extramuros”, sobre todo, en los
territorios hacia el oeste y el norte urbano. En cuanto a los ubicados hacia el sur y sudeste, había sedes de
viceparroquias que tenían un decurión (como Retamo) del mismo modo que otros núcleos poblacionales
que no eran sedes eclesiásticas (Barriales, Cruz de Piedra, Lunlunta), mientras que había viceparroquias
o parroquias que se hallaban divididas en dos cuarteles distintos (Luján, San Vicente). José Aníbal Ver-
daguer, Historia eclesiástica de Cuyo, Primata Scuola Tipografica Salesiana, Milano, 1931, tomo I,
pp. 507, 508, 571, 559 y 906; Eugenia Molina, “Nota sobre…”, cit. En tal sentido, en Mendoza parece
no haber habido una relación específica entre parroquias/curatos y cuarteles como se ha verificado en
Tucumán, Córdoba y Buenos Aires, en donde las reformas de la justicia menor y policía estuvieron muy
Modalidades de espacialización política 105
vinculadas a la compartimentación eclesiástica local. Gabriela Tío Vallejo, Antiguo Régimen y libera-
lismo. Tucumán, 1770-1830, Facultad de Filosofía y Letras-UNT, Tucumán, 2001, pp. 128-129; Silvia
Romano, “Instituciones coloniales en contextos republicanos: los jueces de la campaña cordobesa en las
primeras décadas del siglo XIX y la construcción del estado provincial autónomo”, en Fabián Herrero
–compilador–, Revolución. Política e ideas en el Río de la Plata durante la década de 1810, Ediciones
Cooperativas, Buenos Aires, 2004, pp. 173-174; María Elena Barral y Raúl Fradkin, “Los pueblos y la
construcción de las estructuras de poder institucional en la campaña bonaerense (1785-1836)”, en Raúl
Fradkin –compilador–, El poder y la vara. Estudios sobre la justicia y la construcción del Estado en el
Buenos Aires rural, Prometeo, Buenos Aires, 2007, pp. 42-47.
17 Juan Draghi Lucero, “San Martín, su chacra, su molino y la ubicación de su primer monumento”, en
Anales del Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, 1941,
tomo I, p. 556.
18 Juan Draghi Lucero, “San Martín…”, cit., p. 558.
19 Así, Laurencio Silva se dirigía al gobernador intendente porque se enteró de que habían puesto en
venta tierras “entre el río Mendoza, y Retamo y Barriales”. 11-05-1816, AGPM, carp. 240, doc. 18.
20 Bando del 9 de julio de 1816 en Juan Draghi Lucero, “San Martín…”, cit., p. 555.
21 Las características que adquirieron las propiedades en este territorio configuran un problema que que-
da pendiente para otra investigación, pues sería clave detectar no solo cómo se reconfiguró la trama
de tierras públicas y privadas sino también evaluar en un mediano plazo qué efecto concreto tuvo esta
política de venta en la urgencia revolucionaria dentro de las modalidades patrimoniales de Barriales.
106 Justicias situadas
35 Ya para entonces la Nueva Villa de Barriales comenzó a denominarse “de San Martín”, en homenaje
a quien había sido su impulsor inicial y había recibido una propiedad a la que había prometido volver
durante su retiro de la vida pública. Una minuciosa reconstrucción de este instituto en clave compara-
tiva con su ascendiente borbónico y los modelos de justicia rural del Río de la Plata en Inés Sanjurjo,
La organización…, cit., pp. 59-63.
36 8-02-1821, AGPM, carp. 748, doc. 2.
37 De hecho, recién en 1823 el gobierno retomó la política poblacional allí y lo hizo a solicitud de los
mismos moradores de la villa que pidieron a través del subdelegado su delineación. En respuesta,
aquel escribía a este último, Agustín Moyano, para que asociado con el sargento Pedro A. Moyano
realizase la demarcación de la plaza, “consultando la mejor posición según los vientos”, la fijación de
una capilla en una de sus partes, un sitio reservado para “usos públicos” y la delimitación de cuarteles
y manzanas. 3-06-1823, AGPM, carp. 25, doc. 12.
38 La sanción legislativa que declaró extinto el cabildo fue precedida por una serie de reformas que apro-
vecharon la coyuntura favorable al grupo que accedió al poder en julio de 1824, luego de varios meses
de inestabilidad institucional que incluyeron denuncias de fraude electoral, prácticas asambleístas,
motines militares y renuncias recurrentes de los gobernadores. Eugenia Molina, “Justicia, elecciones
y cabildo. El orden político pos revolucionario en Mendoza (Río de la Plata), 1823”, en Inés Sanjurjo
–coordinadora de dossier–, “Justicias inferiores y gobierno en espacios rioplatenses (siglo XVIII y
primera mitad del siglo XIX)”, en Nuevo Mundo. Mundos Nuevos, Débats, [en línea] http://nuevomu-
ndo.revues.org/67871 [consulta: 10 de marzo de 2015].
39 Con “cadena de mando” aludimos a lo que Guillermo O´Donnell denomina “cascada de autoriza-
Modalidades de espacialización política 109
apuntaba a ordenar el ramo de policía, que si bien remitía aún al sentido tradicional
de armonía comunitaria, ornato y decencia, ya incorporaba también algunas notas
que daban cuenta de que el mismo concepto de orden público vinculado con aquella
se había politizado intensamente durante la Revolución,40 al integrar aristas novedo-
sas.41 Lo fundamental era la creación de la jefatura de policía como agente inmediato
del gobierno en el ramo, bajo cuya dependencia quedaban comisarios, decuriones,
tenientes y ayudantes. También lo era la división provincial en departamentos:42 se
preveía que estos se subdividieran en cuarteles y se designaría un comisario para cada
uno de los primeros así como un decurión para los segundos. Establecía que estos
últimos tendrían responsabilidades que integraban funciones de policía (matrícula
de habitantes actualizada, cuidado del régimen de aguas, control de vagos, mante-
nimiento de calles y puentes, matanza de perros) con otras judiciales, pues oirían
demandas de los vecinos y moradores hasta $20. La posibilidad de apelación quedaba
ciones” para referirse a los roles pautados jerárquica y legalmente dentro de la estructura estatal,
elemento que le otorgaría a esta su unicidad empírica y conceptual. “Algunas reflexiones acerca de
la democracia, el Estado y sus múltiples caras”, en Revista del CLAD. Reforma y democracia, núm.,
42, 2008, p. 7. Si bien el politólogo atiende a una configuración estatal consolidada, el sentido de
vinculación articulada de órdenes como soporte burocrático viene bien para referirnos a los esfuerzos
por sistematizar la serie de órdenes y el control de sus ejecuciones dentro de una organización con
notas estatalistas. Este aspecto requiere un estudio minucioso que dé cuenta del modo cotidiano en que
se configuraron esas cadenas de mando a través de la regulación de la periodicidad de los mandatos/
obediencias y los formatos comunicacionales a partir de los cuales se materializaron. Agradezco a
Raúl Fradkin haberme hecho notar esto último a partir de la potencialidad ofrecida por las fuentes
consultadas para este trabajo.
40 François Godicheau ha mostrado cómo los términos “orden” y “público” fueron politizando su sen-
tido desde mediados del siglo XVIII, en el contexto de una efervescencia social que las autoridades
comenzaron a conceptualizar como peligrosa. Así, del sentido tradicional vinculado a “policía” como
cuidado del ornato y la moralidad pública, la trama semántica comenzó a vincularse con el control de
las opiniones y los comportamientos respecto de la subversión de la organización política. “Orígenes
del concepto de orden público en España: su nacimiento en un marco jurisdiccional”, en Ariadna
histórica. Lenguajes, conceptos, metáfora, núm. 2, 2013.
41 Un análisis pormenorizado del Reglamento en Inés Sanjurjo, La organización…, cit., pp. 43-48.
42 Si bien es probable que la elite mendocina tuviera como referente el modelo de reforma rivadaviano
de fines de 1821, se pueden detectar diferencias. Aquí en Mendoza los departamentos eran previstos
como cuadros administrativos vinculados al ejercicio de la policía, mientras que en Buenos Aires
referían a los judiciales de primera instancia (dos para ciudad y tres para campaña). Además allí se
articulaba con las parroquias como marco de los jueces de paz, un uso de la delimitación del gobierno
eclesiástico que en Mendoza pareció no tener incidencia a los fines de la organización del estado
provincial, como ya hemos marcado. Sobre la reforma judicial rivadaviana, Raúl Fradkin, “¿Misión
imposible?...”, cit.. No obstante, no conviene perder de vista el ejemplo francés, dentro del cual el
uso de “departamento” como circunscripción administrativa comenzó a evidenciarse a fines del siglo
XVII, cuando se difundió dentro del lenguaje de gobierno para designar los ámbitos de ejercicio de
los intendentes o los “comisarios de partido”. Ozouf-Marignier, Marie-Vic, La formation des départe-
ments. La répresentation du territoire français à la fin du 18e. siècle, EHESS, Paris, 1989, p. 40.
110 Justicias situadas
45 Manuel Ahumada, Código de las leyes, decretos y acuerdos que sobre administración de justicia se
ha dictado la Provincia de Mendoza, Imprenta de “El Constitucional”, Mendoza, 1860, pp. 87-88.
46 Manuel Ahumada, Código…, cit., pp. 92-97.
47 Manuel Ahumada, Código…, cit., pp. 162-164.
112 Justicias situadas
48 Eugenia Molina, “Tras la construcción del orden provincial: las comisiones militares de justicia en
Mendoza, 1831 y 1852”, en Darío Barriera –compilador–, La Justicia…, cit.
49 Manuel Ahumada, Código…, cit., p. 155.
50 En Guillermo Cano, Régimen jurídico-económico de las aguas en Mendoza. Durante el periodo inter-
medio (1810-1884), García Santos, Mendoza, 1941, pp. 215-217.
Modalidades de espacialización política 113
la de la Villa, los de esta a la del Medio, los de esta a la del Alto de las Mulas y por fin,
los de esta a los campos, aparentemente públicos hasta el momento. Finalmente, los
dos últimos artículos del reglamento se ocupaban de las otras atenciones que corres-
pondían al comisario de la villa y al subdelegado. Al primero se le exigía la refacción
de las calles, mientras que al segundo se le encargaba detectar a quienes no fueran
residentes, sobre todo los que no tenían ocupación, para expulsarlos de la población
o enviarlos a la ciudad para ser remitidos a la frontera.
Como se ve, resultaba cada vez más claro qué debían hacer los subdelegados,
comisarios y decuriones, y cuáles eran sus cadenas de mando. Sin embargo, no lo era
tanto hasta dónde llegaba físicamente su jurisdicción. Así, si desde 1821 se instaló
en la todavía no delineada Villa Nueva de San Martín un juez civil, la proyección
de su capacidad parece haberse extendido hasta Corocorto, incluyendo Retamo y
Reducción. Ya en 1830, no obstante, la fijación de una subdelegacía en Las Lagunas
contribuyó a delimitar por el norte este espacio político.51 De todos modos, la co-
rrespondencia emitida por los subdelegados mostraba que se hallaban instalados en
Retamo,52 y que el proyecto inicial de colocar en la nueva villa el centro de poder de
todo el sector oriental a la ciudad no progresó durante el período: solo se instaló allí
un escuadrón de granaderos y un encargado de la hacienda del Estado.53 De hecho,
es llamativo que los subdelegados firmaran en Retamo una razón de las entradas,
inversiones y existencias de la subdelegacía,54 mientras la mesa electoral seguía ins-
talándose en la Villa Nueva,55 lo cual evidencia que si bien la sede política seguía
pensándose en esta, la ubicación estratégica de Retamo —sobre el camino hacia Co-
rocorto y al Desaguadero (ver Figura 1) lo mismo que hacia la ciudad— pesaba en su
funcionalidad como sede de la autoridad principal.
51 La notificación de la medida al subdelegado del 7.° departamento estipulaba el envío de los decretos
de demarcación del 9.°departamento y el nombramiento como subdelegado del comandante general
de la frontera del este. 26-10-1850, AGPM, carp. 27, doc. 3.
52 Las notas emitidas por los subdelegados que se han conservado fueron firmadas en Retamo, corres-
pondientes a algunos meses de 1833, 1842, 1849 y 1850. AGPM, carp. 558, doc. 3, 4 y carp. 567,
doc. 4, 5 al 18. Solo hemos encontrado firmadas en la Villa Nueva, por ejemplo, las del subdelegado
Antonio Báez, referidas a una lista de donaciones recogidas para sufragar la construcción de la capilla
de esa población, 1-09-1843, AGPM, carp. 567, doc. 1; y la de Manuel Torres enviando el escrutinio
de la mesa electoral allí concretada, 2-02-1845, AGPM, carp. 567, doc. 2.
53 Están fechados en la Villa Nueva de San Martín los oficios dirigidos al ministerio de gobierno por
Apolinario Morán, administrador de los animales del Estado, 7-04-1845, AGPM, carp. 567, doc. 3, y
Bernardo Corvalán, comandante del escuadrón de granaderos con sede allí, 5-02-1851, AGPM, carp.
567, doc. 20. De hecho, con las sustituciones de personal posteriores a la batalla de Caseros, en marzo
de 1852, se confirmaba a este último como comandante del escuadrón de granaderos en la Villa Nue-
va. 13-03-1852, AGPM, carp. 567, doc. 69.
54 25-01-1851, AGPM, carp. 567, doc.19.
55 2-02-1845, AGPM, carp. 567, doc. 2 y 26-12-1850, AGPM, carp. 27, doc. 3.
114 Justicias situadas
56 4-12-1829, AGPM, carp. 25, doc. 23; 16-02-1830, 5-3-1830; oficios de abril, mayo y junio de 1830,
AGPM, carp. 25, doc. 25; 29-11-1831, AGPM, carp. 25, doc.28; 19-02-1845 y oficios de marzo y
abril, AGPM, carp. 26, doc. 29.
57 Si bien ya desde 1817 en algunas ocasiones las autoridades habían llamado a la villa de “San Martín”,
desde 1823 aparece consolidada la relación nominativa entre población y antropónimo. 3-06-1823,
AGPM, carp. 25, doc. 11; 1-04-1844, AGPM, carp. 26, doc. 28.
58 11-03-1836, AGPM, carp. 170, doc. 52. Desde junio de 1852 el ministerio de gobierno se dirigía a su
subdelegado como de la “Villa de San Martín”, al menos hasta diciembre de ese año. AGPM, carp. 27,
doc. 25.
59 20-06-1845, AGPM, carp. 26, doc. 29; 19-02-1848 y oficios del resto del año, AGPM, carp. 27, doc.
1. También durante 1850 parece haberse estabilizado desde el ministerio de gobierno este calificativo
para nombrar el cuadro administrativo. AGPM, carp. 27, doc. 3.
60 18-06-1833, AGPM, carp. 170, doc. 41; 29-12-1834, AGPM, carp. 170, doc. 52; 3-04 y 14-07-1835,
AGPM, carp. 170, doc. 52.
61 10-05 y 26-08-1837, AGPM, carp. 170, doc. 52.
62 2-01-1835, AGPM, carp. 170, doc. 52.
63 25-03-1833, AGPM, carp. 558, doc. 3.
64 15-01-1842, AGPM, carp. 558, doc. 4; 11-12-1849, AGPM, carp. 567, doc. 5
65 14-02-1850, AGPM, carp. 567, doc. 7.
66 12-03-1850, AGPM, carp. 567, doc. 10.
67 En noviembre de 1823, el subdelegado era “comisionado” por el gobernador para que se apersonase
en Corocorto y solucionase un problema por deuda de dinero entre dos vecinos. La proximidad física
explicaba su actuación, pues en el oficio se le decía que para evitar la demora e incomodidad de ocurrir
las partes a tanta “distancia”, se apersonase él a resolver el asunto. 6-11-1823, AGPM, carp. 25, doc. 14.
Modalidades de espacialización política 115
guientes, como también inspeccionar las acequias en construcción, mediar entre los
empresarios y los vecinos en conflicto, y auxiliar a los primeros con reses y hombres
para la conclusión de los trabajos.68
La segmentación de la Villa de La Paz para incorporarla al 9.° departamento, no
obstante, contribuyó a definir el espacio del 7.°,69 tal como se ve hacia mediados de
1851 cuando una razón de los vecinos de este, inscriptos en los ejercicios espirituales
propuestos por el gobierno, daba cuenta de la serie de “partidos de residencia”70 que
lo conformaban. Allí se incluía a Villa de San Martín, Alto de la Esperanza, Chimba,
Barrancas, Acequias, Reducción, Villa de San Isidro, Alto Verde y Retamo.71
Entre ellos se detectaban núcleos poblacionales de larga data, tales como Retamo,
Reducción y Barrancas, que habían sido censados por el mismo juez comisionado
que Barriales a fines de 1810. También se deslindaban otros de reciente consoli-
dación, como San Martín, Alto Verde (seguramente surgido en torno a la acequia
proyectada en el reglamento citado de 1837), o San Isidro (vinculado a la parada
siguiente a Retamo en la carrera a Buenos Aires). No obstante, llama la atención que
no aparecieran registrados cuarteles que con anterioridad tenían decuriones, como
Mundo Nuevo,72 aunque quizás para entonces quedó integrado en alguno de estos
partidos. Pero más llama la atención (y posiblemente refleje el escaso desarrollo de
la tan ansiosamente proyectada Villa de San Martín) el hecho de que solo participaría
un vecino de esta última en las actividades religiosas para las cuales se había confec-
cionado la lista, mientras que núcleos como San Isidro aportaban 12 y el resto entre
cuatro y seis padres de familia.
72 En junio de 1848 una nota del gobierno aludía a un conflicto entre el decurión de Mundo Nuevo y un
miliciano. 28-06-1848, AGPM, carp. 27, doc. 1.
73 Abril de 1815, AGPM, carp. 100, doc. 11.
74 Al producirse una crecida del río los vecinos llamaron a uno de los tenientes para rearmar las paredes
de la acequia; al solicitar ayuda a un peón, este se le resistió violentamente, por lo que fue amarrado y
dejado a cargo del otro teniente, quien al desatarlo no solo no reprimió los insultos que expresó contra
las “justicias” y la patria sino que lo defendió en un altercado con un soldado, pegándole a este último
Modalidades de espacialización política 117
recibir al reo junto con el oficio en el que el otro teniente informaba sobre el suceso,
y le dio pase al gobernador Luzuriaga por considerarlo de una gravedad mayor a los
conflictos en los que él debía mediar, afirmando “que seria conveniente para el buen
exemplo de una Nueva Poblacion se procediese a una sumaria”. De tal forma, se de-
signó un comisionado para llevarla, quien la concretó hasta la situación de sentencia.
No obstante, durante el proceso el juez de la Plaza recogió las quejas de los vecinos,75
las cuales ponían en entredicho la buena opinión del teniente caído en desgracia.76
En este sentido, conviene llamar la atención sobre la dependencia directa que este
comisionado demostró respecto del gobernador intendente, sin ninguna relación con
el cabildo, vinculación directa que se consolidó en los años próximos.
En efecto, si —como hemos visto— los subdelegados conservaron y precisaron
sus funciones judiciales en la letra de la norma y en la práctica,77 también fortalecie-
ron esa citada subordinación a la esfera del gobernador. Esto es lo que se percibe en
un conflicto que uno de ellos tuvo con la Cámara de Justicia, en el cual el ministerio
de gobierno y hasta el mismo gobernador mediaron en los mejores términos que
pudieron. Así, en agosto de 1850, Isaac Estrella se dirigía a estos explicando que
había entendido en la causa de un “albergador de ladrones” e “incorregible” al que
había sentenciado a ocho años de expatriación. Antes de la ejecución de la sentencia
había comunicado como correspondía al gobierno y a la Cámara, pero esta había
dejado sin efecto su decisión y al reo en libertad, por lo cual pedía que analizaran
los antecedentes y resolvieran, pues consideraba que esta actitud de la institución
judicial era “un agravio a la autoridad”.78 La respuesta del ministro, en acuerdo con
el gobernador, trató de ser conciliadora: le explicó que en casos de esa gravedad la
ley de “octubre” de 1845 sobre la que supuestamente se había basado la Cámara en
su nota,79 no especificaba bien la capacidad punitiva de los subdelegados, por lo que
para evitar “entorpecimientos” tanto en este caso como en el futuro, “siempre” debía
enviar a los criminales que merecieran destierro o pena de muerte con su sumaria
una bofetada. Agosto de 1819, AGPM, judicial, carp. S-1, doc. 27.
75 Las opiniones sostenían que el teniente Salomón “se ve odiado por todos”.
76 La sentencia estableció que el reo principal fuera paseado con una mordaza por la calle de la villa a
modo de ejemplo, y respecto de Salomón, que saliese de ella por la “odiosidad que se ha granjeado”.
77 3-11-1842, AGPM, carp. 26, doc. 24.
78 21-08-1850, AGPM, carp. 567, doc. 12.
79 La nota de abril en la que Isaac Estrella se había dirigido a la Cámara quejándose por la decisión de
ésta respecto del reo y por la amonestación que le había realizado “por haberse abrogado facultades
que no tiene”, aludía a la ley del 7 de “mayo” de 1845 que institucionalizaba la Comisión Militar de
Justicia para robo, salteamiento y homicidio. A pesar de la diferencia de los meses enunciados, es claro
que hablaban de la misma ley, y que existía un error en la referencia a “octubre”. 20-4-1850, AGPM,
carp. 567, doc. 12.
118 Justicias situadas
en estado de tomar confesión al tribunal militar para que este los sentenciara.80 El
subdelegado aceptó la decisión por su respeto al “orden de la causa pública”, aunque
a regañadientes, lo que evidenció, por un lado, su vínculo directo con el corazón del
gobierno, y por otro, que la reglamentación solo en la experiencia de la dinámica ju-
risdiccional podía ir ajustándose en sus implicancias. Sin embargo, también revela la
cuña que esa comisión especial de justicia abría en la administración judicial, al crear
una esfera propia en la que ni los subdelegados —supuestamente jueces de primera
instancia en sus distritos—, ni la Cámara de Justicia como tribunal de apelaciones,
podían intervenir. De hecho, en marzo del año siguiente, el subdelegado recibió copia
del decreto de la Sala que especificaba que el tribunal militar podía ejercer por sí o
por los subdelegados, pero esto último bajo autorización expresa y con el deber de
acomodar sus procedimientos y penas a la citada ley del 7 de mayo de 1845. En virtud
de ello, se le confirmaba a Estrella que quedaba en ejercicio de todo lo dispuesto “con
la competente autorización del Presidente de la Comisión Militar”.81
No obstante, junto a sus propias facultades judiciales, los subdelegados se des-
empeñaban como auxiliares de justicia: averiguaban circunstancias de sucesos en
proceso judicial,82 apresaban reos y sospechosos o enviaban testigos solicitados para
causas civiles y penales en curso.83 De hecho, también aquí se produjeron alguna vez
tensiones con la comisión militar que reflejaron, una vez más, los lazos directos de
aquellos con el gobierno. En efecto, en una nota de este al subdelegado, transmitía
la queja de aquella (aunque también la de los jueces de primera instancia), respec-
to de la indolencia de los subdelegados en el envío de personas cuyos testimonios
eran claves para el avance de ciertos expedientes, y específicamente se refería a la
indolencia del encargado del 7.° departamento. Así, el gobernador, otra vez en tono
conciliatorio, le pedía que remitiese a individuos sospechosos que el fiscal había pe-
dido por dos y tres veces, y le requería en el futuro “prontitud” en el despacho de las
diligencias que los “referidos Jueces” le “pidan a Usted”.84 Pero la tensión continuó
en los meses siguientes, esta vez porque los subdelegados en general —y el de la
Villa Nueva en particular— mandaban a los reos sin el parte que tuviera circunstan-
cias del delito, indagatoria y nombres de testigos que facilitaran el esclarecimiento
del crimen. Nuevamente el gobernador le pidió que por su orden expresa realizara “a
la brevedad” el informe de un reo que había enviado recientemente.85 De hecho, en
octubre de ese año dictó un decreto que precisaba bien el procedimiento y la cadena
93 También incluía el otorgamiento de patentes y el control de vivanderos que no pagasen derecho. 2-01-
1835, AGPM, carp. 170, doc. 52; 4-05-1842, AGPM, carp. 26, doc. 24; 2-09-1848, AGPM, carp. 27,
doc. 1; 24-06-1851, AGPM, carp. 567, doc. 36.
94 Este aspecto requiere un estudio detallado que muestre la complejización de la hacienda pública en
esta jurisdicción, las relaciones con las propiedades de particulares y la consolidación del control del
tráfico comercial, tal como hemos realizado para San Carlos y Valle de Uco.
95 26-07-1848, AGPM, carp. 27, doc. 1.
96 17-09-1845, AGPM, carp. 26, doc. 29.
97 17-09-1823, AGPM, carp. 25, doc. 14; 3-04-1835; 8-03-1836; 26-08-1837, AGPM, carp. 170, doc.
52; 1-09-1843, AGPM, carp. 567, doc. 1.
98 El gobierno le había solicitado que interesase a los padres que “en su opinión” fueran de “considerable
inteligencia”, 22-04-1850, AGPM, carp. 567, doc. 11. Lista de los inscriptos, 19-09-1851, AGPM,
carp. 567, doc. 47.
Modalidades de espacialización política 121
99 9-10-1845 y 5-06-1850, AGPM, carp. 26, doc. 29 y carp. 567, doc. 15, respectivamente.
100 Foucault ha marcado de qué manera la policía podía ser entendida entre fines del siglo XVII y co-
mienzos del XVIII, como una técnica que habilitaba un proceso de “totalización” en el gobierno de
los hombres conectado con la amplitud de las actividades de control y vigilancia que implicaban.
“Omnes et singulatim: hacia una crítica de la razón política”, en La vida de los hombres infames, La
Plata, Altamira, 1996, pp. 197-203.
101 Mientras los subdelegados de Valle de Uco cobraban sueldo por su grado militar, puesto que al menos
desde la década de 1830 estuvieron a cargo de la comandancia de frontera o del Fuerte de San Carlos,
aparentemente los de Barriales no parecen haberlo recibido, desempeñándolo como cargo honorífico
en el sentido antiguo regimental, del mismo modo que comisarios y decuriones. Recién en mayo de
1852 la Adición al Reglamento de Administración de Justicia incluyó en el presupuesto a los subde-
legados de la Villa de San Martín y San Carlos. Ahumada, M. op. cit., p. 221
102 0-07-1850, AGPM, carp. 27, doc. 3.
122 Justicias situadas
tredicho entre uno de estos jueces y un miliciano, que conocemos porque llegó hasta
oídos del jefe de policía. En esa ocasión, este último recordó al comisario Vicente
Guiñazú que ningún individuo de las milicias “está exento de obedecerle en ejerci-
cios cívicos”, y pidió que avisase cuando ocurriera para aplicar el castigo que mere-
ciese el infractor.103 Años después, el gobierno se enteraba del enfrentamiento entre
un decurión y un oficial, y exigía que este se apersonase de inmediato con sus despa-
chos en la capital provincial.104 A la luz de estos dos casos, cabe preguntarse cuántos
más debieron ocurrir, que no podemos cuantificar porque la actuación —sobre todo
de los decuriones— no requería registros escritos específicos. Sin embargo, más allá
del escaso número de la muestra, refleja una conflictividad en este espacio político
que hemos detectado en otros estudios sobre la jurisdicción provincial en general.105
Según lo estipulaba el Reglamento de 1828 —y, como vimos, fue ratificado en
documentos posteriores— debía haber un comisario en cada departamento, lo que
pareció cumplirse con normalidad en el 7.°. Del mismo modo que los subdelega-
dos, quienes ejercieron el puesto se convirtieron en agentes del gobierno provincial,
y cumplieron no solo con las cargas establecidas sino con “comisiones” que aquel
—o el jefe de policía, como su superior inmediato— le fue solicitando. No solo se
ocuparon de remitir reos y testigos, recolectar diezmos de cuatropea o controlar el
buen estado de acequias y caminos, sino también de una tarea que recurrentemente
les encargaron: la inspección de tierras baldías denunciadas, convocatoria de los pro-
pietarios linderos y agrimensura mediante un perito.106 La cercanía a los moradores
y el conocimiento de sus vínculos de mediana data los habilitaba óptimamente para
esta labor, puesto que eran elegidos entre los propios vecinos de la jurisdicción y
formaban parte de la trama patrimonial del lugar. Un aspecto relacionado con ello
era la maraña de derechos en el uso de las aguas, para lo cual también fueron convo-
cados a fin de mediar y conciliar en los conflictos cotidianos. En este sentido, ante
un enfrentamiento por una acequia abierta por particulares, se le pidió “resolver lo
mejor…conociendo ambas partes”.107 Del mismo modo, frente a la posibilidad de
abrir un desagüe para evitar que el derrame afectase a la Villa, el jefe de policía le
informó que lo “faculta y autoriza” para agilizar la obra, “allanando” los usos de los
vecinos del lugar.108
109 28-01, 5-02 y 24-03-1831, AGPM, carp. 25, doc. 28; 10-06 y 30-07-1833, AGPM, carp. 170, doc. 41;
31-07-1833, AGPM, carp. 558, doc. 3.
110 Hemos detectado un decurión más para Nuevo Mundo en 1848, 28-06-1848, AGPM, carp. 27, doc.
1. Esto da pie para pensar en un aumento del número de cuarteles, y por tanto de decuriones, en el
departamento.
111 “Circular a los Jueces de los Partidos de Barriales, Retamo, y en especial al Subdelegado de la Villa
Nueva de San Martín”, setiembre de 1823, AGPM, carp. 25, doc. 14.
112 Sin fecha, AGPM, carp. 25, doc. 14. Probablemente fue dictada entre setiembre y noviembre de 1823.
113 27-02-1832, AGPM, carp. 25, doc. 34.
114 8-11-1823, AGPM, carp. 25, doc. 14.
124 Justicias situadas
1822 existía solo uno en el Desaguadero (ver Figura 1),115 luego hemos encontrado
otro ubicado en un punto más hacia el oeste.116 Su obligación de registrar las carretas
y arreos de ganado que pasasen por su puesto tenía una relevancia fiscal obvia, y se
les exigía cada vez mayor puntualidad en el cumplimiento de su labor bajo directa
inspección de los subdelegados que se hallaban próximos a sus sedes de control.117
Por otro lado, estaban los jueces de aguas, cuya jurisdicción era ajena a la de los
subdelegados y comisarios, aunque en la práctica debían actuar en forma articulada.
Desde 1823 al menos, hay indicios de que la comunidad de regantes de la acequia
principal de Barriales se reunía anualmente para elegir al juez de esta, y debía no-
tificar al gobernador sobre el elegido.118 De hecho, el Reglamento de aguas para la
Villa de San Martín de 1837 aludía a un “juez de aguas”, sin que podamos por ahora
saber si se trataba de este elegido dentro de su comunidad o de otro nombrado por
el gobierno.119 Con posterioridad hemos encontrado nominaciones para una “subde-
legacía” de aguas claramente escindida de la jurisdicción del subdelegado, tal como
este mismo afirmaba cuando notificaba al gobierno que se había puesto de acuerdo
con el “Subdelegado de Aguas de este Departamento” para obrar “en acuerdo”, por
estar este ramo “separado de la Inspección de este Juzgado”.120 No es casual, enton-
ces, que el Reglamento de 1852, que ordenaba las aguas en Retamo, recogiera ambas
experiencias y diera cuenta de una figura judicial específica surgida de un comicio
local inspeccionado por el gobierno a través del subdelegado provincial de aguas.121
115 El gobierno decretó en 1822 la modalidad para el Resguardo de Aduana. Estipuló que habría un su-
jeto en el paraje de Desaguadero con el título de “Ayudante de Resguardo”, autorizado para “visitar”
todo cargamento introducido y verificar su guía, sacando copia para remitir a la Aduana. También
habría otro en Uspallata, ya sobre la Cordillera. 10-07-1822, Registro Ministerial, núm. 3.
116 A fines de 1851 se le exigía a un guarda establecerse en Santa Rosa, paraje al este de Retamo,
pero este pidió que se lo autorizara a quedarse en este último poblado o en Alto Verde. 18-12-1851,
AGPM, carp. 567, doc. 58.
117 Todavía a fines de 1851 se reiteraba al subdelegado el control estricto de los guardas sobre el tráfico
clandestino. 19-12-1851, AGPM, carp. 558, doc. 8.
118 9-6-1823, AGPM, carp. 100, doc. 29. Ya el oficio de Luzuriaga a Pedro Regalado de la Plaza comi-
sionándolo con amplias atribuciones para “metodizar” las nuevas poblaciones en Barriales en 1819,
informaba que Lorenzo Morán, entonces juez de aguas, debía cesar en sus funciones, “pues dicha
inspección debe correr a cargo de Usted y Tenientes a quienes hará responsables de la falta de cum-
plimiento en el repartimiento de las aguas”. 2-04-1819, AGPM, carp. 1, doc. 6.
119 Guillermo Cano, Régimen jurídico…, cit., pp. 215-217.
120 17-05-1850, AGPM, carp. 567, doc. 14.
121 Guillermo Cano, Régimen jurídico…, cit., pp. 238-244. Hemos abordado la jurisdicción de aguas en
Barriales en la trama de prácticas, representaciones y reglamentaciones en la ponencia “Tierras, agua
y justicia: conflictividad comunitaria y ejercicio jurisdiccional de proximidad en Barriales (jurisdic-
ción de Mendoza), 1815-1852”, en XXVI Jornadas de Historia del Derecho Argentino, organizadas
por el Instituto de Historia del Derecho y la Facultad de Derecho de la UNT, San Miguel de Tucumán,
11 al 13 de mayo de 2016.
Modalidades de espacialización política 125
Consideraciones finales
Este abordaje intensivo de las fuentes emitidas tanto desde el ministerio de gobier-
no como desde la subdelegacía y 7.° departamento de campaña nos ha permitido
reconstruir la dinámica jurisdiccional que se fue tejiendo en los territorios situados
al SE del casco urbano provincial, hasta constituir un espacio político que no solo
integró el paraje (luego “partido”) de Barriales, como quizás inicialmente se había
pensado, sino también otros, y ello con diversa estabilidad. En efecto, y en relación
con las dos primeras hipótesis planteadas, esta espacialización fue delineándose y
reconfigurándose a partir de la propia experiencia de subdelegados, comisarios y
decuriones, tanto como de ministros y gobernadores, e integró, segmentó y excluyó
territorios según las complejidades y potencialidades que se fueron evidenciando
para su control y su explotación ganadera y fiscal. Si inicialmente se apuntó a crear
un centro político en la Nueva Villa de Barriales (pronto llamada “de San Martín”),
como lo manifestaron las facultades dadas a Pedro Regalado de la Plaza en 1819, el
nombramiento de un juez civil con sede en ella en 1821 y los intentos de los propios
moradores de lograr su delineación definitiva en 1823, para la década de 1830, la
correspondencia de los subdelegados firmada en Retamo junto con otros elementos
que hemos hallado respecto de los problemas que creaba la distancia que separaba
esta residencia de lo que ocurría en aquella villa, dan cuenta de que quizá por ra-
zones logísticas (pues Retamo se hallaba sobre la carrera a Buenos Aires y había
surgido precisamente en torno a la vieja posta del lugar) o por motivos materiales
(la falta de una infraestructura mínima), el centro efectivo de la jurisdicción del 7.°
departamento establecido por el Reglamento de 1828 no terminó funcionando don-
de se había proyectado. De hecho, que todavía hacia 1843 siguieran recaudándose
fondos para la construcción de la capilla refleja la lentitud en la consolidación de
este núcleo político.
Por otra parte, hemos visto que se fueron consolidando “partidos” dentro del de-
partamento, tal como revelaba aquella lista de vecinos de 1851 para los ejercicios
espirituales organizados por el gobierno. En ella se enunciaban poblaciones de larga
data como Retamo, Reducción o Barrancas; otras más recientes como la misma Villa
y algunas aún más nuevas como las conformadas alrededor de las acequias surgidas
del Reglamento de 1837 (Alto Verde). No sabemos si estos “partidos” equivalían a
cuarteles a cuya cabeza se hallaban los respectivos decuriones, o si estaban integra-
dos por varios cuarteles, puesto que las normas de 1828, 1834 y 1845 no incluían
esta denominación entre los cuadros de administración previstos. No obstante, la
correspondencia regular entre el gobierno y las diversas autoridades locales refleja
que el término “partido” aludía a núcleos poblacionales precisos, y reemplazaba al
término “paraje”, común durante la década de 1810, lo que puede dar cuenta de una
territorialidad más clara en la percepción de autoridades y pobladores.
Esta nómina muestra, además, que si en 1851 la Villa de La Paz era pensada
como parte del 9.° departamento cuando antes Corocorto había quedado en ciertos
momentos bajo jurisdicción del subdelegado de la Villa Nueva, también se incorpo-
raban poblados que con anterioridad habían estado más articulados con otros centros,
como Barrancas, más vinculado a Luján, aunque a fines de 1810 el comisionado, para
censar los territorios sudorientales alejados del casco urbano, lo había incluido en su
empadronamiento.
Modalidades de espacialización política 127
125 Como ha sostenido Ozouf-Marignier, la representación del territorio no conforma solo una imagen
mental de la organización espacial, sino que en tanto performa y proyecta el ideal (aquel que debe ser
realizado), desarrolla un rol interviniente en la configuración espacial. La formation…, cit., pp.14-15.
Y en el principio, fue la justicia.
Las alcaldías de barrio: visibilización de un
desenredo en la cultura jurisdiccional (de justicia a
“policía” y nuevamente a justicia, 1772-1861)1
Darío G. Barriera
E
ste trabajo intenta contribuir al estudio de las bajas justicias en el virreinato
rioplatense a través de la menor de esas “magistraturas”: la alcaldía de barrio.
Aunque tiene interés en sí mismo, lo más relevante es su potencial para hacer
visibles aspectos de la compleja trayectoria que trazan los dispositivos del gobierno
jurisdiccionalista en los territorios de la Monarquía Hispánica2 antes de licuarse o
de resignificarse durante el proceso de construcción de una organización de poder
político estatal, caracterizada por un modo administrativo de gobierno y una gestión
constitucional de la ley.
En primer lugar voy a presentar la forma en que se ha trabajado a las alcaldías de
barrio desde la perspectiva de la historia del control social o de la historia del orden
público. En segundo término, trataré de sistematizar contribuciones –propias y de
otros colegas– sobre esta figura en algunas ciudades del virreinato del Río de la Pla-
ta, con el propósito de colaborar con un proyecto donde la figura se estudia a escala
de toda la Monarquía,3 ubicando su trayectoria en una secuencia organizada por la
1 Agradezco las observaciones y comentarios vertidos sobre una primera versión del texto por Mathieu
Aguilera, Felipe Gracia y Sofía Gastellu, quienes me ayudaron a mejorarlo. Los déficits que conserva
son de mi completa responsabilidad.
2 Para comprender los términos del gobierno jurisdiccionalista, remito a Carlos Garriga, “Sobre el go-
bierno de la Justicia en Indias”, en Revista de Historia del Derecho, Núm. 34, 2006, pp. 67-160. En la
historiografía argentina, la cuestión fue especialmente bien comentada en Miriam Moriconi, Política,
piedad y jurisdicción. Cultura jurisdiccional en la Monarquía Hispánica. Liébana, siglos XVI-XVIII,
Prohistoria Ediciones, Rosario, 2011; Elisa Caselli “Introducción” a M. Paula Polimene, Autorida-
des y prácticas judiciales en el Antiguo Régimen. Problemas jurisdiccionales en el Río de la Plata,
Córdoba, Tucumán, Cuyo y Chile, Prohistoria Ediciones, Rosario, 2011 y Gabriela Tío Vallejo, “Los
historiadores ‘hacen justicia’: un atajo hacia la sociedad y el poder en la campaña rioplatense en la
primera mitad del siglo XIX”, en Revista de Historia del Derecho, 41, 2011.
3 Proyecto ALCABA, dirigido por Brigitte Marin –EHESS, Marseille / Aix-en-Provence.
130 Justicias situadas
Historiografías
El continente historiográfico más frecuente para el estudio de las alcaldías de barrio
no es el de la historia de la justicia,6 sino el de la historia del “control social”. Esta his-
toriografía, por una parte, es predominantemente urbana y su expresión más acabada
es la historia genealógica de la policía. Su lógica se apoya en razones académicas,
pero también en un sentido común clasificatorio: la ligazón entre “orden público” y
“policía” es admisible en el campo académico tanto como es corriente entre aficiona-
dos que no tienen formación ni información disciplinaria sobre el tema.7
Sin embargo, y como ocurre con cualquier otro campo, no se ha formulado ni
practicado desde un único paradigma. La historiografía de marras está habitada por
diferencias y tensiones entre unas perspectivas de corte institucionalista o corpora-
tivo8 y otras sustentadas en sociologías materialistas que, frecuentemente, acuden a
las metáforas de los “aparatos del Estado”.9 Los argumentos –explícitos e implícitos–
4 De la cual, por una conveniencia específica, algunos iushistoriadores dejaron fuera a las “administra-
ciones locales”. Un desarrollo extenso de esta perspectiva en Luca Mannori, “Per una ‘preistoria’ della
funzione amministrativa. Cultura giuridica e attività dei pubblici apparati nell’età del tardo diritto
comune”, en Quaderni Fiorentini per la storia del pensiero giuridico moderno, 19, 1990, pp. 323-504.
5 Agradezco la inestimable colaboración que me han prestado Gustavo Alonso y Sofía Gastellu.
6 Algunas definiciones en mi “La historia de la justicia y las otras historias”, en Rodolfo Richard-Jorba
y Marta S. Bonaudo (coordinadores), Historia Regional. Enfoques y articulaciones para complejizar
una historia nacional, Editorial de la UNLP, La Plata, 2014, pp. 19-40.
7 Algo más compleja es la percepción acerca de la relación entre policía y política. Ver Marcelo Saín,
El leviatán azul, SXXI, Buenos Aires, 2015.
8 Julio de Antón, Historia de la Policía española, Tomo 1, Madrid, 2000, entre muchos otros.
9 Por ejemplo en Susy M. Sánchez Rodríguez, “Apelando a la caridad y a las diversiones. Una aproxi-
mación a la reconstrucción de la ciudad de Lima después del terremoto de 1746”, en Scarlett O’Phelan
G. et al. (dir.) Familia y vida cotidiana en América Latina, siglos XVIII-XX, IFEA, Lima, 2003.
Y en el principio, fue la justicia 131
que sostienen este vínculo entre historia de la policía e historia del Estado10 suelen
abonar, de manera consciente o inconsciente, a una historia genealógica del Estado.11
Dichos enfoques ensayan generalmente una explicación sobre la aparición y la
actuación de los alcaldes de barrio que encuentra en las reformas borbónicas un “…
ingente proceso de monopolización de la violencia…”.12 El sujeto de este intento
de controlar desde cerca los cuerpos y las conductas no sería otro que el Estado,
y considera a los alcaldes de barrio “… el frente a pie de calle de este proyecto de
control más intrusivo en la vida privada de la población…”.13 Esa mirada, claramente
preocupada por historizar el control social, atraviesa varios trabajos sobre la figura en
territorios americanos.14
Una propuesta diferente, que enfoca el nacimiento de un gobierno administrativo
y sus improntas territoriales,15 ha supuesto un giro para el abordaje del tema. Esta
perspectiva no deja de comprender el nacimiento e implementación de las alcaldías
10 No existe de cualquier modo una relación de exclusividad. En el marco de lo que Clive Emsley deno-
mina el “modelo francés”, esto remite a la separación entre justicia y policía ensayada por Luis XIV
en 1667 y la creación de un liutenant de police y de la maréchaussé. No obstante, como la “policía”
nace urbana, acotaremos las referencias a la ciudad. Ver Hélène l’Heuillet, “Genealogía de la policía”,
en Galeano y Kaminsky, Mirada (de) uniforme. Historia y crítica de la razón policial, Teseo, Buenos
Aires, 2011.
11 He planteado algunos de sus problemáticos supuestos en “Escalas de observación y prácticas histo-
riográficas. La construcción de horizontes alternativos de investigación”, en Gabriela Dalla-Corte et
al. –coordinadores– X Encuentro Debate América Latina Ayer y Hoy: homogeneidad, diferencia y
exclusión en América, Publicaciones de la Universidad de Barcelona, Barcelona, 2006, pp. 15-36.
Siguiendo a Ingerflom, los mismos proceden de que nuestra concepción intelectual del Estado es “…
derivada de la historia del estado occidental” y, sobre todo, del relato decimonónico sobre el mismo.
Claudio Ingerflom, “¿Olvidar el estado para comprender a Rusia? Una excursión historiográfica”, en
Prohistoria, I - 1, 1997, p. 47.
12 Verónica Undurraga Schüler, Los rostros del honor. Normas culturales y estrategias de promoción
social en Chile colonial, siglo XVIII, Dibam, Santiago de Chile, 2014, p. 61.
13 Dorleta Apaolaza-Llorente, “En busca de un orden de policía. Los comisarios de barrio y las ordenan-
zas o reglamentos de policía de La Habana de 1763”, en Temas americanistas, 34, 2015, p. 24.
14 Gabriel Ramón, “Urbe y orden: Evidencias del reformismo borbónico en el tejido limeño”, en Scarlett
O’Phelan Godoy (comp.), El Perú en el Siglo XVIII: La era borbónica, Pontificia Universidad Católi-
ca del Perú, Lima, 1999, pp. 295-324; Alfredo Moreno Cebrián, “Cuarteles, barrios y calles de Lima
a fines del siglo XVIII”, Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lateiname-
rikas, 18, Austria, 1981, pp. 97-161; José Enrique Sánchez Bohórquez, “El indígena como objeto de
control social urbano en Santafé de Bogotá durante la segunda mitad del siglo XVIII”, en Gregorio Sa-
linero (editor), Mezclado y sospechoso. Movilidad e identidades. España y América (siglos XV-XVIII),
Casa de Velázquez, Madrid, 2005, pp. 145-160. Verónica Undurraga Schüler, ““Valentones”, alcaldes
de barrio y paradigmas de civilidad, conflictos y acomodaciones en Santiago de Chile, siglo XVIII”,
Revista de Historia Social y de las Mentalidades. Formas de control en Hispanoamérica. Justicia y
religiosidad, siglos XVI-XIX, 14, N.° 2 (2010), pp. 35-72.
15 La obra de Marie-Vic Ozouf-Marignier es ejemplar en este sentido: La formation des départements.
La réprésentation du territoire français à la fin du 18e siècle, EHESS, París, 1989.
132 Justicias situadas
de barrio como parte de la historia de las fuerzas de orden público –como a su modo
lo hacía la monocorde historia de la policía y lo hace sin duda la más elaborada his-
toria del control social– pero las coloca en una secuencia más compleja, cual es la de
los procesos de territorialización de las ciudades.16
Interesada por la naturaleza de la institución y por su funcionamiento, pero sobre
todo en mostrar cuál fue su impacto sobre la topografía administrativa de Madrid
–esto es, qué impronta física dejaron ciertas instituciones sobre la territorialización
de esa ciudad–, Brigitte Marin analizó las alcaldías de barrio inscribiendo su investi-
gación en el estudio de las policías de antiguo régimen en Europa,17 “… ampliamente
dependientes de la organización de las cortes de justicia y de la realidad compleja de
sus jurisdicciones…”.18 Al comienzo de su trabajo, Marin subraya lo esencial para
superar la perspectiva anterior: no hacer una historia de la policía sino de los pode-
res de policía. No parte de una institución actual para hacer su genealogía, sino que
intenta comprender la configuración de unos poderes —en plural— que instituían y
constituían un territorio a través de una compleja variedad de agentes e instituciones.
Las tareas de vigilancia diurna y nocturna de la ciudad, así como el control de los ex-
tranjeros, “… la vigilancia de los espacios públicos, de las tabernas, de los albergues
y amueblados” eran responsabilidad de los jueces de la Sala –esto es, de los oficiales
jurisdiccionales a cargo de quienes estaban los cuarteles de Madrid–, cuyas quejas
promovieron la designación de agentes para auxiliarlos en sus tareas, los alcaldes de
barrio. Según las instrucciones del 28 de octubre de 1768, cada alcalde de cuartel
dividiría su jurisdicción en ocho barrios constituidos por un número de manzanas
enteras, al frente de los cuales se colocaría a uno de estos alcaldes de barrio, que
… se caracterizaban por ser electos entre la comunidad de vecinos,
cubrir amplias funciones como mediadores y árbitros sociales; servir
de auxiliares de operaciones de recuento y exigir escrituras; poseer un
16 Brigitte Marin habló en su hora de una “racionalización del espacio”. Brigitte Marin, “Les polices
royales de Madrid et de Naples (fin XVIIIe-début XIXe siècle) et les divisions du territoire urbain”,
en Revue d’histoire moderne et contemporaine, N.° 50-1, Paris, 2003, pp. 81-103, http://www.cairn.
info/revue-d-histoire-moderne-et-contemporaine-2003-1.htm
17 Aunque podría darse por bueno como evidencia la fluidez de la circulación de las tecnologías de
gobierno desde París hacia el suroeste, cruzando los Pirineos, tampoco faltaron episodios de desen-
cuentro: como lo ha mostrado B. Marin, la nítida inspiración de Floridablanca en la Surintendence
Géneral de Police para crear la Superintendencia General de Policía de Madrid en 1782, no evitó que
el Consejo de Castilla la suprimiera en 1792 argumentando lo “ajeno de su carácter a las leyes del rei-
no”. Después de dicho acto, se reinstaló en Madrid el reglamento de Policía de 1768 que había creado
los alcaldes de barrio para la capital de la Monarquía, institución que comenzó por extenderse en las
ciudades de Audiencia y Chancillería (1769) y al resto de las ciudades de la Monarquía con diferentes
cronologías. Brigitte Marin, “Los alcaldes de barrio en Madrid y otras ciudades de España en el siglo
XVIII: funciones de policía y territorialidades”, en Antropología, núm. 94, México, 2012, p. 20.
