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Los cristianos que desean tener una dinámica relación con Dios y que se interesan
por crecer espiritualmente reconocen que dedicar tiempo a leer y asimilar la
Palabra de Dios es de vital importancia. En las páginas de la Biblia nos instruimos
sobre Dios y Su amor por la humanidad, sobre Jesús y Su mensaje, sobre cómo vivir
en armonía con Dios y el prójimo.
Todos los días nos vemos desbordados por una andanada de información derivada
de una amplia gama de fuentes que de una manera u otra nos influyen. Dedicar
tiempo diariamente a leer lo que Dios ha dicho nos ofrece un medio de sortear el
torbellino de información que enfrentamos. Agudiza nuestra capacidad espiritual de
discernir la verdad de la mentira. Facilita que nuestro corazón permanezca centrado
en aquellas cosas que resultan importantes para vivir con plenitud, paz interior y en
consonancia con Dios y Su voluntad. Nos ayuda a sobrevivir a todo lo que la vida
nos depara y a superarlo. Como dijo Jesús: «A cualquiera, pues, que me oye estas
palabras y las pone en práctica, lo compararé a un hombre prudente que edificó su
casa sobre la roca. Descendió la lluvia, vinieron ríos, soplaron vientos y golpearon
contra aquella casa; pero no cayó, porque estaba cimentada sobre la roca».
[1] Permanecer en la Palabra de Dios nos pone permanentemente en contacto con
Su Espíritu. Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida.[2] En parte,
mantener ese contacto con el Señor y tener la prometida paz provienen de dedicar
tiempo a la lectura de Su Palabra.
Hacerse el tiempo para leer a diario no es tarea fácil. Requiere autodisciplina, tal
como sucede con cada una de las materias que tocamos en esta serie. Al igual que
los ejercicios y entrenamiento que deben realizar los atletas cotidianamente para
mantenerse en forma y sobresalir en sus actuaciones, dedicar tiempo regular a la
lectura de las Escrituras nos vigoriza en espíritu y nos hace cristianos más fuertes,
bien cimentados en la verdad y el amor de Dios. La conexión con Dios, el saborear
Su Palabra, nos ayuda a guiarnos por el Espíritu en nuestras interacciones
cotidianas con los demás, en la toma de decisiones y en la capacidad de
permanecer firmes ante la tentación.
No hay fórmula fija para saber cuánto necesitamos leer a diario ni qué porciones de
la Biblia debemos leer. La clave es reservar tiempo para hacerlo y perseverar en
ello. Viene bien contar con una buena traducción moderna. Las versiones de Reina-
Valera 95 (RVR1995) o la Contemporánea (RVC), la Nueva Versión Internacional
(NVI) y Dios Habla Hoy (DHH) se consideran traducciones precisas en el idioma
castellano.
http://www.1mobile.com/santa-biblia-rvr1960-v2.0-445730.html
http://e-sword.softonic.com/
https://itunes.apple.com/us/app/bible-gateway/id506512797?ls=1&mt=8
Además de leer la Palabra de Dios, puede resultar beneficioso saber lo que se dice
de ella. Esto entraña leer, escuchar o ver sermones, charlas, debates y artículos en
internet relativos a la Palabra y los principios divinos. Áncora y el Rincón de los
Directores pueden ayudarte en este sentido. Existen además otros portales muy
buenos en los que hombres y mujeres de fe imparten y enseñan la Palabra de Dios.
En mi caso he dado con algunos maestros que me gusta oír, cuyo estilo y lo que
dicen tienen más acogida en mí que otros. Sin embargo, a otras personas que
conozco les gusta escuchar a oradores que a mí no me atraen. Somos todos
diferentes. El punto es que puede resultar útil ver o escuchar a quienes comunican
la Palabra de Dios de manera que nos hable al corazón y afirme nuestra conexión y
relación con el Señor.
En muchos casos resulta más fácil oír a alguien hablar sobre los preceptos y
enseñanzas de la Palabra de Dios que tomar tiempo para leer la Palabra uno mismo
y pensar y meditar luego en lo que se ha leído. Si bien es espiritualmente
provechoso y nutritivo oír sermones y leer artículos sobre la Palabra, estos no
deberían desplazar los momentos que dedicas a leer la Biblia para beneficiarte de lo
que el Señor te dice personalmente por medio de Su Palabra.
