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sobre “Dos crisis de la conciencia histórica” en Storia della Storiografia, núm.

33 (1998),
p. 3-16. [Publicado originalmente en inglés.]

Han pasado más de dos décadas desde que Peter Burke publicó el artículo que a
continuación se reseña y éste sigue siendo un texto que aún provoca en el lector el
impulso de reflexionar y de posicionarse sobre la materia que con claridad el autor nos
presenta: el problema de la verdad en la historia, o dicho de un modo más cercano a la
manera en que el autor expone su planteamiento, el histórico problema de lo falso y lo
ficticio en la historiografía occidental. Si el propósito del autor es, como él mismo nos
anuncia en los primeros párrafos, “poner en perspectiva” histórica los problemas
planteados por los estudiosos de la historia a finales del siglo XX acerca de la posibilidad
de conocer la verdad y el de la relación de la historia con la ficción, el objetivo ha sido
cumplido y su perspectiva debe de ser considerada como un buen punto de partida para
que aquellos que se enfilan a dedicarse al estudio de la historia, comiencen a posicionarse
sobre un problema de conocimiento que, a la luz de texto y de la reacción que este mismo
ha provocado en al menos uno de sus lectores, acompañará por siempre al quehacer de
los historiadores, aunque a veces con mayor resonancia que otras. Habiendo invitado
entusiastamente a la lectura del artículo de Burke, no queda otra opción más que resaltar
los alcances y límites de su argumento.

Para comenzar, cabe señalar que el texto consta de dos partes. La primera es una
aportación valiosa sobre la problemática de la filosofía y teoría de la historia, la segunda
es la posición de este renombrado historiador frente a los cuestionamientos enarbolados
en la década de los 90 del siglo XX acerca de la verdad en la historia. Ambas partes están
presentadas a manera de un análisis de las críticas lanzadas a la historiografía sobre su
relación con los falso y ficticio, así como de las respuestas que se han dado a estos
cuestionamientos en dos momentos específicos de la historia, el siglo XVII y el del
momento en el cual el autor vive y practica su profesión: el siglo XX. De este modo, “Dos
crisis de la conciencia histórica” es una forma precisa de anunciar a los interlocutores
familiarizados con la práctica historiográfica el contenido del texto.

En la primera parte del análisis, el autor demuestra con erudición y con gran
habilidad para sintetizar, ordenar y categorizar la información, cuáles fueron los
principales argumentos utilizados por los detractores de la idea de que mediante la
práctica histórica se puede conocer “lo que realmente pasó”, así como de las soluciones
que algunos historiadores propusieron para mantener a raya el sesgo y la falsificación en
la historiografía. De esta manera, el autor demuestra que este momento correspondió al
inicio de prácticas historiográficas que contrarrestan dichos riesgos, tales como la crítica
de fuentes y las disciplinas auxiliares de la historia como la arqueología y la paleografía
entre otras. Las fuentes de su análisis son las obras de pensadores como René Descartes,
François La Mothe Le Vayer y Pierre Bayle

En la segunda parte del estudio, en la que refiere a la siguiente “crisis de la


conciencia histórica”, el autor analiza la obra de Michel Foucault, Jacques Derrida, Jean-
François Lyotar, Umberto Eco, Daniel Defoe y Hayden White. A partir de dicho análisis
concluyó que los cuestionamientos pueden sintetizarse en tres problemas: el primero
refiere a la concepción de los conceptos y categorías empleados por los historiadores -por
ejemplo, “fascismo” o “feudalismo”- como construcciones o representaciones en vez de
hechos sociales que reflejen la realidad social. El segundo concierne al reconocimiento de
que la mirada de los historiadores no está exenta de prejuicios. Finalmente, el tercer
problema, llamado “crisis de las representaciones” que refiere a que los historiadores no
se dan cuenta de que las formas literarias son también contenido en sí mimas y la
fascinación de los historiadores por estudiar cómo se percibe la realidad en vez de la
realidad misma, la ha llevado a un acercamiento con la ficción.

Ahora bien, la posición de Burke frente a los tres problemas arriba esbozados está
sintetizada en una cuartilla y parece tener una menor profundidad argumentativa en
relación a las demás partes del texto. Sin embargo, es importante resaltar que su posición
de manera general es incorporar estos nuevos retos al trabajo historiográfico sin temor a
estar falseando la realidad. Es decir, que la solución a los tres problemas es incorporar las
nuevas perspectivas a la práctica y asumirlos como elementos que enriquecen la narrativa
y no como obstáculos para alcanzar la verdad.

Si bien el texto resulta ser un buen paso para la iniciación de los cuestionamientos
posmodernos hacia la escritura de la historia, un límite patente de la argumentación es la
ausencia de un análisis de orden social, político o económico más desarrollado de los
contextos en que se originaron ambas crisis de la conciencia histórica.

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