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COMISIÓN PONTIFICIA PARA AMÉRICA LATINA, La misa domini-
cal, centro de la vida cristiana ................................ 205-209
OBISPOS VASCO-NAVARROS, Renovar nuestras comunida-
des cristianas .......................................................... 210-215
IN MEMORIAM
Evangelista Vilanova, OSB (1927-2005) .............................. 217-218
Ignacio María Calabuig, OSM (1931-2005) ........................ 219-221
Mons. Pierre Jounel (1914–2004) ......................................... 222-225
P. Pierre-Marie Gy, O.P (1922-2004).................................... 226-228
Benedicamus Domino
Con gran júbilo, resonó el anuncio
en la Ciudad y en el Orbe:
teníamos Papa y era su nombre
BENEDICTO XVI.
Estábamos al caer de la tarde
del 19 de abril de 2005.
El domingo siguiente, día 24,
celebrando festiva Eucaristía,
iniciaba solemnemente su ministerio petrino
como Obispo de Roma.
Bendecido por el nombre que para sí escogió,
sea, como el santo patrón de Europa,
bendecido por la gracia de Dios.
Sea piedra, como Pedro,
sobre la que Cristo edifique su Iglesia.
Sucesor del primero de los Apóstoles,
sea él quien nos confirme en la fe.
Sea su ministerio, como pastor universal,
aquel ministerio de amor
que nos invite a todos y nos conduzca
a no anteponer nada al amor de Cristo.
La paz que viene de lo alto le acompañe siempre.
Deo gratias
Phase – Barcelona, abril de 2005
EDITORIAL
Sería muy pobre interpretar todo esto como una táctica de escaparate;
más aún, sería ofensivo para la fuerza espiritual de Juan Pablo II. Cada
uno de estos aspectos que he citado viene motivado expresamente por
textos propios del Papa. Pensemos solamente en los grandes documentos
eucarísticos que llevan su firma: la Carta apostólica Dominicae coenae,
del Jueves Santo del 1980; la Encíclica Ecclesia de Eucharistia (2003) y la
Editorial – 101
Carta Apostólica Mane nobiscum Domine (2004); la Carta Apostólica Dies
Domini (1998), y los que preparan y comentan el Jubileo del año 2000,
especialmente la Carta Apostólica Novo millennio ineunte (2001).
La explicación del significado de la fórmula “in persona Christi”
(1980) quedará como un texto clásico de la teología litúrgica,
repetidamente citado en documentos posteriores, para mostrar la íntima
identificación sacramental entre Cristo y el celebrante. Asimismo, la
relación entre la Eucaristía y el sacerdocio, “nacido de la Eucaristía, y
para la Eucaristía” (1980), explicada en continuidad con los textos de
Presbyterorum ordinis; esta relación implica una “corriente vivificante”
entre el sacerdocio ministerial y el sacerdocio común de los fieles, unidos
en una misma ofrenda y una misma adoración eucarísticas.
102 – Editorial
Phase, 266-267, 2005, 103-112
LA PLEGARIA EUCARÍSTICA
DE JESÚS
Una aproximación litúrgica a Juan 17
JESÚS CASTELLANO
La glorificación
Jesús glorifica al Padre y pide ser glorificado por el Padre. Es una
actitud típica de la plegaria de bendición que supone el reconocimiento, el
perfecto conocimiento y la recíproca manifestación del Padre y del Hijo, la
comunicación de la gloria de Dios. Resuena el lenguaje de la glorificación
mutua a lo largo de toda la plegaria (vv. 4.5.10.22). Una glorificación
que todavía debe ser completada en la cruz y en la resurrección. El Hijo
glorifica al Padre, contando lo que es y lo que ha hecho por el Hijo, lo
que ha sucedido con los discípulos.
Se trata de una glorificación en el cumplimiento de su voluntad y
de su proyecto. El Hijo ora glorificando al Padre con una actitud filial
de conocimiento y de reconocimiento, de agradecimiento final y de
bendición. El Padre aparece como la fuente de todo bien, porque de él
vienen todas las cosas, las palabras que Jesús ha recibido y ha comunicado,
el conocimiento que ha transmitido de su nombre, la revelación que ha
realizado de la paternidad de Dios.
La oración de acción de gracias y de glorificación es la primera y
fundamental actitud de toda plegaria eucarística, la que impregna de
principio a fin el corazón de la Iglesia que da gracias y glorifica al Padre.
La ofrenda sacrificial
En el centro de la oración de Cristo encontramos, además de la
glorificación, la ofrenda que hace de sí mismo al Padre. El núcleo central
de la ofrenda, que no puede dejar de referirse a su próxima entrega
anticipada en la institución de la Eucaristía, se encuentra en las palabras
de ese versículo: “por ellos me consagro a mí mismo, para que ellos
también sean consagrados en la verdad” (v. 19). El término usado por
Jesús (“aghiazo”) tiene una típica connotación de oblación sacrificial que
no puede entenderse sino referida a la oblación que él está para cumplir
voluntaria y libremente en la cruz. Fruto de esta oblación, en la que el
Hijo aparece todo él lleno del fuego del Espíritu Santo, será la entrega
La intercesión
Ante su Padre, Jesús ora por sus discípulos. Les introduce en el
círculo de la comunión trinitaria. El don de la glorificación y el precio
de la oblación tienen como fruto que Jesús pide al Padre por los suyos,
ampliando la mirada hasta todos los que por su palabra creerán en él y
conocerán al Padre.
La intercesión es una forma de manifestar el fruto mismo de la entrega
y de la glorificación, es el sentido último del sacrificio que será ofrecido y
tendrá como fruto una abundante gracia de redención y de santificación.
Juan muestra todas estas riquezas.
La súplica se hace intensa y rica en los bienes que el Hijo pide al Padre.
Empieza con estas palabras: “yo pido por ellos...” (v. 9) y se expresa en
una serie de peticiones. Pide al Padre que los guarde en su nombre, pero
con una finalidad todavía mayor, como una especie de vértice anunciado
y repropuesto hasta el final de la oración: “para que sean una sola cosa
como nosotros” (v. 11).
Apremiantes son las súplicas del Hijo: “no pido que los saques del
mundo, sino que los guardes del maligno...” (v. 15); “conságralos en la
verdad...” (v. 17), partícipes de la misma consagración del Hijo (en el
Espíritu); que tengan la plenitud de mi alegría (v. 13).
CONCLUSIÓN
Normalmente la plegaria sacerdotal de Jesús, tal como es referida por
Juan, no es considerada como una fuente de nuestra plegaria eucarística.
Sin embargo, a través de un breve análisis, como el que hemos intentado
hacer aquí, tiene todo el sabor de una anáfora, la anáfora de Jesús, su
acción de gracias, su epíclesis, su ofrenda, su intercesión en vistas del
inminente sacrificio, que él en algún modo anticipa en la institución de
la Eucaristía.
Hemos puesto de relieve su gesto orante y de bendición: los ojos
alzados hacia el cielo. Hemos captado la repetida invocación al Padre a lo
largo de toda la oración y hemos ilustrado los sentimientos fundamentales
de una plegaria anafórica eucarística.
El nexo entre la Eucaristía y la unidad aparece en cierto modo
más explícito. En la plegaria sacerdotal aparece todo el sentido de la
Eucaristía, su misma raíz orante con los mismos sentimientos de Cristo,
el pleno sentido del sacrificio que Jesús está para ofrecer al Padre y
que él anticipa con la institución de la Eucaristía, como memorial de su
gloriosa pasión.
Junto a los relatos explícitos de esta institución, Juan en este texto nos
ofrece un elemento fundamental que completa el cuadro de la institución,
la oración que da sentido pleno a la pasión gloriosa y a la Eucaristía que
renueva su memorial.
