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construir casas obreras de corta vida.

El conflicto entre dos formas de propiedad se descarga, de hecho, sobre el


inquilino, obligado a vivir bajo un techo a menudo no digno del nombre de casa. A
este propósito recordamos que también el joven Marx se ocupó de la alienación
obrera en la ciudad industrial, triunfo de la propiedad privada. Concentró su
atención en la manera en la que la ciudad del capital resuelve (as necesidades de
vivienda en una página de los Manuscritos, donde revela la carga
deshumanizadora de la propiedad privada. El proceso, alienante, de un
refinamiento continuo de las necesidades y de los medios para satisfacer estas
necesidades que la ciudad ofrece a sus habitantes que carecen de propiedad (e
incluso a los que la poseen)

produce, por una parte, el refinamiento de las necesidades y de sus medios; por
otra, un salvajismo bestial, una plena, brutal y abstracta simplicidad de las
necesidades, o mejor, simplemente se reproduce a sí mismo en sentido opuesto.
Incluso la necesidad del aire libre deja de ser en el obrero una necesidad; el
hombre retorna a la caverna, envenenada ahora por la mefítica pestilencia de la
civilización y que habita sólo de manera precaria, como una posesión ajena que
puede escapársele cualquier día, de la que puede ser arrojado cualquier día si no
paga. Tiene que pagar por esa casa mortuoria. La luminosa morada que
Prometeo señala, según Esquilo, como uno de los grandes dones con los que ha
convertido a los salvajes en hombres no existe para el obrero. La luz, el aire, la
más elemental limpieza animal, deja de ser una necesidad para el hombre. La
basura, esta corrupción y podredumbre del hombre, la cloaca de la civilización
(esto hay que entenderlo literalmente) se convierte para él en un elemento vital. El
completo y antínatural abandono, la naturaleza podrida, se convierten en su
elemento vital. Sus sentidos dejan de existir no ya en su forma humana, ni
siquiera en una forma deshumanizada, ni siquiera en una forma animal36.

8. Ciudad, conflicto de clase y anarquía social

La mayoría de los habitantes de Manchester, al igual que los de otras ciudades


protoindustriales, la constituyen, según Engels, los obreros. Estos satisfacen una
necesidad fundamental, la del alojamiento, así como otras necesidades
esenciales, soportando su condición de dominados. El obrero no consume, incluso
sería mejor decir que es consumido. El empresario, el propietario de la vivienda,
los comerciantes que le venden los alimentos o los vestidos exprimen al máximo
sus recursos, sin preocuparse -en esta fase- ni siquiera de asegurar un nivel de
vida mínimo para la reproducción de aquella fuerzatrabajo tan necesaria al
desarrollo industrial37 Nos hallamos en una fase de expansión inquieta que se
alterna con períodos de crisis38; en una fase donde la población obrera urbana es
un elemento útil e incluso indispensable para el desarrollo, pero del cual se puede
disponer como se dispone de un bien libre, al igual que el aire y el agua. El campo
e Irlanda constituyen una rica reserva que incrementa el ejército de la mano de

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obra. Esta abundancia de fuerza de trabajo disponible impide en los momentos de
desarrollo el aumento de los salarios y actúa como cámara de compensación en
los momentos de crisis.

Esta reserva constituye en tiempos de crisis una inmensa multitud, y en períodos


intermedios, que pueden considerarse un término medio entre la prosperidad y la
crisis, es siempre bastante numerosa. Es la “población superflua de Inglaterra,
población que mediante la mendicidad y los hurtos, la limpieza de calles, la
recolección de estiércol, la venta ambulante con carritos o asnos, u otros trabajitos
de ocasión, sobrelleva una mísera existencia. En todas las grandes ciudades
puede verse a muchos individuos de este tipo, que con los pequeños servicios
ocasionales “mantienen unida el alma al cuerpo”. como dicen los ingleses39.

Esta población “superflua”, cuya calificación social fluctúa entre proletariado y


subproletariado, se dedica a menudo a la mendicidad.

