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Católicos y reforma constitucional. ¿Tenemos algo que decir?

El matrimonio.

El artículo 68 del anteproyecto de Constitución dice: “El matrimonio es la unión voluntariamente


concertada entre dos personas con aptitud legal para ello, a fin de hacer vida en común. Descansa en la
igualdad absoluta de derechos y deberes de los cónyuges, los que están obligados al mantenimiento del hogar y
a la formación integral de los hijos mediante el esfuerzo común, de modo que este resulte compatible con el
desarrollo de sus actividades sociales”.
Queda claro que la forma en que está redactado el texto deja la puerta abierta a equiparar el matrimonio
entre un hombre y una mujer con las uniones homosexuales. La Iglesia no tiene una cruzada contra las personas
homosexuales. El Catecismo enseña que las personas homosexuales “deben ser acogidas con respeto,
compasión y delicadeza. Se evitará, respecto de ellos, todo signo de discriminación injusta”1. Pero respecto de
este tema la enseñanza cristiana sobre el matrimonio es muy clara al definir el matrimonio como la unión entre
un hombre y una mujer, como reflejo del designio de Dios.
El papa Francisco, en la Exhortación apostólica Amoris Laetitia, sobre la alegría del amor en la familia,
nos recordaba que: “Los cristianos no podemos renunciar a proponer el matrimonio con el fin de no
contradecir la sensibilidad actual, para estar a la moda, o por sentimientos de inferioridad frente al descalabro
moral y humano. Estaríamos privando al mundo de los valores que podemos y debemos aportar.”2 También
dice el Papa: “no existe ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las
uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia [...] Es inaceptable que las
iglesias locales sufran presiones en esta materia”. 3
Las Sagradas Escrituras muestran que Jesús, ante la interrogante de los fariseos respecto a la licitud del
divorcio, respondió “¿No habéis leído que el Creador, desde el comienzo, los hizo hombre y mujer?»4. Y
continuó retomando el libro del Génesis: «Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer,
y se hacen una sola carne”5. Creemos que no se debe llamar matrimonio a lo que no lo es. Otra cosa sería que
el estado garantizara derechos legales a parejas homosexuales y buscara una forma de oficializar su unión, pero
nos oponemos a que se le llame matrimonio. Los fines del matrimonio son: la mutua complementariedad entre
los cónyuges en su ser diferentes –hombre y mujer– y la procreación y educación de los hijos. Eso es algo que
no se puede dar entre dos personas del mismo sexo.
Desde la complementariedad física, moral y espiritual en medio de la diferencia 6, la Constitución
Pastoral Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, fundamenta “El reconocimiento obligatorio de la igual
dignidad personal del hombre y de la mujer en el mutuo y pleno amor…”7
San Juan Pablo II nos decía que los hijos son el resultado del acto conyugal que “por su íntima
estructura, mientras une profundamente a los esposos, los hace aptos para la generación de nuevas vidas,
según las leyes inscritas en el ser mismo del hombre y de la mujer.”8
Los hijos, ya sean por generación o por adopción 9 “como brotes de olivo”101, no constituyen un “…
derecho sino un don…El hijo no puede ser considerado como un objeto de propiedad, a lo que conduciría el
reconocimiento de un pretendido “derecho al hijo”11
No perdamos de vista la concepción original del matrimonio que nos enseña la fe cristiana y que ha
conducido a un mismo criterio al Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia y al Catecismo de la Iglesia
Católica cuando plantean: “La institución matrimonial… no es una creación debida a convenciones humanas…,
sino que debe su estabilidad al ordenamiento divino” por lo que “Ningún poder puede abolir el derecho natural
al matrimonio ni modificar sus características ni su finalidad. El matrimonio tiene características propias,
originarias y permanentes.”12 Es decir que “…la alianza del matrimonio… un vínculo sagrado…no depende
del arbitrio humano…”13

1
Sal 128,3
La ley divina y natural, nos muestra el camino que debemos seguir para practicar el bien y alcanzar su
fin.14
Hemos querido hacer estas reflexiones en conjunto entre un sacerdote, una religiosa y un matrimonio;
todos cubanos. Expresando así la unidad en la diversidad de la Iglesia. Nuestras palabras están dirigidas en
primer término a los fieles católicos, pero también a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que
piensan en el bien de Cuba; fuera de ese ámbito, quienes nos lean no tienen por qué pensar igual a nosotros.

P. Wilfredo Leiter Juvier, sacerdote diocesano.


Hna. Ana Elena Lima Fundora, Sierva de San José.
Sr. Reydel Robles Delgado.
Sra. Misleny Darias Brito.

1 Catecismo de la Iglesia Católica, 2358


2 Amoris lætitia, 35
3 Ídem. 251
4 Mt 19,4
5 Gn 2,24
6 Catecismo de la Iglesia Católica No. 2333
7 Gaudium et Spes No. 49
8 Humanae vitae No. 12
9 Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia No. 212
10 Sal 128,3
11 Catecismo de la Iglesia Católica No. 2378
12 Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia No. 215-216
13 Catecismo de la Iglesia Católica No. 1603
14Catecismo de la Iglesia Católica No. 1955

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