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Manual de La Constitución Reformada Bidart Campos (Capítulo 18)
Manual de La Constitución Reformada Bidart Campos (Capítulo 18)
I. EL “TREATY MAKING POWER”. - La convención de Viena sobre derecho de los tratados. - Los
tratados. - La ratificación en sede internacional. - La publicación de los tratados. - Las
“reservas” en los tratados. - Los acuerdos ejecutivos de tramitación simplificada. - La
“denuncia” de los tratados. - La derogación por el congreso de la anterior aprobación de un
tratado. - La “prórroga” de los tratados. - II. LOS TRATADOS Y EL DERECHO INTERNO. - Los
tratados en infracción al derecho interno. - La ley “anterior” y el tratado “posterior”
discrepante. - El “ius cogens” - La creación de “derecho nuevo” por los tratados. - Los tratados
como “ley suprema” en el derecho argentino. -La naturaleza federal de los tratados. - Las leyes
reglamentarias de los tratados. - La interpretación de los tratados y del derecho internacional
no escrito en el derecho interno. - El derecho humanitario. - Remisiones. - III. LA
INTEGRACIÓN SUPRAESTATAL. - La reforma constitucional de 1994. - El “tratado-marco” de
integración. - El derecho comunitario. - Los tratados de integración con normas parciales
sobre derechos humanos. - Los mecanismos previstos para celebrar y denunciar los tratados de
integración. - El federalismo y los procesos de integración supraestatal. - IV. LOS “TRATADOS”
PROVINCIALES. - Su clasificación y sus perfiles. - La reforma constitucional de 1994. - La
aplicación del derecho de los tratados internacionales a los tratados provinciales. -
APÉNDICE. - Fórmulas de instrumentos relativos a la ratificación de tratados.
1. — Este tratado internacional que regula el régimen de los tratados data de 1969 y entró
en vigencia por ratificación o adhesión de treinta estados el 27 de enero de 1980. Está
incorporado al derecho argentino, razón por la cual nos resulta de aplicación obligatoria en la
integralidad de la materia que es objeto de sus disposiciones.
Conviene hacer presente que por ley 19.865 del 3 de octubre de 1972, Argentina ha aprobado la
Convención de Viena, adoptada por la conferencia de las Naciones Unidas sobre el derecho de los
tratados, y abierta a la firma el 23 de mayo de 1969, fecha en que fue suscripta por nuestro país, que
luego la ratificó el 5 de diciembre de 1972.
Los tratados.
3. — Luego de la aprobación por el congreso, el tratado necesita, para entrar en vigor en sede
interna, la ratificación en sede internacional, que es cumplida por el poder ejecutivo.
4. — Creemos equivocado el criterio que surge del fallo de la Corte en el caso “Ferreyra Pedro
c/Nación Argentina” cuando sostuvo que la obligatoriedad de la ley aprobatoria de un tratado desde
su publicación o desde la fecha que ella determina, quiere decir que desde esa fecha el estado queda
obligado legalmente a cumplir el compromiso contraído. De ninguna manera es así, puesto que el
estado no asume ningún compromiso internacional hasta que el tratado se ratifica en sede
internacional, por lo que la ley aprobatoria dictada como etapa previa no obliga a ratificarlo, tampoco
lo incorpora, y por ende no apareja contraer la obligación internacional de cumplirlo. Su único efecto
es habilitar la ratificación que posteriormente puede hacer el poder ejecutivo.
8. — Una seria falencia omisiva ha sido, hasta 1992, la no publicidad de los tratados
internacionales ya ratificados. Fue práctica que se publicara en el Boletín Oficial la ley
aprobatoria de un tratado, pero como sabemos que en esa etapa congresional falta todavía la
ratificación y que, por ende, el tratado no se incorpora al derecho interno, se hacía dificultoso
tener conocimiento de la fecha y del instrumento ratificatorio, así como de la fecha de entrada
en vigor del tratado.
Esa anomalía resultaba grave no sólo institucionalmente, sino que comprometía un
principio elemental del sistema republicano, cual es el de la publicidad de los actos estatales.
