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1.1.

- PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA

La preocupación de las sociedades del mundo está centrada en la calidad


de la educación que imparten sus sistemas educativos; ello es un hecho
generalizado. No son ajenas a ella algunas ideas que se han implantado; tales
como la vinculación entre la educación y desarrollo del capital humano, entre éste
y la competitividad y la importancia que se da hoy en día al conocimiento para el
desarrollo social y económico de una manera integral. Esta concepción actual de
la educación genera cierto desasosiego ante la eventualidad de que la escuela no
cumpla con su función integradora a la hora de ofrecer una educación con
garantías. Loza (2013), acota:

El ser humano aprende en el hogar a través de las relaciones de la


familia, en la comunidad donde vive, en los grupos sociales, en los
medios de comunicación social, en el contacto, ahora con más
fuerza, de los medios informáticos. Pero es sabido que la mayoría de
las veces, estos aprendizajes rivalizan en cultura, en buenas
costumbres y valores, con los que aporta el sistema educativo
formal. (p. 83).

De entre todos esos agentes en conjunción en el hecho educativo escolar,


es la familia la que tiene una mayor incidencia por las razones que, para cualquier
educador, son ya lugares comunes. Tal es así, que se podría afirmar que el factor
determinante de la calidad educativa que puede proporcionar un centro escolar no
está en el mismo centro, sino en el núcleo familiar con el que el educando acude y
se expone a la acción de la influencia educativa escolar.

Un aspecto fundamental para un aprendizaje pertinente, en continuidad


cultural con la comunidad a la que se pertenece es con un trabajo pedagógico no
limitado a la escuela, sino que ella se transforme en un motor, en un centro
dinamizador de cambios sociales y culturales en la comunidad.

La educación no es una cuestión meramente técnica y dependiente en


exclusiva de los docentes, sino un asunto social y cultural. La escuela es la
institución por la cual pasan todos los ciudadanos durante un determinado número
de años y por ello tienen la gran responsabilidad de formar profesionales. Los
intereses de todos los grupos son legítimos y todos tienen el derecho y el deber de
participar.

La participación de todos los entes involucrados en el sistema educativo es


imprescindible para ejecutar eficazmente las tareas tendentes a modificar
actividades organizacionales y métodos correspondientes al proceso. Según Sosa,
(2014) la educación, “No se limita en este sentido, a impartir capacidades
científicas y técnicas, sino a reforzar la motivación, la justificación y el apoyo social
a las personas que lo buscan y lo aplican” (p. 89). La relación entre la escuela y la
comunidad aportan grandes beneficios a la educación integral del niño; por lo que
la vinculación entre ellas, debe estar inspirada en un clima de respeto en el marco
de la solidaridad y participación ciudadana, para apoyar y fortalecer el proceso de
aprendizaje.

Además, Wall y Cols (2014) señala “el educador es clave del proceso
educativo, a quien le corresponde crear el ambiente social en el cual se debe
producir y consolidar el aprendizaje formal.” (p.17). Visto así, el educador debe
legitimar en los procesos de enseñanza y aprendizaje, los valores universales
tales como el respeto, solidaridad, cooperación, amor, entre otros, socialmente
aceptados por la humanidad, como parte importante del componente ético que
fortalece el espíritu y desarrolla la conciencia. La gestión del docente con respecto
a la integración de la escuela y la comunidad es insuficiente en cuanto al
desarrollo de esta labor por parte del maestro; es poca la atención prestada al
hecho de que sus padres, representantes y todo su entorno se integren al
perfeccionamiento de la misma.

La existencia de un proceso y un auténtico proyecto de integración o


socialización de conocimientos entre ellos mismos requiere de un abordaje
transdisciplinario que mejore las condiciones, tanto las del sujeto como la que
rodea todo su entorno de vida. La acción pedagógica debe ser una labor
primordial para que se haga pertinente la educación o acción pedagógica como un
auténtico instrumento de transformación social.

Esto contrasta con la realidad que viven algunos países donde se ha podido
observar la marcada desintegración entre las escuelas y la comunidad, por la
carencia de políticas reales que consideren la participación de todos los actores.
Al respecto, Santamaría (2013) indica:

Estudios realizados tanto en Europa como en Latinoamérica indican la


realidad social y cultural del proceso educativo y formativo, al igual que
se señala la desintegración o más bien la desvinculación total de la
escuela con la comunidad y hasta con las familias y comunidades de
padres y representantes (p.14).

De acuerdo a lo expuesto, se evidencia que la integración entre la escuela y


la comunidad, y la gestión pedagógica constituyen el modelo central para la
educación actual. La escuela no puede ser un espacio cerrado, al contrario, en ella
se deben abrir los espacios para que la comunidad participe orientando siempre
sus acciones hacia la integración social.

