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Selección de poesías

En paz, Amado Nervo


Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino

que yo fui el arquitecto de mi propio destino;


que, si extraje la miel o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.

...Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:


¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tan sólo noches buenas;

y en cambio tuve algunas santamente serenas...


Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!

Ítaca, Cavafis

Cuando emprendas tu viaje a Itaca y toda suerte de perfumes sensuales,


pide que el camino sea largo, cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
lleno de aventuras, lleno de experiencias. Ve a muchas ciudades egipcias
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes a aprender, a aprender de sus sabios.
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino, Ten siempre a Itaca en tu mente.
si tu pensar es elevado, si selecta Llegar allí es tu destino.
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo. Mas no apresures nunca el viaje.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes Mejor que dure muchos años
ni al salvaje Poseidón encontrarás, y atracar, viejo ya, en la isla,
si no los llevas dentro de tu alma, enriquecido de cuanto ganaste en el camino
si no los yergue tu alma ante ti. sin aguantar a que Itaca te enriquezca.

Pide que el camino sea largo. Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Que muchas sean las mañanas de verano Sin ella no habrías emprendido el camino.
en que llegues -¡con qué placer y alegría!- Pero no tiene ya nada que darte.
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
y hazte con hermosas mercancías, Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
nácar y coral, ámbar y ébano entenderás ya qué significan las Itacas.

1
A muchos. Horacio Rega Molina
Déjame así. Mi corazó n no pide
nada má s. Pues no hay vida tan hermosa
como la que uno para sí decide.
Mi arcilla es mía. Nadie hará otra cosa.

¿De qué recuerdos quieren que me olvide?


¿Qué huida me proponen, temerosa?
¿De qué peligros dicen que me cuide,
si tengo los del verso y de la prosa?

¿Quién procura tomarme la medida


y el peso? ¿Y en el libro de lecciones
anotarme un examen de conciencia?

¿Qué haría con el alma corregida?


Gracias, Dios mío, porque Tú no pones
mi manera de ser en penitencia.

Mujer, José Pedroni


Mujer, nunca me olvido te seguí despacito.
que me amaste caído. Rayando la subida
Feliz durante el vuelo, con el ala caída.
siempre estaba en el cielo. De modo que borraba
Cantando mi fortuna lo que tu pie dejaba.
o en redor de la luna. Y el que pasó primero
O dejando, contento, sólo encontró un sendero.
que me llevara el viento. Y la primera estrella
Pero me hirió el destino nada más que una huella.
y caí en el camino. Por fin vimos tu puerta,
Y con el ala rota que estaba toda abierta.
dejé de ser gaviota. Y cuando en ella, amiga,
Me transformé en plomizo se sentó tu fatiga,
pájaro agachadizo. Me encaramé a tu pecho,
Y comí granos secos, que es un nidito hecho.
y me escondí en los huecos. Y el tordo alicaído
A mi lado la gente silbó sobre tu nido.
pasaba alegremente. Mujer, suave mujer,
Y nunca me encontraron luz en mi anochecer.
los que más me buscaron. Esta sencilla calma
Y aquellos que me vieron me viene de tu alma.
no me reconocieron. Que nadie me atribuya
Mas, para dicha mía, esta paz, toda tuya.
te vi pasar un día. Ni esta dulce costumbre
Tan cerca, que tu ruedo de hablar con mansedumbre.
casi toca mi miedo. Ni este canto tardío,
Y porque estaba escrito, que nunca ha sido mío.
Sepa toda la gente Mujer, suave mujer,
que es tuyo solamente. mi mañana y mi ayer.

2
Dos palabras (fragmento) Alfonsina Storni
Esta noche me has dicho dos palabras
Comunes. Dos palabras cansadas
De ser dichas. Palabras
Que de viejas son nuevas.
Dos palabras tan dulces, que la luna que andaba
Filtrando entre las ramas
Se detuvo en mi boca. Tan dulces dos palabras
Que una hormiga pasea por mi cuello y no intento
Moverme para echarla.

Ausencia, Jorge Luis Borges


Habré de levantar la vasta vida
que aú n ahora es tu espejo:
cada mañ ana habré de reconstruirla.
Desde que te alejaste,
cuá ntos lugares se han tornado vanos
y sin sentido, iguales
a luces en el día.
Tardes que fueron nicho de tu imagen,
mú sicas en que siempre me aguardabas,
palabras de aquel tiempo,
yo tendré que quebrarlas con mis manos.
¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que, como un sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?
Tu ausencia me rodea
como la cuerda a la garganta,
el mar al que se hunde.

El amenazado, Jorge Luis Borges


Es el amor. Tendré que ocultarme o huir.
Crecen los muros de su cá rcel,
como en un sueñ o atroz.
La hermosa má scara ha cambiado,
pero como siempre es la ú nica.

¿De qué me servirá n mis talismanes:


el ejercicio de las letras, la vaga erudició n,
el aprendizaje de las palabras que usó el á spero Norte
para cantar sus mares y sus espadas,
la serena amistad, las galerías de la Biblioteca,
las cosas comunes, los há bitos,
el joven amor de mi madre,
la sombra militar de los muertos,
la noche intemporal, el sabor del sueñ o?