18 Brigitte Marin, “Los alcaldes de barrio en Madrid…”, cit., p. 20 y 21.
Y en el principio, fue la justicia 133
19 Brigitte Marin, “Los alcaldes de barrio en Madrid y otras ciudades de España en el siglo XVIII: fun-
ciones de policía y territorialidades”, en Antropología, núm. 94, México, 2012, p. 25. Marin además
ha estudiado la policía napolitana: « ‘’Vivere insiene concordemente’’: le projet d’un ‘’Département
de police’’ pour la ville de Naples de Guiseppe Franci (1785) », dans C. Denys, B. Marin, V. Milliot
(dir.), Réformer la police..., pp. 145-168. La implementación de esta figura en otra ciudad portuaria,
esta vez fuera de la jurisdicción hispánica, está siendo estudiada en la tesis en curso de Rosania Au-
drey –Universidad Aix-Marseille, bajo la dirección de B. Marin.
20 “Particularmente se les encargó vigilar a los vagabundos, llevar registro de los habitantes de barrio,
apuntar las idas y venidas de unos y otros, ocuparse de la policía, del alumbrado y limpieza públi-
cos…”, B. Marin, “Los alcaldes…”, cit., 24.
21 «Les alcaldes de barrio de Madrid (1814-1844). Police urbaine et notabilité de quartier à la fin de An-
cien régime », sous la direction de Madame Annick Lempérière, juin 2010 (mémoire de recherche de
M2 de université Paris I), donde los caracteriza desde un primer momento como auxiliares de justicia.
22 Arnaud Exbalin Oberto, “Los alcaldes de barrio. Panorama de los agentes del orden público en la
ciudad de México a finales del siglo XVIII”, Antropología. Boletín Oficial del Instituto Nacional de
Antropología e Historia, N.° 94, 2012, pp. 49-59.
134 Justicias situadas
fue implementada antes que en la España peninsular.23 Su creación fue parte de las
reformas impulsadas por Carlos III tras recuperar el control de la Perla del Caribe de
manos inglesas.24 El conde de Ricla y Alejandro O’Reilly acompañaron la implemen-
tación de esta institución con el dictado de un conjunto de ordenanzas que se reco-
nocen como el “Reglamento de Policía” del 23 de septiembre de 1763. En este caso,
la ligazón con la historia de la policía es literal, y el hilo de Ariadna es el nombre
que aparece en el reglamento. Por lo tanto es el significante –y no el significado– lo
que permite a Godicheau proponer que la “policía española” nació en su colonia más
cercana y más querida.
Por su parte, en su estudio sobre Antigua Guatemala, Jordana Dym hizo énfasis en
el mismo aspecto –la anticipación de la adopción de la figura en el Caribe respecto de
la Península– pero con un propósito diferente. Demostró que los grupos intermedios
en ciudades medianas y pequeñas –sectores que soportan mal la etiqueta de “elite”
pero que participan de los procesos de toma de decisiones y gobiernan de derecho o
de hecho las comunidades de las cuales son convecinos– proponen soluciones institu-
cionales para problemas locales que, luego, son convalidadas por niveles superiores,
aunque todavía intermedios, de la organización política monárquica. El análisis que
realiza sobre Guatemala muestra varios puntos comunes con el que propuse sobre los
pedáneos de la campaña rioplatense en la era reformista.25
En el caso de la historiografía argentina, como sucedió en su hora con la historia
del derecho, la historia militar y la historia de la iglesia, casi todo lo atinente a la
historización de la función policial hasta no hace mucho tiempo había sido abordado
predominantemente por historiografías corporativas.26 La vinculación de los alcaldes
23 Algo que había apuntado ya Constantino Bayle, Los cabildos seculares en la América española,
Sapientia, Madrid, 1952, p. 173. François Godicheau, “Orígenes del concepto de orden público en
España: su nacimiento en un marco jurisdiccional”, en Ariadna histórica. Lenguajes, conceptos, me-
táforas, 2 (2013), pp. 107-130; y « La Guardia Civil en Cuba, del control del territorio a la guerra
permanente (1851-1898) », Nuevo Mundo Mundos Nuevos [En ligne], Débats, mis en ligne le 04 sep-
tembre 2014, consulté le 28 juillet 2016. URL : http://nuevomundo.revues.org/67109 ; DOI : 10.4000/
nuevomundo.67109
24 Allan J. Kuethe, Cuba (1753-1815). Crown, Military and Society, University of Tenessee Press, 1986;
Juan Bosco Amores Carredano, Cuba en la época de Ezpeleta (1785-1790), Pamplona, 2000; Josep
María Fradera, Colonias para después de un imperio, Bellaterra, Barcelona, 2005.
25 Jordana Dym, “El poder en la Nueva Guatemala: la disputa sobre los alcaldes de barrio”, en Cuader-
nos de Literatura, Bogotá, jul-dic. 2010, pp. 201-202. Para el Río de la Plata, remito a mi “Institucio-
nes, justicias de proximidad y derecho local en un contexto reformista: designación y regulación de
‘jueces de campo’ en Santa Fe (Gobernación-Intendencia de Buenos Aires) a fines del siglo XVIII”, en
Revista de Historia del Derecho, núm. 44, jul-dic 2012; versión online http://ref.scielo.org/xhmf7w.
26 Me refiero aquí a los trabajos de Francisco Romay, Antiguos servicios policiales, Imprenta López,
Buenos Aires, 1939; Historia de la Policía Federal Argentina, Tomo I, 1580-1820, Biblioteca Po-
licial, Año 29, Buenos Aires, 1963; y, en el caso de Santa Fe, Jorge Galvani Celso, Historia de la
Policía de la Provincia de Santa Fe, El Turia, Santa Fe, 1993.
Y en el principio, fue la justicia 135
de barrio con los orígenes históricos de la fuerza policial aparece señalada allí con
mucha fuerza, pero no está ausente de una producción universitaria más reciente, que
ha desplazado la búsqueda de una historia de “la policía” hacia otra de las “funciones
policiales”.27 Diego Galeano ha sugerido una vía donde la experiencia de las alcaldías
de barrio aparece dentro de la historia de la conformación de una cultura policial y
la cuestión del orden público,28 camino que trazaron los trabajos de Osvaldo Barre-
neche.29 Aunque no constituye parte del recorrido que proponemos, es insoslayable
la existencia de otra vertiente historiográfica que considera a los alcaldes de barrio:
la historia de la higiene urbana. En esta dirección, fueron seminales los aportes de
César García Belsunce, continuados recientemente por los trabajos de Betina Sidy,
entre otros.30 Su acción –o la prescriptiva sobre lo que debía ser– también aparece en
trabajos sobre historia urbana facturados desde la arquitectura.31
Por último, las alcaldías de barrio aparecen asociadas con los orígenes de la se-
guridad pública en clave de “policía” en los más recientes trabajos de dos jóvenes
colegas que se apoyan en los aportes de la historia conceptual, aunque están orien-
tados hacia búsquedas diferentes. Agustina Vaccaroni reconoce la coincidencia de
funciones judiciales y policiales en las primeras formas de la intendencia policial
y de las alcaldías de barrio, pero se desinteresa de la dimensión judicial a favor del
significativo desplazamiento que encuentra en la idea de “limpieza de la ciudad”,
que —según informa— conforme la resignifica la política revolucionaria, se corre
de lo material a lo social, sin abandonar la idea clave que justificaba su prosecución
27 Alejandra Rico, Policías, soldados y vecinos. Las funciones policiales entre las reformas rivadavia-
nas y la caída del régimen rosista, tesis de Maestría. Universidad Nacional de Luján, Buenos Aires,
2008, pp. 32-33. Algo que, como veremos, se lleva mucho mejor con la manera en que aparece el
problema en las fuentes.
28 Diego Galeano, Escritores, detectives y archivistas: la cultura policial en Buenos Aires, 1821-1910,
Teseo, Buenos Aires, 2009, p. 37 y ss.
29 Osvaldo Barreneche, Dentro de la Ley, Todo, Al Margen, La Plata, 2001; “Jueces, Policía y la Ad-
ministración de Justicia Criminal en Buenos Aires, 1810-1850”, en Sandra Gayol y Gabriel Kessler,
Violencias, delitos y justicias en la Argentina, Manantial, UNGS, Buenos Aires, 2002, pp. 207-224.
30 César García Belsunce (director), Buenos Aires, 1800-1830, II (Salud y delito), Emecé, Buenos Aires,
1970; Bettina Sidy, “El ejercicio del gobierno urbano-colonial: apuntes para un análisis de los bandos
particulares en la ciudad de Buenos Aires a mediados del siglo XVIII”, en Revista Electrónica del
Instituto de Investigaciones “Ambrosio L. Gioja”, Número 5, 2010. El artículo de Sandra Díaz de
Zappia, “La institución del Alcalde de barrio en Buenos Aires entre 1810 y 1821: tradición indiana y
modificaciones pos revolucionarias” en Revista de Historia del Derecho, núm. 36, IIHD, Buenos
Aires, 2008, también releva este aspecto, incluso trabajando sobre la prensa.
31 Como los de Graciela Favelukes, “Orden simbólico y orden práctico: operaciones gráficas sobre Bue-
nos Aires” en Imágenes y lenguajes cartográficos en las representaciones del espacio y del tiempo. I
simposio iberoamericano de historia de la cartografía, Buenos Aires, 2004, pp. 1-27; “Para el mejor
orden y policía de la ciudad: reformas borbónicas y gobierno urbano en Buenos Aires”, Seminario
Crítica IAA, FADU, UBA, septiembre/octubre de 2007.
136 Justicias situadas
en nombre del “bien común urbano”.32 Agustín Casagrande se plantea formular una
severa crítica “al anacronismo de la narrativa policial”33 y, para hacerlo, se vale del
análisis de los conceptos de quietud y seguridad pública. Nuestro trabajo tiene fuer-
tes coincidencias de propósito con el suyo —convergen en la intención de poner en
suspenso la mirada genealógica de la corporación y poner en cuestión el inconsciente
estatalista que la informa teóricamente34—, aunque no de metodología. La tendencia
que diseña el recorrido historiográfico se advierte enseguida y muestra en nuestra his-
toriografía un proceso que tiene rasgos universales: lo que se cambia no es el objeto
–en este caso las alcaldías de barrio– sino la construcción de las perspectivas que lo
abordan.35 Así, deja de ser considerado un “antecedente” o el acontecimiento clave en
los orígenes de la policía del Estado para ser inscripto en una cultura cuya alteridad
reconoce su máxima expresión en la perspectiva jurisdiccionalista.36
Sin embargo, un trabajo que José María Mariluz Urquijo publicó en 1951 sobre
los alcaldes de barrio de Salta, ya había puesto las cosas en blanco sobre negro.
Para quien quisiera leerlo, allí estaba claro que los atributos que presenta la figura
que aquí nos interesa permitían colocarla absolutamente dentro de una secuencia
de instituciones judiciales. Salvo los nombrados por Andrés Mestre37 en Salta en
1785, que no podían sino prender delincuentes y remitirlos al alcalde para que reali-
zara la sumaria, Mariluz Urquijo reconoce que en todos los reglamentos que cita se
asignaba a los alcaldes de barrio jurisdicción delegada.38 El de Madrid les otorgaba
32 Agustina Vaccaroni, “La intendencia de Policía de Buenos Aires de las reformas a la revolución. Go-
bierno, higiene urbana y control político”, en Revista de la Red Intercátedras de Historia de América
Latina Contemporánea Año 2, N.° 3, Córdoba, diciembre de 2015, p. 9.
33 Agustín Casagrande, “Por una historia conceptual de la Seguridad. Los Alcaldes de Barrio de la Ciu-
dad de Buenos Aires (1770-1820)”, Conceptos Históricos 1 (1), 2015, p. 40.
34 Desde hace años me apoyo en este punto en lo que se llama la tesis de Hanson, conocida también
como TTL y formulada en Norwood Russel Hanson, Patterns of Discovery. An Inquiry into the Con-
ceptual Foundations of Science, Cambridge University Press, 1958 [hay edición en castellano, Patro-
nes de descubrimiento, Alianza Editorial, Madrid, 1977].
35 Barreneche y Galeano han ofrecido hipótesis sobre las razones por las cuales la historia de la policía
permaneció tanto tiempo como historia corporativa. Osvaldo Barreneche y Diego Galeano, “Notas
sobre las reformas policiales en la Argentina, siglos XIX y XX”, Cuadernos de Seguridad, núm. 8,
2008, p. 77. Casagrande, además de reconocer ese aporte y apoyado en la hipótesis de Barreneche
sobre la búsqueda de reconocimiento, subraya: “… en la historia policial, la extensión institucional
hacia pasados remotos cumplía más un rol de legitimación del presente que de indagación histórica”
(p. 42).
36 Tal y como la formularon en su hora Bartolomé Clavero, António Manuel Hespanha, Jean-Frédéric
Schaub y Carlos Garriga. El trabajo donde esto está más claro es el de Agustín Casagrande.
37 Primer intendente de Salta.
38 “En el seno de esta iurisdictio genero sumpta distinguen los juristas entre la jurisdicción ordinaria
—que abarcaba la universalidad de las causas y que, de acuerdo con la lectura de Bartolo y de Baldo,
tenía por fuente la naturaleza de las cosas, la costumbre o la concesión del príncipe— y la jurisdicción
Y en el principio, fue la justicia 137
delegada, que es concedida para un tipo especial de causas o para cierta causa individualizada y con-
creta. La distinción arrancaba de los textos romanos —principalmente, de los textos comprendidos en
el tít. De iurisdictione omnium iudicum (D., 2, 1)—, y fue tratada por la dogmática medieval desde
muy pronto. En su forma acabada [...] la distinción aparece establecida de la siguiente forma. La juris-
dicción ordinaria es la que es establecida por la ley o la costumbre, por el príncipe, por el papa o por el
rey, y que abarca la generalidad de las causas de una ciudad o provincia. La jurisdicción delegada, por
el contrario, es la que sólo abarca causas individualizadas y es ejercida en nombre de otro”. António
Manuel Hespanha, p. 238.
39 José M. Mariluz Urquijo, “La creación de los Alcaldes de Barrio de Salta”, Boletín del Instituto de
San Felipe y Santiago, Salta, 1951, p. 8. Sobre los de Mendoza y su subordinación a los decuriones
véase Eugenia Molina, “Justicia de proximidad y gobierno político-militar en la frontera. Equipa-
miento institucional del Valle de Uco (Mendoza) durante el proceso revolucionario (1810-1820)”, en
Mundo Agrario, 15 (30). Recuperado a partir de http://www.mundoagrario.unlp.edu.ar/article/view/
MAv15n30a07
40 Darío Dominino Crespo, Escándalos y delitos de la gente plebe. Córdoba a fines del siglo XVIII, Fac.
de Filosofía y Humanidades de la UNC, Córdoba, 2007.
41 José M. Mariluz Urquijo, “La creación…”, cit.
42 Aunque probablemente ninguna tan compleja ni conflictuada como la de Tenerife, bien estudiada hace
muchos años por Francisco Javier Guillamón Álvarez, “La Audiencia de Canarias y el gobierno mu-
nicipal: establecimiento de los Alcaldes de barrio (1769-1803)” en Investigaciones históricas: Época
moderna y contemporánea, N.º 1, Valladolid, 1979, pp. 159-173.
138 Justicias situadas
43 José María Díaz Couselo, “Los alcaldes de barrio de la ciudad de Buenos Aires. Periodo indiano”, en
Derecho y Administración pública en las Indias Hispánicas. Actas del XII Congreso Internacional de
Historia del Derecho Indiano, Universidad de Castilla, Cuenca, 2002, pp. 429-459.
44 Contenido en el auto del 26 de abril de 1734. “Autos del gobernador. El uno ordena que la ciudad sea
dividida en cuarteles y el segundo dispone que el cabildo se reuna para tratar lo acordado en aquél”,
Archivo General de la Nación [en adelante, AGN], Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires.
Publicados bajo la dirección del director del AGN, Augusto Mallié, Serie II, Tomo VII, Buenos Aires,
1929, p. 63.
45 AGN, Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires. Publicados bajo la dirección del director del
AGN, Augusto Mallié, Serie II, Tomo VII, Buenos Aires, 1929, pp. 59 y 60.
46 Los números precisos del padrón más cercano (el de 1738) son: 4991 habitantes en la ciudad y 1128
para la campaña. Sin embargo, debe tenerse mucha precaución con este empadronamiento porque fue
eludido por mucha gente –dado que se trataba de recaudar un “donativo gracioso” para reconstruir el
palacio real. Nótese que el registro posterior (de 1744) –Padrón del Gobernador Ortiz de Rosas– arro-
jó un número que casi lo duplica: 9.457 habitantes.
Y en el principio, fue la justicia 139
“… acudir al mapa donde están las calles nominadas…”.47 El intento, aunque discon-
tinuado desde el año siguiente, dejó no obstante huellas que no deben ser soslayadas:
se dio por primera vez nombre a las calles de la ciudad y, por una solicitud presentada
y atendida el 3 de agosto del mismo año (1734), sabemos que el pintor Pedro Gonzá-
lez cobró 40 pesos por haber inscripto los nombres de algunas calles en las esquinas
consideradas principales.48
Apoyado en su enfoque jurídico, Díaz Couselo subrayó que al haberse formulado
finalmente como una tarea distribuida entre los miembros regulares del cabildo, la
función no cumplía un rol organizativo del cargo, y que por lo tanto “… la naturaleza
jurídica de estos funcionarios no coincide con la de los alcaldes de barrio”.49 Habría
que agregar, además, que así como sucedió con otras designaciones que hemos estu-
diado –sobre todo para las áreas rurales–, la preocupación que organiza la creación de
la figura no es jurisdiccional ni predominantemente georreferencial, sino casuística.
Esto se puede leer en el texto del auto de Salcedo, donde el gobernador expresa que le
interesa que le informen y vigilen solo los casos sospechosos, y no que juzguen.50 El
gobernador Salcedo esperaba que estos diputados-comisarios persiguieran a quienes
eran sospechados de sacar plata o del delito más genérico de contrabando, actividad
que –según los argumentos exhibidos por el gobernador en el auto– se facilitaba por
la “… proximidad de la Colonia de los Portugueses”.51 Lo que le importaba era la de-
lación de individuos y no tanto que cumplieran una tarea en un territorio delimitado:
faltan los elementos de la jurisdiccionalidad –capacidad de juzgar a una población
en los términos de un territorio. La expectativa, por lo demás, estaba bien contenida
en el nombre, puesto que comisario alude precisamente a quien realiza una comisión.
Si bien se estamparon nombres de calles en algunas esquinas y la referencia a un
“mapa” para un deslinde territorial de las responsabilidades de vigilancia fue esboza-
do por primera vez de manera explícita, cuando en 1738 se ejecutó la Real Provisión
de la Audiencia de Charcas para recoger el donativo destinado a reconstruir el Palacio
47 Acuerdos del extinguido Cabildo de Buenos Aires, Serie II, Tomo VII, pp. 72 y 73.
48 Acuerdos… Serie II, Tomo VII, p. 109.
49 José María Díaz Couselo, “Los alcaldes de barrio…”, cit., p. 436.
50 El mismo tipo de intención animó a la Real Audiencia de Santiago de Guatemala cuando compelió a
los alcaldes y regidores de esa ciudad a participar en las mismas, aunque el conflicto estalló entre el
capitán general y la Audiencia, puesto que de ese modo la segunda horadaba la autoridad del primero.
“El capitán general prefería nombrar como comisarios a elites locales de su propia elección, un ejerci-
cio del patronazgo presidencial que a la larga podría fomentar alianzas y lazos de colaboración entre
dicho grupo y la máxima autoridad del reino. Por el contrario, la Audiencia y el Cabildo preferían
aprovecharse de las milicias –incluidas las compañías de pardos– para asegurar que el control judicial
y también el poder de nombramiento se mantuvieran en manos de las autoridades tradicionales”. Jor-
dana Dym, “El poder en la Nueva Guatemala…”, cit., pp. 203-204.
51 Auto del Gobernador Salcedo, Acuerdos, Serie II, Tomo VII, p. 64.
140 Justicias situadas
52 Trabajé los efectos de esta misma recaudación sobre el área rural santafesina en “Al territorio, por
el camino de la memoria: dos jueces rurales evocan y listan a los habitantes de su jurisdicción y sus
actividades económicas (Pago de los Arroyos, Santa Fe del Río de la Plata, 1738)”, en Mundo Agrario,
15 (30), 2014. En http://www.mundoagrario.unlp.edu.ar/article/view/MAv15n30a06. La regulación
que hicieron el gobernador y el cabildo de la ciudad de Buenos Aires de 1200 pesos para Santa Fe y
300 para Corrientes en la sesión del 30 de julio de 1738. Para Corrientes, los 300 pesos eran en “plata
acuñada”. Es interesante también la discusión que hay por cobrar a los indios: que a los del Perú se
les cobró (también a los negros y mulatos libres), pero el procurador de las Misiones afirmaba que los
tapes a su cargo no podrían pagar por ser “pobres de solemnidad actuales y habituales”. Acuerdos…
Serie II, Tomo VII, p. 486. De cualquier modo, el cabildo y el gobernador acordaron que la cobranza
se practicara sobre los indios –“esemptos y no esemptos” de los pueblos del distrito (Baradero, Santo
Domingo Soriano y Santa Cruz de los Quilmes) y se destaca el hecho de que en Baradero y Quilmes
no tienen corregidor porque no hay “quien se atreva”– por lo cual le pasan la tarea a los caciques
indios. Acuerdos… Serie II, Tomo VII, pp. 486-488.
53 Acuerdos… Serie II, Tomo VII, pp. 475-477, sesión del 10 de julio de 1738. Para la matrícula de
“estancias y estancieros” fueron nombrados el alcalde provincial don Joseph Ruiz de Arellano acom-
pañado de Juan de Sanmartín y los “capitanes de número”.
54 José María Díaz Couselo, “Los alcaldes de barrio…”, cit., pp. 438-439. Ver Acuerdos…, serie III,
tomo I, p. 475.
55 Tema sobre el cual existe una amplia bibliografía que ya hemos referido y utilizado para analizar el
caso santafesino en Abrir puertas a la tierra. Microanálisis de la construcción de un espacio político.
Santa Fe la vieja (1573-1640), Museo Histórico Provincial Brigadier Estanislao López, Ministerio
de Innovación y Cultura, Provincia de Santa Fe, Santa Fe, 2013, particularmente en el capítulo 5 “La
dimensión local del gobierno y la justicia”.
Y en el principio, fue la justicia 141
56 “Bando del gobernador y capitán general de las provincias del Río de la Plata, don Francisco de Paula
Bucareli”, Buenos Aires, 3 de noviembre de 1766, en Víctor Tau Anzoátegui, Los bandos de buen
gobierno del Río de la Plata, Tucumán y Cuyo (época hispánica), IIHD, Buenos Aires, 2004, pp. 268-
272, particularmente punto 23, pp. 271-272.
57 Memorias de los Virreyes del Río de la Plata. Noticia preliminar por Sigfrido A. Radaelli, Editorial
Bajel, Buenos Aires, 1945, p. 42.
58 Romina Zamora, “El vecindario y los oficios de gobierno en San Miguel de Tucumán en la segunda
mitad del siglo XVIII”, en Revista de Historia del Derecho, 35, 2007, pp. 457-477.
59 “Bando de buen gobierno del Gobernador y capitán general interino de las provincias del Río de la
Plata, don Juan José de Vértiz”, Buenos Aires, 21 de mayo de 1772, en Víctor Tau Anzoátegui, Los
bandos…, p. 282.
60 José María Díaz Couselo, “Los alcaldes de barrio…”, cit., p. 433, cita RO, I, p. 61.
142 Justicias situadas
AGN, II-41 “Plano de la ciudad de Buenos Aires para la lectura del padrón de 1778”, Buenos
Aires, diciembre de 1928. También reproducido por Taullard, pp. 56-60.
En primer lugar, el problema de las dimensiones espaciales del ejercicio del ofi-
cio: del mismo modo que las extensiones se volvieron enormes para los alcaldes de
la hermandad cada vez que pidieron subdividir sus territorios,62 las sesenta y cuatro
manzanas pobladas del Buenos Aires de 1770 fueron caracterizadas como una vasta
estension para “solo dos jueces ordinarios”. Cumplida la ceremonia retórica —por-
que la veracidad de la situación no anula su carácter ritual, ya que aparece de manera
sistemática precediendo todos los actos de miniaturización del territorio que acaban
así—, el virrey relató que había designado jueces-gobernadores de proximidad, en
este caso, citadinos, para moverse dentro de la urbis.
En segundo lugar, la secuencia no es inocente: dice primero que pueden “pren-
der” a los delincuentes63 y “sumariarlos”; y solo después, como una adenda (tam-
bién), menciona la cuestión material que terminó por identificar a la función antes de
que se volviera importante la tercera —que aparece con claridad en 1812—, cual es
la de la confección de los padrones y el consecuente registro y movilización de los
electores, derivado de su conocimiento cara a cara y puerta a puerta del vecindario.64
De su función judicial da cuenta también cierta confusión, manifestada en un ex-
pediente que trabajó hace tiempo Abelardo Levaggi. Aunque la duda consultada ante
la Audiencia versaba sobre si, al mencionar alcalde, el virrey se refería al ordinario o
al de la hermandad, cuando Francisco Manuel de Herrera –fiscal en lo criminal de la
Audiencia de Buenos Aires– desarrolló su argumentación, escribió que la voz alcalde
no [quiere] decir otra cosa de juez.65 Cuando el subdelegado-teniente (presidente del
cabildo santafesino) y el alférez real tomaron juramento a los alcaldes de barrio en
1801, el escribano anotó que habían sido “electos jueces de barrio”.66 Este posible
lapsus, así como la semántica que el fiscal levantó como argumento en 1797, traen
agua a nuestro molino. Aludiendo a más complicaciones jurisdiccionales, Levaggi
62 La concepción antropológica del territorio de las ciudades no difiere de la que se tenía sobre los
campos: a la hora de hablar del terreno como espacio político, en el Madrid de 1768 o en la campaña
santafesina de 1791, las argumentaciones vertidas para justificar su subdivisión y la creación de nue-
vos oficios subrayaban lo mismo. Las autoridades percibían que los territorios que tenían a su cargo
–incluso si ya habían sido objeto de anteriores divisiones– eran enormes, muy poblados, inasibles,
ingobernables, incompatibles con la posibilidad de ejercer sobre ellos un “buen gobierno”. Remito a
mi “Instituciones, justicias de proximidad y derecho local en un contexto reformista...”, cit.
63 Sobre el consistente flujo de sentidos entre pecado y delito han corrido ríos de tinta, cfr. la bibliografía
que analizo en “Orden jurídico y forma política en un concepto desplazado: crimen, siglos XVII-XX”,
incluido en Marta Bonaudo; Andrea Reguera y Blanca Zeberio (coordinadoras) Las escalas de la his-
toria comparada. Tomo I: Dinámicas sociales, poderes políticos y sistemas jurídicos, Miño y Dávila,
Buenos Aires, 2008, pp. 229-246.
64 Me refiero a la convocatoria del 24 de octubre de 1812 para elegir diputados a la Asamblea de 1813.
Sobre este aspecto, que retomaré más adelante, remito al clásico trabajo de José Carlos Chiaramonte,
Marcela Ternavasio y Fabián Herrero, “Vieja y Nueva Representación: los Procesos Electorales en
Buenos Aires, 1810-1820”, en Antonio Annino (coord.), Historia de las elecciones en Iberoamérica,
siglo XIX, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1995.
65 AGN, IX, 35, 4, 1.
66 AGSF, AC, XVII, f. 4 v.
144 Justicias situadas
En su artículo sexto, la Real Ordenanza de Intendentes de 1782 dispuso que los inten-
dentes tuvieran el desempeño en las “cuatro causas” –también llamadas por el virrey
Vértiz objetos o rubros–. Clasificó todo lo concerniente a la “causa de policía” entre
los artículos 53 y 70. Pero a pesar de este esfuerzo, y como bien lo notó ya Edberto
Oscar Acevedo, las materias de esta causa aparecían dispersas a lo largo de todo el
instrumento. Del mismo modo, subordinaba la acción de los funcionarios abocados
al gobierno material a la “recta administración de justicia”, cuyas líneas maestras se
expusieron entre los artículos 12 y 52.68
67 En El virreinato rioplatense en las vistas fiscales de José Márquez de la Plata, UMsa, Buenos Aires,
1988, vol. II, pp. 530-531.
68 Véase Edberto Oscar Acevedo, “La causa de policía o gobierno”, en Estudios sobre la Real Ordenan-
za de Intendentes del Río de la Plata, Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho, Buenos
Aires, 1995, p. 43 y ss.
Y en el principio, fue la justicia 145
69 En Rosario fueron creados mucho más adelante, cuando fue villa (1823), y su supresión es posterior a
1863. La cronología del “final” de la utilización de las figuras es más fracturada que la de sus inicios.
70 Archivo General de la Provincia de Santa Fe, Actas Capitulares [en adelante AGSF, AC] Tomo XVI,
f. 175 v., énfasis mío.
71 Remito a mi “Instituciones, justicias de proximidad…”, cit.
72 AGSF, AC, Tomo XVI A, XVI f. 181 a f. 182, 29 de enero de 1793.
146 Justicias situadas
diente título para el arreglo de la autoridad que deba tener cada uno”.73 Este meca-
nismo es muy similar al que describe Jordana Dym en su estudio sobre Guatemala:
A diferencia de las reformas fiscales de los 1760 y de la creación de las
intendencias de los 1780, las cuales se originaron con órdenes prove-
nientes de España, la institución de los alcaldes de barrio en América
Central empezó como una reacción local a un problema local.74
Volviendo a Santa Fe, y otra vez del mismo modo que ocurrió con los alcaldes pedá-
neos, la designación de los alcaldes de barrio fue materia de disputa entre el cabildo
y el virrey. En ocasión de la elección de los titulares del cargo para 1802, Francisco
González y Bruno Aguirre,75 el virrey amonestó al cabildo santafesino indicándole
dos cosas: que los miembros cesantes siempre deben continuar “… hasta la asunción
de los electos y confirmados, siendo éste el espíritu de la ley 3º, título 3º, libro 5 de la
Recopilación de Indias…” y, por otro decreto, aprobó por única vez las elecciones de
comisionados y alcaldes de barrio recordándoles que debían atenerse a lo prescripto
el 19 de enero de 1793 y reiterado el 17 de julio de 1800: abstenerse de proceder a los
nombramientos, y limitarse a proponer los candidatos.76
Estos conflictos, que suelen pasar desapercibidos porque su frecuencia los vuelve
una obviedad, me parecen sin embargo significativos. Por un lado, expresan un modo
de comunicación, y por el otro, configuran una parte muy importante del problema
central que queremos tratar: aunque los virreyes tenían que confirmar siempre a todos
los capitulares en sus cargos, aquí la disputa no es por la confirmación sino por el
nombramiento. Esto remite a poner en claro qué esfera del poder político monárqui-
co es la que tiene potestad inmediata sobre ese bajo funcionariado, y no hay dudas
de que se trata de una puja entre poderes centrales y poderes locales. Gobernadores
primero y virreyes después, no dudaron en disputar a los cabildos su autoridad di-
recta sobre pedáneos y alcaldes de barrio, porque los habían imaginado menos como
auxiliares de justicia –que es local, la justicia del cabildo– que como una extensión
de su capacidad de gobierno cara a cara allí donde los funcionarios distantes no po-
dían estar presentes –en las ciudades sufragáneas y en los campos– a través de una
capilarización microfísica que ellos no habían ordenado, sino que habían aprobado.77
73 AGSF, AC, Tomo XVI A, f. 184 v. Sesión del 18 de Febrero de 1793. Su recepción, como la de los
restantes jueces y comisionados, se sometió al Alguacil Mayor.
74 Jordana Dym, “El poder en la Nueva Guatemala: la disputa sobre los alcaldes de barrio”, en Cuader-
nos de Literatura, Bogotá, jul-dic. 2010, pp. 201-202.
75 AGSF, AC, Tomo XVII A, f. 2 y ss. Sesión del 7 de enero de 1801.
76 AGSF, AC, Tomo XVII A, ff. 93 v y ss. Sesión del 25 de febrero de 1802.
77 Lo que esto representa (y aporta teóricamente) es que la única opción de lo local no es resistir lo cen-
tral. En este sentido, no deja de formar parte de procesos de construcción de estatidad, como proponía
Oscar Oszlak en La formación del Estado argentino, Editorial de Belgrano, Buenos Aires, 1997, pero
Y en el principio, fue la justicia 147
Sin embargo, el modo en que operan las instancias superiores termina apoyándo-
se en iniciativas y acciones de los vecinos. Estos toman iniciativas que coinciden o
encuentran un lugar en los lenguajes y los estilos de gobierno de la gobernación-in-
tendencia o del virreinato, pero que finalmente configuran resoluciones que tienen
un fuerte sesgo local. Por eso se resuelven dentro del cabildo y explican, además, la
defensa de la institución como cuerpo. Esto ayuda a matizar aquellas lecturas que, al
trabajar solo sobre grandes polos (por ejemplo, Madrid y Buenos Aires), han plan-
teado evaluaciones sobre las tendencias centralizadoras supuestas por el modelo in-
tendencial, sin observar que las mismas, si bien encontraron resistencias en lo que
respecta a los avances sobre la corporación municipal, también generaron coinciden-
cias de intereses e intersecciones sobre cuestiones previstas (como el gobierno de la
ciudad) e imprevistas (como el gobierno de los campos).
En la ciudad de Santa Fe se nombraron dos alcaldes de barrio (a cargo de sendos
departamentos, norte y sur) desde 1793 hasta 1813. Sobre su duración, tenemos que
remitir a una diferencia entre la autorización (para que se verifiquen anualmente) y lo
que ocurrió en realidad. Pablo Yardi, alcalde del barrio norte, permaneció ocho años
en su puesto. Los del barrio sur, en cambio, fueron renovados en 1794 y 1795. Este
último —Manuel Fernández de Villamea— permaneció hasta 1801, cuando fueron
renovados los dos. Desde 1801 hasta 1805 se nombraron anualmente y los designa-
dos ese año permanecieron por tres años. Luego se retomó el ritmo cadañero.78
El 9 de diciembre de 1812 el teniente de gobernador libró un oficio para levantar
un padrón de hombres entre 15 y 60 años y mandó dividir cada barrio en dos cuar-
teles. En la sesión del 25 de diciembre de 1812 se innovó en la materia, designando
para el año siguiente cuatro alcaldes de barrio –dos por departamento– e igual núme-
ro de tenientes de alcalde.79 Esa configuración se presenta en 1815 como una división
en cuatro cuarteles (1, 2, 3 y 4), al frente de cada cual había un alcalde de barrio
auxiliado por su correspondiente teniente de alcalde.80 Ese mismo año participaron
de la confección de los padrones y de la celebración de los sufragios en cada uno de
los cuarteles, de donde surgiría finalmente solo un elector por cada cuartel.81 Si se
lo hace de una manera que escapa a la concepción de los procesos de construcción del Estado como
sinónimos de centralizaciones centrífugas. Y el hecho de que aparezca en este caso la coincidencia de
intereses entre el soberano (el virrey), el subalterno (el alcalde) y algunos vecinos que se coaligan para
perjudicar a un poder intermedio (el cabildo), no debe ser un hecho aislado, solo que lo hace aparecer
la construcción de la perspectiva.
78 Lo que, como se ve, no coincide con lo que ocurría en Buenos Aires, donde fueron vitalicios hasta la
decisión del Triunvirato del 19 de noviembre de 1811 de convertirlos en anuales. J. M. Díaz Couselo,
“Los alcaldes de barrio…”, p. 451.
79 AGSF, AC, Actas Recuperadas, Caja 1, Acuerdos de 1812, ff. 23-25 y 29-30.
80 AGSF, AC, Actas Recuperadas, Caja 2, Acuerdos de 1815, ff. 1-2.
81 La primera intención del gobierno provisorio había sido que fueran dos. Véase AGSF, AC, Actas
148 Justicias situadas
atiende a los dichos de Manuel Aguirre, uno de los cuatro alcaldes de barrio, la sub-
división puede parecer improcedente o al menos exagerada. El 10 de marzo de 1815,
el vecino que fungía como alcalde del cuartel N.º 2 se quejaba de su propia condición
–“representó su ancianidad”– así como de
… la soledad de un barrio que no tiene más q dos vecinos, el uno
dependiente de las rentas, y el otro abastecedor, de modo q está impo-
sibilitado de atender prontamente a cualquier acontecimiento del ve-
cindario, por lo que suplica q se lo releve deste cargo…82
De cualquier modo, el cabildo le recomendó dirigir su dimisión al director supremo,
que por esos días ocupaba el cenit del cambiante esquema de autoridades soberanas
al cual los santafesinos se acomodaban elástica y costosamente. Para 1826, los cuatro
cuarteles de la ciudad se mantuvieron pero los alcaldes de barrio fueron reducidos a
dos, y se dejaron dos cuarteles a cargo de cada uno y su teniente.83 He podido registrar
nombramientos en actas hasta 1828.
El caso de Aguirre y su contexto —una Santa Fe arrasada por cinco años de gue-
rra permanente— es ciertamente extremo.84 Como ocurrió en otras ciudades, además
de los aspectos simbólicos y de prestigio que conllevaba el cargo, su carácter hono-
rífico lo transformaba regularmente en una carga. Cierto alivio para ese desequilibro
puede documentarse en comisiones que involucraban el cobro de impuestos. Durante
la regulación de cargas para la población de la ciudad y campaña que el cabildo
realizó a finales de 1808, se propuso que los encargados de la recaudación –alcaldes
de la hermandad y sus comisionados, pero también los alcaldes de barrio, esto es,
todas las justicias de proximidad– percibieran un 4% de la recaudación, para que
“… tengan un motivo de perpetua ocupación…” y, agrega el síndico procurador, “…
porque de algo han de vivir, deviendo salir todos los gastos menudos de esta sola
asignación...”.85
No obstante, no era este el único beneficio concreto. La Instrucción de Cisneros
(1809) en su artículo segundo recuerda que, aunque el empleo es honorífico y meritorio,
… usarán bastón con puño de plata, como insignia de Real Justicia, y
gozarán el privilegio de que sus causas criminales, seguidas contra sus
El oficio se desjudicializa
Algunos signos importantes en el adelgazamiento de la ya escasa silueta judicial del
oficio comienzan a advertirse con toda claridad en Buenos Aires antes de la Revolu-
ción. En su instrucción de noviembre de 1809, el virrey Cisneros –quien, ignorando
los bandos de 1772 así como el de De Paula Sanz de 1785, solo daba por buena la
creación de las alcaldías de barrio en la ciudad de Buenos Aires desde el auto del 11
de febrero de 1790– enfatizaba en las tareas de prevención, investigación e infor-
mación que los alcaldes de barrio debían rendir al “Señor Alcalde de su Cuartel”.
Mandaba que los alcaldes de barrio patrullaran por las noches y, si lo consideraban
necesario, que pidieran apoyo (tropas) a los cuarteles militares, que debían franqueár-
selo.88 Debían pesquisar, pero no a cualquiera. A toda costa debían evitar
… proceder por delaciones arbitrarias ni mezclarse en las interiori-
dades de las familias y su gobierno económico, despreciando las de-
nuncias de delitos indeterminados y teniendo particular atención a la
calidad de la persona del denunciante… […] dando parte de todas estas
circunstancias al Sr. Juez de su Quartel, presentándole el denunciante
en caso necesario.89
86 Baltasar Hidalgo de Cisneros, “Instrucción para gobierno y desempeño de los alcaldes de barrio en
el ejercicio de sus empleos, para que cada uno en su respectivo distrito y todos juntos, contribuyan a
mantener el orden y seguridad pública”, 22 de noviembre de 1809, AGN, Tribunales, 39-5-6 leg. 260,
exp. 9, f. 2. Publicado en La Revolución de Mayo a través de los impresos de la época. Primera serie
1809-1815, Vol. 1 (1809-1811), Buenos Aires, Comisión Nacional Ejecutiva del 150° aniversario de
la Revolución de Mayo, 1965, pp. 223-232.
87 AGSF, AC, Actas Recuperadas, Caja 1, Acuerdos de 1814, ff. 8 y 8v.
88 Baltasar Hidalgo de Cisneros, “Instrucción…”, cit.
89 Baltasar Hidalgo de Cisneros, “Instrucción…”, cit., f. 4.
150 Justicias situadas
90 Traduzco literalmente una expresión de Voltaire sobre los jueces próximos de los Países Bajos. Sobre
la idea de justicia de paz de Voltaire y su relación con las criollas justicias de equidad, véase mi “La
justicia de paz en la provincia de Santa Fe (1833-1854): justicia de proximidad, justicia de transición”,
en Macarena Cordero Fernández, Rafael Gaune Corradi y Rodrigo Moreno Jeria (editores), Cultura
legal y espacios de justicia en América, siglos XVI-XIX, Dibam, Santiago de Chile, 2017.
91 Sandra Díaz de Zappia, “La institución del Alcalde de barrio en Buenos Aires entre 1810 y 1821:
tradición indiana y modificaciones pos revolucionarias” en Revista de Historia del Derecho, núm. 36,
IIHD, Buenos Aires, 2008, p. 68. No obstante, años después se intentó (y posiblemente se consiguió)
que volvieran a patrullar. Véase AGN X-32-10-2, Policía, División Gobierno, Órdenes superiores
núm. 167 (B. Rivadavia al Jefe de Policía, 10 de abril de 1822), núm. 169 (ídem, 24 de abril de 1822);
núm. 198 (ídem, 3 de mayo de 1822).
92 Sandra Díaz de Zappia, “La institución…”, p. 52.
93 “Instrucción provisional de las obligaciones a que los Alcaldes de Barrio deben sujetarse y aplicar su
celo y esmero para conseguir el mejor orden y gobierno de sus respectivos distritos. 4 de enero de
1794”, en Documentos para la Historia Argentina, Jacobo Peuser, Instituto de Investigaciones Histó-
ricas, Buenos Aires, 1955, p. 109.
Y en el principio, fue la justicia 151
94 Acuerdos, 4ta serie, Tomo IV, p. 507, citado por Sandra Díaz de Sapia, “La institución del alcalde de
barrio en Buenos Aires…”, p. 57.
95 La organización de la intendencia y su cuerpo de funcionarios rentados está perfectamente explicada
en Osvaldo Barreneche y Diego Galeano “Notas sobre las reformas policiales en la Argentina, siglos
XIX y XX”, en Cuadernos de Seguridad, 8, 2008, pp. 73-112.
96 Los autores entienden que dicho modelo “... tenía evidentes inclinaciones hacia una policía moderna:
una estructura de mando centralizada, personal asalariado y una tropa de vigilantes uniformados que
recorrerían las calles” (pp. 82-83). Aun así, reconocen algunas limitaciones “... por ejemplo, el hecho
de que las oficinas de la intendencia funcionaran en el domicilio particular de su titular” que, desde el
punto de vista de una historia del gobierno administrativo son verdaderamente claves.
97 Acuerdos… 4ª serie, Tomo V, 1928, p. 438. El 22 de enero de 1813 se les remitió a los mismos alcaldes
de barrio un ejemplar impreso del Reglamento de Policía. AGN, X-32-10-1.
98 La Revolución de Mayo a través de los impresos de la época, cit., Primera Serie (1809-1815), Volu-
men 2, pp. 205-209.
152 Justicias situadas
99 En sus propios términos: “El [nuevo] régimen utilizó a esos vecinos destacados de cada cuartel como
vehículo de cooptación y de afianzamiento del orden urbano. […] la gran importancia de éstos hizo
que su subordinación al ayuntamiento no estuviese exenta de desavenencias…”, Gabriel Di Meglio,
¡Viva el bajo pueblo! La plebe urbana de Buenos Aires y la política entre la Revolución de Mayo y el
rosismo, Prometeo Libros, Buenos Aires, 2006, p. 94.
100 Fabián Herrero, Movimientos de Pueblo. La política en Buenos Aires luego de 1810, Prohistoria
Ediciones, Rosario, 2012, p. 29 y anexos.
101 Biblioteca de Mayo, Colección de obras y documentos para la historia argentina, Tomo VI (Literatu-
ra), Buenos Aires, 1960, p. 5592.
Y en el principio, fue la justicia 153
102 Biblioteca de Mayo, Colección de obras y documentos para la historia argentina, Tomo VI (Literatu-
ra), Buenos Aires, 1960, p. 5592.
103 Y el cargo de Jefe de Policía, más seis comisarios en la ciudad y ocho para la campaña: su actividad
estuvo signada por la ausencia de municipio… En 1823 la Partida Celadora se convierte en Cuerpo
de Celadores de Policía, y se le exige “saber leer y escribir”.
104 Agregan que “En 1830 se sancionó un Reglamento de Comisarios y Celadores que establecía por ley
la obligación de recorrer día y noche la ciudad, ampliando el cuerpo de auxiliares con la incorpora-
ción de 12 “celadores a caballo” por cada comisaria seccional. Fue entonces cuando la policía porteña
comenzó́ a usar, en un escudo, la imagen del gallo, iluminado por un sol en cuyo centro se encuentra
un ojo, símbolos de la vigilancia permanente”.
154 Justicias situadas
105 Buenos Aires, 12 de Junio de 1822, Circular del Ministerio de Gobierno con motivo de la consulta
hecha por el jefe de Policía respecto al carácter bajo el cual debe aparecer para con los Jueces de Paz
(Bernardino Rivadavia al Jefe de Policía), AGN, X-32-10-2, IV, 246, los énfasis son míos. Marcela
Ternavasio cita fragmentos de esta misma circular para aludir a la superposición de atribuciones y
funciones. “Nuevo régimen representativo y expansión de la frontera política. Las elecciones en el
Estado de Buenos Aires: 1820-1840”, en Antonio Annino (coord.), Historia de las elecciones en
Iberoamérica. FCE, Buenos Aires, 1995, cita 55, p. 90.
106 Diego Galeano, Escritores..., cit., p. 53.
107 Se atribuye gran incidencia en su redacción a Agustín Urtubey, José de Amenábar y Juan Francisco
Seguí, aunque no habría que descartar la de otros allegados a López en la materia, como Luis y Pedro
Aldao, José Elías Galisteo, Cosme Maciel o Pascual Echagüe, entre otros. Amenábar y Seguí, por
lo demás, fueron parte de la revuelta contra Mariano Vera y también electores por los cuarteles de la
ciudad, por lo cual su participación quizás esté relacionada con la presión que ejercieron sobre Vera.
Y en el principio, fue la justicia 155
de la justicia ordinaria y los alcaldes, sus jueces legos. A cargo de asuntos civiles y
criminales, sufrían mayores o menores exigencias de asesoramiento letrado según la
proximidad que tuvieran con tribunales superiores o la importancia de los actores de
la causa.
Los cambios gruesos se habían dado en las instancias más altas. Para comenzar,
la mayor transformación se había operado sin duda en el marco de referencias: la
justicia ya no provenía de Dios ni del rey, había dejado de ser un asunto teológico.
Era cuestión de los hombres, y en lugar de Dios y del rey el origen del cual emanaba
la jurisdicción ya no era indisponible, sino objeto de discusión. Las sentencias de los
jueces ordinarios no podían recurrirse a la suprimida Audiencia. En Buenos Aires se
nombró un Tribunal Superior pero en Santa Fe no hubo apelación posible sino ante el
gobernador, puesto que un Tribunal de Alzada –casi decorativo, no muy requerido–
funcionó solo entre 1826 y 1833.108 El “gobierno de los campos” se mantuvo hasta
diferentes fechas, según el pago, en manos de los alcaldes de la santa hermandad y
jueces comisionados cuya designación, por considerarse claramente dentro de la ór-
bita de lo político, constituyó otro de los procesos de toma de decisiones que fueron
desplazados del cabildo a la junta. Los alcaldes de barrio, en todas partes, jugaron un
rol clave como electores: en Santa Fe, la Junta de Comisarios (o de Representantes)
creada en 1815, junto con la provincia, estaba compuesta por cuatro hombres por
la capital (elegidos como representantes de cada uno de los cuatro cuarteles de la
misma al frente de los cuales estaba un alcalde de barrio), dos por el “pueblo y cam-
paña” del Rosario, uno por el de Coronda y otro por el “partido” de Rincón.109 Estos
representantes, llamados “comisarios”, eran elegidos en la campaña al cuidado de
los comandantes (“… se reunirán los ciudadanos en la cabeza de sus departamentos
en campaña presididos por sus respectivos comandantes…”, art. 18 del Estatuto de
1819), mientras que en la ciudad, la reunión de los ciudadanos se realizaba al cuidado
de los alcaldes de barrio, quienes continuaban siendo oficiales de baja justicia que,
además de ejercer funciones policiales, retenían jurisdicción delegada para despachar
sumariamente causas civiles cuando no excedieran los 25 pesos (art. 42).
108 Darío Barriera (dir.), Instituciones, gobierno y territorio. Rosario, de la capilla al municipio (1725-
1930), ISHIR-CONICET, Rosario, 2010.
109 Estatuto de 1819, art. 7.
156 Justicias situadas
110 Informado con herramientas que provienen de la misma matriz y permiten ir al hueso del asunto, Agus-
tín Casagrande, aunque enfatiza otra cosa, también lo había visto: “Estos agentes menores –auxilia-
res– fueron presentados por la historia institucional como precedentes de los actuales policías, lo cual
genera fuertes complejidades a la hora de comprender las ideas y problemáticas de dicha jurisdicción
antiguo-regimental y ciega, también, la radicalidad del pasaje a la Intendencia de policía a partir de
1812”. Agustín Casagrande, “Por una historia conceptual…”, Conceptos Históricos 1 (1), 2015.
111 Quien escribió: “A fines del siglo XVIII y principios del XIX, los cabildos de las ciudades más impor-
tantes nombraron alcaldes de barrio con funciones policiales y reducidas atribuciones de justicia”.
Ricardo Zorraquín Becú, La organización política argentina en el período prehispánico, Emecé,
Buenos Aires, 1959, p. 343, énfasis mío.
112 José María Mariluz Urquijo, “La creación…”, cit., p. 8.
113 Ver el trabajo de Griselda Presel, en este volumen, p. 170. En Buenos Aires no hubiera querido decir
lo mismo, puesto que, como anota Díaz Couselo, aunque se dio en algún momento la utilización equi-
valente entre cuarteles y barrios, estos últimos fueron finalmente las subdivisiones de los cuarteles.