JESÚS CASTELLANO OCD
Roma
LA CARTA APOSTÓLICA
“MANE NOBISCUM DOMINE”
CONTENIDOS Y PROPUESTAS
En el primer apartado de su Carta, el Papa nos recuerda el camino
de preparación al Jubileo del año 2000 y su anhelo de convertir ese dato
114 – José Lino Yáñez
cronológico en un horizonte de gracia. Los hechos posteriores mostraron
no sólo una “cruda continuidad”, sino un empeoramiento de los hechos
de violencia y guerra, de las sombras sobre el mundo. Convencido, sin
embargo, de “trabajar a largo plazo para la humanidad”, el Papa busca
orientar a todos hacia Cristo. Él, en efecto es “no sólo centro de la Iglesia,
sino también de la historia de la humanidad”. En Cristo “el hombre
encuentra redención y plenitud” (nn. 6.7).
Centrarnos en Cristo, sin embargo, es centrarnos en la Eucaristía.
A eso respondían los llamados de Juan Pablo II a hacer del año jubilar
un año “intensamente eucarístico” (Novo Millennio Adveniente n.55
= NMA), a cuidar la celebración eucarística, especialmente, en el día
del Señor, Pascua semanal (Dies Domini nn. 30-32 = DD), a convertir
la institución de la Eucaristía en la cumbre de los misterios luminosos
propuestos para el rosario (Rosarium Virginis Mariae nn. 19.21= RVM),
a valorar la relación Iglesia-Eucaristía de acuerdo al modelo de María,
“mujer eucarística” (Ecclesia de Eucharistia n. 53 =EdE).
En esta secuencia que nos llama a centrarnos en Cristo, contemplando
su rostro (Novo Millennio Ineunte nn. 30-32. 35 = NMI) especialmente
en la Eucaristía, se ubica el año eucarístico que se nos invita a recorrer y
la Carta apostólica, que busca “indicar algunas perspectivas que pueden
ayudar a que todos adopten actitudes claras y fecundas” (n 10).
Para esto el Papa nos propone mirar la Eucaristía bajo tres aspectos:
a) misterio de luz, b) fuente y epifanía de comunión, c) principio y
proyecto de misión.
MISTERIO DE LUZ
“Les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura”
Resulta novedosa y sugerente la presentación de la Eucaristía como
“Misterio de Luz”. Resuena en esta expresión de Juan Pablo II su devoción
eucarística y mariana, que hizo de la Eucaristía “el vértice de los misterios
de la luz” (RVM). Es novedosa, también, la presentación dinámica de
Jesús, “luz del mundo” (Jn 8,12) que se manifiesta tal a través de un
proceso que integra la Palabra y los signos.
Es el proceso que se descubre en el capítulo 6 de san Juan en que, a
través de la Palabra, se va revelando el Misterio de su entrega a los hombres
y mujeres “como verdadera comida y verdadera bebida” (Jn 6,55).
La carta apostólica Mane nobiscum, Domine – 115
La misma secuencia se da en el relato de Emaús, en que la palabra
ilumina, hace arder el corazón y prepara a la plena iluminación que se da
en la fracción del pan (Lc 24, 27-32).
La Eucaristía es luz, primeramente, por la liturgia de la Palabra
que precede a la liturgia eucarística, conformando “la unidad de las dos
mesas”, la de la Palabra y la del Pan. La iluminación de la Palabra lleva
al misterio de la persona de Jesús y al deseo de permanecer con él (Lc
24, 27. 29). Por eso, el Papa valora lo realizado por el Concilio en orden
a ofrecer una mayor abundancia de Palabra, en una lengua conocida por
todos y debidamente actualizada en la homilía (nn. 11.12).
Después de cuarenta años, Juan Pablo II propone revisar cómo se está
realizando la proclamación de la Palabra de Dios. ¿Se da la preparación
previa, la escucha devota y el silencio meditativo? He aquí una primera
tarea para este año de la Eucaristía: “que la Palabra de Dios toque la vida
y la ilumine” (n.13).
La Eucaristía es luz, también, a través de los signos. “Una vez que
las mentes están iluminadas y los corazones enfervorizados, los signos
hablan”. Ellos, en efecto, “llevan consigo un mensaje denso y luminoso”
para quienes se abren a las dimensiones del misterio, sin caer en la
tentación de “reducir la Eucaristía a su propia medida” (n.14).
En el Misterio eucarístico la Carta destaca, primeramente, tres
dimensiones (n.15):
* la dimensión convivial. La Eucaristía es un banquete, una cena
pascual, como lo dicen las palabras “tomen… coman… beban”, que
expresan “la relación de comunión que Dios quiere establecer con
nosotros y que nosotros mismos debemos desarrollar recíprocamente”;
* la dimensión sacrificial. En la Eucaristía, Cristo resucitado, con
las huellas de su pasión, “nos presenta el sacrificio ofrecido una vez por
todas en el Gólgota, del que cada misa es “memorial”;
* la dimensión escatológica. Las palabras con que aclamamos la
entrega sacrificial (Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección,
ven, Señor Jesús) ponen de relieve cómo la Eucaristía “nos proyecta hacia
el futuro de la última venida de Cristo, al final de la historia”. Así, a partir
de la entrega en la cruz, se genera “un dinamismo que abre al camino
cristiano el paso a la esperanza”.
Estas tres dimensiones recogen el Misterio pascual de Jesús, que
es el contenido central de la Eucaristía. El Papa sin embargo, nos lleva a
Conclusión
La Carta termina con una invitación del Papa, personal, desde el
vigésimo séptimo año de su ministerio petrino, “a contemplar, alabar y
adorar de manera especial este inefable sacramento”.
Juan Pablo II esperaba que este año eucarístico nos estimule a todos,
obispos, sacerdotes, diáconos y ministros, seminaristas, consagrados y
consagradas, fieles, a tomar conciencia del tesoro incomparable que Cristo
ha confiado a la Iglesia y a celebrar la Eucaristía con mayor vitalidad y
fervor y que esa celebración se traduzca en una vida cristiana transformada
por el amor.
En comunión con María y con los Santos (¡grandes adoradores!),
el Papa espera que este año de gracia signifique para la Iglesia un nuevo
impulso para su misión y un reconocimiento de la Eucaristía como “la fuente
y la cumbre de toda su vida”. Es, como lo dijimos, el lema del Sínodo de los
Obispos con que terminaremos este año en octubre del año 2005.
¿QUIÉN CELEBRA?
El sujeto de la celebración cristiana
JOSÉ ALDAZÁBAL
128 – J. Aldazábal
resuena en las moradas celestiales y siente ya el sabor de aquella alabanza
celestial que resuena de continuo ante el trono de Dios y del Cordero,
como Juan la describe en el Apocalipsis” (IGLH 16).
Es una visión de las cosas que da mayor contenido y densidad a
nuestras celebraciones. Celebramos nuestra liturgia, sobre todo nuestra
Eucaristía, en unión con los que celebran la del cielo. No hay dos Iglesias,
la del cielo y la de la tierra. No hay dos liturgias, la celeste y la terrena.
LA COMUNIDAD CELEBRANTE
Después de esa perspectiva de unión con la comunidad del cielo,
sí podemos llegar a la afirmación relativamente nueva en estas últimas
décadas: es la comunidad entera la que celebra.
Una de las consecuencias más notorias de la “nueva” teología
eclesiológica del Concilio Vaticano II (sobre todo en LG 9-11) ha sido
su aplicación a la comunidad orante. En los libros litúrgicos actuales la
comunidad cristiana aparece, no sólo como una asamblea que asiste y
escucha, sino que también ora, canta y participa activamente. Más aun:
es una comunidad que celebra. Se puede decir que se ha recuperado el
protagonismo teológico de la comunidad, que se había oscurecido en
los últimos siglos, sin por ello negar para nada el papel, teológicamente
importante e imprescindible, del que preside en nombre de Cristo.
Después de esos números que hemos comentado, sobre la liturgia
celestial, el Catecismo, siguiendo con la pregunta “¿quién celebra?”,
inmediatamente hace la gran afirmación: “es toda la comunidad, el Cuerpo
de Cristo unido a su Cabeza, quien celebra” (CCE 1140).