En Latinoamérica se han orientado importantes esfuerzos para buscar la


integración con énfasis en lo económico, sin que se ignoren otros campos de
integración no menos relevantes como el cultural y el educativo. Sin embargo, se
presume que en diversas escuelas latinoamericanas no existe la integración
escuela-comunidad que permita mejorar el proceso de enseñanza aprendizaje. El
apoyo de los padres es casi nulo; lo que indica la poca formación de hombres y
mujeres con un buen desarrollo físico y emocional.

Cárdenas citado por Rodríguez (2016) expone: “... es necesario


socialmente formar a las personas en los valores, principios éticos y habilidades
para desempeñarse en los diferentes ámbitos de la vida.” (p.4.). La familia es la
base fundamental de la sociedad y por ende de la educación de sus miembros,
por lo tanto, ella juega un papel importante en la formación integral de sus hijos,
pues, de su participación depende en gran medida el rendimiento académico de
éstos; es por eso que la familia y la escuela tienen un lugar de encuentro, de
acción incidente y de relación coordinada en la educación del niño o niña.

También, Sosa (2013) expresa que:

Muchas veces los padres centran su papel en cumplir con


requerimientos como la adquisición de textos escolares y materiales,
el suministro de útiles escolares, la asistencia eventual a reuniones,
entre otras actividades a las cuales limitan su responsabilidad. De
esta forma, los padres de familia parecen ajenos al proceso
educativo (p. 89).

La participación de los padres y representantes debe ser más amplia, de


acuerdo a las necesidades y requerimientos de los procesos de enseñanza y
aprendizaje. La familia representa la primera escuela en la que el niño se educa,
pero lo que se observa en el quehacer diario son discentes carentes de valores
que atienden al grito, a la figura fuerte del maestro, tal vez en casa viven la tortura
de seguir normas que deben ser obedecidas, sin recibir alguna explicación sobre
la necesidad de cumplirlas en beneficio del núcleo familiar .

En este sentido, Misitu (2015) indica que:

En Latinoamérica se ha depositado sobre la espalda de las escuelas la


mayor parte de las responsabilidades que tradicionalmente habían
ejercido otras instancias sociales, sobre todos las de la familia, hoy la
escuela no solo se siente incapaz de atender la diversidad y la
complejidad de las mismas, sino que incluso se siente con dificultades,
a veces insalvables, para cumplir las más elementales que le son
propias: la transmisión de conocimientos (p.55)

Lo citado demuestra, la desvinculación que existe entre las comunidades y


los planteles y la gestión pedagógica-docente. Hay un distanciamiento, casi una
desvinculación de la escuela con respecto a la comunidad; la integración y la
participación se han dejado de lado y se le ha dado paso al desinterés y a la
ausencia de los representantes en los planteles educativos. Además, refleja la
pérdida progresiva del protagonismo de la escuela como espacio de encuentro,
por lo cual se hace necesario rescatarlo con la finalidad de integrarlos.

Igualmente, Tbilisis (2003) citado por Bastidas y Mundo (2013) señala:

Se ha podido constatar que en la práctica escolar se hace limitado uso


de las potencialidades de la comunidad de la escuela, motivada entre
otras causas por: Los maestros y maestras poseen poca preparación
para el desarrollo de los programas en vínculo con la comunidad de la
escuela, argumentando la excesiva carga de actividades para las que
tienen que prepararse. El personal encargado de la preparación
metodológica de los docentes no le concede importancia al uso de las
potencialidades de la comunidad de la escuela en el desarrollo de los
programas escolares (p.101).

En estos tiempos de cambios que reclama la sociedad, la misma coloca a la


educación a nivel mundial en un momento crucial, por cuanto se considera a ésta,
un paradigma válido para lograr las transformaciones que conduzcan al equilibrio
que exige la ciudadanía, a través de un proceso formativo profundo y reflexivo,
para el desarrollo de una pedagogía participativa que estimule a los estudiantes a
implicarse en los problemas que afecten su entorno. En las condiciones actuales y
en el contexto económico social desde que la evolución de la sociedad humana
llegó a la creación de la escuela como agente especializado en la tarea de
socializar a los jóvenes, se han producido nuevas discusiones acerca de las
relaciones que deben existir entre la escuela y la comunidad.

En este orden de ideas, el sistema educativo en el ámbito universal está


dirigido a llevar al desarrollo cultural a la población y mejorar la calidad de la
enseñanza, por ende, el mundo experimenta cambios que son profundamente
vertiginosos e imprevisibles, pues la lógica y las soluciones de ayer no ayudan
hoy. Lo único que puede asegurarse a ciencia cierta del mañana es que es
diferente del pasado.
En América Latina, las escuelas aún se adhieren de un modo casi universal,
al primer modelo, pese a que los reformadores y líderes educativos demuestran
una impaciencia creciente ante sus limitaciones, ya que se han fundamentado
numerosas escuelas en modelos experimentales que procuran ceñirse a
determinadas concepciones.

