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Genero Clase6 PDF
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Llegamos a nuestra última clase. A lo largo de este recorrido hemos intentado brindar
herramientas para pensar las cuestiones de género en nuestras prácticas educativas.
Repasamos brevemente algunas cuestiones que vimos en las clases anteriores: A modo de
síntesis, podemos decir que hemos distinguido entre diferencias de sexo, procesos
de generizac ión (no solo de cuerpos, sino también de espacios y de profesiones como la
feminización de la docencia), construcciones identitarias ligadas al género y/o la orientación
sexual. También hemos dado cuenta de procesos de lucha por derechos de mujeres y
diversidades sexuales que se producen en distintos ámbitos, hemos hablado de la escuela,
pero también de la familia y los medios de comunicación. Durante todas estas clases lo que
hemos querido forjar fueron unas “gafas violetas” para ver y cuestionar nuestras prácticas,
el sentido común y los discursos que circulan en la sociedad. En la clase anterior comenzamos
a pensar las masculinidades y llegamos a un tema que hoy desplegaremos y profundizaremos
un poco más: el de la violencia masculina contra las mujeres (niñas/os, adolescentes y
personas mayores) que se vincula estrechamente con lo que denominamos Modelo de
Masculinidad Tradicional (MMT) o Masculinidad Hegemónica (MH).
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Como vimos en la clase anterior, no solo las mujeres pueden ser víctimas de violencia;
también las personas que expresan otras identidades de género u orientaciones sexuales,
aquellos varones que no se ajustan al modelo de virilidad extendido y asumido como “normal”,
quienes aún se encuentran en situación vulnerable porque son menores y también las
personas que no se ajustan al canon de belleza. Aquí suelen entrar las/os cuerpos que se
clasifican como “gordos”, pero también puede incluirse cualquier característica posible de
estigma: quienes son muy bajitos o muy altos, quienes tienen la piel más oscura, quienes
usan gafas o tienen alguna marca de disfuncionalidad. Cualquier característica puede ser
usada y remarcada para violentar a quien se identifica como “frágil”, “débil”, “inferior”,
“vulnerable”.
Entonces, la violencia contra los varones, ¿no es violencia de género? Puede plantearse como
discusión, en todo caso lo que sí podemos acordar es que los varones no son violentados por
“ser o verse como varones”. En el caso de las mujeres, la violencia que sufren en el marco
de relaciones de pareja (compañeros, ex compañeros, novios) o en el acoso de desconocidos
suele estar íntimamente imbricada en su condición de mujer. En el primer caso, al cumplir el
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Los artículos 5° y 6° de Ley de Protección integral a las mujeres describe los tipos de
violencia (física, psicológica, sexual, económica/patrimonial y simbólica) y profundiza en sus
diversas modalidades (refiere a las formas de cómo y dónde se expresa la violencia hacia las
mujeres entre las que menciona el espacio doméstico, los ámbitos institucionales y laborales,
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los ámbitos de decisión sobre derechos sexuales y reproductivos, las salas de parto y los
medios de comunicación, sin descartar otras modalidades posibles).
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Segato, a diferencia de la explicación que suele entender que existe una “escalada de
violencia” que va desde la violencia verbal a la violencia física, propone otro esquema para
pensar la violencia contra las mujeres. Sostiene que vivimos en una sociedad donde conviven
un sistema de derechos y un sistema de estatus (con jerarquías de clase, raza, género, entre
otros).
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El sistema de estatus de género se mantiene a través de una forma de violencia que ella
llama “moral” y se traduce en constantes formas de agresión emocional, que no son
conscientes ni deliberadas. Las percibimos en la ridiculización, la coacción moral, la sospecha
e intimidación, la condenación de la sexualidad, la desvalorización cotidiana de la mujer como
persona, de su personalidad y sus trazos psicológicos, de su cuerpo, de sus capacidades
intelectuales, de su trabajo, de su valor moral.