Y en el principio, fue la justicia 157
ces, y como ya estaba demostrado con el punteo que hacía Mariluz Urquijo en 1951,
efectivamente eran oficiales de baja justicia con jurisdicción delegada. Para nuestra
argumentación, importa menos cuánto hicieran como jueces que el hecho jurídico
de que la dimensión judicial del oficio fuera constitutiva. No es que repentinamente
haya perdido un interés por las prácticas, sino que esa dificultad para separar las fun-
ciones informa del corazón de la cultura política y jurídica del momento. Esa cultura
no es otra que la cultura jurisdiccional,114 asediada y cuestionada por ideas y prácticas
revulsivas —o incluso conservadoras, como en el caso del reglamento de Salta—,
donde la dimensión judicial está muy subordinada a la jurisdicción oeconómica.
Si bien su subordinación a la intendencia de policía en 1812 fue un pasaje im-
portante en la secuencia que aquí presento, no lo considero, sin embargo, radical ni
definitivo. Después de 1821 sus ya deprimidas funciones judiciales fueron desplaza-
das de la órbita de la intendencia de policía a la de la justicia de paz. Allí volvieron
a oficiar como meros auxiliares de justicia, una suerte de policía judicial obligada
a ejecutar las órdenes de estos superiores que ya eran jueces menores. Y el asunto
era un tema de conversación entre autoridades. Como lo hace notar Sofía Gastellu,
Bernardino Rivadavia “… calificó de trascendental la diferencia entre jueces de paz y
alcaldes de barrio, ya que los primeros eran magistrados que debían influir en la paz
doméstica mientras que los segundos –en tanto oficiales civiles– no podían juzgar”.115
Los alcaldes de barrio rioplatenses fueron designados inicialmente con las ca-
racterísticas típicas de una baja magistratura. Con algunas funciones judiciales, no
escapaban a las generales de la ley de un juez-gobernador. Dicha dimensión fue ce-
diendo hasta desaparecer bajo las progresivamente dominantes funciones policiales,
vinculadas en su inicio con la policía en sentido antiguo116 y acercándose cada vez
José María Díaz Couselo, “Los alcaldes de barrio…”, cit., p. 433, cita RO, I, p. 61.
114 Alejandro Agüero, “Las categorías básicas de la cultura jurisdiccional”, en coord. Marta Lorente, De
justicia de jueces a justicia de leyes: hacia la España de 1870, Consejo General del Poder Judicial,
Madrid, 2006, pp. 21-58.
115 Ver el trabajo de Sofía Gastellu, en este volumen, p. 270. Citando AGN X-32-10-2, División Go-
bierno, Policía, órdenes superiores, en Francisco L. Romay, Antiguos servicios policiales, Biblioteca
policial, núm. 60, Buenos Aires, 1939, pp. 141 y 142. La respuesta de Rivadavia remite a consultas
anteriores –la comunicación de junio de 1822 al Jefe de Policía y a otra de noviembre de 1822 del
juez de primera instancia del 2.do departamento de campaña al Tribunal de Justicia. “Contestesé al
Tribunal de Justicia que aunque la declaración de 12 de Junio del corriente año, no ha dejado lugar
ala duda que motiba la consulta del Juez de 1era instancia del 2do Departamento de Campaña, se
declara que los Alcaldes de Cuartel y sus Tenientes quedan solo sujetos á los J[ueces]. de P[az]. en
cumplimiento de una de sus obligaciones, cual es la de sostener y belar la execucion de las decisio-
nes de los J. de P.: todo lo que salga de esta atribución pertenece ala Policia, y á la Jurisdicción del
horden civil, á cuyos respectos deben estar subvencionados al Departamento de Policia. El Tribunal
de Justicia circulará esta declaración a los que incumbe su observancia”. AGN X-13-2-4, Justicia de
paz, 31 de enero de 1823. Los énfasis son míos.
116 El virrey Arredondo, en sus memorias, alegaba a favor de esta institución diciendo que “contribuye
158 Justicias situadas
más a las funciones de vigilancia y garante del orden público, más características de
la institución moderna. Entre 1772 y 1830, fueron paulatinamente despojados de su
función judicial y cargados con un mayor número de tareas asociadas a la cultura y
la función policial, hasta quedar identificados con estas.117
¿Pero qué pasa si, además, alargamos la cronología? Esta operación ofrece, como
casi siempre, sorpresas. Aunque me resulta imposible hacerlo aquí para todas las
jurisdicciones donde actuó la figura, sí puedo presentar el panorama completo para
Santa Fe. Cerrar con solo esta muestra es de todas maneras útil porque lo que me
interesa, una vez más, es mostrar el procedimiento.
Para la reconfiguración judicial santafesina, 1833 fue un año clave. Entre finales
de 1832 y mediados de ese año, se tomaron decisiones en este rubro que incidieron
en la dinámica judicial de manera mucho más profunda que el propio contexto de la
Revolución, la creación de la provincia (1815), la redacción del Estatuto (1819) o la
creación del tribunal de alzada (1826). En 1833 se suprimió el cabildo, también el
mencionado tribunal de alzada, se creó la justicia de primera instancia para la ciudad
capital de la provincia, la justicia de paz para la ciudad de Santa Fe y sus chacras,
para la villa del Rosario y para las campañas con sus pueblos (Coronda y Rincón).
También se creó el cargo de juez de policía para la ciudad.118
Ahora bien, en el reglamento de 1833 –recuperado como apéndice en la Consti-
tución de 1841 y que rigió como arquitectura de la organización judicial santafesina
hasta la Constitución de 1856– los alcaldes de barrio no son mencionados. Tampoco
aparecen en la secuencia de designaciones del Registro Oficial de la Provincia. Su
rastro se pierde de la arquitectura judicial o administrativa de la provincia, mientras
ganan lugar, en número y consideración, los “comisarios de campaña”, nombrados
en mayor cantidad para Rosario y en más lugares. Su importancia no está vinculada
solamente con la persecución del delito rural o la vagancia criminalizada sino, como
puede verse en diversos decretos, con el control de las pulperías volantes, el cobro
visiblemente en una gran parte al mejor gobierno y policía de un pueblo, que podrá contar en el día
con sesenta mil almas á mui corta diferencia”. Memorias de los virreyes…, cit., pp. 381-382.
117 Prevención, conocimiento de la población, reporte de vagos, “reparto de opas” (el reglamento de
Salta es particularísimo), delimitación del barrio y cuidado de su higiene, vigilancia nocturna, etc.
118 Sus funciones están detalladas en el capítulo VI del Reglamento de 1833, y están vinculadas con el
aseo en las calles (para el cual debía utilizar a los reos destinados al servicio público), alumbrado,
cuestiones de higiene, iluminación, aguas, trazado, obras públicas y particulares, pesos y medidas,
licencias de abasto, aplicar multas, presenciar mensuras o medidas vinculadas con delimitación de
propiedad de tierras, etc. Todo esto lo hacía el juez de policía en la ciudad de Santa Fe, reemplazando
una enorme cantidad de cargas que se repartían antes los miembros del cabildo. Para Rosario no fue
igual. Allí, el juez de paz había agregado al gobierno de la villa y la administración de justicia todas
estas tareas que, como ya hemos señalado en otros trabajos y como lo está trabajando actualmente
Carolina Piazzi, solo en 1852, con la creación de la jefatura de policía en la ciudad de Rosario, fueron
descomprimidas de las funciones del juez de paz, que era quien las cumplía en la villa.
Y en el principio, fue la justicia 159
119 También controlaban que no se jugara en las pulperías. Decreto del 31 de julio de 1837, Registro
Oficial de la Provincia de Santa Fe, Tomo I.
120 “Proyecto de Ley – Sobre el reglamento provisorio para los empleados y atribuciones que deben
subrogar al Cuerpo municipal, extinguido por ley de 13 de Octubre del año próximo pasado de
1832”, sancionado por la H. Junta de Representantes el 24 de enero de 1833, en Registro Oficial de
la Provincia de Santa Fe, Tomo I. Las citas son de la p. 246.
121 Constitución de 1856, Capítulo VI, art. 47, en Cámara de Diputados de la Provincia de Santa Fe,
Historia de las Instituciones de Santa Fe, Tomo II, Tratados, convenciones y constituciones, p. 160.
160 Justicias situadas
122 Registro Oficial de la Provincia de Santa Fe, Tomo III, Tipografía de la Revolución, Santa Fe, 1889,
pp. 215-230, particularmente 216.
123 Sobre esta cuestión recomiendo Carolina Piazzi, Justicia criminal y cárceles en Rosario (segunda
mitad del siglo XIX), Rosario, 2011, especialmente el capítulo 1, donde reconstruye la organización
institucional provincial y departamental.
124 Registro Oficial de la Provincia de Santa Fe, Tomo III, cit., p. 216.
Y en el principio, fue la justicia 161
125 Fernando Glinka y Luciano Pagliano, Justicia comunitaria de pequeñas causas, Librería Cívica,
Santa Fe, 2012.
126 Hace tiempo señalé este cambio como un fenómeno que no había sido destacado, y la historiografía
vernácula sigue sin prestarle mayor atención (“Instituciones, justicias de proximidad…”, cit.). Esto es
central porque mientras que la comisión supone delegación de jurisdicción para actuar sobre un hecho
consumado, la designación de un juez menor con jurisdicción delegada –por mínima que sea–vincula a
un funcionario con un territorio y supone la probabilidad de la comisión de un delito. Es decir, prefigura
una actitud preventiva de la institución política sobre un comportamiento posible de una población (opera
sobre su futuro), y pone en marcha dispositivos que suponen su adecuación a pautas de comportamiento
y a un universo normativo que está relacionado con un contorno. Si no se omite el carácter judicial de las
alcaldías de barrio, desde el punto de vista de las tecnologías del gobierno, su trayectoria pertenece a los
procesos de miniaturización del territorio. Sobre esta última categoría véase A. M. Hespanha, Vísperas del
Leviatán: instituciones y poder político (Portugal, siglo XVII), Madrid, Taurus, 1989, en particular pp. 80-
85. Acerca de la transformación de un conjunto de habitantes en una población sobre la cual se elaboran
políticas véase Michel Foucault, Seguridad, territorio, población (Curso en el Collège de France, 1977-
1978), edición establecida por Michel Senellart, FCE, Buenos Aires, 2007 [2004], trad. de Horacio Pons.
127 Ley que organizó la administración de justicia, Santa Fe, 21 de mayo de 1863, en Registro Oficial…,
162 Justicias situadas
ser reemplazada por la del juez de paz con sus tenientes tanto para las ciudades (seis
jueces con sus tenientes para Santa Fe y otros tantos para Rosario) y un juez con su
teniente para los pueblos de San Jerónimo (Coronda), San José (Rincón), San Loren-
zo, Villa Constitución y las colonias.
Desplazar el tema de las alcaldías de barrio de la órbita de la “historia de la
policía” o “de la seguridad pública” hacia una secuencia atenta a los cambios en
la organización judicial y, cuando fue posible, a los movimientos de los agentes,
permite hacer ver otra cosa. El observatorio montado para ver cómo era el juego, es
decir, para percibir cómo se desmadejó el ovillo de funciones de gobierno, justicia y
policía, permite visibilizar dimensiones ocluidas por el peso con el cual la narrativa
del Estado caló en el mundo que heredamos. Ese mundo con el que nos hemos en-
contrado al nacer, cuya dimensión política es constitucional, de poderes divididos y
de estados conformados.128
Tomo IV.
128 Carlos Garriga, que sabe más, también lo explica mejor. “Orden jurídico y poder político en el Anti-
guo Régimen”, en Istor, 16, 2004. La idea del mundo jurídico como herencia y ámbito posnatal, en
Alain Supiot, Homo juridicus. Ensayo sobre la función antropológica del derecho, SXXI, Buenos
Aires, 2007.
De lo viejo en lo nuevo.
Los alcaldes menores en la Villa del Paraná
en la década de 1820
Griselda Pressel
L
A modo introductorio
as prácticas judiciales en la década posindependentista de 1820 en la Villa del
Paraná muestran propuestas que hunden sus dinámicas en las formas colo-
niales pero remozadas en el intento de establecer una nueva institucionalidad
enmarcada en el Estatuto Provisorio Constitucional de 1822. La administración de la
justicia en el ámbito urbano refleja el modelo borbónico representado en los alcaldes
mayores y los alcaldes de barrio, que para el caso de la Baxada se aplican tardíamente
luego de la Revolución de Mayo.
En el contexto donde la provincia de Entre Ríos va adquiriendo su forma como
tal, su autonomía con respecto a los antiguos centros de dependencia (Santa Fe, Bue-
nos Aires y Yapeyú), las formas de gobierno dan paso a prácticas en las cuales lo
viejo para otros lugares aquí es nuevo.
Desde ese marco y con la perspectiva que aporta la historia social de la jus-
ticia, en este trabajo se intentan reconstruir las formas y dificultades para la im-
plementación de los jueces menores en el ámbito urbano, algunos rasgos de los
perfiles de los funcionarios y la diversidad de problemáticas atendidas por los
mismos. Para ello se consultaron fuentes documentales del periodo 1820-1830
como el Estatuto Provisorio (1822), el Reglamento de Justicia (1822), las Actas
de la Legislatura, los archivos judiciales (correspondencias, expedientes) y el
censo de 1824.
permanentes del buen gobierno porque, como lo indicaban las Partidas: “Justicia es
una de las cosas porque mejor y más enderezadamente se mantiene el mundo”.1
Bajo este concepto la justicia presidía todas las decisiones del poder público, al
atender causa judicial u otorgar gracia o merced. El rey no reconocía autoridad supe-
rior en la tierra; no obstante, el peso de la ley limitaba su autoridad. Los agentes que
administraban justicia eran en su gran mayoría legos, escasos los letrados (oidores,
asesores y tenientes letrados de las intendencias). Por ello, entre las condiciones que
se requerían se priorizaban las cualidades que debían tener las personas que accedie-
ran a los cargos, ya que representaban al rey con la responsabilidad y honor que ello
implicaba, y a manera de servicio, pues en la mayor parte el desempeño no era remu-
nerado: “mansos y de buena palabra” y “que haya sabiduría, para juzgar los pleitos
derechamente por su saber, e por el uso de luengo tiempo”.2
El espíritu en la práctica era, mediante la administración de justicia, lograr el
bienestar común. Este principio llevaba a que el ejercicio de la justicia estuviera
presente en toda acción de gobierno y por ende en quienes lo ejercían; es por ello
que no había una institución que no tuviera esta potestad. La administración estaba
distribuida en las atribuciones de distintos agentes en un entramado complejo de re-
laciones, de intervenciones que tendían a establecer instancias de complementación
y control entre las mismas (virreyes, obispos, audiencia, alcaldes capitulares, etc.).
Todos ejercían la justicia en nombre del rey, quien había otorgado dicha regalía y
cuyo poder devenía del lugar que Dios le había otorgado en la Tierra conforme a los
mandamientos y las leyes, y en directa relación con los preceptos de la religión cató-
lica, de la cual se deriva el respeto ético-religioso al orden superior o derecho natural.
En las escalas más inmediatas se ubicaban los jueces capitulares que formaban
parte del cabildo o recibían de este su nombramiento: alcaldes ordinarios de primer
y segundo voto, elegidos anualmente y con posibilidad de reelección luego de un
bienio. Con la aplicación de la Real Ordenanza de Intendentes de 1782, ampliaron
sus periodos a dos años.
Según ilustra Darío Barriera, la voz alcalde –vocablo derivado de la lengua árabe,
al cadi– hacía referencia a un “juez gobernador” y aparece en lengua castellana a par-
tir del siglo XIII, vinculada a la persona (un vecino) a cuyo cargo estaba el ejercicio
de la justicia en la ciudad. De acuerdo con su análisis, esta acepción siempre estuvo
ligada a la labor de ejercer y ejecutar la justicia, aunque no exclusivamente. Es por
ello que durante el dominio español en tierras americanas, los alcaldes de primer y
segundo voto de los cabildos fueron los encargados de la administración de la justi-
cia ordinaria en el ámbito local, pero no por ello fueron los únicos. Sobre un mismo
1 P. III, T. I, Proemio, citado en Eduardo Martiré, “La Organización Judicial Indiana” en Temas de De-
recho Indiano, Instituto Argentino de Cultura Hispánica, Santa Fe, Colmegna, 1970, p. 57.
2 Eduardo Martiré, “La Organización Judicial Indiana”, cit, p. 60.
De lo viejo en lo nuevo 165
recién en 1810 al virrey Cisneros para que enviase las instrucciones para estos fun-
cionarios. Una vez enviadas, las mismas son revisadas, adaptadas por los cabildantes
santafesinos y aceptadas por el virrey el 17 de abril de 1810.11
La alusión a este ordenamiento no es menor; basta observar que una de las me-
didas tomadas por la Primera Junta es la de remover de sus cargos a los alcaldes de
barrio y adecuar al contexto las instrucciones con las que estos debieron regirse. Esto
da cuenta de la centralidad de estas figuras como cara directa del gobierno, donde las
lealtades juegan como una de las bases del éxito de la gestión.
El ordenamiento judicial a cargo de alcaldes mayores y menores continuó vigente
en casi toda la primera mitad del siglo XIX, y fueron los gobernadores provinciales
quienes asumieron las funciones del gobernador intendente o del teniente de gober-
nador. Es así que a ellos se elevaron las propuestas de los candidatos alcaldes; en
el caso entrerriano, fue atribución del mismo su designación, y también recayó en
él decidir acerca de los fallos y sentencias en las causas civiles y criminales como
última instancia.
Por otra parte, los cabildos fueron perdiendo funciones hasta su supresión, y el
ámbito de la justicia fue el que más tiempo retuvieron. En cuanto a los establecidos
en el territorio entrerriano, su disolución se concretó entre 1820 y 1822.
la batalla del Espinillo. Es interesante señalar que a pesar de la disolución del cabildo,
la justicia continuó a cargo de la figura del alcalde ordinario entre 1810 y 1822 en esta
banda entrerriana, mientras que en la oriental-sur, los cabildos de Gualeguay, Guale-
guaychú y Concepción del Uruguay persistieron hasta la creación de la República de
Entre Ríos en 1820, y designaron en consecuencia los capitulares correspondientes
encargados de administrar justicia.13
Cabe mencionar que las luchas por la defensa de las autonomías de los pueblos
en la primera década posrevolucionaria constituyeron un periodo de proyectos, de
unidades políticas en las que participaron activamente los pueblos entrerrianos, des-
tacándose la Liga de los Pueblos Libres (entre 1812 hasta 1820) y la República de
Entre Ríos (hasta 1821). Este marco se dio en un ambiente de alta conflictividad
especialmente con el poder central, que combatió dichos proyectos.
Un intento de contrarrestar la oposición por parte del poder central a cargo del
Directorio fue la creación de las provincias de Entre Ríos y de Corrientes por decreto
del 10 de setiembre de 1814, con la designación de la Villa de Concepción del Uru-
guay como capital para el caso entrerriano. En la práctica estas creaciones contaron
con la resistencia del frente artiguista y no pudieron llevarse a cabo. Durante el pe-
riodo 1812-1820, los territorios entrerrianos estuvieron gobernados por comandantes
designados por Artigas de acuerdo a los vínculos y prestaciones a la causa.
En frontal rechazo a la Constitución de 1819, se organizó un frente armado al
mando del gobernador de Santa Fe, Estanislao López, y de Francisco Ramírez en
representación de José Artigas, en calidad de comandante de Entre Ríos. El triunfo
ante las tropas del Directorio a cargo de José Rondeau se sustanció en la batalla de
Cepeda el 1 de febrero de 1820, y se firmó el Pacto del Pilar luego de disolverse el
Directorio y el Congreso.
A su regreso, ya en tierras entrerrianas, Francisco Ramírez disputó el poder a
Artigas, y forzó al “Protector de los Pueblos Libres” a exiliarse en el Paraguay con la
anuencia tácita de López. Esta situación dio paso a la organización de la República de
Entre Ríos, integrada por tres departamentos: Corrientes, Entre Ríos y los pueblos de
las Misiones. En los reglamentos que la organizaban se indicaba que los comandantes
a cargo de cada departamento designaban a un juez mayor y cuatro menores, nom-
bramientos que recaerían “… en algún vecino de probidad, instrucción y mayor de
edad”,14 sin dar precisión de los nombres de los cargos. Se renovarían cada tres años
de no mediar circunstancias que justificaran su revocación. Las apelaciones estarían
13 Para una referencia detallada de la composición e integrantes de cada cabildo véase Facundo Arce,
“De la Revolución de Mayo a la República de Entre Ríos (1810-1821)”, en Enciclopedia de Entre
Ríos, T. II, Arozena, Paraná, 1978, pp. 65-68.
14 Hernán Gómez, Corrientes y la República Entrerriana. 1820-1821, Imprenta del Estado, Corrientes,
1929, p. 161.
De lo viejo en lo nuevo 169
Es por lo tanto una posición ambigua de cara a modernizar las instituciones, ad-
virtiendo que esto no implicara perder el control sobre la población. Como si la sola
presencia de agentes judiciales incitara a un mayor desorden en vez del hecho de
proveer a los habitantes de organismos que atendieran el reclamo de sus derechos y
dictaminaran justicia.
Como ordenamiento jurisdiccional quedaban establecidos dos departamentos
principales, el 1.° Principal con cabecera en la Villa del Paraná y el 2.° Principal con
cabecera en la Villa de Concepción del Uruguay, cada uno a cargo de un comandante
general con atribuciones político-militares.
Con respecto al 1.° Principal, que es el que nos interesa en esta ocasión, com-
prendía desde el arroyo de las Conchas Paraná arriba hasta la barra del Gualeguay,
y de esta manera se modificaba la anterior jurisdicción que incluía bajo su ejido a
la Villa del Paraná, dividido en cuatro departamentos. Este ordenamiento territorial
conllevaba la necesidad de establecer la inmediata administración de la justicia a
cargo de alcaldes ordinarios, de hermandad y de campaña. La Villa Capital se dotaba
de un alcalde mayor y cuatro alcaldes de cuartel; en el resto de los departamentos se
designaban alcaldes mayores en Gualeguay y Nogoyá y de hermandad en zonas con
mayor densidad de población residente en zonas subrurales y de campaña. Todos los
procesos eran apelables ante el alcalde mayor de las villas cabeceras, que ejercían
“justicia mayor”.
Como se infiere, los agentes directos encargados de la justicia fueron los alcaldes
mayores, alcaldes de hermandad, alcaldes de cuartel y alcaldes pedáneos, organiza-
ción propia de las instituciones hispánicas coloniales. Su periodicidad se estipulaba
por dos años y podían ser reelegidos.
Un cambio que se evidencia es la incorporación de los alcaldes de cuartel y la
desaparición de los alcaldes de barrio, aunque puede observarse que sus funciones
no fueron diferentes.
Al considerar la instancia de apelación se distinguieron dos procedimientos. Los
casos civiles de menor cuantía —generalmente verbales— emitidos por el alcalde de
hermandad o de cuartel, eran atendidos en segunda y única instancia por los alcaldes
mayores, cuya sentencia era inapelable. Cuando las demandas eran de mayor cuantía
—hasta mil quinientos pesos— la apelación se elevaba a un tribunal eventual forma-
do por el alcalde mayor de la villa principal correspondiente a Paraná o Uruguay; o
el comandante principal del 1.° o 2.° departamento principal (según hubiera sido la
figura de apelación en primera instancia) más dos vecinos; si pasaba dicha cifra el
tribunal era integrado por cuatro vecinos.
Por su parte, en los casos criminales la apelación se remitía al comandante general
del departamento principal, que designaba seis vecinos para componer un tribunal
eventual. Si dicho cuerpo resolvía la absolución se concretaba sin más trámites; en
cambio, si afirmaba la sentencia pasaba al gobierno superior “… sin cuyo último
172 Justicias situadas
26 Un caso registrado es la elevación al alcalde mayor por los alcaldes de barrio en vísperas del 25 de
mayo de 1826, de un relevamiento detallado por cuartel sobre personas calificadas como indigentes
para recibir asistencia. De un total de cincuenta personas, solo uno es masculino, el resto son mujeres.
AGER, Hac., IX, Subserie A, Carp. I, Leg. 18.
27 AGER, Hac., IX, Subserie A, Carp. I, Leg. 13.
174 Justicias situadas
a su casa algún transeúnte: que ocultasen información de tal tipo era considerada
una falta al orden. Era también su responsabilidad proceder a detener a quienes no
hubieran acudido al llamado de incorporarse al ejército; en caso de estar de licencia,
el individuo debía mostrar su permiso, sin el cual se encontraba en infracción. Perse-
guía a los desertores y a los vagos, como también recogía las armas, útiles de guerra
y caballos que pertenecían al Estado y estuvieran en manos de particulares. Bajo su
control y consentimiento, con acuerdo del alcalde mayor, se autorizaban las reunio-
nes, bailes y juegos permitidos en el vecindario, y se cuidaba el orden y la decencia.
Además, tenía facultades para interceder protegiendo en primera instancia a pobres y
menores, al prestar auxilio a las familias cuyos integrantes se encontraran sirviendo a
la patria, a los huérfanos y viudas.
Para una mejor aplicación y agilidad de los dispositivos judiciales, el gobernador
Lucio Mansilla dispuso instructivos de cómo los alcaldes mayores y de cuartel debían
oír y resolver las demandas de menor cuantía. Para ello debían reunirse entre las diez
y las once todos los días en la casa del alcalde mayor, donde oirían las demandas que
se hicieren, tanto verbales como por escrito. Si fuesen verbales lo harían todas las
partes e instruidos, se discutiría luego acerca de lo que debía resolverse y aquello que
se resolviera sería ejecutado sin más recurso. Si las demandas fueran por escrito, los
jueces como cuerpo intentarían un arreglo amigable convocando a las partes cuantas
veces fueran necesarias, y de no poder acordar se actuaría según el reglamento. Para
que los jueces no pecaran de inasistencia, el alcalde mayor tenía la potestad de aplicar
una multa, que sería destinada a la Iglesia.28
En los actos festivos como el 25 de mayo, los alcaldes eran los encargados de
iluminar las calles los días 24, 25 y 26, engalanar sus barrios, cursar las invitaciones
a los vecinos distinguidos para que concurrieran a la Casa de Gobierno a participar
de las ceremonias centrales.29
Para reconstruir algunos rasgos del perfil de estos funcionarios judiciales, una
fuente que brinda ciertos elementos es el censo provincial de 1824,30 complemen-
tado por los datos de ubicación de los solares descriptos por Pérez Colman.31 Este
registro, realizado durante el gobierno de León Solá, arrojó para la Villa capital un
total de 3726 habitantes, 1677 varones y 2049 mujeres. En este caso el relevamiento
estuvo a cargo de los curas párrocos, y se consignó patria, edad, estado civil, color
y ejercicio. En él puede identificarse entre los que se desempeñaron como alcaldes
mayores: durante 1822-1823, José Soler —oriundo de Santa Fe, 35 años, soltero,
32 Es de notar que según el censo de 1824, José Soler es consignado como soltero, condición que no sería
acorde con los requerimientos para ser considerado vecino según los cánones coloniales, ya que una
de ellas era ser casado. Cf. Darío Barriera (director) Instituciones, Gobierno y Territorio. Rosario,…,
cit., pp. 23-24. Podemos inferir como probables dos cuestiones: por una parte, la poca disponibilidad
de personas para designar en el cargo y el considerar que la familia es propietaria con arraigo en la vi-
lla, ser primogénito y su madre, Nicolasa Mas, viuda de 60 años, censada como cabeza de familia. Por
otra, es integrante del círculo de notables cercanos al poder designado en 1823 diputado y presidente
del Congreso provincial y comandante en 1824. Puede agregarse, según lo aportado por César Pérez
Colman, Paraná…cit. cap. II, p. 269, que se casa con Librada Agesta, aunque no se brinda la fecha de
la unión, ni datos de la misma.
33 Véase el plano de la Villa del Paraná en la primera mitad del siglo XIX al final del capítulo.
176 Justicias situadas
las guerras; recaudación fiscal; fortalecimiento de lealtades y vínculos con todos los
sectores de la población ejerciendo con eficiencia el control sobre los habitantes. En
este aspecto va a ser nodal el accionar de los agentes de justicia mayores y menores
en coordinación con militares como los comandantes, que tendrán en este tiempo un
rol central.
De esta manera los dispositivos institucionales de la colonia —los alcaldes ordi-
narios, de hermandad, pedáneos, de barrio o cuartel— preservarán su funcionalidad
en el logro de los propósitos del gobierno.
Al observar el accionar de los alcaldes de cuartel o de barrio (ya que en el caso
entrerriano bajo cualquiera de las denominaciones las funciones son las mismas),
constatamos una continuidad de ciertas prácticas vinculadas con el intento moderni-
zador borbónico. Los sujetos debían ser identificados por el gobierno en relación con
su domicilio, ocupación, moralidad, aportes al fisco, cumplimiento de las normas de
salubridad, atención a los verdaderos pobres, así como se debía procurar la concordia
entre los habitantes y por lo tanto de la comunidad. Para ello estos actores contaban
con las atribuciones de intervenir en pleitos menores, mediar en conflictos entre los
habitantes, aplicar multas, elevar sumarios de los acusados en primera instancia al
alcalde mayor, otorgar licencias, aprehender a los perturbadores, informar los aptos
para el ingreso a las tropas, entre otras.
En cuanto a su pertenencia, los estudiados formaban parte del círculo de los no-
tables, y por lo tanto participaban de los intereses de su grupo y ejercían un poder, si
bien con restricción jurisdiccional acotada. Contaban con prestigio social y base de
reconocimiento ya que muchos de ellos ejercieron cargos más importantes –fueron
diputados, presidentes del Congreso, gobernadores—, tal como se mencionó en el
apartado anterior.
La figura del alcalde de cuartel fue perdiendo sus funciones policiales a partir de
1834, cuando se estableció por ley la creación del cargo de jefe de policía para el De-
partamento 1.ro Principal y para el 2.do Principal con asiento en las ciudades cabeceras
de Paraná y Uruguay respectivamente.36 Es el inicio de una organización policial que
va deslindándose del Poder Judicial contemplado en el Reglamento de Policía en
1835. El mismo creó el andamiaje y explicitó las funciones de este cuerpo, donde se
implementaron figuras como el jefe, el decurión —ambos rentados— y un teniente
de decurión, si bien no rentado pero con exenciones importantes tanto fiscales como
de servicio,37 tema que abre espacios para una futura investigación.
Fuente: Plano reconstruyendo el centro poblado de la Villa del Paraná en las primeras dé-
cadas del siglo XIX. Confeccionado por la autora de acuerdo con los datos aportados por el
Dr. César Blas Pérez Colman en su obra Paraná 1810-1860. Los primeros cincuenta años de
la vida nacional, 1946; en Sors, Ofelia Paraná. Dos siglos y cuarto de su evolución urbana.
1730-1955, Paraná, 2da ed. 1994 (1ra ed. S/D). Sobre el mismo se trabajó cruzando los datos
de las bibliografías mencionadas y el censo de 1824 (AGER) donde se numeraron las man-
zanas, se identificaron la ubicación de los solares de algunos Alcaldes Mayores y de Cuartel
y se señaló las calles que cruzan ordenando la planta urbana que divide los cuatro cuarteles,
quedando sin identificar el número correspondiente a cada uno.
El primer ensayo de organización
judicial para el Estado provincial
de Buenos Aires (1821-1825)
“Institucionar la administración
de justicia antes de
constitucionar el estado,
es anteponer los efectos a la causa”1
A
Introducción
l pensar el Estado como una institución dinámica, con capacidad de adap-
tación y reconstrucción, que supera la dicotomía de poder estatal frente a
una sociedad resistente, la institución remite a la acción de fundar y crear un
nuevo orden sobre el antiguo, transformándolo en un producto dinámico y multifun-
cional.2 Entonces la ley cobra otro significado, basado en el racionalismo jurídico y
el absolutismo político que fueron dándole un papel cada vez más preponderante, y
se acentúa su aspecto voluntario —de la autoridad que la promulgaba—, hasta ins-
talarse definitivamente con el constitucionalismo. La “voluntad general” formaba la
ley y la legitimaba; ya no era la norma impuesta por la tradición, sino la que surgía
de la voluntad del legislador y que el juez debía aplicar dejando de lado la tarea inter-
pretativa de los antiguos magistrados. Esto comenzó a fines del siglo XVIII a partir
de la confianza en la fuerza creadora de la razón humana, con la que “los ilustrados
1 El Censor, 29 de enero de 1812. Biblioteca de Mayo, Colección de Obras y Documentos para la His-
toria Argentina, Periodismo, Tomo VII, Buenos Aires, Senado de la Nación, 1960, reproducción símil
tipográfica.
2 Marta Irurozqui Victoriano, “La institucionalización del estado en América Latina. Justicia y violencia
política en la primera mitad del siglo XIX”, en Revista Complutense de Historia de América, vol. 37,
Madrid, 2011, p. 17.
180 Justicias situadas
reivindicaron el poder del hombre para generar, para crear su propio derecho sin tener
que soportar pasivamente las reglas transmitidas por la historia”.3
En América, la acción de fundar y crear un nuevo orden sobre el antiguo implicó
el largo tránsito del orden colonial al orden republicano, en el que la reforma de la
administración de justicia ocupó un lugar central y la instalación de jueces letrados
como funcionarios profesionales del Estado supuso ensayos y fracasos.4 El objetivo
de este artículo es analizar el primer ensayo de organización judicial como parte del
embrionario Poder Judicial de un Estado en construcción; definir la participación de
jueces legos y letrados en la administración de justicia, y desplazar la atención de
la eliminación de los cabildos hacia la construcción de la estructura de un poder del
Estado provincial que comenzaba a organizarse.
La preferencia por los jueces letrados fue dándose a lo largo del siglo XIX, pero
los fundamentos estaban casi todos presentes entre 1820 y 1852. La creación de un
sistema de derecho requería de un juez que conociera el orden legislativo para la
aplicación técnica de una norma al caso planteado, en lugar de resolverlo según el
buen saber y la honradez de un lego. Este nuevo enfoque letrado de la administración
de justicia encontró diversos escollos, pero el primero fue la necesidad de códigos
racionalistas, expresión del nuevo sistema de derecho. También se debía obedecer a
formas procesales que resguardaran la seguridad individual respetando las garantías
del ciudadano, comenzando a discutirse sobre la fundamentación legal de las senten-
cias. Además, avanzado el siglo, una concepción dogmática y sistemática del derecho
fue reservando a los juristas su monopolio, por lo que el arte de juzgar no podría estar
ya en manos de jueces legos.
La orientación letrada encontró eco en todas las provincias como ideal a alcanzar,
pero —salvo en Buenos Aires— chocó con la falta de abogados y de fondos públicos
para cubrir los cargos. La orientación lega se mantuvo y su protagonista fue el ciuda-
dano de luces y conocida honradez o de ilustración y probidad. Una solución inter-
media fue la ensayada en el Estado de Buenos Aires, que estableció instancias legas
y letradas.5 La justicia de paz lega en la provincia de Buenos Aires, entre 1821 –año
3 Pío Caroni, Lecciones de historia de la codificación, Universidad Carlos III, Madrid, 2013, p. 40.
4 Raúl O. Fradkin, “¿Misión imposible? La fugaz experiencia de los jueces letrados de Primera Instan-
cia en la campaña de Buenos Aires (1822-1824)”, en Darío G. Barriera (compilador) Justicias y Fron-
teras. Estudios sobre historia de la Justicia en el Río de la Plata, Editum, Murcia, 2009, pp. 143-164.
5 Víctor Tau Anzoátegui, “La administración de justicia en las provincias argentinas (1820-1853)”, en
Revista de Historia del Derecho, Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho, núm. 1, Bue-
nos Aires, 1973, pp. 238-245. Manuel Antonio de Castro fue uno de los más férreos defensores de la
idoneidad: “Si el atributo de la justicia es precisamente dar a cada uno su derecho, es muy claro que
el distribuidor del derecho de cada uno debe tener copulativamente las partes de probidad y ciencia, y
así como haría mal juez el ímprobo literato, tampoco será buen juez el iliterato probo. Está bien que se
hayan de nombrar hombres buenos, según el valor del nombre; pero como no se han de librar pleitos,
por la ley de buena intención, sino por las leyes positivas, se puede asegurar que la delicadeza de sus
El primer ensayo de organización judicial para el Estado provincial de Buenos Aires 181
conciencias será puesta en tortor toda vez que hayan de votar pleitos implicados y oscuros”. El Censor,
11 de febrero de 1812. Citado por María Cristina Seghesso de López Aragón, “Génesis histórica del
Poder Judicial Argentino (1810-1853)”, en El Poder Judicial, Instituto argentino de estudios constitu-
cionales y políticos, Ediciones Depalma, Buenos Aires, 1989, p. 68.
6 La investigación fundadora que tuvo como objeto de estudio la justicia de paz fue la tesis doctoral de
Benito Díaz, presentada en la Universidad de La Plata en 1952 (Benito Díaz, Los juzgados de paz de
campaña de la Provincia de Buenos Aires (1821-1854), Universidad Nacional de La Plata, 1959). Juan
Carlos Garavaglia retomó el tema en el contexto del complejo proceso de construcción de un nuevo
orden jurídico en la campaña bonaerense, analizando la íntima relación entre poder local y poder del Es-
tado (Juan Carlos Garavaglia, “Paz, orden y trabajo en la campaña: la justicia rural y los juzgados de paz
en Buenos Aires, 1830-1852”; “La justicia rural en Buenos Aires durante la primera mitad del siglo XIX
(estructuras, funciones y poderes locales)”, en Poder, conflicto y relaciones sociales. El Río de la Plata,
XVIII-XIX, pp. 57-87 y 89-121, Homo Sapiens, Rosario, 1999). Jorge Gelman estudió a los jueces de paz
como funcionarios leales al gobierno, reconocidos y aceptados por la sociedad, necesarios para lograr la
paz social y construir un nuevo orden legítimo (Jorge Gelman, “Crisis y reconstrucción del orden en la
campaña de Buenos Aires. Estado y sociedad en la primera mitad del siglo XIX”, en Boletín del Instituto
de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, tercera serie, núm. 21, 1.er semestre, 2000,
pp. 7-32) en un período que continuó Andrea Reguera (Andrea Reguera, “Construcción y funciona-
miento de una red de poder egocentrada: la correspondencia de Juan Manuel de Rosas con los jueces de
paz de la campaña bonaerense: 1829-1852”, en Mundo Agrario, [en línea] núm. 21, 2.do semestre 2010,
URL: http://www.mundoagrario.unlp. edu.ar/numeros/no-21-2do-sem-2010). En relación con la supre-
sión de los cabildos y el surgimiento del orden municipal en Buenos Aires, Marcela Ternavasio dedicó
uno de sus trabajos específicamente a los jueces de paz (Marcela Ternavasio, “Entre el cabildo colonial
y el municipio moderno: los juzgados de paz de campaña en el Estado de Buenos Aires, 1821-1854”,
en Marco Bellingeri, Dinámicas de Antiguo Régimen y orden constitucional: representación, justicia y
administración en Iberoamérica, siglos XVIII-XIX, Otto editore, Turín, 2000, pp. 295-334). Otras inves-
tigaciones se sucedieron luego tratando la justicia de paz en el marco de una preocupación común por la
construcción de poder institucional de la campaña bonaerense (Raúl O. Fradkin y María Elena Barral,
“Los pueblos y la construcción de poder institucional en la campaña bonaerense (1785-1836)”, en Raúl
O. Fradkin –compilador– El poder y la vara. Estudios sobre la justicia y la construcción del estado en
el Buenos Aires rural, Prometeo Libros, Buenos Aires, 2007, pp. 25-58); Raúl O. Fradkin –compilador-,
La ley es tela de araña. Ley, justicia y sociedad en Buenos Aires 1780-1830, Prometeo Libros, Buenos
Aires, 2008). En otros casos, la figura del juez de paz ha sido tratada en función de estudios sociales de
los habitantes de la campaña, como por ejemplo Ricardo Salvatore, Wandering Paysanos, Statae order
and subaltern experience in Buenos Aires during Rosas era, Duke University Press, 2003; Carlos Biroc-
co, Del Morón rural al Morón urbano. Vecindad, poder y surgimiento del Estado Municipal entre 1770
y 1895, Buenos Aires, 2009. Ver el trabajo de Melina Yangilevich en este libro.
7 Manuel Ibáñez Frocham, La organización judicial argentina, La Facultad, Buenos Aires, 1938; Os-
valdo Barreneche, “¿Lega o letrada? Discusiones sobre la participación ciudadana en la justicia de la
ciudad de Buenos Aires durante las primeras décadas de la independencia y la experiencia republica-
na”, en Juan Manuel Palacio y Magdalena Candioti –compiladores-, Justicia, política y derechos en
América Latina. Prometeo Libros, Buenos Aires, 2007, pp. 181-202.
182 Justicias situadas
valioso estudio realizado por Raúl Fradkin es un gran aporte sobre la misión del juez
letrado en la campaña y sobre las razones de su fracaso.8 A esta perspectiva social
queremos sumar en nuestra investigación el análisis de la actuación del juez letrado
de primera instancia y del juez de paz lego en un caso concreto, a través de un hallaz-
go realizado en la prensa.
Estos jueces legos y letrados tuvieron su origen en la ley provincial de 1821 que
eliminaba los cabildos; así, los jueces de paz llegaron a reunir numerosas y diversas
funciones de gobierno y policiales.9 A esto se sumaba la estrecha relación entre el
nombramiento de un juez de paz, el avance de la frontera y la conformación del mapa
judicial, pues era una decisión que seguía estando ligada —como había ocurrido con
los alcaldes de hermandad— a la configuración administrativa y política del territorio
de un partido, aun sin tener el juez un pueblo en el cual establecer el juzgado.10
Nota: Los símbolos indican los partidos con juez de paz a cargo.
Fuente: ley del 28 de diciembre de 1821, ley del 22 de enero de 1822 de nombramiento de
los jueces de paz en los tres departamentos de campaña y partidos agregados a la ciudad, y ley
del 7 de febrero de 1822 de cabeceras de Departamento. Según esta ley el partido de Quilmes
quedó agregado finalmente al Departamento de la Capital. Elaboración propia a partir de los
datos de ROPBA, 1821, p. 128; ROPBA, 1822, pp. 16-17, 24. Diseño de Joaquín Aras.
184 Justicias situadas
El mismo texto legislativo que eliminó los cabildos “hasta que la representación
considerara oportuno establecer la ley de Municipalidades”, fue la creación embrio-
naria del Poder Judicial y dio origen a los jueces de paz. Determinaba claramente
sus atribuciones judiciales –todas las demandas que las leyes y la práctica vigentes
declaraban verbales, arbitrando en las diferencias– pero dejaba un marco de duda al
agregar para los jueces de campaña “las de los alcaldes de hermandad que quedaban
suprimidos”. La pregunta es cuáles de esas antiguas atribuciones quedaban implica-
das en “las de los alcaldes de hermandad”, que pasaban al nuevo juez local, y cuáles
al comisario, que también surgía de esa ley.11
Para dimensionar el significado de esta ley, es necesario ponerla en contexto con
la organización del Estado provincial como entidad soberana, que comenzó con un
proceso reformista iniciado en el gobierno de Martín Rodríguez y promovido por
Bernardino Rivadavia, que inspirado en Jeramy Bentham y Destutt de Tracy, devino
en un importante movimiento político y cultural.12 En este proceso, el cabildo debía
ser suprimido no solamente por la superposición de jurisdicciones, sino también por-
que su sustancia histórica lo hacía incompatible con un régimen representativo con
equilibrio de poderes.13
Ante la “novedad y felicidad” de la experiencia política que vivió Buenos Aires
en 1820 de las ruinas dejadas por la crisis, Tulio Halperin Donghi se preguntaba si el
nuevo ordenamiento era fruto de un preciso plan de reconstrucción política y econó-
mica surgido del talento de un hombre o de un equipo político. La “feliz experiencia”
¿se debía a la visión profética, al raro genio de Rivadavia? La respuesta le otorgó una
mayor relevancia a la coyuntura y afirmó que “… lo que hace la originalidad de la
11 Registro Oficial de la provincia de Buenos Aires, 1821, pp. 124-125. La ley organizaba también la alta y
baja policía, la inspección de mercados y abastos en toda la provincia, que quedaban a cargo de un jefe
de policía, con seis comisarios para la capital y ocho para la campaña. En febrero de 1825 se restablecie-
ron los cargos de comisarios de policía de campaña que habían sido suspendidos en noviembre del año
anterior, y asumieron sus funciones los jueces de paz. Lo mismo sucedió con un decreto del 25 de enero
de 1830 que restablecía los comisarios de campaña, eliminados del presupuesto. Pero en 1831, el juez de
paz asumió las funciones policiales y el 17 de febrero el gobierno acordó que los jueces de paz cobraran
el salario de los comisarios. Esta situación se mantuvo hasta la creación de la policía de la Provincia en
1880, pero con la paulatina creación de comisarías en puntos de frontera. Francisco Romay, “Reseña his-
tórica de la policía rural bonaerense”, en Primer Congreso de Historia de los pueblos, Archivo Histórico
de la provincia de Buenos Aires, 1950, pp. 108-138; Raúl O. Fradkin, “Justicia, policía y sociedad rural
en Buenos Aires, 1780-1830”, en M. Bonaudo, A Reguera y B. Zeberio –coordinadoras-, Las escalas
de la historia comparada, tomo I: “Dinámicas sociales, poderes políticos y sistemas jurídicos”, Miño y
Dávila, Buenos Aires, 2008, Las escalas de la historia comparada, pp. 247-284.
12 Hemos desarrollado este tema en María Angélica Corva, Constituir el gobierno, afianzar la justicia,
cit., pp. 57-58.
13 José Carlos Chiaramonte, Ciudades, provincias y estados. Orígenes de la nación argentina, Biblioteca
del Pensamiento Argentino I, Buenos Aires, Ariel Historia, 1997, pp. 180-184.
El primer ensayo de organización judicial para el Estado provincial de Buenos Aires 185
14 Tulio Halperin Donghi, Revolución y Guerra. Formación de una élite dirigente en la Argentina crio-
lla, Siglo XXI, México, 1979, pp. 352-379.
15 Ricardo Piccirilli, Rivadavia y su tiempo, Peuser, Buenos Aires, 1943, tomo II, pp. 22; 27.
16 Enrique M. Barba, “Rivadavia y su tiempo”, en Rivadavia, homenaje de la Facultad de Humanidades
y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional La Plata, 1945, pp. 10; 14-15.
17 Klaus Gallo, “A la altura de las luces del siglo: el surgimiento de un clima intelectual en la Buenos
Aires posrevolucinaria”, en Altamirano, Carlos, Historia de los intelectuales en América Latina I,
Katz Editores, Buenos Aires, 2008, pp. 184-185, 193-194.
18 Klaus Gallo, Bernardino Rivadavia: el primer presidente argentino, Buenos Aires, Edhesa, 2012, p. 77.
186 Justicias situadas
24 Periódico Gaceta de Buenos Aires. Reimpresión facsimilar, Junta de Historia y Numismática Ameri-
cana (dir.), Buenos Aires Compañía Sud-Americana de Billetes de Banco, 1910-1911, tomo VI. (En
adelante Gaceta de Buenos Aires). El editor entre el 12 de septiembre de 1820 y la misma fecha de
1821 fue Manuel Antonio de Castro. 25 de octubre de 1820, “Reflexiones. Sobre la exactitud de los
principios sociales y sobre los vicios que puedan alterarlos”.
25 Oreste Carlos Cansanello, De súbditos a ciudadanos, ensayo sobre las libertades en los orígenes
republicanos 1810-1852, Imago mundi, 2003, Buenos Aires, pp. 153-154.
26 Acuerdos de la Honorable Junta de Representantes 1822, La Plata, Archivo Histórico de la provincia
de Buenos Aires, 1981, (en adelante AHJR, 1822), p. 21.
27 Marcela Ternavasio, “Construir poder y dividir poderes. Buenos Aires durante la “feliz experiencia”
rivadaviana”; en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”,
tercera serie, núm. 26, segundo semestre, 2004, Facultad de Filosofía y Letras, Buenos Aires, pp. 7-43.
En este trabajo la autora analiza el debate sobre el reglamento interno de la Sala, debate que hemos
leído en función de nuestro tema de investigación.
El primer ensayo de organización judicial para el Estado provincial de Buenos Aires 189
28 AHJR, 1822, sesiones del 14 y 15 de junio de 1822, pp. 50-54. Andrés R. Allende, “Introducción. El
período legislativo de 1822 en la provincia de Buenos Aires”, Acuerdos de la Honorable Junta de
Representantes 1822, La Plata, Archivo de la provincia de Buenos Aires, 1981, p. 5.
29 AHJR, 1822, sesiones del 14 de junio de 1822.
190 Justicias situadas
Así planteado el debate, Rivadavia advirtió que el artículo primero solo expresaba
la resolución de la Junta del 17 de julio en 1821, por la cual se había dado autoriza-
ción a los ministros del Ejecutivo para participar de las sesiones con asiento y voto.
Pidió que fuera leída y explicó su interpretación de los alcances. Los ministros podían
asistir con el objeto de ilustrar en materia de interés público, pero no tenían facultad
deliberativa de la ley, por lo que no se entrometían en las facultades privativas del
cuerpo legislativo. Lo más conveniente era conservar esa práctica, dictada por un
acuerdo de la Honorable Junta,
…sin ocurrir a teorías sólo aplicables a las Naciones europeas, que las
habían inventado conforme a la contradicción de intereses de clase, en
que fluctuaban, sólo apelaba al convencimiento íntimo de cada uno de
los señores representantes sobre las ventajas sensibles que se habían
reportado desde que ambas autoridades, sin ceder nada de sus atribu-
ciones respectivas marchaban hacia el fin común a ambas de la orga-
nización conveniente del País, sosteniéndose, auxiliando, e ilustrando
recíprocamente que la historia que recordaba al efecto era breve, pero
muy convincente, […] eran inaplicables esas austeras precauciones
contra las usurpaciones del poder; que si contra alguno debía preca-
verse un País tal cual era el nuestro no era contra el despotismo, que
nunca podía temerse, y era imposible entre nosotros; sino contra el
despotismo de muchos, que es la anarquía, que había causado todos los
males que se lamentaban.30
Rivadavia terminaba su intervención afirmando que la relación entre una y otra au-
toridad debía ser íntima y franca, y a eso apuntaba el artículo, fortaleciendo la publi-
cidad y con ella la confianza pública. Pero, de no aprobarse como estaba, se buscaría
la participación de los ministros por otro artículo que asegurara su asistencia a la
Sala de manera digna y decorosa. A esto respondieron que el hecho de que hasta ese
día hubieran asistido a la Sala, no significaba que debieran hacerlo. Por otro lado la
división de poderes era un dogma en política, que se fundaba en la naturaleza de las
cosas y que no estaba limitada a la circunstancia de cada país. Para quienes se opo-
nían a la intervención de los ministros en la Sala, la confusión de poderes no convenía
a ninguna sociedad.
