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Brecha Digital

Un extraño proyecto e investigación sociológica


jueves, 18 de junio de 2009

El verso de la pasión, las razones del corazón


Pablo Alabarces*
Nos une la pasión. Antes de ser un eslogan, la frase había sido la justificación de una insólita pareja de hinchas argentinos,
ella de San Lorenzo, él de River ambos activos militantes de sus respectivas hinchadas, de esos capaces de irse a
Barcelona o a Ushuaia a ver una copa de verano.

Cuando les pregunté cómo hacían para conciliar sus militancias tan radicales y excluyentes, respondieron con el latiguillo
pasional. La cosa era sencilla: lo que los unía, lo que los enamoraba era que el otro fuera capaz de sentir tanta pasión por
un objeto tan banal como un equipo de fútbol. Y esto tenía una dimensión de género bastante provocativa, en tiempos
en que las mujeres recién comenzaban ese proceso que las llevaría a proclamarse hinchas furiosas apenas frisan los 14
o 15 años; hace diez, los tipos les negaban a las mujeres la mera posibilidad de sentir pasiones desbordadas y
desbordantes como son las futbolísticas, puramente masculinas peor: el lugar donde el hombre concentraba su
monopolio de la razón, el saber futbolístico, y además el de la pasión, el amor incondicional por los colores. Nuestro fulano
le reconocía a nuestra mengana esa capacidad; a mengana le fascinaba tanta testosterona vuelta militancia futbolera.

Lo que entonces (diez años atrás) no podía reconocer era hasta qué punto la pasión se estaba volviendo una concepción
del mundo y de la vida. La pensaba puramente futbolística, como el argumento por el que los hinchas justificaban sus
más increíbles avatares y sus más intolerables aberraciones: dar la vida por los colores, aunque mejor si se da la vida
del otro. Entonces, la pasión aparecía como la instrucción básica que ordenaba una educación sentimental. Después se
transformó en partido único, en dogma, en el Gran Relato de la vida.

Por supuesto que el deporte sigue siendo el gran lugar para ver esto. Pero ya no sólo el fútbol: las chicas del hockey
argentino se hicieron llamar Leonas aludiendo a sus garras porque no podían alegar testículos, que sí se mencionaron
largamente con los basquetbolistas y con los rugbiers. Sobre ellos, horas de publicidad machacaron que la pasión no sólo
unía, sino que incluso distinguía ante el mundo. Así se podía construir un discurso narcisista, ese que habla de una
condición indemostrable de mejor hinchada y mejor público de la galaxia a partir de tanta pasión, tanta garganta hecha
añicos, tanta ovación inolvidable. Somos los mejores, qué duda cabe, porque nadie hay tan pasional (y luego, las
argumentaciones étnicas: qué querés, somos latinos, muy tanos, viste). Luego, sólo importaron las gestualidades
adecuadas: golpearse el pecho allí está el corazón y golpearse el cerebro es de pecho frío, ordenar todo el lenguaje en
torno de los huevos hasta transformar la oralidad cotidiana en un vestuario (nuevamente: las lenguas masculinas, pero
también las femeninas).

Claro que tiene que ver con el peronismo: desde Osvaldo Soriano y después el Gatica de Leonardo Favio, sabemos
que nunca me metí en política, siempre fui peronista. Que el peronismo es pura cotidianidad y es puro sentimiento, que
no se puede explicar, como la pasión. Pero también tiene que ver con el neoconservadurismo, y por eso su explosión de
los últimos diez años: porque al desaparecer las ideologías, lo que se enseñoreó no fue el puro pragmatismo sino
aquello que, frente a la vaguedad de los discursos ideológicos, aparecía como lo único innegable: la pasión, las razones
del corazón que la razón no entiende. La culpa, una vez más, no era del fútbol. Las hinchadas o el hockey o la filatelia
fueron y son las grandes excusas donde volcar tanto corazón frente a tanta amargura.

De acuerdo: hay que ser intelectual y psicoanalizado para sostener que la pasión, antes que nada, es un verso; que más
importante que la pasión es hablar de la pasión, mal que le pese a tanto aguantador desaforado; que las razones del
corazón son las que la razón entiende. Y que por eso puedo explicar perfectamente por qué siempre lloro como una
magdalena exactamente en el mismo fragmento de El gran pez, de Tim Burton, una y otra y otra vez.

* Sociólogo. Universidad de Buenos Aires.

http://www.brecha.com.uy/alter Potenciado por Joomla! Generado: 19 June, 2009, 03:14

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