LITERATURA SUFI La Danza Del Corazón

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El texto sufí, cual hermoso tapiz en donde se tejen

leyendas, fábulas, parábolas y poesías que abren


el camino hacia el corazón y la intuición, más allá
de toda especulación, no trata tanto de convencer
cuanto de seducir, trata de mostrar una sabiduría
profunda y práctica, extraída de la experiencia
cotidiana. En esta obra, Raúl de la Rosa ofrece
una compilación de bellos relatos tradicionales del
sufismo, pertenecientes a Rumi (1207-1273) y
otros grandes maestros de su época. Estos relatos
se nos ofrecen para ser contemplados, tal como lo
hacemos ante un bello jardín, y para ser
saboreados, tal como lo hacemos con una dulce
taza de té.
AA. VV.

La danza del corazón


Sabiduría sufí

Edición a cargo de Raúl de la Rosa

ePub r1.1
marcelo77 26.10.14
Título original: La danza del corazón. Sabiduría sufí
AA. VV., 2008
Editor a cargo: Raúl de la Rosa
Ilustraciones: Vicente Carbona
Diseño de cubierta: marcelo77

Editor digital: marcelo77


ePub base r1.2
Cuando abro mis ojos al mundo exterior, me
siento como una gota de agua en el océano;
pero cuando cierro mis ojos y miro
interiormente, veo el universo completo como
una burbuja levantándose en el océano de mi
corazón.
HAZRAT INAYAT KHAN, La sinfonía divina
ACERCA DE LOS TEXTOS DE ESTA OBRA

Estos hermosos relatos han sido recopilados y


seleccionados por el escritor y filósofo español
Raúl de la Rosa. Entre los autores sufíes que nos
regalan estas perlas de sabiduría encontramos,
entre otros, a Yalal ud-Din Rumi, Hazrat Inayat
Khan y Awad Afifi, el Tunecino.
P RÓLOGO
El cuento sufí no trata de convencerte sino de seducirte,
trata de mostrar experiencias y consejos prácticos, eso
sí, envueltos en bellos tapices, más allá de toda
especulación.
El sufismo es realista y pragmático, no es una
doctrina, ni trata de explicar el universo o la existencia.
A través del sufismo encontramos, sencillamente, un
camino que conduce a que cada cual descubra los
enigmas del universo y la existencia sin destruir el
prodigio y el asombro, es más, lo hace sumergiéndonos
en las maravillas de la vida.
El sufismo es un tapiz, un hermoso tapiz en donde se
tejen leyendas, fábulas, parábolas y poesías que abren el
camino hacia el corazón y la intuición. Si no hay amor e
inspiración, no hay sufismo.
Estas historias sufíes, más que para reflexionar
acerca de ellas, están hechas para ser contempladas, tal
como lo hacemos ante un bello jardín, y para ser
saboreadas, tal como lo hacemos con una dulce taza de
té. Disfrutémoslas.

RAÚL DE LA ROSA
1. AMAR Y REZAR
U N HOMBRE, DESPUÉS DE MUCHO TIEMPO CAMINANDO,
LLEGÓ AL LUGAR DONDE VIVÍA UN GRAN SABIO.
recibirle, le pidió encarecidamente:
Al

—¡Muéstreme el camino hacia Alá!


—¿Te has enamorado alguna vez de alguien? —
preguntó el sabio.
—¿Enamorarme? ¿Qué es lo que el gran maestro
quiere decir con eso? Me prometí a mí mismo jamás
aproximarme a una mujer, huyo de ellas como quien
intenta escapar de una enfermedad. Ni siquiera las miro.
Cuando pasan, cierro los ojos.
—Procura volver a tu pasado e intenta descubrir si
alguna vez, en toda tu vida, hubo algún momento de
pasión que dejase tu cuerpo y tu espíritu llenos de fuego.
—Vine hasta aquí para aprender a rezar, y no a cómo
enamorarme de una mujer. Quiero ser guiado hasta Alá y
usted insiste en querer llevarme hacia los placeres de
este mundo. No entiendo lo que desea enseñarme.
El sabio permaneció silencioso algunos minutos y
finalmente dijo:
—No puedo ayudarte. Si tú nunca tuviste alguna
experiencia de amor, nunca conseguirás experimentar la
paz de una oración. Por lo tanto, regresa a tu ciudad,
enamórate, y vuelve a buscarme sólo cuando tu alma esté
llena de momentos felices.
Sólo una persona que entiende el amor puede
entender el significado de la oración. Porque el amor
por alguien es una oración dirigida al corazón del
Universo, una plegaria que Alá colocó en las manos de
cada ser humano como un presente divino.
2. UN LARGO SUEÑO
E N LA INDIA, DOS HOMBRES CAMINABAN POR EL
CAMPO. El más anciano dijo:
—Estoy cansado. Por favor, ve a buscar un poco de
agua en los pozos que se ven al otro lado del arrozal. Te
espero a la sombra de estos árboles.
El joven cruzó el campo y en el pozo se encontró con
una muchacha que estaba sacando agua. Se sintió atraído
por ella y delicadamente le preguntó su nombre. Ella le
contestó con una sonrisa, y él, encandilado, le propuso
llevarle la vasija hasta el pueblo. Ella aceptó. Ya en la
aldea fue invitado a comer en casa de la joven. Conoció
a toda la familia, y acabó pidiendo la mano de la chica.
Se la concedieron.
Tras la boda trabajó como campesino, tuvo hijos y
los educó. Uno murió de enfermedad. Sus suegros
también fallecieron y se convirtió en el cabeza de
familia. Su hijo mayor se casó y partió. Su mujer, con el
pelo ya cano, murió algo después. Él la lloró, porque la
había amado mucho. Días más tarde una inundación
devastó el valle. Fue arrastrado, como sus vecinos, por
un torbellino de agua fangosa. Luchó para sujetar a su
hijo menor, que se ahogó ante sus ojos.
De repente, sin saber por qué, se acordó de su
amigo, el anciano que le había pedido agua. Al instante
se encontró en tierra seca, cruzando un campo, con una
jarra en la mano. Regresó junto al anciano, que estaba
adormecido bajo un árbol. Algo en el aire, que se había
vuelto puro y ligero, parecía indicarle al joven que se
hallaba en el mismísimo umbral del Gran Misterio. El
anciano se despertó y le dijo:
—El sol ya está bajo. Tardaste mucho. Estaba a
punto de ir a buscarte.
3. EL PICHÓN DE ÁGUILA
H ABÍA UNA VEZ UN CAMPESINO QUE FUE AL BOSQUE
VECINO A ATRAPAR UN PÁJARO PARA TENERLO
CAUTIVO EN SU CASA.
Consiguió cazar un pichón de águila. Al llegar a su
casa, lo colocó en el gallinero, junto con las gallinas.
Comía mijo y la ración propia de las gallinas, aunque el
águila fuera el rey o la reina de todos los pájaros.
Después de cinco años, este hombre recibió en su
casa la visita de un naturalista. Mientras paseaban por el
jardín, el naturalista le dijo al hombre:
—Este pájaro que está allí no es una gallina. Es un
águila.
—De hecho —dijo el campesino— es águila, pero
yo lo crié como gallina. Ya no es un águila. Se
transformó en gallina como las otras, a pesar de tener las
alas de casi tres metros de extensión.
—No —dijo el naturalista—, ella es y será siempre
un águila pues tiene el corazón de águila. Este corazón
hará que un día vuele a las alturas.
—No, no —insistió el campesino—. La he criado
como una gallina y se ha convertido en una gallina, y
jamás volará como un águila.
Como no se ponían de acuerdo, el naturalista le
propuso hacer una prueba. El naturalista cogió el águila,
la levantó bien en alto y, desafiándola, le dijo:
—Ya que en realidad eres un águila, ya que
perteneces al cielo y no a la tierra, entonces, ¡abre tus
alas y vuela!
El águila se posó sobre el brazo extendido del
naturalista. Miraba distraídamente alrededor, vio a las
gallinas allá abajo, picoteando granos y dio un salto
hasta llegar junto a ellas.
El campesino comentó:
—Yo le dije: se ha convertido en una simple gallina.
—No —insistió el naturalista—. Ella es un águila. Y
un águila será siempre un águila, experimentaremos
nuevamente mañana.
Al día siguiente, el naturalista subió con el águila al
techo de la casa. Le susurró:
—Águila, ya que eres un águila, ¡abre tus alas y
vuela!
Pero, cuando el águila vio allá abajo a las gallinas,
picoteando el suelo, saltó y de nuevo fue junto a ellas. El
campesino sonrió y volvió a la carga:
—Yo le había dicho: se ha convertido en una simple
gallina.
—No —insistió firmemente el naturalista—. Ella es
un águila, y siempre poseerá un corazón de águila.
Vamos a experimentar todavía una última vez; mañana la
haré volar.
Al día siguiente, el naturalista y el campesino se
levantaron bien temprano. Cogieron el águila y la
llevaron fuera de la ciudad, lejos de las casas de los
hombres y de los gallineros, en lo alto de una montaña.
El sol naciente doraba los picos de las montañas. El
naturalista levantó el águila al cielo y le ordenó:
—Águila, ya que eres un águila, ya que perteneces al
cielo y no a la tierra, ¡abre tus alas y vuela!
El águila miró alrededor. Temblaba como si
experimentase una nueva vida. Pero no voló. Entonces,
el naturalista la cogió firmemente y la puso en dirección
al sol, para que sus ojos pudiesen llenarse de la claridad
solar y de la vastedad del horizonte. En ese momento, el
águila abrió sus potentes alas, graznó con el típico kau,
kau de las águilas y se elevó, soberana, sobre sí misma.
Y comenzó a volar, a volar hacia lo alto, a volar
cada vez más alto. Y voló y voló hasta confundirse con
el azul del firmamento.
4. ESPIRITUALIDAD Y PAN
T RES VIAJEROS
MONTAÑAS DEL
CRUZABAN
HIMALAYA
JUNTOS LAS
DISCUTIENDO
IMPORTANCIA DE COLOCAR EN LA PRÁCTICA TODO AQUELLO
ALTAS
LA

QUE FUERAN APRENDIENDO EN EL PLANO ESPIRITUAL.