En la siguiente sesión, del 15 de junio, se planteó si se aprobaba el artículo como
estaba y resultó que no. Entonces Agüero desvió el punto de discusión asegurando
que se estaba tratando una cuestión capital para la administración pública, que debía
formar la base de la Constitución; la composición de la Sala era asunto constitucio-
nal, no del reglamento interno. El artículo fue eliminado por no ser propio de un
demandas verbales. Pero el objetivo era siempre resolver “de un modo suave y ami-
gable” los litigios; además, el asesor debía dejar al alcalde entrante una razón de las
causas pendientes. Contaba el regente con dos ordenanzas para los emplazamientos y
diligencias.33 El alcalde de segundo voto reemplazaba al de primer voto por ausencia,
enfermedad o muerte; contaba con la jurisdicción ordinaria además de tener como
principal tarea la apertura de los testamentos cerrados, la reducción de memorias
simples a escritura pública y todos los asuntos en primera instancia en los cuales
mediaran intereses o persona de menor: era así juez de menores, e intervenía en estas
causas el regidor defensor de menores. Para la administración a su cargo contaba
también con un asesor letrado, en iguales condiciones que el otro alcalde. Es decir
que la ciudad tenía dos jueces de primera instancia, electivos por un año, sin sueldo
y legos, pero que debían ajustarse a derecho con la colaboración de asesores letrados,
aunque no estaban obligados a seguir su dictamen.34
Como ya hemos explicado, la ley que dio origen a los jueces de paz les asignó
a los que tenían jurisdicción en la campaña atribuciones que hasta el momento eran
propias de los alcaldes de hermandad. Para dimensionar el significado de esa “deri-
vación” y comprender por qué fue tan difícil modificar el funcionamiento del mundo
rural, debemos comenzar por conocer a estos actores del mundo colonial. Los alcal-
des de hermandad, con la extensión de sus facultades, fueron decisivos en el orden
institucional que buscaba dar mayor seguridad y estabilidad a la campaña y control a
sus habitantes. La función judicial del alcalde de hermandad quedaba de manifiesto
en el juramento que debían pronunciar al asumir su cargo, según el cual “usaría fiel
33 Ordenanzas provisionales del Cabildo, Justicia y Regimiento de la Ciudad de Buenos Aires, 13 de oc-
tubre de 1814, en Emilio Ravignani, Asambleas constituyentes argentinas seguidas en los textos cons-
titucionales, legislativos y pactos interprovinciales que organizaron políticamente la Nación, tomo VI,
segunda parte, 1810-1898, Talleres S.A. Jacobo Peuser Ltda., Buenos Aires, 1939, pp. 948-959.
34 Esta organización judicial se completaba con el regidor defensor de pobres, el regidor defensor de me-
nores y el síndico personero del común. Todos ellos debían ser preferentemente letrados, y de no serlo
contaban con un asesor letrado. El defensor de pobres atendía el despacho de las causas criminales de
los pobres detenidos en cárceles y hospitales; en lo civil protegía a los esclavos destinados a panade-
rías, en primera y segunda instancias. Era también alcalde de cárcel, y las visitaba personalmente, al
igual que el presidio, los hospitales y hospicios, panaderías y casas de corrección, informándose de los
padecimientos de pobres no solo por las demoras en sus causas sino también por la falta de cumpli-
miento de las ordenanzas del gobierno. El defensor general de menores estaba encargado del cuidado
de huérfanos y pupilos, de la defensa de sus derechos y de sus intereses; debía intervenir en toda causa,
en todas las instancias en que participaran menores y tomar parte siempre que, por negligencia o codi-
cia, los albaceas, tutores o curadores pusieran en peligro sus bienes. Además cuidaba de que los niños
huérfanos accedieran a la educación, “supliendo así la patria por su ministerio la falta de los padres
naturales”, igualmente si los padres fueran incapaces, condenados u ociosos. El síndico, encargado de
vigilar el cumplimiento de las ordenanzas municipales, hacía la personería de la ciudad en todos los
pleitos entre particulares, corporación o comunidad y el Ayuntamiento. Ordenanzas provisionales del
Cabildo, Justicia y Regimiento de la Ciudad de Buenos Aires, Imprenta de Niños Expósitos, Buenos
Aires, 1814, capítulos X, XI y XII, pp. 12-16.
El primer ensayo de organización judicial para el Estado provincial de Buenos Aires 193
35 Raúl O. Fradkin, “Introducción: El poder, la vara y las justicias”, en Raúl O. Fradkin, El poder y la
vara, cit., pp. 9-23.
36 Nueva Recopilación, ley 2, tit. XIII, libro VIII (Novísima Recopilación ley 2, tit. XXXV, libro XII). Se
daba instrucciones a los alcaldes de hermandad para que “procedan en el negocio hasta dar sentencia
definitiva, habiendo primeramente su información cumplida del delito, y procedido simplemente y de
plano, sin estrépito y figura de juicio; y condenen al malhechor a la pena que mereciere de Derecho,
según la cualidad y gravedad del delito cometido, según y como de suso está dicho” (Nueva Recopi-
lación, ley 6, tit. XIII, libro VIII.; Novísima Recopilación ley 5, tit. XXXV, libro XII).
37 Acuerdos del extinguido Cabildo de Buenos Aires (en adelante AEC), serie III, VII, 445. Las referen-
cias a esta fuente fueron tomadas de Ricardo Zorraquín Becú, La organización judicial argentina en
el período hispánico, Librería del Plata, Buenos Aires, 1952, pp. 63-65.
38 AEC, serie II, VII, 169.
39 AEC, serie III, VIII, 327. Actuaban los alcaldes de hermandad por esa delegación como jueces comi-
sionados, ejecutores, aprehensores de reos, escribanos, inspectores de sementeras y ganados y otras
funciones (Abelardo Levaggi, “La Alcaldía de Hermandad en el Virreinato del Río de la Plata (1776-
1810) Casuística y jurisprudencia”, en Revista de Estudios Histórico-Jurídicos (Sección Historia del
Derecho Indiano) XXXI, Valparaíso, Chile, 2009, pp. 321-322). Sobre las características de la Her-
194 Justicias situadas
Pero a fines del siglo XVIII esa competencia le fue cercenada, y quedó limitado a
instruir los sumarios en las causas criminales y recibir las pruebas en las causas civi-
les. La Audiencia de Buenos Aires resolvió el 10 noviembre de 1789 que los alcaldes
de hermandad solo podrían celar los pecados públicos; cuidar de los vagos; prender
infraganti en las causas graves de heridas, muertes o semejantes, después de aprender
al reo y formar sumaria instructiva con los testigos presenciales, y pasarlo luego al
juez dentro de las veinticuatro horas, o a más tardar dentro de tres días.40
Después de la Revolución, la justicia capitular fue mantenida y afianzada en el
Reglamento de institución y administración de justicia de 1812. Los alcaldes de la
Santa Hermandad recuperaron sus antiguas atribuciones jurisdiccionales al recibir
competencia en los asuntos inferiores a cincuenta pesos, cuya sentencia tenía ape-
lación definitiva con los alcaldes ordinarios. Hasta 1821 la máxima autoridad civil
del partido continuó siendo el alcalde de hermandad, nombrado anualmente por el
cabildo de Buenos Aires y elegido entre los notables del vecindario rural. Cumplían
funciones policíacas –perseguir a cuatreros, vagos y gente de mal vivir– y judiciales
–iniciar sumarios, sucesiones y resolver causas por deudas de poca cuantía–, para
lo que solían carecer del nivel de instrucción y de los conocimientos jurídicos, que
adquirieron con la práctica.41 El cargo no era rentado y en algunos casos anteponían
sus intereses personales a los de su función, casi siempre emparentados con las prin-
cipales familias de la zona y apoyados en vastas redes de parientes y aliados. Su
nombramiento confirmaba su poder y su prestigio en el partido.42
Para el ejercicio de sus funciones contaban con una infraestructura escasa o nula.
A excepción de Luján, los partidos rurales no tenían ni casa de justicia ni cárcel públi-
ca, lo que hacía imposible que los alcaldes se transmitieran los pliegos y papeles que
recibían. El escritorio era una mesa de su casa; y un rincón de la cocina o del granero,
el lugar para engrilletar a los presos hasta enviarlos a Buenos Aires. El espacio de
reunión con la vecindad era el atrio de la iglesia o la plaza: en el primero se leían los
bandos de buen gobierno y en la segunda se castigaba públicamente a los reos. Los
alcaldes de hermandad contaban con varios tenientes de alcalde a su servicio, cuya
función era representarlos en toda la extensión del partido, haciendo justicia en su
nombre e informándolos de las novedades acaecidas. Colaboraban también en la mo-
mandad y el cúmulo de funciones delegadas, véase Abelardo Levaggi, “Los Alcaldes de Hermandad
en Buenos Aires en el período hispano. Nuevos aspectos”, en J. Soberanes Fernández y R. Martínez
de Codes –coordinadores-, Homenaje a Alberto de la Hera, UNAM, México, 2008, pp. 421-434.
40 Ricardo Zorraquín Becú, La organización judicial…, cit., pp. 60-69.
41 Según la Nueva Recopilación, los alcaldes de hermandad debían ser elegidos anualmente en número
de dos, entre personas “que no sean Hombres bajos ni viles” sino “de los mejores y más honrados que
hubiere”, ley 1, tit. XIII, libro VIII (Novísima Recopilación ley 1, tit. XXXV, libro XII). Es decir que
no requería ninguna condición de instrucción o conocimiento jurídico previo.
42 Carlos Birocco, Del Morón rural al Morón urbano…, cit., pp. 40-43.
El primer ensayo de organización judicial para el Estado provincial de Buenos Aires 195
43 Carlos Birocco, Del Morón rural al Morón urbano…, cit., pp. 44-53.
44 Magdalena Candioti, Ley, justicia y revolución en Buenos Aires, 1810-1830. Una historia política.
Serie Las tesis del Ravignani, núm. 4, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, 2010, [en línea] http: //
www.ravignanidigital.com.ar/tms/series/tesis_ravig/ltr-004-tesis-candioti-2010.pdf, p. 234.
45 Sesión del 23 de julio de 1821. Acuerdos de la Honorable Junta de Representantes de la Provincia de
Buenos Aires (1820-1821), La Plata, Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, 1933 (AHJR,
1821), p. 190.
46 AHJR, 1821, p. 219.
47 El funcionamiento efectivo de las alcaldías de barrio no se produce hasta 1772. Véase el artículo de
Darío Barriera en este mismo volumen.
196 Justicias situadas
ciones y efectos cuyo eje común fue lograr la legitimidad del nuevo gobierno, que ge-
neró una disputa por la representación política. Considerar la ley de supresión como
parte de un plan prefijado —con fines precisos y orientado por modelos importados
de Europa por Rivadavia— opacó la cuota de improvisación con la que se sancionó la
ley, y se le adjudicó un sentido que excedía sus intenciones originales. En coinciden-
cia con Halperin, sostiene que fue una medida de carácter coyuntural, motivada por
el temor a los acontecimientos previos, y que dejó vacíos normativos cubiertos por
prácticas y costumbres antiguas pues se eliminaron los cabildos y quedó pendiente
el diseño institucional de reemplazo. Pero sin duda la élite porteña no pudo prever la
ausencia de régimen municipal y la vigencia de las instituciones diseñadas para su
reemplazo por más de tres décadas.51
Este último punto es el que nos interesa en este trabajo: la vigencia de institu-
ciones judiciales que pervivieron mucho más de tres décadas. Por esta razón, leímos
minuciosamente el debate de la ley, desplazando la atención de la eliminación de
los cabildos hacia la construcción de la estructura del poder del Estado. El 24 de
noviembre de 1821, el Gobierno presentó una nota para la supresión del cabildo de
Luján, que pasó a la comisión de Idelfonso Raimundo Ramos Mexia y Manuel José
Luzuriaga. Esta se expidió el 26 de noviembre apoyando la propuesta, dado que ese
cabildo habría labrado la ruina de su vecindario. En la sesión del 5 de diciembre fue
leída una nota del Gobierno presentando un proyecto de decreto de dos artículos para
la supresión de los cabildos, a excepción del de la capital (lo que en la práctica signifi-
caba suprimir el de Luján). La comisión interior de la Sala apoyó en todo el proyecto
y el ministro de Gobierno presentó los fundamentos, afirmando que la administración
de justicia en primera instancia no podía ser más viciosa, con hombres que requerían
de asesores para juzgar, lo que dejaba de manifiesto su inhabilidad. El Gobierno tenía
proyectado un reglamento provisorio de administración de justicia para mejorarla, y
otro de policía “que llenase el concepto de su denominación”.52
Julián Agüero no se opuso al proyecto, pero pidió que fuera devuelto al Gobierno
“para que detallara un modo de suplir las funciones que han ejercido aquellos hasta
el presente” respecto de la administración de justicia y el ramo de policía.53 Los
cabildos eran inútiles y no podía haber reforma en un cuerpo donde nada había por
dejar, pues “los defectos estaban en su existencia, porque lo estaban en la naturaleza y
composición esencial de la corporación”. No había solución intermedia: o se dejaban
“con el germen de los males que se quieren remediar” o “era indispensable dar con
51 Marcela Ternavasio, “La supresión del Cabildo de Buenos Aires: ¿crónica de una muerte anunciada?”,
en Boletín del Instituto de Historia Argentina “Dr. Emilio Ravignani”, tercera serie, núm. 21, primer
semestre, 2000, pp. 33-73.
52 AHJR, 1821, p. 329.
53 AHJR, 1821, pp. 330-331; 354-355.
198 Justicias situadas
54 AHJR, 1821, pp. 352-353; 356. Esta postura puede observarse en los proyectos que Manuel Antonio
de Castro presentó como presidente de la Cámara de Justicia entre 1821 y 1822 para la reforma y orga-
nización de la administración de justicia. En ambos el objetivo era extirpar los abusos más notables sin
alterar o transformar sustancialmente el sistema judicial (María Angélica Corva, “Proyectos, ensayos
y legislación…”, cit., pp. 48-50).
55 Valentín Gómez y Julián Segundo Agüero fueron los dos colaboradores más cercanos de Rivadavia,
de sólida educación y avasallante oratoria, que se lucieron en la Sala de Representantes, “teatro de opi-
nión” en el que se debatieron las innumerables reformas llevadas adelante, guiados por el reformismo
ilustrado. El accionar político de Julián Segundo de Agüero había estado movido por la confianza en
la razón y en la Ilustración como programa de gobierno que prometía, en un orden republicano perma-
nente y estable, terminar con el Antiguo Régimen en el Río de la Plata, encauzar por vía institucional
la movilización popular y consolidar la acción política de las élites ilustradas porteñas (Jorge Myers,
“Julián Segundo de Agüero (1776-1851). Un cura borbónico en la construcción del nuevo Estado”, en
El primer ensayo de organización judicial para el Estado provincial de Buenos Aires 199
El curso de los debates continuó y Rivadavia respondió que los cabildos no po-
dían vivir de la usurpación de atribuciones de autoridades y que su existencia era con-
traria a la representación provincial. El ejemplo de Estados Unidos no servía porque
era muy diferente la situación del país a la de aquellos que se hallaban constituidos.56
Entonces el ministro presentó al monstruo amenazante de la anarquía, “más funesto
mil veces que el de la tiranía que se había derrocado”. Desde su perspectiva no había
opción:
…o todo lo representativo en la Honorable Junta y todo lo ejecutivo en
el Gobierno, sin defraudar los derechos del pueblo y los individuales, o
la anarquía, sin que por esto se opusiera a que en tiempo y oportunidad
se establezcan esas representaciones secundarias, que no deben apare-
cer sino estando el orden cimentado.57
En cuanto a los jueces de primera instancia, las discusiones giraron en torno a su sa-
lario y su permanencia: resultaron magistrados letrados, rentados e inamovibles, con
la misma competencia que los alcaldes ordinarios del cabildo.58 La discusión sobre la
inmovilidad dio lugar al debate sobre la independencia del Poder Judicial; defendida
por Gómez, fue contrarrestada por Rivadavia, para quien esa independencia “… no
consistía en la amovilidad de los empleados de él, sino en la inhibición del Ejecutivo
para intervenir en los actos judiciales”.59
Lo que en verdad sorprende es que los jueces de paz no se encontraban en el pro-
yecto legislativo original. Agüero propuso agregar dos artículos por los que en cada
parroquia de Buenos Aires habría un juez de paz y en cada parroquia de campaña el
gobierno establecería los jueces de paz que considerase necesarios según su exten-
sión. Fueron aprobados como artículo sexto con la condición de que, por el artículo
Nancy Calvo, Roberto Di Stefano y Klaus Gallo –coordinadores–, Los curas de la Revolución. Vidas
de eclesiásticos en los orígenes de la Nación, EMECE, Buenos Aires, 2002, pp. 201-246). Valentín
Gómez como legislador propuso junto con Rivadavia una serie de reformas a través de proyectos
republicanos tendientes a modernizar una sociedad con fuertes resabios coloniales. Se nutrieron tanto
del reformismo borbónico como de las ideas del liberalismo y del utilitarismo del Viejo Mundo. En los
debates actuaba con una enorme libertad de pensamiento, al punto de no aceptar todas las propuestas
y proyectos de su facción. Tenía un fuerte espíritu conciliador, que se puso de manifiesto entre las
posturas extremas de Rivadavia que proponía eliminar los cabildos y Anchorena que los preservaba
en nombre de la tradición, a lo que Gómez propuso “reformar” los ayuntamientos al modo de las
municipalidades norteamericanas (Marcela Ternavasio, “José Valentín Gómez (1774-1839) y el valor
de la palabra en la disputa política posrevolucionaria”, en Calvo, Di Stefano y Gallo, Los curas de la
Revolución…, cit., pp. 171-200).
56 AHJR, 1821, pp. 353; 358.
57 AHJR, 1821, p. 359.
58 AHJR, 1821, p. 361.
59 AHJR, 1821, pp. 364-365.
200 Justicias situadas
séptimo, las atribuciones de los jueces de paz hasta la sanción de los Códigos fueran
juzgar en todas las demandas que las leyes y prácticas vigentes declaran verbales,
arbitrar en las diferencias y en la campaña reunieran “las de los alcaldes de herman-
dad” que quedaban suprimidos. Con estos dos artículos y sin mayor discusión, la
Honorable Junta estimó haber llenado los objetos que debía comprender la justicia de
paz en el territorio provincial.60 El artículo siguiente organizaba la alta y baja policía,
la inspección de mercados y abastos en toda la provincia, que quedaban a cargo de un
jefe de policía, con seis comisarios para la capital y ocho para la campaña.61
Las atribuciones del jefe de policía y de los comisarios quedaban en manos del
Gobierno “hasta la sanción de las leyes correspondientes”, y la organización policial
de la campaña tuvo sus ensayos. Nombrados los primeros comisarios de policía en
1822, los cargos fueron suprimidos del presupuesto por una ley del 2 de noviembre
de 1824 “pues lejos de ser necesarios o brindar algún servicio eran perjudiciales”.62 Si
bien quedaban suspendidos desde el 1 de enero de 1825, el servicio no cesó en forma
inmediata: la baja de los comisarios se hizo efectiva a partir del 1 de junio de ese año,
y asumieron sus funciones los jueces de paz.63
Por una ley del 22 de julio y un decreto del 28 de julio de 1825 se restablecieron
las comisarías de policía de campaña, pero su existencia fue inestable y no todos los
comisarios lograron instalarse.64 Un decreto del 25 de enero de 1830 firmado por
Juan Manuel de Rosas dividía la campaña en veintiuna secciones, a cargo de igual
número de comisarios.65 Pero el 17 de febrero de 1831 el Gobierno dispuso el retiro
de algunos comisarios de campaña y acordó que los jueces de paz que desempeñaban
esas plazas cobraran el salario.66 Finalmente, el 6 de octubre de 1836 Agustín Garri-
gos respondió una nota del juez de paz de Flores sobre el decreto de la venta libre
60 AHJR, 1821, p. 363. El texto de la ley sobre la jurisdicción y atribuciones de los jueces de paz abarcó
los artículos 7.°, 8.° y 9.°.
61 Registro Oficial de la provincia de Buenos Aires, 1821, pp. 124-125.
62 Archivo Histórico de la provincia de Buenos Aires (en adelante AHPB). Libro de Actas de la Hono-
rable Junta de Representantes, 1824. En Abelardo Levaggi, “La seguridad de la campaña bonaerense
entre los años 1821 y 1826. Establecimiento, supresión y restablecimiento de las comisarías de cam-
paña”, en Investigaciones y Ensayos núm. 20, 1976, p. 385.
63 Decreto del 28 de febrero de 1825. Art. 1. “Las funciones de los Comisarios de Policía en Campaña se-
rán ejercidas por ahora por los Jueces de Paz, tanto en la parte civil, como en lo criminal y judiciario”.
Registro Oficial de la provincia de Buenos Aires, Año 1825, Buenos Aires, Imprenta del Mercurio,
1874, pp. 14-15.
64 Registro Oficial de la provincia de Buenos Aires, Año 1825, Buenos Aires, Imprenta del Mercurio,
1874, pp. 26-27. Abelardo Levaggi, “La seguridad de la campaña…”, cit., p. 404.
65 Registro Oficial de la provincia de Buenos Aires, Año 1830. Buenos Aires, Imprenta del Mercurio,
1874, pp. 10-11.
66 Registro Oficial de la provincia de Buenos Aires; Año 1831. Buenos Aires, Imprenta del Mercurio,
1874, p. 22.
El primer ensayo de organización judicial para el Estado provincial de Buenos Aires 201
de carne, en nombre del gobernador Juan Manuel de Rosas, la que afirmaba que los
jueces de paz en la campaña estaban encargados de las comisarías.67 Esta situación
se mantuvo hasta la organización de la policía de la provincia en 1880, pero con la
paulatina creación de comisarías en puntos de frontera.68
Esta imposibilidad de concretar una estructura policial fue diagnosticada por el
periódico El Argentino, que en su primer número dedicaba un artículo, titulado “Po-
licía”, a esta cuestión que merecía una atención particular.69 Consideraban que se
hallaba inactiva en la provincia de Buenos Aires y la comparaban con el funciona-
miento de un reloj. No responsabilizaban a los agentes y empleados de la policía de
las irregularidades que sufrían “los resortes de esta máquina”. Por esto había que
analizar el departamento y buscar el defecto en cualquiera de sus partes para entonces
decidir qué medida era necesario adoptar. El diagnóstico era claro: el mal no estaba
en los actores sino en la organización institucional que fallaba desde sus comienzos.
La organización de la policía de campaña se dificultó, según Abelardo Levaggi,
por falta de previsión y precisión en la ley de creación. Si bien la intención había
sido repartir la competencia de los alcaldes de hermandad entre los jueces de paz y
los comisarios, el error estuvo en definir las atribuciones de los jueces de paz como
“las de los alcaldes de hermandad”. Esta frase hacía que no se entendiera qué fa-
cultades quedaban a los comisarios y para el autor la ley determinaba que serían las
“designadas por el gobierno hasta la sanción de las leyes correspondientes”, lo que
a su entender significaba que los jueces de paz recibían todas las atribuciones de los
alcaldes regladas por la ley y la costumbre. Mientras tanto los comisarios “obtuvieron
un cargo en blanco” sujeto a la reglamentación del Poder Ejecutivo.70
Según la letra de la ley esto era así, pero el texto estaba dividido claramente en
tres partes: la supresión de los cabildos (art. 1.°), la administración de justicia (art.
2.°- art. 9.°) y la organización de la policía de la provincia (art 10.°- art. 12.°); la se-
gunda y tercera parte quedaban ligadas por las últimas palabras del artículo noveno,
que definía las funciones judiciales de los jueces de paz y terminaba asignándoles a
los de campaña “las de los Alcaldes de Hermandad que quedaban suprimidos”. En
sentido estricto no se asignaban al juez de paz funciones policiales o de gobierno
y es difícil definir el significado de “las de los Alcaldes de Hermandad”, que podía
referirse solo a distinguir las atribuciones judiciales del juez de paz de campaña o
dejar abierta la posibilidad de que asumieran las funciones que finalmente tuvieron.
Se modificó el sistema, los actores mantenían las atribuciones, pero al ser nombrados
por el Poder Ejecutivo, ya no eran funcionarios populares.
71 El Argentino, Número 17, 22 de abril de 1825, Tomo 1, p. 309. Sobre atropellamiento de un juez de
paz. Carta dirigida al “Señor Argentino”.
72 “Enero 23 de 1824. Nota del Juez de Primera instancia Dr. D. Juan Bautista Villegas, participando al
Gobierno que en virtud de haber recaído el nombramiento de Juez de Paz de San Nicolás en la persona
de D. Luis Bustamante, cuyo individuo tiene una causa abierta y por lo que ha estado preso, y hace muy
pocos días se le puso en libertad bajo fianza carcelera, ha suspendido por ahora el que dicho Bustamante
se reciba del cargo de Juez de Paz para que ha sido nombrado, hasta tanto la Superioridad en vista de lo
expresado, se sirva determinar lo más conveniente al bien público”. Nota N.º 53, Índice del Archivo del
Departamento General de Policía, desde el año 1812. Buenos Aires, La Tribuna, 1858, p. 27.
El primer ensayo de organización judicial para el Estado provincial de Buenos Aires 203
por el comandante militar Cipriano Zevallos –al que Rodríguez le había dicho que
era inútil su plaza– que con sus oficiales asaltó “la guardia para dar colorido a la im-
postura de que yo era un caudillo de revolucionarios”.73 Enviado a Buenos Aires, la
Cámara mandó a sobreseer la causa y a ponerlo en libertad “pasándole una acordada
al Juez de Paz para que en lo sucesivo no proceda a la prisión de persona y sumario
escrito por injurias verbales sin querella de parte constante en el mismo proceso”.
Finalmente insistía en que no debía ejercer autoridad quien tenía sentencia por causa
criminal y abusaba de su cargo desahogando “con ruines venganzas sus sentimientos
personales”.74
Casi un mes después, en “El Avisador Universal” de El Argos de Buenos Aires, se
presentó el juez de paz de San Nicolás respondiendo a las acusaciones de Rodríguez,
debido a que “por las contradicciones en que se envuelve el tenor de esos libelos,
como por el signo que demarca su autor, la posición en que me hallo no me permite
desentenderme absolutamente”.75 Ponía al pueblo como testigo de las operaciones de
su acusador, conociendo las falsedades de sus escritos, y a los magistrados superiores
de la provincia por “la descarada vergüenza con que se refiere a ellos” al decir que
era “un hombre procesado, condenado por los tribunales por comprador de cueros ro-
bados”. Pero era mentira y debía desengañar a los que habían leído el periódico. Por
ello explicaba que Pedro Rodríguez, “a quien todos conocemos, y nadie sabe quién
es”, estaba en la ciudad de San Nicolás sin destino ni ejercicio alguno, como otros
aventureros que se instalaban en pueblos pequeños para vivir del enredo. El coman-
dante de Patagones le había dado una “zurribanda y prisión por inquieto, caviloso,
enredador, y malvado”, expresado esto en una nota al gobierno del comandante el 5
de junio de 1822, aconsejando que no habitara pueblos pequeños y pacientes por sus
vicios y defectos, siendo raro el día que no se excedía en la embriaguez.
73 La actitud del comandante y sus oficiales puede comprenderse por los aspectos que Gabriel Di Meglio
estableció en la relación entre la plebe urbana y la política. En 1820 los cuerpos cívicos controlaron
por momentos la situación política de la ciudad, lo que generó temor en la elite y llevó al surgimiento
del Partido del Orden, después de la represión en octubre en que los plebeyos tuvieron un rol fun-
damental. Entonces la conflictividad social ocupó un lugar en la actividad política y varios plebeyos
incrementaron su animadversión contra los aristócratas que lo formaban (que serían luego unitarios),
y creció su adhesión al Partido Popular, más tarde federal, preocupado por problemas populares y
por defender la Revolución. Esta actitud plebeya implicaba un alineamiento con los miembros de la
elite más cercanos a sus necesidades. Así se identifican plebeyos con federalismo (Gabriel Di Meglio,
¡Viva el bajo pueblo! La plebe urbana de Buenos Aires y la política entre la Revolución de Mayo y el
Rosismo, Prometeo Libros, Buenos Aires, 2006, pp. 309-318).
74 El Argentino, Número 18, 29 de abril de 1825, Tomo 1, pp. 325-326.
75 El Argos, N.º 152, 21 de mayo de 1825, pp. 179-180. El Avisador Universal. Remitido. San Nicolás,
mayo 12 de 1825. Quien firma como juez de paz de San Nicolás es Luis Bustamante, nombrado por el
gobierno delegado el 3 de enero de 1825. Registro Oficial de la provincia de Buenos Aires, Año 1825,
Buenos Aires, Imprenta del Mercurio, 1874. p. 5.
204 Justicias situadas
Presentado Rodríguez como vago, pasó el juez a contar su versión de los hechos.
Se había presentado a su juzgado de paz Pedro José Jaureguí, reclamando contra José
Planes el cumplimiento de un contrato escrito en papel simple, firmado por el último
con Rodríguez como testigo. Habiendo hecho lo que estaba a su alcance para reducir
a un acomodamiento amistoso a Jaureguí y Planes, todo fue inútil. En su carácter
de juez de paz, no podía determinar si a la firma del contrato San Nicolás se hallaba
provisto de papel sellado, y determinó imponer a los firmantes la pena que prescribía
el artículo cinco de la ley del 5 de diciembre de 1821,76 incluyendo a Rodríguez. Re-
conoce que en ello pudo haber errado porque no incluía a los testigos, “pero a un juez
lego no puede ese error acusarle de crimen”, porque el artículo decía “los que firmen
documento en papel que no corresponda, o los oficiales públicos que los admitan”, y
el documento estaba firmado por Rodríguez, al que le impuso la pena. Pero él, en vez
de apelar, recurrió a denuestos contra su persona y desvergüenzas contra la autoridad.
Por esto lo mandó arrestado, como constaba en el sumario, a lo que se sumaba haber
insultado al comandante y oficiales de la fuerza cívica que guardaban la ciudad y que
auxiliaban las providencias de los jueces para que se mantuvieran el orden. Por esta
razón lo mandó preso a la capital, a disposición del Superior Tribunal de Justicia.77
El tribunal actuó como indicaba Rodríguez, y Bustamante se justificaba diciendo
“¿pero un comerciante, qué sabe de querella de parte constante en el mismo proceso?
Lo sabré en los sucesivo”. No obstante, a su entender la prisión de Rodríguez había
sido justa, pues con ella compurgó sus excesos, no siendo víctima de afecciones
indignas sino solo objeto del “ejercicio del poder de la autoridad pública” en un
criminal. Rodríguez además expresaba de palabra y por escrito que Bustamante no
podía ser juez de paz, por ser un hombre procesado y condenado por los tribunales,
por comprador de cueros robados.
El superior gobierno que me nombró juez de paz, y el superior tribunal
de justicia ante quien me recibí del cargo son los verdaderamente ofen-
didos, pues lo que afirma Rodríguez tiene una tendencia a contrariar, o
descaminar las operaciones de las primeras magistraturas que presiden
la provincia.78
76 Ley “Papel sellado”, 7 de diciembre de 1821, pp. 107-110. Registro Oficial de la provincia de Buenos
Aires, 1821. Art. 5 “Los que firmen documentos en papel que no corresponda, y los Oficiales públicos
que los admitan, pagará cada uno el céntuplo del valor del sello al que se comprobare”.
77 La Cámara de Justicia resolvió “dándose por compurgado el exceso que del sumario resulta, con la
prisión que ha sufrido, y apercibiéndosele para que en adelante guarde el respeto y moderación debi-
do a los jueces y personas constituidas en autoridad pública. Se previene al señor juez de paz de San
Nicolás de los Arroyos, no proceda a la prisión de personas y sumario escrito por injurias verbales sin
querella de parte constante en el mismo proceso, y diríjasele el oficio acordado”.
78 El Argos, N.º 152, 21 de mayo de 1825, pp. 179-180.
El primer ensayo de organización judicial para el Estado provincial de Buenos Aires 205
79 El Argentino, N.º 24, 11 de junio de 1825, pp. 417-419. “Contestación que da el Dr. Juan Bautista Vi-
llegas, exjuez de 1ª instancia del tercer departamento de campaña, al remitido de D. Luis Bustamante,
inserto en el Argos Nº 152”. El Argentino, N.º 25, 18 de junio de 1825, pp. 437-441.
206 Justicias situadas
otros valiéndose de ese arbitrio para salvar una parte de los cueros robados acopia-
dos en la barraca. Viendo “burlada su vigilancia”, el juez se dirigió al puerto con los
hacendados que realizaron la denuncia e hizo desembarcar los cueros. Revisados uno
por uno, reconoció en efecto una gran porción de ellos a los que les faltaba la con-
tramarca o estaban contramarcados con varilla, cuchillo u otro instrumento, con una
marca diferente a la legítima.
El juez de paz se acercó al cuerpo del delito por medio del reconocimiento de la
barraca, en el que encontró “con las formalidades acostumbradas” más de 800 cueros
mal habidos a vista de un sinnúmero de espectadores. Lo peor del delito era que los
cueros tenían a fuego la letra P, marca de San Nicolás y contramarca de los cueros
del matadero, por lo que o tenía una marca falsa similar o el juez de paz anterior era
cómplice en este delito, pues era de su cargo conservar en sus manos dicha marca
…como depósito sagrado, y debiendo el uso de ella en señalar limita-
damente sólo los cueros vacunos de reses consumidas en el abasto de
aquel pueblo, y esto después que el abastecedor justifica que las reses
traídas al mercado son compradas a sus legítimos propietarios, abusó
de la confianza pública marchamando con ese sello público hasta los
cueros caballares como si fueren provenientes de reses de consumo.80
El reconocimiento de los cueros demostró que eran viciosos, y se procedió al embargo.
Pero el juez letrado se hallaba accidentalmente en Buenos Aires y no recibió el parte
circunstanciado de lo ocurrido hasta su regreso a San Nicolás, donde había fijado su re-
sidencia.81 Mientras tanto se generó un ruidoso conflicto entre el juez de paz y el jefe del
departamento de policía sobre la competencia en el reconocimiento y embargo de los
cueros. Cuando Villegas llegó a la sede de su juzgado, el primer paso que dio fue sus-
pender lo actuado y dar conocimiento al gobierno, que no hizo lugar a la recusación que
del juez había realizado Bustamante. Resolvió, previa vista fiscal, que Villegas debía
conocer en la causa, pero —y he aquí lo llamativo— asociado de dos vecinos honrados
sacados por sorteo, para alejar todo temor infundado del recusante. Entre tanto el acu-
sado no dejaba de quejarse en público y en privado contra los procedimientos del juez
de paz, “calificándolos de actos atentatorios, imposturas, y persecuciones de familia”.
tario del proyecto de ley penal de robos y hurtos presentado por la Cámara de Justicia
al Gobierno y que habían publicado completo comenzando en el número del 21 de
mayo de 1825. En relación con el caso presentado, nos interesa destacar que ante una
campaña infestada de ladrones cuatreros, que exigía el castigo de los delincuentes
y la garantía de sus propiedades, el periódico rechazaba el proyecto de la Cámara
y proponía dos medidas que debía tomar el Gobierno: la organización de un modo
sólido y práctico de la policía de la campaña y los juicios criminales realizados por
jurados. En cuanto al robo de ganado, el castigo no debía aplicarse solo a la persona
del criminal que ejecutaba el delito, porque
…el hombre puede entregarse al robo tomando medidas o precau-
ciones para no ser sorprendido, para hacer que otros aparezcan como
instrumentos o actores mientras él se aprovecha seguro de los frutos
de sus maldades. Cuatro infelices comprados, serán los ejecutores del
robo de una hacienda, que será entregada a un salador, a un abastece-
dor o a un comerciante, y facilitándole a tres de ellos el que no sean en-
contrados o por la fuga, o porque entregan a otros para acarrear la tropa
de ganado, aunque el restante declare la verdad, no podrá justificarse
el delito al mayor criminal: este seguirá en su intento, y apoyado en la
buena opinión que le dará el capital que haya formado a costa de los
honrados vecinos de la campaña. Si, a costa del oro, porque él es el que
da el honor, el concepto y la buena fama en este país donde el egoísmo
y la miseria quieren levantarse sobre la ilustración y la sana moral.84
Conclusión
Los pocos años que transitamos en este trabajo fueron una encrucijada de opciones
para sus protagonistas. La opción monárquica había quedado atrás y el proyecto libe-
ral encaraba la construcción de un régimen republicano con tres poderes, que intenta-
ban aplicar al Estado provincial para luego proyectarlo a lo que pensaban y definían
como país. Las discusiones se daban en un juego entre la postura de Rivadavia y la
de los dos representantes en apoyo u oposición a su proyecto, que eran Agüero y
Gómez. La primera decisión que debía tomarse definiría la relación entre los poderes
Ejecutivo y Legislativo. De todas las teorías del Estado esgrimidas para controlar el
poder estatal y poner límite a su ejercicio, la más significativa fue la doctrina de la
separación de poderes en tres ramas o departamentos, llamados Legislativo, Ejecuti-
vo y Judicial. A cada rama le correspondía una función y debía limitarse a cumplir la
que le era propia, sin interferir en la función de las otras dos. Pero la teoría del Estado
mixto —y en su versión posterior, la teoría de frenos y contrapesos— introdujo en la
en papel sellado, contra amenaza de multa, pero las distancias y la carencia de una
burocracia estatal hacía en muchos casos imposible que todos los partidos contaran
con él. En segundo lugar, el juez de paz era lego, lo que le permitía ante los errores
que cometía en la administración de justicia, ampararse detrás de su desconocimiento
de la ley y recibir solo acordadas correctivas del Tribunal Superior. En tercer lugar,
el problema fundamental que debía enfrentarse en la campaña era la defensa de la
propiedad, constantemente amenazada por “ladrones cuatreros”. Finalmente el juez
de primera instancia venía de Buenos Aires y se instalaba en el pueblo, mientras que
el juez de paz era vecino de la comunidad.
La cuestión planteada era mucho más compleja que el simple robo de ganado,
pues la construcción de la figura delictiva del vago y los mecanismos organizados
para su detención no alcanzaban a resolver la participación de vecinos respetables,
que construían su buen nombre con las ganancias que esta actividad les generaba,
menos aún si se trataba de un juez de paz. Es obvio que no todos los jueces serían
deshonestos, pero los mecanismos utilizados por uno de ellos nos permiten observar
las falencias del sistema. A esto se sumaba que los jueces de primera instancia rurales
no lograron penetrar en las relaciones locales y no tuvieron apoyo de Buenos Aires
para afirmar su autoridad, cuando la Cámara de Apelaciones les asignaba dos vecinos
asociados para resolver una causa o modificaba sus sentencias.
El Gobierno conformó un poder para cumplir con un proyecto, poniendo su cuota
de improvisación en la organización y el funcionamiento de la administración de
justicia y de la policía, y prometió —como sucedió a lo largo de todo el siglo XIX—
que se afrontaba la coyuntura con una estructura que prontamente iba a ser mejorada.
En cuanto al juez de paz, el barrido realizado en un buen número de periódicos entre
1812 y 1825, como el agregado a último momento de los artículos de la ley que los
creaba, nos permite afirmar que la base de la pirámide judicial no provocaba gran
preocupación, ya que tanto los alcaldes de hermandad como los jueces de paz pasan
desapercibidos. Ahora bien, observada la justicia en marcha, el juez de paz tenía
funciones judiciales propias y delegadas definidas que permanecieron y fueron fun-
damentales, aunque le fueran asignadas atribuciones de gobierno y policiales.
El 22 de noviembre de 1824 el gobernador de la provincia Gregorio de las Heras
presentó a la Sala de Representantes el proyecto por el cual los juzgados de campaña
quedaban suprimidos a partir del 1 de enero de 1825 y la justicia de primera instan-
cia era asignada a cuatro jueces letrados con residencia en la capital –dos en causas
criminales y dos en causas civiles– con el auxilio de los jueces locales.90 Cuando el
90 Nota de elevación y proyecto de ley, Buenos Aires, 22-XI-1824, Archivo Histórico de la provincia de
Buenos Aires C 48-A 4-L34- exp. 237. Registro Oficial de la provincia de Buenos Aires, Año 1825,
Buenos Aires, Imprenta del Mercurio, 1874. p. 107. El gobierno acusa recibo de la ley sancionada
con el fin de reglar la administración de justicia ordinaria en la provincia, Buenos Aires, 25-XI-1824,
Archivo Histórico de la provincia de Buenos Aires C 48-A 4-L34- exp. 241.
212 Justicias situadas
proyecto de ley fue presentado en la Sala, el ministro expuso que “los puntos que
aquella contenía no eran sino la expresión de la voluntad manifestada por los S.S.
R.R. cuando se trató en el presupuesto la asignación de los jueces”. Después de dar
lectura al texto, remarcó la necesidad de su sanción para reglar la magistratura. La
ley fue aprobada con poca discusión, sin ninguna modificación, y los jueces letrados
fueron eliminados de la campaña hasta 1854.91
El juez de primera instancia letrado Juan Bautista Villegas, hizo todo lo que es-
taba a su alcance para administrar justicia –aun recurriendo a la prensa cuando dejó
su juzgado–, y repasado este caso (aunque sea uno), la falta de letrados y las dis-
tancias entre los vecinos y los tribunales no alcanza para explicar su eliminación de
la campaña bonaerense. Tampoco el argumento del ministro sobre una cuestión de
presupuesto. Los tres argumentos son válidos, pero tal vez el problema de fondo fue
que en la obsesión republicana de Rivadavia, la decisión de organizar los poderes
provinciales sin sancionar una carta constitucional y de posponer la organización mu-
nicipal significó, como había anunciado El Censor en 1812, “anteponer los efectos a
la causa”. Esta “falla genética” fue un problema que arrastró la provincia de Buenos
Aires, tal como quedó expresado por sus constituyentes reunidos en 1873 “…con el
objeto de constituir el mejor gobierno de todos y para todos, afianzar la justicia…”.
91 AHPB, Libro de Actas de la Honorable Junta de Representantes, 1824, manuscrito, fs. 308-309.
Los jueces letrados de Buenos Aires durante el rosismo.
Perfiles, trayectorias y vínculos1
Melina Yangilevich
L
Introducción
os estudios prosopográficos fueron utilizados como vías para reconstruir las
trayectorias y características comunes de un determinado grupo de personas
mediante el estudio colectivo de sus vidas.2 Esta herramienta contribuyó a la
reconstrucción de trayectos biográficos vinculados con las posibilidades existentes
para los sujetos así como con sus aptitudes.3 En el ámbito de la historiografía argen-
tina, su utilización dio lugar a una serie de trabajos por demás fructíferos, orientados
principalmente al estudio de elencos políticos en diferentes períodos y contextos,4
aunque también se la empleó para analizar diversos aspectos de las sociedades pasa-
das.5 En el presente trabajo apelaremos a la prosopografía para indagar en un grupo
específico: los jueces letrados y camaristas durante el período que abarcaron los dos
gobiernos de Juan Manuel de Rosas en la provincia de Buenos Aires.
1 Una versión previa de este trabajo recibió los generosos comentarios y sugerencias de Juan Carlos
Garavaglia y Carolina Piazzi. Los errores y omisiones corren por mi cuenta.
2 Lawrence Stone, “Prosopografía”, en El pasado y el presente, FCE, México, 1986, p. 61.
3 Christophe Charle, Los intelectuales en el siglo XIX. Precursores del pensamiento moderno, Siglo
XXI, Madrid, 2000; “A prosopografia ou biografia coletiva: balanço e perspectivas”, en Flávio Heinz
(org.), Por outra história das elites, Editora FGV, Rio de Janeiro, 2006, pp. 41-54.
4 Ver entre otros: Darío Cantón, El parlamento argentino en épocas de cambio, 1890, 1912, 1946,
Del Instituto, Buenos Aires, 1966; Gardenia Vidal, Radicalismo de Córdoba, 1912-1930. Los grupos
internos: alianzas, conflictos, ideas, actores, UNC, Córdoba, 1995; Oscar Aelo, “Apogeo y ocaso de
un equipo dirigente: el peronismo en la provincia de Buenos Aires, 1947-1951”, en Desarrollo Econó-
mico, Vol. 44, N.º 173, abril-junio de 2004, pp. 85-107; Valentina Ayrolo, Funcionarios de Dios y de
la República. Clero y política en la experiencia de las autonomías provinciales, Biblos, Buenos Aires,
2007 y Marcela Ferrari, Los políticos en la república radical. Prácticas políticas y construcción de
poder, Siglo XXI, Buenos Aires, 2008.
5 Leandro Losada, La alta sociedad en la Buenos Aires de la Belle époque, Siglo XXI, Buenos Aires,
2008.
214 Justicias situadas
En cuanto problema histórico, el rosismo es uno de los que mayor atención recibió
por parte de la literatura especializada. Entre los diferentes análisis la administración
de justicia de paz ocupó un rol relevante. En buena medida, las mejores reflexiones
sobre las prácticas políticas y las formas de ejercer el poder por parte del entonces go-
bernador provinieron de estudios que tuvieron como eje la justicia lega.6 La justicia
letrada, por otra parte, no fue objeto de estudios sistemáticos de un modo equivalente.
Si bien hoy conocemos en profundidad —especialmente para los partidos de antigua
ocupación— la forma en la que estaba organizada la justicia de paz, cuál era el perfil
de esos jueces, cómo administraban justicia así como la multiplicidad de actividades
que desplegaban, sabemos mucho menos sobre la justicia letrada, sus integrantes y
los modos en los que ejercían sus funciones.
En tal sentido, el propósito central del trabajo consiste en avanzar en el cono-
cimiento de algunos de esos aspectos. Específicamente, el perfil profesional de los
jueces letrados que desempeñaron su cargo en los juzgados civiles y criminales, así
como de quienes integraron la Cámara de Justicia entre 1830 y 1852. Para ello se
consideraron datos de filiación, origen, formación universitaria, cargos desempeña-
dos en la esfera judicial y en otros ámbitos. Al mismo tiempo se procura establecer el
recorrido en las historias de vida de los jueces y la existencia de “familias judiciales”7
en relación con los vínculos de sangre y de otro tipo, no solo en esta etapa sino tam-
bién en el período anterior y el posterior. En el análisis se considera el contexto polí-
tico y sus variaciones durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, quien se erigió
como la última instancia judicial —específicamente la criminal— mientras ejerció
las facultades extraordinarias otorgadas por la Sala de Representantes.8 Tal decisión
6 Ver entre otros: Juan Carlos Garavaglia, Poder, conflicto y relaciones sociales, el Río de la Plata
(siglos XVIII-XIX), Homo Sapiens, Rosario, 1999; Jorge Gelman, “Crisis y reconstrucción del orden
en la campaña de Buenos Aires. Estado y sociedad en primera mitad del siglo XIX”, en Boletín del
Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, 3.a serie, 1.er semestre de 2000,
pp. 7-32; Sol Lanteri, Un vecindario federal. La construcción del orden rosista en la frontera sur de
Buenos Aires (Azul y Tapalqué), Centro de Estudios Históricos, Córdoba, 2011.
7 Magadalena Candioti “Los jueces de la revolución: pertenencia social, trayectorias políticas y saberes
expertos de los encargados de hacer justicia en Buenos Aires (1810-1830)”, en Mónica Alabart, María
Alejandra Fernández y Mariana Pérez (comps.) Buenos Aires, una sociedad que se transforma. Entre
la colonia y la Revolución de Mayo, Prometeo, Universidad Nacional de Gral. Sarmiento, pp. 287-
324.
8 La intervención de Rosas en la administración de justicia se verificó con mayor incidencia en la esfera
criminal, donde en ocasiones dictaba sentencia. Ver Silvia Ratto, “Los caminos de la justicia. Nego-
ciaciones y penalización en los conflictos interétnicos en la campaña bonaerense (primera mitad del
siglo XIX)”, en Judith Farberman y Silvia Ratto (comps.), Historias mestizas en el Tucumán colonial
y en las pampas, Biblos, Buenos Aires, 2009, pp. 145-168; y Melina Yangilevich, “La justicia de paz
en la construcción estatal al sur del río Salado (Buenos Aires, 1ª mitad del siglo XIX)”, en Carolina
Piazzi (coord.), Modos de hacer justicia. Agentes, normas y prácticas (Buenos Aires, Tucumán y Santa
Fe durante el siglo XIX), Prohistoria, Rosario, 2012, pp. 75-92.
Los jueces letrados de Buenos Aires durante el rosismo 215
9 Silvia Romano “Instituciones coloniales en contextos republicanos: los jueces de la campaña cordo-
besa en la primeras décadas posrevolucionarias”, en Fabián Herrero (comp.), Revolución: política e
ideas en el Río de la Plata durante la década de 1810, Ed. Cooperativas, Buenos Aires, 2004, pp.
167-200. Se sugiere la lectura de los textos de Eugenia Molina, María Paula Parolo y Griselda Pressel
incluidos en Darío Barriera (coord.), La justicia y las formas de la autoridad. Organización política
y justicias locales en territorios de frontera. El Río de la Plata, Córdoba, Cuyo y Tucumán, siglos
XVIII y XIX, ISHIR/CONICET/Red Columnaria, Rosario, 2010; Gabriela Tío Vallejo, “Una justicia
de vecinos en la ‘república armada’, Tucumán, 1820-1852”, en Carolina Piazzi (coord.), Modos de
hacer justicia, cit., pp. 25-44; Darío Barriera, cap. V “La ilustre y fiel Villa del Rosario (1823-1852)”,
en Darío Barriera (dir.), Instituciones, Gobierno y Territorio. Rosario, de la Capilla al Municipio
(1725-1930), ISHIR/CONICET, Rosario, 2010, pp. 51-63.
