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Lo que Jacques Rancière defiende básicamente es la emancipación intelectual de los trabajadores sobre la
base de su capacidad política. En su libro El maestro ignorante (tr. Núria Estrach Mira) se inspira en un
curioso profesor del siglo XVIII llamado Joseph Jacotot, que después de una experiencia inesperada llega a
la conclusión de que cualquier ser humano tiene la capacidad suficiente para entender y aprender una
explicación clara. El Maestro tiene la función de dominar con su voluntad la inteligencia del alumno y esto
no es otra cosa que animarlo a desarrollar su propia inteligencia para aplicarla a lo que quiere conocer. No
es entonces el dominio de una inteligencia sobre otra, ya que esto sería manipular, como sucede en el
diálogo socrático, donde el Maestro siempre lleva al interlocutor al lugar que le interesa. Lo que reivindica
Rancière es la igualdad de las inteligencias, que lo único que necesitan es voluntad y atención. Y no como
resultado de unas prácticas pedagógicas sino como punto de partida. La emancipación de la inteligencia es
la única que puede garantizar que la población trabajadora, ilustrada o no, sea capaz de emanciparse
políticamente.
Rancière no cuestiona el valor de la ciencia pero sí que pretenda concluir en una dictadura de los expertos
o un dirigismo de las supuestas vanguardias que conducen al silencio del pueblo. Porque al lado de la
ciencia está la opinión, que es la que debe considerarse en política.
La democracia, para Rancière, tiene un significado revolucionario claro y preciso que remite a la acción de
los excluidos, a la lucha de los “sin parte”. Esta idea, que es muy radical, implica que política y democracia
son lo mismo, ya que constituyen el único espacio posible de lo común, de lo público. Es la lógica de la
igualdad, la manifestación de la emancipación de todos los humanos. Por esto la democracia es siempre
un escándalo para las diversas elites, ya que lo que propone es que puede gobernar cualquiera..
Históricamente la democracia nace en Grecia como la ley de la suerte, la del azar, que es la que funcionaba
en Atenas para elegir a los gobernantes. Fue la lucha de los pobres contra los ricos, la defensa del principio
igualitario contra la desigualdad existente. Es el desacuerdo, que no es ni ignorancia ni malentendido sino
un litigio por la palabra “sociedad “en la medida que los excluidos no están de acuerdo con aceptar una
noción que les niega su parte. Es el desacuerdo con una parte (los grupos sociales que tienen una posición
de poder) que hablan como el Todo (la sociedad).
La comunidad política es el nombre de este movimiento democrático, antagónico con cualquier orden
social, ya éste no es otra cosa que la ley de la distribución de los espacios y de los cuerpos. Implica la
ruptura de este orden y la aparición de un sujeto político diferente, que no se identifica ni con una clase ni
con una etnia y que llamaremos “el pueblo”. Es un suplemento porque está fuera siempre de la
contabilidad de las instituciones. La política no es una relación de poder sino una modalidad específica de
acción colectiva que topa necesariamente con el poder establecido y crea un nuevo espacio, abre otro
mundo, otra realidad.(Demos ateniense, Revolución francesa...).
En la sociedad moderna es la palabra proletario la que designa a los “sin parte”. Ésta es la respuesta que da
Rancière a la ambigüedad del término tal como lo formula Marx, que por una parte significa los excluidos y
por otra se identifica con una clase específica que es la clase obrera.
La lógica del Estado y de las instituciones es denominada por Rancière la lógica policial porque es el de la
normalización que garantiza la permanencia y reproducción de un orden jerárquico. Damos a esta palabra
un sentido muy amplio, en buena parte inspirado en la sociedad disciplinaria de Foucault
Las sociedades que hoy se autoproclaman democracias son en realidad un sistema representativo de
carácter oligárquico. Porque un gobierno representativo democrático supone mandatos electorales cortos,
que no sean ni acumulables, ni renovables, siempre incompatibles con otros cargos públicos o con
intereses privados. La práctica actual lleva a un gobierno elegido, representativo pero oligárquico, que
acapara la cosa pública a través de una alianza con la oligarquía económica .