Pero la mendicidad de estos hombres tiene un carácter particular. Acostumbran a


andar con su familia y a cantar en las calles una canción que es una plegaria, o
solicitan con un recitado la caridad de los vecinos. Y es extraño que estos
mendigos se encuentren casi exclusivamente en los barrios obreros, como si la
caridad perteneciese casi exclusivamente a los trabajadores40.

Es una forma de solidaridad entre personas sobre las que pesa un destino común.
Una forma semejante de solidaridad, en la crisis, mancomuna a obreros y a
pequeños tenderos que les venden a crédito 41

En las grandes ciudades se acumula así un gran potencial conflictivo. Las


condiciones de vida, entre las que el alojamiento ocupa una posición importante,
impiden sin embargo la organización de los intereses comunes y hacen que las
rebeliones de grupo sean raras. Las reacciones más difundidas a estas
condiciones de vida, a menudo indignas del hombre, son el delito42, la abyección
moral, el alcoholismo, la debilidad, hasta llegar a la disolución de los vínculos
familiares 43. La situación social y económica de los obreros es inestable. La
ciudad puede transformarse, en ciertos momentos, en un caos. Delincuencia y
crimen pueden constituirse en norma, y sus habitantes pueden convertirse, de un
momento a otro, en una multitud de mendigos a merced de la muerte tanto por
inanición como por epidemia 44.

Pero la vida de las grandes ciudades prepara también un futuro diferente para
quienes sufren la condición de explotados indefensos. Un hombre nuevo se gesta
en la condición urbana donde las masas -llegadas recientemente a la ciudad-
parecen ineptas, socialmente desorganizadas, moralmente débiles y sin objetivo
fijo.

Si la concentración de la población obra desarrollando y estimando la clase de

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poseedores, produce, todavía más rápidamente, el desarrollo de los obreros. Los
obreros comienzan a sentirse una clase en su conjunto y advierten que, aunque
sean individualmente débiles, unidos constituyen una fuerza. La separación de la
burguesía, la diferente instrucción, sus distintas condiciones de vida vienen a dar
a los trabajadores ideas y percepciones propias; los obreros toman conciencia de
su opresión y adquieren una importancia social y política. Las grandes ciudades
son el foco del movimiento obrero; en ellas los obreros han comenzado, en primer
lugar, a reflexionar sobre su condición y a combatirla; en ellas aparece el contraste
entre la burguesía y el proletariado; de ellas han salido las uniones obreras, el
cartismo y el socialismo.

Las grandes ciudades padecen la enfermedad del cuerpo social, enfermedad que
presenta en el campo una forma crónica y que en ellas se transforma en aguda,
con lo que surge a la luz la verdadera naturaleza del mal y el medio apropiado
para curarla.

Sin las grandes ciudades y su creciente acción sobre el desarrollo de la inteli-


gencia, los trabajadores no estarían tan adelantados como lo están ahora45.

Se delinea aquí un discurso sobre las condiciones que convierten a la clase obrera
en una clase per se, un discurso que se articulará y se desarrollará más
ampliamente en el Manifiesto.

9. Proceso de proletarización y difusión urbana

En el Manifiesto del partido comunista (1848) la ciudad se presenta como un


producto cultural consecuente a la acción económica de una clase social
históricamente hegemónica, la burguesía, que la usa como instrumento de su
afirmación. La burguesía es la clase protagonista de un proceso de transformación
social revolucionario que se caracteriza tanto por la capacidad de emancipación
de las masas, como por la fuerza de difusión de la civilización.

La burguesía ha sometido el campo a la dominación de la ciudad. Ha creado


ciudades enormes, ha incrementado en alto grado el número de la población
urbana con relación a la rural, sustrayendo así una considerable parte de la
población al idiotismo de la vida rural. Ha hecho depender a los países bárbaros y
semibárbaros de los civilizados, a los pueblos campesinos de los pueblos
burgueses, al Oriente del Occidente. La burguesía va superando cada vez más la
fragmentación de los medios de producción, de la propiedad y de la población. Ha
centralizado los medios de producción y ha concentrado la propiedad en unas
pocas manos46.

La ciudad se concibe como una fase necesaria en la historia del capital; la ciudad,
centro de desarrollo de las fuerzas productivas y sede propulsora de la sociedad
entera, se caracteriza, en la lectura marxiana de este proceso de reestructuración

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