10 Valentina Ayrolo y Eduardo Míguez, “Reconstruction of the Socio-Political Order after Independence
in Latin America. A Reconsideration of Caudillo Politics in the River Plate”, en Jahrbuch für Ges-
chichte Lateinamerikas, núm. 49, 2012, pp. 107-132.
11 Gabriela Tío Vallejo, “La administración de justicia y la experiencia de las autonomías provinciales
en el Río de la Plata. El caso de Tucumán”, en Revista de Historia del Derecho, núm. 36, 2008, pp.
365-398.
12 Alejandro Agüero, “Tradición jurídica y derecho local en época constitucional. El “Reglamen-
to para la Administración de justicia y policía en la campaña” de Córdoba, 1856”, en Revista
de Historia del Derecho [on line] http://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pi-
d=S1853-17842011000100001, núm. 41, 2011, [consulta: 23 de junio de 2013], pp. 1-43.
216 Justicias situadas
13 Vicente Cutolo, Argentinos graduados en Chuquisaca, Elche, Buenos Aires, 1963 y Nuevo dicciona-
rio biográfico argentino (1750-1930), Editorial Elche, Buenos Aires, 1968. Julio Muzzio, Diccionario
Histórico y Biográfico, Librería La Facultad, Buenos Aires, 1920.
14 Jorge Myers, Orden y virtud. El discurso republicanos en el régimen rosista, Universidad Nacional de
Quilmes, Bernal, 1995, pp. 73-74.
15 Ricardo Salvatore, “‘El imperio de la ley’. Delito, Estado y Sociedad en la era rosista”, en Delito y
sociedad. Revista de Ciencias Sociales, números 3/4-5, 1993-1994, pp. 93-108.
16 Rosas determinó que en las comunicaciones oficiales debían consignarse los años transcurridos desde
la Revolución de Mayo, la Declaración de la Independencia y el inicio de su propio gobierno.
17 Recopilación de las leyes y decretos promulgados en Buenos Aires, desde el 25 de mayo de 1810,
hasta fin de diciembre de 1840, Imprenta del Estado, Buenos Aires, 1841.
Los jueces letrados de Buenos Aires durante el rosismo 217
25 Magdalena Candioti, “‘Reformar útilmente la justicia’: Jueces y Leyes en la construcción del Estado
en Buenos Aires en la década de 1820”, en Marta Irurozqui y Mirian Galante (eds.), Sangre de Ley.
Justicia y violencia en la institucionalización del Estado en América Latina, siglo XIX, Madrid, Co-
lección Pasaje América, 2010, pp. 97-130.
26 José Carlos Chiaramonte, Ciudades, provincias y estados. Orígenes de la nación argentina, Ariel,
Buenos Aires, 1997.
27 Marcela Ternavasio, La revolución del voto. Política y elecciones en Buenos Aires 1810-1852, Buenos
Aires, Siglo XXI, 2001.
28 Marcela Ternavasio, “La supresión del Cabildo de Buenos Aires. ¿Crónica de una muerte anuncia-
da?”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana ‘Dr. Emilio Ravignani’, 3.a serie, núm.
21, 1.er semestre de 2000, pp. 33-73.
29 Raúl Fradkin, “Justicia, policía y sociedad rural. Buenos Aires, 1780-1830”, en Marta Bonaudo, et.
al., (coords.), Las escalas de la historia comparada, tomo 1, Buenos Aires, Miño y Dávila editores,
2008, pp. 247-284; Alejandra Rico, Policías, soldados y vecinos. Las funciones policiales entre las
reformas rivadavianas y la caída del régimen rosista. Tesis de Maestría, Universidad Nacional de
Luján, 2008.
30 María Elena Barral y Raúl Fradkin, “Los pueblos y la construcción de las estructuras de poder ins-
titucional en la campaña bonaerense (1785-1836)”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y
Americana”, Tercera Serie, núm.27, 1.er semestre, 2005, pp. 7-48. Para el caso de la justicia de paz en
la ciudad de Buenos Aires consultar el texto de Sofía Gastellu incluido en este volumen.
Los jueces letrados de Buenos Aires durante el rosismo 219
político, en el cual el poder de las autoridades era todavía precario. Esta problemática
se reveló especialmente en el espacio rural donde los jueces letrados continuaron
solo por tres años.31 De esta manera, jueces de paz y comisarios –aunque estos no por
mucho más tiempo– permanecieron como los encargados del orden en la campaña.
Los primeros asumieron progresivamente las tareas policiales, en parte debido a su
arraigo en las comunidades donde desempeñaban sus cargos, aunque dicho proceso
fue gradual y con ritmos propios en cada uno de los partidos de la provincia.
La década de 1820, que se inició con una profunda crisis política, continuó con
un período de cierta estabilidad y culminó con la muerte del gobernador Manuel
Dorrego a manos de Juan Lavalle. Este baño de sangre y la crisis que generó fue el
contexto en el que se dio el ascenso de Juan Manuel de Rosas como el hombre fuerte
de la provincia.32 En su opinión, el ámbito de la justicia era uno de los que necesitaba
su intervención inmediata. En tal sentido, el 5 de marzo de 1830 promulgó un decreto
según el cual la Cámara de Justicia pasaría a estar integrada por siete jueces en lugar
de cinco, junto con un fiscal criminal y otro para los asuntos civiles y de hacienda
pública.33 A los jueces que ya la integraban —Manuel Antonio de Castro, Gregorio
Tagle, Manuel Villegas, Felipe Arana y Vicente López—34 se sumaron Juan José Cer-
nadas y Tomás Anchorena, José Ramón Ugarteche como fiscal en lo criminal y Pedro
José Agrelo como secretario del tribunal.35 La reforma fue amplia e implicó más que
la incorporación de dos jueces que contaban con la confianza del gobernador.36 La
Cámara había sido escenario de cambios importantes antes de su ampliación. Vicente
López reemplazó a Francisco Castellanos –desterrado por Rosas– y Felipe Arana a
Juan García de Cossio. Otra de las modificaciones relevantes se dio en 1832 y consis-
tió en que la presidencia del organismo dejó de considerarse como perpetua, sino que
sería anual y decidida por el gobernador.37 Aún más, el decreto sostenía que la pre-
sidencia ejercida por Antonio de Castro –quien falleció ese año– fue “una concesión
especial”. La decisión de Rosas implicó dejar de lado el principio de inamovilidad de
31 Raúl Fradkin, “¿Misión imposible? La fugaz experiencia de los jueces letrados de Primera Instancia en
la campaña de Buenos Aires (1822-1824)”, en Darío Barriera (comp.), Justicias y fronteras. Estudios
sobre historia de la justicia en el Río de la Plata. Siglos XVI-XIX, Editum, Murcia, 2009, pp. 143-164.
32 Pilar González Bernaldo, “El levantamiento de 1829, el imaginario social y sus implicaciones políti-
cas en un conflicto rural”, en Anuario IEHS, núm. 2, 1987, pp. 137-176.
33 Recopilación de las leyes y decretos promulgados en Buenos Aires..., cit., Vol. núm. 2, p. 1043.
34 En 1830 López también se desempeñaba como diputado en la Sala de Representantes. Ver Marcela
Ternavasio, “Nuevo régimen representativo…”, cit., p. 101.
35 Manuel Ibáñez Frocham, La organización judicial…, cit., p. 212.
36 Tomás Anchorena era primo de Rosas y como diputado llevó adelante la iniciativa para el otorgamien-
to de las facultades extraordinarias al gobernador.
37 Decreto 10/9/1832, en Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires, 1831-1835, Imprenta del
Mercurio, Buenos Aires, p. 38.
220 Justicias situadas
38 El principio de inamovilidad de los jueces fue incluido entre otros, como el principio de la soberanía
popular, el establecimiento del ministerio público, la instrucción criminal rápida y secreta y el sistema
de jurados, en el Plan de organización judicial para Buenos Aires elaborado por el jurista francés
Guret Bellemare publicado en 1829. Para un análisis del texto ver Magdalena Candioti, Ley, justicia y
revolución…, cit., pp. 142 y ss.
39 Magdalena Candioti, Ley, justicia y revolución…, cit., p. 332.
40 Decreto 15/4/1835, en Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires, 1831-1835, cit., p. 32. Rosas
había asumido el gobierno el día 13 de abril.
41 Decreto 21/4/1835, en Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires, 1831-1835, cit., p. 83.
42 Decretos 22/4/1835, “Exhonerando de su cargo al Defensor de Pobres y Menores”; “Separando de su
empleo al Ajente fiscal”, Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires, 1831-1835, cit., pp. 39-40.
43 Decretos 15/4/1832, en Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires, 1831-1835, cit., pp. 33 y ss.
En el caso de varios sacerdotes se elevaron pedidos al obispo Mariano Medrano, hermano del juez
Pedro Medrano, para que fueran separados de sus cargos. El texto de uno de los decretos no dejaba
margen más que para el acatamiento, al mismo tiempo se identificaba el culto católico con la causa
federal. En el caso del primero se indicaba que “Decidido el Gobierno á promover del modo más con-
forme á los principios de nuestra Santa Religion, el mejor servicio del culto, é interesado en que a los
fieles se les provea […] de Curas dotados de las aptitudes necesarias para desempeñar la alta misión
que les está encargada, como también que ellos sean eclesiásticos dignos de su confianza, ha acordado
[…] escitar al muy Reverendo Obispo Diocesano para que, á virtud de tan justas consideraciones,
separe del curato de Santo Domingo al prebístero don Juan Albarracín, y lo subrogue con otro ecle-
siástico que á sus virtudes y aptitudes, reuna su notoria y constante decisión por la causa nacional de
la Federación”. Sobre el vínculo entre clero y los primeros años del rosismo, ver Roberto Di Stéfano,
El púlpito y la plaza. Clero, sociedad y política de la monarquía católica a la república rosista, Siglo
XXI, Buenos Aires, 2004, especialmente pp. 214 y ss. También fueron cesanteados por no merecer
la “confianza” del gobierno el médico Cosme Argerich, diversos empleados de diferentes secretarías,
escribanos, inspectores y militares.
Los jueces letrados de Buenos Aires durante el rosismo 221
44 Jorge Gelman, Rosas bajo fuego. Los franceses, Lavalle y la rebelión de los Estancieros, Sudamerica-
na, Buenos Aires, 2009.
45 Decreto 26/11/1838, en Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires, 1836-1840, cit., p. 54.
46 Decreto 1/12/1838, en Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires, 1836-1840, cit., p. 55.
47 Decreto 11/1/1839, en Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires, 1836-1840, cit., p. 101.
48 Una buena reconstrucción del contexto entre 1838 y 1841 en Raúl Fradkin y Jorge Gelman, Juan
Manuel de Rosas. La construcción de un liderazgo político, Edhasa, Buenos Aires, 2015, pp. 273 y ss.
49 Decreto 17/1/1841, en Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires, 1841-1847, cit., p. 5.
222 Justicias situadas
Trayectorias y vínculos
En las páginas que siguen procuraremos trazar un perfil de los 32 hombres que se des-
empeñaron como jueces de primera instancia y de la Cámara de Justicia entre 1830 y
1852. La mayoría (22) eran nacidos en Buenos Aires, tres en la Banda Oriental, uno
en Salta y otro en Paraguay, mientras que de cinco de ellos no fue posible encontrar
datos. Sobre 25 casos para los que contamos con el año de su nacimiento, 19 lo
hicieron a fines del siglo XVIII. Por ello, las edades al asumir los cargos judiciales
50 Decreto 11/4/1844, Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires, 1841-1847, cit., pp. 9-10.
51 Jorge Gelman, “Crisis y reconstrucción…”, cit., pp. 23 y ss.
52 Decreto 22/4/1835, Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires, 1831-1825, cit., p. 39.
53 Decreto 11/4/1844, Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires, 1836-1840, cit., p. 9-10.
Los jueces letrados de Buenos Aires durante el rosismo 223
más relevantes fueron variables. Manuel Mansilla contaba con 29 años mientras que
José Eugenio Elías y Pedro Medrano tenían 70. La mayoría de ellos (14) contaban
entre 31 y 49 años al asumir el cargo de magistrado, cinco tenían entre 61 y 68, tres
entre 50 y 56, además de los ya mencionados. Ello explica que la media y la mediana
de edad de los jueces al momento de su nombramiento fuera de 48 años. Este dato
resulta coherente si se considera la experiencia previa —en diversos puestos desem-
peñados con anterioridad a la magistratura— con la que contaba la mayor parte de
estos funcionarios.
Al considerar su formación, es posible constatar que esta fue completada en di-
versas universidades. Un total de 13 se graduaron en la Universidad San Francisco
Xavier de Chuquisaca,54 10 lo hicieron en la Universidad de Buenos Aires,55 tres en
la Universidad San Felipe de Santiago de Chile,56 tres en la Universidad de Córdo-
ba57 y uno en la Universidad de Toledo, en España, mientras que en un solo caso no
contamos con esta información. Todos los que se graduaron en Charcas, Córdoba y
Chile lo hicieron entre los últimos años del siglo XVIII y los primeros del siglo XIX.
Sin duda, la creación de la Universidad de Buenos Aires en 1821 marcó un cambio
en la formación de los futuros letrados.58 Después de esa fecha, solo uno de los ma-
gistrados se formó en otra universidad. Fue el caso de Tiburcio de la Cárcova, que
estudió en la Universidad de Toledo, donde llegó posiblemente debido a sus vínculos
familiares.59 Además de la formación en los claustros universitarios, la habilitación
para la actuación en el foro porteño se completaba con un periodo de prácticas que
se realizaba en la Academia de Jurisprudencia, creada en 1815 y dirigida por de
Castro durante varios años.60 Como sostiene Magdalena Candioti, a partir de 1821
hubo un cambio sustancial en el perfil profesional de los magistrados respecto de
54 Sobre esta casa de estudios y su rol en el escenario político desde la expulsión de los jesuitas hasta los
sucesos revolucionarios, ver Esteban De Gori, “La Universidad de Charcas: teoría y acción política”,
en Revista Historia de la Educación Latinoamericana, Universidad Pedagógica y Tecnológica de
Colombia, vol. 14, 2010, pp. 169-190.
55 Tulio Halperín Donghi, Historia de la Universidad de Buenos Aires, Eudeba, Buenos Aires, 2002
[1966].
56 Sol Serrano, Universidad y nación. Chile siglo XIX, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1993.
57 Hernán Ramírez, La Universidad de Córdoba. Socialización y reproducción de la elite en el período
colonial y principios del independiente, Córdoba, Ferreira editor, 2002.
58 Magdalena Candioti, Ley, justicia y revolución…, cit., cap. IV, “Revolución en las aulas. La enseñanza
del derecho en la Universidad de Buenos Aires”, pp. 155-188.
59 Rafael Guerrero Elecalde y Griselda Tarragó, “La certera espacialidad de los vínculos. Los Tagle Bra-
cho entre la Montaña, Lima y el Río de la Plata (primera mitad del siglo XVIII)”, Prohistoria, núm.
18, año XV, 2012, pp. 1-24.
60 Abelardo Levaggi, “Orígenes de la Universidad de Buenos Aires. La Academia de Jurisprudencia”,
en Iushistoria, núm. 3, Universidad del Salvador, septiembre de 2006, disponible en http://p3.usal.
edu.ar/index.php/iushistoria/article/viewFile/1620/2053, fecha de consulta: 1/7/2016.
224 Justicias situadas
64 Sus carreras parecieron iniciarse entonces ya que tanto Salas como Pica integraron el Superior Tribu-
nal de Justicia –creado en 1857– hasta 1874 y 1875, respectivamente. Pica además fue diputado entre
1856 y 1858. Ver María Angélica Corva, Constituir el gobierno…, cit., p. 200.
65 La superposición de cargos fue considerada como problema a partir de la segunda mitad del siglo
XIX. José María Díaz Couselo, “La incompatibilidad por acumulación de empleos durante la segunda
mitad del siglo XIX en el orden nacional”, en Revista de Historia del Derecho, núm. 1, 1973, pp. 42-
57 y María Angélica Corva, “‘Íntegros y competentes’. Los magistrados de la provincia de Buenos
Aires en la segunda mitad del siglo XX”, en Darío Barriera (comp.), Justicias y fronteras. Estudios
sobre historia de la justicia en el Río de la Plata. Siglos XVI-XIX, Editum, Murcia, 2009, pp. 180-204.
66 Marcela Ternavasio, “Nuevo régimen representativo y expansión de la frontera política. Las eleccio-
nes en el Estado de Buenos Aires: 1820-1840”, en Antonio Annino (coord.), Historia de las elecciones
en Iberoamérica, siglo XIX, FCE, Buenos Aires, 1995, pp. 65-105. No obstante el título del texto, la
autora consigna los diputados elegidos en más de tres ocasiones entre 1820 y 1847. Cabe señalar que
resta completar la información de los años 1848 a 1852.
67 López fue diputado con la apertura de la Sala en 1820, 1821 y 1825-1827, mientras que Insiarte lo fue
en 1825.
226 Justicias situadas
y Eustaquio Torres lo fueron tres veces. Por su parte, Pedro Medrano68 y Juan José
Cernadas desempeñaron el cargo cuatro veces, mientras que Cayetano Campana y
Romualdo Gaete lo hicieron en cinco oportunidades; Baldomero García en seis oca-
siones mientras que Roque Sáenz Peña y Tiburcio de la Cárcova fueron electos en
ocho oportunidades.
En algunos casos, la acumulación de cargos fue considerable. Manuel Insiarte,
integrante de la Cámara de Justicia durante todo el segundo gobierno de Rosas, fue
paralelamente asesor del gobierno y auditor general de Guerra y Marina (1832-1837),
diputado (1825, 1830-1831, 1836-1837) y ministro de Hacienda (1837-1852). El
mencionado Arana fue camarista, ministro y presidió la Legislatura entre 1830 y
1833. Tiburcio de la Cárcova ejerció como juez de primera instancia criminal entre
1844 y 1852, período en el cual también fue diputado. Si Rosas procuró rodearse
de gente de su confianza, Vicente Maza fue una de sus personas: al momento de ser
muerto en la misma Sala de Representantes era camarista, ministro y diputado.
Como mencionamos, la mayoría de los magistrados desarrolló una amplia carrera
judicial que se materializó en el ejercicio de diferentes cargos con anterioridad a
su designación como jueces. Aún más, 13 de ellos ocuparon diversos puestos en el
ámbito judicial antes de la reforma realizada en 1821 e incluso de 1810. Los oficios
fueron variados: regidor, asesor de alcalde y de fiscal, alcalde, defensor de pobres,
juez y fiscal de la Real Audiencia y jueces de primera instancia, entre otros.69 La
disparidad se repitió en las funciones desempeñadas con posterioridad a esas fechas.
Varios de ellos, un total de 10, fueron fiscales en lo civil y criminal, otros cuatro cum-
plieron roles formativos en el espacio de la Academia de Jurisprudencia, mientras
que Elías y Ezquerrenea asumieron el cargo de vicerrector y rector de la Universidad
de Buenos Aires entre 1825-1826 y 1826-1830, respectivamente.70 En síntesis, las
trayectorias —entendidas como el desempeño de funciones en diferentes ámbitos
públicos— fueron diversas y excedieron con creces el ejercicio de la profesión en la
que se formaron inicialmente.71
Lo mencionado hasta aquí permite intuir que estos actores construyeron vínculos
68 Medrano fue electo diputado con anterioridad a la llegada de Rosas al gobierno, en 1821, 1827 y 1828.
69 Ver anexo.
70 Gaete, Gamboa, García, González Peña y –posiblemente– Lahitte se graduaron durante este período.
71 Según Andrés Stagnaro, hacia fines del siglo XIX la educación académica y jurídica de los letrados
en la Universidad de Buenos Aires no estaba focalizada exclusivamente en la formación de magis-
trados ni siquiera para el ejercicio de la profesión en el foro, sino que se centraba en buena medida
en la formación de hombres de Estado. Las carreras que analizamos parecen sostener esta idea. Ver
Andrés Stagnaro, “Vocación de poder. Los abogados porteños a través de las colaciones de grado.
1884-1919”, en [en línea], Temas de historia argentina y americana, núm. 20, 2012. Disponible en:
http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/repositorio/revistas/vocacion-poder-abogados-portenos-stagnaro.
pdf, fecha de consulta: 1/9/2017.
Los jueces letrados de Buenos Aires durante el rosismo 227
72 García fue el padrino de tesis de Navarro Viola, quien en la década de 1850 fue juez letrado en el
Departamento Judicial del Sud, creado en 1853. Su padre, Domingo María Navarro y Torres Ponce de
León, comandante de la Real Marina Española, fue juez en la causa tramitada contra Santiago de Li-
niers. Ver Melina Yangilevich, Estado y criminalidad en la frontera sur de Buenos Aires, 1852-1880,
Prohistoria, Rosario, 2012, p. 79.
73 Manuel ejerció como juez letrado en lo criminal en el Departamento Judicial del Sud entre 1867 y
1874. Su abuelo, Manuel de Irigoyen de la Quintana Riglos, fue abogado de la Real Audiencia de
Buenos Aires y fiscal de la de México. Ver Melina Yangilevich, Estado y criminalidad…, cit., p. 79
74 R. Guerrero Elecalde y Griselda Tarragó, “La certera espacialidad de los vínculos…”, cit. p. 17.
228 Justicias situadas
¿Rupturas y continuidades?
Un argumento central para fundamentar nombramientos y exoneraciones en las dis-
posiciones realizadas por Rosas fue la confianza que los letrados eventualmente ga-
naban o perdían. Aun cuando el inicio y el fin del gobierno rosista no implicó la reno-
vación completa de todos los cargos, hubo modificaciones sustanciales en el elenco
judicial, fundamentalmente cuando el gobernador asumió por primera vez la inves-
tidura. De esta manera, además de atribuirse funciones judiciales procuró establecer
un elenco de jueces que le fueran leales, de la misma manera que lo hizo para otros
cargos, como los jueces de paz analizados por Gelman. Sin embargo, el momento
clave no fue el de la crisis de fines de la década de 1830 sino el inicio de la misma,
que coincidió con el de su mandato. Entre 1829 y 1831 fueron designados 15 magis-
trados, 10 de ellos en 1830. Para ilustrar las modificaciones en los nombramientos de
jueces letrados en las etapas previa y posterior al gobierno rosista nos valdremos de
los trabajos ya citados de Magdalena Candioti y María Angélica Corva, que analizan
la administración de justicia letrada en los períodos inmediatamente anterior y pos-
terior al aquí considerado.
Entre los jueces que ocupaban un cargo en la primera instancia o en la Cámara
de Justicia en 1830, las novedades estuvieron dadas por una serie de nombramientos.
Entre ellos, los de Vicente López, Felipe Arana y Tomás Anchorena, quienes hasta
entonces no contaban con una experiencia dilatada en el ámbito judicial, pero sí en la
75 Sus hijos Pablo y Jacinto siguieron la carrera judicial y tuvieron una actuación destacada incluso contra
representantes destacados del rosismo. Pablo intervino como fiscal del crimen en el proceso sustanciado
contra Juan Manuel de Rosas, además de ocupar diversos cargos. Jacinto se desempeñó como juez
letrado en el Departamento Judicial del Sud entre 1858 y 1860, luego pasó al fuero civil en la ciudad de
Buenos Aires (1860-1868), lo que constituyó un ascenso en su carrera judicial. Paralelamente fue dipu-
tado entre 1860 y 1866. Ver María Angélica Corva, Constituir el gobierno, afianzar la justicia, El Poder
Judicial de la provincia de Buenos Aires (1853-1881), Prohistoria, Rosario, 20014, p. 201.
Los jueces letrados de Buenos Aires durante el rosismo 229
arena política. Junto a ellos, Rosas designó a Juan José Cernadas, quien tenía como
antecedente el desempeño de una magistratura de primera instancia. Por su parte,
Antonio Manuel de Castro, Gregorio Tagle y Miguel Villegas continuaron en sus
cargos cuando se inició el gobierno de Rosas. Como aludimos, los cambios sobrevi-
nieron con la muerte de De Castro (1832), cuando la designación del presidente de
la Cámara fue asumida por el gobernador y realizada anualmente en el inicio de su
segundo mandato. De esta manera, Rosas dejó de lado el principio de inamovilidad
de los jueces en función de la necesidad de consolidar su poder.
En el ámbito de la justicia letrada, también se ensayaron otras innovaciones. En
1830 Matías Oliden y Pedro Francisco Valle fueron nombrados como jueces en lo
criminal, mientras en el fuero civil asumió Manuel Obligado, aunque solo ejerció por
un año. En el caso de Marcelo Gamboa, su primer nombramiento como juez letrado
databa de 1828 y cesó en 1830.76 Por otro lado, a lo largo del gobierno de Rosas un
grupo de hombres que tuvieron una activa participación en la década de 1820 retorna-
ron o nunca dejaron el ejercicio de la magistratura. Roque Sáenz Peña —juez letrado
en lo civil entre 1823 y 1827— volvió a su cargo en 1833 hasta su reemplazo por
Cayetano Campana en 1839, aunque siguió siendo diputado después de esa fecha.
Por su parte, Juan José Cernadas, también juez letrado en lo civil entre 1823 y 1829,
dejó el cargo para asumir como camarista hasta 1838, cuando fue exonerado por el
gobernador. Otro hombre de confianza de Rosas fue Manuel Insiarte, quien ejerció
como juez letrado, asesor del gobierno, diputado y miembro de la Cámara de Justicia,
y durante ciertos períodos superpuso varios de esos cargos.
Al analizar lo sucedido en la estructura de la organización judicial luego del fin
del gobierno rosista se comprueba que algunos de los magistrados fueron ratificados
en sus cargos. Un decreto de marzo de 1852 confirmó la permanencia como cama-
ristas de Roque Sáenz Peña, Cayetano Campana y Bernardo Pereda,77 mientras que
otro de los miembros, Vicente López, asumió el gobierno provisorio de la provincia,
luego de ser miembro de la Cámara de Justicia durante todo el mandato rosista. Por
su parte, Manuel Insiarte corrió otra suerte, ya que fue sustituido inmediatamente de-
bido a su compromiso político con el rosismo. Asimismo, otros letrados desplazados
por Rosas volvieron a ser convocados en esta nueva etapa para integrar la Cámara.
Este fue el caso de Juan José Cernadas y Eduardo Lahitte, que debieron dejar sus car-
gos en 1838 y 1844, años de alta conflictividad para el gobierno rosista. En el mismo
momento, los jueces letrados Manuel Mansilla, Romualdo Gaete y Eustaquio Torres
fueron reemplazados por Domingo Pica, Basilio Salas y Miguel Esteves Saguí, res-
pectivamente. En el caso de Torres tal desplazamiento no fue definitivo, ya que se lo
designó como juez del crimen en la ciudad de Buenos Aires entre 1853 y 1854 y nue-
vamente entre 1856 y 1857. Por otro lado, también fue electo como diputado entre
1854 y 1858. Tiburcio de la Cárcova permaneció en su puesto hasta 1857, momento
en el que pasó a integrar el Supremo Tribunal de Justicia erigido ese mismo año, has-
ta su muerte en 1868.78 Asimismo, Juan García de Cossio, que había ejercido como
juez letrado en la ciudad de Buenos Aires en 1822 y como camarista entre 1823 y
1828, retornó luego de la caída de Rosas designado como presidente de la Cámara de
Justicia. Otros magistrados continuaron su carrera en otros espacios y en algún caso
por fuera de los estrados judiciales con posterioridad a 1852. Felipe Arana formó
parte del Consejo de Estado convocado por Justo José de Urquiza y compuesto por
diversas figuras relevantes del rosismo. Marcelo Gamboa integró una de las comisio-
nes redactoras de los códigos impulsadas por Urquiza y se desempeñó como senador
en 1854, 1856 y 1859. Por su parte, Baldomero García ocupó diversos cargos en el
marco de la Confederación. Al igual que Arana, conformó el mencionado Consejo;
en 1854 fue designado miembro de la Corte Suprema, que no se conformó, y dos
años después se incorporó a la Cámara Superior de Justicia con asiento en Paraná.79
Un rasgo sobresaliente de la administración de justicia letrada en la ciudad de
Buenos Aires fue la existencia de un número adecuado de letrados para desempeñar
los diferentes cargos y vacantes que se producían por diferentes circunstancias. Esta
característica no se hizo extensiva al ámbito rural, donde los magistrados no conso-
lidaron su presencia hasta la segunda mitad del siglo XIX y ello no sin dificultades.80
En otros espacios provinciales, los impedimentos para hallar hombres formados en
instituciones universitarias que desempeñaran la magistratura fueron más marcados,
con la evidente excepción de Córdoba. A la escasez de abogados se sumaron pre-
supuestos siempre exiguos que determinaban la concentración de funciones en un
magistrado y el reemplazo de cuerpos colegiados por un solo juez, como en Men-
doza.81 En espacios urbanos de creciente importancia como la ciudad de Rosario, la
llegada de abogados se dio a partir de la década de 1850, pero incluso se nombraron
jueces que no contaban con el título correspondiente.82 Por otro lado, en aquellos
lugares donde la administración de justicia se organizó en diferentes instancias y que
contaban con tribunales superiores –como Entre Ríos y Tucumán–, la designación
de los jueces estaba en manos de los gobernadores y no necesariamente transitaba
por las legislaturas.83 En ambos casos, y como consecuencia del papel de la guerra y
por tanto de las fuerzas militares y milicianas, los comandantes acumularon diversas
funciones, entre ellas algunas judiciales.84 Este pareció ser otro rasgo común a varias
provincias, el desempeño simultáneo de funciones por parte de un elenco que, más
allá de su formación específica, contaba a los ojos de los gobernadores con la virtud
de la lealtad.
Reflexiones finales
El trabajo realizado constituye un primer acercamiento a las trayectorias de los ma-
gistrados que conformaron la Cámara de Justicia y de aquellos que ejercieron como
jueces letrados durante el período comprendido por los gobiernos de Juan Manuel de
Rosas en la provincia de Buenos Aires. El énfasis estuvo colocado en aquellos aspec-
tos que permitieron reconstruir parte del entramado de vínculos que da sentido a los
recorridos que cada uno de los magistrados realizó en contextos políticos, sociales y
económicos dinámicos y en permanente transformación, dentro de los cuales estos
actores tomaron decisiones que afectaron sus trayectos vitales.
La mayor parte de los jueces eran oriundos de Buenos Aires y de edad madura al
momento de asumir el cargo. Respecto de la formación universitaria, la creación de
la Universidad de Buenos Aires fue determinante. Hasta inicios de la década de 1820
la mayoría se formó en la Universidad San Francisco Xavier y en menor medida en
las de Córdoba y de San Felipe. Con posterioridad a 1821, la totalidad de los jueces
completó su formación académica en la universidad porteña. Las trayectorias mos-
traron que buena parte de estos hombres desempeñaron una diversidad de cargos a lo
largo de sus vidas, tanto dentro como fuera del ámbito judicial. Ello pudo deberse a
la necesidad de Rosas de contar con personas de su entera confianza, cualidad que se
repite en los decretos de designaciones mostrando su centralidad, aunque la acumu-
lación de funciones no fue privativa de este período. Aun cuando tanto los camaristas
como quienes ejercieron en la instancia letrada fueron objeto de desplazamientos, la
atención de Rosas estuvo centrada en el control de la instancia superior, de aquellos
que a su vez controlaban las decisiones del resto de los jueces. La lealtad política
fue un aspecto relevante para el gobernador al considerar los nombramientos, y se
acentuó luego de la crisis de fines de la década de 1830. Esto puede explicar que no
encontráramos casos de jueces desplazados por Rosas y que, posteriormente, hayan
sido restituidos en sus cargos.85
83 Víctor Tau Anzoátegui, “La administración de justicia en las provincias argentinas”, en Revista de
Historia del Derecho, núm. 1, 1973, pp. 205-249.
84 María Paula Parolo, “Entre jueces y comandantes…”, cit.; Gabriela Tío Vallejo, “La justicia en la
‘república armada’…”, cit.; Griselda Pressel, “Hacia un sistema republicano…”, cit.
85 Un caso excepcional, aunque no se trató de un juez letrado, fue el encarcelamiento y posterior restitución
232 Justicias situadas
Los vínculos establecidos entre los magistrados fueron diversos. Las prácticas en
los estudios de abogados prestigiosos, los padrinazgos de tesis, la tutoría de huérfa-
nos e incluso los vínculos de sangre generaron un entramado de relaciones que re-
quieren un análisis más exhaustivo que el que pudimos realizar aquí para comprender
la densidad de sus redes. En algunos casos, como los de Tagle, Irigoyen y Cárdenas,
se conformaron familias judiciales que desempeñaron funciones a lo largo de décadas
y trascendieron las coyunturas políticas más críticas.
Si consideramos los trayectos de los magistrados durante los períodos anterior y
posterior a los gobiernos rosistas es posible encontrar entre quienes desempeñaron la
magistratura algunos casos cuyas carreras en el ámbito público, desempeñando car-
gos judiciales y políticos, trascendieron los cambios que generaron diferentes coyun-
turas políticas. Como vimos, antes, durante y después del gobierno de Juan Manuel
de Rosas determinados jueces letrados fueron desplazados, pero otros permanecieron
en sus cargos e incluso algunos que fueron apartados retornaron luego del fin del
rosismo. Los magistrados parecieron hacerse portadores de un saber que excedía la
formación académica y aunaba la experiencia del ejercicio de diversas funciones, que
en algunos casos les permitió trascender en la administración de justicia letrada más
allá de los cambios en los signos políticos de los gobiernos.
en el cargo de Bernardo Echevarría, comandante militar del partido de Tapalqué, responsable de ese
espacio y de la negociación con los grupos de indígenas asentados en la zona. El motivo de su prisión
se debió a que no cobró el impuesto de la contribución directa a los vecinos del partido. Aun cuando
Rosas lo restituyó en su cargo, Echeverría no cumplió con la recaudación. Es posible que el comandante
prefiriera mantener la lealtad con los vecinos con quienes convivía a diario antes que con Rosas, aun
pagando un alto costo en términos personales. Para un análisis de este caso véase María Sol Lanteri, Un
vecindario federal. La construcción del orden rosista en la frontera sur de Buenos Aires (Azul y Tapal-
qué), Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos A. Segreti”, Córdoba, 2011, pp. 193-196.
Los jueces letrados de Buenos Aires durante el rosismo 233
Anexos
Cuadro 1
Jueces de primera instancia y miembros de la Cámara de Justicia (1830-1852)
Juzgado en lo Juzgado en lo Juzgado en lo Juzgado en lo
civil civil criminal criminal
Manuel Insiarte/
1830 Marcelo Gamboa Manuel Obligado Matías Oliden
Pedro Francisco Valle
Bernardo Pereda
1831 Francisco Planes Matías Oliden Baldomero García
Saravia
Bernardo Pereda
1832 Francisco Planes Matías Oliden Baldomero García
Saravia
1833 Roque Sáenz Peña Francisco Planes Matías Oliden Baldomero García
Matías Oliden/
1834 Roque Sáenz Peña Francisco Planes Baldomero García
Jacinto Cárdenas
1835 Roque Sáenz Peña Francisco Planes Jacinto Cárdenas Baldomero García
Bernardo Pereda
1836 Roque Sáenz Peña Jacinto Cárdenas Baldomero García
Saravia
Bernardo Pereda
1837 Roque Sáenz Peña Jacinto Cárdenas Baldomero García
Saravia
Roque Sáenz Bernardo Pereda
1838 Jacinto Cárdenas Baldomero García
Peña Saravia
Roque Sáenz
Bernardo Pereda Baldomero García/
1839 Peña/Cayetano Jacinto Cárdenas
Saravia Lucas González Peña
Campana
Cayetano Bernardo Pereda
1840 Jacinto Cárdenas Lucas González Peña
Campana Saravia
Cayetano Bernardo Pereda Jacinto Cárdenas/
1841 Lucas González Peña
Campana Saravia Eustaquio Torres
Cayetano Bernardo Pereda
1842 Eustaquio Torres Lucas González Peña
Campana Saravia
Cayetano Bernardo Pereda
1843 Eustaquio Torres Lucas González Peña
Campana Saravia
Cayetano Bernardo Pereda
Lucas González Peña/
1844 Campana/Manuel Saravia/Romualdo Eustaquio Torres
Tiburcio de la Cárcova
Mansilla Gaete
1845 Manuel Mansilla Romualdo Gaete Eustaquio Torres Tiburcio de la Cárcova
1846 Manuel Mansilla Romualdo Gaete Eustaquio Torres Tiburcio de la Cárcova
1847 Manuel Mansilla Romualdo Gaete Eustaquio Torres Tiburcio de la Cárcova
1848 Manuel Mansilla Romualdo Gaete Eustaquio Torres Tiburcio de la Cárcova
1849 Manuel Mansilla Romualdo Gaete Eustaquio Torres Tiburcio de la Cárcova
1850 Manuel Mansilla Romualdo Gaete Eustaquio Torres Tiburcio de la Cárcova
1851 Manuel Mansilla Romualdo Gaete Eustaquio Torres Tiburcio de la Cárcova
1852 Manuel Mansilla Romualdo Gaete Eustaquio Torres Tiburcio de la Cárcova
Marzo Miguel Esteves
Domingo Pica Basilio Salas
1852 Saguí
234 Justicias situadas
Miembro de la Junta de
Observación y de la de
Secuestros (1815), elector de
representantes (1820), miem-
bro de la Sala de Represen-
tantes (en adelante SR, 1827,
Arana, 1829) y presidente (1828,
Miembro del tribunal San Felipe,
Felipe 1789- Camarista 1830-1835 Buenos Aires 1830-1833), miembro de la
de Concordia (1812) Chile, 1809
1857 Junta Consultiva del Gobierno
(1829), de la Comisión ase-
sora en Asuntos Eclesiásticos
(1833), gobernador sustituto
(1840-1842), miembro del
Consejo de Estado (nombrado
por Urquiza en 1852)
Los jueces letrados de Buenos Aires durante el rosismo
235
Auditor de guerra (1817-19),
Asesor del alcalde de asesor del delegado directorial
Campana,
1839- 1.° voto (1821), juez Córdoba, de campaña (1819), repre-
Cayetano Camarista Montevideo
1844-1853 de 1.a instancia civil 1817 sentante en el CGC (1826),
1790-1871
(1839-1844) diputado SR (1838; 1840;
1842; 1844, 1846)
Censor de la Academia
de Jurisprudencia
236 Justicias situadas
(1838), fiscal de
la misma (1839) y
vicepresidente (1840),
miembro suplente del
Cárcova, Tribunal de Recur- Universidad
Juez de 1a ins-
Tiburcio 1844-1852 sos Extraordinarios Buenos Aires de Toledo, Diputado SR (1844-1851)
tancia criminal
1809-1868 (1840), agente fiscal 1835
(1841-1844), juez de
primera instancia en
lo criminal (1857),
miembro del Superior
Tribunal de Justicia
hasta 1861
Camarista supernume-
rario (1841-?), fiscal San Francisco
Cárdenas,
Juez de 1a ins- del Estado (1844), Xavier, Miembro de la SR (1839,
Jacinto 1833-1841 Buenos Aires
tancia criminal presidente del Tribunal Chuquisaca, 1841 y 1843)
1783-1846
de Recursos Extraordi- 1803
narios (1844)
Agente auxiliar de la
Cámara de Justicia
(1813), juez de primera Delegado del gobierno ante
San Francisco
Cernadas, instancia ciudad de Ente General del Ejército
Xavier,
Juan José Camarista 1830-1838 Bs. As. (1823-1828), Buenos Aires de Operaciones contra los
Chuquisaca,
1782-1865 camarista de la Supre- realistas, diputado SR (1828,
1807
ma Corte de Justicia 1830-1831, 1832 y 1833)
(1852) y presidente
(1855)
Secretario de la
Audiencia en Charcas
de Castro, (1809), juez subde- Córdoba y
Gobernador de Córdoba
Antonio Camarista legado en Yungas, San Francisco
1825-1832 Salta (1817-1820), diputado y pre-
Manuel (presidente) Cámara de Justicia Xavier, Chu-
sidente CGC (1824-1827)
1776-1832 en Bs. As. (1813), quisaca
fundador Academia de
Jurisprudencia (1815)
Asesor letrado del
gobierno de Mon-
Secretario del CGC (1817),
tevideo (1810), San Francisco
Elías, José a asesor del auditor del Ejército
Juez de 1 ins- vocal de la Cámara de Xavier,
Eugenio 1830-1830 Buenos Aires y Marina, vicerrector UBA
tancia criminal Justicia (1820), juez Chuquisaca,
1760-1832 (1825-1826), diputado CGC
de 1.a instancia civil 1791
(1826)
(1830-1831), fiscal del
crimen (1831)
Esteves
Saguí, Juez de 1a ins- Fiscal general del
1852-1852 Buenos Aires UBA, 1837
Miguel tancia criminal Estado (1852)
1814-1892
Fiscal del gobier-
no (1821-1825), San Francisco
Ezquerrenea,
prefecto del Depto. de Xavier,
Antonio de Camarista 1832-1848 Buenos Aires
Jurisprudencia (1825), Chuquisaca,
1764-1848
vicerrector UBA 1792
(1826-1830)
Miembro de la Acade-
mia de Jurisprudencia
(1837), miembro
suplente del Tribunal
Gaete, Ro- Juez de 1a ins- Diputado SR (1839, 1841,
1844-1852 de Recursos Extraor- Buenos Aires UBA, 1830?
mualdo tancia civil 1843 y 1845)
dinarios (1838-1841),
Los jueces letrados de Buenos Aires durante el rosismo
asesor de pobres y
menores (1839), asesor
237
fiscal (1844)
Abogado defensor de uno
de los hermanos Reinafé en
Gamboa, Fiscal civil (1830), juicio criminal (1837), dipu-
Juez de 1a ins-
Marcelo 1830-1839 juez de 1.a instancia Buenos Aires UBA, 1828 tado SR (1828, 1852 y 1853),
tancia criminal
1793-1861 civil (1828-1830) miembro comisión redactora
de los Códigos, senador
(1854, 1856 y 1859)
Diputado CGC (1829),
238 Justicias situadas
San Francisco
Ugarteche, Vocal de la Cámara de Regidor del cabildo de Luján,
Villa Rica, Xavier,
Francisco Camarista 1830-1831 Justicia (1814), fiscal ministro de Relaciones Exte-
Paraguay Chuquisaca,
1768-1834 del crimen (1831-¿?), riores y Hacienda de Balcarce
1791
Los jueces letrados de Buenos Aires durante el rosismo
241
Asesor de alcalde
(1812, 1818), relator
Valle, Pedro interino (1821), re-
Juez de 1a ins- Situadista Real Caja de Potosí
Francisco 1829-1830 lator (1821, 1829),
tancia civil (1778)
1776-1849 vocal (1815), miembro
(1830) de la Cámara
de Justicia
Asesor de la Junta (1810),
242 Justicias situadas
Magdalena Candioti
E
Introducción
l proceso revolucionario de mayo fue estudiado tradicionalmente como un
momento de cambio político y militar. Más tarde, las intenciones y la capa-
cidad de tal Revolución para transformar las estructuras sociales coloniales
fueron debatidas. Los cambios jurídicos y judiciales, por su parte, fueron analizados
tempranamente por historiadores del derecho, quienes enfatizaron la ausencia de un
programa revolucionario en esta materia.
Entre los primeros analistas de la historia judicial argentina predominó la idea de
que, a diferencia de sus pares norteamericanos o franceses, los rioplatenses no habían
formulado una fuerte crítica al derecho ni al funcionamiento de la administración ju-
dicial colonial y que, por tanto, tampoco había existido una clara intención de refor-
marlos. En 1944, Luis Méndez Calzada sostenía que “ningún levantamiento patriota
de Hispano-América… inscribió en sus lemas, como motivo especial de insurgencia,
extirpar una funesta justicia, como hicieron, por ejemplo, las colonias anglosajonas.
Los agravios derivaban substancialmente del régimen político”.2 Ocho años más tarde,
una figura clave de la historiografía argentina del derecho, Ricardo Zorraquín Becú,
afirmaba que: “En realidad, el movimiento emancipador no buscó su justificación en la
necesidad de reorganizar la justicia. Tuvo simplemente causas políticas y tal vez econó-
micas, pero no se pensó en el primer momento modificar el ordenamiento judicial”.3 De
la misma forma, en un libro publicado en 2005, Alberto Leiva afirmaba que
1 Agradezco a Juan Carlos Garavaglia y Darío Barriera los comentarios a la primera versión de este texto.
2 Luis Méndez Calzada, La función judicial en las primeras épocas de la independencia, Buenos Aires,
1944, p. 93.
3 Ricardo Zorraquín Becú, La organización judicial argentina en el período hispánico, Buenos Aires,
Librería del Plata, 1952, p. 211.
244 Justicias situadas
si bien fueron los abogados los encargados de poner de relieve los de-
fectos del régimen durante los días de mayo, en ningún momento se
incluyó –entre las justificaciones públicas del movimiento de 1810–
la idea de terminar con una mala administración de justicia, como en
cambio hicieron en su momento las trece colonias Norteamericanas.4
Pensamos que este largo consenso en la historia del derecho en torno a la ausencia de
un discurso revolucionario crítico del derecho y la justicia colonial, merece ser revi-
sado. Ambos fueron objeto de críticas y propuestas de reforma en la prensa y en los
discursos oficiales del período. Esto no significa que nunca antes circularon visiones
pesimistas sobre el funcionamiento de la justicia colonial, sino que estas adquirieron
un nuevo fundamento y mayor radicalidad en el contexto revolucionario. De la mano
de la necesidad de justificar la constitución de la Junta local y el cese de la obedien-
cia al virrey elegido por el monarca cautivo, se esgrimieron argumentos de carácter
claramente crítico que no hicieron más que fortalecerse a lo largo de la década. Con
la creciente certeza de la imposibilidad del retorno del rey, estas perspectivas y la
búsqueda de nuevos fundamentos para el terrible poder de juzgar, se multiplicaron.
En este trabajo nos centraremos en el impacto de esta mirada reformista sobre la
consideración de los encargados de hacer justicia y en las transformaciones de su
perfil de la mano de los nuevos imperativos que la política revolucionaria introducía.
Jueces y política
Hacia 1810, al momento de la destitución del virrey y la organización de la Junta
Provisional de Gobierno, existían en el espacio colonial una serie de instituciones y
funcionarios con jurisdicción; esto es, encargados de decir derecho y hacer justicia.
No existían funcionarios de carrera abocados únicamente a funciones judiciales, de
los que se esperara independencia de los poderes políticos, que tuvieran competen-
cias regladas y excluyentes y estuvieran rentados directamente por la Corona. Tener
presente esta complejidad de la red jurisdiccional colonial permite comprender por
qué cuando tras la Revolución se comenzó a discutir la organización judicial, entre
estos distintos actores e instituciones no pudo sino haber desacuerdos en torno a sus
funciones y atribuciones, su vinculación con los demás poderes (también en cons-
trucción) y la fijación de límites para su actuación.5
4 Alberto Leiva, Historia del foro de Buenos Aires. La tarea de pedir justicia durante los siglos XVIII y
XX, Buenos Aires, Ad-Hoc, 2005, p. 79.
5 Ver al respecto, Víctor Tau Anzoátegui, Casuismo y sistema. Indagación histórica sobre el espíritu del
derecho indiano. Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho, Buenos Aires, 1992; Raúl Frad-
kin, “Según la costumbre del pays: costumbre y arriendo en Buenos Aires durante el siglo XVIII”, en
Boletín del Instituto del Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, N.º 11, 1996; “Entre la
ley y la práctica: la costumbre en la campaña bonaerense de la primera mitad del siglo XIX”, en Anuario
Justicia, legalidad y política en Buenos Aires 245
del IEHS N.° 12, Tandil, 1997. Darío Barriera, “La ciudad y las varas: justicia, justicias y jurisdicciones
(siglos XVI y XVII), en Revista del Instituto de Historia del Derecho, N.º 31, Buenos Aires, 2003. Ale-
jandro Agüero, Castigar y perdonar cuando le conviene a la república, Trotta, Madrid, 2008.
6 Cfr. entre otros, Antonio M. Hespanha, Vísperas del Leviatán. Instituciones y poder político (Portugal, siglo
XVII), Taurus, Madrid, 1989; AA.VV., Hispania. Entre derechos propios y derechos nacionales, Milano,
Giuffré Editore, 1990; Paolo Grossi, L’ordine giuridico medievale, Bari, Laterza, 1995; Carlos Garriga,
“Orden jurídico y poder político en el Antiguo Régimen”, Istor. Revista de historia internacional, núm. 16,
2004; Marta Lorente, De justicia de jueces a justicia de leyes: Hacia la España de 1870, Madrid, Consejo
General del Poder Judicial-Centro de Documentación Judicial, 2006. Sobre América Latina cfr. Annick
Lempérière, Entre Dieu et le roi, la république. Mexico, XVIe - XIXe siècles, Paris, Les belles lettres, 2004.
Darío Barriera, “La ciudad y las varas... Agüero, Alejandro, Castigar y perdonar…, cit.
7 Osvaldo Barreneche, Dentro de la ley, TODO. La justicia criminal de Buenos Aires en la etapa forma-
tiva del sistema penal moderno de la Argentina, Ediciones al Margen, La Plata, 2001.
8 Barreneche también exploró estos problemas luego en “Jueces, policía y la administración de justicia
criminal en Buenos Aires, 1810-1850”, en Sandra Gayol y Gabriel Kessler –compiladores– Violen-
cias, delitos y justicias en la Argentina, Manantial-UNGS, Buenos Aires, 2002.
246 Justicias situadas
9 Juan Carlos Garavaglia, “Paz, orden y trabajo en la campaña: la justicia rural y los juzgados de paz en
Buenos Aires, 1830-1852, Desarrollo Económico, Vol. 37, N.° 146, Jul. - Sep., 1997, p. 105.
10 Juan Carlos Garavaglia, “La justicia rural en Buenos Aires durante la primera mitad del siglo XIX (es-
tructuras, funciones y poderes locales)”, en Poder, conflicto y relaciones sociales. El Río de la Plata,
XVIII–XIX, Rosario, Homosapiens, 1999.
