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Así como sin forma no existe negocio jurídico, la misma es inconcebible sin
contenido y finalidad.
El contenido es la referencia objetiva de la declaración, donde está el
querer mismo del sujeto, toda declaración refiere a lo que el sujeto expresa,
y esto es el contenido de la forma.
El negocio jurídico cumple una función instrumental pues no es por sí solo
satisfactorio, sino que es el medio que tienen los sujetos de derecho para
obtener determinados resultados. Así, el sujeto de derecho emite su
declaración de voluntad (exteriorizada) con un especifico querer (contenido)
para alcanzar un determinado fin.
La declaración de voluntad es finalista, porque persigue un fin u objetivo
determinado. No es posible concebir un negocio jurídico sin voluntad
exteriorizada, sin contenido y sin finalidad.
Eficacia negocial
La eficacia negocial está presente en todos los casos en que el negocio tiene
correspondencia con la preceptiva legal. Así, el negocio produce todas las
consecuencias propias o inherentes al tipo específico por los intervinientes
en él, siendo idóneo para satisfacer las necesidades subjetivas justificadoras
del mismo.
No debemos confundir la existencia de un contrato de compra venta, por
ejemplo, con su eficacia: el contrato es dependiente de las declaraciones de
voluntad, dotado de contenido y finalidad, en cambio la eficacia propia o
inherente a dicho contrato, es el surgimiento de la relación obligatoria de
compraventa, por la cual ambas partes están obligadas a recíprocamente a
entregar una cosa y pagar una suma de dinero.
El negocio jurídico está dirigido a procurar la satisfacción de intereses
individuales, tanto económicos como de otra naturaleza, y cuya regulación
legislativa se ubica en el área de las relaciones jurídicas de contenido
económico o de familia.
La declaración de voluntad, en sí misma y en su contenido y finalidad,
deberá ser compatible con las exigencias legales aplicables al caso
concreto, así el sujeto creador del negocio puede asegurarse la protección
del Estado, cuya intervención, positiva siempre, está subordinada a la
conformidad del negocio a aquéllas.
Esas exigencias legales están impuestas por el estado a partir de su política
legislativa, la cual da contenido al derecho y admite multiplicidad de
respuestas según los intereses que la promueven.
La disconformidad implica ausencia de defensa estatal de los intereses
individuales que promueven la declaración de voluntad, a lo que se agrega
una sanción o represión, es decir, acción positiva, que va más allá de la
pasividad que significa la falta de protección.
Poder normativo
El poder normativo negocial es otorgado por la Ley a los sujetos por el hecho
de ser tales, no depende de sus voluntades.
En cambio, la capacidad de obrar la asigna la Ley según la aptitud de querer
y entender de los sujetos, la persona debe considerarse madura (mayoría de
edad), sin defecto psíquico (no demente) y en condiciones de exteriorizar su
voluntad en forma escrita,
en caso de tratarse de un sordomudo.
Por tanto, el poder normativo tiene como antecedente únicamente la
capacidad jurídica, es decir que el individuo sea sujeto de derecho, con
voluntad abstracta y potencial. De esto deriva que no es necesaria la
capacidad de obrar para la atribución del poder normativo, pero si para el
ejercicio de derecho y por tanto estar dotados a aquéllas, la Ley les quita el
poder normativo, esto es, la posibilidad de crear determinados negocios
jurídicos, concretamente, la donación y la compraventa del mismo, ya que
éste requiere una voluntad concreta jurídicamente relevante.
CAPITULO 2
Inexistencia y nulidad
CAPITULO 3
La eficacia contractual