La misma está llamada a llevar sus esfuerzos mancomunados para buscar la


vía más adecuada en solucionar problemas en sus diversos campos de aplicación.
Ello requiere entre otros elementos, transformar la escuela y hacer más sólidos los
efectos formativos y educativos que su labor tiene en los estudiantes. Para ello, es
preciso que los espacios educativos estén relacionados intrínsecamente y que no
se establezcan solamente interrelaciones esporádicas, sino donde se conviertan
estas relaciones en base para la acción educativa recíproca.

Con la crisis económica mundial, la educación es uno de los factores que se


ve afectada con más profundidad. La práctica educativa en escuelas del ámbito
latinoamericano todavía está anclada en viejos modelos, lo que se convierte en
una rémora para la consecución efectiva de los objetivos que tiene planteada.
Reformadores y líderes educativos están llamados a mancomunar esfuerzos y
hallar las vías adecuadas para solucionar los problemas en sus diversos
escenarios. Ello implica transformar el concepto y la práctica que se ha estado
ejecutando de la escuela, haciendo más sólidos los efectos formativos y
educativos de ella en los estudiantes.

La problemática educativa ha conducido a que se considere a la familia y a


la escuela como factores esenciales coadyuvantes en el proceso educativo. No
pueden trabajar aisladamente, sino que por el contrario deben aunar esfuerzos en
función de lograr una mejor educación para el educando. El potencial e influencia
de ambos contextos aumentará, si; entre los dos se acuerdan relaciones
armónicas que tengan como fin mejorar el proceso educativo y por consiguiente, la
educación de los hijos. Al respecto, Aguilar (2014)
Desde otra perspectiva, la escuela, también se encuentra en una
situación similar. Los viejos patrones educativos no le sirven para
educar hoy. A merced de los vientos del autoritarismo de ayer y del
permisivismo actual, a veces, deja hacer… porque no sabe qué hacer.
Encerrada en una burocracia asfixiante, se le hace difícil vivir el sentido
comunitario que, proclaman los documentos que la rodean y le exigen
los nuevos valores democráticos. Siente la presión de las demandas
que van más allá de su tradicional función transmisora de
conocimientos y no se siente preparada para afrontarlas (p.83).

Ello también implica la definición clara de los roles y responsabilidades de


ambos, así como la confianza de los padres en el saber profesional de los
profesores, y de éstos últimos, en reconocer a la familia como primer educador.
Conductas como la desconfianza en el cumplimiento de sus responsabilidades
específicas del otro deben ser desechadas y por el contrario, debe ser asumida la
confianza mutua.

En estos tiempos de cambios que reclama la sociedad se coloca a la


educación a nivel mundial en un momento crucial, por cuanto se considera a ésta,
un paradigma válido para lograr las transformaciones que conduzcan al equilibrio
que exige la ciudadanía, a través de un proceso formativo profundo y reflexivo,
para el desarrollo de una pedagogía participativa que estimule a los estudiantes y
padres a implicarse en los problemas que afecten su entorno. Para Aguilón (2013),
señala: “La promoción social es un acto educativo. Su objetivo final es lograr que
la comunidad tome conciencia de que la solución no está en el permanente recibir
sino en la capacidad de generar sus propias soluciones” (p.35). La comunidad
puede considerarse un camino para lograr la transformación educativa y por ende
de las sociedades. Pues, las instituciones, necesitan cambiar sus viejos
paradigmas en algo productivo para el desarrollo de su población.

En las condiciones actuales y en el contexto económico social desde que la


evolución de la sociedad humana llegó a la creación de la escuela como agente
especializado en la tarea de socializar a los jóvenes, se han producido nuevas
discusiones acerca de las relaciones que deben existir entre la escuela y la
comunidad.

La misma está llamada a llevar sus esfuerzos mancomunados para buscar la


vía más adecuada en solucionar problemas en sus diversos campos de aplicación.
Ello requiere entre otros elementos, transformar la escuela y hacer más sólidos los
efectos formativos y educativos que su labor tiene en los estudiantes. Para ello, es
preciso que los espacios educativos estén relacionados intrínsecamente y que no
se establezcan solamente interrelaciones esporádicas, donde las mismas se
conviertan en base para la acción educativa recíproca.

Por supuesto que los problemas que caracterizan a la educación en


diversos países del mundo, también se hacen presentes en Venezuela, la cual no
está exenta a los cambios vertiginosos que se sufren a nivel mundial. El país ha
asumido acuerdos y resoluciones en esta área que la conducen a impulsar
cambios de modo de mejorar la calidad educativa y por ende, que ello se traduzca
en tener un ciudadano crítico, reflexivo y apto para la vida en democracia.

