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The Who

Alguna vez, en algún dónde y algún cuando, los quienes de distintos lares se juntaron. Oriundos
de culturas por siempre distanciadas, enajenados, olvidados y obviados en la ausencia de la
historia. Eran quienes que se veían distinto, aunque ambos tenían dos brazos y dos piernas y ojos
y boca y nariz, unos eran más altos, había otros más pequeños, más morenos, otros peludos y
barbones, otros de ojos azules, otros de ojos muy negros, cabellos rizados, lisos y algunos
demasiado calvos. Eran muchos los quienes, de a grupos los quienes se acomodaban con sus
semejantes, con los parecidos y los de la misma lengua. Sin proponérselo, pero sin ser
mezquinos, los quienes se sentían cómodos con los suyos, con los parecidos.

Pero pasó el tiempo y en aquel dónde y en un posterior cuando, cada quien de los quienes se
sentía más cerca de sus vecinos extraños. O el mundo se hacía pequeño o ellos se multiplicaban
con tantos nuevos quienecitos y quienecitas. Y poco a poco sucedió. Las lenguas se encontraron,
se aprendieron y se curiosearon. Hablamos de las lenguas que se hablan, de los idiomas. Y los
quienes de cada dónde se empezaron a entender, y señalaban lo mismo, lo pronunciaban igual, se
aprendieron sus nombres y llamaron a todo de forma universal. Las fronteras se rompieron y la
curiosidad se apoderó de cada dónde en ese cuándo. Sin embargo, con el pasar del tiempo,
nombrar las cosas no bastó, llamarlas igual no bastó, saberse los nombres de cada quien no bastó.
En medio de la comodidad y el siempre eterno bienestar apareció la duda… y de la mano de la
duda, la pregunta. Los quienes además de llamar las cosas y nombrarlas, vieron que los demás,
los vecinos, a veces no se relacionaban o reaccionaban con las cosas de las mismas formas.

Algunas cosas eran hábito para unos, para otros era novedad, para otros era inmoral y algunos
otros ni las determinaban. ¿Cómo era todo esto posible?, ¿Por qué los quienes de tierras calientes
eran mejor haciendo amigos que los de tierras frías?, ¿Por qué para unos era más factible creer en
un Quien superior y para otros era algo sin relevancia? Eran tantas las preguntas que surgían a
medida que los quienes se juntaban unos con otros a tal punto de admirar y cuestionar todo
cuanto sus compañeros hacían, que hubo que buscar una solución puesto que poco a poco,
algunos quienes se enojaban con otros, imponían lo que hacían, cómo lo pensaban y cómo lo
sentían. Decían que sus maneras y sus formas venían de un cuándo muy antiguo y que justificaba
cada dónde de su historia y a cada quién que la vivió. Y luego lo dijo otro, y luego otro y luego
otro. Todo se volvió un caos.

Así que algunos quienes, un día decidieron reunirse. Era un quién de cada grupo. Todos muy
pacíficos pero muy dispuestos comentaron y discutieron la situación. ¿Cómo decidir quién de los
quienes tenía razón en su pensar, en su sentir y en su ser?, O al menos ¿Cómo decidir si esos
quienes son o no más importantes que los demás?. Y entonces sucedió que los quienes llegaron
a una sabia conclusión: Ninguno de ellos era más importante que el otro, ni los cuándos ni los
dóndes por los que habían estado. Se iban a proponer el cultivar la tolerancia, la curiosidad y el
conocimiento como una de las mejores ciencias, una sin laboratorio pero con una interacción
humana sin precedentes. De hecho, sería eso y solo eso. Una ciencia que se alimentase de las
relaciones humanas, de las dudas, las preguntas y las teorías de cada grupo de quienes para un
día lograr una respuesta totalizadora y conciliadora.

Y con el pasar del tiempo, esta ciencia se diversificó. Atrapó diferentes curiosidades y los
pueblos de los quienes la cultivaron, tal como se propusieron. Algunos estudiaron los caminos y
los dóndes. Los motivos que los unieron en las travesías del mundo. Otros, se interesaron por lo
que hacía cada grupo de quienes en los tantos cuándos que ya habían pasado; y con las formas de
pensar y sentir de cada momento entendieron las razones del pensar y del sentir del momento
presente. Se atrevieron incluso a especular cómo se pensaría en un futuro cuándo y qué
herramientas precisarían para convivir de la mejor forma, de la más asertiva. Finalmente, los
más curiosos estudiaron a los quienes en sí. A sus formas, sus físicos y sus apariencias. Se
ayudaron de los demás científicos para relacionar variables increíbles: climas, trabajos,
geografías, alimentos, formas de relacionarse, todo.

A partir de entonces nació la gran ciencia de la antropología, la ciencia de los humanos, la


ciencia humana. El más encomiable pretexto para explicar las diferencias y a la vez mitigarlas.
La ciencia que procura el entendimiento y la tolerancia en la diversidad. Una maravillosa ciencia
que hoy en día sigue uniendo eslabones e interrogantes sobre los dóndes, los cuándos y los
quienes que un día fuimos. Una ciencia que se alimenta y crece con cada pregunta que nos
hacemos sobre el otro, especialmente cuando nos proponemos entenderlo y hacerlo parte de
nosotros.

Fuente: Retomado para la construcción de “Dimensiones del crecimiento Humano” José


María Barrio Maestre.

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