EL DERECHO DE LOS TRATADOS INTERNACIONALES
La cuestión se agravaba con los tratados sobre derechos humanos que, por generar derechos
para los particulares, con sus obligaciones recíprocas, carecían de la mentada publicidad
oficial.
En 1992, la ley 24.080 vino a subsanar la defectuosidad. Su texto dice así:
“Artículo 1º — Deben publicarse en el Boletín Oficial los siguientes actos y hechos referidos a
tratados o convenciones internacionales en los que la Nación Argentina sea parte: a) El texto del
instrumento de ratificación del tratado o convención con sus reservas y declaraciones interpretativas;
b) El texto del tratado o convención al que se refiere el inciso precedente, con la aprobación legislativa
en su caso, más las reservas y declaraciones interpretativas formuladas por las otras partes signatarias;
c) Fecha del depósito o canje de los instrumentos de ratificación o de adhesión; d) Características del
cumplimiento de la condición o fecha de vencimiento del plazo al cual pudiera hallarse supeditada su
vigencia; e) Fecha de la suspensión en la aplicación del tratado o convención, o de su denuncia.
Art. 2º — La publicación en el Boletín Oficial se efectuará dentro de los quince días hábiles
siguientes a cada acto o hecho indicados en el art. 1º de la presente ley.
Art. 3º — Los tratados y convenciones internacionales que establezcan obligaciones para las
personas físicas y jurídicas que no sea el estado nacional, son obligatorios sólo después de su
publicación en el Boletín Oficial observándose al respecto lo prescripto por el art. 2º del código civil.
Art. 4º — Comuníquese al poder ejecutivo nacional”.
9. — No vamos a analizar aquí el problema de las reservas en el campo del derecho internacional
(están previstas en los arts. 19 a 24 de la Convención de Viena sobre derecho de los tratados). Nos
ocuparemos, en cambio, de las reservas en el derecho interno argentino.
El problema principal que se nos plantea es el de qué órgano de poder tiene competencia para
formularlas, y ello ha de examinarse en una pluralidad de hipótesis.
a) Si conforme a la Convención de Viena la reserva se formula en el momento de “firmarse” el
tratado por el poder ejecutivo, es obvio que el congreso estará en condiciones de tomarla en cuenta
cuando apruebe o deseche el tratado, por lo que la ratificación que en su caso efectúe después el poder
ejecutivo habrá de atenerse a la decisión del congreso.
b) Si el congreso en la etapa optativa de aprobación o rechazo del tratado le introduce
modificaciones (lo que implica alterar unilateralmente el texto del tratado), tales modificaciones
habrán de ser tomadas en cuenta por el ejecutivo al ratificar el tratado, consignándolas como reservas
(ello si las mismas modificaciones no hacen retroceder a una renegociación del tratado).
c) Si el congreso al aprobar el tratado decide que la ratificación deberá hacerse con reservas, el
ejecutivo está obligado a formularlas si es que decide ratificar el tratado.
d) Si el congreso aprueba un tratado sin consignar modificaciones ni reservas, entendemos que al
no prohibir que se introduzcan, deja a cargo del poder ejecutivo la opción y la habilitación para que las
formule por su propia voluntad en la etapa de la ratificación.
Cae de su peso que todo el espectro de cuestiones propuestas supone que en el régimen de derecho
internacional que rige al tratado sea posible formular reservas, lo que remite ese punto a la citada
Convención de Viena (especialmente art. 19) y al texto del propio tratado.
11.— En sede internacional, nuestro estado está obligado a subsumir la denuncia de los
tratados en las normas que contiene la Convención de Viena sobre derecho de los tratados
respecto a su terminación o extinción (arts. 54 y siguientes).
No obstante, es menester analizar el procedimiento que constitucionalmente adopta o
exige nuestro derecho interno para proceder a la denuncia.
La alternativa se plantea entre: a) considerar que la denuncia por el poder ejecutivo
requiere la previa aprobación de dicha denuncia por el congreso; b) considerar que tal
aprobación no hace falta, y que la denuncia la puede decidir por sí solo el poder ejecutivo,
porque también fue él quien resolvió ratificar internacionalmente el tratado que se denuncia.
