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ANDRÉS FELIPE ARENAS

UNIVERSIDAD DEL VALLE

EL NARCOTRÁFICO COMO ELEMENTO DE NUEVAS ESTÉTICAS EN EL


ARTE

Jesús Antonio Pardo León, crítico y magister de arte de la universidad Jorge Tadeo

Lozano, publica en 2018 un artículo titulado: Transformaciones estéticas: la narcocultura,

la producción de valores culturales y la validación del fenómeno narco en la revista Calle

14: revista de investigación en el campo del arte. El artículo está dividido en tres partes:

Contextualización, en el que se realizará un breve recorrido por la historia del tráfico de

drogas en Colombia; Definición de los conceptos para el análisis estético, en el que el autor

presentará los conceptos de representación del narcotráfico en el arte: Sicaresca y

Narcochic; por último tendremos el Estudio de caso, que centrará su atención sobre las

producciones artísticas Rodrigo D y Sin tetas no hay paraíso.

Para el autor Colombia es un país donde se entretejen complejas redes de relaciones

de poder económico, político y militar, atravesadas por la violencia; estas redes en

constante disputa han generado las condiciones optimas para que el negocio del tráfico de

drogas prospere y permee todos los ámbitos sociales del país. El auge del tráfico comienza

a principio de los 80 con el “crecimiento desmedido de los cultivos de coca en el país y el

apogeo de los grandes carteles de la producción y comercialización de droga a partir de los


años ochenta en adelante” (p. 404). Este apogeo se agudiza con las condiciones de violencia

entre grupos ilegales de izquierda y derecha quienes finalmente verán en el comercio ilegal

de drogas un medio de financiamiento que terminará por incrementar aún más el conflicto.

Además de los pactos con grupos armados, la economía de las drogas encontrará la alianza

perfecta con “las hegemonías políticas de la nación, donde se permite e invisibiliza el

llamado “traqueteo” a cambio de liquidar la oposición en la esfera de la política (utilizando

el sicariato para tal fin), y fortaleciendo el paramilitarismo” (p.404). A comienzo de los 90

el narcotráfico monopolizará el territorio rural del país, ya que, con el fin de la Guerra fría y

la influencia del Neoliberalismo, los problemas económicos en el campo colombiano

proliferarán, dejando como única alternativa de supervivencia a los campesinos, el cultivo

de coca y amapola, lo que generará enfrentamientos por el control de la tierra y las rutas

entre los grupos armados, provocando el fenómeno del desplazamiento. Mientras que, en

las ciudades “la pobreza, el desempleo, la marginalidad y la violencia, son el entorno donde

la organización del narcotráfico evoluciona” (p.405). Este corto recorrido histórico

pretende contextualizar al lector en las dinámicas sociales que permitieron y promovieron

la economía de las drogas en Colombia, sin embargo, me parece que debido a la limitación

que tiene (es un artículo que se enfocará en la estética artística del narcotráfico y no en la

problemática social) deja en el aire muchas de las problemáticas históricas como el

fenómeno del desplazamiento el cual solo se menciona y deja la impresión de que el

problema de la usurpación de la tierra y la inmovilidad de la reforma agraria son un

problema generado exclusivamente por los grupos ilegales.

Además de esta falta de profundización en el conflicto el autor hace una afirmación

problemática:
“Es durante la década de los noventas que el problema del narcotráfico es

denunciado y trabajado en los círculos artísticos e intelectuales. A principios de los

noventa aparece la narrativa Sicaresca (término acuñado por Héctor Abad

Faciolince en 1994), con ejemplos como la película del director Víctor Gaviria

“Rodrigo D. No Futuro”, y las novelas “Rosario Tijeras” (p.405)

Al parecer Pardo León niega las expresiones artísticas sobre el narcotráfico que

aparecen antes de la década de los 90, novelas como La mala hierba (1980) de Juan

Gossain que después sería llevada a la televisión con el formato de telenovela (1982), la

novela Coca: historia de la mafia criolla (1977), etc, lo que en realidad evidencia la historia

cultural de nuestro país no es una cúspide de producciones en los 90, sino una visión

premonitoria de lo que sería la posterior cultura traqueta que alcanzaría su auge en esa

década con la aparición en la escena política de los narcotraficantes. Por otro lado, mientras

que la Literatura colombiana empieza a dialogar tempranamente con esta problemática, no

parece ocurrir lo mismo con otras artes. Sin embargo, el aporte de Pardo León está en el

campo de las artes plásticas, ya que visibiliza las obras o exposiciones artísticas

relacionadas al narcotráfico:

“En el terreno de las artes plásticas, durante la segunda mitad de la década, la

posición crítica frente al fenómeno del narcotráfico se hará presente

claramente; ejemplo de esto serán exposiciones como

“Scars=Pleasure+Sacrifice” de 1995, la “V Bienal de Arte de Bogotá” de

1996, yl a exposición “Status Quo” de 1992; además de obras plásticas como

“Cajas Fucsia con Estrellas Brillantes” de Juan Fernando Herrán y otros

artistas relevantes de este periodo como lo son Fernando Arias, José


Alejandro Restrepo y Miguel Ángel Rojas (Rueda Fajardo, 2009) y (Rueda

Fajardo, 2009a).(p.405)”

Pardo afirma que a principios de los 90 la cultura producida por el fenómeno del

narcotráfico se populariza y peor aún se naturaliza, a causa de, el uso de los mass media

para retratar la cultura del narcotráfico. Entonces la realidad presentada por los medios

dialoga con lo que es vivido en la cotidianeidad colombiana y como resultado se

empiezan a construir en la sociedad nuevas axiologías en las que las prácticas sociales

armonizan con las nacientes economías ilegales.

