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dsalud.com/reportaje/el-sol-y-la-vitamina-d-utiles-en-numerosas-dolencias
En todas las culturas antiguas el sol fue símbolo de vitalidad porque siempre y en todas
partes se fue consciente de su poder terapéutico. Antes de la era de los antibióticos, por
ejemplo, tomar el sol era la única terapia eficaz contra la tuberculosis; nadie sabía la
razón pero cuando se enviaba a los tuberculosos a descansar a lugares soleados
regresaban notablemente mejorados o completamente curados. Y el mismo
«tratamiento» se utilizaba desde 1822 para el raquitismo, deformación ósea en los niños
provocada por la incapacidad del organismo para producir huesos sólidos. Tal
enfermedad había aumentado en Europa en los siglos XVIII y XIX coincidiendo con la
industrialización y la migración masiva de gente del campo a las contaminadas ciudades
de la época siendo un médico de Varsovia, Jerdrzej Sniadecki, quien al darse cuenta de
que ese problema era relativamente raro en los niños de las zonas rurales de su país
decidió exponer a los infantes enfermos de la ciudad al sol descubriendo que a menudo
bastaba hacer eso para mejorar su estado o curarles. Posteriormente, en 1824, D.
Schütte comprobaría que también ayudaba en el raquitismo la ingesta de aceite de
hígado de bacalao. Y en 1861 el médico francés Armand Trousseau plantearía la tesis
de que quizás el raquitismo lo causara una dieta deficitaria unida a falta de luz solar.
Debería sin embargo pasar casi un siglo para que ello se corroborara. A principios del
siglo XX unos investigadores demostraron que irradiar con luz la piel de ratas con
raquitismo inducido artificialmente lograba lo mismo que la ingesta de aceite de hígado
de bacalao. Poco después, en 1919, el científico alemán K. Huldschinsky conseguiría de
hecho curar el raquitismo en niños utilizando luz ultravioleta producida artificialmente.
La solución más fácil seguía siendo no obstante proporcionar a los niños una dieta
adecuada e ingerir aceite de hígado de bacalao.
En principio se creyó que la clave era la vitamina A -soluble en grasa- del aceite de
hígado de bacalao sobre la que el científico norteamericano Elmer McCollum estaba
trabajando pero en 1922 éste descubrió que había además otra sustancia desconocida a
la decidió llamar vitamina D que parecía estar relacionada con el raquitismo.
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Luego otros trabajos esporádicos apuntaron la utilidad de la vitamina D en cáncer.
Corría la década de 1930 cuando los investigadores S. Peller y C. S. Stephenson
cotejaron que entre el personal de la Marina estadounidense había numerosos casos de
cáncer de piel -entre otras enfermedades- pero apenas de otro tipo y coligieron por ello
que quizás el cáncer de piel confería cierta inmunidad ante otros tipos de cáncer. Varios
años más tarde el doctor Frank Apperly encontraría una asociación distinta: “La
presencia del cáncer de piel es en realidad un acompañamiento ocasional de una cierta
inmunidad al cáncer de alguna manera relacionada con la exposición a la radiación solar”. Es
decir, que lo que prevenía los otros tipos de cáncer era tomar el sol aunque el exceso de
éste pudiera provocar cáncer de piel. Tal observación no tuvo sin embargo apenas eco
entre la comunidad científica.
Habría que esperar hasta 1980 -cuatro décadas después- para que los hermanos Frank
y Cedric F. Garland publicaran en International Journal of Epidemiology un clarificador
artículo con el título ¿Reducen la luz del sol y la vitamina D la probabilidad de padecer
cáncer de colon? en el que postularían que es la vitamina D que el organismo produce al
exponerse al sol y el calcio que la misma ayuda a absorber lo que reduce el riesgo de
cáncer de colon. En los años siguientes los Garland constatarían que esos beneficiosos
efectos se obtienen igualmente en los cánceres de mama, riñón, vejiga, ovario y
endometrio así como en los casos de diabetes tipo I.