Uno de ellos es la necesidad perentoria de involucrar a la familia, es decir, a


los padres y representantes en el proceso educativo de sus hijos. Más,
considerando que ella es uno de los primeros baluartes educativos de la sociedad
antes que la escuela, la iglesia u otra organización. Su participación optimizaría los
procesos de enseñanza y aprendizaje, la calidad de vida de la familia y por
supuesto, las relaciones con su entorno social. Según López (2015):

Familia y escuela han de actuar planificadamente al unísono y, en


dicha actuación se interalimentan y se refuerzan mutuamente. El
resultado ha de ser el crecimiento armónico, tanto de la urdimbre de
orden como de la urdimbre en sí mismo del sujeto de la educación
(p.43).

En este contexto, la familia tradicional aparece desdibujada, ha perdido sus


antiguos puntos de sustentación, se han venido abajo los grandes pilares que
sostenían sus creencias y cimentaban los roles atribuidos a los diferentes
miembros de la familia, en definitiva es la familia la que tiene mayor incidencia, ya
que el educando acude y se expone a la acción de la influencia educativa escolar.
Esta situación le impide saber plantear pautas educativas que respondan a las
necesidades actuales de sus hijos.

Además, tiene el derecho y el deber de participar en la definición de


principios, valores, actitudes y hábitos de respeto, honestidad y tolerancia en los
adolescentes y jóvenes, que estén bajo su responsabilidad. Es decir, la familia y la
escuela, junto con el Estado son corresponsables de una educación integral con
la finalidad de formar un ciudadano apto para vivir en democracia.

La situación problemática que afecta a la educación en la actualidad, lleva a


prestar más atención a los roles específicos que desempeñan la familia y la
escuela. La familia se ve forzada a asistir con más frecuencia a las reuniones que
convoca la escuela y estar más pendiente de si su hijo asume una conducta
acorde en la institución y si cumple con las actividades designadas en ella.
Además, debe estar abierta a recibir y aceptar una imagen del hijo distinta a la
suya.

De igual modo, a involucrarse en la problemática concreta de la institución,


cuando carezca de algún insumo (pupitres, pizarras, aulas, docentes, reactivos de
laboratorio, canchas deportivas, carencia de personal para laborar en la cocina,
etc.) que perjudique el cumplimiento idóneo de sus funciones como centro escolar.
Asimismo, la familia se ha ido desprendiendo progresivamente del concepto de
que el maestro lo sabe todo, que es el único transmisor del saber; pues con la
existencia de libros, revistas, televisión, internet, se puede aprender sin la ayuda
de otra persona.

La escuela no puede seguir laborando limitándose a transmitir contenidos


programáticos pocos relacionados con la realidad. Ello expresa que la escuela
guiándose por un modelo educativo ha estado cercada en su accionar,
vinculándose poco con el entorno social donde se localiza; por consiguiente ha
dejado de trabajar como centro de atención de las comunidades, en cuanto a sus
problemas fundamentales y lo que tiene que ver con sus soluciones. Al respecto,
Gregorio (2015) acota:

Los cambios de la sociedad actual son rápidos y profundos, los sujetos


no están preparados para adaptarse a ellos en los diversos niveles:
biológico, psicológico y social. La complejidad, cada vez mayor, que la
caracteriza, demanda una nueva visión educadora de la familia y la
escuela, lo que exige su compromiso para trabajar unidas en un
proyecto común (p.83).

Tanto la escuela como la familia deben tomar conciencia de la necesidad de


trabajar mancomunadamente en función de lograr los objetivos que tienen
planteados. Deben adquirir conciencia de la necesidad de la participación. Ahora,
la integración escuela-comunidad no debe recaer solamente en los docentes; ésta
debe ser una tarea de todos. Es por ello que surgen los llamados proyectos
educativos como una herramienta para la búsqueda de la integración escuela
comunidad.

Pero no hay que dejar de reconocer, que es un plan de acción combinado


con principios pedagógicos que busca mejorar tanto la educación impartida como
el funcionamiento del plantel, elaborado por los actores del plantel, tomándose en
cuenta las características del mismo, del entorno social y de las intenciones de los
mismos actores. También se puede de definir como un proyecto, tanto educativo
como político y se relaciona como un proyecto de sociedad en el que se pasa
democracia participativa y se establecen espacios para que los actores pasen a
ser constituyentes y no solo instituidos en su práctica profesional y con respecto a
su responsabilidad social especifica.