134 – J. Aldazábal
Congar, “una especie de eclipse de la función sacerdotal que desempeñan
todos los fieles, sobre todo en la ofrenda eucarística”. Del “qui tibi offerunt”
original (es toda la comunidad la que ofrece) se pasó al “pro quibus tibi
offerimus” (subrayando el carácter sustitutorio del clero para con el
pueblo). El original era decir que “ellos te ofrecen”, pero como parecía
estar muy lejos de la realidad, se maquilló con lo de que “nosotros, el clero,
te ofrecemos en su nombre”.
Ahora, a partir del movimiento litúrgico y de los documentos del
magisterio, se ha vuelto a recuperar una eclesiología que considera a
toda la comunidad cristiana como incorporada, por los sacramentos de
la iniciación, al sacerdocio mediador de Cristo, animada por su Espíritu,
unida en un solo Cuerpo eclesial, dentro del que los ministros ordenados
ejercitan un ministerio muy importante, de configuración sacramental con
Cristo Cabeza y Pastor, pero al servicio del sacerdocio común de todos
los fieles.
Esta evolución ha sucedido con una progresiva clarificación teológica.
Si, por ejemplo, la “Mediator Dei” de 1947 se puede decir que pasaba del
sacerdocio de Cristo al sacerdocio ministerial o jerárquico, y por extensión
también al común de los bautizados, el Concilio, sobre todo en la “Lumen
Gentium”, pasa del sacerdocio de Cristo al de toda la Iglesia, Pueblo de
Dios y Cuerpo de Cristo, y dentro de ella, con una identidad especial, al
sacerdocio ministerial.
MOTIVACIÓN TEOLÓGICA
La motivación determinante de este cambio no ha sido la pedagogía,
o la sociología, o una adaptación casi obligada a los tiempos nuevos, sino
un conocimiento mejor de la teología.
El sacerdocio bautismal
Ante todo, se ha desarrollado más la perspectiva que ya aparece en
el Nuevo Testamento: el sacerdocio real o bautismal de los fieles.
a) El Concilio Vaticano II, en la Sacrosanctum Concilium (1963),
pone como protagonista de la celebración litúrgica a toda la comunidad.
Así, cuando afirma que, en los dos mil años de su existencia, “la Iglesia
nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual, leyendo...
¿Quién celebra? – 135
celebrando... dando gracias” (SC 6) o cuando define la liturgia como “obra
de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia” (SC 7), o cuando
dice que “las acciones litúrgicas son celebraciones de la Iglesia, que es
sacramento de unidad, esto es, pueblo santo, congregado y ordenado bajo
la dirección de los obispos. Por tanto, pertenecen a todo el Cuerpo de la
Iglesia, influyen en él y lo manifiestan, y afectan a cada miembro de este
Cuerpo de manera diferente, según la diversidad de órdenes, funciones
y participación actual” (SC 26).
La motivación teológica de este protagonismo de la comunidad es
doble: “que se lleve a todos los fieles a la participación plena, consciente y
activa en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la liturgia
misma y a la que tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo, el
pueblo cristiano, linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo
adquirido (1P 2,9)” (SC 14: citado por IGMR 91). Por una parte, la liturgia
misma, como acción eclesial, pide la participación de todos. Por otra,
el pueblo cristiano, todo él, por su sacerdocio bautismal, también está
reclamando esta participación activa. Es interesante que aparezca en la
SC este binomio: “derecho y deber”, que también aparece varias veces
en el Misal (IGMR 18.386). Hablamos tanto del “precepto dominical”,
que apenas nos imaginamos poder hablar del “derecho dominical” a la
Eucaristía.
136 – J. Aldazábal
de su sacerdocio real y lo ejercen al recibir los sacramentos, en la oración y
en la acción de gracias” (LG 10), y “al participar en el sacrificio eucarístico,
ofrecen a Dios la víctima divina y a sí mismos con ella “ (LG 11).
138 – J. Aldazábal
breves alusiones, sin introducir como hubiera sido tal vez conveniente,
un apartado sobre este aspecto: en IGMR 16, al hablar del “culto que
los hombres tributan al Padre adorándole por medio de Cristo, Hijo de
Dios”, han añadido “en el Espíritu Santo”; lo mismo, y con la misma
frase, en IGMR 78.
Aquí sí que el Catecismo nos dio una lección. En el apartado sobre
el Espíritu Santo en la liturgia (CCE 1091-1109), aparece él como
verdadero protagonista, igual que en el apartado del Credo “creo en el
Espíritu Santo”: “el Espíritu Santo nos pone en comunión con Cristo”
(CCE 688), “la liturgia viene a ser la obra común del Espíritu Santo y de
la Iglesia” (CCE 1091).
Por una parte, el Catecismo afirma de un modo más explícito que
el Misal la intervención del Espíritu en el misterio eucarístico, de la
transformación de los dones en el Cuerpo y Sangre de Cristo, y de la
comunidad en un solo cuerpo y un solo espíritu (CCE 1353), por medio de
las dos epíclesis, y lo hace otras veces atribuyendo, junto con las palabras
de Cristo, la consagración eucarística al Espíritu.
Pero, por otra –cosa menos recordada– también afirma que en la
primera parte de la celebración, la liturgia de la Palabra, es el Espíritu
quien actúa, “dando vida a la Palabra de Dios” (CCE 1100), y concreta:
“el Espíritu Santo es quien da a los lectores y a los oyentes la inteligencia
espiritual de la Palabra de Dios… y pone a los fieles y a los ministros en
relación viva con Cristo” (CCE 1101). Cosa, esta, de la intervención del
Espíritu también en la celebración de la Palabra, que no se repite en el
apartado que el Catecismo dedica a la Eucaristía.
Otro documento interesante a este respecto es la introducción al
Leccionario: cf. OLM 2.3.4.6.7.12.28.41.46 y sobre todo OLM 9.
140 – J. Aldazábal
las legítimas comunidades locales de fieles, unidas a sus pastores... En
estas comunidades, aunque muchas veces sean pequeñas y pobres o vivan
dispersas, está presente Cristo, quien con su poder constituye a la Iglesia
una, santa, católica y apostólica” (LG 26). O como dice otro número de
la misma LG: las Iglesias particulares “in quibus et ex quibus Ecclesia
universa exsistit” (LG 23).
En el Misal aparece varias veces este pensamiento: “la misa que se
celebra con una determinada comunidad, sobre todo con la comunidad
parroquial, representa a la Iglesia universal en un tiempo y lugar definidos,
sobre todo en la celebración comunitaria del domingo” (IGMR 113; además
del ya citado IGMR 112). IGMR 27 llama a la comunidad concreta
“asamblea local de la Santa Iglesia”.
La Institutio de la Liturgia de las Horas, para motivar que la oración de
una comunidad concreta está unida a la de la Iglesia universal, cita SC 42:
las parroquias “representan en cierto modo a la Iglesia visible establecida
por todo el mundo”, y por eso “los fieles convocados y reunidos para la
Liturgia de las Horas visibilizan a la Iglesia que celebra el misterio de
Cristo” (IGLH 21-22).
El Catecismo lo expresa así: “la Iglesia es el pueblo que Dios reúne en
el mundo entero. La Iglesia de Dios existe en las comunidades locales y se
realiza como asamblea litúrgica, sobre todo eucarística” (CCE 752).
142 – J. Aldazábal
Él no sólo ha conferido el honor del sacerdocio real a todo su pueblo
santo,
sino también ha elegido a hombres de ese pueblo para que,
por la imposición de las manos,
participen de su sagrada misión
(y describe la misión de estos ministros ordenados).
CONSECUENCIAS PASTORALES
De estas consideraciones creo que se pueden proyectar una serie de
aplicaciones hacia la pedagogía celebrativa de nuestras comunidades.
144 – J. Aldazábal
c) Hay que cuidar más, en nuestras celebraciones, la actuación
de la comunidad: los verbos que comporta decir que “la comunidad
celebra”.
