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La majestad de la justicia

El problema fundamental es que aquí no hay justicia. Hay demasiados abogados,


estorbándose los unos a los otros, para que pueda haberla. Interponiéndose, decididos a
dilatar indefinidamente los procesos e impidiendo de ese modo que se imparta la “pronta y
cumplida justicia” que promete la Constitución. Hay 52 mil abogados (y 30 mil estudiantes
de Derecho) para 47 millones de habitantes, cuando el Japón, por ejemplo, para 120
millones solo tiene 15 mil: diez veces menos. Por eso se enreda todo, y todos los culpables
quedan impunes. O,  por el contrario, son castigados los inocentes. Un tercio de los
detenidos en las cárceles colombianas está a la espera de un juicio.

Eso es así cualquiera que sea el delito o la falta: leve o grave. Y cualquiera que sea su
índole: penal, civil, administrativa, disciplinaria. Están a punto de salir en libertad
paramilitares responsables de masacres horrendas;  o que tal vez no lo sean: no han sido
juzgados al cabo de ocho años de su desmovilización. Los hermanos Moreno Rojas llevan
dos años presos, y su proceso va ya por los cien mil folios, y tienen demandada a la Fiscalía
por el costo de las fotocopias. El caso del caño de la calle 87 está empantanado desde hace
tres años, y los abogados de la parte y de la contraparte han ido presos y han  vuelto a salir
libres sin que eso haya acelerado ni un ápice la marcha del asunto: y sigue sin saberse si
aquello fue suicidio o asesinato o accidente. Y esto se refiere solo a lo que sale en los
periódicos. Porque, como dije más arriba, un tercio de los presos de las superpobladas
cárceles del país no ha sido llevado a juicio –por hurto, por parricidio en flagrancia, por lo
que sea–. Pero en cambio todo delincuente con dinero puede comprar su excarcelación o
lograr que un juez le dé su casa por cárcel, o lo instale en un club de la Policía o en una
clínica.

Los jueces se venden. Pero también se venden los más encopetados magistrados de las altas
cortes. Está todavía fresco –aunque sin juzgar, naturalmente– el caso del magistrado Henry
Villarraga, del Consejo Superior de la Judicatura. Los cargos allá arriba se venden, se
compran, se permutan. La muchas veces anunciada reforma de la justicia acabó siendo un
festín de jueces y de políticos corruptos. Saltan de rama en rama, como Tarzán de los
Monos: del Consejo de Estado a la Procuraduría, de la Fiscalía a la Corte Suprema. Y la
Procuraduría inhabilita a un alcalde y el Consejo de Estado lo rehabilita revocando el fallo,
con lo cual la Procuraduría radica una demanda de nulidad ante el Consejo de Estado,
mientras el inhabilitado, o rehabilitado, o ya no se sabe qué, eleva un recurso de súplica o
interpone una acción de tutela ante la Corte Suprema cuya sentencia en firme es a
continuación tumbada por la Corte Constitucional, hasta que el paquete entero llega al
Tribunal Internacional de La Haya. Y leo que “los ponentes presentan una solicitud de
reconsideración que es rechazada por radicación extemporánea, lo cual es insubsanable”. Y
se archiva el asunto. 

Buena parte de las noticias de la prensa y la radio y la televisión está conformada por
asuntos judiciales. Y todos los periódicos tienen entre sus columnistas cuatro o cinco que
solo tratan temas jurídicos, sean constitucionales o penales o contenciosos administrativos.
Dos imperios
A Barack Obama, habitualmente tan cuidadoso en su retórica, se le escapó hace unos días
una frase poco afortunada. Al criticar la anexión de Crimea por Rusia declaró ante la
prensa: –Nosotros (los Estados Unidos) tenemos considerable influencia sobre nuestros
vecinos. Pero generalmente no necesitamo
s invadirlos para reforzar la cooperación con ellos.

¿Generalmente no? Por lo menos veintinueve veces en su breve historia de algo más de dos
siglos han invadido los Estados Unidos a sus vecinos del continente americano, empezando
por su derrotada tentativa de anexión del Canadá en 1812 (aunque ya antes le habían
echado el ojo a México y al Haití de la revolución de los esclavos). Va una enumeración a
vuelo de pájaro, tras la pausa dedicada al exterminio del enemigo interior, que eran las
tribus indias.