11 Jorge Gelman, “Crisis y reconstrucción del orden en la campaña de Buenos Aires. Estado y sociedad
en la primera mitad del siglo XIX”; Boletín de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravigna-
ni”, N.° 21, 2000.
12 Ver entre otros, Raúl Fradkiin –compilador– El poder y la vara. Estudios sobre la justicia y la cons-
trucción del Estado en el Buenos Aires rural, Prometeo Libros, Buenos Aires, 2007. Fradkin, Raúl
(comp.), La ley es tela de araña. Ley, justicia y sociedad rural en Buenos Aires, Prometeo Libros,
Buenos Aires, 2009.
13 María Elena Barral y Raúl Fradkin, “Los pueblos y la construcción de las estructuras de poder ins-
titucional en la campaña bonaerense (1785-1836)”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y
Americana “Dr. Emilio Ravignani”, N.° 27, 2005.
Justicia, legalidad y política en Buenos Aires 247
14 Raúl Fradkin, “¿Misión imposible? La fugaz experiencia de los jueces letrados de primera instancia en
la campaña de Buenos Aires”, en Darío Barriera (comp.) Justicias y fronteras. Estudios sobre historia
de la justicia en el Río de la Plata (siglos XVI-XIX), Murcia, EDITUM, 2009.
15 Raúl Fradkin, “¿Misión imposible? ...”, p. 155.
16 Tulio Halperin Donghi, Revolución y guerra Formación de una élite dirigente en la argentina criolla,
Buenos Aires, Siglo XXI, 1994, p. 172.
17 Las Reales Audiencias tenían como función atender causas civiles y criminales, responder apelaciones
de las justicias ordinarias, proveer jueces pesquisidores, conocer y determinar causas de residencia de
248 Justicias situadas
por la Audiencia, pero esta —como sus pares americanas— no prestó un apoyo liso
y llano a una “variación de gobierno que por sí misma... puede ofrecer considerables
riesgos”.18 En un contexto de fuerte incertidumbre sobre los mecanismos jurídicos
legítimos de regulación institucional, dada la abdicación regia, los funcionarios au-
dienciales pagaron cara sus reticencias hacia la Junta y la secreta jura de fidelidad al
Consejo de Regencia. Luego de un encendido intercambio de notas –que más tarde
el gobierno publicó en la Gaceta de Buenos Aires– la Junta definió la expulsión de
los oidores y adujo públicamente tres tipos de razones para ello. En primer lugar, el
público rechazo cosechado por estos magistrados. Por esos días el fiscal del crimen
había sido atacado en las calles porteñas. El gobierno sostenía que:
el público ya los notaba con general indignación, la administración de
justicia seguía entorpecida, el desvío de la Junta aumentaba cada día y
todos tenían a pendiente la vista sobre la Real Audiencia, conociendo
en ella el estandarte de un partido.
Por otro lado, se aducía el pésimo estado en que se encontraba la administración de
justicia, “con atraso de las causas pendientes”, como consecuencia de que el tribunal
complotaba en lugar de ejercer sus funciones. En tercer lugar, la Junta consideraba
que solo ella, como depositaria de los derechos de la “nación” (cuyos contornos e
identidad distaban mucho de estar claros, y cuya polisemia tardaría en reducirse a
su significado moderno de asociación voluntaria de individuos que eligen vivir en
común), podía definir legítimamente la composición del alto tribunal: 19
Todos los empleados públicos para continuar en el ejercicio de sus
funciones necesitan pues así la confirmación de la Nación como que
esta es hoy la reconquistadora de su libertad y sus derechos, y porque
dimanando las facultades y autoridad de aquellos, de nuestro amado
Fernando, suspenso éste, quedan aquellos sin efecto ni poder.20
los corregidores y otras justicias, resolver las causas de patronato, diezmo, usurpación e impedimentos
de jurisdicción real, entre otros. A su vez, asesoraban a los virreyes e informaban al rey sobre la con-
ducta de estos. Un trabajo clásico al respecto es el de Enrique Ruiz Guiñazú, La magistratura indiana,
Buenos Aires, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, 1916.
18 Gaceta de Buenos Aires, 27 de mayo de 1810, p. 6 (74).
19 Sobre las transformaciones de los imaginarios sobre la nación, cfr. José C. Chiaramonte, Nación y
estado en Iberoamérica. El lenguaje político en tiempos de las independencias, Buenos Aires, Sud-
americana Pensamiento, 2004; F-X. Guerra y Mónica Quijada (comps.), Imaginar la Nación, Cua-
dernos de Historia Latinoamericana., AHILA, N.° 2, 1994. N. Goldman, “‘Revolución’, ‘Nación’ y
‘Constitución’ en el Río de la Plata: léxicos, discursos y prácticas políticas (1810-1830), Anuario del
IEHS “Prof. J.C. Grosso”, N.° 12, Tandil, 1997.
20 Todas las referencias de la Gaceta de Buenos Aires, julio de 1810, p. 114.
Justicia, legalidad y política en Buenos Aires 249
21 El regente don Lucas Muñoz y Cubero, quizá por su avanzada edad, mantuvo su puesto y fueron
electos como conjueces los doctores José Darragueira, Vicente Echevarría y Pedro Medrano. El doctor
Simón de Cossio fue designado ministro fiscal en todos sus ramos.
22 R.O.R.A., Tomo I, p. 45.
23 La condición del carácter americano de los funcionarios se agudizó con el decreto del 3 de noviembre
de 1810 que estableció que “… ningún tribunal, corporación, o gefe civil, militar o eclesiástico, con-
ferirá empleo público a persona que no haya nacido en estas Provincias”, R.O.R.A…, Tomo I, p. 91.
250 Justicias situadas
24 Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires, IV, Buenos Aires, Kraft, 1928, pp. 205-8. Citado
por José María Sáenz Valiente, Bajo la campana del cabildo. Organización y funcionamiento del ca-
bildo de Buenos Aires después de la revolución de mayo (1810-1821), Buenos Aires, Guillermo Kraft
Ltda., 1952, p. 65. Énfasis agregado.
25 R.O.R.A…, p. 79.
26 Ver, Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires, 1810-11, Tomo IV, 1928, pp. 252 y 730.
Justicia, legalidad y política en Buenos Aires 251
27 En noviembre se estableció que ninguna corporación podría otorgar un empleo público a una persona
no nacida en las Provincias Unidas (R.O.R.A…, p. 91) y un decreto de diciembre de 1811 creó dos
nuevos regidores en el cabildo que deberían ser: “indispensablemente hijos del país”. La información
sobre los jueces fue construida a partir de diversos tipos de fuentes. Los Acuerdos del Cabildo permi-
tieron reconstruir los nombres de los alcaldes entre 1810 y 1821. Del ROPBA, el Registro Estadístico
de la Provincia de Buenos Aires, el Almanaque Blondel de 1826, las Memorias publicadas en la Bi-
blioteca de Mayo y datos de la prensa se reconstruyó el listado de los jueces de primera instancia de la
ciudad de Buenos Aires entre 1822 y 1830. La información sobre su desempeño en las armas o el ser-
vicio público hasta 1821 se obtuvo de las Tomás de Razón de empleos civiles, militares y eclesiásticos,
de los mismos Acuerdos del cabildo y los registros mencionados. La información sobre sus trayecto-
rias y cargos posteriores a 1821 se obtuvo del ROPBA, el Registro Estadístico, las Actas de Congresos
Constituyentes y bibliografía que se indicará oportunamente. La información sobre su desempeño en
el comercio se obtuvo de las Actas y documentos del Consulado de Comercio, el Almanaque Blondel
y diccionarios biográficos. Finalmente, la información biográfica como fechas de nacimiento, muerte,
formación y otras ocupaciones se obtuvo de diccionarios biográficos –Osvaldo Cutolo, Nuevo dic-
cionario biográfico argentino (1750-1930), Buenos Aires, Editorial Elche, 1968. Tomos Varios. José
Domingo Cortés, Diccionario biográfico americano, Paris, Lahure, 1876; Julio Muzzio, Diccionario
histórico biográfico de la República Argentina, Buenos Aires, Librería “La Facultad”, 1920. 2 Vols.;
Ricardo Piccirilli, Francisco Romay y Leoncio Gianello, Diccionario Histórico Argentino, Buenos
Aires, Ediciones Históricas Argentinas, 1953-1955, 6 vols.–, autobiografías (Biblioteca de Mayo) y
bibliografía.
252 Justicias situadas
las milicias y el ejército fueron casi siempre oficiales, esto es, miembros de la élite.
La adhesión a la causa de la Revolución, el nacimiento en la ciudad, el comercio y
las armas y la escasa formación jurídica fueron así los rasgos salientes de los jueces
electos luego de la crisis del vínculo colonial.28
En el cabildo posrevolucionario dieron los primeros pasos en su “carrera de la
revolución”, lo que incluyó en muchos casos ser parte del cabildo varias veces, así
como de alguno de los congresos constituyentes o integrar la Junta de Representantes
en la década siguiente. Esas actuaciones representativas, junto a la ausencia de otras
participaciones en funciones judiciales o tareas jurídicas, muestra que ser alcalde era
ante todo ser un miembro prominente de la comunidad más que una persona espe-
cialmente comprometida con el proyecto de transformar las formas de juzgar. Si los
discursos sobre división de poderes y sujeción de la justicia a la ley se habían tornado
omnipresentes en los manifiestos públicos de la Revolución, si la retórica sobre las
cualidades de los jueces se había modificado, ello no se plasmó en un cambio en
la relación de los jueces capitulares con la ley y menos aún en una bifurcación de
trayectorias políticas y judiciales. Justicia y política estaban profundamente entrela-
zadas y se garantizaban mutuamente.
Un cambio fundamental se dio en 1815 cuando lo que se modificó fue la forma de
elección, si bien desde la Revolución la tradicional elección de capitulares entrantes
por los salientes se había visto alterada. Como mencionamos, en octubre de 1810, la
Junta se proclamó “representación inmediata del Pueblo” y eligió nuevos miembros
para el consejo. El nuevo elenco actuaría hasta fines del año siguiente y recién en
diciembre de 1811 la práctica de la “representación invertida” sería retomada.
Ya en 1814, un proyecto de nuevas ordenanzas del Cabildo había propuesto fun-
dar la legitimidad del cuerpo en la voluntad popular. El proyecto afirmaba que la
elección de capitulares entrantes por los salientes era tanto ilegítima cuanto disonante
“con el presente sistema de gobierno”. Tildaba de monstruosa a la continuidad de esa
práctica y afirmaba que “la Justicia, la razón, la convivencia y sobre todo la voluntad
del Pueblo” exigían reemplazarla por la elección popular.29
Finalmente en 1815, el Estatuto Provisional adoptaría este sistema haciendo de
los jueces (alcaldes) funcionarios electivos.30 De este modo, la soberanía popular (re)
asumía también el poder de juzgar y castigar. Sin embargo, el sistema adoptado para
28 Cfr. Magdalena Candioti “Los jueces de la revolución: pertenencia social, trayectorias políticas y
conocimiento experto de los encargados de administrar justicia. Buenos Aires, 1810-1830”, en Ma-
riana Pérez; María Alejandra Fernández y Mónica Alabart, (eds.), Buenos Aires. Una sociedad que se
transforma: entre la colonia y la revolución de mayo, Buenos Aires, Prometeo - Universidad Nacional
de General Sarmiento, 2010.
29 Acuerdos del Extinguido Cabildo…, 1812-1813, Serie IV, Tomo V, Libros LXVIII a LXXIV, Buenos
Aires Kraft Ltda. S. A., 1929, 1812, pp. 419-420. Énfasis agregado.
30 Estatuto Provisional 1815, R.O.R.A…. pp. 311-323.
Justicia, legalidad y política en Buenos Aires 253
la elección era de segundo grado, indirecto, lo que buscaba encauzar y evitar los posi-
bles excesos de una participación popular, exaltada pero no por ello menos temida.31
Con las elecciones, la incertidumbre en torno a la composición del cuerpo aumen-
tó pero no significó que sectores populares ingresaran a la corporación. Los alcaldes
no dejaron de ser miembros de la élite, vecinos, varones, blancos, criollos, propieta-
rios, con frecuencia comerciantes y con participación en las milicias o el ejército. Los
alcaldes de primer y segundo voto del cabildo —elegidos ya fuera por la Junta, por
el cabildo saliente o por el vecindario— no realizarían una revolución en las formas
de administrar justicia. Entre otras cosas, casi ninguno era versado en derecho. Para
suplir este desconocimiento de los códices, en un contexto donde el legicentrismo era
permanentemente ensalzado, se crearon nuevos garantes de la legalidad: los asesores
letrados. Ya en tiempos coloniales se había sentido la necesidad de contar con ase-
sores expertos en derecho, pero la contratación había corrido por cuenta y cargo del
funcionario que la precisaba, y no de la corporación. 32
La creación de cuatro asesorías letradas rentadas –dos para los alcaldes y dos
para los defensores– fue votada por el municipio de Buenos Aires en julio de 1811.33
Hubo debates sobre si la función debía ser fija o anual, 34 y finalmente triunfó esta
última opción. A pesar de que los asesores podían cambiar anualmente, y eran pro-
puestos por los regidores, hubo una circulación de letrados más o menos estable (ver
cuadro 1). En los diez años que transcurrieron entre la creación del cargo y la aboli-
ción del cabildo se designaron treinta y cuatro asesores. La mitad actuó solo un año,
casi todos ellos convocados de modo interino. El resto fueron asesores varios años:
Melchor Arancibia, Cayetano Campana, Francisco Castellanos, José Severo Mala-
via, Bernardo Pereda, Pedro Valle, Mateo Vidal y Mariano Tagle fueron asesores en
dos ocasiones. Los juristas José Francisco Acosta, Pedro José Agrelo, Félix Frías,
Juan García de Cossio, Pedro Somellera y Juan Bautista Villegas fueron asesores tres
31 Marcela Ternavasio, La revolución del voto. Política y elecciones en Buenos Aires, 1810-1852, Bue-
nos Aires, Siglo XXI, 2003, p. 48 y José María Sáenz Valiente, Bajo la campana…, p. 89.
32 Sobre la práctica de designación de asesores por parte de los alcaldes coloniales ver, PUGLIESE,
María Rosa, “El asesor letrado del alcalde en el Virreinato del Río de la Plata”, en De la justicia lega a
la justicia letrada. Abogados y asesores en el Río de la Plata, 1776-1821, Junta de Estudios Históricos
de San José de Flores, Buenos Aires, 2000.
33 Acuerdos del Extinguido Cabildo…, Tomo IV, Libros LXV, LXVI y LXVII, 1810-1811, Buenos Aires,
Kraft Impresores, 1927, 1811, pp. 223 y 460. Sobre los defensores de pobres del cabildo entre 1776 y 1821,
cfr. Lucas Rebagliati, Pobreza, Caridad y Justicia en Buenos Aires: Los Defensores de pobres (1776-1821),
Tesis de Doctorado en Historia, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 2016.
34 En 1814, el doctor José Francisco Acosta, defensor de menores, propuso que el letrado designado por
el municipio para ese ministerio “sea fijo y sin amovilidad, [dado que] por el inconveniente de que
debe ser nombrado anualmente, viene a tocarse en daño a los menores que comprende…”. Acuerdos
del Extinguido Cabildo…, Serie IV, Tomo VI, Libros LXIX a LXXIV, 1814-1815, Buenos Aires, Kraft
Ltda., 1929, pp. 278-279.
254 Justicias situadas
veces. Miguel Villegas y Bartolomé Cueto asesoraron cuatro años y Rafael Macedo
Ferreira fue asesor cinco veces.35
Cuadro 1
Alcaldes de primer y segundo voto y sus asesores letrados.
Cabildo de Buenos Aires, 1811–1821
Alcalde de pri- Alcalde de segundo
Año Asesor Asesor
mer voto voto
Domingo Igarzábal Tomás Antonio Atanasio Gutiérrez/ Félix Ignacio
1811 Manuel de Aguirre/ Valle Manuel Aguirre/ Frías
Ildefonso Paso Martín Grandoli
Dámaso Gigena /
Francisco X. Riglos
1812 Pedro Somellera José Pereira Lucena Pedro Francisco
Valle
Joaquín Belgrano Matías Oliden /
1813 Pedro Somellera Agustín Wright
Félix Ignacio Frías
Agustín Griera /
1814 Juan de Alagón Bartolomé Cueto Ildefonso Ramos Mexía
Miguel Villegas
Alejo Castex /
José Francisco
Francisco Antonio Francisco Belgrano Jaime Zudañes /
1815 Acosta
Escalada Manuel Oliden Miguel Villegas /
Macedo Ferreyra
Francisco Ant. Manuel Maza / Francisco Rodríguez Antonio Domingo
1816
Escalada Félix Ignacio Frías de Vida Ezquerrenea
Juan García de
Francisco R.
1817 Juan de Alagón Ambrosio Lezica Cossio /
Castellanos
Mariano Tagle
Francisco R.
Atanasio Gutiérrez José María Yebenes / Mariano Tagle /
Castellanos /
1818 / Felipe Otárola / Miguel del Mármol Pedro Francisco
Melchor
Félix de Castro Ibarrola Valle
Arancibia
Manuel Bonifacio
Manuel Arroyo /
1819 Manuel Luzuriaga Gallardo Juan José Videla
José Ignacio Garmendia
Pedro José Agrelo
Miguel Villegas
Juan Pedro Aguirre / Bernardo Pereda
José Esteban Romero /
Pedro Capdevila / Melchor
1820 Francisco Acosta Ildefonso Ramos Mexía/
Juan Norberto Dolz Arancibia
José Eugenio Elías Juan Bautista Castro
/ Mariano Andrade Ramón Díaz
Cayetano Campana
Cayetano
1821* Mariano Andrade Joaquín Belgrano Pedro Somellera
Campana
Fuente: Elaboración propia según datos de Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires,
1810 a 1821. Buenos Aires, Editorial Kraft, tomo IV a IX, 1927-1934.
35 Quienes actuaron una sola vez fueron José Manuel Barros, Alejo Castex, Ramón Díaz, Vicente Eche-
verría, José Elías, Antonio Ezquerrenea, Manuel Gallardo, Juan Dámaso Gigena, Joaquín Griera,
Manuel Maza, Matías Oliden, Antonio Sáenz, José Seide, Tomás Antonio Valle, José Videla, Jaime
Zudañes, y Bartolo Tollo. Acuerdos del Extinguido Cabildo…, 1811 a 1821.
Justicia, legalidad y política en Buenos Aires 255
36 Sobre ese aprendizaje ilustrado fuera del aula en Charcas ver, Clément Thibaud., “La Academia Ca-
rolina de Charcas: una “escuela de dirigentes” para la independencia”, en Rosana Barragán, Dora
Cajías y Seemin Qayum (comps), El siglo XIX. Bolivia y América Latina, La Paz, Muela del Diablo
Editores-IFEA, 1997. Sobre la formación en la Universidad ver C. Thibaud, La academia carolina y
la independencia de América. Los abogados de Chuquisaca, Editorial Charcas, Fundación Cultural el
Banco Central de Bolivia, Sucre, 2010 y Vicente O. Cutolo, “Los abogados del Congreso de Tucumán
graduados en Chuquisaca”, en Boletín de la Sociedad Geográfica e Histórica “Sucre”, N.º 452, tomo
XLIX, 1967. Sobre la formación en la Universidad de Córdoba ver Juan María Garro, Bosquejo his-
tórico de la Universidad de Córdoba, Buenos Aires, Imprenta y litografía Biedma, 1882 y Llamosas,
Esteban, “La enseñanza jurídica en un contexto de transición: la reforma de José Gregorio Baigorrí en
la Universidad de Córdoba (1823)”, Revista de Historia del Derecho, N.° 49, 2015, pp. 97-112. Sobre
la formación en derecho romano en universidades rioplatenses ver Levaggi, A. “El derecho romano en
la formación de los juristas argentinos del ochocientos”, en Pontificia Universidad Católica del Perú,
N.º 40, diciembre de 1986. Sobre la universidad chilena ver Serrano, S, Universidad y nación. Chile
siglo XIX, Santiago de Chile, Editorial Universitaria S.A., 1993, pp. 29-33.
256 Justicias situadas
do en su consonancia, dirigí la que allí se hizo para quitar a los Españoles el mando
de la Provincia”.37 Fue puesto prisionero por Francia hasta que llegó la expedición
de Belgrano y Vicente Anastasio Echavarría, y entonces fue enviado en un lanchón
con su familia a Buenos Aires. Llegó el 4 de noviembre de 1811 y en diciembre fue
designado asesor del alcalde de primer voto del cabildo “con cargo de asesorar a la
corporación en sus acuerdos”. Mantuvo el cargo el año siguiente y en 1814 fue de-
signado asesor del Gobierno Intendencia de Buenos Aires. Más tarde, en febrero de
1815, se lo nombró defensor de la Comisión especial de Bienes Extraños y en mayo
de ese año se lo designó temporalmente como asesor y auditor general durante la
enfermedad del propietario. En 1818 fue designado juez de alzada de la provincia y
en 1820 fue nombrado auditor de Guerra en medio de los conflictos.
En 1821 fue designado como primer profesor de Derecho Civil en la Universidad
de Buenos Aires, cargo que ocupó hasta 1830 cuando renunció por enfermedad. Si
bien había adquirido una formación romanista, el curso que impartió tenía funda-
mentos heterogéneos a aquella tradición. Su Principios de Derecho Civil publicado
en 1824 reproducía el método de las Institutas (en cuanto a la organización de sus
partes en cuestiones referentes a personas, cosas y acciones), pero sostenía que el
principio de utilidad (de la producción de más beneficios que daños por parte de una
ley) debía ser la base racional sobre la que el sistema jurídico de la nueva república
del Plata debía erigirse. Durante esos años, y hasta su exilio en Montevideo, Some-
llera fue también diputado provincial en la Sala de Representantes y ante el Soberano
Congreso. Ocasionalmente fue presidente de la Academia durante las ausencias de
Manuel Antonio de Castro.
La trayectoria de Somellera y su combinación de cargos judiciales, asesorías ju-
rídicas, funciones representativas y servicios políticos a la Revolución no fueron ex-
cepcionales. Muchos de los asesores fueron –antes o después– capitulares, diputados
en congresos constituyentes, o miembros de la Sala de Representantes.38
Los perfiles sociales de los alcaldes y sus asesores no eran entonces tan diversos.
Como Somellera, otros asesores fueron catedráticos (Antonio Ezquerrenea, Antonio
Sáenz y Pedro Agrelo) y otros, como Cayetano Campana, Manuel Gallardo y Ramón
Díaz, fueron publicistas. Esas intervenciones políticas se produjeron en el marco de
carreras en las que el saber jurídico era vital. Y lo fue en particular para aquellos
como Bartolomé Cueto o Mariano Andrade, que luego serían los primeros jueces
letrados de la provincia.
39 Juan Carlos Garavaglia, “La burocracia en el Río de la Plata. Buenos Aires, 1800-1861”, Anuario
IEHS 25 (2010), pp. 119-144.
40 Acuerdos de la Honorable Junta de Representantes de la Provincia de Buenos Aires, 1820-1821, Buenos
Aires, Publicaciones del Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, 1930 (vol. I), p. 329.
41 Cfr. Fernando Martínez Pérez, Entre confianza y responsabilidad. La justicia del primer constitucio-
nalismo español. (1810-1823), Centro de Estudios Constitucionales y Políticos, Madrid, 1999.
42 Tal fue el caso de Juan García de Cossio y de Bartolomé Cueto. La condición de letrado de Mariano
Andrade, alcalde de primer voto desde octubre de 1820, le permitió ser reciclado como juez de prime-
ra instancia tras la extinción del cabildo.
43 Ya en 1800, cuando los asesores eran todavía pagados con fondos propios del titular del cargo, una real
ordenanza había establecido la irresponsabilidad de los jueces en los casos en los que hubiesen fallado
de acuerdo al dictamen del asesor.
258 Justicias situadas
44 R.O.P.B.A., decreto 293. Empleados para juzgados de 1.º Instancia. 13 de febrero de 1822, pp. 67 y 68.
45 Sobre esta colaboración estrecha entre policía y justicia cfr. O. Barreneche, Dentro de la ley, TODO…, cit.
46 Mariano Andrade, Manuel Obligado, Jacinto Cárdenas, Juan José Cernadas, Matías Oliden, Domingo
Guzmán y Juan Bautista Villegas habían pasado por las aulas de Chuquisaca; Juan García de Cossio,
Bernardo Vélez y Bartolomé Cueto se habían formado en San Felipe y Roque Sáenz Peña era docto-
rado en Leyes por la universidad cordobesa. Hay tres jueces (Ventura Martínez, José Manuel Pacheco
y Pedro Francisco Valle) cuyo lugar de formación se desconoce.
47 Quienes ejercieron cargos en la época virreinal fueron Juan Bautista Villegas –quien había sido en
1794 subdelegado de la Puna y otros pueblos; en 1800, subdelegado del partido de la Puna, Intenden-
cia de Salta; y en 1801 subdelegado del partido de la Paria (Tomas de Razón, libro 49, f. 72, 1794; libro
49, f. 82, 1800; libro 46, f. 15, 1801)– y Manuel Obligado, que había sido regidor en el cabildo de esa
ciudad altoperuana en 1809.
Justicia, legalidad y política en Buenos Aires 259
48 ROPBA…, 1829, p. 179. ..., libro 7, N.º 11, 1829, p. 3, pp. 9 y 10.
49 ROPBA..., 1828, N.º 912, pp. 6-8; 1829, N.º 1063; pp. 174-176; N.º 1169, pp. 4-5.
50 El desplazamiento de Valle fue también consecuencia de las disputas facciosas y en el decreto de
expulsión, Lavalle y su secretario Díaz Vélez sostenían que “Desde que un magistrado ha perdido la
confianza pública, sus servicios no pueden ya ser útiles a la comunidad. […] su continuado desprecio
a la censura del público… no sólo ataca el crédito del Gobierno que la permite, y el honor de los in-
dividuos que componen la administración de justicia, sino que ejerce una influencia maléfica sobre la
moral pública”. ROPBA..., N.º 1072, diciembre de 1828.
51 Sobre la repercusión de la fidelidad política en los elencos de la justicia de paz rural ver, Jorge Gelman,
“Crisis y reconstrucción del orden en la campaña de Buenos Aires. Estado y sociedad en la primera mitad
del siglo XIX”, Boletín de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, N.° 21, 2000.
52 Para las nóminas de los diputados entre 1830 y 1847 ver Marcela Ternavasio, “Nuevo régimen re-
presentativo y expansión de la frontera política. Las elecciones en el estado de Buenos Aires: 1820-
1840”, en Antonio Annino –comp.– Historia de las elecciones…, pp. 85-105. La nómina de quienes
fueron representantes entre 1821 y 1830 se reconstruyeron a partir del ROPBA y de los Acuerdos de
la Honorable Junta de Representantes… 1930 (vol. I) y 1933 (vol. II).
Justicia, legalidad y política en Buenos Aires 261
53 Marcela Ternavasio, “Limitar el poder: un dilema republicano. Reflexiones sobre el caso rioplatense duran-
te la primera mitad del siglo XIX”, en www.foroiberoideas.cervantesvirtual.com/foro/data/adm4447.doc
54 Tulio Halperin Donghi, Revolución y guerra. Formación de una élite dirigente en la argentina criolla,
Buenos Aires, Siglo XXI, 1994, pp. 214-215.
262 Justicias situadas
Sofía Gastellu
E
ste escrito estudia la dimensión territorial de la justicia de paz de la ciudad
de Buenos Aires desde sus orígenes en 1821 hasta la caída del rosismo.1 El
trabajo hunde sus raíces en una inquietud animada por el equipo de trabajo del
Seminario Permanente “Historia Social de la Justicia y el Gobierno”, desde donde se
intenta reconstruir de manera sistemática la naturaleza, funcionamiento y territoria-
lidad de diferentes tipo de jueces menores de los siglos XVIII y XIX con el propó-
sito de comprender desde una perspectiva hermenéutica, más cercana a los agentes,
el tránsito político entre el modelo antiguorregimental y el republicano liberal.2 Su
marco es aquella historiografía interesada por la justicia de jueces durante el período
posrevolucionario,3 en el cual el estudio de las justicias legas (especialmente aquellas
1 Parte de mi tesis en curso “Los jueces de paz de la ciudad de Buenos Aires (1821-1854): una justicia
lega, urbana y de proximidad entre la conformación del estado de Buenos Aires y el final del rosismo”.
(FFyL-UBA), dirigida por Darío G. Barriera y codirigida por Sergio Angeli, beca tipo I (FONCYT)
radicada en ISHIR-CONICET, Rosario, PICT- 2012-1845. Durante el Workshop recibí los comen-
tarios de Miriam Moriconi y sugerencias de Gabriela Tío Vallejo, Eugenia Molina y Juan Carlos
Garavaglia, las cuales agradezco tanto como el permanente apoyo de Carolina Piazzi, Paula Polimene,
Celeste Forconi y el de mi director.
2 CEHISO (Centro de Historia Social de la Justicia y el Gobierno. Siglos XVI-XIX) Universidad Nacional
de Rosario. Para la problemática general véase Darío G. Barriera, “La dimensión política de un acon-
tecimiento jurídico. Tras los orígenes de Justicia de Paz en la Provincia de Santa Fe (1833)”. Desde la
historia. Homenaje a Marta Bonaudo, Imago Mundi, Buenos Aires, 2014; “La supresión del cabildo y
la creación de los juzgados de paz: dimensión provincial de la justicia de equidad en el litoral rioplatense
(Santa Fe, 1833)”, en Elisa Caselli (coord.), Justicias, agentes y jurisdicciones. De la Monarquía Hispá-
nica a los Estados Nacionales (España y América, siglos XVI-XIX), FCE, España, 2016.
3 La expresión “justicia de jueces” como propia de la administración anterior a la cultura del código
la tomamos de Marta Lorente (coord.), De justicia de jueces a justicia de leyes: hacia la España de
1879, Consejo General del Poder Judicial, Madrid, 2007. El tema se trabaja desde diferentes espacios
y temporalidades en Darío G. Barriera (coord.) La justicia y las formas de autoridad. Organización
política y justicias locales en territorios de frontera. El Río de la Plata, Córdoba, Cuyo y Tucumán,
siglos XVIII y XIX, ISHIR-Red Columnaria, Rosario, 2010. Respecto a la historiografía internacional,
264 Justicias situadas
consultar Eugenia Molina y Melina Yangilevich, dossier Justicia menor y equipamiento institucional
de los espacios urbanos y rurales en Hispanoamérica en el tránsito del Antiguo Régimen al orden
republicano, siglos XVII-XIX [en línea] http://historiapolitica.com/dossiers/justicia-menor/ [consulta:
3 de junio de 2015]
4 Benito Díaz, Juzgados de Paz de la Campaña de la Provincia de Buenos Aires (1821-1854). La Plata,
1959. La producción historiográfica de las últimas décadas incluye trabajos de Juan Carlos Garavaglia,
Jorge Gelman, O. Carlos Cansanello, Raúl Fradkin, Melina Yangilevich y Antonio Galarza, entre otros.
5 Nos referimos a investigaciones de Ricardo Salvatore, Osvaldo Barreneche, Carlos Cansanello, Mag-
dalena Candioti, Marcela Ternavasio, Jorge Gelman, Juan Carlos Garavaglia, Raúl Fradkin y Gabriel
Di Meglio.
6 Con la excepción de Andrés R. Allende, “Un juez de paz de la tiranía”, en Investigaciones y ensa-
yos, Academia Nacional de la Historia, núm. 14, Buenos Aires, 1973, pp. 167-204. Sobre la falta de
estudios específicos: Cfr. Darío G. Barriera, “Justicias, jueces y culturas jurídicas en el siglo XIX
rioplatense “, Nuevo Mundo Mundos Nuevos, Debates, 2010 [En línea], http://nuevomundo.revues.
org/59252 [consulta: 2 de junio de 2014].
7 Marcela Ternavasio, “La supresión del cabildo de Buenos aires: ¿crónica de una muerte anuncia-
da?”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. E. Ravignani”, Tercera serie,
N.º 21, 2000. Sobre la temática en otros espacios: Cfr. Darío G. Barriera, “Rediseñando lo judicial,
reinventando lo jurídico: el “Reglamento” de 1833 y los orígenes de la Justicia de Paz en la Provincia
de Santa Fe”, en Valentina Ayrolo, –coordinadora–, Actas de las IV Jornadas de Trabajo y Discusión
sobre el siglo XIX - Las Provincias en la Nación, CBediciones, 2011; “La supresión del cabildo y la
creación de los juzgados de paz…”, cit.; Alejandro Agüero, “La extinción del cabildo en la Repú-
blica de Córdoba, 1815-1824”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio
Ravignani, Buenos Aires, 2012, pp. 43-84; Gabriela Tío Vallejo, “La administración de justicia y la
experiencia de las autonomías provinciales en el Río de la Plata. El caso de Tucumán”, Revista de
Historia del Derecho, N.° 36, 2008; “Presencias y ausencias del Cabildo en la construcción del orden
provincial: el caso de Tucumán, 1770- 1830”, en Araucaria, 18, 2007; Eugenia Molina, “La disputa
por la legitimidad: discursos subversivos y conspiraciones en el contexto de la desaparición del Ca-
bildo de Mendoza, Río de la Plata, 1822–1825”, Jahrbuchfür Geschichte Lateinamerikas, 2014, N.°
La justicia de paz en la ciudad de Buenos Aires 265
51, pp. 257-282; “Justicia, elecciones y cabildo. El orden político pos revolucionario en Mendoza (Río
de la Plata), 1823”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos [En línea], Débats, mis en ligne le 10 mars 2015,
[consulta: 23 de junio de 2016]; Inés Sanjurjo, “La justicia de paz en Mendoza. Leyes de 1872, 1876
y 1880”, Revista Confluencia, año 1, número 2, primavera 2003, Mendoza, Argentina; “Un gobierno
de jueces para la campaña mendocina durante los gobiernos federales (1830-1860)”, Horizontes y
Convergencias. Lecturas Históricas y Antropológicas sobre el Derecho, 2011.
8 Cfr. María Angélica Corva, Constituir el gobierno, afianzar la justicia. El poder judicial de la pro-
vincia de Buenos Aires (1853-1881), Prohistoria-Instituto de Historia del Derecho, Rosario, 2014, pp.
120 y ss., Memoria de la Municipalidad de Buenos Aires correspondiente a los años 1856 y 1857,
Buenos Aires, Imprenta del Orden, 1858.
9 Los jueces letrados de la campaña fueron eliminados en 1824 y desde entonces actuaron en la ciudad
dos jueces civiles y dos criminales. Cfr. Raúl O. Fradkin, “¿Misión imposible? La fugaz experiencia
de los jueces letrados de Primera Instancia en la campaña de Buenos Aires (1822-1824)”, en Darío G.
Barriera, (Comp.) Justicias y Fronteras. Estudios sobre historia de la Justicia en el Río de la Plata,
Editum, Murcia, 2009, pp. 143-164; María Angélica Corva, “‘Íntegros y competentes’. Los magis-
trados de la provincia de Buenos Aires en la segunda mitad del siglo XX”, en Justicias y fronteras…,
cit., pp. 180-204; Magdalena Candioti, Ley, justicia y revolución en Buenos Aires, 1810-1830. Una
historia política, Serie Las tesis del Ravignani, Núm. 4. [En línea] http://www.ravignanidigital.com.
ar/tms/series/tesis_ravig/ltr-004-tesis-candioti-2010.pdf [consulta: 3 de julio 2015]. En este mismo
volumen contamos con el aporte de Melina Yangilevich.
10 Francisco L. Romay, Historia de la Policía Federal Argentina, Biblioteca Policial, Buenos Aires,
1964; Jorge Gelman, “Crisis y reconstrucción del orden en la campaña de Buenos Aires. Estado y
sociedad en la primera mitad del siglo XIX” Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana.
Dr. Emilio Ravignani, N°21, Buenos Aires, 2000; Alejandra Rico, Policías, soldados y vecinos. Las
266 Justicias situadas
medidas era nombrar nuevos jueces de paz, y este procedimiento muchas veces reco-
rría una delgada línea entre el deseo gubernamental sobre quiénes debían ocupar el
cargo y la realidad de quiénes lo ocuparon en la práctica. Se implementó el sistema
tradicional de ternas y –si bien se pretendió que estas magistraturas fueran anuales–
no fue inusual que un mismo sujeto ocupara el cargo más de una vez, debido a que
era el único que había aceptado hacerlo o quien cumplía los requisitos de residencia,
capacidad y afinidad política con el poder de turno.11
Para adentrarnos en el funcionamiento de la justicia de paz urbana es necesario
identificar su alcance y analizar la conformación de la misma en el marco de un
reordenamiento espacial y territorial.12 A pesar de tratarse de una jurisdicción apa-
rentemente nítida, su marco espacial no estaba previamente delimitado más allá del
nombre de la ciudad, ya que su dimensión territorial acabó por ser aquella que le
otorgó la propia actuación de los jueces de paz, quienes fueron una pieza fundamental
en las reformas que permitieron el equipamiento político del territorio.13 Este proceso
constó de tres etapas: en el primer lustro se crearon los primeros juzgados de paz, al
tiempo que el gobierno comenzó a asignar diversas funciones a los jueces legos con
ecos tanto de justicia como de gobierno. A ello siguió un período más o menos con-
flictivo, según el barrio, en que se produjo el afianzamiento y el despliegue territorial
de la justicia de paz. Finalmente, durante el último período rosista se consolidaron
las jurisdicciones de paz urbanas en coincidencia con el apogeo de sus jueces como
agentes de justicia y gobierno de proximidad. Propongo seguir tres líneas para ana-
funciones policiales entre las reformas rivadavianas y la caída del régimen rosista. Tesis de Maestría,
Universidad Nacional de Luján, 2008, [en línea] http://www.crimenysociedad.com.ar/wp-content/
uploads/2008/11/tesis1.pdf [consulta: 3 de marzo 2014].
11 En todos los gobiernos se produjeron renuncias, con la excepción del último período rosista. El récord
lo ostenta Viamonte cuando en 1834 se presentaron catorce renuncias.
12 Considerando espacio una extensión organizada a partir de criterios no solamente políticos, sino
económicos, culturales, religiosos, administrativos; a diferencia de un territorio que se constituye
mediante una acción política sobre la tierra y sus habitantes. Cfr. Darío G. Barriera, Abrir puertas a
la tierra. Microanálisis de la construcción de un espacio político. Santa Fe, 1573-1640, Museo His-
tórico Provincial Brigadier Estanislao López, Santa Fe, 2013, p. 38.
13 El equipamiento político de un territorio incluye “las acciones de diversos agentes y de distinto tipo
–que tienden a conseguir un resultado orientado por esta voluntad de ordenamiento– y las expresiones
simbólicas o físicas que este accionar va imprimiendo tanto en el terreno como en la concepción de su
relación con las instituciones políticas”. Darío G. Barriera, Abrir puertas a la tierra… p. 193; “Conju-
ra de mancebos. Equipamiento del territorio e identidades sociales en el Río de la Plata” en Justicias y
fronteras..., cit. pp. 45-46; “El equipamiento político del territorio. Del pago de los Arroyos a la ciudad
de Rosario (1725-1852)”, en Darío G. Barriera, (Dir.), Instituciones, gobierno y territorio. Rosario de
la capilla al municipio. (1725-1930), ISHIR-CONICET, 2010; Darío G. Barriera y Miriam S. Mori-
coni, “Gobiernos y territorialidades: Coronda, de caserío a curato (Santa Fe, Gobernación y Obispado
de Buenos Aires, 1660-1749)”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos [en línea] http://nuevomundo.revues.
org/67858 [consulta: 24 de julio 2015].
La justicia de paz en la ciudad de Buenos Aires 267
14 Cfr. John B. Harley, La nueva naturaleza de los mapas. Ensayos sobre la historia de la cartografía,
FCE, México, 2005.
15 Utilizo el término en su sentido de función ya que si bien se trataba de legos ejercían funciones: judi-
ciales, represivas, económicas y políticas. Cfr. Juan Carlos Garavaglia, “La cruz, la vara, la espada.
Las relaciones de poder en el pueblo de Areco”, en Justicias y Fronteras…, cit.
16 Mariquita Sánchez de Thompson, Intimidad y política. Diarios, cartas y recuerdos, María Gabriela
Mizraje (comp.) Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires, 2010, p. 133.
17 Cfr. Pilar González Bernaldo de Quiróz, Civilidad y política en los orígenes de la Nación Argentina.
Las sociabilidades en Buenos Aires, 1829-1862, FCE, Buenos Aires, 2007, pp. 64-75; Gabriel Di
Meglio, ¡Viva el bajo pueblo! La plebe urbana de Buenos Aires y la política entre la Revolución de
268 Justicias situadas
22 Sobre la temática, remito al análisis de Darío G. Barriera, Instituciones, gobierno y territorio…, cit., p. 45.
270 Justicias situadas
23 Marcela Ternavasio indicó ocho parroquias como la base territorial sobre la que se dividió la ciudad
para la realización de las elecciones en 1821. La discrepancia numérica puede deberse a que la ley de
elecciones estipulaba ocho asambleas electorales, por lo que el gobierno contabilizó siete parroquias
y agregó una asamblea en la “viceparroquia” del Colegio. Cfr. Marcela Ternavasio, “Nuevo régimen
representativo y expansión de la frontera política. Las elecciones en el Estado de Buenos Aires: 1820-
1840”, en Antonio Annino (coord.), Historia de las elecciones en Iberoamérica. FCE, Buenos Aires,
1995, p. 82; La revolución del voto. Política y Elecciones en Buenos Aires. 1810-1852, Siglo XXI,
Buenos Aires, 1995, p. 95; ROBA, núm. 1, septiembre 1º de 1821, p. 13. El 12 de julio de 1822 el
ministro de Gobierno debió sacar una nueva comunicación refrendando esa excepción y haciendo
referencia a las autoridades de las asambleas respectivas, ordenando que “á mas de la mesa que se
coloque en el Colegio para las elecciones de Representantes que ocurran, se establezca otra en la Ca-
tedral para el complemento de las ocho mesas que determina la ley de elecciones; debiendo la primera
ser presidida por el Juez de Paz respectivo; y la segunda por el Alcalde de barrio del Cuartel”. Archivo
General de la Nación (en adelante, AGN) X-32-10-2, división Gobierno. Policía, órdenes superiores.
24 El Auto fue editado por Ernesto R. Salvia, “La primera división parroquial en la ciudad de Buenos
Aires, 1769”, en Teología 78, 2001, 209-245. Sobre la división parroquial: José Torre Revello, “Las
divisiones parroquiales de Buenos Aires en el siglo XVIII”, en Los santos patronos de Buenos Aires y
otros ensayos históricos, Buenos Aires, Ed. Serviam, 1937, pp. 51-64; Ricardo Figueira, “Del barro al
ladrillo”, en José Luis Romero y Luis Alberto Romero (dirs.) Buenos Aires. Historia de cuatro siglos,
tomo 1, Buenos Aires, Editorial Abril, 1983, pp. 113, 114.
25 La capilla de la Concepción del Alto de San Pedro fue construida a instancias de los vecinos Jerónimo
Pizarro y Matías Flores; San Nicolás de Bari fue edificada por un vecino acaudalado, Domingo Aca-
La justicia de paz en la ciudad de Buenos Aires 271
Los nombramientos de los jueces de paz que se hicieron cuatro días después de
suprimidos los cabildos enumerando las parroquias de Catedral, Socorro, San Ni-
colás, Piedad, Monserrat, Concepción y San Telmo, se realizaron coincidiendo con
esos distritos.26 La territorialidad eclesiástica fue así reconfigurada desde el gobierno
rivadaviano al asignarle un uso secular y civil: la jurisdicción de cada juzgado de paz,
y por ende, de sus jueces.
La eliminación del cabildo, no obstante, había dejado vacantes todas las funciones
de gobierno local que los vecinos venían desarrollando en esa institución desde la fun-
dación misma de la ciudad: fijar precios e impuestos, distribuir tierras, otorgar permisos,
organizar las milicias, cumplimentar todas las funciones de “policía” en un sentido an-
tiguo –desde conservar calles y caminos hasta el aseo y la iluminación, pasando por las
patrullas nocturnas– a la vez que ejercer funciones de justicia civil y criminal en primera
instancia mediante los dos alcaldes de primer y segundo voto.27 La pregunta que posi-
blemente se hicieran los pobladores de la ciudad al conocer el bando rivadaviano era
quiénes y cómo iban a reemplazar a los funcionarios del cabildo en estos menesteres,
incluyendo a quién acudir a pedir justicia. En un contexto de abruptas modificaciones,
la justicia menor encontró en el marco de la parroquia un universo familiar y cognos-
cible para los pobladores. Ahora bien, ¿cómo legitimar un cargo nuevo de baja justicia
que implicaba funciones tanto de administración de justicia como de gobierno?28
En una experiencia con ecos de una justicia menor antiguorregimental, los jueces
de paz fueron vecinos legos de reconocida importancia en sus lugares de pertenencia
que cumplirían su rol a la manera de los alcaldes de primer y segundo voto; esto es,
como carga pública sin recibir peculio alguno.29 Un breve recorrido por el perfil de
los primeros jueces de paz puede echar luz respecto a cómo imaginaba el gobierno de
Martín Rodríguez (o más específicamente, su ministro de Gobierno) la justicia de paz
30 Los perfiles han sido trazados a partir de Vicente Cutolo Nuevo Diccionario Biográfico Argentino
(1750-1930), T. I, Elche, Buenos Aires, 1968; Magdalena Candioti, Ley, justicia y revolución en Bue-
nos Aires…, cit., p. 306; Genealogía. Hombres de Mayo, Revista del Instituto Argentino de Ciencias
Genealógicas, Buenos Aires, 1961; J. J. M. Blondel, Guía de la Ciudad y Almanaque de comercio de
la ciudad de Buenos Aires para el año de 1833, Imprenta de la independencia, Buenos Aires, 1933;
AGN X-32-10-2, Policía; AGN, Sucesiones, 1836 legajo 8469; AGN Tomas de Razón 9-626 284 IX-8
9-1; AGN X-12-8-6, Justicia; AGN, Archivo de Gobierno 1810 T II.
31 ROBA, 24 de diciembre de 1821, núm. 22, pp. 190-192. Hasta tanto no se concretó la codificación,
el orden jurídico funcionó con base en la legislación colonial y las costumbres que no se opusieran
a cualquier normativa surgida en respuesta a las necesidades, incluyendo en el término legislación
las órdenes, los decretos, las leyes y los acuerdos. Cfr. María Angélica Corva, “Proyectos, ensayos y
legislación: la administración de justicia de la provincial de Buenos Aires (1821-1852)” en Carolina
Piazzi (coord.), Modos de hacer justicia. Agentes, normas y prácticas (Buenos Aires, Tucumán y Santa
Fe en el siglo XIX), Prohistoria, Rosario, 2011, p. 45.
La justicia de paz en la ciudad de Buenos Aires 273
de 1823 se hicieron solamente para las siete parroquias de la ciudad, sin incluir los par-
tidos agregados de la campaña.48 El 7 de agosto de 1824 también el partido de Morón
se intentó agregar a la ciudad para la administración de justicia mediante un decreto del
gobernador Las Heras y su ministro de Gobierno, Manuel José García, pero nunca se lo
incluyó en los nombramientos de jueces de paz de la ciudad ni tampoco en las comuni-
caciones a los mismos.49 El territorio del partido de la Matanza tampoco se agregó a los
juzgados de paz inmediatos; el gobernador Las Heras debió ceder a representaciones de
los vecinos y derogar en 1825 el decreto rivadaviano de 1822.50
Si bien el gobierno no logró agregar a la ciudad los citados partidos de la cam-
paña inmediata sí debió hacer modificaciones que involucraron espacios suburbanos
y cuarteles de campaña, lo cual demostró que los bordes entre ciudad y campaña no
eran evidentes ni absolutos. En 1824 debieron sumarse diez cuarteles de ciudad y
tres cuarteles de campaña, cada uno a cargo de un alcalde de barrio; esto ilustra que
muchos habitantes de la campaña tenían relación con autoridades de baja justicia y
de policía de la ciudad. Durante el gobierno de Martín Rodríguez los cuarteles cam-
biaron su ubicación y toponimia en el mapa de la ciudad realizado por el ingeniero
Felipe Bertrés.51 Este plano de las calles consideradas principales delimitaba la ciu-
dad al este por el curso del Río de la Plata, al sur por la calle Patagones (hoy Caseros),
al norte por la calle Santa Cruz (actualmente Arenales) y al oeste por la calle Entre
Ríos, señalando 26 manzanas de norte a sur y 16 manzanas entre el límite este de las
barrancas y el punto más lejano al oeste. Los cuarteles fueron numerados en dirección
norte/sur y este/oeste y, efectivamente, los primeros nombramientos de alcaldes de
barrio realizados por el gobernador Martín Rodríguez alcanzaron a 32 cuarteles ur-
banos numerados de forma consecutiva.52 Pero ese mapa había dejado fuera cuarteles
48 ROBA, 1825.
49 ROBA, año de 1824. Cuando el general Las Heras es elegido gobernador en 1824, Rivadavia se marchó
del país, pero García continuó como parte de su gabinete acumulando una gran influencia. La relación de
García con Morón era de antigua data: su padre Pedro Andrés García elaboró informes siendo funcionario
regio sobre los partidos agrícolas de Las Conchas, San Isidro y Morón. En este último tenía su casa y su
chacra, que cultivó por lo menos durante la década de 1810. Cfr. Tulio Halperín Donghi, De la revolución
de independencia a la Confederación rosista, Paidós, Buenos Aires, 1985, p. 212; Juan Carlos Garavaglia,
“Los Labradores de San Isidro…”, cit.; Jorge Gelman, Un funcionario en busca del Estado. Pedro Andrés
García y la cuestión agraria bonaerense, 1810-1822. Universidad Nacional de Quilmes, Bernal, 1997.
50 ROBA, 1825.
51 Plano topográfico del nombramiento de las principales Calles de la Ciudad de Buenos Aires y de
los templos, plazas, Edificios públicos y cuarteles en el año 1822. AGN II-27, Mapoteca. Sobre este
plano y la dicotomía entre legislación y realidad urbana, ver Fernando Aliata, La ciudad regular.