Frente a lo señalado, el Ministerio del Poder Popular para Educación (2007)


señala:
El Proyecto educativo integral comunitario representa el núcleo para
despejar las debilidades existentes en relación a la integración de la
familia en la educación con el fin de conducir hacia el fortalecimiento de
la gestión autónoma de la escuela como vía que permite interrelacionar
la escuela con lo regional, local y nacional donde está inserta,
aprovechando al máximo los recursos de las misma para lograr una
efectiva acción social y pedagógica (p.36).

En la actualidad, se le exige a las instituciones educativas desarrollar los


Proyectos Educativos Integrales Comunitarios (PEIC), como un elemento para el
fortalecimiento de la función independiente de la escuela que conducirá a la
inclusión de la escuela hacia la comunidad donde ella está inmersa, pero sin
perder la óptica de lo nacional y regional o local. Todo ello permitirá enfocar los
problemas desde diversos puntos de vista y por ende, los mismos tendrán
diversas soluciones según el criterio de cada sector en particular.

Hay que entender que la educación, por su importancia estratégica para el


crecimiento de un país, debe involucrar a los diversos sectores que hacen vida
comunitaria y que tengan disposición a afrontar los cambios que exige la sociedad
actual venezolana. Rocha (2004) citado por Misuti (2015) indica:

La familia se encuentra en medio de contrastes ante los cuales se


siente sobrepasada y se pregunta cómo responder a las demandas de
sus hijos que están fuera de los esquemas de sus propias experiencias
y vivencias. En este contexto, la familia tradicional aparece
desdibujada, ha perdido sus antiguos puntos de sustentación, se han
venido abajo los grandes pilares que sostenían sus creencias y
cimentaban los roles atribuidos a los diferentes miembros de la familia.
Esta situación le impide saber plantear pautas educativas que
respondan a las necesidades actuales de sus hijos (p.15).

De ahí surge la necesidad de una formación específica en este nuevo campo


de trabajo pedagógico, el familiar, para que cualquier intervención que se intente
llevar a cabo tenga en cuenta la visión global de su contexto. El niño comienza su
trayectoria educativa en la familia que la escuela complementa. Por tanto, familia y
escuela son dos contextos próximos en la experiencia diaria de los niños, que
exige un esfuerzo común para crear espacios de comunicación y participación de
forma que le den coherencia a esta experiencia cotidiana. La razón de este
esfuerzo se justifica en sus finalidades educativas dirigidas al crecimiento
biológico, psicológico, social, ético y moral del niño, en una palabra, al desarrollo
integral de su personalidad.

En tal sentido, la familia juega un importante papel en este sentido, pero hay
que ayudarla a tomar conciencia de ello. Los cambios de la sociedad actual deben
encaminarla hacia una estructura participativa y de compromiso, de modo que
cada uno de sus integrantes desempeñe su función, y tenga conciencia de su
identidad individual como miembro de esa comunidad. Para lo cual, se hace
esencial un clima de comunicación donde se establecen pautas para la
distribución y organización de tareas en función de las necesidades y posibilidades
de cada miembro.

En este contexto, la comunicación adquiere un valor esencial si desea


educar para la vida comunitaria, y se convierte en la mejor manera de superar
dificultades, conflictos, contrastes y contradicciones de la realidad cotidiana que
surgen de la propia convivencia del hogar, y fuera de él.

Además, la escuela se sitúa en el segundo espacio, de vital importancia, en


la vida de los niños y niñas. Entre sus objetivos se encuentra: fomentar la
participación, cooperación y colaboración entre los alumnos. En consecuencia, la
puesta en práctica de los valores comunitarios y democráticos que se proponen en
la familia y la escuela, formarían parte de las experiencias y vivencias de los
alumnos, desde los dos ámbitos en los que interactúa cada día, configurando su
identidad y el concepto que de sí mismo van adquiriendo.

En una sociedad como la actual, la comunidad y la escuela han de tener


claros sus papeles y fomentar la vida comunitaria, como fundamento de toda
posterior experiencia social. Siguiendo a Sosa (2014):
Lo ideal es que la familia y la escuela se alíen y emprendan juntas un
camino que les permita crear una nueva concepción de la educación,
desde una perspectiva comunitaria real donde el verdadero
protagonista sea el alumno. Este objetivo exige la elaboración de un
proyecto educativo común entre familia y escuela (p.44).

En este sentido, hay que tener sentido de pertenencia, pues es básico que
padres y maestros se pongan de acuerdo sobre cómo hacer efectiva la
participación de la familia en la escuela, para que sus relaciones sean de ayuda
mutua y hacer frente a los desafíos que les presenta este mundo en constante
cambio, lo que va a repercutir de forma positiva en la educación de los niños y va
a dar coherencia a sus experiencias.