Para saber qué significa que “la comunidad celebra”, basta enumerar
los verbos que utiliza, por ejemplo, IGMR 95-97, aplicándolos a la
comunidad: “dar gracias”, “ofrecer”, “ofrecerse a sí mismos”, “escuchar
la Palabra de Dios”, “participar en las oraciones y en el canto”, “la común
oblación del sacrificio y la común participación en la mesa del Señor”.
Eso es participar o celebrar. Si además, alguna vez, alguien es
invitado a realizar un ministerio, “no rehúsen los fieles servir al pueblo
de Dios con gozo cuando se les pida que desempeñen en la celebración
algún determinado ministerio”. Pero también los que no salen a leer están
participando de la Palabra.
En la introducción al Leccionario se desarrolla más lo que representa
la actitud de escuchar la Palabra, un verbo que podría parecer pasivo,
pero que es muy activo: “tanto más participan los fieles en la acción
litúrgica cuanto más se esfuerzan, al escuchar la palabra de Dios en ella
proclamada, por adherirse íntimamente a la Palabra de Dios en persona,
Cristo encarnado” (OLM 6). A la palabra proclamada el pueblo cristiano
responde con su “audición acompañada de la fe” (OLM 45), que es la
actitud interior de acogida, condición indispensable para que la comunidad
“pueda crecer continuamente en la vida espiritual y se introduzca en el
misterio que se celebra” (ibid.). Todos son llamados a escuchar y acoger
en sí mismos la Palabra, que es lo principal: “así, habiendo escuchado y
meditado la palabra de Dios, los cristianos pueden darle una respuesta
activa, llena de fe, de esperanza y de caridad, con la oración y con el
ofrecimiento de sí mismos, no sólo durante la celebración, sino también
en toda su vida cristiana” (OLM 48). El motivo sigue siendo el sacerdocio
bautismal. Dentro de la misa se habla de la “comunidad de fieles que
celebran la liturgia”, y luego, fuera de la celebración, se dice que “todos
los cristianos constituidos por el bautismo y la confirmación pregoneros
de la Palabra de Dios, habiendo recibido la gracia de la audición, deben
anunciar esta Palabra de Dios en la Iglesia y en el mundo, por lo menos
con el testimonio de su vida” (OLM 7).
146 – J. Aldazábal
gesto. Se trata de un gesto simbólico, que con poco expresa mucho: la
nueva edición ha añadido el matiz de que esta paz se da sólo a los que
uno tiene cerca.
La fracción del pan: “significa que los fieles, siendo muchos, en
la comunión de un solo pan de vida, que es Cristo… se hacen un solo
cuerpo” (IGMR 83).
El canto de comunión expresa “la unión espiritual de quienes
comulgan y demuestra la índole comunitaria de la procesión para recibir
la Eucaristía” (IGMR 86).
CONCLUSIÓN
Creo que lo primero que se siente, al respecto del sujeto de la
celebración cristiana es la satisfacción por ver cómo ahora se habla, en
algunos libros litúrgicos con mucha claridad y valentía, de la “comunidad
celebrante”, unida a Cristo Sacerdote, animada invisiblemente por su
Espíritu y visiblemente por sus ministros…
Hemos avanzado, ciertamente, pero no lo suficiente. Ni los fieles ni
los pastores tienen todavía muy asimilada esta conciencia de que, por su
sacerdocio bautismal, toda la asamblea es comunidad celebrante.
También cuentan las dificultades psicológicas y de formación:
no es fácil, y no se consigue en un día, pasar del “yo” al “nosotros”
¿Quién celebra? – 147
en la sensibilidad religiosa, cuando la formación ha sido claramente
individualista, y pasar de una eclesiología clerical, y por tanto de una
liturgia clerical, a una eclesiología y liturgia comunitaria. Teniendo en
cuenta, naturalmente, el carácter teológico imprescindible del ministro
ordenado que preside la celebración.
El Misal de Pablo VI ya recoge la teología eclesial y celebrativa del
Vaticano II. La tercera edición de este Misal puede ser un buen estímulo
para releer su Introducción y así enriquecer nuestro conocimiento
teológico y también las disposiciones prácticas y celebrativas, de modo
que todos, pastores y fieles, alcancemos una siempre mejor vivencia de
la Eucaristía y de las demás celebraciones litúrgicas, como celebraciones
sacerdotales de toda la comunidad, unida a Cristo Sacerdote cada uno
según su identidad eclesial.
En algunos ambientes, o por parte de algunas personas, tanto del
clero como fieles laicos, se sigue mirando con una cierta suspicacia el
protagonismo de la comunidad, o los ministerios encomendados a laicos
y laicas, o los esfuerzos de adaptación cultural que se están realizando
en toda la Iglesia.
La eclesiología de comunión necesita mayor reflexión a la hora de
traducirla en consecuencias también litúrgicas, dentro de un marco de
vida comunitaria en la que se conjugan también los otros aspectos de
la actividad cristiana: la catequesis, la evangelización, la catequesis, la
construcción de la comunidad, el afán misionero, el servicio a los más
pobres y abandonados, el compromiso social por la justicia.
148 – J. Aldazábal
Phase, 266-267, 2005, 149-167
MINISTERIOS
AL SERVICIO DE LA COMUNIDAD:
MINISTERIALIDAD – ECLESIALIDAD
DIONISIO BOROBIO
4 Cf. San Agustín, De baptismo IV, 1,22,31,32; III, 10-20; VI, 36; Contra ep.
Parm. 14,28-30. San Agustín aclaró este punto en su discusión con los donatistas,
al tratar sobre si es válido el bautismo administrado por un hereje, y si su eficacia
depende de los méritos del ministro.
5 San Ildefonso de Toledo, De cognitione baptismi, cap. 16. Cf. D. Borobio,
Quién celebra. Ministerio y ministerios en la celebración, a.c., pp. 266-267.
6 Ibid., cap. 16: “nunquam cessat baptizare qui nunquam cessat mundare. Usque
in finem saeculi Iesus baptizat, quia ipse mundat”.
7 Cf. D. Borobio, La iniciación cristiana, Salamanca 1998, 134.
Ministerios al servicio de la comunidad: ministerialidad – eclesialidad – 151
pasado a los ministros externos, los cuales “ministerium tantum habent,
non potestatem baptismi”8. Alejandro de Halés, por su parte, nos dirá
que siendo el ministro, no sólo “instrumento” de Cristo, sino también
de la Iglesia, no puede bautizar “in persona sua”, sino representando al
verdadero ministro que es Cristo y a la Iglesia, en cuyo nombre realiza
el sacramento externo, pero sólo Cristo puede conferir el sacramento
interno9.
Según esto, en verdad puede afirmarse que es Cristo el verdadero
y único “ministro” de los sacramentos, en cuanto que estos tienen en
él su origen, de él reciben la gracia, en su nombre y con su poder son
administrados por los sacerdotes, y el mismo ministerio sacerdotal tiene en
él su principio y fundamento. El sacerdote es un “mediador” del verdadero
Mediador, un “ministro” del verdadero Ministro, que ejerce ciertamente
su función “re-presentativa” desde su personalidad individual, y desde la
configuración ritual que la Iglesia le pide en cada sacramento.
11 LG 11.
12 LG 10: “Los fieles, en cambio, en virtud del sacerdocio regio, concurren a la
ofrenda de la eucaristía y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración
y acción de gracias, mediante el testimonio de una vida santa, en la abnegación y
caridad operante”.
13 Cf. LG 10, 34; PO 2.
14 CCE 1142. Cf. PO 2 y 15.
Ministerios al servicio de la comunidad: ministerialidad – eclesialidad – 153
culminado en la entrega de sí mismo, por su sacrificio y su muerte en
la cruz15. Esto supone no olvidar nunca la originalidad del sacerdocio
de Cristo, su unicidad (es único), su irrepetibilidad (de una vez para
siempre), su insuperabilidad (ningún otro sacrificio puede superarlo)16, su
realización existencial por la palabra, el amor misericordioso y acogedor,
la llamada a participar del reino y a la unidad.