Estaban tan entretenidos en la conversación que hasta
que no se hizo de noche no se dieron cuenta de que sólo
llevaban consigo un pedazo de pan.
Decidieron no discutir sobre quién merecía comerlo;
como eran hombres piadosos, dejarían la decisión en
manos de los dioses. Rezaron para que, durante la noche,
un espíritu superior les indicase quien recibiría el
alimento.
A la mañana siguiente, los tres se levantaron al salir
el sol.
—He aquí mi sueño —dijo el primer viajero—.
Mientras dormía, fui llevado hacia lugares donde nunca
había estado antes. Experimenté una paz y armonía que
he buscado en vano en esta vida terrenal. En medio de
tal paraíso, un sabio de largas barbas blancas me dijo:
—Tú eres mi preferido, pues jamás buscaste el
placer y siempre renunciaste a todo. Sin embargo, para
probar mi alianza contigo, me gustaría que te comieras
ese pedazo de pan.
—Es bien extraño —dijo el segundo viajero—,
porque en mi sueño, yo vi mi pasado de santidad y mi
futuro de maestro. Mientras miraba el porvenir, encontré
un hombre de gran sabiduría que me decía:
—Tú necesitas comer más que tus dos amigos
porque tendrás que liderar a mucha gente, y para ello
necesitarás fuerza y energía.
Entonces, el tercer viajero, que había estado callado,
dijo:
—En mi sueño yo no vi nada, no visité ningún lugar
ni encontré a ningún sabio. Sin embargo, a determinada
hora de la noche me desperté de repente. Y me comí el
pan.
Los otros dos se enfurecieron:
—¿Y por qué no nos llamaste, antes de tomar una
decisión tan personal?
—¿Cómo iba a hacerlo? ¡Estabais tan lejos,
encontrando maestros y teniendo visiones sagradas!
Ante la expresión atónita de sus dos compañeros, les
explicó:
—Ayer discutíamos sobre la importancia de poner en
práctica aquello que aprendemos en el plano espiritual.
En mi caso, Alá actuó rápido y me hizo despertar con
mucha hambre.
5. EL CERRAJERO Y LA ALFOMBRA
H ABÍA UNA VEZ UN CERRAJERO AL QUE ACUSARON
INJUSTAMENTE DE UNOS DELITOS Y LO CONDENARON
A VIVIR EN UNA PRISIÓN OSCURA Y PROFUNDA. Cuando
llevaba allí algún tiempo, su mujer, que lo amaba
muchísimo, se presentó ante el rey y le suplicó que le
permitiera por lo menos llevarle a su marido una
alfombra para que pudiera cumplir con el salat, la
postración que todo musulmán debe de hacer cinco veces
al día.
El rey consideró justa esa petición y dio permiso a la
mujer para llevarle una alfombra para cumplir
piadosamente con el salat.
El prisionero agradeció la alfombra a su mujer y
cada día hizo fielmente sus postraciones sobre ella.
Pasado un tiempo el hombre escapó de la prisión y
cuando le preguntaban cómo lo había conseguido, él
explicaba que después de años de hacer sus postraciones
y de orar para salir de la prisión, comenzó a ver lo que
tenía justo debajo de sus narices.
Un buen día vio que su mujer había tejido en la
alfombra el dibujo de la cerradura que lo mantenía
prisionero. Cuando se dio cuenta de esto y comprendió
que ya tenía en su poder toda la información que
necesitaba para escapar, comenzó a hacerse amigo de
sus guardias. Los convenció de que todos vivirían mucho
mejor si lo ayudaban y escapaban juntos de la prisión.
Ellos estuvieron de acuerdo, puesto que aunque eran
guardias comprendían que también estaban prisioneros.
También deseaban escapar pero no tenían los medios
para hacerlo.
Así pues, el cerrajero y sus guardias decidieron el
siguiente plan: ellos le llevarían piezas de metal y él
haría cosas útiles con ellas para venderlas en el
mercado. Juntos amasarían recursos para la huida y con
el trozo de metal más fuerte que pudieran adquirir el
cerrajero haría una llave.
Una noche, cuando ya estaba todo preparado, el
cerrajero y sus guardias abrieron la cerradura de la
puerta de la prisión y salieron al frescor de la noche,
donde estaba su amada esposa esperándolo. Dejó en la
prisión la alfombra para hacer el salat, para que
cualquier otro prisionero que fuera lo suficientemente
listo para interpretar el dibujo de la alfombra también
pudiera escapar. Así se reunió con su mujer, sus
exguardias se hicieron sus amigos y todos vivieron en
armonía.
El amor y la pericia prevalecieron sobre la
injusticia.
6. LOS TRES FILTROS
E L JOVEN DISCÍPULO LLEGÓ A CASA DE SU SABIO
MAESTRO, PRESO DE UNA GRAN AGITACIÓN.
—¡Maestro, un amigo estuvo hablando de ti con
malevolencia…!
—¡Espera! —le interrumpió el filósofo—. ¿Hiciste
pasar por los tres filtros lo que vas a contarme?
—¿Los tres filtros? —preguntó el joven sin saber a
lo que se refería su maestro.
—Sí, el primero es la verdad. ¿Estás seguro de que
lo que quieres decirme es absolutamente cierto?
—No. Lo oí comentar a unos vecinos.
—Al menos lo habrás hecho pasar por el segundo
filtro, que es la bondad. Eso que deseas decirme, ¿es
bueno para alguien?
—No, en realidad no. Al contrario…
—¡Ah, vaya! El último filtro es la necesidad. ¿Es
necesario hacerme saber eso que tanto te inquieta?
—A decir verdad, no.
—Entonces —dijo el sabio sonriendo—, si no es
verdad, ni bueno, ni necesario, sepultémoslo en el
olvido.
7. LA NECESIDAD
U N MAESTRO REALMENTE SABIO CAMINABA CON SU
FIEL DISCÍPULO, CUANDO VIO A LO LEJOS UNA CASA
EN EL CAMINO CON UNA APARIENCIA EXTREMADAMENTE
POBRE. El lugar era desolador, sin árboles, pedregoso y
seco. El maestro le dijo a su aprendiz que irían a
descansar un rato allí.
Antes de que hubiesen llegado, el maestro estuvo
explicándole a su joven discípulo la importancia que
tenían las visitas a los lugares para poder conocer
personas de todo tipo y ver las oportunidades de
aprendizaje que ofrecen estas experiencias.
Al llegar a la casa, el aprendiz pudo comprobar la
pobreza que reinaba en aquel lugar. La vieja y vetusta
casa de madera parecía irse abajo en cualquier
momento, y sus habitantes, una pareja y sus tres hijos,
iban descalzos y vestidos con ropas sucias y
deterioradas.
El maestro se acercó al hombre que parecía ser el
padre de familia y le preguntó:
—En este lugar no existen posibilidades de trabajo
ni de comercio, ¿cómo hacen usted y su familia para
sobrevivir aquí?
El hombre calmadamente respondió:
—Amigo mío, nosotros tenemos una vaquita que nos
da varios litros de leche cada día. Una parte del
producto la vendemos o la cambiamos por otros
alimentos en la ciudad vecina y con la otra parte
producimos queso y cuajada para nuestro consumo y así
es como vamos sobreviviendo.
El sabio agradeció la información, y antes de partir
contempló el lugar por un momento. Luego se despidió y
se fue seguido de su discípulo.
Cuando se estaban alejando, se volvió hacia su
discípulo y le ordenó:
—Busca la vaquita, llévala al precipicio que hay allí
enfrente y empújala al barranco.
El joven estaba espantado de lo que le pedía su
maestro, y en principio se negó.
—¿Cómo voy a hacer algo así? Esa vaca es el medio
de subsistencia de toda esa familia.
Pero como el silencio del maestro era absoluto a la
espera de que cumpliera su orden, el joven, abatido, fue
a ejecutarla.
Así que, el discípulo empujó la vaquita por el
precipicio y la vio morir. Aquella escena quedó grabada
en la memoria de aquel joven durante algunos años. Un
buen día, el joven, abrumado por la culpa de lo que se
había visto obligado a hacer en contra de su voluntad,
decidió abandonar a su maestro y todo lo que había
aprendido y regresar a aquel lugar y contarle todo a la
familia, pedirles perdón y ayudarles en todo lo que
pudiera para resarcirles de lo que había hecho.
Así lo hizo, volvió a coger aquel mismo camino y, a
medida que se aproximaba al lugar, veía todo muy
diferente. Había árboles floridos, una hermosa casa y un
bello jardín. El joven se sintió triste y desesperado
imaginando que aquella humilde familia hubiese tenido
que vender el terreno para sobrevivir a la perdida de su
vaca. Aceleró el paso y al llegar fue recibido por un
hombre bien vestido y muy agradable. El joven le
preguntó por la familia que vivía allí hacía unos cuatro
años. El señor respondió que seguían viviendo allí y que
se acordaba de él, que había ido a verles hacía unos
cuantos años con su maestro.
A duras penas el joven reconoció al hombre que les
había recibido lleno de harapos en su casa medio
derruida. Al entrar en la magnífica casa, pudo confirmar
que, efectivamente, era la misma familia que había
visitado hacía algunos años con su maestro. El joven
elogió el lugar y le preguntó, intrigado, al hombre, que
era el dueño de la vaca:
—¿Cómo hizo para mejorar este lugar y cambiar de
vida?
El señor, entusiasmado, le respondió:
—No sé si recordará que nosotros teníamos una
vaquita.
—Sí —respondió el joven, y antes de que le diera
tiempo a contar que fue él quien la precipitó al vacío, el
hombre continuó.
—Pues verá, el pobre animal cayó por el precipicio
y murió. A partir de ese momento nos vimos en la
necesidad de hacer otras cosas y desarrollar otras
habilidades que no sabíamos que teníamos, así
alcanzamos el éxito que sus ojos vislumbran ahora.
8. LA DISTANCIA
U N DÍA MEHER BABA PREGUNTÓ A SUS MANDALIES LO
SIGUIENTE:
—¿Por qué la gente se grita cuando está enojada?
Los hombres pensaron unos momentos.
—Porque perdemos la calma —dijo uno—, por eso
gritamos.
—Pero, ¿por qué gritar cuando la otra persona está a
tu lado? —preguntó Baba—. ¿No es posible hablarle en
voz baja? ¿Por qué gritas a una persona cuando estás
enojado?
Los hombres dieron algunas otras respuestas pero
ninguna de ellas satisfizo a Baba.
Finalmente él explicó:
—Cuando dos personas están enojadas, sus
corazones se alejan mucho. Para cubrir esa distancia
deben gritar, para poder escucharse. Mientras más
enojados estén, más fuerte tendrán que gritar para
escucharse uno a otro a través de esa gran distancia.
Luego Baba preguntó:
—¿Qué sucede cuando dos personas se enamoran?
Ellos no se gritan sino que se hablan suavemente. ¿Por
qué? Pues porque sus corazones están muy cerca. La
distancia entre ellos es muy pequeña.
Baba continuó:
—Cuando se enamoran más aún, ¿qué sucede? No
hablan, sólo susurran y se encuentran aún más cerca en
su amor. Finalmente, no necesitan siquiera susurrar, sólo
se miran y eso es todo. Así es cuan cerca están dos
personas cuando se aman.
Luego Baba dijo:
—Cuando discutan no dejen que sus corazones se
alejen, no digan palabras que los distancien más, pues
llegará un día en que la distancia sea tanta que no podrán
encontrar el camino de regreso.
9. UN HOMBRE, SU CABALLO, SU
PERRO Y EL CIELO
U N HOMBRE, SU CABALLO Y SU PERRO CAMINABAN POR