Hay que tener presente que el puntal de educación más relevante es la


familia, por ser el pilar fundamental en el desarrollo de la socialización del niño, es
quien otorga las bases primordiales para un impulso óptimo de confianza,
seguridad y valores para su proceso integral. La escuela es el ente participativo
que trabaja en conjunto con la familia para reforzar lo que estas, han entregado
durante el periodo de crecimiento del alumno. La educación se basa en el
desarrollo de habilidades, destrezas, capacidades, que debe adquirir el educando
en su periodo de formación fundamentada en valores y conocimientos.

Lo que se ha podido observar en la realidad educativa, en los diferentes


colegios, la familia, padres y representantes no son un ente activo de participación
en el proceso educativo, dejan que la escuela se encargue de hacer todo, dejando
la responsabilidad en las manos de los docentes y plantel directivo. Mientras ellos
solo exigen que den buenos resultados y no los involucren en la parte de
educación.

Las familias se sienten una entidad ajena a la escuela y a su proceso de


formación, no se comprometen para ser un apoyo para los docentes y la
institución, excusándose que esa labor es única responsabilidad de los docentes y
la entidad educativa. Sin detenerse a pensar que tan magnánima tarea sería
llevada a mejores resultados si el trabajo fuera en conjunto y con una participación
activa y permanente de parte de la escuela como entidad formadora de
conocimientos y la familia como apoyo y fortalecedora de valores.

La experiencia temprana en la familia de formas de comunicación basadas


en el diálogo y el consenso sustentarán actitudes democráticas de participación,
colaboración y cooperación. En consecuencia, este aprendizaje será reforzado en
la escuela, si pone en práctica actividades en las que los alumnos trabajen en
equipo, utilicen la negociación para resolver sus conflictos y pongan en práctica
los valores de la vida comunitaria, en los que se han iniciado en el hogar.

Existen instituciones educativas donde sus directivos, quizás por


desconocimiento, poco estimulan la relación de la escuela con la familia y la
comunidad. No sabiendo ellos que mientras más participación tenga la familia en
las actividades de la escuela, habrá mayores posibilidades de confrontar y resolver
las dificultades que aquejan a ambas. De igual modo, será más factible
comunicarle cualquier situación que tenga que ver con su representado, de modo
de establecer los correctivos necesarios y que los procesos de enseñanza y
aprendizaje se conduzcan de la mejor manera posible.

Considerando todos estos elementos, la escuela, como institución donde


hacen vida personas como los docentes, los cuales poseen una formación cultural
más amplia y que por consiguiente, conocen lo complejo de la vida social en
comunidad, debe inducir con la familia y comunidades aledañas el roce social para
conocerse en profundidad sus inquietudes, expectativas, visión de las cosas, entre
otras, con el único objetivo de trabajar en equipo por mejorar el proceso educativo
en la institución y buscar soluciones a los dificultades que las limita. Con ello la
escuela no estaría ajena a los problemas que aquejan a la familia y la comunidad
y éstas no desconocerían los que perturban a la escuela, donde estudian sus
hijos.

En las escuelas se ha querido impartir una “educación de calidad”, así


como, desarrollar actividades pedagógicas en función de lograr el mejoramiento
de los procesos de enseñanza y aprendizaje. Sin embargo, en la actualidad es
difícil hacer en este espacio y en el seno familiar un verdadero esquema de
valores, que formen realmente al estudiante para la vida. La visión del maestro es
educar, enseñar, pero esto se trunca cuando el objeto de la enseñanza o sea el
alumno, no es receptivo a la finalidad del maestro.

En este aspecto Carrillo, (2014) señala “el educador es clave del proceso
educativo, a quien le corresponde crear el ambiente social en el cual se debe
producir y consolidar el aprendizaje formal” (p.17). De esta manera el maestro
exterioriza sus conocimientos y éstos transcienden más allá del alma de los niños,
niñas y adolescentes, que su vida, sus valores entablen una relación completa y
distinta con el mundo donde se encuentren sumergidos y que les ayude a
establecer confianza y respeto por ellos mismos y por los demás.

La preparación académica de los ciudadanos y ciudadanas es una


responsabilidad que asume el Estado, pero se produce un desfase negativo,
cuando se observa en la práctica educativa niños y niñas con unas características
personales que llaman a la reflexión y que impiden el desarrollo de los mismos
dentro del recinto escolar. Tomándose como punto de partida esta inquietud es
primordial resaltar los múltiples factores tales como: la motivación, la situación
económica, la familia, el ambiente, la escuela, la formación de los padres, entre
otros; los cuales acarrean en el niño una serie de problemas de orden psicosocial
y que son imprescindibles para su estabilidad educativa.

Por ello, es el núcleo social natural donde se moldea la conciencia


individual del ser humano. En este proceso es mucho más impactante la influencia
del ejemplo que de la palabra. Cada grupo familiar imprime en sus hijos la huella
que, según el criterio de los padres, juzgue más convenientes. No hay recetas a
seguir en este delicado proceso de formación.

