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¿Por qué no me tranquiliza la

información tranquilizadora?
20 marzo, 2020

Este artículo fue redactado y avalado por la psicóloga Loreto Martín Moya

Con la crisis del coronavirus, son muchos los que han caído en la obsesión de estar enfermos. En la
base de dicho problema se encuentra muchas veces la información tranquilizadora, que
consumimos como única herramienta capaz de calmar nuestra ansiedad. Pero, ¿por qué a la larga
esa información tranquilizadora no nos tranquiliza?

Cuando nos enfrentamos a un problema del que sabemos poco, que nos preocupa sobremanera y
acerca del cual necesitamos respuestas, solemos buscar información. No cualquier información,
sino aquella que desmiente aquellos temores que sentimos.

Se puede observar claramente con el brote —clínico, mediático y social— de coronavirus en España.
Las personas, que poco sabemos de este tipo de situaciones, buscamos datos que nos apacigüen,
es decir, información tranquilizadora.

No obstante, muchos se han dado cuenta ya de que, aunque leen y releen acerca de las buenas
noticias de un asunto en concreto o de los síntomas de la enfermedad que ellos no tienen, esta
información no parece calmarlos de ninguna manera. Ello les lleva a tener que seguir leyendo —
cada vez más cantidad— de noticias tranquilizadoras, pero estas cada vez son menos útiles.

Mujer tapándose la cara por amenazas digitales

La información tranquilizadora en la clínica

Este es un fenómeno que los psicólogos llevan observando, estudiando, para después aproximarlo,
en numerosos trastornos psicológicos. Pero como podemos observar, esto no solo ocurre en
personas con una clínica definida, es decir, con un trastorno.
Personas con una excelente salud mental pueden caer en las trampas en las que caen personas con
TOC, hipocondría o trastornos de ansiedad.

Esto se debe a la compulsión. En el trastorno obsesivo-compulsivo, un ritual o compulsión es una


herramienta para disminuir la ansiedad que ciertos pensamientos provocan. Por ejemplo, podemos
hablar de Luisa y su obsesión de daño —un tipo de obsesión que aparece en el TOC—.

Ella, de manera concreta, está obsesionada con la idea de haber herido a alguien desde que se
despistara en el parque y su hijo se hiciera una brecha en la frente. Ahora, Luisa está obsesionada,
allá por donde va, con haber podido infligir algún daño a alguien.

A Luisa esa idea le causa un malestar atroz, lleno de confusión, miedo y ansiedad. Por ello, para
evitar esas malas emociones, Luisa hace y rehace hasta cuatro veces su camino del trabajo a casa,
de la cafetería a la biblioteca, etc. Esto constituye el ritual de Luisa, su herramienta para evitar toda
la ansiedad que la idea de haber dañado a alguien le provoca.

¿Encuentra Luisa la tranquilidad en sus paseos repetidos?

Podríamos pensar que en el momento en el que Luisa comprueba que, en efecto, no ha hecho daño
a nadie, esta se tranquilizará y sus paseos repetidos desaparecen. Todo lo contrario, pues esa
información tranquilizadora no hace otra cosa que mantener el problema, en este caso la obsesión.

¿Por qué ocurre esto? La ansiedad o la angustia se mantienen gracias a conductas de seguridad.
Luisa no se ha expuesto a la situación que más teme: llegar a su destino sin «saber» si ha hecho
daño a alguien.

Esto la agarrota y no puede evitar hacer uso de su conducta de seguridad. Pero la ansiedad
desaparece a través de la exposición al estímulo ansiógeno y no a la constante comprobación.

Si Luisa no se expone, sus conductas de seguridad pronto no serán suficientes e incluso exigirán más
de ella: en vez de repasar cuatro veces su recorrido, lo hará seis.

La información tranquilizadora en la hipocondría

Cuando estas obsesiones son médicas, es decir, el temor y obsesión de la persona es estar enfermo,
la información tranquilizadora tampoco es útil, pues se basa en los mismos mecanismos expuestos
anteriormente. Este parece un buen ejemplo a partir del fenómeno que nos atañe actualmente: la
crisis del coronavirus.

La cobertura mediática y los drásticos cambios en nuestra rutina pueden provocar que dicho virus
no salga de nuestras cabezas. Esta presencia constante también puede llevarnos a cuestionarnos si
nosotros estamos enfermos, hasta convertirse en una obsesión.