Entre ambas posiciones, sugerimos la siguiente: a) si un tratado establece expresamente
que el poder ejecutivo podrá denunciarlo, creemos que no hace falta la intervención del
congreso con carácter previo a la denuncia, porque el congreso al aprobar ese tratado antes de
su ratificación, ya anticipó conformidad para que luego el poder ejecutivo lo denuncie por sí
solo; b) si tal cláusula no existe, parece que el “paralelismo de las competencias” demanda
que en la denuncia converjan la voluntad del congreso y la del poder ejecutivo, por cuanto la
asunción de la obligación internacional y la incorporación del tratado a nuestro derecho
interno requirieron también esa coincidencia de voluntades, por manera que para suprimir
ambos efectos se torna necesario otra vez que los órganos vuelvan a compartir una misma
voluntad.
En suma, para nuestra opinión, el poder ejecutivo no puede denunciar tratados sin
intervención del congreso.
En la constitución material, la denuncia de los tratados ha sido efectuada, salvo alguna contada
excepción, por el poder ejecutivo sin concurrencia obligatoria del congreso.
Aunque esta cláusula figura a continuación del párrafo que enumera cuáles son los instrumentos
internacionales que por disposición directa de la constitución tienen jerarquía constitucional, nos
parece lógico interpretar que si otros tratados de derechos humanos pueden alcanzar esa misma
jerarquía por decisión del congreso, según el párrafo tercero del mismo inc. 22 del art. 75, la denuncia
de esos tratados también exige la misma aprobación del congreso por igual quorum de votos en cada
cámara.
13. — Los tratados de integración supraestatal también requieren previa aprobación del
congreso para su denuncia por el poder ejecutivo (Ver nº 43).
14. — Cuando uno de los tratados de derechos humanos con jerarquía constitucional queda
internacionalmente extinguido, o denunciado por nuestro país conforme al derecho internacional, la
fuente internacional desaparece. Cabría decir —a primera impresión— que esa modificación
sobreviniente en las “condiciones de su vigencia” lo eliminaría de nuestro derecho interno.
Sin embargo, la especial naturaleza de los tratados de derechos humanos, sobre todo en nuestra
constitución, obliga a repensar aquella conclusión y, haciéndolo, proponemos la tesis de que los
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15. — Conforme a los principios del derecho internacional y a la buena fe que debe
presidir la interpretación y aplicación de los tratados, entendemos:
a) Que en un orden de coherencia lógica, el congreso no puede derogar —después de
ratificado un tratado— la ley que le dio aprobación anterior; b) que si acaso la deroga,
persisten no obstante los efectos del tratado, tanto en sede interna como internacional; c) que
la derogación sólo puede servir de antecedente para presumir que el congreso presta
conformidad para que el poder ejecutivo proceda a la denuncia internacional del tratado.
17. — El art. 46 de la Convención de Viena sobre derecho de los tratados, del que es parte
nuestro estado, dispone que el hecho de que el consentimiento de un estado en obligarse por
un tratado haya sido manifestado en violación de una disposición de su derecho interno
concerniente a la “competencia para celebrar tratados”, no podrá ser alegado por dicho estado
como vicio de su consentimiento, a menos que esa violación sea manifiesta y afecte una
norma de “importancia fundamental de su derecho interno”. Y luego aclara que una violación
es manifiesta si resulta objetivamente evidente para cualquier estado que proceda en la materia
conforme a la práctica usual y de buena fe.
