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Teoría de la narcoeconomía

Por Wilfredo Moreno

Todo parece indicar que en el 2006 el PIB colombiano sobrepaso con facilidad un crecimiento de más del

seis por ciento. Una cifra que despeja muchas dudas y contradice la opinión de muchos analistas que

durante todo el año habían pronosticado que el país había entrado en una nueva etapa de recesión.

______La mayoría de los malos presagios llegaban de la prensa escrita, sobre todo de periódicos

económicos especializados como Portafolio y la revista Dinero que prestaban sus páginas para que

desfilaran gran cantidad de “expertos” explicando por qué todo iba mal.

______Esas garrafales equivocaciones debieron bastar para que todos aquellos que tomaron una actitud

derrotista negando la capacidad de recuperación del país recapacitaran. Pero en contra de toda

racionalidad nos comprobamos que nunca se detienen y su reacción es propagar gran cantidad de teorías

que explican el auge de la economía Colombiana.

______Entre todos esas explicaciones, la teoría económica narcótica es la más llamativa, porque explota

infinidad de leyendas que tienen gran difusión entre el populacho. Esta teoría pone al negocio del

narcotráfico como eje central del crecimiento económico, descartando las posibles contradicciones en que

se incurre al intentar hacer eso creíble.

______Por ejemplo, la posibilidad de que los negocios creados para lavar dinero reemplacen a los lícitos,

aunque sea de forma parcial. Este proceso traería como consecuencia el desmonte de la capacidad

productiva, pues no se puede competir con quien tiene el lucro asegurado por fuera de la actividad. Es

decir, ante la incapacidad de competir, los negocios normales tendrían que cerrar.

______Al no necesitar los negocios ilícitos el engranaje que posen los negocios legales es poco lo que le

dejan al país en crecimiento productivo. De igual forma es pobre el papel que puedan ejercer para emplear

personas o distribuir riqueza.

______Como se puede comprobar, el negocio del narcotráfico es más bien dañino para el crecimiento

económico de un país y de ahí que todos traten de espantarlo con medidas severas. Colombia no es la

excepción, por mucho que se afirme todo lo contrario.

______De todas formas, sería estupendo conocer de forma completa las bases de la teoría económica

narcótica (una de cuyas cabezas más visibles es la senadora Cecilia López) que contradicen por completo la

mala experiencia de la economía colombiana con el narcotráfico, porque hasta ahora es una teoría que ha

contado con el beneficio de la duda que prestan de forma muy eficaz los medios de comunicación

colombianos, evitando ver luces sobre su contenido.


1. LA CULTURA DEL NARCOTRÁFICO
Por Gilberto Rojas Huertas / www.gilbertorojas.co.cc

Aquel esnobismo hippie del consumo de alucinógenos de la década de 1960 pronto se convirtió en un gran negocio que traspasó las
fronteras nacionales y se extendió al mercado internacional. Los traficantes habían descubierto la “gallina de los huevos de oro” en
la producción, procesamiento y comercio en gran escala de algunos productos que, como la marihuana y la coca, hasta entonces no
pasaban de ser elementos rituales utilizados por algunas de nuestras culturas indígenas en sus ceremonias o, a lo sumo, como
productos de “mambeo” para mitigar la sed y el hambre.

Los ríos de dinero fácil obtenidos con este ilícito comercio permitieron la conformación de verdaderos carteles de la droga que no
sólo expandieron su actividad a otros productos como la amapola, sino que infiltraron todos los sectores económicos y sociales a lo
largo y ancho del territorio nacional, generando una ficticia bonanza que permitió que, mientras la crisis económica azotaba a
muchos países de América latina, nuestro país se mantuviera estable, incluso reportando buenos índices de crecimiento.

Pero con la abundancia de dinero llegaron también el derroche, la “buena vida”, el lujo, el boato, la corrupción sin límites, la
inflación que a nadie preocupó excepto quizá al honrado asalariado que vio incrementarse los precios a niveles inalcanzables y, por
supuesto, la pérdida absoluta de los valores humanos, incluida la vida, pues de ello se encargó el sicariato. Si por aquella época se le
hubiese preguntado a un sicario por el valor de una vida humana, con seguridad hubiese contestado que lo que quisieran darle pues
“trabajo” no le faltaría para mantener sus altos estándares de vida.

El poder de los carteles era tal que arrasaban con persona o institución que se opusiera a sus designios, bien por la vía del dinero, o
por el de la amenaza, la extorsión, el chantaje o el de la eliminación física. “Plata o plomo” fue su eslogan.

