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Emergencia
Emergencia
Es posible hacer un libro de los días en que la capital del país ha vivido en
emergencia. Por guerras, por inundaciones, por temblores, por eclipses, por
epidemias. Por auroras boreales y otra clase de fenómenos celestes.
Esos días en que los habitantes se encierran a esperar lo peor o a que pase lo
peor. El paso del cometa Halley, cuyos gases iban a envolver la Tierra, según los
rumores, y harían perecer a los habitantes en medio de horribles convulsiones de
asfixia.
“A primeras horas de la noche, el aspecto que presentaban las calles era de los
más pavoroso y siniestro que pueda concebirse. Las pocas personas que por
alguna circunstancia se aventuraban a transitar por las lóbregas calles y plazas, lo
hacían apresuradamente, apartándose de los transeúntes que encontraban a su
paso, como si temieran inopinadamente ser víctimas de algún percance.
“Tal parecía que toda señal de vida se había paralizado… Ni un solo tranvía o
coche interrumpía con su ruido trepidante el silencio sepulcral, ni la luz de los
fanales lograba romper la penumbra en que estaba sumergida la ciudad.
De manera inevitable, los días del Covid-19 habrán de formar parte de esa
antología.
Un hombre solo estaba sentado en un parque sin gente. A las afueras de varias
estaciones del Metro había decenas de puestos de comida, pero ninguna
persona. Varios sitios de taxis se hallaban sin clientes, o definitivamente cerrados.
Pasaban micros y metrobuses en los que solo iban uno o dos pasajeros. Había
estacionamientos públicos deshabitados.
En uno de los pisos de una torre oscura, al lado del Periférico, un velador leía algo
bajo la luz de una lámpara de mesa. Al ver su silueta solitaria recordé que horas
antes había visto un letrero en la librería Jorge Cuesta, a media cuadra de donde,
en otros días de emergencia, una chusma incendió la casa del presidente
Francisco I. Madero: “Lecturas de Supervivencia: 30 y 50% de descuento”.
No era la ciudad de todos los días. Pero tampoco era aún la ciudad paralizada y en
estado de emergencia.
Un poco así se ve desde lo alto la ciudad que ahora se hunde en la noche, y cuyo
pulso no cesa a pesar de la recomendación: “Quédate en tu casa, quédate en tu
casa, quédate en tu casa”.
Ahí vienen los zapatistas. Pero la vida en las calles todavía no se detiene.