Frente a esta norma, es opinable decidir si —por ej.— la ratificación de un tratado sin la
aprobación del congreso configura una violación “manifiesta” del derecho interno argentino. Que tal
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violación resulta de importancia fundamental en nuestro derecho interno (como que afecta gravemente
a la constitución) parece indudable. Pero dudamos de que la misma violación resulte “objetivamente
evidente” para otro estado, como que tal otro estado puede ignorar de buena fe si internamente se ha
cumplido o no la etapa aprobatoria por nuestro congreso. Como principio, entonces, nos inclinamos a
considerar que cuando se ratifica un tratado habiéndose omitido la aprobación del mismo por el
congreso, Argentina no puede alegar internacionalmente el vicio; por ende: a) la obligación y la
responsabilidad internacionales subsisten; b) la inconstitucionalidad —y su eventual declaración
judicial— del tratado defectuoso limita su efecto a la inaplicación en jurisdicción argentina, pero no
descarta la responsabilidad internacional.
El art. 27 de la Convención de Viena ha sido invocado por la Corte Suprema en sus sentencias del
caso “Ekmekdjian c/Sofovich”, del 7 de julio de 1992, y del caso “Fibraca Constructora SCA
c/Comisión Técnica Mixta de Salto Grande”, del 7 de julio de 1993.
19. — Hay otro punto conexo que se traba con el principio conocido con el nombre de “estoppel”
—más allá de discrepancias y disputas sobre este vocablo—.
El “estoppel” implica adoptar la teoría de los actos propios, conforme a la cual “venire contra
factum proprium non valet” (o sea, no se puede contradecir al propio acto anteriormente cumplido,
mediante el cual se ha inducido a terceros a comportarse de buena fe con el autor de aquel acto).
Aplicando el “estoppel”, la Convención de Viena sobre derecho de los tratados prevé, en su art.
45, la preclusión en determinados casos para impedir que un estado invoque causales de nulidad con el
propósito de anular un tratado, o de darlo por finiquitado, o de retirarse de él, o de suspender su
aplicación.
Frente a ello creemos que, en virtud del “estoppel”, nuestro estado no podría en el futuro alegar
nulidades respecto de los tratados que por el art. 75 inc. 22 tienen la misma jerarquía de la
constitución, porque esa eventual alegación posterior a la reforma configuraría una contradicción
palmaria entre la conducta jurídica consolidada por la Convención Constituyente, que les asignó
aquella jerarquía “en las condiciones de su vigencia”, y cualquiera otra reclamación o manifestación
que acaso Argentina formulara después a favor de la nulidad.
20. — Cuando nuestro estado se hace parte en un tratado que discrepa con una ley anterior, nos
hallamos ante un caso típico de ley que, sin ser originariamente inconstitucional al tiempo de su
sanción, se vuelve inconstitucional posteriormente al entrar en contradicción con una norma ulterior
(tratado), que para nosotros reviste jerarquía superior a la ley. Hay quienes dicen, en ese caso, que más
que de inconstitucionalidad sobreviniente, hay que hablar en la hipótesis de “derogación” de la ley
anterior por el tratado posterior que la hace incompatible con sus disposiciones.
El “ius cogens”.
21. — El derecho internacional público tiene elaborada la figura del “ius cogens”, que consiste en
el conjunto de normas internacionales llamadas “imperativas”, recogidas en su ámbito con el rasgo de
la inderogabilidad o indisponibilidad (sea que su existencia provenga de tratados o del derecho
consuetudinario —de gentes—). El “ius cogens” no puede ser dejado de lado por normas opuestas o
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distintas de un tratado y, por ende, si echamos mano del diseño piramidal, podemos decir que la
pirámide del derecho internacional se encabeza en su vértice con el “ius cogens”. El “ius cogens” está
previsto en el art. 53 de la Convención de Viena sobre “derecho de los tratados”.
En el actual derecho internacional de los derechos humanos la protección de esos derechos suele
considerarse integrativa del “ius cogens”, lo que en Argentina resulta de trascendencia institucional
frente a los tratados sobre derechos humanos (con o sin jerarquía constitucional) que forman parte de
nuestro derecho interno, y cuya filosofía coincide con el personalismo humanista de la constitución.
Después de la reforma de 1994, los tratados con jerarquía constitucional coinciden con nuestra
constitución, por lo que no se plantea problema alguno, dados los similares contenidos de ambos y la
igual prelación compartida que revisten en el derecho interno.