Después, en el apartado de Definición de los conceptos para el análisis estético

se menciona el concepto de Representación social, con el que se intenta explicar la

relación entre siquis social y el tráfico de drogas.

“Este concepto se interpreta como un sistema de valores, creencias y costumbres

que fundamentan y justifican prácticas de individuos en determinados grupos

sociales; su función está en presentarse como una ética que establece ideales para

direccionar a los sujetos por medio de la identificación con propósitos sociales y

la noción de “realización personal” o “iniciación”, además de proporcionar

sistemas significativos que facilitan las conexiones y comunicaciones entre un

grupo, sus modos de ver el mundo y dar valor y sentido a los objetos de ese

mundo.” (p.406)

Esta Representación social es la forma en que la comunidad explica y

entiende los acontecimientos en los que se enmarca históricamente, es la forma en


que los grupos sociales justifican y plantean su accionar que en la situación de

Colombia construye las formas sociales que le darán forma. Uno de estos

acontecimientos es el auge del narcotráfico, el cual legitimará el uso de la violencia,

la adquisición fácil de capital y el derroche. Este modo social permeará al resto de la

comunidad generando estereotipos y gustos generalizados asociados a la narco

cultura, “los modelos estéticos populares Rincón los llama narco-estética,

caracterizada por “ostentosa, exagerada, desproporcionada y cargada con símbolos

que buscan dar status y legitimar la violencia” (p. 407). Según el autor dentro de esta

narco cultura encontramos dos derivados: la Sicaresca, referente a las expresiones

artísticas que dan cuenta de los jóvenes sicarios que son seducidos por la economía

del dinero rápido y los excesos para convertirse en emisarios de la violencia y muerte

de los capos y por otro lado, lo Narcochic “los valores estéticos y éticos establecidos

y legitimados por el establecimiento comercial global; la popularización a niveles

masivos de la cultura narco”( p. 407). La interpretación de estas nociones basada en

la influencia del narcotráfico en la sociedad me parecen acertadas, sin embargo,

Pardo no hace una distinción clara entre narcotráfico y sicaresca, que aunque

dialoguen entre sí, representan problemáticas diferentes. Además, el término de

Héctor Abad presenta variaos problemas de definición, como haría notar el profesor

Oscar Osorio en su texto El sicario en la novela colombiana, en el que quedará en

duda la propuesta de Abad de una Sicaresca que dialoga con la picaresca española y

otras nociones estéticas derivadas de este argumento.

En el último apartado titulado Estudio de caso, Pardo tomará la película

Rodrigo D del director Víctor Gaviria para exponer su propuesta de las


representaciones de la Narcocultura. Para el autor la película es un ejemplo claro de la

Sicaresca en los medios masivos de comunicación, ya que cumple con las

características propuestas inicialmente por Héctor Abad y desarrolladas

posteriormente por Santiago Rueda en un ensayo titulado Una tumba en Colombia:

los años ochenta: una realidad tan compleja y caótica como la situación política,

económica y social colombiana de las dos últimas, la legitimación y naturalización de

la violencia, “la caída de los valores tradicionales” y “los cambios culturales de las

últimas décadas en Colombia”. Sin embargo, Pardo y Rueda parecen olvidar el eje

central de la propuesta de Rodrigo D:la noción del no futuro, que nace en la cultura

punk de finales de los 70 y comienzo de los 80; no puedo negar que hay una

visibilización de la violencia, enmarcada en el microtráfico y consumo, promovida

por la aparición del joven sicario de las comunas, pero en la película este elemento se

encuentra en la periferia de la creación.

Después, el autor mencionará el auge de productos televisivos que tiene como

eje temático el narcotráfico. Hará mención de novelas como Sin tetas no hay paraíso

(2006) de Gustavo Bolívar o el Cartel de los sapos, sin embargo, para Pardo, estas

producciones, a causa de su éxito en rating, se convierten en producto que por tener

su naturaleza en el consumo masivo, banalizan la problemática que plantean,

convirtiendo al narcotráfico en un recurso estético de carácter misceláneo que no

pretende denunciar, sino aprovecharse de este fenómeno para ganar audiencia, es así

como nace la Narcoestética que será una característica del Narcochic. Entonces,

mientras la Sicaresca pretende representar a la juventud sumida en el absurdo de la

narcocultura, el sinsentido social, el abandono estatal, el problema de la familia, etc


producciones como Sin tetas no hay paraíso harán una inversión de valores en los

que el “mal gusto” y la bonanza económica de las drogas se convierten en el punto de

referencia de la comunidad, creando en la siquis una Narcoestética que se inserta en

los estereotipos sociales.

El texto de Pardo es interesante en la medida en que trata de catalogar

conceptos del narcotráfico en el arte. Es rescatable que mencione a los artistas

plásticos y las obras que tratan la estética de las drogas, sin embargo, está dimensión

de las artes plásticas no se desarrolla y se queda en la mera mención, lo cual es

lamentable. Por otro lado, encuentro más desaciertos en el estudio de caso de Rodrigo

D y Sin tetas no hay paraíso, ya que, el autor las interpreta sobre el supuesto de lo

que son y no su contenido como tal lo que hace que malinterprete las producciones y

las juzgue a priori.

Pardo León, Jesús Antonio (2018). Transformaciones estéticas: la

narcocultura, la producción de valores culturales y la validación del fenómeno narco.

Calle14: revista de investigación en el campo del arte, 13 (24) pp. 400-409

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