Al respecto, Fine y Kusinitz. (2013). señalan que:

A través de las actividades y relaciones intrafamiliares, y relaciones en


esa vida grupal, se produce la formación y transformación de la
personalidad de sus integrantes. Es decir, tienen la propiedad de
formar en los hijos las primeras cualidades de personalidad y de
trasmitir los conocimientos iniciales que son la condición para la
asimilación ulterior del resto de las relaciones sociales (p. 27).

Cabe resaltar, que en el desarrollo social del niño o niña, son esenciales las
relaciones que establece con los otros miembros de su entorno, ya que esas
experiencias van a incidir positiva y negativamente en su conducta personal. En
fin, la conducta del niño forma parte del proceso de socialización, que comprende
las relaciones afectivas y satisfactorias entre las personas, así como también el
desarrollo de los estilos de interacción que los mismos producen.

La familia, la comunidad y la escuela son el vínculo para que el ser humano


desarrolle su personalidad, pero cuando una de ellas lo lesiona, se puede
observar en las aulas escolares niños deprimidos, agresivos, aislados, con una
baja autoestima que en general lo lleva a sentirse rechazado tanto por su maestra
como por sus compañeros.

Las características antes mencionadas son de sumo cuidado, porque


pudieran ser transferibles al resto de los compañeros. En este caso, ya no sería
una problemática a nivel del Estado, sino una preocupación de cada docente en
particular por entender al niño o adolescente que presenta una o unas
características particulares que imposibilitan la actividad del aula.

Según Guadalupe, (2015)


La acción de los docentes es de capital importancia y, sin embargo, es
poca la evidencia sistemática que se tiene al respecto. Mejor
información sobre los docentes y la docencia permitiría contar con una
base clave de evidencia que favorecería la formulación de políticas en
tanto consideren los atributos centrales de los actores y su práctica…
(p.12).

Visto así, el educador debe legitimar en los procesos de enseñanza y


aprendizaje, los valores universales tales como respeto, solidaridad, cooperación,
amor, entre otros, socialmente aceptados por la humanidad, como parte
importante del componente ético que fortalece el espíritu y desarrolla la
conciencia.

La familia representa la primera escuela en la que el niño se educa, pero lo


que se observa en el quehacer diario son discentes carentes de valores que
atienden al grito, a la figura fuerte del maestro; tal vez en casa viven la tortura de
seguir normas que deben ser obedecidas, sin recibir alguna explicación sobre la
necesidad de cumplirlas en beneficio del núcleo familiar. Hay que considerar que
la conducta represiva de los padres influye en el entorno escolar del niño y esto lo
refleja mostrando una actitud que puede ser: intranquila, violenta, pasiva, triste o
temerosa.

Los niños deberían gozar de un ambiente sano y de unos padres


involucrados en la acción pedagógica, en el que se promueva la participación de la
familia con la finalidad de que éstos se inserten con responsabilidad en la escuela
y en las actividades que realizan los estudiantes en el aula de clases y así los
niños sientan el apoyo de su familia. Cualquier acción educativa debe contar con
el vínculo familia–escuela, ya que son dos instituciones en las cuales el niño vive
gran parte de su tiempo; en ellas el educando recibe una educación socializadora,
la cual le permitirá desenvolverse en un ambiente o comunidad determinada.

La institución escolar es el agente formal de la socialización, después de la


familia, y ofrece un desarrollo integral al individuo para que éste pueda suplir, de
una manera cónsona, sus necesidades y contribuir con el desarrollo del país.
Además, es el medio de participación de los padres y representantes en la
solución de los diversos problemas que acarrea la escuela y pueden ser
solventados a través del Proyecto Educativo Integral Comunitario (P.E.IC); donde
la intervención de éstos es fundamental.

La escuela es el centro del quehacer comunitario en la que el niño debe ser


atendido como un ser integral en el que los valores (respeto, tolerancia,
honestidad, cooperación y complementariedad humana) juegan un importante
papel, pero cuando se queda relegado a un segundo plano se produce un
quebranto de los mismos. Por ello, desde hace mucho tiempo diferentes
especialistas vienen discutiendo sobre los valores, entre ellos Ramos (2016):

La Educación debe dar respuesta a la generación de ciudadanos


deliberantes y participativos, capaces de comprender y operar
modificando sus entornos de vida y trabajo, dando relevancia al papel
del conocimiento en la creatividad, la inquietud por el cambio, la
solución de problemas, la excelencia en el trabajo... permitir la
integración cultural a través de la transmisión de valores que propicien
la convivencia, la responsabilidad, la solidaridad,... (p.42).