En cuando a los tratados que sólo son supralegales, la incompatibilidad entre el “ius cogens”
internacional y nuestra constitución siempre deja pendiente —para el caso de no aplicarse o cumplirse
un tratado inconstitucional— la responsabilidad internacional de nuestro tratado.
23. — En el derecho interno que tiene origen en fuentes también internas (constitución, leyes,
reglamentos, sentencias, derecho no escrito), la ley del congreso ocupa el primer plano debajo de la
constitución. Por eso decimos que es una fuente que crea derecho nuevo u originario.
Cuando al derecho interno se le incorporan normas cuyo origen es la fuente internacional (externa
o heterónoma y, por ende, no intraestatal) los tratados que ingresan al derecho interno también
disponen de espacio para crear derecho nuevo u originario, al igual que la ley interna.
Se incurre por eso en error cuando se afirma que los tratados son “leyes nacionales”, o “ley de la
nación”, porque desde que la ratificación a cargo del poder ejecutivo los incorpora a nuestro derecho
siguen manteniendo en él su naturaleza de tratados oriundos de la fuente internacional, sin sufrir
novación o cambio en esa naturaleza.
25. — Todo tratado internacional incorporado a nuestro derecho interno es una norma de
naturaleza federal, cualquiera sea la “materia” que regule y aunque dicha materia sea dentro
de nuestro derecho una materia propia del derecho común o local (por ej., de derecho civil,
laboral, penal, comercial, etc.). Reconocer naturaleza federal a los tratados no es cuestión
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puramente teórica, porque tiene como efecto práctico el hacer judiciable por tribunales
federales toda causa que verse sobre puntos regidos por un tratado y hacer viable el recurso
extraordinario ante la Corte para su interpretación.
Esta opinión personal no concordaba, hasta 1995, con la jurisprudencia de la Corte
Suprema. Recién su fallo del 26 de diciembre de 1995, en el caso “Méndez Valles Fernando
c/Pescio A.M.”, dejó de lado el distingo que hasta entonces había hecho el tribunal,
asimilando al derecho común la materia de los tratados que en el derecho interno revestía tal
naturaleza.
En el caso “Méndez Valles” —al contrario— afirmó, con acierto, que siempre los
tratados son normas federales cuya interpretación provoca la instancia final de la Corte por
recurso extraordinario.
De este modo completó el criterio que había sostenido en 1992 en el caso “Ekmekdjian
c/Sofovich” al definir a todo tratado como “orgánicamente” federal, atento que en su formación
intervienen órganos del gobierno federal (poder ejecutivo y congreso).
Ahora, además de ese carácter “orgánicamente federal”, todo tratado también es federal en
cualquiera de las materias que son objeto de su regulación normativa.
26. — No se nos hace difícil reputar que si todo tratado es orgánica y materialmente de naturaleza
federal, la competencia para desarrollar y reglamentar internamente sus normas a efectos de la
aplicación en jurisdicción interna cabe suficientemente entre las propias del congreso, con
independencia de que en el reparto interno de competencias entre el estado federal y las provincias la
materia pueda pertenecer a las competencias provinciales.
La tesis que admite que el congreso reglamente por ley una o más normas de un tratado
internacional con vigencia para todo el territorio obliga a excepcionar algunos casos en los que,
indudablemente, el congreso tiene inhibida esa competencia. Así —por ej.— cuando el Pacto de San
José de Costa Rica implanta la instancia doble para el proceso penal, parece evidente que el congreso
no puede crear por ley ni los tribunales provinciales de alzada ni los recursos locales para acceder a
ellos. De tal modo, la capacidad legislativa que, como principio, es del congreso para reglamentar
tratados internacionales, debe analizarse con precaución caso por caso.
En primer lugar, resulta interesante comenzar con los principios generales. Se desdoblan
así: a) principios generales del propio derecho internacional, que son normas fundamentales
del derecho de gentes (no escrito) y acusan origen consuetudinario; b) principios generales
del derecho, que suelen considerarse de aplicación supletoria y tienen origen en el derecho
interno de los estados pero son reconocidos y aceptados por las llamadas “naciones
civilizadas”.