Fue también la época de la reivindicación de la música norteña: “El carro rojo”, “La kenworth plateada”, “El jefe de jefes”, “El
camión sobrecargado”, “Billete verde”, “La cruz de marihuana”, etc.

Con el exagerado crecimiento de sus imperios económicos, que crecían al mismo ritmo en que aumentaban sus mercados externos e
internos y su influencia en todos los sectores sociales y de la producción, detentar el poder político era necesariamente el siguiente
paso de los varones de la droga. Pero incursionar en los terrenos de la política los convirtió en serios rivales para aquellos
aristócratas que ya la ejercían y que la consideraban como terreno de su propiedad. Esto, unido a la presión internacional que ya
sufría los efectos del “negocio de los colombianos” como nos estigmatizaron, obligó al gobierno a perseguirlos con fines de
extradición, declarándose una guerra sin cuartel a la que los narcotraficantes respondieron con el más cruel, sanguinario e
indiscriminado terrorismo, especialmente por parte del cartel de Medellín. Más astuto, el cartel de Cali optó por la entrega
negociada para evitar la extradición, no sin antes planificar y asegurar la supervivencia de su industria.

El narcotráfico no sólo creó un modus vivendi para amplias masas de la población sino que modificó y trastornó el del resto de la
población creando formas sutiles de dependencia y corrupción a todos los niveles de la sociedad e infiltrando la economía
productiva, la política, la iglesia, el transporte, y al mismo Gobierno y todos sus estamentos, incluidos la policía, los organismos de
seguridad, el ejército, los gobiernos locales, etc. No hay sector de la sociedad a donde no haya llegado su nefasta influencia.

Su política de “plata o plomo”, de amenaza, extorsión y chantaje sumió al país en la corrupción, la pérdida de los valores humanos,
el sicariato, la inflación, etc. Arrasó con los principios éticos y morales y con las tradiciones culturales que un día ya lejano en el
tiempo nos caracterizaron ante la faz del mundo para imponer una nueva forma de vida caracterizada por la primacía del dinero
fácil, el crimen y el delito y convertirse así en una verdadera cultura: la cultura del narcotráfico.

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2. EL FRACASO DE LA GUERRA
Por Gilberto Rojas Huertas / www.gilbertorojas.co.cc

Con la ayuda de agencias internacionales y de gobiernos extranjeros, especialmente del gobierno de los Estados Unidos, hoy se libra
una dura, costosa e inútil guerra contra el narcotráfico, mediante políticas de sustitución de cultivos, detención de “mulas” y
traficantes, fumigación de cultivos, destrucción de laboratorios, incautación y expropiación de propiedades de narcotraficantes, etc.
Sin embargo, tal esfuerzo está condenado al fracaso. Ciertamente no es ese el camino para acabar con este ilegal comercio.

En efecto, ese no es el camino porque se está atacando sin analizar el problema en su conjunto como cultura y sin ver las
complejidades que conlleva este ilícito comercio que trasciende la simple concepción de delito desde el punto de vista policivo y
jurídico, o de problema social desde el punto de vista económico y político o de salud desde el punto de vista médico. Entonces debe
ser estudiada y analizada como tal, a fin de encontrar la fórmula que permita atacarla de conjunto.

Ante todo se debe señalar que, como todo hecho económico, el narcotráfico obedece a la ley de la oferta y la demanda. Mientras
haya demanda siempre habrá quien este dispuesto a producir y ofrecer, con la circunstancia agravante de que a mayor prohibición y
persecución mayores precios y, por tanto, mayor incentivo para el oferente.

Por el lado de la demanda hay los componentes interno y externo. La demanda interna es relativamente baja y se paga en pesos
mientras que la demanda externa es alta, crece día a día y se paga en verdes, en dólares, creando un estímulo irresistible para la
oferta, la cual, por su parte, se encuentra con un mercado floreciente y próspero más allá de las fronteras, con proyecciones de
mercado potencial sin límite que paga la moneda más apetecida del mundo (dólares), y con ventajas comparativas inmejorables que
facilitan la producción en cuanto a tierras, clima, mano de obra, protección armada propia y de la guerrilla, apoyo comprado en
todos los estamentos sociales y del gobierno, etc. Además, la materia prima, es decir la coca, la amapola y la marihuana, son plantas
que en nuestro país se dan silvestres.

Como consecuencia de lo anterior la cultura del narcotráfico trasciende las fronteras nacionales y se constituye en un fenómeno
internacional que debe ser enfrentado en la misma forma: en el ámbito internacional. Toda acción que se emprenda debe ser
realizada bajo esta perspectiva.