Las formas más corrientes de la violencia moral son: el control económico (por ejemplo, a
través de salarios diferenciales según el sexo), mecanismos instalados en la “mirada pública”
que controlan la sociabilidad, la vestimenta y apariencia estética, o marcan el comportamiento
sexual apropiado (también diferencial según sexo), la descalificación intelectual y profesional
de las mujeres en algunas disciplinas. Estas violencias son parte de la rutina y no se perciben
como un problema hasta que son señaladas, o hasta que las juzgamos con el paso del tiempo
como nos sucede cuando volvemos sobre el Contrato de Maestras de 1923 que vimos en la
clase 2.
Pero seguramente nos será más difícil ver estas violencias en la actualidad ¿podemos
identificar formas de violencia moral en nuestras prácticas educativas? Tal vez comprendamos
mejor este concepto a través de lo que Rita Segato desarrolla en su análisis como “sexismo
automático” que al igual que el “racismo automático” son acciones que no dependen de la
intervención razonada sino que responden en cambio a la reproducción irreflexiva de la
costumbre y que toma muchas veces la forma de la generalización: “Las chicas no son tan
buenas en matemática”, “Los chicos son más vagos pero entienden más rápido”. Y aunque
no las hagamos explícitas estas creencias operan como preconceptos.
Ambos mecanismos –sexismo y racismo interiorizados- forman parte de lo que la autora llama
“una tragedia” que opera como un texto de larguísima vigencia en la cultura. Segato destaca,
a su vez, la importancia de considerar el sexismo como formas de discriminación no solo en
relación con las mujeres sino en relación con lo femenino. El sexismo automático es parte de
la violencia moral que, aun en la imposibilidad de identificarla positivamente (no se manifiesta
a través de golpes ni insultos), opera como un tipo de violencia, siempre presente en la
mantención de las relaciones de estatus que expresa la superioridad/inferioridad de las
relaciones de género. Esta violencia es la “argamasa” -lo que mantiene unidas y en relación-
las otras formas de violencia en el sistema jerárquico y a su vez, permite su reproducción.
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La noción de violencia moral apunta a aquella que se constituye cuando la moral tradicional
reposa sobre el sentido común. Segato entiende que la “normalidad” del sistema es una
normalidad violenta, que depende de esta desmoralización cotidiana de los sujetos que
quedan afuera del arquetipo ideal de varón, blanco, adulto, heterosexual, propietario. El
racismo y el sexismo automáticos, sustentados por la rutina de los procedimientos,
naturalizan por ejemplo, la cosificación de las mujeres. Así trabajan sin descanso la
vulnerabilidad de quienes sienten que deben alcanzar determinadas formas de ser
mujer para ser deseadas, exitosas, amadas impidiendo así que se afirmen con seguridad
frente al mundo, corroyendo cotidianamente los cimientos de la autoestima.
Esto nos devuelve al tema del patriarcado que acecha por detrás de toda estructura
jerárquica, articulando todas las relaciones de poder y subordinación. La violencia moral se
mantiene latente y emerge en el plano de las relaciones evidenciando la asimetría entre los
géneros, y en esos casos puede ponerse en jaque la forma naturalizada que ha adquirido.
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Tal como puede observarse en la gráfica 1 del “iceberg de la violencia de género” de Amnistía
Internacional, la violencia física es la expresión visible y extrema de un sistema violento que
mantiene formas de privilegio y sometimiento en las relaciones cotidianas y naturalizadas
entre los géneros. En la clase anterior dejamos pendientes algunas preguntas sobre
masculinidades y las expresiones de violencia contra aquello que amenaza la construcción de
virilidad. Entonces decíamos, las mujeres -más ampliamente lo considerado femenino- es
percibido como inferior, como disponible. Queremos resaltar que la violencia femicida es la
brutal expresión de esta asimetría, pero esta se sostiene en otras desigualdades cotidianas,
naturalizadas. Estas relaciones asimétricas, como ya vimos, se sostienen en privilegios
masculinos que, raramente, se discuten. Cuando un varón le dice algo a una chica en la calle,
la cuestión no es si fue grosero o halagador, sino cómo ese gesto se sostiene en la idea de
que una mujer que no tiene compañía masculina está disponible para cualquier varón que
quiera reclamar su privilegio sobre ella. En esa situación, si el muchacho está acompañado
de otros varones, es raro que estos lo sancionen, aunque no acuerden en esa práctica.