Así, por ej., la protección de los derechos humanos es un principio general del derecho
internacional; el de cosa juzgada y el del “estoppel” (equivalente al “venire contra factum proprium
non valet”) son principios generales del derecho que, oriundos del derecho interno de los estados, han
pasado a integrar el derecho internacional.
EL DERECHO DE LOS TRATADOS INTERNACIONALES
29. — Nos interesa insistir en el activismo judicial que nuestros tribunales —y sobre todo
la Corte Suprema y los superiores tribunales de provincia— deben desplegar en interpretación
y aplicación del derecho internacional, tanto contractual (tratados) como no contractual (no
escrito).
Concordando la constitución con el derecho internacional es recomendable acoger un
repertorio de pautas:
a) tomar en cuenta la jurisprudencia de tribunales internacionales como orientación y guía,
sobre todo cuando: a’) se trata de un tribunal cuya jurisdicción ha sido consentida y acatada
por nuestro estado (como ocurre, en el sistema interamericano del Pacto de San José de Costa
Rica, con la Corte Interamericana de Derechos Humanos);
b) así como al derecho internacional se han ido incorporando nuevos principios (propios
de él, o generales del derecho transferidos a él) y como al mismo “ius cogens” se lo puede
reputar abierto a la asimilación de también nuevas normas, a la interpretación e integración
constitucionales se las debe elastizar para sintonizar, armoniosa y congruentemente, a la
constitución con el derecho internacional;
c) sobre todo en materia de derechos humanos, tanto los tratados incorporados a nuestro
derecho interno (tengan o no jerarquía constitucional) como el derecho de gentes, han de
merecer una interpretación que, también en coordinación con la constitución, acentúe la
tendencia a la maximización y optimización progresivas del plexo de derechos, asumiendo en
el mismo nivel constitucional (absorbidos en el art. 33) a todos los que provienen de cualquier
fuente interna e internacional, a tono con: c’) las reglas de interpretación que, por ejemplo,
contiene el art. 29 del Pacto de San José de Costa Rica.
30. — Los tratados de derechos humanos procuran establecer para los estados parte un orden
público común, que es “ius cogens” y se rige por el principio del “favor libertatis”. Sus normas han de
interpretarse de manera extensiva y amplia, en tanto las que limitan o suspenden derechos se deben
interpretar de manera restrictiva.
31. — La Corte Suprema ha interpretado que cuando el art. 75 inc. 22 estipula que los tratados de
derechos humanos con jerarquía constitucional integran el derecho interno “en las condiciones de su
vigencia”, ha significado que rigen tal como cada tratado rige efectivamente en el ámbito
internacional, considerando a la vez su efectiva aplicación jurisprudencial por los tribunales
internacionales competentes para su interpretación aplicativa (ver, por ej., fallo del 12 de setiembre de
1996 en el caso “Bramajo Hernán Javier”).
Cuando después de la reforma de 1994 hay tratados con jerarquía constitucional conforme
al art. 75 inc. 22, y especialmente cuando Argentina ha consentido y acatado la jurisdicción
supraestatal del Pacto de San José de Costa Rica, la pauta antes indicada cobra suma
relevancia institucional. (Ver Tomo I, cap. IX, nos. 24/26).
33. — Con independencia del rango que un tratado tenga en nuestro derecho interno,
conviene dejar en claro que:
a) su interpretación y aplicación por los tribunales argentinos es obligatoria de acuerdo
con el derecho internacional, debiendo sentenciarse las causas en que es aplicable de
conformidad con el mismo tratado;
b) se incurre en violación del tratado tanto cuando se aplica una norma interna que le es
incompatible o contraria, como cuando simplemente se omite aplicarlo;
c) todo incumplimiento de un tratado —por acción u omisión— por parte de nuestros
tribunales engendra para nuestro estado la responsabilidad internacional, y ello aunque acaso
la desaplicación de un tratado de rango infraconstitucional se sustente en su
inconstitucionalidad.
El derecho humanitario.
