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Cuando la vida es la obra

Trasuntos

A Gonzalo Arango, el polémico fundador del Nadaísmo, lo acusa el poeta y crítico Harold Alvarado
Tenorio de ser un versificador precario y de no haber dejado una obra valiosa. “Su vida fue su
obra”, remata en tono despectivo. Como si la aventura vital de uno que pretendió ser artista no
formara parte, también, de su labor estética.

El aparente defecto en gente como Gonzalo Arango es, si se mira bien, una cualidad. Y no
pequeña.

Tras intentar sin fruto volverse un escritor a la altura de Sartre, Camus o Nietzsche; después de
darse a conocer públicamente gracias a escándalos sin cuento y fracasar como vanguardista,
poeta, bohemio, pensador, escudero de politicastros, al inocente Arango no le quedó camino
distinto de aprovechar para sí las consecuencias del polvorín mediático que él mismo había
azuzado, asumir una senda casi mística y ser bendecido por la muerte en un accidente
automovilístico que ensanchó su leyenda y la rubricó.

Todos sus devaneos biográficos empezaron a pesar más que sus escritos (entre los cuales
perdurarán, como sabe cualquier lector acucioso del Nadaísmo, solo dos o tres páginas
memorables), hasta el punto de que Gonzalo Arango, preterido “Profeta de la Nueva Oscuridad”
como él mismo se denominaba, es hoy un secreto ícono del anecdotario colombiano. Fue
encarcelado por quemar en la plaza pública ejemplares de ‘María’ y de la poesía escrita por
Guillermo Valencia. Guardó una hostia consagrada dentro de un libro. Llamó “Poeta de la acción”
al olvidable expresidente Carlos Lleras Restrepo. Encendió cigarrillos con el corazón de Jesús
llameante. Acuñó frases graciosas – e incomprensibles – como “no te robes las frutas, disfrútalas”.
Sin capacidad para escribir alta literatura, decidió hacer de su propia historia una pieza literaria
digna de recordarse.

Quien escribió ‘Sexo & Saxofón’ no está lejos de auténticos hermanos suyos como Michi Panero,
Joe Gould o Andy Warhol, personas con devenir vital muchísimo más compacto que sus logros
escritos o artísticos.

La vida como obra. No se trata de una limitación. Todo peregrinaje por el mundo debiera ser una
obra de arte, aun cuando esto parezca una idea insulsa o bajamente romántica. No solo con el
objetivo de permanecer en la memoria sino con la convicción de ser, de existir en realidad.

Para volver a Arango, se puede afirmar que hizo ruido, que pateó lo que él mismo había edificado.
Pero nunca podrá decirse que le faltó autenticidad. Su vida, chispeante, escandalosa, necesitada
de una óptima biografía, recompensa con creces, y con cierta gracia, la medianía de sus textos
escritos.

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