Entienden que como “yo no lo hago” no contribuyen a sostener esos privilegios. Sin embargo,
ese silencio se hace cómplice, por un lado porque implica una negativa a sancionar a un par,
a un “igual” en el trato a sus mujeres. Por otro lado, ese silencio reporta una cuota de poder
masculino que mantiene el privilegio del colectivo de varones por encima del de las mujeres.
Cada vez que un maltratador golpea, que un violador ataca, que un acosador hostiga a una
mujer o una niña/o mantiene la asimetría entre lo masculino considerado superior y lo
femenino inferiorizado; vigila que la brecha entre las formas de masculinidad hegemónica y
feminidad tradicional se mantenga, lo que beneficia a todos los varones como conjunto y
perjudica a todos aquellos sujetos feminizados: las mujeres, pero también las travestis, las
“maricas” o gays afeminados y a niñas/os, quienes están aprendiendo cuáles serán los lugares
que deberán ocupar según el género asignado.
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y es probable que ese hecho haya desatado una discusión que terminó con su vida. Pero su
muerte era un eslabón más de una cadena de femicidios de adolescentes cuyos casos
hilvanaron los nombres de Ángeles, Melina, Lola, Daiana y señalaron cómo la violencia
machista se legitima a través de un sistema social que acusa a las víctimas y
desresponsabiliza a los agresores. Mecanismos sutiles -y algunos groseros- se visibilizaron de
forma colectiva y comenzaron a ser cuestionados: la forma en que los medios de
comunicación presentaban de forma espectacularizada las muertes de las adolescentes
haciendo hincapié en su forma de vestir, si iban o no a la escuela, o a quienes frecuentaban
al momento de ser asesinadas, pero también gestos interiorizados por todas y todos, en
nuestras prácticas cotidianas, en nuestras maneras de educar a niñas y niños.
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La marcha #NiUnaMenos, que expresó un clamor social por erradicar la violencia contra las
mujeres, sirvió para articular una serie de demandas que se plasmaron en nueve puntos. De
ellos, dos implican de manera directa o indirecta a la escuela:
El reclamo mira a la escuela y nuestro trabajo en ellas: Así como existen materiales
disponibles desde la ESI para trabajar específicamente las cuestiones sobre violencia
machista, noviazgos violentos y las formas de socialización en pos de relaciones más
igualitarias y libres de coacciones ya sean físicas, psicológicas o de cualquier otro tipo, existen
voces que nos invitan a pensar en otros espacios y actores que también están implicados en
este cambio que nos involucra a todas y todos.
También queremos recuperar aquí la experiencia de las Jornadas Federales del programa de
Educación Sexual Integral (2015), donde las escuelas e Institutos de dieciocho provincias se
reunieron para discutir estos temas.
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4. A modo de cierre
Hasta aquí hemos intentado comprender los tipos, modalidades y naturaleza de la violencia
contra las mujeres en el marco de relaciones asimétricas. También dimos un panorama de
las iniciativas recientes, como la convocatoria “Ni Una menos”, así como las acciones que se
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vienen desarrollando desde las aulas para transformar estos patrones de actuación y que
convergieron en las Jornadas Federales del Programa de Educación Sexual Integral que
durante dos días reflexionó sobre lo conseguido y todo lo que falta. Tenemos leyes como
la Ley de Protección integral a las mujeres y la Ley de Educación Sexual Integral que no sólo
nos habilita sino que nos insta a actuar en pos de relaciones más igualitarias.