Se trata de una dimensión de mediación que, lejos de separar lo
profano y lo sagrado, al hombre y a Dios, es un servicio de acercamiento,
de comunión y alianza entre Dios y el hombre; entre el pueblo, el sacerdote,
la víctima y Dios. Una dimensión que debe realizarse en la misma vida, en
cuanto implica una autodonación personal como sacrificio, en el servicio
y amor al prójimo, en la entrega permanente a la causa del Evangelio.
Pero una dimensión que encuentra sus momentos álgidos, su significación
eclesial privilegiada en la celebración litúrgica y sacramental, sobre todo
en la eucaristía17.
En todo caso, siempre se trata de hacer presente al mismo Cristo
sacerdote y ministro, en un ejercicio de autoridad (exousia) y servicio
(diakonia)18, en primer lugar a la “obra de Dios”, es decir, al Dios que
nos ha salvado por Cristo (“in persona Christi”) y continúa su obra por
la fuerza del Espíritu (“in virtute Spiritus Sancti”). En segundo lugar, es
un servicio a la Iglesia (“in nomine Ecclesiae”), en cuanto comunidad de
creyentes llamada a edificarse y crecer hasta la plenitud. En tercer lugar,
a las diversas dimensiones integrantes de la misión (“ad missionem”:
palabra, culto, caridad, comunión), por las que se realiza la misión de
la Iglesia. Y en cuarto lugar, a la eucaristía (“in eucharistia”), como
1546-1573; J. López Martín, La participación de los fieles según los libros litúrgicos
y en la práctica: Phase 144 (1984) 487-510.
22 SC 26; cf. 28-29.
23 D. Borobio, Los ministerios en la comunidad, Barcelona 1999; Id., Misión
y ministerios laicales, Salamanca 2002.
156 – Dionisio Borobio
vivencia del misterio, se hace presente la múltiple vida y experiencia de
los participantes24.
Recordamos solamente cómo la ordenación ministerial de la
asamblea es, en esencia, la ordenación ministerial de la misma Iglesia,
en la que se representa las diversas dimensiones de la misión, pudiéndose
distinguir en ella:
– el orden de la comunión (dirección, unidad), donde deben situarse
los ministerios ordenados (obispo, presbítero, diácono) y analógicamente
a nivel laical el “ministerio del animador litúrgico”;
– el orden de la palabra (lecturas, predicación, testimonio…): donde
encontramos los servicios y ministerios del lector, predicador, profeta
(testigo), informador, comentador;
– el orden del “culto” (=canto): donde deben situarse los servicios
del organista, director de coro o de canto, salmista o cantor;
– el orden de la caridad (justicia): donde se encuentran los servicios
o ministerios de la acogida, de la colecta, de la comunión y atención a
los necesitados.
MINISTERIOS AL SERVICIO
DE LAS COMUNIDADES CONCRETAS
Pero es preciso que esta teología ministerial recordada la apliquemos
a las diversas situaciones de las comunidades concretas, tal como hoy
se plantea en nuestro contexto, en orden a clarificar algunas cuestiones
pendientes, como son las siguientes: ¿cuál es la función de un ministro
ordenado que preside respecto a la asamblea? ¿qué puede hacer una
asamblea cuando no hay ministro ordenado? ¿qué ministerio es
necesario para cada celebración? ¿cómo garantizar la eclesialidad desde
la ministerialidad laical?
32 Ibid., n. 11: Por esta razón, “los pastores de almas deben vigilar para que en la
acción litúrgica no sólo se observen las leyes relativas a la celebración válida y lícita,
sino también para que los fieles participen en ella consciente, activa y fructuosamente”:
cf. CCE 1136.1140.
33 SC 61: “Por tanto, la liturgia de los sacramentos y de los sacramentales hace
que, en los fieles bien dispuestos, casi todos los actos de la vida sean santificados por
la gracia divina que emana del misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección
de Cristo, del cual todos los sacramentos y sacramentales reciben su poder, y hace
también que el uso honesto de las cosas materiales pueda ordenarse a la santificación
del hombre y a la alabanza de Dios”.
34 SC 83; cf. IGLH 39.
162 – Dionisio Borobio
que, cuando en los participantes se dan unas actitudes y ritos cristianos,
Cristo actúa también con su salvación y su gracia en las personas y en el
pueblo; sin embargo, su falta de representatividad eclesial y de estructura
celebrativa reconocida, no implican un compromiso de la Iglesia ni
aseguran un encuentro significante y eficaz de gracia36.
Creemos que en la actual circunstancia eclesial, es preciso potenciar
más la posibilidad que los mismos laicos tienen de dirigir celebraciones
en la comunidad cristiana, siempre que se den las debidas condiciones.
Otra cuestión será la dificultad en encontrar laicos que estén preparados y
reúnan las “condiciones debidas”, a lo que la Iglesia debería dedicar una
atención especial hoy. Pero, es preciso afirmar que seguir manteniendo
la mentalidad de que “la eucaristía es la única celebración para todo y
siempre”, y que es necesario que todo acto de culto o piedad lo haga el
ministro ordenado, no sólo va en contra de una aplicación más plena de la
acción litúrgica en una comunidad cristiana, sino que implica también una
permanencia en cierta mentalidad clericalista, a la vez que un privar de un
derecho a los fieles, y empobrecer la vida de la comunidad cristiana. La
comunidad, haya o no sacerdote, necesita celebrar para vivir. Y siempre
será un verdadero servicio a la misma el promover servicios o ministerios
laicales que la mantengan viva en la fe, en la caridad, en la alabanza, en
la comunión.
DIONISIO BOROBIO
Pontificia Universidad, Salamanca
La celebración de la palabra
Teología y pastoral
Por Félix M. Arocena
Col. Biblioteca Litúrgica 24.
192 pág., 17,00 €
Otras adaptaciones
Además de la lista mencionada de posibles adaptaciones por parte
de la Conferencia de los Obispos, se añaden ahora otras de mayor
importancia, a saber: 1. la traducción del latín del Misal Romano a las
lenguas vernáculas; 2. la adaptación del Calendario litúrgico a cada
diócesis y a nivel de Conferencia episcopal; y 3. las adaptaciones más
profundas.
a) La traducción del latín a la lengua vernácula del Misal Romano
constituye una de las más importantes adaptaciones. Compete a las
Conferencias Episcopales preocuparse que la traducción no consista
solamente en pasar un texto de una lengua a otra, sino también de una
cultura a otra. Se realiza una traducción transcultural cuando se pasa de
la primera lengua original a una segunda, de tal modo que la segunda
exprese con sus propios términos culturales el contenido de la primera. No
se trata de traducir la cultura latina a una lengua viva ni dar a conocer la
cultura que rodeó el texto original, sino de expresar la realidad cristiana y
litúrgica contenida en el texto para que sea comprendida por la comunidad
lingüística culturalmente diferenciada de la cultura del texto original. Se
trata de ser fieles a la verdad de la fe, expresada con palabras de un tiempo
y traducidas hoy a otra cultura. El arte y el juego del traductor consiste
en armonizar la fidelidad al texto original y la expresión literaria de la
lengua moderna para no traicionar ni a uno ni al otro. No se puede ser
fiel a la cultura del mundo latino e infiel a la comunidad lingüística, ni
viceversa, sino fiel a uno y al otro.
El problema se agudiza cuando se trata de traducir a una lengua que
no posee los elementos lingüísticos necesarios para adaptar y expresar el
lenguaje cristiano, por ejemplo, la dificultad de traducir las palabras: Dios,
alma, cuerpo, pan y vino, etc. En estos casos el traductor experimenta
una imponderable dificultad, por no disponer de elementos lingüísticos
apropiados para expresar el contenido del texto original. En el caso de la
liturgia no se puede recurrir al método de glosas o notas a pie de página
LA EUCARISTÍA
QUE EDIFICA LA IGLESIA
Diez tesis de eclesiología eucarística: fe y vida
JESÚS CASTELLANO
IGLESIA Y EUCARISTÍA.