Por consiguiente, no se explica el por qué la guerra actual contra el narcotráfico se libra exclusivamente contra la producción, es
decir contra la oferta, y en el ámbito nacional, pero no contra la demanda, concretamente, contra la demanda internacional. El país
no puede seguir en esta absurda guerra en la que se busca destruir la cola del lagarto cuando su cabeza permanece intacta en otro
lugar.

La fumigación de cultivos a lo sumo destruirá algunas de las plantaciones “industriales” que fácilmente pueden reemplazarse, re-
ubicarse o reponerse, pero nunca acabará con ellas totalmente pues son plantas silvestres que forman parte de nuestra flora tropical y
que, más aún, son elementos rituales de nuestras ancestrales culturas indígenas cuando no elementos de “mambeo” como ya como
se ha dicho. En cambio el daño ecológico que las fumigaciones y bombardeos están causando a la flora y fauna sí es inmenso e
irreparable, ocasionando la justa protesta y oposición de los campesinos e indígenas.

La sustitución de cultivos también ha fracasado porque ningún sustituto, ningún producto agrícola, podrá producirle al cultivador la
misma utilidad y las mismas garantías de crédito, precios y mercado asegurado. Máxime cuando carece de créditos oficiales, de vías
de comunicación, de medios de transporte y cuando los precios de los productos agrícolas están por el piso gracias al abandono del
sector agrícola por parte del gobierno y de los planes de desarrollo. Lo mismo puede afirmarse de lo que sucede con el resto de la
cadena en las etapas de producción, procesamiento, transporte, distribución y venta.

Además, los carteles de la droga siguen vigentes. El hecho de que los grandes capos hayan caído o se hayan entregado
voluntariamente a cambio de no ser extraditados no significa que los carteles se hayan acabado. Por el contrario, estos se han
multiplicado en cabeza de los lugartenientes de los primeros y en un sinnúmero de testaferros, quienes gracias a las experiencias
vividas, a la tecnología y a la información comprada proveniente de fuentes seguras y bien informadas, han perfeccionado sus
métodos de producción, comercialización, venta y recolección de dinero, a niveles tan sofisticados que los hacen difícilmente
detectables para las pocas autoridades aún honestas.

Si bien la confiscación y expropiación de bienes es un arma poderosa para luchar contra el narcotráfico contribuyendo además con
la redistribución económica del ingreso y la asignación de recursos en favor de las personas e instituciones más necesitadas, también
trae efectos colaterales no buscados. Entre ellos, la posibilidad de conducir a graves atropellos contra gentes inocentes acusadas
falsamente por la “justicia sin rostro”, a pugnas y litigios entre personas y entre instituciones por la posesión temporal y/o definitiva
de tales bienes, y al cierre de muchas fábricas y empresas productivas legalmente constituidas pero de propiedad de narcotraficantes,
con el consiguiente aumento del desempleo el cual ya llega a cifras escandalosas. En un país en donde la institucionalidad tambalea
y se debate en medio de la guerra contra la insurgencia revolucionaria, de la guerra contra el narcotráfico mismo, de la corrupción,
etc., agregarle la bomba del desempleo es una actitud definitivamente suicida.

Todo lo anterior explica el fracaso de la guerra contra el narcotráfico, como lo demuestran las crecientes cifras que sobre ese ilegal
comercio a diario reportan los diferentes medios de comunicación y cuyas proyecciones muestran un acelerado crecimiento que
contradice en la práctica los resultados esperados. Sus logros no resisten el examen. El fracaso es total.

Se necesita entonces idear formas audaces para enfrentarlo en el ámbito nacional e internacional, al menor costo y con la mayor
brevedad y eficacia posibles. Una de esas formas es la que a continuación se propone: la teoría del valor cero.

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3. LA TEORÍA DEL VALOR CERO


Por Gilberto Rojas Huertas / www.gilbertorojas.co.cc

La forma de acabar con el narcotráfico es la de quitarle el estímulo que lo fomenta y ese estímulo es la ganancia, es el dinero fácil
obtenido con los altos precios que la droga tiene en el mercado gracias a una creciente demanda. Si su valor comercial se redujera a
cero, mueren el narcotráfico y su cultura.

Esto implica ni más ni menos que su legalización para ser producida directamente por el mismo Gobierno, a manera de monopolio
estatal, quien la distribuiría gratuitamente a los adictos o enfermos a través del sistema nacional de salud en clínicas, hospitales y
centros de salud, en donde además se haría un seguimiento médico de pacientes drogadictos, previa inscripción o registro en un
censo.