En este sentido es necesario destacar los avances que se realizaron en el marco de la sesión
64° de la Asamblea del Consejo Federal de Educación (CFE), encabezada por el Ministro de
Educación de la Nación, Alberto Sileoni, con la participación especial de la presidenta
del Consejo Nacional de las Mujeres, Mariana Gras. Se logró allí el compromiso de todas las
jurisdicciones para poner en acción varios mecanismos que desde la escuela pueden contribuir
a prevenir y a actuar ante la violencia de género.
Asimismo, en su artículo 11, dicha normativa establece que se debe articular en el marco del
Consejo Federal de Educación “La inclusión de los contenidos mínimos curriculares de la
perspectiva de género, el ejercicio de la tolerancia, el respeto y la libertad en las relaciones
interpersonales, la igualdad entre los sexos, la democratización de las relaciones familiares,
la vigencia de los derechos humanos y la deslegitimación de modelos violentos de resolución
de conflictos”.
También determina la responsabilidad del CFE para impulsar “la incorporación de la temática
de la violencia contra las mujeres en las currículas terciarias y universitarias, tanto en los
niveles de grado y de posgrado; y promover la revisión y actualización de los libros de texto
y materiales didácticos con la finalidad de eliminar estereotipos de género y los criterios
discriminatorios, fomentando la igualdad de derechos, oportunidades y trato entre mujeres y
varones”, entre otros puntos destacables de la norma.
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No queremos cerrar la clase sin mencionar que las docentes no solo podemos detectar las
violencias entre nuestro alumnado, los noviazgos violentos o los casos de hostigamiento, la
violencia que nuestras/os estudiantes reciben en el hogar o que las madres de nuestras
alumnas/os sufren por parte de sus parejas u otros familiares. También nosotras podemos
ser víctimas de la violencia machista. Esto es lo que los distintos estados provinciales se
encuentran discutiendo con los gremios docentes, algunos ya han acordado en la posibilidad
de que las docentes puedan hacer uso de una licencia por violencia de género. Contemplar
las situaciones de violencia que las docentes sufren y que obligan hasta ahora tomar licencia
psiquiátrica, que luego puede ser utilizada por el violento para reclamar la tenencia de las/os
hijas/os, es un paso más en la lucha que entre todas y todos estamos dando para desterrar
los patrones de desigualdad vigentes.
Hemos recorrido hasta aquí una serie de tópicos posibles en torno a Educación y Género y su
implicancia en nuestras prácticas educativas. Han sido puertas de entrada que nos han
permitido ir cuestionando el sentido común, las jerarquías, las asimetrías y desigualdades.
Creemos –esperamos- que el módulo resulte un punto de partida para seguir indagando en
las formas en la que las escuelas y nuestras prácticas en ellas están atravesadas por
relaciones de poder que son sexuales, étnicas, de clase, que desde allí nos permiten una
mirada que, queremos, sea crítica y a la vez inclusiva. Esperamos que las preguntas y
cuestionamientos sirvan para seguir forjando un camino por más derechos, donde las
cuestiones de género, sexualidad, identidad, corporalidad no sean excluyentes del ejercicio
de derechos para que las “gafas violetas” no resulten excepcionales sino que se incorporen a
nuestra visión y práctica cotidiana en las escuelas.
Actividades
Foro Balance
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Bibliografía Básica
Guía Federal de Orientaciones para la intervención de situaciones complejas
relacionadas con la vida escolar
Complementaria
Segato, Rita (2003) “Capítulo 4: La argamasa jerárquica: violencia moral,
reproducción del mundo y la eficacia simbólica del Derecho.” En Las Estructuras Elementales
de la Violencia. Ens ayos s obre género entre la antropología, el ps ic oanálisis y los derec hos humanos .
Grimson, Alejandro (2015) “Los femicidios no son «cosas de mujeres»" Balance de
Colectivo Ni Una Menos (2015) en Página 12 “A un mes del 3 de junio”
Recursos en la web
Material Audiovisual de Canal Encuentro: Historias de Género
Portal Educar: Otra vida es posible y otros materiales
Consejo Nacional de las Mujeres
Colectivo Ni Una Menos
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Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0
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