Estar contigo o no estar contigo


es la medida de mi tiempo.
Ya el cá ntaro se quiebra sobre la fuente,
ya el hombre se levanta a la voz del ave,
ya se han oscurecido
los que miran por las ventanas,
pero la sombra no ha traído la paz.

Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad


y el alivio de oír tu voz,
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la espera y la memoria,
el horror de vivir en lo sucesivo.

Es el amor con sus mitologías,


con sus pequeñ as magias inú tiles.

Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.


Ya los ejércitos me cercan las hordas.
(Esta habitació n es irreal, ella no la ha visto).

El nombre de una mujer me delata.


Me duele una mujer en todo el cuerpo.

Tu secreto, Evaristo Carriego


¡De todo te olvidas! Anoche dejaste
aquí, sobre el piano, que ya jamá s tocas,
un poco de tu alma de muchacha enferma:
un libro, vedado, de tiernas memorias.
 
Íntimas memorias. Yo lo abrí, al descuido,
y supe, sonriendo, tu pena má s honda,
el dulce secreto que no diré a nadie:
A nadie interesa saber que me nombras.
 
Ven, llévate el libro, distraída llena
de luz y de ensueñ o. Romá ntica loca
¡Dejar tus amores ahí, sobre el piano!
De todo te olvidas ¡Cabeza de novia!

Canción última, Miguel Hernández


Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.

Regresará del llanto


adonde fue llevada
con su desierta mesa
con su ruinosa cama.

Florecerá n los besos


sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sá bana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.
El odio se amortigua
detrá s de la ventana.
Será la garra suave.

Dejadme la esperanza.

La calle, Octavio Paz


Es una calle larga y silenciosa.
Ando en tinieblas y tropiezo y caigo
y me levanto y piso con pies ciegos
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las piedras mudas y las hojas secas
y alguien detrá s de mí también las pisa:
si me detengo, se detiene;
si corro, corre. Vuelvo el rostro: nadie.
Todo está oscuro y sin salida,
y doy vueltas en esquinas
que dan siempre a la calle
donde nadie me espera ni me sigue,
donde yo sigo a un hombre que tropieza
y se levanta y dice al verme: nadie.

Poema XX, Pablo Neruda


Puedo escribir los versos má s tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: “La noche está estrellada,

y tiritan, azules, los astros, a lo lejos.”


El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos má s tristes esta noche.


Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.


La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.


Có mo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos má s tristes esta noche.


Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, má s inmensa sin ella.


Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.


La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.


Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.


Mi corazó n la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos á rboles.


Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuá nto la quise.


Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.


Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,


mi alma no se contenta con haberla perdido.

5
Aunque éste sea el ú ltimo dolor que ella me causa,
y estos sean los ú ltimos versos que yo le escribo.

Yolleo, Oliverio Girondo


Eh vos
tatacombo
soy yo

no me oyes
tataconco
soy yo sin vos
sin voz
aquí yollando
con mi yo só lo solo que yolla y yolla y yolla
entre mis subyollitos tan nimios micropsíquicos
lo sé
lo sé y tanto
desde el yo mero mínimo al verme yo harto en todo
junto a mis ya muertos y revivos yoes siempre siempre yollando y yoyollando siempre
por qué
si sos
por qué dí
eh vos
no me oyes
tatatodo
por qué tanto yollar
responde
y hasta cuá ndo

El remordimiento, Borges
He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.

Mis padres me engendraron para el juego


arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida

no fue su joven voluntad. Mi mente


se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.

Me legaron valor. No fui valiente.


No me abandona. Siempre está a mi lado
La sombra de haber sido un desdichado.

El sueño, Borges
Si el sueñ o fuera (como dicen) una
tregua, un puro reposo de la mente,

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¿por qué, si te despiertan bruscamente,
sientes que te han robado una fortuna?

¿Por qué es tan triste madrugar? La hora


nos despoja de un don inconcebible,
tan íntimo que só lo es traducible
en un sopor que la vigilia dora

de sueñ os, que bien pueden ser reflejos


truncos de los tesoros de la sombra,
de un orbe intemporal que no se nombra

y que el día deforma en sus espejos.


¿Quién será s esta noche en el oscuro
sueñ o, del otro lado de su muro?

A un gato, Borges
No son má s silenciosos los espejos
ni má s furtiva el alba aventurera;
eres, bajo la luna, esa pantera
que nos es dado divisar de lejos.

Por obra indescifrable de un decreto


divino, te buscamos vanamente;
má s remoto que el Ganges y el poniente,
tuya es la soledad, tuyo el secreto.

Tu lomo condesciende a la morosa


caricia de mi mano. Has admitido,
desde esa eternidad que ya es olvido,

el amor de la mano recelosa.


En otro tiempo está s. Eres el dueñ o
de un ámbito cerrado como un sueñ o.

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