UNA CALLE. Después de mucho caminar, el hombre
se dio cuenta que los tres habían muerto en un accidente.
Hay veces que lleva un tiempo para que los muertos
se den cuenta de su nueva condición. La caminata era
muy larga, cuesta arriba, el sol era fuerte y los tres
estaban empapados en sudor y con mucha sed.
Precisaban desesperadamente agua. En una curva del
camino, avistaron un magnífico portón, todo de mármol,
que conducía a una plaza calzada con bloques de oro, en
el centro de la cual había una fuente de donde brotaba
agua cristalina. El caminante se dirigió al hombre que
desde una garita cuidaba de la entrada.
—Buenos días —dijo el caminante.
—Buenos días —respondió el hombre.
—¿Qué lugar es éste, tan lindo? —preguntó.
—Esto es el cielo —fue la respuesta.
—Qué bien, hemos llegado al cielo. Tenemos mucha
sed —dijo el caminante.
—Usted puede entrar a beber toda el agua que quiera
—dijo el guardián, indicándole la fuente.
—Mi caballo y mi perro también están con sed.
—Lo lamento mucho —le dijo el guarda—. Aquí no
se permite la entrada de animales.
El hombre se sintió muy decepcionado porque su sed
era grande. Mas él no bebería, dejando a sus amigos con
sed. De esta manera, prosiguió su camino. Después de
mucho caminar cuesta arriba, con la sed y el cansancio
multiplicados, llegaron a un sitio, cuya entrada estaba
marcada por un viejo portón entreabierto. El portón daba
a un camino de tierra, con árboles a ambos lados que lo
mantenían en la sombra. Allí, debajo de uno de los
árboles, un hombre estaba recostado, con la cabeza
cubierta por un sombrero. Parecía dormido.
—Buenos días —dijo el caminante.
—Buenos días —respondió el hombre.
—Tenemos mucha sed, yo, mi caballo y mi perro.
—Hay una fuente en aquellas piedras —dijo el
hombre indicando el lugar—. Pueden beber toda la que
quieran.
El hombre, el caballo y el perro fueron hasta la
fuente y saciaron su sed.
—Muchas gracias —dijo el caminante al salir.
—Vuelvan cuando quieran —respondió el hombre.
—A propósito —dijo el caminante—. ¿Cuál es el
nombre de este lugar?
—Cielo —respondió el hombre.
—¿Cielo? ¡Pero, si el hombre que estaba de guardia
junto al portón de mármol me dijo que allí era el cielo!
—Aquello no es el cielo, aquello es el infierno.
El caminante quedó perplejo.
—Esa información falsa debe causar grandes
confusiones —le contestó el caminante.
—De ninguna manera —respondió el hombre—. En
verdad ellos nos hacen un gran favor. Porque allí quedan
aquellos que son capaces de abandonar a sus mejores
amigos.
10. LOS AMIGOS
C UENTA UNA LINDA LEYENDA ÁRABE QUE DOS AMIGOS
VIAJABAN POR EL DESIERTO Y EN UN DETERMINADO
PUNTO DEL VIAJE DISCUTIERON.
Uno de ellos le dio una bofetada al otro. Éste,
ofendido, sin nada que decir, escribió en la arena:
—Hoy, mi mejor amigo me ha pegado una bofetada.
Siguieron adelante y llegaron a un oasis donde
resolvieron bañarse. El que había sido abofeteado y
lastimado comenzó a ahogarse, y su amigo sin pensárselo
se tiró al agua y lo salvó de morir ahogado. Al
recuperarse tomó un estilete y escribió en una piedra:
—Hoy, mi mejor amigo me salvó la vida.
Intrigado, el amigo le preguntó:
—¿Por qué después de que te lastimé, escribiste en
la arena y ahora escribes en una piedra?
Sonriendo, el amigo respondió:
—Cuando un gran amigo nos ofende, deberemos
escribir en la arena, donde el viento del olvido y el
perdón se encargarán de borrarlo y apagarlo; por otro
lado, cuando nos pase algo grandioso, deberemos
grabarlo en la piedra de la memoria del corazón donde
viento ninguno en todo el mundo podrá borrarlo.
11. EL ORIGEN DE UNA TRADICIÓN
H ABÍA UNA VEZ UN PUEBLO QUE TENÍA TAN SÓLO DOS
CALLES PARALELAS.
Un derviche cruzó de una calle a la otra, y al llegar a
la segunda, la gente que allí se encontraba notó que de
sus ojos brotaban lágrimas.
—¡Alguien ha muerto en la otra calle! —gritó uno de
los vecinos.
Al oírle todos los niños de la vecindad se hicieron
eco del grito. Lo que realmente había ocurrido era que el
derviche había estado pelando cebollas.
Al poco tiempo el grito había llegado a la primera
calle; y los adultos de ambas calles se preocuparon y
asustaron tanto que no se atrevieron a hacer una
investigación a fondo de las causas del revuelo.
Un hombre sabio trató de razonar con la gente de
ambas calles, preguntándoles por qué no se interrogaban
mutuamente. Demasiado confundidos para comprender el
significado de sus palabras, algunos dijeron:
—¡Tenemos entendido que en la otra calle existe una
plaga mortal!
También este rumor se propagó como un incendio
incontrolable, hasta que la población de cada calle
pensó que la otra estaba condenada a morir.
Cuando se logró restablecer cierto orden, éste sólo
fue suficiente para que ambas comunidades decidieran
emigrar para salvarse. Fue así como, por distintos lados
del pueblo, ambas calles evacuaron por completo a su
gente.
Aun hoy, siglos después, el pueblo sigue
abandonado, y no muy lejos de allí están las dos nuevas
aldeas que alzaron los vecinos de una y otra calle. Cada
una tiene su propia tradición acerca del modo en que se
construyó su pueblo. Ambos habían huido, en afortunado
éxodo, en tiempos remotos, de una ciudad condenada por
un mal sin nombre.
12. EL DEFECTO
É RASE UNA VEZ UN CIENTÍFICO QUE DESCUBRIÓ EL ARTE
DE REPRODUCIRSE A SÍ MISMO TAN PERFECTAMENTE
QUE RESULTABA IMPOSIBLE DISTINGUIR EL ORIGINAL DE LA
REPRODUCCIÓN.
Un día se enteró de que andaba buscándole el Ángel
de la Muerte. El hombre, para evitar que pudiese
encontrarle, hizo doce copias de sí mismo.
El ángel no sabía cómo averiguar cuál de los trece
ejemplares que tenía ante sí era el científico, de modo
que los dejó a todos en paz y regresó al cielo.
Pero no por mucho tiempo, porque, como era un
experto en la naturaleza humana, se le ocurrió una
ingeniosa estratagema.
Regresó de nuevo a ver al científico y le dijo:
—Debe de ser usted un genio, señor, para haber
logrado tan perfectas reproducciones de sí mismo, sin
embargo, he descubierto que su obra tiene un defecto, un
único y minúsculo defecto.
El científico pegó un brinco y gritó:
—¡Imposible! ¿Dónde está el defecto?
—Justamente aquí —respondió el ángel mientras
tomaba al científico de entre sus reproducciones y se lo
llevaba consigo.
Todo lo que hace falta para descubrir al «ego» es
una palabra de adulación o de crítica.
13. LA MECHA
U NA NOCHE, UN HOMBRE, MIENTRAS DORMÍA, OYÓ QUE
ALGUIEN ANDABA POR SU CASA. Se levantó y, como
estaba a oscuras, intentó sacar chispas del pedernal para
encender su mechero. Pero el ladrón causante del ruido,
se puso delante de él sin que le viese y, cada vez que una
chispa tocaba la mecha, la apagaba discretamente con el
dedo. Y el hombre, creyendo que la mecha estaba
mojada, no logró ver al ladrón.
También en tu corazón hay alguien que apaga el
fuego, pero tú no lo ves.
14. LAS ESTRELLAS DE MAR
H ABÍA UNA VEZ UN ESCRITOR QUE VIVÍA A ORILLAS DEL
MAR; UNA ENORME PLAYA VIRGEN CON UNA HERMOSA
CASITA DONDE PASABA TEMPORADAS ESCRIBIENDO Y
BUSCANDO INSPIRACIÓN PARA SUS LIBROS. Era un hombre
inteligente y culto y con sensibilidad acerca de las cosas
importantes de la vida. Una mañana, mientras paseaba a
orillas del mar, vio a lo lejos una figura que se movía de
manera extraña como si estuviera bailando. Al acercarse
vio que era un muchacho que se dedicaba a coger
estrellas de mar de la orilla y lanzarlas otra vez al mar.
El hombre le preguntó al joven qué estaba haciendo. Éste
le contestó:
—Recojo las estrellas de mar que han quedado
varadas y las devuelvo al mar; la marea ha bajado
demasiado y muchas morirán.
Entonces, el escritor le dijo:
—Pero esto que haces no tiene sentido, primero es su
destino, morirán y serán alimento para otros animales y
además hay miles de estrellas en esta playa, nunca
tendrás tiempo de salvarlas a todas.
El joven miró fijamente al escritor, cogió una estrella
de mar de la arena, la lanzó con fuerza por encima de las
olas y exclamó:
—Para ésta sí tiene sentido.
El escritor se marchó un tanto desconcertado, no
podía explicarse una conducta así. Esa tarde no tuvo
inspiración para escribir y en la noche no durmió bien,
soñaba con el joven y las estrellas de mar por encima de
las olas. A la mañana siguiente corrió a la playa, buscó
al joven y le ayudó a salvar estrellas.
15. EL DEVOTO Y LA PROSTITUTA
H ABÍA UNA VEZ UN HOMBRE DEVOTO QUE DEDICABA
SU TIEMPO A LA ORACIÓN Y A LA MEDITACIÓN, SU
OBJETIVO ERAN LAS COSAS DEL ALMA Y LA BÚSQUEDA DE LA
VERDAD. Sucedió que se mudó a vivir justo enfrente de
su casa una prostituta que constantemente recibía todo
tipo de hombres.
El hombre devoto se sentía enojado e indignado y le
decía a Dios cómo podía mandarle algo así, pues esto
era motivo para perder su concentración y desviarse de
sus plegarias: «Una mujer así no merecía ningún tipo de
favores», pensaba indignado.
Pasó el tiempo y el hombre devoto cada vez sentía
más desagrado hacia aquella mujer. Por el contrario, la
prostituta se sentía muy honrada y afortunada de que
frente a su casa viviera un hombre de condición
espiritual. De modo que siempre le agradecía a Dios esa
oportunidad de estar cerca de personas de dignidad, ya
que ella se veía obligada por las circunstancias a llevar
ese tipo de vida.
Entonces ocurrió que los dos murieron a la vez, pues
se produjo un enorme desastre natural y así los dos se
vieron frente a la corte celestial. Allí se les dijo:
—Cada cual somos lo que cosechamos.
Así, el hombre devoto fue condenado por no haber
vivido su vida con satisfacción y agradecimiento y
además haber tenido sentimientos negativos hacia otros,
y la prostituta fue salvada, pues ella había vivido su vida
con gratitud, aceptación y pensamientos amables hacia
los demás.
16. EL ZORRO INVÁLIDO
U NA VEZ UN HOMBRE VIO A UN ZORRO INVÁLIDO Y SE
PREGUNTÓ CÓMO HARÍA EL ANIMAL PARA ESTAR TAN
BIEN ALIMENTADO. Decidió pues, seguirlo y descubrió
que se había instalado en un lugar donde solía ir un gran
león a devorar a sus presas. Cuando el león terminaba de
comer, se alejaba y entonces el zorro iba y se alimentaba
a placer.
El hombre se dijo:
—Yo también quiero que el destino me ofrezca el
alimento de igual manera.
Y se marchó a un pueblo y se sentó en una calle
cualquiera a esperar. Pasó el tiempo y no sucedió nada,
excepto que cada vez estaba más hambriento y débil.
Entonces, cuando estaba ya muy extenuado, escuchó una
voz interior que le dijo:
—¿Por qué quieres ser como un zorro que busca la