El secreto del desarrollo del ciudadano y de la sociedad pasa


necesariamente por el ámbito de la formación de los valores, lo cual se hace
imprescindible. Al educando hay que verlo como un ente global en el que
confluyen un sin número de características que pueden hacer de ese futuro
hombre o mujer un ser triunfador o alguien vulnerable a las circunstancias
negativas que deben enfrentar diariamente.

Todo lo anteriormente expuesto, esboza el regreso del ser humano a los


valores tradicionales y esenciales, como mecanismo que permitirá rescatar al
hombre de la autodestrucción, porque muchos de los males que aquejan a la
sociedad (delincuencia, prostitución, aborto, sida, guerras, infancia abandonada,
drogas, violencia doméstica...) tienen sus inicios en el detrimento de los valores.
Calzadilla, (2015) señala:
Cuando el docente como persona y educador, se percata de la gran
misión que tiene entre sus manos, la educación adquiere una nueva
connotación y es cuando toma un nuevo sentido, el docente se
considera con una misión a cumplir, se acaban los discursos y se
comparten las propias vivencias. Esta manera de vivir la educación, de
debe estar enmarcada en una normativa, cuyo conocimiento se
supone, en quien está inmerso en una verdadera formación docente,
ya que las leyes y normas contienen en sí misma la filosofía que
sustenta al sistema educativo y determinan los valores que configuran
el perfil deseado (p.39).

Se comienzan a percibir la educación como una “misión” y el quehacer


educativo como una vía de autorrealización. He aquí por qué es tan importante
que las escuelas sitúen su acción en un marco claro, puro y jerarquizado de
objetivos que puedan ser percibidos nítidamente por todos a través de sus actos.
En tal sentido, el docente debe asumir un papel fundamental, ya que sobre sus
hombros recae mucha de esta responsabilidad. Además, la familia y el Estado
deben de alguna manera involucrarse para conseguir un resultado efectivo.

La sociedad presente se caracteriza por un continuo cambio en todos sus


ámbitos; social, económico, cultural, político e ideológico, pero todos éstos
precisan de instrumentos esenciales como la educación y la familia, las cuales
están llamadas a jugar un papel fundamental, porque de ellas depende el
resultado efectivo de las futuras generaciones. Rodríguez y Bolívar citado por
Ramos (2015), expone:

... la grandeza de un país no se mide por sus riquezas materiales, sino


por los valores de su gente, y para ello no hay mejor instrumento que la
educación, pero una educación rebelde, sin rutina, creativa, audaz y
vivaz; en permanente crecimiento de las ideas, siempre marchando,
nunca estática, rompiendo esquemas, que investigue y aplique
conocimientos (p. 120).

Allí se promueve la necesidad de educar para transformar al ciudadano el


cual tiene que contar con una educación adecuada y de calidad; donde
prevalezcan los valores éticos-morales y la virtud como base de su formación
integral. En tal sentido, la educación es la base fundamental para que un país
logre su pleno desarrollo.

A esta problemática, se le agrega las que enfrentan los liceos pertenecientes


de la Parroquia Valentín Valiente Municipio Sucre del estado Sucre, las cuales
presentan fallas que desmejoran la calidad educativa. Una de sus mayores
deficiencias es la escasa participación de los representantes en las actividades
planificadas por el plantel, además; la falta de compromiso y sentido de
pertenencia de la comunidad hacia la escuela y viceversa; la ausencia mayoritaria
de los padres y representantes en las reuniones convocadas para la elaboración
del proyecto educativo Integral Comunitario, donde se supone que debe ser
elaborado con el colectivo escolar, lo cual conduce a que éste se haga
prácticamente a puerta cerrada, para cumplir un requisito establecido por la Zona
educativa.

Además, se constató en un trabajo realizado por Galantón (2013) lo


siguiente: a) La dirección de la escuela no visita a la comunidad para conocer sus
problemas. b) Los docentes no hacen contacto comunitario. c) El personal docente
solamente cumple su horario de trabajo, olvidándose de la integración escuela
comunidad. d) Escaso compromiso con la comunidad y la escuela por parte del
colectivo escolar. e) Poco contacto entre docentes y padres y representantes. f)
Escasa identificación con el proyecto Educativo Integral Comunitario. g) Los
padres y representantes tienen poca participación en la elaboración de los
proyectos educativo: PEIC y PA.

En tal sentido, surge la inquietud de proponer estrategias metodológicas para


la integración escuela-comunidad desde la perspectiva de la gestión escolar, en
los liceos pertenecientes a la Parroquia Valentín Valiente, Municipio Sucre del
Estado Sucre, con la finalidad de lograr la empatía con los padres y
representantes a fin de garantizar la excelencia educativa que exige la sociedad
en los actuales momentos.

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