34. — El derecho internacional humanitario forma parte del derecho argentino; nuestro estado
ratificó los cuatro convenios de Ginebra de 1949, y adhirió a los dos protocolos adicionales de 1977.
Ver Tomo I, cap. IX, nº 56.
Remisiones.
Las integraciones de un estado en una comunidad supraestatal han exigido y exigen muchas
reformulaciones en las doctrinas clásicas del derecho constitucional y del derecho internacional. No es
éste el lugar para explayar el tema, pero sí para alertar sobre previsiones mínimas que por la reforma
de nuestra constitución se necesita adoptar.
37. — El art. 75 inc. 24, referido a las competencias del congreso, dice así:
“Aprobar tratados de integración que deleguen competencias y jurisdicción a
organizaciones supraestatales en condiciones de reciprocidad e igualdad, y que respeten el
orden democrático y los derechos humanos. Las normas dictadas en su consecuencia tienen
jerarquía superior a las leyes.
La aprobación de estos tratados con Estados de Latinoamérica requerirá la mayoría
absoluta de la totalidad de los miembros de cada Cámara. En el caso de tratados con otros
Estados, el Congreso de la Nación, con la mayoría absoluta de los miembros presentes de
cada Cámara, declarará la conveniencia de la aprobación del tratado y sólo podrá ser aprobado
con el voto de la mayoría absoluta de la totalidad de los miembros de cada Cámara, después
de ciento veinte días del acto declarativo.
La denuncia de los tratados referidos a este inciso, exigirá la previa aprobación de la
mayoría absoluta de la totalidad de los miembros de cada Cámara”.
(La bastardilla es nuestra).
Esta cláusula era imprescindible, si se quería encarar con realismo un fenómeno universal
aperturista, favorable a las integraciones supraestatales y al derecho comunitario que es
propio de ellas.
La transferencia de competencias —que el texto denomina “delegación”— es un
presupuesto indispensable, una vez que se prevé la incorporación a sistemas de integración
mediante los tratados que los organizan.
Se impone, como es lógico y habitual en el derecho comparado, una serie de condiciones
para habilitar el ingreso del estado a uno de esos sistemas; la norma cita cuatro: a)
reciprocidad; b) igualdad; c) respeto del orden democrático; d) respeto de los derechos
humanos.
El “tratado-marco” de integración.
Que ello sea una incoherencia ante el principio general del derecho internacional según el cual éste
tiene primacía sobre el derecho interno, es un punto de vista que nosotros compartimos, no obstante lo
cual hemos de atenernos a explicar cuál es la pauta discrepante de la constitución reformada.
MANUAL DE LA CONSTITUCIÓN REFORMADA
Por supuesto que de cara a la jurisdicción internacional, nuestro estado inviste responsabilidad
internacional si incumple cualquier tratado —y por ende, el de integración— aun cuando para ello se
funde en su inconstitucionalidad.
El derecho comunitario.
Hay que fijarse muy bien en que el inc. 24, después de referirse a los tratados de
integración que deleguen competencias y jurisdicción a organizaciones supraestatales, añade:
“las normas dictadas en su consecuencia tienen jerarquía superior a las leyes”.
Esta cita de “normas dictadas en su consecuencia” apunta a las que, como distintas del
tratado de integración, surgen —como “consecuencia”— de las organizaciones supraestatales
creadas por dicho tratado.
El inciso sólo les asigna prelación sobre las leyes.
Por tanto, vale reiterar lo mismo que hemos dicho en el nº 38 sobre la mera supralegalidad de los
tratados de integración.
41. — Una hipótesis eventual a contemplar puede ser la de un tratado de integración que contenga
algunas normas sobre derechos humanos.
Al respecto, hay que adelantar como mínimo tres reflexiones: a) los tratados de integración no son,
por su objeto o materia, tratados de derechos humanos; pero b) deben subordinarse al sistema de
derechos que surge de tratados sobre derechos humanos (lo que viene previsto en el inc. 24 de nuestro
art. 75); y —acaso— c) pueden incluir algunas normativas sobre derechos humanos.