manera de beneficiarse de otros?, ¿por qué no ser como
un león para que otros se beneficien de ti?
17. EL REFLEJO DE LA VIDA
H ABÍA UNA VEZ UN ANCIANO QUE PASABA LOS DÍAS
SENTADO JUNTO A UN POZO A LA ENTRADA DE UN
PUEBLO. Un día pasó un joven, se acercó y le preguntó lo
siguiente:
—Nunca he venido por estos lugares, ¿cómo es la
gente de esta ciudad?
El anciano le respondió con otra pregunta:
—¿Cómo eran los habitantes de la ciudad de donde
vienes?
—Egoístas y malvados, por eso estoy contento de
haber salido de allá.
—Así son los habitantes de esta ciudad —le
respondió el anciano.
Un poco después, pasó otro joven, se acercó al
anciano y le hizo la misma pregunta:
—He viajado desde muy lejos hasta este lugar,
¿cómo son los habitantes de esta ciudad?
El anciano le respondió de nuevo con la misma
pregunta:
—¿Cómo son los habitantes de la ciudad de donde
vienes?
—Eran buenos y generosos, hospitalarios, honestos y
trabajadores. Tenía tantos amigos que me ha costado
mucho separarme de ellos.
—También los habitantes de esta ciudad son así —
respondió el anciano.
Un hombre que había llevado sus animales a beber
agua al pozo y que había escuchado las dos
conversaciones, en cuanto el joven se alejó, le dijo al
anciano:
—¿Cómo puedes dar dos respuestas completamente
diferentes a la misma pregunta realizadas por dos
personas?
—Mira —respondió el anciano—, cada persona
lleva el universo en su corazón. Quien no ha encontrado
nada bueno en su pasado, tampoco lo encontrará aquí. En
cambio, aquel que tenía amigos en su ciudad, también
aquí encontrará amigos fieles y leales. Porque las
personas son lo que encuentran en sí mismas, encuentran
siempre lo que esperan encontrar.
18. CÓMO LO DICES
U NA SABIA Y CONOCIDA ANÉCDOTA ÁRABE DICE QUE
EN UNA OCASIÓN UN SULTÁN SOÑÓ QUE HABÍA
PERDIDO TODOS LOS DIENTES. Después de despertar,
mandó a llamar a un adivino para que interpretase su
sueño.
—¡Qué desgracia, mi señor! —exclamó el
adivino—, cada diente caído representa la pérdida de un
pariente de Vuestra Majestad.
—¡Qué insolencia! —gritó el sultán enfurecido—,
¿cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de
aquí!
Llamó a su guardia y ordenó que le dieran cien
latigazos. Más tarde ordenó que le trajesen a otro
adivino y le contó lo que había soñado. Éste, después de
escuchar al sultán con atención, le dijo:
—¡Excelso Señor! Gran felicidad os ha sido
reservada. El sueño significa que sobreviviréis a todos
vuestros parientes.
Iluminóse el semblante del sultán con una gran
sonrisa y ordenó le dieran cien monedas de oro. Cuando
éste salía del palacio, uno de los cortesanos le dijo
admirado:
—¡No es posible! La interpretación que habéis hecho
de los sueños es la misma que el primer adivino. No
entiendo por qué al primero le pagó con cien latigazos y
a ti con cien monedas de oro.
—Recuerda bien, amigo mío —respondió el segundo
adivino—, que todo depende de la forma en el decir, uno
de los grandes desafíos de la humanidad es aprender el
arte de comunicarse. De la comunicación depende,
muchas veces, la felicidad o la desgracia, la paz o la
guerra. Que la verdad debe ser dicha en cualquier
situación, de esto no cabe duda, mas la forma con que
debe de ser comunicada es lo que provoca en algunos
casos, grandes problemas. La verdad puede compararse
con una piedra preciosa. Si la lanzamos contra el rostro
de alguien, puede herir, pero si la envolvemos en un
delicado embalaje y la ofrecemos con ternura,
ciertamente será aceptada con agrado.
19. LOS DOS LOROS
U
MISMA
N HOMBRE, AL PASAR POR DELANTE DE UNA TIENDA,
VIO QUE VENDÍAN DOS LOROS, ENCERRADOS EN LA
JAULA. Uno era muy bonito y cantaba
maravillosamente, mientras que el otro estaba en un
estado lastimoso y permanecía mudo. El primero valía
cincuenta monedas y el segundo tres mil.
El hombre, asombrado por la diferencia de precio, le
dijo al comerciante:
—¡Déme el loro de cincuenta monedas!
—Imposible, no puedo vender los dos pájaros por
separado —dijo el vendedor.
—¿Pero, por qué?
—Se morirían de pena si los separase.
—Bien —dijo el comprador—, pero ¿cómo explica
usted una diferencia de precio semejante? Pues el más
feo cuesta infinitamente más que el más bonito y,
además, no canta.
—¡No se equivoque usted, señor, el loro que
encuentra usted feo es el compositor!
20. HISTORIA DE AQUÉL QUE CAVÓ
SU FOSA
H
NOCHE,
ACE MUCHO TIEMPO HUBO UN REY QUE DETESTABA
QUE SUS SÚBDITOS ENCENDIERAN LUCES POR LA
por lo que dijo:
—Dios nos ha dado las estrellas y la luna y en la
noche hace desaparecer el sol para que podamos dormir.
Y, ¿durmiendo, quién necesita luz? Por lo tanto esta
misma noche no habrá ninguna luz prendida por el
hombre en toda mi ciudad. Y si alguien enciende una,
morirá.
Esa misma noche, cuando oscureció, el rey miró
hacia fuera desde una de las ventanas de su palacio y vio
que toda la ciudad estaba a oscuras. Llamó a su visir y le
ordenó que trajera unos disfraces diciendo:
—Saldremos a la ciudad y miraremos si alguien ha
sido capaz de desobedecer nuestra orden.
Caminaron por todos los lugares y no vieron ninguna
luz, pero cuando llegaron a la periferia de la ciudad
vieron un débil brillo de luz y se dirigieron hacia él.
Descubrieron que provenía de un café y que la luz no era
más que una mecha sobre un plato de aceite. El rey y su
visir entraron, se sentaron y pidieron café. Un joven, que
era la única persona que había en el lugar, se lo llevó
hasta la mesa en donde se habían sentado.
El rey tomó su café, bebió un vaso de agua y le
preguntó al joven:
—¿Te gusta el rey de este país?
El joven respondió:
—Para algunos será suficientemente bueno, pero
para nosotros no lo es, y no me gusta.
Entonces el monarca dijo:
—Pienso que el rey es bueno y es el mejor de los
gobernantes. Y desde su sabiduría ha prohibido la luz.
¿Cómo es que tienes una luz en tu negocio?
El joven respondió:
—¿Viene alguien a tomar café en la oscuridad?
¿Usted habría encontrado este lugar y estaría aquí ahora
tomando café si no hubiera visto la luz? En este lugar nos
ganamos la vida mi madre y yo y comeremos con lo que
hemos ganado con su café. El rey no piensa en nosotros y
no le importamos. Él sólo se sienta en su palacio y hace
leyes tontas aconsejado por un malvado visir, cuyo único
interés es hacer dinero con la expansión del reino.
El visir llevó la mano a su daga, pero el rey le hizo
señas para que no hiciera nada. El muchacho prosiguió:
—Pero no le digan al rey que tengo luz aquí y no le
cuenten mis palabras. Recuerden que aquél que cava una
fosa para su hermano cae él mismo en ella.
Entonces el rey dijo:
—¿Qué es lo que has dicho?
El joven respondió:
—Dije, que aquél que cava una fosa para su
hermano, cae él mismo en ella.
El rey quedó muy complacido con las palabras del
muchacho, y le dijo:
—¿Sabes que yo soy el mismo rey y él es el visir? Te
perdono por la luz, dado que la necesitas para tu café. Y
te perdono tus palabras, dado que has dicho lo que
estaba en tu corazón. Y como los reyes estamos
necesitados de consejos sabios, vendrás todos los días a
verme a mi corte y me dirás este mismo sabio consejo y
yo te premiaré dándote oro.
El joven quedó muy complacido con las palabras del
rey, pero el visir no, porque pensó que este joven
volvería contra él el favor del rey. Todos los días el
joven iba al palacio y decía esas palabras al rey y el rey
lo premiaba con oro. Al rey le gustaba el joven y le
concedió un manto honorífico, tierras y riquezas.
Pero un día, el visir se presentó delante del rey y le
dijo:
—¡Oh!, mi maestro, hay algo de lo que no me
gustaría hablar.
—¿Qué es? —preguntó el rey.
El visir contestó:
—El joven que viene a verte todos los días me habló
diciendo: dile al rey que un olor feo sale de su boca,
tiene un aliento horrible. Dile, por favor, que vuelva su
cabeza cuando me hable para que no me enferme con
semejante olor.
El rey se puso negro de furia y dijo:
—¡Qué vuelva la cabeza! Yo soy el rey y prefiero
cortar cabezas. ¡Envíamelo!
Entonces el visir fue a buscar al joven y le dijo:
—El rey reclama tu presencia. Y me pidió que te
dijera que un olor muy feo sale de tu boca. Por lo que es
mejor que te cubras el rostro con tu manto cuando entres
y vuelvas tu cabeza cuando hables.
Y el joven fue al rey y lo saludó. Se cubrió el rostro
con su manto y desvió hacia un lado su rostro. Esto hizo
que el rey se encolerizara y decidió cortarle la cabeza,
cuando vio que el joven se volvía hacia un lado.
El rey le dijo al joven:
—Tengo la intención de hacerte el más feliz de todos
mis súbditos.
Entonces cogió papel y pluma y escribió una carta al
capitán de la guardia del tesoro, la selló para que no
pudiera ser abierta y se la entregó al joven diciéndole:
—Esto es una orden para que el capitán de la guardia
del tesoro pague al portador la suma de cien mil dinares
de oro. Ve y toma tu oro.
El visir se fue detrás del joven y, habiendo oído las
palabras del rey, sin saber cual era su plan, pensó:
—Mi plan ha fallado dado que el rey debe amar a
este joven y no se ha enfurecido por su insulto. Ahora
este joven será el más rico del país.
Y empezó a pensar en la peor villanía posible. Él no
sabía que el rey había escrito: «Corte la cabeza al
portador de esta carta». Por lo que el visir fue detrás del
joven y le dijo:
—Felicidades por tu buena suerte y te propongo
ahora que eres rico me permitas ser tu sirviente. Seguro
que los tesoros te engañarán, porque ¿sabes acaso contar
semejante suma de oro? Por lo que dame tu carta y yo
cobraré el dinero y te lo llevaré a tu casa con mis
propios sirvientes.
El joven que era confiado le dio la carta y se fue a su
casa a esperar al visir. El visir fue a ver al capitán del
tesoro y le dio la carta, éste la abrió y la leyó. Al
momento mandó a sus soldados que lo detuvieran y, a
pesar de sus gritos, le cortaron la cabeza con una espada.
El rey que esperaba a su visir, al ver que no llegaba,
mandó buscarle y así supo lo que había pasado. Quedó
estupefacto por la noticia sin comprender qué había
sucedido, de modo que mandó llamar al joven para que
se lo explicara. El joven le contó todo lo concerniente al
visir y agregó:
—Vuestro aliento es dulce, pero el visir me dijo que
mi aliento era pestilente.
El rey complacido premió al joven y le convirtió en
su visir de confianza en lugar de aquel que había cavado
su fosa.
21. EL LORO QUE QUERÍA SER LIBRE
E STA ES LA
CONTRADICTORIO.
HISTORIA DE UN LORO
Desde hacía muchos años, el
MUY