La drogadicción es un problema de salud social que genera delincuencia. La propuesta permite afrontarla como tal, a la vez que
acaba con ese ilegal y dañino tráfico y con todas las funestas manifestaciones que conlleva la cultura del narcotráfico.
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4. EL MODELO
Por Gilberto Rojas Huertas / www.gilbertorojas.co.cc

Es claro que el modelo que se propone no puede ser llevado a cabo unilateralmente por un solo país sino que se requiere de la
concertación internacional. Por tanto el primer paso es mostrar las bondades del mismo a la comunidad internacional y lograr su
apoyo para luego si actuar de conformidad. Este es el modelo:

En el ámbito nacional:

1. Realizar una intensa campaña publicitaria mostrando las bondades del programa.
2. Legalización de la producción y distribución de las drogas pero como monopolio del estado, es decir, en forma exclusiva y directa por el mismo Gob
3. Realizar un censo de enfermos adictos a través del sistema nacional de salud.
4. Suministro gratuito, por parte del Gobierno, de las dosis necesarias a los enfermos inscritos en el censo, previos exámenes y valoraciones médicas.
5. Seguimiento médico de pacientes mediante un registro individual.
6. Apoyo y supervisión de organismos internacionales, en caso de ser necesario.

En el ámbito internacional:

1. Cada uno de los países interesados o involucrados adoptaría las mismas políticas propuestas para el nivel nacional.
2. El Estado colombiano suministraría a costo de producción las dosis requeridas por aquellos países que por uno u otro motivo no puedan producirlas.
3. De ser necesario se solicitaría la supervisión de organismos internacionales tales como la ONU, la OEA, o la Cruz Roja Internacional, para verificar
programas y convenios entre los países.
4. Intercambio de información entre los diferentes países sobre la marcha de los programas e intercambio de experiencias a fin de mejorar su efectivida

La cultura del narco es la cultura nacional

Por Héctor Villarreal

Dicho en términos marxistas: la superestructura de la narcocultura es el reflejo de


la estructura económica vinculada al narcotráfico. Así, se pregunta el autor de este
artículo: ¿Qué de particular o distinto tiene la cultura de los narcotraficantes
importantes respecto a la de otros nuevos ricos?

I
Narcocultura, en primera
instancia, no es más que otra forma de nombrar a la cultura de los nuevos ricos, a sus
gustos, a la manera en que gastan y ostentan su dinero. No es muy distinta, por lo tanto,
de la cultura de algunos o muchos líderes sindicales, de agrupaciones musicales con
estrellato, de futbolistas y boxeadores multimillonarios, de políticos caciquiles y de
jefes policiacos, que reluce por lo dorado, lo brilloso, lo satinado, el dispendio, las
escoltas, los séquitos, la bravuconería, el regionalismo y otros tantos elementos que
constituyen una representación de poder despótico.

¿Qué de particular o distinto tiene la cultura de los narcotraficantes importantes respecto


a la de otros nuevos ricos? Pues algunos símbolos que se relacionan con su actividad
profesional y los recursos materiales y simbólicos que controlan para basar su poder,
como los que refieren a armas prohibidas y mercancía prohibida. El mensaje es el del
imperio de la impunidad, el de estar por encima de la ley y la justicia, la capacidad de
imponer la propia ley y justicia.

Particular a esta cultura puede ser, también, el relato de su acontecer en forma de


corrido, que por influencia de versiones periodísticas ha venido llamándose
“narcocorrido”. Si el corrido es relato musicalizado del acontecer, entonces es un género
periodístico como la crónica, en algunos casos como el reportaje y, en pocos, como
artículo de fondo; de modo que el narcocorrido es crónica del acontecer del
narcotráfico. Pero hay que reconocer que el corrido es más que sólo narración, también
reproduce y difunde los códigos, los valores y la jerga. En algunos casos, da lecciones,
instruye, envía mensajes.

II

La cultura de los nuevo ricos es la de


asemejarse a lo que han imaginado o fantaseado que es la cultura de los ricos, que es
como querer vivir permanentemente en boda o quince años, días particulares en que los
pobres se esfuerzan por vivir como si fueran ricos: el circo de la mesa del presídium
donde los invitados confirman su respeto, los ruidosos conjuntos musicales, la dizque
elegancia, el protocolo, la servidumbre a la que se le ordena servir los alimentos y
bebidas… La miseria del pueblo mexicano es del tamaño de sus fiestas, decía Octavio
Paz. Tal vez porque en un país sin movilidad social ascendente la condición de pobreza
es percibida como definitiva o vitalicia por quienes la tienen, de modo que se esfuerzan
no tanto por superarla como por suspenderla unos cuantos días.