De ahí que en el último cuarto de siglo los estudios sobre la función de la vitamina D no
hayan hecho sino ampliarse revelando que la «vitamina del sol» incide efectivamente en
la prevención y desarrollo de numerosas enfermedades. Siendo cada vez mayor, por lo
que al cáncer se refiere, la evidencia científica que muestra que la denominada vitamina
D -en realidad una hormona precursora que normalmente se produce en la piel a través
de la acción de la luz del sol sobre el 7-dehidrocolesterol (molécula precursora del
colesterol)- parece proteger del cáncer. En resumen, y tal como se afirma en el estudio
Bases moleculares del potencial de la vitamina D para prevenir el cáncer (2008) de
Ingraham, Bragdon y Nohe -uno de los muchos trabajos recientes que avalan la eficacia
de la vitamina D-, “un creciente cuerpo de investigación apoya la hipótesis de que la forma
activa de vitamina D tiene efectos significativos protectores contra el desarrollo de cáncer. Los
estudios epidemiológicos muestran una asociación inversa entre la exposición al sol, los
niveles séricos de 25-hidroxivitamina D y el riesgo de desarrollar y/o sobrevivir al cáncer. Los
efectos protectores de la vitamina D son resultado de su papel como factor de transcripción
nuclear que regula el crecimiento celular, diferenciación, apoptosis y una amplia gama de
mecanismos celulares fundamentales para el desarrollo del cáncer. Un número significativo
de personas tienen niveles séricos de vitamina D inferiores a lo que parece proteger contra el
cáncer y la comunidad científica está por ello revisando sus directrices para obtener una
salud óptima”.
Cabe agregar que de la gran importancia que podría tener la vitamina D –junto al calcio–
en la lucha contra el cáncer dan fe los títulos de algunas de las ponencias del simposio
que con el lema Vitamina D y Cáncer: ¿promesa o realidad? se celebró en Madrid el pasado
mes de marzo: «Vitamina D: acción antiproliferativa y la conexión con el cáncer», «Vitamina
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D y Cáncer: datos epidemiológicos», «Vitamina D y Cáncer: prevención y terapia», «Mecanismo
de acción de la vitamina D en cáncer de colon», «Acción de la vitamina D en cáncer de
próstata», «Acción de la vitamina D en cáncer de mama», «Efectos inmunomoduladores de la
vitamina D: implicaciones en el tratamiento del cáncer» y «Efectos antiangiogénicos y
antimetastásicos de la vitamina D».
Debemos hacer un inciso para recordar que desde hace años se viene haciendo creer a
la población desde los medios de comunicación que el melanoma -cáncer maligno de
piel que puede extenderse a los órganos internos y provocar la muerte- está
directamente relacionado «con la exposición al sol» cuando lo correcto sería decir que
un «exceso» de radiaciones ultravioletas a «horas poco propicias» puede ser causa de
cáncer de piel. Y luego aclarar que en realidad el 90% de los cánceres de piel no son
melanomas y las formas más comunes son los carcinomas de células basales y
escamosas que son benignos y curables.
…los cánceres de piel más inofensivos, los de células basales y células escamosas, surgen
en las zonas del cuerpo expuestas al sol pero no es ése el caso ¡del 75% de los
melanomas malignos!
…en los lugares más cercanos al ecuador, donde la población soporta una exposición al
sol más intensa, el número de casos de melanomas malignos no es mayor que en las
zonas con menos sol.
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…la incidencia de melanomas malignos y posible muerte como consecuencia de los
mismos es menor entre quienes pasan más tiempo al sol (el texto cita once estudios que
apoyan esta conclusión).
En otro estudio de ese mismo año –titulado Serum 25-Hydroxyvitamin D3 Levels Are
Associated With Breslow Thickness at Presentation and Survival From Melanoma” en Journal
Clinical of Oncology– otros investigadores evaluaron la relación entre los niveles de
vitamina D y los melanomas malignos para lo que se controló a 871 personas durante
casi 5 años. Y las conclusiones fueron claras: a mayor nivel de vitamina D menor tamaño
del tumor, menor riesgo de recaída y claro aumento de la supervivencia.