PROCLAMACIÓN Y EXPERIENCIA DE LA FE
Revelación bíblica
1. Una visión de la eclesiología eucarística parte de la reconsideración,
en clave de exégesis y de teología bíblica, de los textos eucarísticos del
NT, que son a la vez momentos constitutivos y “reveladores” del misterio
de la Iglesia.
El Cenáculo con la institución de la Eucaristía, y por ello del
sacerdocio, es el cuadro de la representación de Jesús con sus discípulos
como nuevo Israel, pueblo de la Pascua de la nueva Alianza. La doctrina
de Juan (13-17), aunque no narre la institución de la Eucaristía, completa
el cuadro eclesiológico, como expresión del ser eclesial y de su modo de
ser en la caridad y en el servicio. Juan nos revela la “res sacramenti” de la
ACOMPAÑAMIENTO EN EL DUELO
DESDE LA LITURGIA
ALFONSO GEA
¿Qué es el duelo?
En los cursos que impartimos a profesionales definimos el duelo
como el conjunto de representaciones mentales que acompañan y siguen la
pérdida del objeto de amor o de apego. Esta respuesta es de pensamiento,
sentimiento y acción. Ignorar los sentimientos de rabia en base a una fe
que da respuestas es ignorar el componente afectivo de la persona. Jesús
también se conmueve ante la muerte de Lázaro.
El duelo es un estado transitorio –si se elabora o resuelve
satisfactoriamente– en el que se va realizando la separación o el desapego.
Está rodeado de un estado depresivo en que disminuye el interés por
el mundo externo, puede haber una cierta disminución de la actividad
en general, aunque a veces es al contrario: hay una necesidad de huír
hacia delante, realizando muchas actividades que eviten pensar y que
pasarán factura con un estrés y cansancio que pueden hacer claudicar a
la persona.
Suele haber también un descenso de la autoestima que desemboca
en una necesidad de castigo: desgana, insomnio, rechazo de
alternativas relajantes... Los sentimientos de culpa se hacen presentes
momentáneamente o de manera más permanente, respecto a lo que no se
hizo con el ser querido. En este caso, el dolor provocado por el mismo
superviviente sirve de punto de conexión con el difunto: si él no vive,
yo no puedo vivir.
¿Qué perdemos?
O más bien por quién lloramos. La pérdida no se estandariza en
una categoría familiar: padre, madre, hermanos, etc. En el Servicio de
Atención al Duelo, por ejemplo, estamos tratando a jóvenes casados,
que les cuesta elaborar el duelo por su abuela o abuelo fallecidos. Para
ellos estos personajes han sido sus segundos padres, aquellos con los
que han vivido las experiencias de la infancia más gratificantes. O una
persona soltera que pierde el padre o la madre con quien ha vivido toda
su vida como “pareja de hecho”. Por no hablar de los no nacidos, que han
estado nueve meses en el seno materno, recibiendo las ilusiones, afecto
y proyectos de toda la familia.
Cada persona representa unas funciones en el ecosistema de la
vida familiar. El vacío que deja supone un dolor concreto. Saber lo que
representaba aquella persona para cada uno de los dolientes es comprender
un sufrimiento que se da de manera única y personal.
Elaborar el duelo
Hablamos de elaborar en el sentido de que es un trabajo, proceso,
movimiento vital de adaptación a la pérdida. Algunos nos preguntan
siempre qué importancia tiene la fe. Es verdad que esta puede ayudar. Aun
en los casos de dolor más intenso, ayuda a tener alguien a quien dirigir la
rabia, la angustia y el dolor. Las preguntas ¿por qué Señor, por qué?, ¿qué
he hecho yo para merecer esto?, ¿por qué el mundo es como es?, Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?, sirven para canalizar esa
angustia, aunque la respuesta inmediata no sirva de nada en ese momento.
Sostener el dolor, estar ahí, la mayor de las veces en silencio, será lo más
ALFONSO GEA
Sacerdote y psicopedagogo. Responsable del Servicio de Atención
al Duelo de Funeraria Municipal de Terrassa
LA MISA DOMINICAL,
CENTRO DE LA VIDA CRISTIANA
Recomendaciones pastorales de la
Comisión Pontificia para América Latina
(enero 2005)
Introducción
Jesucristo, nuestro Señor, en la última Cena, antes de padecer,
instituyó el sacrificio eucarístico y el sacerdocio ministerial. Al decir
“haced esto en memoria mía”, ordenó que el sacrificio eucarístico fuera
celebrado hasta su venida al final de los tiempos.
La participación en la misa dominical es distintivo característico del
cristiano y una exigencia para alimentar la propia fe y para dar fuerza al
testimonio cristiano. Sin la misa del domingo y de los demás días festivos,
faltaría el corazón mismo de la vida cristiana.
Cuando el domingo pierde su significado fundamental del “día del
Señor” y se transforma en un simple fin de semana (“weekend”), es decir
un día de pura evasión y diversión, queda el cristiano prisionero de un
horizonte terreno tan estrecho que no deja siquiera ver el cielo (cf. Dies
Domini 4). La participación en la misa dominical es siempre fundamental
para vivir la existencia cristiana, y eso vale de modo especial ante los
grandes desafíos de hoy.
La Eucaristía dominical es también el manantial del vigor misionero,
que se fortalece en el encuentro frecuente con Jesús. Es fuente y cumbre de
la vida cristiana. América Latina necesita un nuevo impulso misionero, que
La Misa Dominical – 205
lleve al creyente al encuentro con Jesucristo vivo, camino de conversión,
comunión y solidaridad, conforme a la gran orientación que nos dejó el
Santo Padre en la exhortación apostólica Ecclesia in America. Por ello, la
Pontificia Comisión para América Latina, después de estudiar cómo las
Iglesias particulares de los países latinoamericanos celebran y viven el
domingo, hace las siguientes recomendaciones pastorales, que presenta a
los obispos diocesanos, a las Conferencias episcopales de América Latina
y del Caribe, a los sacerdotes, diáconos y agentes de pastoral, para que,
con renovado vigor, animen la nueva evangelización, a la que el Papa ha
llamado a todos los fieles.
Recomendaciones
Es necesario reafirmar la centralidad del “día del Señor” y de la
Eucaristía dominical en las distintas comunidades de la diócesis, entre
las que destacan las parroquias (cf. SC 42).
En el misterio de la Eucaristía se refleja la estructura trinitaria de la
economía de la salvación: de ahí que es necesario enfatizar su dimensión
pneumatológica y su articulación con el misterio de la Iglesia.
También es necesario insistir en la dimensión sacrificial de la
celebración eucarística: ofrenda total, libre, gratuita y amorosa de Jesús
al Padre en la cruz, por nosotros y por nuestra salvación.
El reino de Dios, cuyo germen es la Iglesia, fue el núcleo de la
predicación de Jesús: por eso es necesario relacionarlo con la Eucaristía,
centro vital y dinámica de ese reino.
La comunidad parroquial es un lugar privilegiado para expresar la
comunión eclesial, especialmente cuando se celebra la misa dominical. Es
importante recordar que toda Eucaristía se celebra siempre en comunión
con el obispo diocesano y con el Romano Pontífice (cf. SC 42; CD 30;
Ecclesia de Eucharistia 39).
El lugar donde se celebra la Eucaristía, que normalmente es el templo,
debe ser digno y adecuado, con suficiente comodidad para los fieles.
Insistir en la dignidad y en el carácter sagrado de las celebraciones,
cuidando siempre que se utilicen ornamentos dignos, procurando la
presencia de monaguillos y que la música, aun con acompañamientos
y ritmos moderados típicos, sea litúrgica y bella, con cantos apropiados
para cada momento de la celebración y con letras debidamente aprobadas,
de buen contenido teológico y belleza literaria.