En las obsesiones médicas, subyacen varias cuestiones. Las obsesiones tienen lugar porque las
personas tienden, según Martínez y Belloch (1998), a amplificar las sensaciones corporales benignas
y a interpretar de manera catastrófica dichas sensaciones.

El miedo, o la obsesión, de no saber si están enfermos o no, hacen que estas personas consumidoras
se abonen a la información tranquilizadora.

Leer y releer los síntomas del coronavirus

Pongamos como ejemplo la crisis del coronavirus, pues nos encontramos viviéndola actualmente, y
muchas personas podrán sentirse identificadas.

Según Martínez, Belloch y Botella (1995), en la hipocondría existe un estímulo desencadenante —


por ejemplo, la exposición a la información sobre la enfermedad—.

En el caso del coronavirus, esta información está por todas partes, lo que puede agrandar el
problema: la persona con aprensión a tener coronavirus encuentra información de este en redes
sociales, grupos de WhatsApp, programas de televisión o noticias de periódicos. La policía rondando
la calle le recuerda que hay coronavirus, no poder salir de casa también.

El miedo que el coronavirus provoca en las personas también puede llevarlas a cambios a nivel
fisiológico, cognitivo y conductual.

El arousal fisiológico y sus consecuencias puede llevar a pensar a la persona que sufre de esa
enfermedad, cuando sus cambios pueden ser explicados y no precisamente a través de una terrible
enfermedad.

Aprender a vivir con la posibilidad de estar enfermo


Según estas autoras, ante ese miedo a tener coronavirus, se ponen en marcha conductas como
autoinspección corporal, interpretación catastrófica de cambios fisiológicos y búsqueda de
información tranquilizadora de fuente médicas —y no médicas, también—. Esto no elimina la
posibilidad de estar enfermo, solo fomenta la ansiedad por la salud.

Este tipo de conductas son un obstáculo para que la persona aprenda que aquello que teme —en
este caso, estar enfermo de coronavirus— no está ocurriendo.

Todo lo contrario, estas conductas de seguridad provocan que la persona esté muy centrada en su
cuerpo, que preste atención a sus pensamientos negativos y que su ansiedad vuelva cada vez que
no comprueba que no está enferma.

¿Cuándo dejar de leer información aparentemente tranquilizadora?

El miedo a la enfermedad es una obsesión que puede verse disparada en situaciones como la que
estamos viviendo. La información tranquilizadora no tiene por qué ser dañina para todo el mundo.

Hay personas que leen los síntomas de coronavirus, comprueban que no tienen esos síntomas y no
vuelven a pensar en ello.

No obstante, podemos identificar la existencia de un problema en base a las veces que acudimos a
esa información. No solo aquella referente a los síntomas físicos; también a los datos acerca de la
epidemia, el desarrollo de la enfermedad, etc.

Podemos necesitar saber los últimos datos del coronavirus para estar tranquilos y buscar esa nueva
información constantemente —no tiene que ser solamente relacionada con el hecho de estar
enfermo—.

Si esta información parece calmar nuestra obsesión, pero esta después vuelve, obligándonos a leer
más acerca del coronavirus para estar tranquilos; podemos sospechar que hay una obsesión
mantenida por, entre otros, conductas de seguridad.

Mujer cambiando su perspectiva mientras mira el ordenador

¿Cómo vencer a la obsesión por el coronavirus?


Si este es nuestro caso, la recomendación principal, por supuesto, es enfrentarse a la idea de
«tener» coronavirus —la mayor parte de estas personas no lo tendrá— sin acudir a esa información.
Lo mejor es no buscar la tranquilidad en datos nuevos o datos que ya hemos leído y releído.

La duda, además del hecho de tener esa enfermedad o su amenaza, es incómoda. Pero tenemos
que vivir con ella, porque estas conductas de seguridad pueden dar lugar a otras más patológicas.

Quizás comenzamos leyendo todas las noches datos nuevos del coronavirus para tranquilizarnos,
para después invertir tres o cuatro horas cada día, terminando por esclavizar de alguna manera
nuestra cotidianidad.

Si el problema se magnifica, la terapia psicológica es una buena opción. Pero si de verdad queremos
vencer a la obsesión por el coronavirus, la premisa parece clara: no comprobar la veracidad de
nuestro juicio, esté relacionado con el miedo a enfermar, con que el virus se propague o con que
los nuevos casos hayan disminuido. Al menos hasta que desaparezca nuestra ansiedad.

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