Al conocer ambos estudios Sara Hiom, Directora de Información de Salud del Cancer
Research del Reino Unido, afirmó: “Estos dos estudios apoyan la tesis de que un mayor nivel
de vitamina D aumenta las posibilidades de sobrevivir al cáncer. La clave está en conseguir el
equilibrio adecuado entre la cantidad de tiempo pasado al sol y los niveles de vitamina D
necesarios para una buena salud”.
Y hay más. En este mismo año de 2011 un trabajo llevado a cabo por investigadores de la
Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford (California, EEUU) concluye que
aunque la ingesta de calcio y vitamina D no parece reducir la incidencia de cáncer de piel
en las mujeres a partir de los 50 años sí disminuye la incidencia de melanomas entre las
que han sufrido un carcinoma basocelular o espinocelular. En este grupo de riesgo
tomar suplementos de calcio y vitamina D podría llegar a reducir ¡en un 57%! el riesgo de
sufrir melanoma.
Con todos estos datos al antes mencionado doctor Dalgleish le bastó sumar las
experiencias ajenas a la suya propia para llegar a una conclusión: “En lugar de reducir el
riesgo de cáncer de piel el hecho de evitar el sol, siguiendo las directrices actuales, podría en
realidad aumentarlo. De hecho el sol podría proteger del melanoma”. Así que tratando de
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ser coherente decidió dar a sus pacientes vitamina D. “Quedé asombrado -escribiría
después- pues esperaba reducir la incidencia en un 30% y llegó al 90%. Aquello cambió todo
para mí. Ahora pruebo en todos mis pacientes con melanoma la vitamina D. Si sus niveles son
bajos les doy un suplemento. La gran pregunta es: ¿mejora la tasa de supervivencia? No lo
sabemos aún. Lo estamos proponiendo desde hace apenas seis meses pero es la respuesta
sensata a la evidencia existente hasta el momento. En cuanto al resto de nosotros deberíamos
dedicar más tiempo a tomar el sol. Muchos jóvenes han desarrollado raquitismo porque sus
padres, de forma bienintencionada, las pusieron desde que nacieron cremas de protección
solar cada vez que salían a la calle”.
CÁNCER DE MAMA
Un año después, en el 2008, Pamela Goodwin terminaría otro nuevo trabajo en el que
tras analizar los casos de más de 500 mujeres que fueron tratadas durante 11 años se
encontró con que entre las que presentaban un déficit de vitamina D en el momento de
diagnosticárseles el cáncer de mama hubo un 73% más de muertes aumentando a casi el
doble en las demás las recidivas y las metástasis.
Desde que en 1985 el equipo de Cedric F. Garland publicara en The Lancet su trabajo
Dietary vitamin D and calcium and risk of colorectal cancer: a 19-year prospective study in
men en el que se observó que el riesgo de cáncer de colon aumenta en la medida en que
disminuye en sangre la presencia de vitamina D estudios epidemiológicos posteriores
confirmarían esa asociación.
En Noruega han sido inscritos en el Registro de Cáncer todos los casos detectados desde
1953. Pues bien, unos investigadores noruegos examinaron la influencia de la latitud -es
decir, de la cercanía o lejanía al ecuador y, por tanto, a las regiones más soleadas- en la
supervivencia de casos de cáncer de colon -el trabajo se tituló Solar radiation, vitamin D
and survival rate of colon cancer in Norway (2005)- concluyendo que “la radiación solar
contribuye significativamente a la presencia en suero de calcidiol y 25-hidroxivitamina D en
los seres humanos, incluso en las latitudes altas del norte de Noruega. Así, a finales de verano
la concentración sérica de calcidiol es aproximadamente un 50% más alta que a finales del
invierno, momento en el que la radiación solar en Noruega contiene muy poca radiación
ultravioleta para poder inducir la síntesis de vitamina D3 en la piel humana. Esto parece
influir en el pronóstico del cáncer de colon. Aquí informamos de que la tasa de supervivencia
de cáncer de colon en hombres y mujeres, evaluados 18 meses después del diagnóstico,
depende de la estación del año en que se produjera el diagnóstico. Una alta concentración
sérica de calcidiol en el momento del diagnóstico, es decir, al inicio de la terapia convencional,
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parece dar una mayor tasa de supervivencia”. En otras palabras, tomar el sol mejora la
supervivencia entre los enfermos de cáncer de colon porque aumenta el nivel en sangre
de calcidiol.