206 – Comisión Pontificia para América Latina
La Eucaristía debe ser celebrada con la mayor dignidad posible, aun
en los lugares más pobres, como son las prisiones, asilos de ancianos,
hospitales y otros donde más se sufre.
Estudiar, siempre bajo la autoridad del obispo y de la Santa Sede,
la conveniente adaptación de las celebraciones eucarísticas, como las
misas con niños, jóvenes y personas de capacidades diferentes, sin que
sean siempre separados de la comunidad parroquial.
Poner especial atención en la acogida de los fieles: esta debe ser
cordial, para que la comunidad se sienta fraternalmente unida. Se
sugiere reflexionar acerca de la posibilidad de implementar un servicio
de acogida.
Debe fomentarse entre los fieles una participación activa en la
Sagrada Eucaristía.
El sacerdote y los fieles necesitan profundizar e interiorizar aún más
la riqueza y el sentido de la misa dominical como momento central del “día
del Señor” en el que la comunidad cristiana, presidida por el sacerdote,
celebra su fe con ánimo fraterno y solidario, así como recalcar el carácter
obligatorio de la participación en la misa dominical.
Motivar a los sacerdotes para que celebren la Eucaristía con
reverencia cada vez mayor, y para que en sus posturas y gestos, así como
en el modo de pronunciar los textos y oraciones, busquen reflejar la
grandeza y el valor del misterio que se realiza.
Motivar a los sacerdotes para que no omitan el tiempo de preparación
antes de celebrar la santa Eucaristía, y para que puedan disponer
adecuadamente su espíritu a la acción sagrada que van a realizar.
Que el sacerdote o diácono que dice la homilía, con una conveniente
preparación remota y próxima, procure ser hombre de oración y dé
testimonio de aquello que predica.
Es conveniente dar importancia a la calidad de la homilía, y motivar
el recurso a sus principales fuentes: la sagrada Escritura, la Tradición de
la Iglesia y el Magisterio, sin descuidar al mismo tiempo la aplicación
pastoral a la situación concreta de la comunidad.
Incluir en la oración universal de la misa y en la adoración al
santísimo Sacramento oraciones por las vocaciones sacerdotales, a fin
de que no falten ministros para el servicio espiritual del pueblo de Dios,
y especialmente para la celebración de la santísima Eucaristía en las
diversas comunidades.
La celebración
75. El servicio de la Palabra de Dios y la acción caritativa convergen
en la celebración litúrgica, sobre todo en la Eucaristía. En ella se proclama
la palabra y se motiva el compromiso. El Concilio lo ha dicho con una
frase densa y feliz: «La liturgia es la cumbre a la que tiende la acción de la
Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza» (SC
10). La celebración dominical de la Eucaristía es el encuentro privilegiado
en el que la comunidad cristiana accede a esta fuente y a esta cumbre.
Asistimos hoy, en nuestra sociedad, a una transformación del sentido
mismo del domingo, que se está convirtiendo en tiempo exclusivo
para el ocio y en momento vital en el que se concentran actividades,
marchas y celebraciones cívicas que ocupan el lugar en otros tiempos
consagrado a la Eucaristía. Aún en medio de esta dificultad, los cristianos
no podemos prescindir de la celebración del domingo. Para nosotros
no puede convertirse en un día profano. Somos herederos de aquellos
cristianos que hasta en medio de las persecuciones no podían pasar sin
la Eucaristía y respondían a sus perseguidores: «No podemos subsistir
sin el domingo». Relatos análogos nos han llegado de los campos
de concentración en los que los cristianos alimentaban su fe y su
perseverancia por la participación clandestina en la Eucaristía. «Entre las
numerosas actividades que desarrolla una parroquia, ninguna es tan vital
y formativa para la comunidad como la celebración dominical del día del
Señor y de su Eucaristía» (Juan Pablo II, El día del Señor n. 35; Obispos
vasco-navarros, Celebración cristiana del domingo, Carta pastoral de la
Cuaresma-Pascua 1993).
El domingo es para los cristianos «día del Señor, día de la Iglesia
y día del hombre». Es el día del Señor porque actualiza su Pascua. Es el
día de la Iglesia porque esta se reúne para significar, reforzar y expresar
públicamente su conciencia comunitaria. Es el día del hombre porque
es fiesta que nos libera del yugo del trabajo y hace renacer la alegría y
la esperanza.
214 – Obispos vasco-navarros
La celebración eucarística del domingo está llamada a ser confesión
gozosa de la fe en el Resucitado, escucha viva de la Palabra, profesión
responsable del Credo, plegaria sincera a Dios, comunión con Cristo,
ofrenda al Padre, asamblea fraterna e impulso para la misión (Obispos vasco-
navarros, Evangelizar en tiempos de increencia, Carta Pastoral 1994).
Preparemos esmeradamente la Eucaristía dominical. La celebración
del «Año de la Eucaristía» proclamado por el Papa, constituye un estímulo
añadido. Cuidemos el espacio y la estética. Procuremos el equilibrio entre
la Palabra y el Sacramento y entre el canto y el silencio. Demos relieve
a los símbolos. Tengamos a la vista, en la homilía y en el conjunto de la
celebración, a los creyentes distraídos que necesitan sacudir su apatía.
Cuidemos el domingo y él nos cuidará a nosotros.
218 – In memoriam
un amigo leal y constante. Han sido incontables los momentos de
conversación amigable o de celebración festiva –a menudo con otros
colaboradores de “Phase”, como Joaquim Gomis, Casiano Floristán, Luis
Maldonado y Juan de Dios Martín Velasco–, ocasiones en las que él sabía
combinar el intercambio fecundo de ideas con la comunicación distendida
y amena de vivencias personales. Un momento de intensa colaboración
entre ambos fue la decisión que adoptamos en el año 1972, junto con
Floristán, de adherirnos con nuestra firma al célebre manifiesto de los
treinta y tres teólogos “contra la resignación en la Iglesia”, iniciativa que
nos valió el aplauso de unos y la condena de otros.
Se puede decir, sin temor a exagerar, que Evangelista Vilanova, a lo
largo de su fecunda existencia, fue modelo de creyente lúcido y amante
de la verdad –aun a riesgo de rechazos e incomprensiones–, de intelectual
comprometido, de espíritu sensible y de persona abierta al diálogo y
siempre leal a la amistad. Descanse en paz. JOAN LLOPIS
220 – In memoriam
textos con la colaboración del P. Silvano Maggiani, también Siervo
de María.
Innumerables son los textos litúrgicos y devocionales de su Orden
que han salido de su pluma, así como las colaboraciones que dentro de
la Orden ha prestado para la redacción de algunas Cartas del Superior
General, incluida la última dedicada a la memoria de los 150 años de la
proclamación del dogma de la Inmaculada.
Numerosas han sido las colaboraciones prestadas a tantas familias
religiosas en la redacción de formularios propios para la Misa y la Liturgia
de las Horas.
Como mariólogo ha sido miembro activo de la Pontificia Academia
Mariana Internacional y ha colaborado muy activamente en la programación
y celebración de los Congresos Mariológicos Internacionales… Muchos
documentos de este organismo, incluida la Carta La Madre del Señor,
memoria, presencia y esperanza, Roma 2000, que es un libro de 134
páginas, son obra de su talento y de su modestia.
No podemos olvidar su colaboración con la Secretaría del Estado,
desde el pontificado de Pablo VI, al servicio del magisterio pontificio.
El P. Ignacio no ha escrito libros con su nombre, pero nos ha dejado
una rica producción de carácter litúrgico y mariano de primer orden y
valor, por su rigor científico, su amplio conocimiento de las fuentes,
su nítida exposición de los conceptos, limados y profundizados con la
competencia de un especialista.
La mayor parte de esta producción del P. Ignacio no lleva su firma.