Arquitectura, programas e instituciones en el Buenos Aires posrevolucionario, 1821-1823, Buenos
Aires, Universidad Nacional de Quilmes-Prometeo, 2006. El autor utiliza a modo de comparación el
plano de Buenos Aires y sus suburbios de Antonio Cerviño, fechado en 1814.
52 AGN X-32-10-3 N.º 35, Policía.
278 Justicias situadas
que no se habían demarcado y en los que era necesario nombrar alcaldes de barrio,
por lo que el ministro de Gobierno autorizó al jefe de policía en diciembre de 1823
para que en conjunto con el ingeniero en Jefe designaran los números provisionales
para distinguirlos y designar alcaldes en ellos.53 Los nombramientos de alcaldes de
barrio de estos cuarteles considerados “fuera de línea de numeración de la ciudad” se
hicieron en marzo de 1824 para los de ciudad numerados 15, 30, 31, 34, 36, 46, 47,
50, 52, 54 y en los cuarteles 2.º, 4.º y 5.º de campaña.54 Ninguno de estos cuarteles
(ya sea los de ciudad o los señalados como campaña) se encontraba numerados o
demarcados en el plano confeccionado por Bertrés en 1822, porque se ubicaban más
allá de esa línea imaginaria (e imaginada) que había numerado las principales calles
de la ciudad. A la hora de ubicarlos debemos remitirnos al plano de la ciudad y ejido
de Buenos Aires de 1817, de José María Manso.55 Para ilustrarlo: el plano de 1822
terminaba a tres manzanas de la plaza Lorea, mientras que el de 1817 continuaba un
equivalente a 16 manzanas –aproximadamente 2400 varas castellanas– más allá del
entonces hueco de Miserere. En una simple superposición de ambos planos se pueden
apreciar las diferencias (Figura 1).
Para evitar confundir referencias sobre espacios urbanos y rurales debemos consi-
derar la numeración de cuarteles en relación con diferentes planos: los cuarteles 20 al
24 se ubicaban en la zona de quintas del norte de la ciudad en el plano de Manso y al
sur de la ciudad (en las jurisdicciones de Monserrat y Concepción) en todos los pla-
nos a partir de 1822.56 El cuartel 15 no aparece señalado en los mapas hasta 1859, por
lo que lo identificamos en la parroquia del Socorro siguiendo el hilo de los nombres
que lo habitaron.57 El cuartel 32 se ubicaba arriba del hueco de Miserere en el plano
de Manso, pero luego formó parte del pueblo de San José de Flores.58 El cuartel 36
no está señalado en los mapas de 1817 y 1822; si bien el censo de 1815 lo ubicó en
el partido de San Isidro, para el año 1859 era jurisdicción de Monserrat.59 Respecto a
los alcaldes de los cuarteles 2.º, 4.º y 5.º de campaña, fueron incluidos claramente en
los nombramientos para alcaldes de barrio de la ciudad. Los cambios en la toponimia
impiden guiarnos exclusivamente por la numeración de los cuarteles tomando los
planos como una serie ininterrumpida, ya que la ciudad y su campaña se entrelazaban
en bordes porosos que incluyeron jurisdicciones de juzgados de paz de ciudad: los
cuarteles en que habitaron y cumplieron funciones los alcaldes de barrio.
A pesar del reordenamiento territorial que intentó el gobierno rivadaviano, los
pobladores y funcionarios continuaron identificando espacios a la usanza tradicional,
como aconteció ante la orden del gobierno de alejar una serie de actividades pro-
ductivas del centro de la ciudad. Para señalar el límite el ingeniero en jefe Próspero
Catelín demarcó la línea sobre la que podían establecerse atahonas utilizando como
mojones nombres de pobladores en relación con los cuarteles.60 Esa línea se puede
reconstruir con el plano de Manso de 1817, pero es imposible determinarla con el
plano de Bertrés. A la vez, dependía de las necesidades gubernamentales considerar a
ciertos cuarteles como parte del mundo rural o del urbano. En 1825 una disposición
sobre el pago de patentes estimó solamente 29 cuarteles como parte de la ciudad;
sin embargo, los 43 cuarteles fueron considerados urbanos en 1826 ante una leva de
enormes proporciones debido a la guerra con el Brasil.61
Para completar el equipamiento político del territorio de la justicia de paz urbana
debemos llevar el foco a la creación de nuevos juzgados de paz: el 7 de enero de 1824
un decreto de Rivadavia dividió al norte y al sur de la calle La Plata (hoy Rivadavia)
la jurisdicción de paz de la Catedral.62 Al crear los juzgados de Catedral al Sur y
Catedral al Norte no se modificó la territorialidad de la parroquia (dividida en dos
recién en 1830), sino la jurisdicción de los funcionarios de baja justicia que actuaban
en ella. La extensión de la parroquia de la Catedral en relación con su densidad de-
mográfica era considerada un problema ya que, cuando en 1822 se prohibió contar
con dos o más curas en un mismo curato, se mantuvieron ambos curas de Catedral.63
La división de los juzgados probablemente estuvo asociada con las dificultades del
gobierno para cubrir el cargo de juez de paz en el juzgado que más renuncias tuvo
en los primeros cuatro años.64 Esta miniaturización del territorio de la Catedral fue el
único caso en que la división civil se adelantó a la eclesiástica.65
60 La prohibición se revocó con un decreto del gobernador Dorrego en 1827. Todas las fuentes en AGN
X-32-10-1, X-32-10-2, X-32-10-3, 32-10-4, X-32-10-5; ROBA, 1823; ROBA 1827.
61 AGN, X 32-10-5, Policía; AGN X-32-10-7, Policía.
62 ROBA, 1824.
63 ROBA, 1822.
64 ROBA, 1822; AGN 12-8-6, justicia de paz; X-32-10-4, policía. No hubo renuncias en Catedral al
Norte hasta octubre de 1829 y 1831 en Catedral al Sud.
65 Sobre procesos de miniaturización de los espacios políticos remito a los trabajos de Darío G. Barriera,
280 Justicias situadas
Figura 1
Parroquias de la ciudad de Buenos Aires (1821-1824)
1. Catedral Norte
2. Catedral Sur
3. San Telmo
4. Concepción
5. Monserrat
6. San Nicolás
7. Socorro
8. Piedad
En rojo: demarcación de la
línea para el traslado de las
atahonas (1823)
“La organización del territorio y su gobierno: ‘alcaldes mayores’ para la villa del Rosario, un capítulo
de transición (1826-1832)”, en Revista de la Junta de Estudios Históricos de la Provincia de Santa
Fe, núm. 70, Santa Fe, 2012; “Instituciones, justicias de proximidad y derecho local en un contexto
reformista: designación y regulación de ‘jueces de campo’ en Santa Fe (Gobernación-Intendencia de
Buenos Aires) a fines del siglo XVIII”, en Revista de Historia del Derecho, núm. 44, jul-dic 2012; [en
línea] http://ref.scielo.org/xhmf7w [consulta: 10 de mayo de 2015]
La justicia de paz en la ciudad de Buenos Aires 281
66 Fernando Aliata, “Cultura urbana y organización del territorio”, en Noemí Goldman (dir.), Revolu-
ción, República, Confederación (1806 - 1852), Nueva Historia Argentina III, Sudamericana, Buenos
Aires, 2005, p. 221.
67 Woodbine Parish, Buenos Aires y las Provincias del Río de la Plata desde su descubrimiento y con-
quista por los españoles, Editorial Hachette, Buenos Aires, 1958, pp. 176-177. Traducción y notas de
282 Justicias situadas
El Estado de Buenos Aires produjo dos nuevos censos, para la campaña (1854) y para
la ciudad (1855), que registraron un total de 270 463 personas, de las cuales 90 176
(33%) vivían en la ciudad.68
El crecimiento demográfico de la ciudad estuvo acompañado por la creación de
nuevas parroquias. Nuestra Señora del Pilar fue creada en 1829, modificando los
curatos del Socorro y de San Isidro, y su sede fue el antiguo convento de los frailes
franciscanos recoletos. En 1830 fue dividida la parroquia de la Catedral: al norte con
sede en Nuestra Señora de la Merced y al sur, con sede primero en la Iglesia de Santo
Domingo y luego en San Ignacio, también llamada del colegio por su cercanía al
antiguo colegio jesuita. La parroquia San Miguel Arcángel se creó también en 1830,
en la antigua sede de la Hermandad de la Caridad, modificando los curatos de San
Nicolás de Bari, Nuestra Señora de Monserrat y La Piedad.69
Durante el primer gobierno de Rosas, este aumento de la cantidad de parroquias
de la ciudad derivó en la creación de nuevas asambleas electorales y luego de nuevos
juzgados de paz, según indicaba el decreto ley de supresión de los cabildos.70
El gobierno delegado dirigió un mensaje a la Sala de Representantes en mayo de
1831, para informar que entre las mejoras en la administración de justicia se incluía
el haber separado en la ciudad las funciones de policía de las judiciales.71 El diag-
nóstico quizás haya sido apresurado ya que desde su campamento en Pavón a fines
de agosto de 1831, Juan Manuel de Rosas, en su carácter de gobernador propietario,
dirigió a su Jefe de Policía una pregunta nada inocente: cuál era la regla que fijaba el
número de Alcaldes y Tenientes en el territorio de cada Juzgado de Paz.72 Conocer
con exactitud los cuarteles y los hombres situados en ellos era esencial para efectuar
nombramientos de baja justicia y, por ende, el gobierno efectivo de la ciudad. Gre-
gorio I. Perdriel ocupaba en ese entonces la jefatura del Departamento de Policía y
Justo Maeso.
68 Cfr. José Antonio Mateo, “La sociedad: población, estructura social y migraciones”, en Marcela Ter-
navasio (dir.) Historia de la provincia de Buenos Aires. Tomo III: De la organización provincial a la
federalización de Buenos Aires (1821-1880), Unipe-Edhasa, 2013, p. 78.
69 Cfr. Enrique Salvia, “La creación de parroquias en la iglesia particular de Buenos Aires. 1ra parte.
Desde la Colonia hasta 1923”, Buenos Aires, 2003, [en línea] www.historiaparroquias.com.ar [con-
sulta: 3 de marzo de 2016]. No es inusual que la parroquia de San Miguel sea considerada anterior a
esta fecha por la historiografía.
70 ROBA, 1833. Sobre el contexto político: cfr. Tulio Halperín Donghi, De la revolución de independen-
cia… cit, pp. 301 y ss.; Rosana Pagani, Nora Souto y Fabio Wasserman, “El ascenso de Rosas al poder
y el surgimiento de la Confederación (1827-1835)”, Noemí Goldman (dir.) Revolución, república…,
cit., pp. 285 y ss.; Raúl O. Fradkin y Jorge Gelman, Juan Manuel de Rosas. La construcción de un
liderazgo político, Edhasa, Buenos Aires, 2015.
71 ROBA, 1831.
72 AGN X- 33-1-3, División Gobierno, Órdenes superiores, Policía, partes de ciudad. El énfasis es mío.
La justicia de paz en la ciudad de Buenos Aires 283
era la persona idónea para la consulta del gobernador: jefe de policía interino desde
1827, renunció ante el golpe de Lavalle y regresó a la jefatura en septiembre de 1829
hasta su muerte en 1832.73 En su respuesta hizo referencia solamente a la campaña,
pero las fuentes indican que en la ciudad los nombramientos siguieron de la forma
acostumbrada: un alcalde de barrio en cada cuartel, que podía acompañarse de un
alcalde auxiliar hacia el final de la década de 1840.74
La necesidad de contar con hombres que fueran el brazo del Ejecutivo entre los
vecinos y habitantes de los barrios acompañó la creación de nuevos juzgados de paz.
Cuando el gobernador-delegado Balcarce nombró a los jueces de paz de la ciudad en
1831 incluyó las parroquias de San Miguel y Pilar.75 San Miguel se creó mediante la
división de la mitad sur del juzgado de paz de San Nicolás; el juzgado de paz de Pilar
–originalmente uno de los pueblos de la campaña cercana a Buenos Aires– se acopló a
la administración de justicia de paz urbana sin conflictos, y se apropió de parte de las
jurisdicciones del Socorro y la Piedad. El ajuste tuvo mayores dificultades en el caso
de la parroquia céntrica, ya que durante los primeros años llegó a darse el caso de que
el mismo juez de paz actuaba para ambas parroquias y firmaba con el encabezado de
una su renuncia al cargo en la otra. Entre la documentación, es usual encontrar que los
nombres de ambas parroquias se intercambian e incluso se encuentran tachados y en-
mendados uno por otro.76 A medida que pasaron los años la jurisdicción de San Nicolás
continuó resultando confusa: el juez de paz nombrado en 1828 consultó si los cuarteles
12 y 13 correspondían a su parroquia.77 Dos décadas después de que se dividieran entre
norte y sur San Miguel y San Nicolás, el mismo nombre fue propuesto como segunda
opción de la terna para juez de paz de ambas parroquias durante 1849 y 185l.78
El 28 de diciembre de 1833 se creó el juzgado de paz de Balvanera, cuya juris-
dicción correspondería al curato del mismo nombre.79 Aquella línea trazada diez años
antes por Próspero Catelín indicando la distancia a la que podían establecerse las ata-
honas se correspondía con el límite de la parroquia de Balvanera, y tomaba parte de
las jurisdicciones de Monserrat, Piedad y San José de Flores. La zona congeniaba una
población que era parte de la ciudad de Buenos Aires pero mantenía espacios rurales
80 Marcela Ternavasio, Historia de la Argentina, 1806-1852, Siglo XXI, Buenos Aires, 2013, pp. 184-185.
81 Su origen se remonta a 1799 como un oratorio público levantado en el lugar en que se hospedaban
misioneros franciscanos. Cfr. Enrique Salvia, “La creación de parroquias…” cit.; Vicente Cutolo,
Nuevo Diccionario Biográfico…, cit., pp. 506.
82 Adolfo Saldías, Historia de la Confederación Argentina Tomo III. Eudeba, Buenos Aires, 1968, pp. 53, 54.
83 En 1839 se comenzó a refaccionar el templo, reinaugurado en 1842 con el madrinazgo de Manuelita
Rosas. Cfr. Comisión de Investigaciones Histórico Eclesiásticas del Arzobispado de Buenos Aires.
Historia de Parroquias de Buenos Aires. [en línea] www.historiaparroquias.com.ar [consulta: 3 de
marzo de 2016]
La justicia de paz en la ciudad de Buenos Aires 285
84 Sobre el contexto político: Tulio Halperín Donghi, De la revolución de independencia…cit., pp. 365
y ss.; Raúl O. Fradkin y Gelman, Jorge Juan Manuel de Rosas…, cit., pp. 265 y ss.; Juan Carlos
Garavaglia, Construir el estado, inventar la nación. El Río de la Plata, siglos XVIII-XIX, Prometeo,
Buenos Aires, 2007, p. 239; Jorge Gelman, Rosas bajo fuego: los franceses, Lavalle y la rebelión
de los estancieros, Sudamericana, Buenos Aires, 2009; Gabriel Di Meglio, “La Mazorca y el orden
rosista”, Prohistoria, Año XII, núm. 12, Rosario, Argentina, primavera 2008.
286 Justicias situadas
jurisdicción de Monserrat se extendería por los cuarteles 19, 20, 23, 24, 25, 34 y 36,
mientras que San Telmo debería alcanzar los cuarteles seis y siete extendiéndose al
primer cuartel de campaña. Al norte, el juzgado de paz del Socorro tendría su juris-
dicción en los cuarteles uno, 14 y 16, mientras que el juzgado de Pilar sumaba a los
cuarteles de ciudad 15, 29, 30, 47, el cuartel 4.° de campaña. Al oeste de la ciudad,
el juzgado de paz de la Piedad se componía de los cuarteles 26, 27 y 28 y el juzgado
de la Concepción, tendría a su cargo los cuarteles 8, 9, 10, 21 y 22. Hacia el oeste, al
último juzgado de la ciudad –Balvanera de la Encarnación– le corresponderían los
cuarteles 31, 46, 50, 52 y 54.85 En algunos casos las diferencias eran notables: quien
vivía en ciertas cuadras de la ciudad podía a la vez pertenecer a la parroquia de la
Piedad y al juzgado de paz de Monserrat, mientras que un feligrés de la Catedral al
Sur debía tratar con el juez de paz de Monserrat. Esta división civil de los juzgados
de paz perduró en el tiempo y se puede constatar cuartel por cuartel en los planos de
1859 y de 1862.86
Luego de la caída de Rosas, la justicia de paz de la ciudad de Buenos Aires con-
tinuó su expansión a la campaña inmediata. En agosto de 1853 fue creado el primer
juzgado de paz cuyo nombre alude a las actividades productivas que dieron marco al
desarrollo del lugar: Barracas al Norte. En el decreto se hizo referencia a las graves
dificultades del juzgado de paz de San Telmo por haber administrado justicia durante
años en el primer cuartel de campaña, incluyendo toda la extensa zona denominada
de Barracas hasta el paso de Burgos a pesar de ser un Juzgado de Paz de Ciudad.87 A
partir de entonces, los juzgados de San Telmo y Barracas al Norte pertenecieron a la
ciudad, mientras que Barracas al Sur tuvo su mesa electoral en el partido de Quilmes.
La mesa para las elecciones de representantes en Barracas al Norte fue establecida
en una capilla de Santa Lucía, de viejo asiento en la zona y señalada en los mapas
desde el período colonial. El decreto fue firmado por el gobernador Pastor Obligado,
quien tuvo contacto de primera mano con el ejercicio de la justicia de paz, pues fue el
primer juez nombrado por el general Urquiza en Catedral al Norte.88
No debemos proponer divisiones tajantes y cambios abruptos que configuraron sin
más jurisdicciones civiles, ya que la referencia a la voz parroquia continuará apa-
reciendo intermitentemente en el encabezado de las comunicaciones oficiales de los
jueces de paz, e incluso en las últimas ternas los términos juzgado y parroquia fueron
intercambiables. En 1839, el juez de paz de San Nicolás comunicó al jefe de policía el
85 ROBA, 1839.
86 AGN Mapoteca 11-44 “División civil de la ciudad de Buenos Aires (12 juzgados de paz)”. S/F Impre-
so; AGN Mapoteca 11-30 “Plano de la ciudad de Buenos Ayres con la división civil de 12 juzgados de
paz”. 1862. Impreso.
87 ROBA, 1853.
88 AGN X-18-1-2, Gobierno.
La justicia de paz en la ciudad de Buenos Aires 287
90 AGN X-33-4-5 División Gobierno órdenes superiores, Policía; AGN X-33-6-4 División Gobierno, Po-
licía, Partes de Comisarios de Ciudad; AGN X-33-6-10 División Gobierno, Policía, Partes de Sección.
91 Recopilación de las Leyes y Decretos promulgados en Buenos Aires desde enero de 1841 hasta la
fecha. Buenos Aires, Imprenta de Mayo, 1858, pp. 177, 178.
92 ROBA, 1836.
93 O. Carlos Cansanello, De súbditos a ciudadanos. Ensayo sobre las libertades en los orígenes repu-
blicanos. Buenos Aires 1810-1852, Imago Mundi, Buenos Aires, 2003, pp. 33 y ss.; Gelman, Jorge
“Crisis y reconstrucción…”, cit., pp. 18-22.
La justicia de paz en la ciudad de Buenos Aires 289
94 Cfr., Raymond Williams, El campo y la ciudad, Paidós, Buenos Aires, 2011 [1973]; María E. Barral,
Raúl O. Fradkin, Marcelo Luna, Silvina Peicoff y Nidia Robles, “La construcción del poder estatal en
una sociedad rural en expansión: el acceso a la justicia civil en Buenos Aires (1800-1836)”, en Raúl
O. Fradkin (comp.) El poder y la vara…, cit.; Valeria Ciliberto, Aspectos sociodemográficos del cre-
cimiento periurbano. San José de Flores (1815-1869), Universidad Nacional de Mar del Plata, 2004.
290 Justicias situadas
L
Móviles, antecedentes e indicios de la investigación
as líneas que siguen pretenden dibujar dos aspectos de la administración de
justicia a partir de la reconstrucción del momento del sumario. Se intenta es-
cuchar, por una parte, la voz de los vecinos como testigos para descubrir tanto
conflictos como lazos de solidaridad y protección que se plantean en ámbitos de do-
minación doméstica, entendidos estos como espacios que involucran la producción
y la coexistencia. Por otra parte, se incursiona en la forma concreta en que los jueces
recurrían a sus subordinados, o circunstanciales vecinos en espacios o momentos en
que no había subalternos militares o comisarios disponibles; se observa entonces la
participación de los vecinos como auxiliares informales de la justicia que actuaban al
mismo tiempo como testigos.1
En otros trabajos he sostenido que la justicia posindependiente siguió siendo una
“justicia de vecinos”.2 Esto fue así por varias razones: por el predominio de un sujeto
político de naturaleza estamental, por el protagonismo de los vecinos como testigos
y porque la “calidad social” finalmente juzgada por los pares, actuaba —como dice
Alejandro Agüero— como un factor desequilibrante en los procesos y la definición
de las penas.3 Agregamos aquí que el propio funcionamiento de la justicia incorpora-
ba a los vecinos como auxiliares circunstanciales del juez.
1 Fue Darío Barriera durante las Primeras Jornadas de Historia Social de la Justicia, en Rosario en agos-
to de 2010, quien me sugirió estudiar a estos personajes que llamo auxiliares informales de justicia.
2 “Una justicia de vecinos en la “república armada”. Tucumán, 1820-1852”, en Carolina Andrea Piazzi
(coord.) Modos de hacer justicia: agentes, normas y prácticas: Buenos Aires, Tucumán y Santa Fe
durante el siglo XIX, 1.a ed. Prohistoria Ediciones, Rosario, 2011, pp. 25-44.
3 Alejandro Agüero, Castigar y perdonar cuando conviene a la República. La justicia penal de Córdo-
ba del Tucumán, siglos XVII y XVIII. Centro de Estudios políticos y constitucionales, Madrid, 2008.
292 Justicias situadas
4 Simona Cerutti, Giustizia sommaria. Pratiche e ideali di giustizia in una società di Ancien Régime
(Torino XVIII secolo), Giacomo Feltrinelli editore, 2003. Agradezco a Darío Barriera y Carolina Pia-
zzi por el acceso a esta bibliografía.
5 Osvaldo Barreneche, Dentro de la ley, TODO. La justicia criminal de Buenos Aires en la etapa for-
mativa del sistema penal moderno de la Argentina, La Plata, 2002; Melina Yangilevich, Estado y
criminalidad en la frontera sur de Buenos Aires, 1850-1880, Prohistoria Ediciones, Rosario, 2012 y
“Violencia, convites y bebidas en la campaña bonaerense en la segunda mitad del siglo XIX”, Revista
ANDES, núm. 18,2007. Alejandro Agüero, Castigar… 2008
6 Gabriela Tío Vallejo, “Papel y grillos, los jueces y el gobierno en Tucumán, 1820-1840”, Nuevo Mun-
do Mundos Nuevos, Debates, 2010, [En línea], Puesto en línea el 23 marzo 2010. http://nuevomundo.
revues.org/59266. También Paula Parolo ha identificado el valor de la fama pública y las prácticas
de los vecinos en casos de “ladrones incorregibles”. Paula Parolo, “Ni súplicas, ni ruegos”. Las
estrategias de subsistencia de los sectores populares en Tucumán en la primera mitad del siglo XIX,
Prohistoria Ediciones, Rosario, 2008.
La voz de los vecinos en el momento del sumario 293
7 Puede consultarse un balance en Darío Barriera, “Justicias rurales: el oficio de Alcalde de la Herman-
dad entre el derecho, la historia y la historiografía (Santa Fe, Gobernación del Río de la Plata, Siglos
XVII a XVIII)”. Andes, Salta, 2013, vol. 24, pp. 1-33.
8 En el estudio que hice de algunos indicadores del perfil de los jueces rurales entre 1770 y 1816 resultó
que pertenecían a un sector inferior de los notables y que guardaban pertenencia con sus territorios.
Gabriela Tío Vallejo, “La ‘buena administración de justicia’ y la autonomía del Cabildo. Tucumán,
1770-1820” en Boletín del Instituto de Historia Americana y Argentina Dr. Emilio Ravignani, 3.ª
serie, núm. 18, 2.do Semestre, 1998, pp. 35-58, 1998; Paula Parolo ha trabajado el perfil de los jueces
para los cuarentas en “Entre jueces y comandantes. Formas de autoridad en la campaña tucumana a
mediados del siglo XIX”, en Barriera, D. La justicia y las formas de autoridad, ISHIR CONICET, Red
Columnaria, Rosario, 2010, pp.107-127.
9 António Manuel Hespanha, Vísperas de Leviatán. Instituciones y poder político (Portugal, siglo XVII),
Taurus, Madrid, 1989. Entre los autores que en los últimos años han planteado en el campo historio-
gráfico argentino la historia crítica del derecho, Tau Anzoátegui, V. El poder de la costumbre, Instituto
de Investigaciones de Historia del Derecho, Buenos Aires, 2001. Agüero, Alejandro, Castigar y per-
donar…, 2008; “La justicia penal en tiempos de transición. La república de Córdoba, 1785-1850”, en
Carlos Garriga –coord.– Historia y constitución. Trayectos del constitucionalismo hispano, Instituto
Mora, México, 2008, pp. 267-305 y “On Justice and ‘Home Rule’ tradition in the Spanish Colonial order.
294 Justicias situadas
Criminal Justice and self government in Córdoba del Tucumán”, Quaderni Fiorentini, XLI, 2012, pp.
173-221.
10 La metáfora de los arrecifes está inspirada en la idea de Thompson de “configuraciones” como térmi-
no que denota el carácter flexible, cambiante y procesal de ciertas estructuras pero, al mismo tiempo,
marca que son estructuras de lenta formación y que muchas veces los valores no reemplazan a otros
sino que se acumulan y resignifican. E .P. Thompson, Miseria de la Teoría, Crítica, Barcelona, 1981.
La voz de los vecinos en el momento del sumario 295
11 Julián Pitt Rivers, Antropología del honor o política de los sexos, Crítica, Barcelona, 1979; Patricia
Seed, Amar, honrar y obedecer. Conflictos en torno a la elección matrimonial,1574-1821, Conaculta,
México, 1991; Sarah Chambers, From Subjects to Citizen, Honor, Gender, and Politics in Arequipa,
Peru 1780-1854, Pennsylvania, The Pennsylvania State University Press, 1999, p. 286. Para un peri-
odo posterior en Argentina, Sandra Gayol, Sociabilidad en Buenos Aires: Hombres, honor y cafés,
1862-1910, Buenos Aires, Ediciones del Signo, 2000.
12 Pitt Rivers, Antropología…, cit., 1979.
13 William Taylor, Drinking, Homicide, and Rebellion in Colonial Mexican Villages, Stanford Universi-
ty Press, 1979.
14 Osvaldo Barreneche, Dentro de la ley…, 2002; Melina Yangilevich, Estado y criminalidad… y “Vio-
lencia... 2007. Gabriela Tío Vallejo, “Embriaguez y homicidio: culturas jurídicas y prácticas sociales
en Tucumán en la primera mitad del siglo XIX”, ponencia presentada en las XXV Jornadas de Historia
del Derecho Argentino, Mar del Plata, 27 al 29 de agosto de 2014.
15 El predominio del ámbito doméstico en los episodios de violencia es una particularidad que puede
echar luz sobre la sociabilidad campesina en Tucumán. Sobre la “casa” de los vecinos notables, véase
296 Justicias situadas
de homicidios cometidos entre 1819 y 1851, el 55% está relacionado con estados de
embriaguez; de estos 89 casos, 41 se desarrollan en ámbitos domésticos —tomando
el sentido amplio y antiguo del término—, y seis ocurren en pulperías.16 Como se ha
estudiado para otras regiones, la embriaguez saca a la luz rencores y conflictos, y nos
permite acceder a los vínculos y enfrentamientos que no suelen expresarse pública-
mente y que afloran gracias a los efectos del alcohol.
Romina Zamora, “La casa grande. Algunas cuestiones sobre el orden social en San Miguel de Tucu-
mán a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX”. Americanía, 2011, vol. 2. La autora sigue a O.
Brunner, “La casa grande y la oeconomica de la vieja Europa”, en Nuevos caminos de Historia social
y constitucional, Alfa, Bs. As, 1976. Sobre la discusión de “casa” como categoría de análisis véase Pe-
ter Laslett, “Introduction: the history of the familiy”, en Household and family in past time, Londres,
1972. La discusión sobre el uso de estas categorías en Hispanoamérica en Spike, T.; Harrington, L. y
M. Harrington, “Si todo el mundo fuera Inglaterra: la teoría de Peter Laslett sobre la composición de
los grupos domésticos vs. la realidad tapatía, 1821-1822” en Estudios Sociales, 2, 2007.
16 Hemos distinguido aquí la pulpería como establecimiento fijo y reconocido como tal por los actores,
ámbito relativamente público, de los espacios domésticos en los que los dueños de casa venden bebi-
das o algún vecino “hace pulpería” en la campaña de forma itinerante o pidiendo permiso al gobierno
para organizar una reunión de bebida o baile.
17 Se ha construido una evolución de la normativa acerca de la administración de justicia en un trabajo
anterior publicado como “Una justicia...”, cit.
La voz de los vecinos en el momento del sumario 297
18 Durante el gobierno de Heredia hay numerosas medidas sobre la organización de la justicia que mues-
tran la insatisfacción del mismo con su funcionamiento. En 1834 funde los juzgados civil y criminal
en uno solo; en 1836 forma un tribunal especial para causas criminales para que en “el preciso y
perentorio término de quince días se sentencien todas las causas criminales pendientes” y finalmente,
hacia finales de su periodo de gobierno en 1837, suprimirá la policía por falta de fondos, reempla-
zando al juez de policía por un comandante militar. Carlos Páez de la Torre –director– Compilación
Histórica de Normas de Tucumán. 1810-1852. Desde la Revolución de Mayo hasta comienzos de la
Organización Nacional, Honorable Legislatura de Tucumán, online https://hlt.gov.ar/digest_histori-
co1810-1852.phpTucumán.
19 Decreto de Alejandro Heredia, 8-II-1832, Supresión de comisarios principales o subalternos, AHT,
SA, T. 41, ff. 65v-66v.
298 Justicias situadas
tivo detalle por los decretos del gobernador, de modo tal que la legalidad quedaba
resguardada. La amplitud de la expresión “autoridad competente” —que designaba a
quienes podían efectuar dichas detenciones— daba lugar a la enorme esfera de acción
de los “agentes del orden” y sus ayudantes.
La intervención de vecinos como testigos en casos de ejecuciones sumarias es
un ejemplo de ello. En 1833 un decreto estableció que los salteadores de caminos
y saqueadores de casas fuesen fusilados “por medio de un proceso breve y sumario
sin otro requisito que el de su confesión y la deposición de dos o tres testigos”. Sin
embargo, el recurso se planteaba como extraordinario, el decreto tenía una aplicación
de dos meses, y la sentencia requería de una consulta al Superior Tribunal de Justicia,
que debía expedirse en un plazo de tres días.
Las preocupaciones de Heredia se tradujeron en un obsesivo reglamentarismo.
Específicamente, se encomendó a los jueces de campaña velar por el cumplimiento
de toda la reglamentación relacionada con la protección de cría de mulas, la preser-
vación de los “hechores”, la prohibición de saca de yeguas; así como auxiliar a los
maestros de postas y controlar el uso de acequias. Eran responsables del control de
personas, de los forasteros que entraban a la provincia, de la circulación de corres-
pondencia, de juegos prohibidos, de pulperías volantes. También pesaba sobre ellos
la responsabilidad de vigilar y denunciar al gobierno posibles conspiraciones; en la
época de la guerra con Bolivia se multiplicaron las disposiciones para detectar deser-
tores y encubridores; debían reclutar a todo “vago y mal entretenido” para el ejército
e incluso “a todo aquel que viva mal con la mujer” y hasta vigilar la vestimenta de los
pobres. También extendió las facultades judiciales de los alcaldes de barrio y en ge-
neral pretendió liberar a los juzgados de causas tratando de que los jueces inferiores
de campaña y de ciudad atendieran demandas verbales.
Semejante diversidad de funciones —que en su mayoría eran las viejas atribu-
ciones de policía— no podía ser cumplida por los jueces en los vastos territorios a
su cargo, de modo que conllevaba la autorización de que delegaran en otros, fueran
estos individuos de las milicias o particulares, el ejercicio de sus funciones.
Gutiérrez, que gobernó entre 1841 y 1852, había sido comandante de Heredia y
formó parte del ejército de Oribe que invadió Tucumán en octubre de 1841. El ali-
neamiento de Gutiérrez con el rosismo garantizaba el apoyo exterior contra cualquier
perturbación interna. En el territorio provincial, esa estabilidad se construyó gracias
a una eficaz red de lealtades militares heredadas en parte de la “militarización de la
administración provincial”20 de Heredia, en la que el establecimiento del fuero mili-
tar fue esencial. Gutiérrez mantuvo en líneas generales la organización de la justicia
20 Tanto Macías como Parolo coinciden en esta lectura. Flavia Macías, Armas y política en la Argentina.
Tucumán, siglo XIX. Madrid, 2014. La expresión entre comillas es de Paula Parolo, “Entre jueces y
comandantes...”, cit.
La voz de los vecinos en el momento del sumario 299
21 Esta norma reflejaba la dureza del momento; la referencia en él a los pocos letrados que hay en la
provincia, a diferencia del de Heredia de 1833 en el que se establecía que ningún juez podía admitir
escrito sin que tuviera firma de letrado, ya que en la provincia había “copia suficiente de letrados”, es
evidencia de la emigración forzada de los “doctorcitos”.
22 Las funciones de la policía aparecen organizadas en el reglamento de 1842 en los siguientes rubros: lim-
pieza pública, inspección de edificios o fincas pertenecientes al Estado, pesos y medidas, movimiento de
la población, vigilancia del orden establecido y funciones judiciales de la policía, entre las que incluía:
las demandas que versen sobre las conductas de los amos con los criados y de estos con aquellos, el
servicio de esclavos y libertos, deberes y derechos de patrones y peones, papeletas de conchabo, castigo
de los ladrones, en caso de ser merecedor de pena de muerte hará el sumario y lo pasará al juez. Carlos
Páez de la Torre –director– Compilación Histórica de Normas de Tucumán. 1810-1852…
300 Justicias situadas
23 Hay problemas para encontrar en las fuentes los nombramientos de jueces en algunos años del go-
bierno de Gutiérrez; las recomendaciones de jueces por parte de comandantes pueden verificarse entre
1845 y 1848 en la Sección Administrativa. Estas fueron señaladas por Elena Perilli de Colombres
Garmendia en “Evolución de la justicia y policía tucumana entre los años 1841-1856”, Boletín del
Museo de la Casa Histórica de la Independencia, núm. 3, Investigaciones II, Tucumán, 1986.
La voz de los vecinos en el momento del sumario 301
no daremos por sentado que los cambios en la administración de justicia tengan que
ver necesariamente con formas más modernas o más estatales sino que esas formas
en apariencia estatales pueden estar dando cuenta de la preeminencia de un mundo
doméstico; y, al mismo tiempo, que la persistencia y recurrencia de los actores a una
cultura jurídica antigua puede envolver nuevos vínculos y liderazgos. En todo caso,
queremos evitar el riesgo de comparar el antiguo régimen con “una modernidad fic-
cional”25; en cambio sí considerar que no hay un camino lineal en las instituciones
sino creaciones ajustadas a las respuestas que las circunstancias demandan.
25 Agradezco el comentario de Raúl Fradkin y a Miriam Moriconi la sugerencia del libro de Almudena
Hernando, La fantasía de la individualidad. Sobre la construcción socio-histórica del sujeto moderno,
Katz editores, Buenos Aires, 2012, en el marco del Workshop Historia Social de la Justicia, Justicias
de equidad y Justicia de Primera Instancia: elencos, culturas y prácticas (Buenos Aires, Santa Fe,
Mendoza y Tucumán, siglos XVIII y XIX), 3 y 4 de agosto de 2016.
26 Tomás Mantecón, “Impactos de la violencia doméstica en sociedades tradicionales. La muerte de Antonia
Isabel Sánchez, quince años después”, en Memoria y Civilización. Anuario de Historia, núm. 16, 2013.
27 La aloja es una bebida que se prepara desde la época prehispánica en diversas regiones de América, y
que en la zona de Tucumán se solía hacer con las vainas del algarrobo blanco y negro, abundantes en la
región, pero que puede prepararse también con maíz. Su preparación es fácil y el fermento se produce en
horas, de modo que es una bebida barata y disponible. El fruto del algarrobo cumplía un papel central en
la alimentación de los pueblos de la llanura tucumano santiagueña y de los valles calchaquíes. Los montes
de algarrobos eran abundantes y se distribuían tanto cerca de los ríos como en zonas semiáridas. Su fruto
se almacenaba una vez que era recogido durante el verano. Se lo utilizaba para la alimentación del ganado,
como harina en la preparación de alimentos; la corteza tiene propiedades medicinales, la madera es de ex-
celente calidad, hasta el punto en que algunos antropólogos consideran que se puede hablar de una cultura
del algarrobo. El “tiempo de la algarroba” fue considerado por la administración colonial y en particular por
los religiosos como un momento en el que las idolatrías podían reaparecer, recomendaban acompañar a los
indios en la recolección. Identificado como tiempo de borracheras y excesos, es muy probable que tuviera
no solo un sentido religioso sino que pudo haber significado una de las últimas manifestaciones de una
actividad comunitaria prehispánica, como señala Margarita Arana en “El tiempo de la algarroba”, en Carlos
Aschero, María Alejandra Korstanje y Patricia Vuoto, editores, En los tres reinos. Prácticas de recolección
en el cono sur de América. Instituto de Arqueología y Museo, Tucumán, 1999.
La voz de los vecinos en el momento del sumario 303
je, la situación es confusa, los testigos apoyan una u otra versión de los hechos sin
muchas precisiones. El ama defiende al esclavo; el argumento principal de la defensa
es que los visitantes son los provocadores y que Ciriaco intervino para proteger a su
padre.28
Cuando tienen que ratificar los testigos, encontrarlos es un problema: uno regresó
a Santiago, otro está en la ciudad de San Miguel, otro más se fue a buscar duraznos
al monte y se ignora el paradero de uno que era “miliciano del gobierno anterior”. El
defensor se queja de que la causa está paralizada y dice que para ubicar a los testigos
“necesitarían un piquete de soldados bien pagados para buscarle lo que es inverifica-
ble a causa de que los más de ellos [los testigos] no tienen estabilidad fija, son bagos
que andan por todas partes”.
Consideremos que el evento ocurrió el 6 de enero de 1832, festividad de Reyes,
al día siguiente de la asamblea que, convocada a la sombra de las armas del ejército
de Quiroga que ocupaba la ciudad desde noviembre, eligió gobernador a Alejandro
Heredia. El defensor pide un acortamiento de plazos. Convenientemente, Ciriaco ha
denunciado a tiempo un motín que se preparaba en la cárcel, lo que es confirmado por
el alguacil. Cuando por fin logran reunir a algunos de los testigos para la ratificación,
el interrogatorio induce a respuestas que muestran las buenas costumbres de Ciriaco
y su padre; las preguntas parecen orientadas a exculparlos.
También el alcalde de Monteros declara a favor de Ciriaco y en contra de los
atacantes de su padre, a los que presenta como los provocadores. Legitima la reunión
de Cisneros (que en sí misma constituía delito, porque estaba prohibida la venta de
bebidas alcohólicas en este tipo de reuniones) y declara que no había preparado la
aloja para vender, que él y su mujer habían sido invitados y que iban a concurrir con
otras señoras de Monteros a recrearse y tomar aloja.
El fiscal se conforma con el certificado del alguacil de la cárcel, que acredita el áni-
mo tranquilo, respetuoso y colaborador del esclavo, y con los testimonios del sumario.
Toda la estructura judicial se orienta a defender a Ciriaco, que es menor de edad, buen
esclavo y mató para defender a su padre, cumpliendo así con una ley natural.
El caso tiene una vuelta de tuerca interesante sobre cómo se pagarán las costas. El
fiscal absuelve a Ciriaco pero lo condena a pagar las costas porque el amo renunció a
su título de propiedad. El abogado asesor, Hipólito Ulloa, había determinado que se
trataba de una muerte casual, que el acusado había actuado en defensa de su padre,
que no merecía pena ordinaria ni arbitraria, y que el único delito era la portación de
cuchillo.
El expediente pasa al Tribunal Superior, que pretende vender a Ciriaco para pagar
las costas y determina que lo que sobre quede para obras públicas. El defensor apela
28 Sección Judicial del Crimen, Caja. 46, expte. 14, 1832, 33 ff. Toda la documentación de expedientes
judiciales citada es del Archivo Histórico de Tucumán.
304 Justicias situadas
29 Gabriela Tío Vallejo, “Estudio preliminar” a Proceso de tasación de los esclavos pertenecientes a los Jesui-
tas de Tucumán, la Rioja y Santiago del Estero tras la expulsión de la Compañía, UNT, Tucumán, 1994.
La voz de los vecinos en el momento del sumario 305
31 Sección Judicial del Crimen, Caja 19, expte. 1, 1848. Este expediente fue analizado en la ponencia
“Embriaguez y homicidio…, 2014.
32 Sección Judicial del Crimen, Caja 24, expte. 13, 1850, 83 ff.
La voz de los vecinos en el momento del sumario 307
y nuera, y la madre de esta– y varios vecinos. Antonino Cañas, menor de edad, fue
invitado por el hijo de Amalla a tomar aloja de maíz; Antonino lleva a su hermano,
Tiburcio. Estuvieron tomando desde la oración y luego la dueña de casa los invitó a
quedarse para “velar a la Virgen”. Hubo dos jóvenes más que durmieron en la casa,
uno de ellos también conchabado del juez.
Hay juego de tejo, pelea e insultos; al parecer un forastero quiso intervenir para
que dejasen de pelear y le gritó “de ajos” a Tiburcio Cañas. Aunque los testigos
niegan que haya habido mucho alcohol, “apenas una botellita de aguardiente dulce”,
los testimonios dan muestras del estado de ebriedad de los concurrentes. Los Cañas
—dos hermanos con fama de camorreros— le cortan de dos hachazos la mano al
forastero, que se hospedaba en la casa mientras buscaba conchabo. El hombre murió
a los ocho días.
Pese a que los testimonios dejan claro que los hermanos fueron los provocadores
–sobre todo Tiburcio, que está convenientemente prófugo–; a que las mujeres dicen
que no hay reunión de más de diez personas de la que no se diga “pelearon los Cañas”
y a que incluso Tiburcio tendría resentimiento con el dueño de casa porque lo había
hecho atar en el casamiento de su hijo el año anterior… pese a todo ello, la justicia es
indulgente. El fiscal dice que les cabe igual pena a los dos por agresión y quiere com-
pugnar la pena de Antonino por los cuatro meses de cárcel sufridos. El médico consi-
dera que la herida no fue de muerte (!) porque no interesó partes vitales. Se sentencia
a los hermanos —uno está prófugo— a un año de prisión en la cárcel de la ciudad.
El dueño de casa es peón del juez Pérez Padilla de Monteros (que es quien enca-
beza el sumario), lo mismo que varios de los testigos. En algún momento los Cañas
dicen ser conchabados del juez, y Antonino es arrendero de Manuel Posse; ambas
familias, de las más poderosas de la provincia. Es evidente en estos casos que los
“fueros” del juez protegen a la gente de “la casa”, sobre todo en circunstancias como
esta, cuando el muerto era forastero, no tenía trabajo fijo y era desconocido entre los
vecinos.
33 Sección Judicial del Crimen, Caja 44, expte. 29, 1832, 10 ff.
34 En el valle calchaquí los poblados tienen sistemas de acequias con compuertas derivadoras que los
propietarios cierran en el horario que les toca regar sus sembradíos.
308 Justicias situadas
Guerra ofrece una merienda y Pastrana comienza a insultar a una mujer “con expre-
siones amatorias”; interviene un sobrino de Guerra, Cándido Cruz, que tiene 18 años.
Al querer cobrarle el gasto, Pastrana lo ataca y Cruz lo hiere. Según el juez, Pastrana
ha confesado antes de morir haber sido el provocador.
Hay dos notas dirigidas a Heredia intercediendo por Cándido, a quien definen
como el “más puntual y sumiso de sus arrenderos, obediente, jamás se lo ha visto
en reuniones, juegos ni borracheras”; mientras que Pastrana, en cambio, era “pro-
vocativo, cuchillero de mala condición”. Que unos y otros estuvieron borrachos y
que fue culpa de la aloja. Una de las notas es del propio juez Bohórquez, donde dice
que Cruz es uno de los milicianos más puntuales al servicio, obediente y sujeto a
sus padres.
Lo que estos casos muestran, en primer lugar, es la solidaridad de los que habitan
en una casa, sobre todo cuando los delitos se desenvuelven en ambientes festivos
entre pares. En segundo lugar, la protección de propietarios y patrones a sus subor-
dinados, miembros de su casa en sentido ampliado; actitud protectora que conviene
también a los intereses de estos, que no quieren perder brazos. En tercer lugar, da la
impresión de que los jueces, quizás influidos por los intereses de los patrones, final-
mente dictaminan penas leves.
En el caso de la minga en los valles, donde la comunidad territorial es fuerte, es
evidente que Pastrana —que es del vecindario de Los Molinos, alejado del lugar— es
un forastero; por eso no estaba invitado a la reunión, se le cobró el gasto y se sintió
insultado.
Como se ha dicho, los “fueros” del juez —privilegios desde luego informales—
protegen tanto a conchabados como esclavos. Se entiende que esta protección se da
solo en algunos casos y mediando la intervención de sus patrones. Si comparamos
el caso del esclavo Ciriaco Zerda con el de Garay e Ibiri, se ve que la inocencia de
estos es más difícil de demostrar ya que se ensañaron con un provocador ebrio. Sería
comparable al caso de Cejas, que veremos más adelante, pero sin el atenuante de
la irrupción en el “sagrario del hogar”. Hemos visto en otros expedientes que si la
estrategia de la embriaguez valía para la defensa del homicida, la borrachera de la
víctima agravaba el homicidio. Por eso el gobernador debe intervenir para salvar a
los conchabados de su juez.
estuviera formando nuevas solidaridades allí donde los vecinos nuevos contaban con
pocos protectores. Por otra parte, la presencia de las autoridades como el juez de
policía y los jueces ordinarios tal vez atenuaba la influencia de los patrones sobre sus
trabajadores.
El sábado 25 de enero de 1851 por la noche, los peones pasan por las casas de
sus patrones a cobrar el semanal y luego se reúnen a beber en las pulperías, muchas
de ellas situadas en las esquinas a varias cuadras hacia el sur de la plaza. Los peones
de don Ezequiel Molina se congregan en la pulpería del maestro Lorenzo, zapatero;
están también los peones de Bazán. Juan Rodríguez invita a todos a una alojiada en
los Aguirre; de camino, pasan por la pulpería del gallego Blas, suegro del principal
acusado.35
La pulpería del gallego estaba cerrada, pero vieron que en la casa contigua, donde
vivía un tal Cejas —el yerno de Blas—, estaban con las velas encendidas y había una
reunión de hombres en el patio que tocaban la guitarra y bailaban. Al darse con la
puerta cerrada, Juan Rodríguez, que venía ya muy ebrio, casi sin poder caminar y con
el cuchillo en la mano, quiso entrar. Cejas los echó y se armó allí una gresca entre los
que estaban adentro y los que querían entrar.
Los peones de Molina, que iban con Rodríguez, dicen que Cejas lo persiguió y lo
golpeó; que Rodríguez no podía mantenerse en pie; que apenas había logrado llegar
a la casa de Cejas con un compañero que lo traía del brazo.
Los testigos son numerosos porque además del grupo que intentó ingresar a la
casa de Cejas y los que estaban en la reunión, había hombres bebiendo en otras es-
quinas. El expediente muestra la diversidad social de los arrabales y los motivos por
los que acuden a solidarizarse con alguno en la pelea, a cobrarse viejos agravios o a
prestar testimonio.
Los testigos cuentan que quienes golpearon a Rodríguez se vanagloriaron en su
momento de haberlo hecho. Oyeron que habían asesinado a un “rubio de los Agui-
rre”, que lo conocían de vista. También había participado el correntino Miranda, y
Lezcano, que era de Río Hondo. Mariano Amalla estaba en otra casa, pero cuando
escuchó la bulla fue a lo de Cejas porque pensó que podía estar allí su hermano; y
escuchó entonces que decían que el porteño Lezcano había dicho: “a estos los abo-
rrezco, porque cuando van al pueblo insultan a los del cuarto donde trabajo” y que
por eso le había pegado a Rodríguez.
El acusado y dueño de la casa en la que comienza la pelea es Vicente Cejas, de
30 años, natural de San Nicolás de los Arroyos y vecino de la ciudad de San Miguel,
casado, carnicero y abastecedor. Cejas está preso con grillos en la cárcel. Dice que re-
accionó porque habían lastimado a una criada en el forcejeo de la puerta. Vive en una
35 Sección Judicial del Crimen, Caja 25, expte. 15, 1851, 104 ff.
310 Justicias situadas
casa que es propiedad de don Mariano Viaña; declara ser pobre, público y notorio.
Jacinto Lezcano, otro de los acusados, también de la provincia de Buenos Aires,
es casado y zapatero, vive como agregado en la casa de don Sebastián Medina. Dice
que estuvo hasta las 9:30 en la casa de su maestro y que después se fue a su casa; que
fue a la casa de Cejas cuando escuchó la bulla por si tenía que socorrer a su paisano.
Que de camino una mujer le dijo que habían herido a la conchabada de Cejas y que
cuando llegó, Cejas le dijo: “no me desampares”. Que su maestro, Zenón Sayago, le
aconsejó que no fuera el lunes a trabajar, que si lo buscaba la policía le iba a avisar;
que entonces se fue a la otra Banda del Río36 para no declarar contra su amigo, pero
que decidió declarar cuando se enteró de que Cejas lo implicaba.