¿CUÁNTO Y CÓMO?
Lo importante en todo caso es que esta molécula actúa como una especie de interruptor
que activa y desactiva genes en prácticamente todos los tejidos del cuerpo humano. Es
decir, puede hacer que una célula produzca o no una determinada proteína. Tiene en
suma capacidad para activar genes en muy diferentes células. Y eso explica los amplios
efectos fisiológicos de la vitamina D. De hecho hoy se sabe que regula al menos 1.000
genes diferentes incluyendo los que están envueltos en el procesamiento del calcio en el
cuerpo así como muchos otros con un papel crítico en una amplia variedad de
actividades celulares defensivas.
¿Y está la vitamina D presente de forma natural en los alimentos? Pues sí, pero en muy
pocos: en los pescados grasos -como el salmón, las sardinas, la caballa o el arenque- y,
sobre todo en sus aceites -destacando el aceite de hígado de bacalao-, en la yema del
huevo,en la leche, en los hígados de vaca, cordero y cerdoy, en menor medida, en las
setas shitake y en los cereales integrales.De ahí que sea excepcionalmente difícil obtener
niveles adecuados de la misma sólo con la alimentación. Y es que los niveles óptimos de
25-hidroxivitamina D deben estar en el rango de 30 a 50 ng/ml (o 75 a 125 nmol/L), algo
que no se alcanza en la mayoría de los países europeos por falta de luz solar siendo los
países nórdicos los más deficitarios.
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Cabe añadir que la vida media de la 25-hidroxivitamina D en el organismo es de 4 a 6
semanas así que sin sol, suplementos, alimentos reforzados o alimentos ricos en
vitamina D su nivel decae significativamente en otoño e invierno. Por ejemplo, se sabe
que el nivel medio en los británicos de 45 años baja de 30 ng/ml en septiembre a 15
ng/ml en febrero. Afortunadamente en España disfrutamos mucho más del sol.
…entre los niños a los que en su primer año de vida se les suplementó la alimentación
con 2.000 UI al día hubo luego un 78% menos de casos diabetes tipo I.
…entre los niños con déficit de vitamina D hubo el doble de casos de diabetes tipo I.
…entre los niños a los que se dio 800 UI diarias de vitamina D y además calcio hubo un
33% menos de casos de diabetes tipo II.
…el número de caídas entre las personas mayores que tomaban más de 1.000 UI de
vitamina D al día fue un 72% menor.
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…el riesgo de padecer cáncer entre las personas con déficit de vitamina D -la que suelen
ingerir menos de 400 UI al día- aumenta entre el 30 y el 50%.
“La evidencia acumulada –aseveran por su parte Luz E. Tavera-Mendoza y John H. White
en Cell Defenses and the Sunshine Vitamin– sugiere que los efectos a corto y largo plazo de
un déficit de vitamina D -incluso leve- pueden ser múltiples y se manifiestan más tarde en la
vida en forma de aumento de la frecuencia de fracturas de huesos, mayor susceptibilidad a
las infecciones y enfermedades autoinmunes y tasas más elevadas de ciertos tipos de cáncer.
La investigación revela que la población se beneficiaría de forma considerable si se tomase
conciencia de los amplios beneficios fisiológicos que tiene la vitamina D, hubiese consenso
médico sobre los beneficios que proporciona exponerse al sol y se recomendara de forma
clara cuál es la ingesta óptima diaria de vitamina D que deberíamos consumir con los
alimentos”.
Antonio Muro
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