A partir de la proclamación de la Doctrina Monroe sobre el derecho divino de los Estados


Unidos a mandar sobre todo el hemisferio, la primera invasión en grande fue la de México
en 1846, adueñándose de la mitad de su territorio (lo que hoy son Texas y California). En
1855 vino la ocupación de Nicaragua para restablecer la esclavitud allí y en los vecinos
Salvador y Honduras. La de Cuba en 1898, que incluyó la conquista de Puerto Rico y las
remotas Filipinas en la guerra hispano-americana. La toma de Panamá en 1903. La de
República Dominicana en 1904. En el 06, otra vez Cuba, en el 08 de nuevo Panamá, en el
10 Nicaragua nuevamente. Casi de a una por año hubo invasiones y ocupaciones
temporales o permanentes de partes de México, Haití, República Dominicana, Panamá,
Honduras, Nicaragua, entre 1911 y 1927. Un respiro hasta 1954: Guatemala. Y luego
intervenciones pasajeras o por mano ajena, como la invasión de cubanos anticastristas a
Cuba en 1961, financiada por la CIA, o los golpes de los militares locales en Brasil,
Uruguay, Guatemala, Bolivia, el muy sangriento de Chile en el 73 que organizó el
secretario de Estado Kissinger, el de los generales argentinos, la invasión de la islita
caribeña de Grenada en el 83 y el bombardeo de Ciudad de Panamá en el 89. Todo esto sin
contar las guerras e invasiones de otros países en otros continentes, en Europa, en Asia, en
África, para, como dice el presidente Obama, “reforzar la cooperación” con los invadidos.
Y sin contar la instalación de cientos de bases militares, como la que tiene Rusia en
Sebastopol, en la recién anexada, o más bien reanexada, península ucraniana de Crimea.

Por lo visto el presidente Barack Obama, tan educado en las mejores universidades, no
conoce la historia.
'No es Hora De Callar' se toma los estadios
este fin de semana
La jornada 18 del fútbol profesional está dedicada a rechazar la violencia contra
las mujeres.

Este fin de semana se vivirá en los estadios del país la jornada de rechazo a la violencia contra la mujer con la
campaña ‘No es Hora De Callar’.

El presidente de la Dimayor, Ramón Jesurún, hizo un llamado para que los hinchas se sumen.

Por segundo año consecutivo el fútbol le dice no a la violencia contra la mujer…

Hoy el fútbol ha tomado tanto dinamismo que hay una gran participación de la mujer en nuestro deporte
estrella. Así que reiteramos nuestra vinculación a esta campaña, en donde rechazamos desde el fútbol
profesional cualquier acción violenta contra una mujer. Nuestro compromiso es difundir ese llamado.

¿Cómo ha sido recibido ese llamado?

La jornada del año pasado fue de un compromiso total de técnicos, jugadores, aficionados y directivos. Esta
campaña, que la hemos institucionalizado, la haremos todos los años y por eso será bienvenida la de este fin
de semana, así como la actividad en la semifinal, el 11 de mayo.

¿Cuál es el mensaje para los hombres en esta jornada?

La invitación es a que esto no sea solo retórica, sino que hagamos parte, nos comprometamos, tomemos
acción y denunciemos cualquier tipo de violencia que conozcamos contra una mujer. Así, con esa solidaridad
y compromiso con los que nuestros futbolistas de la Selección Colombia se han sumado a la campaña,
esperamos que también lo hagan los demás hombres.

¿Y a las mujeres qué les dice?

El mensaje hoy es de acompañamiento, de cariño , de admiración, pero, sobre todo, de compromiso. Y el


mensaje más claro: la violencia que recuerden es necesario denunciarla, porque ‘No es Hora De Callar’.

La campaña, creada por la periodista Jineth Bedoya, quien fue víctima de secuestro, tortura y abuso sexual, es
apoyada por EL TIEMPO. Este año realizará actividades a lo largo del 2014.

La Gobernación de Bolívar, Usaid, el PNUD, el Fondo de Justicia Transicional, ONU Mujeres y la


Organización Internacional para las Migraciones (OIM) patrocinan este año la campaña, que prepara una
segunda jornada en los estadios para el 11 de mayo, y un gran concierto para las mujeres sobrevivientes de
violencias, en Cartagena.

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