loro vivía enjaulado, y su propietario era un anciano al


que el animal hacía compañía.
Cierto día, el anciano invitó a un amigo a su casa a
deleitar un sabroso té de Cachemira. Los dos hombres
pasaron al salón donde, cerca de la ventana y en su jaula,
estaba el loro. Se encontraban los dos hombres tomando
té, cuando el loro comenzó a gritar insistente y
vehementemente:
—¡Libertad, libertad, libertad!
No cesaba de pedir libertad. Durante todo el tiempo
en que estuvo el invitado en la casa, el animal no dejó de
reclamar libertad. Hasta tal punto era desgarradora su
solicitud, que el invitado se sintió muy apenado y ni
siquiera pudo terminar de saborear su taza. Estaba
saliendo por la puerta y el loro seguía gritando:
—¡Libertad, libertad, libertad!
Pasaron dos días. El invitado no podía dejar de
pensar con compasión en el loro. Tanto le atribulaba el
estado del animalillo que decidió que era necesario
ponerlo en libertad y tramó un plan.
Se enteró cuándo el anciano dejaba su casa para ir a
comprar, y decidió aprovechar su ausencia para liberar
al pobre loro.
Un día después, el hombre se apostó cerca de la casa
del anciano y, en cuanto lo vio salir, corrió hacia su
casa, abrió la puerta con una ganzúa y entró en el salón,
donde el loro continuaba gritando:
—¡Libertad, libertad, libertad!
Al invitado se le partía el corazón. ¿Quién no
hubiera sentido piedad por el animalito? Presto, se
acercó a la jaula y abrió la puertecilla de la misma.
Entonces el loro, aterrado, se lanzó al lado opuesto de la
jaula y se aferró con su pico y uñas a los barrotes de la
jaula, negándose a abandonarla, mientras seguía
gritando:
—¡Libertad, libertad, libertad!
22. EL ERMITAÑO Y EL REY
U N VIEJO ERMITAÑO FUE INVITADO CIERTA VEZ A
VISITAR LA CORTE DEL REY MÁS PODEROSO DE
AQUELLA ÉPOCA.
—Envidio a un hombre santo como tú, que se
contenta con tan poco —comentó el soberano.
—Yo envidio a Vuestra Majestad, que se contenta
con menos que yo —respondió el ermitaño.
—¿Cómo puedes decirme esto, cuando todo el país
me pertenece? —dijo el rey, ofendido.
—Justamente por eso. Yo tengo la música de las
esferas celestes, tengo los ríos y las montañas del mundo
entero, tengo la luna y el sol, porque tengo a Dios en mi
alma. Vuestra Majestad, sin embargo, sólo posee este
reino.
23. ¿A QUIÉN LE IMPORTA?
T ODOS LOS MESES, EL DISCÍPULO CONTABA POR ESCRITO
A SU MAESTRO SUS PROGRESOS ESPIRITUALES.
primer mes escribió:
El