Meditar en la Palabra
Nunca se apartará de tu boca este libro de la Ley, sino que de día y de noche
meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que está
escrito en él, porque entonces harás prosperar tu camino y todo te saldrá
bien.[4]
Leer y escuchar la Palabra de Dios, y meditar en ella, nos acarrea Sus bendiciones.
Como dice el Salmo 1: «Dichoso quien […] se complace en la ley del Señor, sobre la
que reflexiona día y noche. Es como un árbol plantado junto al arroyo: da fruto a su
tiempo y no se secan sus hojas; consigue todo cuanto emprende.[7]
Leer la Palabra de Dios y meditar en ella nos pone en comunicación personal con
Dios. Al meditar en lo que leemos damos ocasión a que Su Palabra nos hable al
corazón, pues nos disponemos a escucharlo. Al meditar en Su Palabra accedemos a
Su presencia con ansias de aprender, de crecer, de transformarnos, de estrechar
nuestra relación con Él, de hacer Su voluntad. Él anhela hablarnos a cada uno
directamente. Pero si no prestamos atención o no meditamos en Él y en Su Palabra,
si estamos tan ocupados leyendo lo que dice que no le damos lugar a que nos hable
personalmente sobre lo que leemos, nos estamos perdiendo algo importante.
Por lo visto los seres humanos muestran una perpetua tendencia a que
alguien se comunique con Dios por ellos. La historia de la religión revela una
rebatiña casi desesperada por tener un rey, un mediador, un sacerdote o
pastor, un intermediario. Así, no tenemos necesidad de acudir a Dios
nosotros mismos. Eso nos permite soslayar la obligación de cambiar, pues
estar en la presencia de Dios equivale a cambiar. Por eso meditar nos resulta
tan intimidante. Nos llama denodadamente a venir ante la presencia viviente
de Dios. Nos dice que Dios nos habla en el presente continuo y desea
dirigirse a nosotros. […] Todos los que reconocen en Jesucristo al Señor
constituyen el sacerdocio universal de Dios y como tales pueden acceder al
Sanctasanctórum y conversar con el Dios vivo.[8]
Claro está que meditar en lo que uno ha leído u oído toma tiempo. Por eso, si ves
que no cuentas con el tiempo para detenerte y escuchar, tal vez convendría que
consideraras leer un poco menos y así disponer de más tiempo para meditar en lo
que has leído. El autor Maurice Roberts escribió:
Si queremos que nuestra vida se rija por preceptos divinos, si deseamos emular a
nuestro Salvador, si queremos que la luz que brille a través de nosotros sea la de
Dios y Su amor, es preciso que pasemos tiempo con Él y leyendo Su Palabra.
Disciplinarnos para dedicar tiempo a ese quehacer todos los días es un elemento
clave para lograr una mayor afinidad con Cristo. De todas las disciplinas
espirituales, esta es la más importante, pues la Palabra de Dios —la Biblia— es el
medio por el que Él se revela a la humanidad. Leer y meditar en ella, aplicarla a
nuestro ser interior y a nuestras acciones externas es vital para asemejarnos a
Jesús. Absorber periódica y profundamente el agua de Su Palabra en nuestro
corazón nos va renovando y transformando poco a poco hasta alcanzar una mayor
semejanza con Él. La gracia para vivir en consonancia con Su voluntad la
adquirimos aplicando y rumiando lo que leemos. Lámpara es a nuestros pies Su
Palabra y lumbrera a nuestro camino.[10]
Nota
A menos que se indique otra cosa, todos los versículos proceden de la Santa Biblia,
versión Reina-Valera 95 (RVR 95), © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados
con permiso. Todos los derechos reservados.
[1] Mateo 7:24–25.
[2] Juan 6:63.
[3] Salmo 119:15,16.
[4] Josué 1:8.
[6] Whitney, Spiritual Disciplines, 49–50.
[7] Salmo 1:1–3 (BLPH).
[11] Lucas 11:28.
[12] Juan 14:23.
[13] Juan 15:7.
[14] Salmo 138:2.
[15] Salmo 119:9 (NVI).
[16] Salmo 119:11 (DHH).
[17] Salmo 119:15–16.
[18] Juan 17:17.
Proverbios 27:17 dice «el hierro con hierro se afila, y un hombre aguza
a otro» si hemos leído los mismos pasajes sabremos pulirnos aún
mejor ya que podremos discutir los mismos pasajes.