Para el derecho argentino, la cuestión cobra importancia frente a la duda de si un tratado de
integración (que sólo es supralegal) que incluye alguna normativa parcial sobre derechos humanos,
puede ser investido por el congreso de jerarquía constitucional en la parte referida a esos derechos.
Dentro del margen de opinabilidad, sugerimos responder que, en uso de la competencia que al
congreso le asigna el inc. 22 del art. 75, dicho sector es susceptible de recibir jerarquía constitucional.
No el resto del tratado de integración.
42. — Los tratados de integración tienen diferente mecanismo de aprobación según se celebren
con estado latinoamericanos, o con otros estados que no forman parte del área. Los primeros
necesitan la mayoría absoluta sobre la totalidad de los miembros de cada cámara. Los demás,
desdoblan dicho mecanismo: a) en una primera etapa, el congreso declara la conveniencia de la
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aprobación del tratado, con la mayoría absoluta sobre los miembros presentes de cada cámara, y b) en
la segunda etapa lo aprueba con el voto de la mayoría absoluta de la totalidad de miembros de cada
cámara; entre una etapa y otra debe transcurrir un lapso no menor de ciento veinte días.
43. — La denuncia de los tratados de integración, sea con estados de Latinoamérica o con otros
estados, exige la previa aprobación de la mayoría absoluta de la totalidad de miembros de cada
cámara.
44. — Podemos observar que la reforma ha articulado con mayor severidad el trámite de tratados
de integración con estados ajenos al ámbito latinoamericano, pues impone un previo acto declarativo
sobre la conveniencia de su aprobación, todo con el voto favorable de miembros que para cada etapa
se dispone. En cambio, cuando se celebran con estados de Latinoamérica basta el acto aprobatorio con
el quorum de votos afirmativos, computados también del modo que para este caso viene prescripto.
La denuncia, en cambio, queda precedida por una aprobación congresional que es común para
ambos supuestos.
46. — El tema de los tratados como propio del derecho internacional público no parece tener sitio
dentro de un mismo estado, pero cuando éste es —como en el caso argentino— un estado ( federal)
formado por varios estados federados (provincias) puede resultarle aplicable, al menos
analógicamente.
Por supuesto, se refiere acá a pactos con el estado federal, y su ejemplo histórico ha sido el Pacto
de San José de Flores, mediante el cual la provincia de Buenos Aires ingresó a la federación creada en
1853.
49. — Ahora bien, como tanto en el derecho interno cuanto en el internacional, los términos
“tratados”, “convenios”, “convenciones”, “pactos”, etc., a veces se tornan ambiguos, hay una cosa que
juzgamos bien clara: estos convenios provinciales con estados extranjeros, o con organizaciones
internacionales, o con entidades gubernamentales de estados extranjeros, etc., nunca son ni pueden ser
“tratados internacionales” en el sentido y con el alcance que les atribuye y demarca en la esfera
internacional la Convención de Viena sobre derecho de los tratados, de modo que, en lo que a la
República Argentina se refiere, y a efectos de nuestro derecho interno, son derecho intrafederal.
Si acaso las provincias celebran un tratado que para el derecho internacional encuadra en la
Convención de Viena como “tratado” internacional, habrá que someterlo —para su validez— al
régimen propio de la constitución federal.
50. — La ley de garantía de los intereses federales en la ciudad de Buenos Aires mientras
sea capital federal (nº 24.588) habilitó a la ciudad a celebrar los convenios previstos en el art.
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124 de la constitución federal; y el art. 104 inc. 3º del Estado Organizativo (o constitución) de
la ciudad da desarrollo a la mencionada competencia.
51. — Brevemente decimos que compartimos la tesis según la cual es aplicable a los tratados
interprovinciales previstos en los arts. 124 y 125 de la constitución, el derecho internacional de los
tratados, por lo menos en forma supletoria o subsidiaria cuando es menester integrar, en el punto de
que se trate, una laguna de nuestro derecho interno, o cuando hace falta interpretar el tratado
provincial en su naturaleza de tal.