—Siento una expansión de la conciencia y


experimento mi unión con el universo.
El maestro leyó la nota y la arrojó al cesto de los
papeles. Al mes siguiente escribió esto otro:
—Al fin he descubierto que la divinidad está
presente en todas las cosas.
El maestro parecía estar tremendamente
decepcionado. En su tercera carta, el discípulo
explicaba entusiasmado:
—El misterio del Uno y lo múltiple le ha sido
revelado a mi asombrada mirada.
El maestro bostezó. La siguiente carta decía:
—Nadie nace, nadie vive y nadie muere, porque el
yo no existe.
El maestro, desesperado, alzó sus manos al cielo.
Luego pasó un mes, dos meses, cinco meses, un año… El
maestro pensó que había llegado el momento de recordar
a su discípulo su obligación de mantenerle informado de
sus progresos espirituales. Y el discípulo respondió a
vuelta de correo:
—¿Y a quién le importa?
Cuando el maestro leyó estas palabras, se iluminó su
rostro de satisfacción y dijo:
—¡Gracias a Dios, al fin lo ha logrado!
24. EL CUENTO DE LAS ARENAS
U N RÍO, DESDE SUS ORÍGENES EN LEJANAS MONTAÑAS,
DESPUÉS DE ATRAVESAR TODA CLASE DE CAMPIÑAS,
AL FIN ALCANZÓ LAS ARENAS DEL DESIERTO. Del mismo
modo que había sorteado todos los otros obstáculos, el
río trató de atravesar este último, pero se dio cuenta de
que sus aguas desaparecían en las arenas tan pronto
llegaba a éstas.
Estaba convencido, no obstante, de que su destino
era cruzar ese desierto y sin embargo, no había manera.
Entonces una recóndita voz, que venía desde el mismo
desierto le susurró:
—El viento cruza el desierto y del mismo modo
puede hacerlo el río.
El río objetó que se estaba estrellando contra las
arenas y solamente conseguía ser absorbido, que el
viento podía volar y ésa era la razón por la cual podía
cruzar el desierto.
—Arrojándote con violencia como lo vienes
haciendo no lograrás cruzarlo. Desaparecerás o te
convertirás en un pantano. Debes permitir que el viento
te lleve hacia tu destino.
—¿Pero cómo esto podrá suceder?
—Deja que el viento te absorba.
Esta idea no era aceptable para el río. Después de
todo él nunca había sido absorbido antes. No quería
perder su individualidad.
—¿Y, una vez perdida mi individualidad, cómo
puede uno saber si podrá recuperarla alguna vez? —
preguntó el río.
—El viento —dijeron las arenas— cumple esa
función. Eleva el agua, la transporta sobre el desierto y
luego la deja caer. Cayendo como lluvia, el agua
nuevamente se vuelve río.
—¿Cómo puedo saber que esto es verdad?
—Así es, y si tú no lo crees, no te volverás más que
un pantano y aún eso tomaría muchos, pero muchos años;
y un pantano, ciertamente no es la misma cosa que un río.
—¿Pero no puedo seguir siendo el mismo río que
ahora soy?
—Tú no puedes en ningún caso permanecer así —
continuó la voz—. Tu parte esencial es transportada por
el viento y forma un río nuevamente. Eres llamado así,
aún hoy, porque no sabes qué parte tuya es la esencial.
Cuando oyó esto, ciertos ecos comenzaron a resonar
en los pensamientos del río. Vagamente, recordó un
estado en el cual él, o una parte de él ¿cuál sería?, había
sido transportado en los brazos del viento. También
recordó —¿o le pareció?— que eso era lo que realmente
debía hacer, aún cuando no fuera lo más obvio. Y el río
elevó sus vapores en los acogedores brazos del viento,
que gentil y fácilmente lo llevó hacia arriba y a lo lejos,
dejándolo caer suavemente tan pronto hubieron
alcanzado la cima de una montaña, muchas pero muchas
millas más lejos. Y porque había tenido sus dudas, el río
pudo recordar y registrar más firmemente en su mente,
los detalles de la experiencia. Reflexionó: «Sí, ahora
conozco mi verdadera identidad». El río estaba
aprendiendo pero las arenas susurraron:
—Nosotras conocemos, porque vemos suceder esto
día tras día, y porque nosotras, las arenas, nos
extendemos por todo el camino que va desde las orillas
del río hasta la montaña.
Y es por eso que se dice que el camino en el cual el
río de la vida ha de continuar su travesía está escrito
en las arenas.
25. LA RECOMPENSA DEL DESIERTO
H ACE MUCHO TIEMPO HABÍA UN JOVEN COMERCIANTE
LLAMADO KIRZAI. Un día, por causa de los
negocios, tuvo que viajar al pueblo de Tchigan, situado a
doscientos kilómetros de distancia. Normalmente, el
joven habría ido por la ruta que seguía el borde de las
montañas, lo que le habría permitido hacer la mayor
parte del viaje protegido del sol.
Pero en esta ocasión, Kirzai tenía prisa por llegar a
su destino. Era urgente que llegara a Tchigan lo antes
posible, de modo que decidió tomar el camino más
directo que iba a través del desierto de Sry Darya. El
desierto de Sry Darya es conocido por el sofocante calor
y la intensidad con que el sol castiga a los pocos que se
atreven a correr el riesgo de cruzarlo. No obstante,
Kirzai dio de beber a su camello, llenó sus alforjas y
emprendió el viaje.
Varias horas después de partir empezó a levantarse
el viento del desierto. Kirzai refunfuñó para sus adentros
y avivó el paso del camello. De pronto, se detuvo,
estupefacto. A unos cien metros delante de él se levantó
un gigantesco remolino de viento. Kirzai nunca había
visto nada semejante. El remolino giraba alrededor de
una extraña luz purpúrea y hasta el color de la arena
había cambiado. Kirzai titubeó. ¿Debía dar un largo
rodeo a fin de evitar esa extraña aparición o debía seguir
adelante? Kirzai tenía mucha prisa, no disponía de
tiempo para ir por el camino más largo, de modo que
agachó la cabeza, encorvó los hombros y avanzó.
Para su sorpresa, en el momento en que penetró en la
tormenta todo se calmó. El viento no azotaba ya con tanta
fuerza contra su cara. Se sintió contento de haber tomado
la decisión correcta. Pero, de pronto, se vio obligado a
detenerse otra vez. Un poco más adelante, un hombre
estaba caído en la arena junto a su camello que estaba
acuclillado. Kirzai desmontó de inmediato para ver qué
pasaba. A pesar de que la cabeza del hombre estaba
envuelta en una chalina, Kirzai vio que era viejo. Al
acercarse, el hombre abrió los ojos y miró con atención
a Kirzai durante un instante y después habló con un
susurro ronco.
—¿Eres… tú?
Kirzai rió y sacudió la cabeza.
—¿Qué? ¡No me digas que sabes quién soy! ¿Mi
fama se ha extendido hasta el desierto de Sry Darya?
Pero tú, anciano, ¿quién eres?
El hombre no dijo nada.
—De todos modos —continuó Kirzai—, tú no estás
bien. ¿Adónde vas?
—A Givah —suspiró el viejo—, pero se me ha
acabado el agua.
Kirzai reflexionó. Sin duda podía compartir un poco
de su agua con el anciano, pero si lo hacía se arriesgaba
a quedarse sin agua él mismo. Sin embargo, no podía
dejarlo así. No se puede dejar morir a un hombre sin
echar una mirada atrás.
«Al diablo con mis planes —pensó Kirzai— sólo
necesito encontrar mi camino hasta el sendero que corre
a lo largo de las montañas, en caso de necesitar más
agua. ¡Una vida humana vale mucho más que un
compromiso de negocios!».
Ayudó al viejo a tomar un poco de agua, llenó una de
sus cantimploras y después lo ayudó a montar su
camello.
—Sigue derecho por ese camino —le recomendó
mientras apuntaba con el dedo— y en dos horas estarás
en Givah.
El anciano hizo una señal de agradecimiento con las
manos y antes de irse miró intensamente a Kirzai y
pronunció estas extrañas palabras:
—Algún día el desierto te recompensará.
Entonces espoleó a su camello en la dirección que
Kirzai le había indicado. El joven continuó su viaje. La
oportunidad que le esperaba en Tchigan sin duda estaba
perdida, pero se sentía en paz consigo mismo.
Pasó el tiempo. Treinta años después, los negocios
hicieron que Kirzai tuviera que ir a menudo de Givah y
Tchigan. No se había hecho rico, pero lo que ganaba era
suficiente para proporcionar una buena vida a su familia.
Kirzai estaba satisfecho con eso y no pedía nada más.
Un día, mientras vendía cueros en la plaza del
mercado de Tchigan, se enteró de que su hijo estaba
gravemente enfermo. Era urgente que fuera a verlo de
inmediato. Kirzai no vaciló. Recordó el atajo a través
del desierto que había tomado treinta años atrás. Dio
agua a su camello, llenó sus cantimploras y partió.
A lo largo del camino libró una batalla contra el
tiempo, azuzando sin cesar a su camello. No se detuvo ni
disminuyó la marcha mientras bebía agua, y por esa
razón ocurrió el accidente. La cantimplora se le cayó de
las manos y antes que pudiera bajarse para recuperarla,
el agua se vertió y desapareció en la arena. Kirzai
profirió una maldición. Con una sola cantimplora llena
era imposible cruzar el desierto. Pero al pensar en su
hijo, el viejo se obligó a seguir adelante.
«¡Tengo que hacerlo! ¡Lo haré!», se decía.
El sol del desierto de Sry Darya es despiadado. Le
importa poco por qué o para qué fines un hombre trata de
desafiar sus rayos, y arde inexorablemente siempre con
la misma fuerza e intensidad. Kirzai pronto comprendió
que había cometido un gran error. Se le resecó la lengua
y la piel le quemaba. La única cantimplora que tenía
pronto se acabó. Y ahora, para su desazón, vio que
