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Alumno: Marroquín Dueñas, Jesús Alberto.

Código: 16030063

Análisis transpersonal de la Revolución Copernicana.

Para hablar sobre el tema en cuestión, primero debemos aclarar los presupuestos que

usaremos para que de esa forma sea más asequible el entendimiento y análisis del

presente ensayo.

Lo primero que aclararé será en qué consiste la revolución copernicana. Se dice

revolución debido a que se efectuó un cambio marcado o se marcó el inicio de un

proceso de cambio respecto a un tópico específico, en este caso, el de la concepción

física del universo, la forma en la que vemos tanto lo ajeno a nosotros, los vagabundos,

el sol y, lo nuestro, la tierra; y Copernicana, pues fue Nicolás Copérnico el artífice de

esta revolución. Copérnico nació en Torun, una ciudad de Polonia en el año 1473,

estudiando en la Universidad Jagellon de Cracovia en 1491 y luego en la Universidad de

Bolonia desde 1496. Fue en Italia la primera observación que Copérnico realizó al

sistema establecido hasta ese entonces, el sistema tolemaico, respecto a la ocultación de

Aldebarán, estrella conocida también como Alfa Tauri, tras la Luna: considerando que

las órbitas de los planetas son circulares y que la esfera que contenía a todos los cuerpos

celestes es estática, inmóvil de acuerdo al anterior modelo, no se podía dar el caso de

que una estrella en específico se oculte detrás de la luna. Esa observación entre otras

sucedáneas, como la del no alejamiento de la luna respecto a la tierra en sus fases

respectivas, impulsó a Copérnico a reformular con base fáctica, experimental,

observacional y teórica, las bases teóricas del sistema o modelo ptolemaico, no con el

fin de desdeñar su trabajo en base a las contradicciones que él, Copérnico, pudo

encontrar, considerando las limitaciones que tuvo este último también para la

observación de los cuerpos celestes, si no para encontrar una concepción fácilmente

entendible, cuya explicación no conlleve un mayor esfuerzo para entender el

movimiento de los cuerpos y sus posiciones. Al hacer esto, Copérnico llegó a la


conclusión de que, para que la descripción del universo esférico sea lo más fácilmente

entendible posible debía posicionar al sol, el altar de Zeus, en el centro del universo y a

la tierra en una órbita alrededor de ese centro junto a las órbitas de los otros

vagabundos.

La tierra por mucho tiempo tuvo su lugar en el centro del universo, esférico, mientras

que el sol orbitaba la misma teniendo una órbita circular al igual que los otros planetas,

orbitas concéntricas a la tierra. Este sistema o modelo fue el planteado por Ptolomeo,

sistema conocido como geocéntrico. Esta concepción de un universo geocéntrico se

mantuvo perenne hasta la aparición de Copérnico y sus nuevos planteamientos, aunque

no por ello se eliminó algunas características dadas por Ptolomeo, por ejemplo, mantuvo

a pesar del cambio de centro, la circularidad de las orbitas y la esfericidad del universo.

Este ocasionó cambios importantes en la ciencia incipiente de aquel entonces debido a

la “caza de brujas” dada por el poder de la Iglesia ante personajes que intentarán

desmoronar el sistema que les servía e iba de acorde a sus creencias, teniendo como

ejemplo claro a Giordano Bruno. Pero no solo en lo concerniente a la ciencia, sino

también en el aspecto espiritual del individuo.

Para hablar de este punto, necesitamos aclarar el otro término o términos a usar para

analizar este cambio de concepción: lo Transpersonal o la Filosofía Transpersonal.

La Filosofía Transpersonal o Filosofía Perenne es una rama de la Filosofía que trata la

convivencia, experiencia de los individuos en conjunto, es decir, de las sociedades que

se rigen en base distintas costumbres, religiones, idiomas, encontrando en todas ellas la

unidad que, más allá de diferenciarlas unas con otras, las ordena en base al principio de

humanidad, objeto de estudio principal de la Filosofía Transpersonal, pues como se la

denomina, lo transpersonal es aquello que se da más allá del propio individuo.


El término nació, sin embargo, dentro de diversos estudios dentro de la Psicología

donde se acuñó por primera vez entre el final del siglo XIX y el inicio del siglo XX por

William James.

Esta Filosofía consiste en eliminar la concepción de un yo individual, distinto de otro,

único, con el fin de encontrar en la nulidad del individuo la totalidad del nosotros, lo

humano en esencia, con un fin más práctico que teórico: el altruismo y su puesta en

práctica. Esta concepción filosófica linda mucho con lo religioso, debido a que el

proceso eliminativo del ego tiene un fin, si vale decir, misericordioso, y la experiencia

que se tiene del mismo es una experiencia meramente espiritual que consiste

principalmente en el reconocimiento del yo, para superarlo y llegar al conocimiento de

un yo universal, de un principio inmanente a todos los hombres, independientemente del

contexto en el que se encuentren y la cultura en la que se desarrollen. Esta experiencia

religiosa, mística, se debe dar dentro y con uno mismo, sin la necesidad del otro en el

proceso, pero sí con miras a lo que los otros poseen al igual que mi propia

individualidad, el principio de humanidad. Esta Filosofía posee siete principios básicos

para comprender de manera clara los fines que posee, principios que, según Ken Wilber,

son los siguientes:

A) El espíritu existe.