Esta oligarquía estatal considera que el axioma básico e incuestionable es que el movimiento capitalista
globalizador responde a la necesidad histórica de la modernización y que cualquier duda al respecto es
una postura arcaica. Lo que este sistema implica es que la sociedad no es democrática y por tanto el
pueblo queda excluida la política, lo cual produce un malestar que tiene diferentes síntomas que van desde
el apoyo a los grupos populistas de extrema derecha hasta los integrismos religiosos, pasando por los
movimientos nacionalistas..Ahora bien, Rancière tampoco está de acuerdo en caracterizar estas supuestas
democracias como un estado de excepción, como un campo de concentración encubierto, en el sentido
formulado por Giorgio Agamben. Hay que reconocer que este gobierno representativo al ser elegido y
renovable marca unos límites a las elites dominantes y a la corrupción administrativo. También la
existencia de libertades individuales y políticas son una ventaja para la democracia.
Pero sí podemos llamar a estos gobiernos posdemocráticos en el sentido de que quieren eliminar la
política (y, por lo tanto, la democracia) del escenario público. La posdemocracia se basa en el consenso y
supone la desaparición de la política por la vía de identificarlo con lo gubernamental a través de lo jurídico.
La práctica gubernamental y los dispositivos institucionales, que responden a la lógica policial, se atribuyen
lo político, Todo se ve, todos tienen su lugar y cualquier desacuerdo se convierte en un problema con
solución jurídica. No hay restos ni fisuras, todos es lo Uno, todo es lo Mismo en una comunidad idéntica a
sí misma.
Otro aspecto básico de esta posdemocracia es que surge de la mezcla entre lo científico y lo mediático. Lo
científico se opone a tavés del dominio de los expertos y de sus evaluaciones y lo mediático a través de las
encuestas. Pueblo y población se identifican y se manifiestan a través de la llamada opinión pública.
Pero paradójicamente la política en sentido fuerte se postula por otro lado como imposible. Porque el
Estado y lo jurídico están subordinados a lo económico, son sus agentes y solo pueden gestionar lo que
ésta establece como real.
Rancière no nos plantea una alternativa global, sino un conjunto de reflexiones teóricas y prácticas para la
renovación de la izquierda.
Una propuesta de Rancière es invertir los términos de lo que se ha hecho desde Marx, que es criticar los
derechos humanos como una ideología que oculta las profundas desigualdades del sistema. No se trata de
denunciar esta mentira, dice Rancière, sino de defender la apariencia de igualdad como un arma para
aumentar el poder de estos derechos, para hacerlos efectivos. Se trata de dar cuerpo a esta apariencia de
igualdad, de darle una consistencia en lo real.
La democracia no es una forma de gobierno y aunque la república sería la forma más favorable, la relación
entre ambas es paradójica, ya que toda institución lucha por suprimir este exceso democrático que es dar
la palabra, el poder a cualquiera. Democracia no es lo mismo que gobierno representativo aunque éste la
pueda favorecer.
Por otra parte, nos dice, hay que apuntalar los movimientos de resistencia a la lógica policial. Los
movimientos reivindicativos son tachados de corporativos y egoístas tanto por la posdemocracia como por
estas nuevas corrientes de odio a la democracia porque se supone que defienden intereses particulares
contra el interés general. A estos movimientos defensivos, de resistencia frente al Estado y el Capital hay
que darles un carácter universal, continua Rancière, a partir de sus demandas específicas. Solo así serán
política, es decir, el suplemento que confronta el pueblo con lo institucional, que no es otra cosa que lo
policial.
Lo que también plantea Rancière es la necesidad de una organización política que de alguna manera sea la
memoria de estas luchas y les de una perspectiva global, aunque él mismo reconoce que no es capaz de
dar una orientación de cómo debe ser y actuar.