empezaba una tormenta de arena. Kirzai se envolvió la
cabeza con su chalina, cerró los ojos y dejó que el
camello lo llevara adelante a donde fuera. Ya no era
consciente de nada. Un gigantesco remolino de viento se
levantó frente a él. Despedía una suave luz purpúrea,
pero Kirzai seguía medio desvanecido y no vio nada. Su
camello entró en el remolino de viento, avanzó unos
pocos pasos y entonces, de forma abrupta, se sentó y
quedó acuclillado. Kirzai cayó al suelo.
«Estoy terminado», pensó. «¡Mi hijo nunca volverá a
verme!».
De repente, sin embargo, dio un grito de alegría. Un
hombre montado en un camello avanzaba hacia él. Pero
cuanto más se acercaba el hombre, tanto más la alegría
de Kirzai se convertía en estupefacción. Este hombre que
ahora desmontaba de su camello… ¡Kirzai lo conocía!
Reconoció su propio rostro juvenil, sus ropas… ¡y hasta
el camello que montaba! Un camello que él mismo había
comprado por dos valiosos jarrones muchos años antes.
Kirzai estaba seguro: ¡El joven que venía a ayudarlo
era él mismo! ¡Era el mismo Kirzai tal como era treinta
años antes!
—¿Eres… tú? —balbuceó Kirzai con un susurro
ronco. El joven lo miro y rió.
—¿Qué? ¡No me digas que sabes quién soy! ¿Mi
fama se ha extendido hasta el desierto de Sry Darya?
Pero tú, anciano, ¿quién eres?
Kirzai no contestó. No sabía qué hacer. ¿Debía
decirle al joven quien era, o era mejor no decir nada?
Mientras tanto el joven continuó:
—De todos modos, tú no estas bien. ¿Adónde vas?
—A Givah —suspiró el viejo—, pero se me ha
acabado el agua.
Kirzai vio que el joven reflexionaba en silencio
acerca de la situación y supo con exactitud lo que pasaba
por su mente: ¿Debía ayudar a Kirzai o continuar para
atender sus propios asuntos? Pero Kirzai también supo
cual sería la decisión y sonrió al observar que el joven
le ofrecía un trago de agua. Después, el joven le llenó la
cantimplora vacía, le ayudó a montar su camello y
apuntó con el dedo.
—Sigue derecho por ese camino y en dos horas
estarás en Givah.
El viejo Kirzai miró un largo rato al joven que
alguna vez había sido él mismo y le hizo una señal de
agradecimiento. Hubiera deseado hablar con él de
muchas cosas, pero sólo logró encontrar estas palabras:
—Algún día el desierto te recompensará.
Y entonces partió de prisa hacia Givah, donde le
esperaba su hijo. Kirzai llegó a ser un hombre sabio,
respetado por todos. Y cuando contaba este extraño
cuento, todos los que lo escuchaban le creían. Desde
aquellos tiempos, el desierto de Sry Darya ha sido
conocido con el nombre de «Samavstrecha», que quiere
decir: «El desierto donde uno se encuentra a sí
mismo».
26. LA HISTORIA DE MUSHKIL
GUSHA
H ABÍA UNA VEZ, A MENOS DE MIL MILLAS DE AQUÍ, UN
POBRE LEÑADOR VIUDO QUE VIVÍA CON SU HIJA
PEQUEÑA. Todos los días iba a la montaña a cortar leña
para hacer fuego, que traía a casa y ataba en hatos.
Después de tomar el desayuno, caminaba hasta el
pueblo más cercano, donde vendía la leña y descansaba
un rato antes de regresar. Un día, al volver ya tarde a
casa, la niña le dijo:
—Padre, a veces desearía tener mejor comida, más
cantidad y diferentes clases de cosas para comer.
—Muy bien hija mía —dijo el viejo—, mañana me
levantaré más temprano que de costumbre, me adentraré
en la montaña donde hay más leña y traeré una cantidad
mucho mayor que la habitual. Llegaré a casa más
temprano y así podré atar la leña antes para luego ir al
pueblo a venderla; conseguiré de esta forma más dinero
y te traeré toda clase de cosas ricas para comer.
A la mañana siguiente el leñador se levantó antes del
alba y se fue a las montañas. Trabajó duramente cortando
leña, e hizo un enorme haz que acarreó sobre su espalda
hasta la casa.
Cuando llegó, todavía era muy temprano. Puso la
carga en el suelo y golpeó la puerta diciendo:
—¡Hija, hija!, abre la puerta que tengo hambre y sed,
y necesito tomar algún alimento antes de ir al mercado.
Pero la puerta permaneció cerrada. El leñador estaba
tan cansado que se acostó en el suelo y pronto se quedó
dormido al lado del hato de leña.
La niña, que había olvidado la conversación de la
noche anterior, estaba profundamente dormida. Cuando
el leñador se levantó, unas horas después, el sol ya
estaba alto. Golpeó nuevamente la puerta y dijo:
—¡Hija, hija, ven pronto! Debo comer algo e ir al
mercado pues es mucho más tarde que otros días.
Pero como la niña había olvidado aquella
conversación de la noche anterior, mientras el padre
dormía, se había levantado, arreglado la casa, y había
salido a dar un paseo. Dejó la cabaña cerrada,
suponiendo, en su olvido, que su padre estaba todavía en
el pueblo.
Así que el leñador se dijo:
—Ya es demasiado tarde para ir al pueblo, regresaré
a las montañas y cortaré otro haz de leña, que llevaré a
casa, así mañana tendré doble carga para llevar al
mercado.
Trabajó duramente ese día en las montañas, cortando
leña y dando forma a la misma. Era ya de noche cuando
llegó a su casa con la leña sobre los hombros. Puso el
atado detrás de la casa, golpeó la puerta y dijo:
—¡Hija, hija!, abre que estoy cansado y no he
comido nada en todo el día. Tengo doble cantidad de
leña que espero llevar mañana al mercado. Esta noche
tengo que dormir bien para poder sentirme fuerte.
Tampoco hubo respuesta, pues la niña, como sintió
mucho sueño al regresar a su casa, se preparó la comida
y se fue a la cama. Al principio estuvo preocupada por
la ausencia de su padre, pero luego se tranquilizó
pensando que se habría quedado a pasar la noche en el
pueblo.
Nuevamente el leñador, al ver que no podía entrar en
su casa, cansado, hambriento y sediento, se acostó junto
a la leña y de inmediato se quedó dormido. Le fue
imposible permanecer despierto a pesar de la
preocupación que sentía por lo que hubiera podido
pasarle a su hija. Como el leñador tenía frío y hambre y
estaba tan cansado, despertó muy, muy temprano a la
mañana siguiente, antes de que hubiera luz. Se sentó y
miró a su alrededor pero no pudo ver nada. Entonces
ocurrió algo extraño, le pareció escuchar una voz que
decía:
—Rápido, rápido, deja tu leña y ven aquí. Si lo
necesitas mucho y lo deseas poco, tendrás una comida
deliciosa.
El leñador se puso de pie y caminó en dirección
hacia donde venía la voz. Anduvo, anduvo y anduvo,
pero no encontró nada. Entonces sintió más cansancio,
frío y hambre que antes, y además estaba perdido.
Siempre había tenido muchas esperanzas, pero eso no
parecía haberlo ayudado.
Ahora se sintió triste, con ganas de llorar, pero se
dio cuenta de que llorar tampoco le ayudaría. Así que se
acostó y se durmió. Muy poco después despertó
nuevamente, tenía demasiado frío y hambre para poder
dormir.
Fue entonces cuando se le ocurrió relatarse a sí
mismo, como si fuera un cuento, todo lo que había
ocurrido después de que su hija le hubiera pedido una
clase diferente de comida.
Tan pronto como terminó su historia, le pareció oír
otra vez, en algún lugar por encima de él, como saliendo
del amanecer, una voz que le decía:
—¿Qué haces ahí?
—Estoy contándome mi propia historia —respondió
el leñador.
—¿Y cuál es esa historia? —preguntó la voz.
El leñador repitió su narración.
—Muy bien —dijo la voz.
Y a continuación le indicó que cerrara los ojos y
subiera por la escalera.
—Pero yo no veo ninguna escalera —dijo el viejo.
—No importa, haz lo que te digo —ordenó la voz.
El hombre hizo lo que se le indicaba. Tan pronto
como hubo cerrado los ojos, descubrió que estaba de pie
y, levantando el pie derecho, sintió algo como un escalón
debajo de él. Comenzó a subir lo que parecía ser una
escalera. De repente los escalones comenzaron a
moverse, se movían muy deprisa, y la voz le dijo:
—No abras los ojos hasta que yo te lo indique.
No había pasado mucho tiempo cuando le ordenó
abrirlos. Al hacerlo, se encontró en un lugar que parecía
un desierto, con el sol ardiente sobre su cabeza. Estaba
rodeado de cantidades y cantidades de pequeñas piedras
de todas clases: rojas, verdes, azules y blancas. Pero
parecía estar solo; miró a su alrededor y no pudo ver a
nadie.
Pero la voz comenzó a hablar de nuevo:
—Toma todas las piedras que puedas, cierra los ojos
y baja los escalones.
El leñador hizo lo que se le decía y, cuando abrió los
ojos por orden de la voz, se encontró delante de la
puerta de su propia casa. Llamó a la puerta y la hija le
abrió. Ella le preguntó que dónde había estado y el padre
le contó lo ocurrido, aunque la niña apenas entendió lo
que él decía porque todo le sonaba muy confuso.
Entraron en la casa, y la niña y su padre
compartieron lo último que les quedaba para comer: un
puñado de dátiles secos. Cuando terminaron, el leñador
creyó oír nuevamente la voz, una voz como la otra que le
había dicho que subiera los escalones. La voz dijo:
—A pesar de que quizá tú aún no lo sabes, has sido
salvado por Mushkil Gusha. Recuerda: Mushkil Gusha
siempre está aquí. Asegúrate de todos los jueves por la
noche comer unos dátiles, darás otros a alguna persona
necesitada y contarás la historia de Mushkil Gusha. De