Con frecuencia le decía yo que habría que recoger un día su producción
anónima en una especie de “Monumenta ignatiana”. En efecto, como un
nuevo himnógrafo o un iconógrafo que no deja su firma en sus obras, y
las confía como obra eclesial al servicio de la Madre Iglesia, su inmensa
producción eucológica y doctrinal queda para siempre con el sello de
lo eclesial, ya asimilada y prácticamente distribuida en tantos libros
litúrgicos y en colaboraciones con el magisterio eclesial de los Papas
y de las Congregaciones de la Santa Sede. No es un secreto su amplia
y discreta colaboración en la redacción de la Marialis Cultus de Pablo
VI, que el mismo Papa agradeció, así como de otros textos marianos del
Magisterio más reciente.
Descanse en paz este Siervo de Santa María. Los que hemos tenido
la suerte de compartir su amistad, su trabajo, su colaboración en los
In memoriam – 221
últimos años, sobre todo en textos litúrgicos que son patrimonio de la
Iglesia, hemos podido admirar su competencia y su humildad, su sentido
de Iglesia y su espíritu de servicio, su tenaz sentido de la verdad y de la
justicia, su amor por la palabra de Dios y por la belleza del culto divino.
A esa belleza, sobre todo en campo mariano, el P. Ignacio María ha
prestado la belleza de los textos salidos de su contemplación y de un
alma delicada y ferviente, limpia y clara como la luz del Mediterráneo
que lo vio nacer y de la Virgen Nuestra Señora a quien sirvió como un
hijo devoto y apasionado.
Me gustaba decir de él en vida, y lo repito ahora como recuerdo
fraterno y amigo, que el P. Ignacio María –el pobre Padre Ignacio,
como él se definía– era un tesoro escondido y una piedra preciosa de
la Roma de estos último decenios, cuya presencia se hacía notar sólo
para aquellos que conocíamos el tono de su voz, el estilo de sus textos,
la constante y sacrificada labor de días y de noches, consagrados todos
ellos con silenciosa humildad y con la sonrisa en los labios, al servicio
de la Iglesia.
Descanse en paz este ilustre liturgista y mariólogo, siervo amable y
amado de la Virgen Santa María. JESÚS CASTELLANO OCD.
224 – In memoriam
en la etapa preparatoria. Formó parte de quince grupos de trabajo, y fue
relator de cuatro, entre ellos la reforma del calendario. Al constituirse el
año 1964 el Consilium para la aplicación de la Constitución litúrgica,
fue nombrado consultor de la misma. Su tareas se mueven entre el misal,
ritual, año litúrgico, liturgia de las horas. Confiesa estar muy satisfecho
de la reforma del Ritual de la Penitencia. Cuando el año 1972 se formó
un nuevo grupo para retomar el trabajo, recibió el encargo de buscar
los miembros y de presidirlo. Disponía sólo del espacio del verano para
preparar el esquema. Dejando a parte las vicisitudes del trabajo, cuenta la
anécdota que le llenó de satisfacción. Cuando recién aprobado el nuevo
ritual del que, prácticamente, es el autor de la fórmula sacramental, fue
a confesarse en la iglesia de san Ignacio, en Paris, el padre jesuita le dijo
“voy a utilizar la nueva formula de absolución, preste mucha atención
porque es bellísima”.
La amistad con los cuatro exalumnos catalanes del Instituto Superior
de Liturgia de París le trajo, entre 6 y 10 de abril, del año 1978, a pasar
estos días en Barcelona. Una cumplida visita a casa de cada uno ellos,
que le acompañaron a visitar Barcelona, el archivo y museo episcopal
de Vic, la biblioteca del Casal Borja, de Sant Cugat, y Montserrat, vino
a confirmar la afectuosa relación que continuó después. Una amistad
mantenida por las visitas que algunos le hemos hecho en Olivet, cerca de
Orleáns, diócesis que escogió y con la que mantenía amistades y familia,
en la que continuó trabajando en la pastoral litúrgica, como lo hizo en
sus diez primeros años en París, como responsable de la liturgia en la
parroquia de Sainte-Odile, a Neuilly.
Su dedicación en campo de liturgista, le avala, igualmente, o con
superior fuerza, como liturgo. Basta recordar sus publicaciones como
el Misal del Vaticano II, los libros sobre la Misa, el Domingo, los
Sacramentos, y otros. JOAN BELLAVISTA.
In memoriam – 225
P. PIERRE-MARIE GY, O.P.
(1922–2004)
226 – In memoriam
Gracias a este encuentro pudimos convivir en Barcelona una mañana con
ellos hasta después de comer.
La relación más estrecha con los liturgistas catalanes sólo había
empezado. En los primeros años de la década de los noventa fue invitado
a pronunciar unas conferencias sobre temas de historia de la liturgia de
época medieval del ámbito de la liturgia catalano-occitana, en el Institut
d’Estudis Catalans. El tema le había traído a Cataluña más de una vez,
puesto que había consultado los archivos diocesanos de Tortosa y de
Vic, ricos en manuscritos litúrgicos. Esta relación creciente alcanzó su
confirmación cuando el año 1995 fue propuesto como miembro de la
Societat Catalana d’Estudis Litúrgics, del mencionado Institut, de la
que fue miembro hasta su muerte.
228 – In memoriam
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
Teología sacramental
Piedad popular
RAMIRO GONZÁLEZ, Piedad Popular y Liturgia (=
Dossiers CPL 105) CPL, Barcelona 2005, 366 págs.
Basta leer la lista de títulos que de la sensibilidad actual de la Iglesia,
el autor ha dedicado al tema de la como la primacía de la Palabra de
religiosidad popular –además de los Dios, la centralidad de Cristo y de su
16 artículos que han “cabido” en este Misterio Pascual y la eminencia del
libro, se enumeran al final otros 25 domingo sobre los demás días. Esta
que igualmente hubiera merecido la temática le lleva al autor a reflexionar
pena incluir– para darnos cuenta de sobre aspectos de la religiosidad
que estamos ante un especialista en popular como las peregrinaciones,
la materia. los ejercicios piadosos, las novenas,
Varios de estos estudios se etc. Todo ello tanto en los ambientes
refieren a la situación pastoral de urbanos y en los rurales, en las
Galicia, a la que ha dedicado una parroquias y en los santuarios.
repetida y profunda reflexión. Pero Pero sobre todo se detiene en los
son aspectos que nos interesan a aspectos sociales y cristianos de la
todos, porque, con acentos diversos, vivencia de la muerte y la celebración
en todas las regiones nos encontramos de las exequias, momentos en que
con las mismas riquezas y las mismas aparecen vivamente entrelazadas
“tentaciones” de la piedad popular. –se ve que de un modo especial en
El tema principal del libro es la Galicia– la línea de la liturgia y la de la
no fácil relación que guarda la piedad religiosidad popular. Sin dogmatizar,
popular con la liturgia. El autor valorando pros y contras, teniendo
subraya con cariño los valores de la en cuenta tanto las exigencias de la
piedad popular, de la que la liturgia teología litúrgica actual como las
puede “aprender” muchas cosas, a dimensiones que pide la práctica
la vez que, naturalmente, la piedad pastoral, el autor va dando criterios de
popular tiene obligación de asimilar valoración y pistas de actuación que me
de la liturgia aspectos fundamentales parecen particularmente acertadas.
230 – Notas bibliográficas
El hecho de que en el libro se También es de agradecer la
hayan reunido estudios escritos en bibliografía, selecta y abundante a la
años diferentes parecería restarle vez, que ofrece al final, sobre este tema
interés. Pero, además del valor que de la piedad popular, que sigue teniendo
siguen teniendo en sí mismos, el autor actualidad en la pastoral de hoy.
ha tenido el acierto de anteponer Es un libro que seguramente
sustanciosas introducciones a cada iluminará las dudas que muchos
uno de ellos, situando su problemática puedan tener sobre cómo relacionar
concreta en el momento actual y la religiosidad popular y la liturgia sin
relacionándolos entre sí. Además, unas perder los valores de ninguna de las dos
páginas nuevas de conclusión ayudan y respetando las prioridades que pide
al lector a captar las líneas principales la sensibilidad actual de la Iglesia. J.
de su pensamiento. ALDAZÁBAL.