El promotor fiscal condena con pena extraordinaria de presidio con destino a
obras públicas al principal responsable, Cejas, como primer agresor, y condena tam-
bién a Lezcano, Miranda y Amalla. Cita las siete partidas para el caso de que muchos
hombres maten a un ciervo o bestia que lo hieran todos y no sepan quién fue; que
el hombre de la herida de muerte debe pagar y enmendar; para la aplicación de esta
ley a los hombres, cita a Vilanova en su obra de materia criminal forense.37 Según el
fiscal, Cejas fue responsable de perseguir a Rodríguez fuera de su casa sin considerar
el estado de extrema embriaguez en el que este se encontraba.
El defensor considera suficiente castigo el tiempo de su rigurosa prisión por algún
exceso que pudiera sospechar el juez de los límites de una justa y autorizada defensa
y argumenta:
Cejas estaba dentro de su casa ocupado, a puerta cerrada, de una ino-
cente diversión, cuando viene a sorprenderlo una chusma desenfrenada
a interrumpir la paz doméstica y el sagrario del hogar que la ley garante
y faculta a su propietario para tomar los recursos concernientes…
La defensa arguye también que no es seguro que la herida de muerte fuera hecha por
Cejas, que pudo ser Lezcano, y que son nulas e ineficaces las declaraciones por ser
de los bandos contendientes. Cita la 3.ª partida y a Escriche cuando define testigo,
además de la ley ocho, título 16 de la 3.a partida que declara “nulas las declaraciones
prestadas por hombres de malas costumbres como por desgracia son todos los depo-
nentes…”38
36 La otra banda del Río Salí es una población al este de la ciudad, cruzando el río.
37 Vilanova y Manes, Materia Criminal Forense, tomo III. Librería hispano francesa de Rosa, París, 1827.
38 Patridas, VII, Ley 8: Todo hombre de buena fama y a quien no fuere prohibido por las leyes de este
libro nuestro, puede ser testigo en juicio por otro, y fuera de juicio; y aquellos a quienes les es prohi-
bido son estos: hombre que es conocidamente de mala fama, y este tal no puede ser testigo en ningún
pleito, fuera del pleito de traición que quisiesen hacer o fuese ya hecho contra el rey o al reino, … ni
hombre muy pobre y vil que anduviese con malas compañías, ni el que hubiese hecho homenaje y no
lo mantuviese, debiéndolo cumplir y pudiendo, y aun decimos que hombre de otra ley, así como judío
La voz de los vecinos en el momento del sumario 311
El defensor de Lezcano, Miranda y Amalla pide que los liberen, que la prisión de
seis meses que sufren es suficiente castigo; que fue un hecho atentatorio, insultante y
provocativo contra el ciudadano que goza de las garantías que las leyes le conceden
para la seguridad individual y para que sea respetada y no atropellada su pacífica
habitación. Afirma que la casa de un ciudadano es su sagrario y que el crimen no está
probado.
El fiscal manifiesta que los testigos no implicados valen; nada dice de la calidad de
los mismos. La sentencia de Uladislao Frías fundamenta que está comprobado el cuer-
po del delito, que hubo pelea y quiénes participaron, que hirieron a Rodríguez con siete
heridas cortantes. Además, que no resulta plena prueba de quiénes fueron las heridas,
que hay semiplena contra Cejas, y que hay sospechas vehementes de que fue Lezcano
el que hirió en la espalda con un bastón con regatón de hierro, así como que los demás
acompañaron sin armas y no hay prueba de que hirieron. Que la única ley que encuentra
es la que manda que si muchos hacen muchas heridas en una pelea y no se sabe de qué
herida murió, todos son responsables. Asimismo, que si no se puede aplicar esta ley
tampoco puede quedar exento; por tanto, se aplica pena arbitraria y para ello se basa en
Vilanova. Que el juez considera satisfecha la vindicta pública con las penas pedidas por
el fiscal para Cejas y Lezcano, y para los otros, el tiempo de cárcel sufrido.
Finalmente le dan a Cejas tres años de prisión, a Lezcano dos, ambos con destino
a obras públicas.
En el caso de Cejas la pena es algo mayor que para otros homicidios similares,
ocurridos como producto de riñas colectivas, considerando además que fue atacado
en su casa. Pero lo que llama la atención es el discurso de los jueces respecto de la
calidad social de acusados y testigos, lo que agrava la pena. En este punto es que en-
contramos las principales diferencias con los otros expedientes en los que interceden
administradores de justicia, propietarios o patrones.
Vale la pena traer al análisis de este caso la idea de Thompson de que no se trata
tanto de la cuestión del estatus como de la posición ocupada en determinados mo-
mentos. Vicente Cejas es oriundo de San Nicolás de los Arroyos; en los registros
parroquiales aparece cinco años antes casándose con título de don en la parroquia de
Trancas con doña Trinidad Sánchez, hija legítima de don Blas Sánchez (el gallego
dueño de la pulpería) y doña Agustina Riera. El trato de don ha desaparecido en la
ciudad, quizá por su condición de forastero y porque su esposa es de Trancas: en la
ciudad es el yerno forastero y pobre de un pulpero gallego.
Se logran vislumbrar además algunos vínculos de solidaridad entre compañeros
de trabajo y comprovincianos y también tal vez conflictos entre vecinos antiguos y
o moro o hereje, que no puede atestiguar contra cristiano, fuera de en pleito de traición que quisiesen
hacer al rey o al reino. Joaquín Escriche, Diccionario razonado de legislación civil, penal, comercial
y forense, o sea resumen de leyes, usos, prácticos y costumbres, 1837.
312 Justicias situadas
39 AHT, Sección Judicial del Crimen, Caja 19, expte. 34, 1845, 15 ff. Información sumaria seguida al
maestro de postas y Juez comisionado Dn. Pío Rodríguez con motivo de la muerte perpetrada por este
en la persona de Don Domingo Mena.
40 Las declaraciones de Tamayo y Castro están escritas en primera persona y en papel y letra diferentes
a las otras declaraciones del expediente, tomadas por el capitán Molina. Probablemente los pasajeros
hayan continuado viaje y las hayan enviado desde otro lugar. Declaran que estaban acostados en la
cama cuando lo vieron llegar a Mena con dos chifles de aguardiente en una mano y un cuchillo en la
otra, y confirman la versión de Rodríguez.
La voz de los vecinos en el momento del sumario 313
llo y le dicen que los deje dormir, que están de camino y que se irían por la mañana.
Mena va para lo de Díaz, donde encuentra a la dueña de casa y a Flores. Como
está desarmado, se va a dormir a la cama de la dueña de casa, que estaba escondida.
Florentino Rodríguez, sobrino del juez, de 19 años —al que por su edad y “parentes-
co tan inmediato” con el reo no se le admite juramento—, declara que oyó llorar a su tía
porque Mena venía a matar a su tío. Que Pío Rodríguez quería juntar un grupo de seis
hombres para prenderlo, pero que finalmente lo mandó con Eusebio Palma y Vicente
Rodríguez a ver en qué casa estaba, y lo encontraron en la de Manuela Díaz. Siguieron
al juez, pero este se les adelantó y llegaron cuando sacaban el cadáver de la casa.
El juez Rodríguez declara que le ordenó que se diese preso y que Mena le contes-
tó “después de muerto”, a cuya contestación le pegó un hachazo y ordenó a la comi-
tiva que lo maten, lo que según el juez, se verificó (esto último es desmentido por los
testigos). El magistrado admite haberle dado varios puntazos y tajos.
El juez que le toma declaración a Rodríguez le pregunta por qué, teniendo una
escolta con la que podía hacer atar a Mena y remitirlo ante el juzgado, se tomó la
libertad de cometer el atentado de asesinarlo con desprecio del superior decreto del
18 de enero de ese año.41
Rodríguez argumenta que lo hizo
por qué no hizo caso de darse preso y le contestó que después de muer-
to y conociendo el carácter y condición furiosa de Mena y que proba-
blemente lo abandonarían los hombres que llevaba dejándolo expuesto
a que lograse Mena la intención que tenía de asesinarlo.
Asimismo, que le pegó primero para asegurarlo, convencido “que no era ni medio
hombre para Mena”; que también lo hizo porque creyó que las leyes lo autorizaban
para mandar matar al hombre que niega obediencia a la autoridad que lo intima. Que
es muy público y notorio lo que ha sido Mena y que la herida que tiene en la mano
hace ver que Mena no se entregaba y lo que hubiese hecho con Rodríguez y con los
que lo acompañaban.
De lo que sucedió entre Rodríguez y Mena estando este ebrio y dormido en la
cama, solo pueden atestiguar Eusebio Palma y Vicente Rodríguez, que habían segui-
do al juez, a su pedido, como auxiliares. Palma es postillón y sirviente de Rodríguez y
tiene unos 20 años; dice que vio la primera puñalada en la espalda y después se retiró
“porque no pudo ver más”. Vicente Rodríguez, de más de 30 años, dice que lo mató
tan rápido que no pudo ver cómo. También los acompañó Florentino, pero no se le
admite juramento por ser menor y “pariente tan inmediato”.
A la pregunta del juez de la causa de cómo sabía que Mena quería asesinarlo,
presenta los dos testigos que estaban en su casa: don José Julián Castro y don Rafael
Tamayo, y que estos corroboran lo dicho por el peón de Mena, el salteño Flores, y la
oferta que le hizo para que lo ayudara a asesinarlo, y que por último “es muy vieja la
intención de Mena, con que lo ha tenido siempre alarmado”.
Hay un careo entre Santiago Herrera —peón de Mena— y Flores, sobre si Mena
rondaba a Rodríguez para matarlo hacía dos noches. Flores afirma y Herrera niega.
Los testimonios de los muchachos que acompañan a Mena no coinciden con la
versión del juez, ni siquiera el careo para mostrar las viejas intenciones de Mena de
matarlo; las mujeres no declaran. Si bien Mena es el instigador, Rodríguez va a bus-
carlo y lo asesina cuando está durmiendo, totalmente ebrio.
Finalmente un documento firmado por el gobernador Celedonio Gutiérrez y el
ministro Adeodato de Gondra considera que hay graves cargos contra Pío Rodríguez:
por la muerte de Mena cuando pudo evitarla mandándolo preso a esta
capital para ser juzgado y castigado, el gobierno declara culpable al
expresado Rodríguez; pero atendiendo a algunas circunstancias que
han atenuado su delito y a su anterior buena conducta, lo condena úni-
camente a pagar a la viuda de Mena 100 pesos por tres meses contados
desde que salga en libertad
y que en lo sucesivo si tiene algún delito se tendrá presente el que ahora se le perdona,
para aplicarle entonces el justo rigor de la ley.42
El reo da las “más expresivas gracias” y la viuda se notifica.
El caso muestra la forma en que se convoca a peones y parientes para prender a un
reo, en un episodio en el que el conflicto personal entre Mena y Rodríguez y el papel
de este como juez se confunden.
Las declaraciones de Mena de que le pegó primero para asegurarlo porque los
hombres que lo acompañaban para prenderlo lo abandonarían, amén de ser su de-
fensa muestra que esos auxilios domésticos de la justicia no eran muy confiables;
de hecho, los muchachos se quedan atrás posiblemente porque temen al juez con el
que guardan una relación personal de subordinación. Su función en ese momento es
ambigua: ¿son subordinados del maestro de postas o auxiliares del juez?43
42 Otros son los castigos para los hermanos Orrillos en 1848, que matan a Santiago Arroyo cuando, en
misión dada se entiende que por un juez o comandante, van a prenderlo. Los dos acaban con pena de
muerte, el primero por este asesinato y el segundo cuando reincide. AHT, Sección Judicial del Cri-
men, Caja 42, expte. 28, 1848. El juez de Chicligasta fue inhabilitado como juez y condenado a pagar
costas, acusado de la muerte de Remigio Rocha cuando este se resistía a ser arrestado, esto durante el
gobierno de Heredia. Sección Judicial del Crimen, Caja 19, expte. 14, 1832.
43 Esto se ve también en el caso de Velarde y Lera en el que un juez viejo e inválido no logra hacerse
obedecer por los vecinos para que reduzcan al provocador, ya que le tienen más miedo a Lera, que
termina dando muerte al juez Velarde. Sección Judicial Civil, Caja 48, expte. 35.
La voz de los vecinos en el momento del sumario 315
44 La información sobre las tierras de los jesuitas y su venta proviene del libro de Cristina López, los
Dueños de la tierra. Economía, sociedad y poder en Tucumán (1770-1820), UNT, Tucumán, 2003.
Los datos sobre Pedro Josef Mena y Marcelino Mena en Sección Judicial Civil, Caja 59, expte. 13,
testamento de Pedro José Mena, sobre Marcelino, Testamento de Lino Mena, 1836 y Protocolos A,
1846, f. 24v.
45 AHT, Sección Judicial del Crimen, Caja 19, expte. 24, 1842.
316 Justicias situadas
sector social superior que tenía el poder de castigar y negar recursos. Mientras que
estos auxiliares de justicia, que en nada se diferenciaban de los potenciales reos y
que llevaban una vida doméstica idéntica a ellos, no eran vistos como sujetos que
detentaban ningún tipo de autoridad. Que alguien de la misma condición social atara
o arrestara a un par se vivía como una afrenta al honor, que revivía cada vez que le
tocaba compartir la vida cotidiana con esos coyunturales auxiliares de justicia, lo que
desencadenaba —como dice el reo citado— “odios implacables” a los que el alcohol
quitaba frenos.
46 Véase la interesante reflexión de Alejandro Agüero sobre el “gobierno paternal” de los caudillos y
las facultades extraordinarias en la ponencia presentada en el Workshop “Violent political conflicts
and legal responses: a transatlantic perspective (18th to early 19th century)”, Max Planck Institute for
European Legal History, Frankfurt am Main, 2015.
La voz de los vecinos en el momento del sumario 317
47 Jorge Gelman, “Crisis y construcción del orden en la campaña de Buenos Aires. Estado y sociedad en
la primera mitad del siglo XIX” en Boletín del Instituto de Historia Americana y Argentina Dr. Emilio
Ravignani, 3.ª serie, núm. 21, 1.er Semestre, 2000.
48 Melina Yangilevich, “Crónicas de conflicto y desilusión. Prefecturas de campaña, juzgados de paz y
comisarías en Buenos Aires (1857-1859)”, en Darío Barriera (coordinador), La justicia y las formas
de la autoridad. ISHIR CONICET, Red Columnaria, Rosario, 2010.
49 Esta comparación abre un interrogante también sobre el diferente papel de los comisarios en uno y
otro caso respecto del poder de los gobernadores. Ausencia de comisarios en el periodo federal de con-
centración de atribuciones del gobernador en Tucumán mientras en Buenos Aires, Barreneche afirma
que la participación de los comisarios en la etapa del sumario fue muy conveniente para los ejecutivos,
pues al controlar directamente la policía, podían tener información sobre los casos criminales aun
antes de que estos llegasen a los tribunales. Osvaldo Barreneche, Dentro de la ley…, 2002.
50 Juan Carlos Garavaglia, Construir el estado, inventar la nación. El Río de la Plata, siglos XVIII-XIX,
318 Justicias situadas
¿De dónde salen los componentes de una cultura estatal en estas décadas? En
el caso tucumano, se debe considerar una militarización movilizadora y renovadora
de jerarquías, pero con fuertes componentes estamentales y territoriales; una frágil
gobernabilidad sustentada también en las lealtades militares; una justicia que se des-
envuelve en las fronteras de la provincia con un gobernador que es juez supremo al
no haber instancias de apelación superior fuera del territorio. La figura del goberna-
dor creció debido a una situación de emergencia permanente instalada por la guerra,
que dio lugar a la concentración de atribuciones y al establecimiento de instituciones
“extraordinarias”. 51
Si está bastante claro que la cultura estatal viene de la mano de la militarización
y el crecimiento de la figura del gobernador, también lo está que esa nueva cultura
estatal, basada en la ampliación extraordinaria de las instituciones generadas por la
Revolución, no pone en entredicho la naturaleza de los vínculos y jerarquías sociales
que sustentan la administración de justicia. Lo doméstico empapa la estructura de
la justicia; sin embargo, en la medida en que se generen nuevos vínculos y solidari-
dades, y se pierdan ámbitos de “protección” en un proceso como el que comienza a
vislumbrarse en la ciudad, las viejas jerarquías podrían ir craquelándose.
Carolina A. Piazzi
E
Introducción
n este capítulo se exponen elementos generales en lo que hace a la investiga-
ción en curso sobre la justicia de primera instancia en la provincia de Santa Fe
entre 1833 y 1864. El objetivo general es examinar de manera comparativa el
funcionamiento de las instancias ordinarias entre las dos circunscripciones judiciales
existentes en la provincia, con sedes en Santa Fe (desde 1833) y en Rosario (desde
1854). Los primeros apartados ofrecen datos que aportan elementos significativos
al momento de analizar el funcionamiento judicial: población, distancia física entre
las sedes de justicia y el territorio de actuación, autoridades designadas según la
organización administrativa diseñada. La segunda parte del texto aspira a despuntar
algunas hipótesis que nos permitan explicar el por qué de esa organización judicial
(para lo cual los datos sobre población y territorio resultan fundamentales), las trans-
formaciones operadas en dicho diseño durante el período estudiado que —esperamos
demostrar— condujeron progresivamente a una separación de funciones de gobierno,
justicia y policía.2
1 Agradezco los comentarios del doctor Fabián Herrero a la versión previa de este trabajo presentada
en el Workshop que dio origen al presente libro, en agosto de 2016, y del resto de los participantes del
encuentro.
2 Sobre la relación entre justicia y gobierno remito a algunos trabajos de Darío Barriera –director- Ins-
tituciones, gobierno y territorio. Rosario, de la Capilla al Municipio (1725-1930), ISHIR/CONICET,
Rosario, 2010; “La supresión del Cabildo y la creación de los Juzgados de Paz: dimensión provincial
de la justicia de equidad en el Litoral rioplatense (Santa Fe, 1833)”, en Elisa Caselli –coordinadora–
Justicias, agentes y jurisdicciones. De la Monarquía Hispánica a los Estados Nacionales (España y
América, siglos XVI-XIX), FCE/Red Columnaria, Madrid, 2016, pp. 427-450.
320 Justicias situadas
3 Como ha explicado José Carlos Chiaramonte, y más recientemente Ana Laura Lanteri, entre 1852
y 1862 no existió un Estado confederal sino un Estado federal. José Carlos Chiaramonte, Nación y
estado en Iberoamérica. El lenguaje político en tiempos de la independencia, Sudamericana, Bue-
nos Aires, 2004; Ana Laura Lanteri “La ‘Confederación’ desde sus actores. La conformación de una
dirigencia nacional en un nuevo orden político (1852-1862)”, en Ana Laura Lanteri –coordinadora–
Actores e identidades en la construcción del estado nacional (Argentina, siglo XIX), Teseo, Buenos
Aires, 2013, pp. 129-169.
4 Oroño, de antigua extracción antirrosista, se acogió a la protección de Urquiza a fines de los años
1840, cuando comenzó a trabajar como administrador de algunos de los negocios de don Justo (Patri-
cia Pasquali La instauración liberal. Urquiza, Mitre y un estadista olvidado: Nicasio Oroño, Planeta,
Buenos Aires, 2003, pp. 49-54). En febrero de 1854, Oroño se casó con Joaquina Cullen, hija de
Domingo Cullen (gobernador que sucedió a Estanislao López en 1838). Durante la gobernación de su
cuñado, José María Cullen fue nombrado jefe político de Rosario.
5 Una síntesis de las sublevaciones y asonadas provinciales en Ana María Cecchini de Dallo Los grupos
políticos en Santa Fe, 1852-1862, Ministerio de Educación y Cultura de la Provincia de Santa Fe, San-
ta Fe, s/d. Algunos relatos de contemporáneos pueden seguirse en Gabriel y Eudoro Carrasco Anales
de la ciudad del Rosario de Santa Fé, con datos generales sobre Historia Argentina, 1527-1865, Imp.,
Lit. y Encuad. de J. Peuser, Buenos Aires, 1897.
6 Patricia Pasquali La instauración liberal..., cit., p. 31
Santa Fe y Rosario como sedes de justicia ordinaria 321
7 Sobre la etapa anterior, algunos datos en Carolina Piazzi “La justicia ordinaria después del cabildo en Santa
Fe (Argentina): diseño normativo y esbozo prosopográfico de jueces (1833-1852)”, en Americanía. Revista
de Estudios Latinoamericanos, Nueva Época, Sevilla, núm. 4, julio-diciembre 2016, pp. 372-399.
8 No podemos ocuparnos aquí en detalle de la figura del comandante militar, pero se cuenta con in-
formación sobre su ejercicio administrativo y, ocasionalmente, judicial en el departamento. Carolina
Piazzi “Una demanda por fletes durante el bloqueo francés: autoridades y jurisdicciones en un con-
texto político convulsionado (Rosario y Santa Fe, 1838)”, en Seminario Permanente sobre la Historia
Social de la Justicia y el Gobierno, ISHIR, Rosario, mayo de 2016.
322 Justicias situadas
un agente fiscal y un defensor) y siete jueces de paz (contando solo los que estaban a
cargo de los principales pueblos, existían además los de los cuarteles de las ciudades
de Santa Fe y Rosario);9 un jefe político (en Rosario), dos jefes de policía (Capital
y Rosario). Una nueva ley orgánica promulgada ese año delimitó detalladamente las
atribuciones de los empleados judiciales.
9 Sobre el origen de la división en cuarteles en Santa Fe y Rosario véase el capítulo de Darío Barriera
en este volumen.
10 Se omiten aquí las definiciones puramente normativas, para las que remito a Carolina Piazzi Justicia
criminal y cárceles…, Prohistoria, Rosario, 2011, pp 35-41; Darío Barriera –director- Instituciones,
gobierno y territorio…, cit.; “La supresión del Cabildo…, cit.
11 Coronda fue curato desde 1749 y desde 1784, un nuevo pago o partido, mientras que San Gerónimo era un
fuerte. “En 1784, la tremenda jurisdicción del Pago de los Arroyos, que involucraba hasta entonces todo el
sur santafesino – desde el Paso de Santo Tomé hasta Arroyo del Medio – fue dividida en dos y se asignó al
partido de Coronda un alcalde de la hermandad”. Darío Barriera y Miriam Moriconi “Gobiernos y territo-
rialidades: Coronda, de caserío a curato (Santa Fe, Gobernación y Obispado de Buenos Aires, 1660-1749)”,
en Nuevo Mundo Mundos Nuevos, marzo 2015 [en línea] http://nuevomundo.revues.org/67858
Santa Fe y Rosario como sedes de justicia ordinaria 323
oeste presentó problemas de jurisdicción con Córdoba hasta 1882, en que un laudo de
la Suprema Corte resolvió el asunto. El límite este lo determina el río Paraná.
Los cuadros que siguen exhiben cifras generales de cada uno de los departamentos
de la provincia, así como la superficie de ellos. Están basados en el censo confederal
de 1858 y el primer censo nacional de 1869 que, aunque escapa al recorte temporal,
permite tener idea de los números existentes hacia fines de los años 1860.
Población en el departamento Capital, 1858
Distritos Nacionales Extranjeros Total
Ciudad Santa Fe (6 cuarteles) 5709 393 6102
Cuatro distritos de campaña
(Paso de Santo Tomé, Quin-
2476 140 2616
tas, Chacras, Ascochingas y
Añapiré)
Dos colonias de naturales (San
788 2 790
Pedro y Sauce)
Una colonia de extranjeros
1236 1236
(Esperanza)
Total general 8973 1771 10 744
12 Pueden verse más detalles en Carina Frid “Desigualdad y distribución de la riqueza en escenarios de cre-
cimiento económico: Santa Fe, 1850-1870”, en Jorge Gelman –coordinador– El mapa de la desigualdad
en la Argentina del siglo XIX, Prohistoria, Rosario, 2011, pp. 95-138.
13 Ubicado al norte de Rosario, sobre la margen derecha del Paraná, no tuvo fundación oficial y su
importancia data del siglo XVIII con la presencia jesuita en la estancia San Miguel del Carcarañal
(Griselda Tarragó De la autonomía a la integración. Santa Fe entre 1820 y 1853, Tomo 5 de la Nueva
Historia de Santa Fe, Prohistoria/La Capital, Rosario, 2006, pp. 115-128). En febrero de 1860, por
un decreto del gobernador Fraga se organizó una comisión municipal, presidida por el juez de paz, a
la que se le encargó especialmente la repartición de solares para la formación del pueblo (“Decreto
creando tres Comisiones municipales para los pueblos de San Lorenzo, San Gerónimo y San José”, 6
de febrero de 1860, en ROSF, Tomo III, pp. 102-104). En 1862, se declararon cabezas de partido a los
pueblos de San Lorenzo y Villa Constitución, con sus límites: tendrían jueces de paz (hasta ese mo-
mento tenían comisarios de campaña asignados en sus distritos) y se consideraban distritos electorales
(“Ley declarando cabezas de partido a San Lorenzo y Villa Constitución”, 22 de agosto de 1862, en
ROSF, Tomo III, p. 375).
14 Fundada en 1859 bajo el nombre de las Piedras, es el primer pueblo al norte de Buenos Aires sobre
el Paraná. A tres leguas de San Nicolás, al norte, y a nueve leguas al sur de Rosario (Primer Censo
Nacional, 1869, p. 101).
15 Recuérdese, por ejemplo, que Rosario fue declarada puerto habilitado de la Confederación por Urqui-
za en septiembre de 1852.
16 Rosario funcionaba como nudo de la red de comunicaciones (cabecera de las comunicaciones del
interior y nexo entre esta y Buenos Aires) desde la creación de la Administración General de Correos
326 Justicias situadas
Nacionales (4 de enero de 1854, por decreto de Urquiza), y luego (con la extensión de las empresas de
mensajerías), los empresarios de tales emprendimientos se instalaban en la ciudad, y las oficinas cen-
trales funcionaban allí, según relata María Amanda Bergnia de Córdoba Lutges “Origen y evolución
del correo en Rosario”, en Separata de Historia de Rosario, VI, núm. 15-16, 1969.
17 José R. López Rosas “El Poder Legislativo”, en Historia de las Instituciones de Santa Fe, Tomo I,
Primera Parte “Poderes del Estado”, Cámara de Diputados de la Provincia de Santa Fe, p. 161. En
la Constitución de 1872, Rosario pasó a tener mayor número de representantes que la capital (siete
por Rosario; seis por la capital; tres por San Gerónimo y dos por San José). Algunos convencionales
pedían incluso ocho diputados para el departamento Rosario, de acuerdo a su población y riqueza.
18 Entre 1850 y 1864, hasta donde se ha revisado para este trabajo, los presidentes con origen capitalino
fueron: Urbano de Iriondo, Ricardo Aldao, Mariano Comas, Cayetano de Echagüe, Juan F. Seguí,
José de Amenabar, Estanislao López, Severo Basabilbaso, Quintín Valle (nacido en Catamarca pero
con amplia trayectoria en Santa Fe), José M. Echagüe, Ramón Alvarado (¿Catamarca?). Hubo solo
dos con orígenes distintos: Dámaso Centeno (de origen cordobés pero que desempeñó gran parte de
su trayectoria en el departamento Rosario) y el corondino Nicasio Oroño (figura destacada, también,
en el progreso de Rosario como ciudad) (José R. López Rosas “El Poder Legislativo”, en Historia de
las Instituciones de Santa Fe, Tomo I, Primera Parte “Poderes del Estado”, Cámara de Diputados de
la Provincia de Santa Fe, pp. 199-200).
Santa Fe y Rosario como sedes de justicia ordinaria 327
cabildo cuyas funciones, desde 1833, fueron ejercidas por un juez de 1.a instancia
civil y criminal, un defensor de pobres y menores, un juez de policía en la ciudad
de Santa Fe; un juez de paz para la villa del Rosario. El Pago de los Arroyos había
comenzado a convertirse en un distrito diferenciado de la Capital a partir del siglo
XVIII, con la designación de un alcalde de la hermandad exclusivo para el Pago.19
Desde 1833, los jueces de paz de los departamentos San Gerónimo, San José y
Rosario contaban con la ayuda de comisarios auxiliares designados para los diferen-
tes distritos en que se dividían los departamentos. El juez de paz de Rosario cobraba
una renta (de acuerdo al Reglamento de 1833 sería de $100 anuales), el de Coronda
$50, mientras que los de San Gerónimo y San José ejercían el cargo de manera gra-
tuita.20 Las atribuciones de las que gozaba el juez de paz de Rosario se encontraban
desagregadas en la capital en diversos cargos y a partir de 1852 comenzarían a ser
segmentadas y consignadas a otras autoridades en el departamento del sur provincial.
En efecto, el 3 de agosto de 1852, bajo la gobernación de Domingo Crespo, la
villa del Rosario fue declarada ciudad, luego de haber apoyado a Urquiza en el pro-
nunciamiento contra Rosas. Los cambios en el departamento habían comenzado unos
meses antes, cuando por decreto del 17 de mayo se nombró “Escribano de la Coman-
dancia militar y del Juzgado de Paz del Departamento del Rosario” a don Narciso
Baños, para que “a la vez que actúe en todos los expedientes y causas, preste a ambas
autoridades otros servicios de no menos interés público”.21
22 Dámaso Centeno fue juez de paz (1852) y comandante militar en Rosario, llegó también al cargo
de jefe político al año siguiente, murió en Cepeda. Su caso es emblemático ya que al tiempo que se
desempeñaba como juez de primera instancia, en 1857, continuaba desarrollando su labor militar
como teniente coronel de las milicias de Rosario y San Lorenzo: entretanto el juzgado quedaba en
manos de jueces interinos o especiales. Es posible que su acceso al juzgado y a la jefatura haya sig-
nificado una forma directa de reclutamiento de individuos para las milicias que comandaba en tanto
las atribuciones de que disponía para ordenar detenciones y disponer de los reos de la cárcel (Sirvan
estas notas de ejemplos: “El que firma pone a disposicion de V.S. para que sean destinados al servicio
de las Armas a los individuos siguientes, remitidos por el Departamento de Policía, pues que por sus
causas los ise acreedores a esa pena” (continúa con un listado de nueve nombres; Nota del juez de
1.a Instancia Dámaso Centeno al jefe político Pascual Rosas, 19 de octubre de 1857, Archivo Jefatura
Política de Rosario (en adelante, AJPR), 1857, Tomo C). “Por disposicion dada hoy dia de la fecha, en
este Juzgado de mi cargo, para que los individuos Manuel Castellanos, Ciriaco Aranda y José Maria
Aguiar, que se encuentran presos en el Departamento de Policia, sehan puestos a su disposicion para
que V.S. los destine a los cuerpos beteranos de esta provincia, por ser estos tres individuos ladrones,
que es la clausula que cada uno de ellos deben llebar en su condena” (Nota del juez de 1.a Instancia
Dámaso Centeno al jefe político Pascual Rosas, 9 de diciembre de 1857, AJPR, 1857, Tomo C). Otros
casos son el de Saturnino Lara (militar, comisario de policía; defensor en 1855), José María Ruiz
(ingresó joven en el ejército; juez del crimen en 1868), Manuel Cesar (en 1859 oficial 1.º de policía en
Rosario, teniente primero ad honorem de caballería del ejército nacional; defensor del juzgado). Los
ejemplos para Rosario en Vínculos sagrados, crímenes de sangre: mundo jurídico, administradores de
justicia, imaginarios sociales y protagonistas. Desde la instalación de la justicia criminal letrada de
1ª Instancia hasta la sanción del Código Penal (Rosario, Argentina, 1854-1886), tesis doctoral, UNR,
2012. Para el caso de los jueces de la capital, aunque para el periodo anterior: Urbano de Iriondo,
Pedro Lassaga al tiempo que era Juez de 1.ª instancia entre 1841 y 1842, era también jefe de policía;
Pedro E. Galisteo alternaba su desempeño entre el juzgado de 1.ª instancia (1847) pero también como
jefe de policía (1844-1846) (Piazzi, Carolina “La justicia ordinaria después del cabildo...”, cit.).
23 “...figuras civiles pero con trayectoria práctica en el campo de la acción guerrera [...] En efecto, la ma-
yoría de estos jefes y oficiales tenían, además de su historia militar, actuación política y pública, como
hombres de partido, legisladores y periodistas, entre otros. [...] En suma, durante buena parte del siglo
XIX las fuerzas militares fueron parte de la vida civil y política argentina y no funcionaron como un esta-
mento diferenciado del resto de la población” (Hilda Sábato “¿Quién controla el poder militar? Disputas
en torno a la formación del Estado en el siglo XIX”, en Nilda Garré et al. La construcción de la Nación
Argentina: el rol de las Fuerzas Armadas, Ministerio de Defensa, Buenos Aires, 2010, pp. 131-132).
24 Hilda Sábato Buenos Aires en armas. La revolución de 1880, Siglo XXI, Buenos Aires, 2008, pp. 47-
52; Macías, Flavia, Armas y política en la Argentina. Tucumán, siglo XIX, CSIC, Madrid, 2014, p. 26.
Santa Fe y Rosario como sedes de justicia ordinaria 329
25 “En todas las provincias, entre 1852 y 1880, las rivalidades entre grupos que estaban en el poder o
aspiraban a llegar a él se tradujeron con frecuencia en el terreno militar y para ello la Guardia resutló
un recurso fundamental. Los gobernadores controlaban esas fuerzas, pero a la vez, a través de ellas
se forjaron dirigencias alternativas que impugnaban el poder oficial, muchas veces con éxito” (Hilda
Sábato “‘Cada elector es un brazo armado’. Apuntes para una historia de las milicias en la Argentina
decimonónica”, en Marta Bonaudo; Andrea Reguera y Blanca Zeberio –coordinadoras– Las escalas
de la historia comparada, Tomo 1, Miño Dávila, Buenos Aires, 2008, p. 117).
26 Federico Cervera “Las milicias santafesinas”, en Historia de las Instituciones de la Provincia de Santa
Fe, Tomo III, Talleres Gráficos de la Imprenta Oficial de la Provincia, Santa Fe, 1970, pp. 125-132.
27 “Decreto nombrando Gefe de la Guardia Nacional de San Gerónimo al Comandante militar de dicho
pueblo D. José Silvestre Febre”, 10 de junio de 1860, en ROSF, Tomo III, p. 128.
28 “Decreto suprimiendo las Comandancias militares de San Gerónimo y San José, y nombrando Gefes para
estos Departamentos”, 8 de mayo de 1852, en ROSF, Tomo II, pp. 93-94; “Decreto suprimiendo la Coman-
dancia militar del Departamento del Rosario”, 21 de diciembre de 1852, en ROSF, Tomo II, p. 127.
29 “Milicias”, RAE 1734: “cuerpos formados de vecinos de algún País o Ciudad que se alistan para salir
a la campaña en su defensa, quando lo pide la necesidad y no en otra ocasión”; RAE 1803: distinguen
entre milicias provinciales y milicias urbanas: “Cierto número de compañías que residen fijas en
varios pueblos a las órdenes de sus comandantes que son lo por lo común los Gobernadores de las
plazas”. Raúl Fradkin “Tradiciones militares coloniales. El Río de la Plata antes de la revolución”, en
Flavio Heinz –compilador– Experiências nacionais, temas transversais: subsídios para uma história
comparada da América Latina, Editora Oikos, São Leopoldo, 2009, pp. 74-126.
330 Justicias situadas
quedaron, entonces, bajo las órdenes del jefe militar del departamento30 y del juez
de paz.31
Las fuerzas policiales de la provincia también estaban en un proceso de defini-
ción, diferenciándose de la justicia y el ejército. Esto resulta más que evidente en el
cambio de los gastos destinados a guerra (que para 1855, por ejemplo, desaparecen
de las cuentas provinciales) al rubro policía (en 1853 para el departamento Rosario
eran del 0,3% y en 1855 representaban el 28%).32
Días después de disuelta la comandancia en Rosario, se estableció un juzgado de
policía para la ciudad y departamento.33 En la capital y sus departamentos, el cargo
existía desde 1833, luego de disuelto el cabildo. En el departamento Rosario ejerció
el cargo bajo la denominación de “juez de policía”, el teniente coronel Estanislao Ze-
ballos, padre de Estanislao Severo, durante el transcurso del año 1853, con un sueldo
de $600 anuales. Estas atribuciones —dentro de lo que se denomina actualmente
derecho administrativo, lo que hacía el fiel ejecutor colonial34— estuvieron, en el
departamento Rosario, bajo la órbita del juez de paz entre 1833 y 1852.
En noviembre de 1853, para aliviar el recargo del juez de paz, se estableció una
comisaría general en el departamento Rosario, bajo la dependencia inmediata del juz-
gado de paz. Las cuestiones de las que se ocupaba este comisario se ubicaban entre lo
policial y lo militar: suministrar raciones a tropas veteranas o de milicias, de ciudad
30 En las Memorias de Guerra y Marina que ha trabajado Garavaglia, no aparecen datos sobre número
y composición de las fuerzas milicianas de la provincia, lo que el autor adjudica a una decisión estra-
tégica de no “exponer abiertamente la verdadera situación de las fuerzas de las provincias de Entre
Ríos, Corrientes y Santa Fe” (Juan Carlos Garavaglia “Fuerzas de guerra y construcción estatal: de la
Confederación a la Nación Argentina (1856-1865)”, en La disputa por la construcción nacional ar-
gentina. Buenos Aires, la Confederación y las provincias (1850-1865), Prometeo, Buenos Aires, 2015,
p. 172. Sobre el periodo anterior, la información resulta también incompleta y poco precisa según lo
ha marcado Raúl Fradkin en “Guerra y sociedad en el litoral rioplatense en la primera mitad del siglo
XIX”, en Juan Carlos Garavaglia; Juan Pro Ruiz y Eduardo Zimmermann –editores– Las fuerzas de
guerra en la construcción del Estado. América Latina, siglo XIX, Prohistoria/SBLA Universitat Pom-
peu Fabra, Rosario, 2012, pp. 348-349.
31 “A menudo, Jueces de Paz y Comisarios eran jefes de milicias y esta doble dependencia del partido y
de la estructura miliciana parece haber consolidado los niveles de lealtad, así como la circunstancia de
que las unidades militares no cambiaban sus jefaturas, ni su estructura aún cuando fueran movilizadas
por el gobierno nacional” (María Josefa Wilde y Teresa Suárez “La organización miliciana en el litoral
argentino durante el Siglo XIX. Los casos de las provincias de Santa Fe y Entre Ríos”, en Primeras
Jornadas de Historia Regional Comparada, Porto Alegre, agosto de 2000).
32 Evangelina De los Ríos y Carolina Piazzi “Comisarios de campaña en el departamento Rosario: entre
ocupaciones públicas e intereses privados (1850-1865)”, en Juan Carlos Garavaglia; Juan Pro Ruiz y
Eduardo Zimmermann –editores– Las fuerzas de guerra..., cit., pp. 381-412.
33 “Ley creando un Juzgado de Policía en la ciudad del Rosario” y “Decreto nombrando varios emplea-
dos”, 28 de diciembre de 1852, en ROSF, Tomo II, pp. 129 y 191.
34 Darío Barriera –director– Instituciones, gobierno y territorio..., cit., p. 61.
Santa Fe y Rosario como sedes de justicia ordinaria 331
y fronteras; distribuir sueldos entre dichas tropas, incluidos jefes y oficiales; estar a
cargo de obras públicas previa autorización del gobierno o del juez de paz; podía pe-
dir, en nombre del gobierno, colaboración a comerciantes y particulares en artículos
que les fueran necesarios; contratar reses para el consumo de las tropas y cuidar su
envío; cuidar los cueros del Estado; recoger las gorduras de las reses del consumo,
proveer de velas a las oficinas del Estado. Todas sus actuaciones debía ingresarlas
en un libro manual foliado.35 Entre 1855 y 1858, los comisarios generales serían dos
para el departamento: uno para la parte norte y otro para el sur.36
A partir de 1854, el jefe de policía estuvo bajo la autoridad del jefe político.37 Para
el resto de los departamentos, dependía directamente del gobernador.
En 1854, con la instalación de la jefatura política en el departamento Rosario, el
juzgado de policía existente desde 1852 bajo a esta denominación pasó a ser la jefa-
tura de policía, y las funciones policiales fueron retiradas al juez de paz, pero en el
decreto no aparece nada referido al juez de policía. Uno de los artículos del decreto
de 1854 que reglamentaba la función del jefe político señalaba de manera general:
“Dictará las disposiciones que estime convenientes dentro del círculo de su autori-
dad, para el cumplimiento de las órdenes superiores o para la buena administración y
gobierno del pueblo”. ¿Qué incluía el círculo de su autoridad? El resto de las autori-
dades policiales y judiciales del departamento.
Las tareas de los jefes políticos incluían funciones “policiales” como el manteni-
miento del orden público, la justicia correccional, la sanidad, el fomento y el desarro-
llo del departamento, y —especialmente— encargarse del control de la recaudación
fiscal, en los rubros fijados por las leyes y los códigos de policía urbana y rural, a la
vez que asumían competencias electorales.
El jefe de policía estaba sumido a la autoridad del jefe político, y por ende tam-
bién lo estaban sus subalternos los comisarios generales de campaña y los comisarios
de distrito. La jefatura de policía se integraba por un oficial 1.º, un auxiliar y un mé-
dico de policía del cual dependía un conjunto de cuerpos inferiores: serenos y piquete
de vigilantes. Bajo sus órdenes se hallaban los comisarios de sección de la ciudad y
comisarios de los diferentes distritos de la campaña:
Las funciones de la policía fueron enumeradas en una nota enviada por el jefe políti-
co de Rosario, Nicasio Oroño, al jefe de policía, Eugenio Ruiz, el 2 noviembre de 1855:
35 “Decreto estableciendo en la ciudad del Rosario una Comisaría general”, 17 de noviembre de 1853,
en ROSF, Tomo II, p. 170.
36 Evangelina De los Ríos y Carolina Piazzi “Comisarios de campaña...”, cit.
37 El proyecto de la jefatura política fue de Nicasio Oroño: “Ese proyecto está pues, redactado con concepto a
que el gobierno político de esta ciudad y departamento fuese ejercido por un empleado de más importancia
que un simple juez de paz, llámesele como se quiera, teniente gobernador, prefecto, gefe político, sub dele-
gado, etc., el cual gobernaría y estaría bajo las inmediatas ódenes del gobernador de la provincia” (carta de
Nicasio Oroño a Urquiza, junio de 1854, reproducida en Anales de Rosario de Carrasco, p. 293).
332 Justicias situadas
48 AGPSF, Gobierno, Tomo 23, 1862-1863, Nota del juez de Alzada Quintín Valle al Pdte. de la Cámara
de Justicia Luciano Torrent, 11 de septiembre de 1863. La cursiva me pertenece.
49 No se incluye aquí la instancia comercial dada sus diferentes características. Se han comenzado a
abordar algunos rasgos en Carolina Piazzi “Una demanda por fletes...”, cit.
50 “Reglamento de Justicia”, 23 de enero de 1861, en ROSF, Tomo III, artículo 58.
336 Justicias situadas
Acumulación de empleos
En 1862 se sancionaron dos leyes trascendentales: por un lado, se exigió la calidad
de letrado para ejercer los cargos judiciales –lo que tenía un impacto en el sueldo–
incluidos los jueces de 1.ª instancia (art. 4.°);53 otra ley prohibió la acumulación de
empleos.54
51 “Ley organizando la Administración de Justicia”, 21 de mayo de 1863, ROSF, Tomo IV, p. 40. Puede
verse una tabla comparativa de presupuestos entre ambas circunscripciones en Justicia criminal y
cárceles..., cit.
52 El Ministerio Fiscal se había creado en 1852 para “facilitar tanto al Gobierno como a los Jueces inferio-
res los medios de expedirse con el acierto y prontitud que exige el mejor servicio público”. Sanción de
la H. Junta autorizando al PE para nombrar un Fiscal”, 11 de marzo de 1852, en ROSF, Tomo II, cit.
53 Por ejemplo, cuando en 1856 se nombró juez civil y criminal de la capital a Ramón Pereira, hasta
tanto la Asamblea no designase el sueldo correspondiente a este empleo, se estableció que cuando sea
ejercido por un juez lego disfrutaría de la asignación de 60 pesos mensuales (“Decreto nombrando
Juez de 1ª Instancia en lo Civil y Criminal de la Capital, San Gerónimo y San José, al ciudadano D.
Ramón Pereira”, 11 de septiembre de 1856, en ROSF, Tomo II, p. 342).
54 “Ley prohibiendo la acumulación de empleos”, 25 de julio de 1862, en ROSF, Tomo II, cit. Un mes
antes se había sancionado una ley de incompatibilidad entre el puesto de diputado y empleos eje-
cutivos (“Sanción legislativa estableciendo incompatibilidad entre el cargo de diputado y cualquier
empleo a sueldo que dependa del Ejecutivo”, 4 de junio de 1862, en ROSF, Tomo II, cit.). Historia de
las Instituciones..., cit. El artículo 27 de la Constitución de 1863, incorporó a la ley fundamental las
prescripciones sancionadas con anterioridad por la Asamblea Legislativa.
Santa Fe y Rosario como sedes de justicia ordinaria 337
55 “Resolucion del General en Gefe del Ejército de Buenos Aires encomendando el Gobierno provisorio de
la provincia, al ciudadano D. Domingo Crespo”, Cuartel General en Santa Fe, 26 de diciembre de 1861,
en ROSF, Tomo III. El estado de sitio en el departamento se había declarado el 13 de septiembre.
56 El Tribunal de Comercio se había creado en 1854, junto con el Juzgado Civil y Criminal y la Jefatura
Política.
338 Justicias situadas
57 AJPR, 1861, Tomo C: Nota del juez Avelino Ferreyra al jefe político Luis Lamas, 24 de octubre de 1861.
58 AJPR, 1861, Tomo C: Nota del juez Avelino Ferreyra al jefe político Luis Lamas, 13 de noviembre de
1861. El 20 de noviembre se respondió a esta consulta: “A mérito de consulta del juez del crimen doc-
tor Avelino Ferreira, el gral Mitre dispone que las sentencias de 1a instancia se confirmen o revoquen
por el jefe político, asesorado por el auditor de guerra del ejército y dos colegas de la matrícula de
abogados” (citado en Gabriel Carrasco y Eudoro Carrasco, Anales de la ciudad del Rosario..., cit., p.
536). En un proceso criminal de 1861, Ferreyra dictó una sentencia de muerte que, elevada en consulta
a Mitre por el jefe político Luis Lamas, fue aprobada por el gobernador de Buenos Aires (AMHPRJM,
Criminales 1861, Legajo 5, Exp. 3).
59 AGPSF, Gobierno, Tomo 22, 1862, Legajo 4: Notas de la Cámara de Justicia, Avelino Ferreira al
gobernador Patricio Cullen, 18 de mayo de 1862.
Santa Fe y Rosario como sedes de justicia ordinaria 339
60 AGPSF, Gobierno, Tomo 24, 1864, Legajo 6: Notas de los Jueces de 1ª Instancia de ambas Circunscrip-
ciones Judiciales de esta Provincia, Teófilo García al Ministro General de Gobierno, 8 de enero de 1864.
340 Justicias situadas
61 Enero de 1853, nota del jefe de policía José Rodríguez al ministro de Gobierno Manuel Leiva, AGPSF,
Gobierno, Tomo 12, 1853, f. 372. La cursiva me pertenece.
62 Enero de 1853, nota de Mariano Comas al ministro de Gobierno Manuel Leiva, AGPSF, Gobierno,
Tomo 12, 1853, f. 373. La cursiva me pertenece.
Santa Fe y Rosario como sedes de justicia ordinaria 341
63 27 de febrero de 1856, Tomás Isla al jefe político Jacinto Corvalán, AGPSF, Gobierno, Tomo 15,
1856, Legajo: Jueces de 1ª instancia de la provincia, f. 1262. La cursiva me pertenece.
342 Justicias situadas
64 AGPSF, Gobierno, Tomo 24, 1864, Legajo 4: Notas de la Exma. Cámara de Justicia de esta Provincia,
Macario Torres a la Cámara de Justicia, 7 de julio de 1864.
65 Carolina Piazzi “Administración y materialidad...”, cit., p. 62.
Santa Fe y Rosario como sedes de justicia ordinaria 343
el agente fiscal. Por último, introduce una dimensión que tiene que ver con lo admi-
nistrativo, en tanto las autoridades entrerrianas no cumplían a tiempo con su deber
de captura y extradición de criminales, pero además con la poca distancia física que
facilitaba la huida de los delincuentes. Es lo que en otro trabajo hemos definido como
distancia administrativa.66
Conclusiones
Rosario fue sede de justicia ordinaria desde 1854, con las mismas atribuciones que
tenía, desde 1833, la capital provincial (Coronda alcanzó ese rango en 1868). Desde
1852 tuvo un juez de policía: ambos, juez ordinario y juez de policía, existían en la
capital con jurisdicción en toda la provincia desde 1833. La innovación política y
administrativa del departamento Rosario radicó en su carácter de jefatura política
desde 1854, al tiempo que se instalaba la justicia ordinaria. En este último terreno, se
adelantó a la capital en la separación de las instancias ordinarias.
Una hipótesis para seguir examinando es el hecho de que la transformación más
sustancial que experimentaron los departamentos en la provincia fue la paulatina de-
finición de las funciones militares y policiales mediante su redistribución en manos
de nuevos agentes (de comandantes militares a jefes de policía y comisarios gene-
rales, por ejemplo). Esto se relaciona directamente con la justicia, en la medida en
que el juez de paz se veía afectado por esta redistribución de funciones, que buscaba
alivianar su tarea convirtiéndola exclusivamente en judicial. Asimismo, los jueces de
primera instancia también debían adaptarse a las nuevas disposiciones en tanto mo-
dificaban las dependencias de los agentes subalternos, que operaban, además, como
sus auxiliares. Toda esta redistribución generó nuevas jerarquías de obediencias entre
estos agentes “menores” (en la escala de obediencia) y la justicia ordinaria, la jefatura
política (que presupuestariamente estaba en el rubro Policía) y el gobierno provincial.
turas jurídicas. Estudio comparado entre jueces de primera instancia y jueces de paz
de Buenos Aires y Santa Fe (1821-1854), radicado en el ISHIR (Rosario). Es miem-
bro del Grupo de Estudios e Investigaciones en Procesos Políticos (GEIPP) del Insti-
tuto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” (UBA-CONICET) y
del Centro de Historia Social sobre la Justicia y el Gobierno (CEHISO-UNR).