B) El espíritu está dentro de nosotros.

C) A pesar de ello, la mayor parte de nosotros vivimos en un mundo de ignorancia,

separación y dualidad, en un estado de caída ilusorio, y no nos percatamos de ese

Espíritu interno.

D) Hay una salida para ese estado de caída, de error o de ilusión; hay un camino que

conduce a la liberación.
E) Si seguimos ese camino hasta el final llegaremos a un Renacimiento, a una

Liberación Suprema.

F) Esa experiencia marca el final de la ignorancia básica y el sufrimiento.

G) El final del sufrimiento conduce a una acción social amorosa y compasiva hacia

todos los seres sensibles.

Basta esta información sobre el uso que le daré a los términos para analizar desde la

perspectiva transpersonal el impacto de la revolución copernicana en el espíritu de los

hombres.

La tierra era un lugar estático, era el centro y nosotros como sus habitantes también

éramos el centro del universo. No nos faltaba más, éramos lo esencial, lo más perfecto,

sin movimiento alguno, en pleno estado estático el hombre no buscaba algo más allá de

su ego, y solo vivía de manera mecánica aun desconociéndose, desconociendo las

posibilidades que su voluntad le otorgaba para hacer cualquier otra cosa distinta a la que

estaba acostumbrado, la inmovilidad de la tierra se había polarizado hacia la

inmovilidad del hombre. Esta inmovilidad consistía en tener siempre presente un punto

fijo, una viga, un soporte único en el que descansaba la tranquilidad del hombre, la

religión, que de lleno causó la no búsqueda de respuestas a muchas incógnitas

eventuales o el llegar siempre a una sola respuesta: Dios.

Dios era el garante para una estabilidad espiritual plena, la única respuesta a todo

acontecimiento del mundo y del universo, al menos para aquellos que poco o nada

sabían de ciencias, que no tenían un acceso a la educación de aquel entonces () y

aquellos que no les importaba una respuesta más allá de la dada por la palabra divina.

La estabilidad causó sin duda alguna que la voluntad del hombre sea vea apaciguada,

conforme respecto a los cambios que podían suceder en ese entonces pues así era lo que
Dios decidía y nadie debía hacer algo al respecto, y si lo hacían, torturas o la misma

muerte les esperaba al finalizar distintos argumentos que menguaban la figura de Dios y

sus características esenciales, la omnipotencia, la omnipresencia y la omnisciencia, con

el fin de explicar los acontecimientos de la naturaleza.

Poco le importó al hombre otro hombre, no se preocupaba por el otro, vivía con el fin de

salvarse a sí mismo, pues la salvación condujo al hombre a buscar lo bueno para sí

mismo, por más que se proclamaba el apoyar al prójimo, el acto se originaba por una

causa egoísta, el altruismo estaba condicionado no por el propio hombre ni por su

voluntad, si no como un fin, la voluntad se movía con miras a la salvación propia

practicando, por ejemplo, el altruismo. El hombre que apoya a otro hombre siempre lo

hace con el pensamiento de retribución, esperando que en algún momento, si no la

misma persona a la que apoyó, sean también dadivosos con él, y así fue durante aquellas

épocas en las que el hombre en vez de buscar la retribución, apoyo de otro hombre,

buscaba la salvación de su propia alma.

Retomando el punto de la estabilidad espiritual, por costumbre, el hombre reducía toda

razón a Dios, toda rareza e incongruencia con lo que se pensaba respecto a distintos

temas se reducían, ante la gente, a los designios de Dios. Así las personas alejadas de las

ciencias, de las artes, comprendían el universo, así mantenían cada uno un fin para su

vida que era la salvación y olvidaban en la búsqueda la búsqueda del otro, solo existía el

yo con una voluntad trastocada que movía al individuo hacia la salvación de su alma,

desconectándose de los otros a nivel espiritual, rompiendo con lo esencial de cada uno

de nosotros, que es la humanidad y no Dios, o en todo caso, la humanidad que Dios

tiene y nos dio a su imagen y semejanza, rota por el poder religioso que establecía

ciertos parámetros morales dentro del territorio donde se mantenía y ejercía.


Este hombre obnubilado, con una voluntad estática, es decir, que impulsaba hacía un

solo fin ajeno a sus deseos, despertó de su sueño glorificado, y no por sí mismo, no de

un autoconocimiento del yo, ni de la metanoia o tawbah, el arrepentimiento hacia Dios,

si no debido a esa revolución en la forma de ver el universo, de manera un poco más

clara y distinta al modelo anterior.