La narcocultura, por lo tanto, anuncia la posibilidad de romper con la fatalidad de la


pobreza. Se vuelve aspiracional, como la de cualquier nuevo rico, porque ostenta los
símbolos del éxito, todos ellos superiores en efectividad a los que puede proveer el
Estado de derecho, que no alcanzan para algo más que la mediocridad: título
universitario, empleo malpagado, afiliación al Seguro Social y al Infonavit, credencial
de elector, tarjeta del Imapam, comprar en Elektra…

III

La imagen de Cristo es la de alguien a quien le fue muy mal, al que humillaron y


golpearon hasta matarlo. Es una imagen para quienes pueden identificarse con eso, para
miserables resignados a serlo y que aspiran a una mejor vida después de morir. En
cambio, a Malverde se le representa como alguien exitoso. Curiosamente, el santo por
aclamación popular no tuvo un final mucho mejor al del precursor del cristianismo,
quien murió ahorcado, pero en sus imágenes no se le ve con una soga al cuello
pendiente de un árbol, sino que se le venera en plenitud de su potestad, rico, elegante,
con traje y sombrero fino. Se le pide como se hace a un padrino. Lo importante en su
devoción no es portarse bien o ser bueno, sino la fe-lealtad que se le tenga.

IV

Narcocultura es, en segunda instancia, no sólo la cultura particular de los


narcotraficantes sino también la de quienes admiran o aspiran al estilo de vida de ellos,
que aunque no pueden pagar tratan de imitar, que participan de ella al menos de forma
pasiva. Es, como toda cultura, una construcción social. No es el traficante el que crea su
cultura, es la sociedad a la que pertenece la cual ha construido la cultura que él
reproduce.

Narcocultura es, en tercera instancia, o puede ser también, la cultura del consumidor de
narcóticos que celebra su consumo como diversión. Los Inquietos del Norte o Los
Amos de Nuevo León, por ejemplo, han marcado una diferencia en la música norteña,
con un ritmo más acelerado y propicio para el brinco más que para el baile —hyphy, y
que va muy bien con sus canciones, algunas de las cuales dan cuenta de México como
país de consumo y no sólo de tráfico. Ésta es también una novedad en la narrativa
musical que se diferencia de la lírica típica del corrido: no es el elogio al traficante ni la
descripción de sus vicisitudes sino las experiencias del consumidor ordinario en
“pistear” y “loquear”, distintas también al habitual tono machista pues presenta a las
mujeres como compañeras de parranda, como camaradas que comparten y se divierten
al parejo de los hombres, que elogian su iniciativa y arranque para la fiesta. De ahí,
posiblemente, que estos intérpretes tengan tantas o más seguidoras mujeres que
hombres.
En eso se abrió la puerta / eran un montón de viejas / Decían hay que rico huele /
cabrones saquen la hierva. / El primo las conocía / y así seguimos la pinchi loquera. /
Las viejas eran cabronas / en un anillo traían perico /y una de ellas saco una pipa. /
Órale pinches borrachos no se hagan weyes / saquen la piedra que ya me chinga esta
pinchi malilla. / Hay que desmadre en el baño, / corridos estaba bailando, / en una
mano Buchanan’s / en otra churro fumando / y mi vieja con sus llaves un pinche pase
se estaba echando.

Visto desde una teoría social de la comunicación, cuando el “presidente del empleo” se
convirtió en presidente de la “guerra contra el narco” y el mayor logro de su
administración ha sido matar al enemigo del Chapo Guzmán y fotografiar su cadáver
ultrajado, narcocultura puede ser, también, la cultura hegemónica en México, a partir de
que el tema del narcotráfico es el predominante en la comunicación social del gobierno,
en los diarios y noticieros, y, por lo tanto, en la opinión pública. Cuando se ve, escucha
y habla cotidianamente sobre narcoejecuciones, decapitaciones, carteles, “daños
colaterales”, “guerra contra el narco”, “enfrentamientos”, “pérdida de vidas”,
narcomenudeo, narcotienda, etcétera, la narcocultura es simplemente la cultura. Es
como decir aire contaminado en la Ciudad de México, donde simplemente se dice aire.
Dicho en términos marxistas: la superestructura de la narcocultura es el reflejo de la
estructura económica vinculada al narcotráfico

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