lo contrario, harás un regalo en su nombre a alguien que
ayude a los necesitados. Asegúrate de que la historia de
Mushkil Gusha nunca, nunca sea olvidada. Si tú haces
esto y otro tanto hacen las personas a quienes tú cuentes
esta historia, los que tengan verdadera necesidad
siempre encontrarán su camino.
El leñador puso todas las piedras que había traído
del desierto en un rincón de su casita. Parecían simples
piedras y no supo qué hacer con ellas. Al día siguiente
llevó sus dos enormes atados de leña al mercado y los
vendió muy fácilmente, a muy buen precio. Al regresar a
su casa, llevó a su hija toda clase de ricos manjares, que
ella hasta entonces jamás había probado.
Cuando terminaron de comer, el viejo leñador dijo:
—Ahora te voy a contar toda la historia de Mushkil
Gusha. Muskhil Gusha significa el disipador de todas las
dificultades. Nuestras dificultades han desaparecido
gracias a Mushkil Gusha, y debemos siempre recordarlo.
Durante una semana el hombre siguió haciendo todo
lo que hacía de costumbre. Fue a las montañas, trajo
leña, comió algo, llevó la leña al mercado y la vendió. Y
todos los días encontró un comprador sin dificultad.
Llegó el jueves siguiente y, como es común entre los
hombres, el leñador olvidó contar la historia de Mushkil
Gusha. Esa noche, ya tarde, se apagó el fuego en casa de
los vecinos, los cuales no tenían nada con lo que volver
a encenderlo; fueron a casa del leñador y le dijeron:
—Vecino, vecino, por favor, danos un poco de fuego
de esas maravillosas lámparas que vemos brillar a
través de tu ventana.
—¿Qué lámparas? —preguntó el leñador.
—Ven fuera y verás —le respondieron.
El leñador salió y vio claramente toda clase de luces
que brillaban, desde dentro, a través de su ventana. Entró
en casa y vio que la luz salía del montón de piedrecitas
que había colocado en un rincón. Pero los rayos de luz
eran fríos y resultaba imposible emplearlos para
encender fuego, así que salió y les dijo:
—Vecinos, lo lamento, no tengo fuego —y les dio
con la puerta en las narices.
Los vecinos se sintieron molestos y sorprendidos, y
volvieron a su casa refunfuñando. Pero ellos aquí
abandonan nuestra historia.
El leñador y su hija, rápidamente, taparon las
brillantes luces con cuanto trapo encontraron, por miedo
de que alguien viera el tesoro que tenían. A la mañana
siguiente, al destapar las piedras, descubrieron que eran
luminosas piedras preciosas. Una por una, las fueron
llevando a las ciudades de los alrededores, donde las
vendieron a un enorme precio. El leñador, entonces,
decidió construir un espléndido palacio para él y su hija.
Eligieron un lugar que quedaba justamente frente al
castillo del rey de su país. Poco tiempo después había
tomado forma un maravilloso edificio.
Ese rey tenía una hija muy bella, que al despertar una
mañana vio un castillo que parecía de cuento de hadas
frente al de su padre y se quedó muy sorprendida.
Preguntó a su servidumbre:
—¿Quién ha construido ese castillo? ¿Con qué
derecho hacen algo así tan cerca de nuestro hogar?
Los sirvientes salieron e investigaron y, al regresar,
le contaron a la princesa la historia, hasta donde
pudieron saberla. Entonces la princesa, muy enojada,
mandó llamar a la hija del leñador, pero cuando las dos
niñas se conocieron y hablaron, pronto se hicieron
buenas amigas. Se veían todos los días e iban juntas a
jugar y a nadar a un arroyo que había sido hecho para la
princesa por su padre.
Algunos días después del primer encuentro, la
princesa se quitó un hermoso y valioso collar, y lo colgó
en un árbol próximo al arroyo. Al volver olvidó
llevárselo, y al llegar a casa pensó que lo había perdido.
Pero, la princesa, recapacitando, decidió que la hija del
leñador se lo había robado. Se lo dijo a su padre, quien
hizo arrestar al leñador, confiscó el castillo y le embargó
todos sus bienes; el leñador fue llevado a prisión y la
hija internada en un orfelinato.
Como era costumbre en ese país, después de cierto
tiempo, el leñador fue sacado de su celda y llevado a la
plaza pública, donde se le encadenó a un poste, con un
letrero alrededor del cuello que decía: «Esto es lo que
les ocurre a aquellos que roban a los reyes».
Al principio, la gente se reunía a su alrededor,
burlándose de él y tirándole cosas. El leñador se sentía
muy desdichado. Pero, como es común entre los
hombres, pronto se acostumbraron a ver al viejo sentado
junto al poste y le prestaban cada vez menos atención. A
veces le tiraban restos de comida, a veces no.
Un día, el leñador oyó decir a alguien que era jueves
por la tarde. Repentinamente, llegó a su mente el
pensamiento de que pronto sería la noche de Mushkil
Gusha, el disipador de todas las dificultades, y que había
olvidado conmemorarlo desde hacía tanto tiempo. Tan
pronto como este pensamiento llegó a su mente, un
hombre caritativo que pasaba por allí le arrojó unas
monedas. El leñador lo llamó:
—Generoso amigo, me has dado un dinero que para
mí no es de ninguna utilidad, si de alguna manera tu
generosidad alcanzara a comprar uno o dos dátiles y
venir a sentarte conmigo para comerlos, yo te quedaría
eternamente agradecido. El hombre fue y compró algunos
dátiles, se sentó a su lado y comieron juntos. Al terminar,
el leñador le contó la historia de Mushkil Gusha.
—Creo que debes estar loco —le dijo el hombre
generoso cuando la hubo escuchado.
Pero era una persona comprensiva y, a su vez, tenía
bastantes dificultades. Al llegar a su casa, después de
este incidente, encontró que todos sus problemas habían
desaparecido. Y esto le hizo pensar más seriamente
acerca de Mushkil Gusha. Pero él aquí abandona nuestra
historia.
A la mañana siguiente, la princesa volvió al lugar
donde solía bañarse y, cuando estaba a punto de entrar
en el agua, vio algo que parecía ser su collar en el fondo
del arroyo. Pero en el momento en que iba a recogerlo,
sintió ganas de estornudar y, al echar la cabeza hacia
atrás, vio que lo que había tomado por su collar era sólo
su reflejo en el agua, porque el verdadero collar estaba
colgado en la rama del árbol, en el mismo lugar en que
lo había dejado hacía mucho tiempo.
Tomándolo, corrió emocionada y le contó lo
ocurrido al rey. Éste ordenó que el leñador fuese puesto
en libertad y que se le dieran públicas disculpas. La niña
fue sacada del orfelinato y todos fueron felices para
siempre.
Éstos son algunos de los incidentes de la historia de
Mushkil Gusha. Es un cuento muy largo y nunca termina.
Tiene muchas versiones; algunas ni siquiera se llaman la
historia de Mushkil Gusha y por eso la gente no las
reconoce. Pero es por causa de Mushkil Gusha por lo
que su historia, en cualquiera de sus formas, es
recordada por alguien, en algún lugar del mundo, día y
noche, donde quiera que haya gente. Así como su historia
siempre ha sido relatada, así seguirá siendo contada
siempre.
¿Quiere usted repetir la historia de Mushkil Gusha
los jueves por la noche y ayudar así al trabajo de
Mushkil Gusha?
YALAL AD-DIN MUHAMMAD RUMI (Balj,
Afganistán, 1207 - Konya, Turquía, 1273). Célebre
poeta, místico y erudito musulmán persa, una de las
figuras más destacadas del sufismo medieval. Más
conocido como, simplemente, «Rumi» (que significa
«originario de la Anatolia romana», en referencia al
Imperio Romano de Occidente, el Imperio Bizantino, al
que los turcos de la época nominaban la «tierra de
Rum», los romanos). El tema central de su pensamiento y
enseñanzas, plasmados a través de cuentos y poemas,
está esencialmente enfocado sobre el concepto de
«Tawheed» (unidad), particularmente la unión con el
«Amado» (la Fuente principal, lo divino) de donde, en
concordancia con el sufismo en general, los hombres
hemos sido «cortados», como una caña es arrancada del
cañaveral; lo que genera un constante lamento del alma
por dicha separación y un incesante deseo de volver a la
unidad primigenia. La importancia de Rumi trasciende lo
puramente nacional y étnico. A través de los siglos ha
tenido una significativa influencia en la literatura persa,
urdú y turca. Sus poemas son diariamente leídos en los
países de habla persa como Irán, Afganistán y Tayikistán
y han sido ampliamente traducidos a varios idiomas
alrededor del mundo. Luego de su muerte, sus seguidores
fundaron la orden sufí Mevleví, mejor conocidos como
los «Derviches Giróvagos», ya que realizan una
meditación en movimiento llamada «semá» donde
hombres (y actualmente, mujeres) giran sobre sí mismos
acompañados por flautas y tambores.
RAÚL DE LA ROSA. Nació en Valencia, España,
ciudad donde reside habitualmente. Escritor y filósofo,
creador y director de la revista Dharma. Durante años ha
experimentado y profundizado en el campo de la
ecología, la salud medioambiental, las religiones y
tradiciones orientales (buddhismo, taoísmo,
chamanismo, feng shui) y, especialmente, en el de la
mente y la conciencia. Su profundo conocimiento del
mundo espiritual se ha visto enriquecido por su
encuentro con otras culturas, fruto de sus múltiples
viajes.

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