La tierra no era más el centro del universo, ya no estaba más en un estado estático, ya no

representaba el pilar gracias al cual el universo era, el orden divino no fue suficiente

explicación para muchas personas, entre ellas, Bruno, por su muerte conocida, y

Copérnico, que si bien se valió de la rigurosidad de las matemáticas, no disponía del

suficiente conocimiento en esa área debido al poco conocimiento que se tenía de la

misma, aún con ello logró una explicación más plausible del universo, un modelo para

ser más específicos, ya que aclaraba ciertas incongruencias en el modelo anterior.

A partir de aquí sucedió un cambio en el espíritu humano. El hombre en plena

consonancia con Dios en su trono, la tierra inamovible, centro de todo, dejó su

estabilidad, o para ser más específicos, se dio cuenta que en realidad nunca había estado

en el centro, que el hombre nunca fue el centro, que Dios no fue el pilar del universo, y

que la tierra no era más que uno de los vagabundos que giraban alrededor del sol.

El hombre fuera de su sitio, desconfiado ya por el esclarecimiento de su lugar,

desubicado, dudoso del pilar en el que se sostenía él y su mundo se percató de su

potencia que por mucho tiempo había estado menguada o limitada por la verdad divina,

la verdad de fe que bastaba para entender lo que debíamos buscar, lo ajeno a nosotros y

lo que somos, dejó de ser confiable, y a partir de entonces la palabra de Dios dejó de ser

el garante del conocimiento fuera del espacio científico, intelectual, de la época, en los

poblados, entre los gentiles.


Se puede decir que a partir de la revolución copernicana el hombre andaba con mucha

incertidumbre respecto a su propio individuo, si el modelo divino no era el verdadero,

por qué pensar que todo lo que se dictaba desde la palabra por medio de la Iglesia debía

ser algo verdadero o coherente. Copérnico derrumbó el cielo y la tierra en la que la fe se

mantenía en vilo, un ligero cambio de perspectiva pudo arreglar muchos problemas a

nivel teórico y generar otros que con matemáticas y astronomía no se podían arreglar,

como lo es la incertidumbre del espíritu que se dio cuenta de la falsedad en la que se

formó.

En términos de la filosofía transpersonal, el hombre se dio cuenta de su potencial al

eliminar ese pilar, se dio cuenta de su yo y de la voluntad que poseía y estaba mal

encaminada, de que pueden haber más respuestas que una sola sin la necesidad del

nombramiento de Dios o la religión o la fe en una de ellas. Su yo, su ego pudo ejercer lo

que deseaba y/o necesitaba para saciar sus deseos sin una limitación moral, o por lo

menos, una limitación moral religiosa, tomando acciones en base a sus pretensiones.

Pero había algo que no estaba aclarado, el otro, la percepción de un nosotros. Al romper

con el pilar unificador que causaba el egoísmo en los hombres desapareció lo que los

unía, o el medio en donde todos ejercían la voluntad hacía el mismo medio de manera

egoísta, pero no conllevó ello a actuar de manera menos egoísta que antes, si no que en

el ejercicio de la voluntad no subyugada se marcó más el rompimiento de lo humano

por el exceso de acción de un ego plenamente ajeno a otros, y con mayor libertad,

respecto a la que gozaba con anterioridad.

Ya no había ese condicionante religioso que impulsaba la voluntad y esta al accionar del

hombre a realizar actos, valga la redundancia, en apoyo a los otros, que solamente eran

medios para un fin, la cosificación del prójimo por causa religiosa dejó de darse con
tanta presión, necesidad por parte del ejercicio del poder de la Iglesia, pero sin ese

condicionante iba a ser aún más difícil que el hombre se preocupe más por el otro que

antes; ya no era un objeto, un medio para, era otro, sin duda, otra persona con fines

distintos, necesidades propias ajenas a las naturales y contrarias, en muchos casos, a lo

que uno deseaba. Las contradicciones entre ellos ante la falta de un poder que rija sus

vidas causaron que la búsqueda por la satisfacción propia se sobreponga por la

búsqueda que otros realizaban, ya no se estaba en un mismo rango o nivel, ya no se

tenían los mismo fines que de alguna u otra forma mantenían en un estado de no lucha a

los hombres, mas bien, las diferencias en lo espiritual fueron más marcadas, los

hombres hacían caso a su ego y se rendían ante su yugo.

No había mayor unidad que la cada uno tenía consigo mismo, el yo era más importante

y su satisfacción el fin ulterior de toda experiencia humana; pocas eran las situaciones

en las que el hombre por cuenta propia y de forma desinteresada apoyaba a su prójimo,

al otro, hasta estas fechas se mantiene ese rezago religioso de la retribución en el apoyo

y la unidad que nos hace hombres poco a poco, ya en la actualidad, se va forjando

gracias a las peripecias que afrontamos día a día y que son necesarias, pues de otra

forma, la humanidad seguiría disuelta en cada uno, sin un nosotros.

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