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Lo Otro en Los Altillos de Brumal en Ir PDF
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Real Academia Española, Diccionario de la lengua española, Madrid, Academia,
2002, 22ª. ed., sv. Altillo.
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Por “convención maravillosa” me refiero a aquel tópico que pertenece al ám-
bito de lo maravilloso que en su acepción más común sería la de un sobrenatural
aceptado e integrado sin dificultad al entorno del texto.
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DRAE, sv. Brumal.
4
Más adelante, la protagonista declarará a llegar a Brumal: “ese viaje debe-
ría haberlo realizado años atrás, antes de que la aldea hubiera llegado al estado
de deterioro que actualmente ofrecía”. Cristina Fernández Cubas, “Los altillos de
Brumal”, en Mi hermana Elba y Los altillos de Brumal, Barcelona, Tusquets, 1988. p.
171. Cito siempre por esta edición y consigno las páginas de las citas en el cuerpo
del trabajo.
5
Es el tópico de la tierra estéril por un oscuro e innominado pecado o por una
aberrante contra naturaleza que la ha contaminado. Para el primer caso, la referencia
obligada es la “terre gasté” artúrica –seca por el golpe doloroso que hiere en la en-
trepierna al Rey Pescador y que sólo sanará cuando él recupere la salud–; en el se-
gundo caso, baste recordar el Innmouth de Lovecraft –el pueblo que ha quedado
maldito por pertenecer a una estirpe igualmente no deseada.
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peligroso, ya que la noche más larga del año es un lapso que per-
tenece casi por definición a aquellos que no son hombres.6
De esta manera, con dos palabras tan simples, con el mero uso
de este adjetivo de la bruma como nombre para el mítico pueblo
de la protagonista, Cristina Fernández Cuba nos sitúa en “Los al-
tillos de Brumal”, ya desde el título mismo, en un mundo entre
mundos, en un universo de código evanescente y ambiguo que
se va haciendo otro a medida que la narración fluye como la bru-
ma, autentico leitmotiv de este texto. Y conforme avanza el rela-
to, ese neblinoso mundo va tomando cuerpo hasta hacer que los
altillos y las brumas, espacios evanescentes, otros, a caballo entre
dos realidades, entre el sueño, la pesadilla, el despertar y la fiebre,
imperen y se instauren como única dimensión válida de la vida,
como el lugar meta; pero como una meta engañosa que no sólo
despertará los recuerdos, sino que revelará lo frágil de la capa apa-
rencial que la cotidianeidad ha extendido sobre la vida de Adria-
na para ocultar la diferencia medular. Brumal y sus altillos se pre-
sentan entonces como aquel Más Allá al que se parte como una y
se llega como otra: Adriana que se pierde en la bruma y se trans-
forma en Anairda en el territorio de lo Otro, mientras el mundo
deja de ser la aldea española de la realidad que conocemos para
transformarse en la nublada ciudad de los ancestros que resuena
con ecos arcaicos y prohibidos.
“Los altillos de Brumal” se inicia con la llegada de la niña Adria-
na a su nueva escuela. Ahí todos y cada uno de los elementos que
conforman su identidad parecen ponerse no sólo en tela de jui-
6
Si bien “bruma” significa invierno, también es la palabra usada para nombrar
al solsticio de invierno, el día en que hay menos luz, el día más breve (tal es su eti-
mología, cf. Guido Gómez de Silva, Breve diccionario etimológico de la lengua española,
México, Fondo de Cultura Económica / El Colegio de México, 1988, sv. Bruma). Es
decir, un día en el que la luz casi no está presente, tal y como en Brumal donde “al
mediodía, ya es de noche” (p. 187). El solsticio de invierno tradicionalmente se
acompaña con ceremonias que tienen como propósito garantizar que la luz y el sol
regresen, que el territorio de los hombres, el día, vuelva a imperar. Sobre este asun-
to la bibliografía podría hacerse larga; sin embargo, a mera forma ilustrativa puede
consultarse el viejo libro de Sir James George Frazer donde aparecen consignados
algunos rituales de fuego que tienen como propósito el garantizar el renacimiento
del sol y la luz durante los solsticios, los períodos críticos del periplo solar (La rama
dorada: Magia y religión, trads. Elizabeth y Tadeo I Campuzano, México, Fondo de
Cultura Económica, 1974, pp. 413-415, 699-717 y 790).
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cio sino incluso resultan ofensivos. “Mi primer apellido fue aco-
gido por la maestra con un espectacular arqueo de cejas” (p.
156),7 “mi acento le había parecido extraño, insólito, inhabitual”
(p. 156). No importa que la niña haya acudido a la escuela con los
elementos más hermosos y estables de ese mundo nuevo –ropa,
moños, apariencias–; en diez minutos “había sido relegada a una
categoría singular y deleznable” (p. 156), había sido conocida, o
reconocida, como alguien perteneciente a lo otro. Este proceso
queda manifestado con absoluta claridad cuando la protagonis-
ta, a la hora de querer situar su pueblo de origen, siente como
sus dedos confundidos se pierden en “los azules del Mediterrá-
neo” (p. 157). Como si el pueblo, de nombre aún desconocido,
fuera una isla más allá del mar, o se encontrara lejos de un mun-
do consignable.
En medio de esta crisis, en la cual la identidad –tan importan-
te para un niño, para un recién llegado– se convierte en el moti-
vo de la exclusión, aparece también la revelación: “La diferencia
estaba en mí y, si quería librarme de futuras y terribles afrentas,
debería esforzarme por aprender el código de aquel mundo del
que nadie me había hablado y que se me aparecía por primera
vez cerrado como la cáscara de una nuez, inexpugnable”. Muy clá-
sicamente, muy al estilo de Todorov,8 se puede leer esta declara-
7
El apellido de Adriana –el nombre de familia, el que marca la pertenencia a
un mundo o una especie– es tan extraordinario que la maestra necesita repetirlo va-
rias veces. Y en las consonantes que se le agolpan en la garganta queda manifiesta
su rareza. Es un nombre impropio, imposible de pronunciar por boca humana (re-
curso éste de las consonantes impropias y las lenguas no humanas muy usado por
autores como Arthur Machen y después H. P. Lovecraft y su círculo, para marcar la
alteridad e inhumanidad de varios seres y lugares. Un ejemplo puede verse en “La
novela del sello negro”, de Arthur Machen, donde las palabras del niño mestizo –hí-
brido entre humano y una raza primitiva confundida con las hadas– son imposibles
de pronunciar por una garganta humana). Esto quedará confirmado en Brumal
cuando Adriana lea en el libro que encuentra en la iglesia del pueblo “una serie de
nombres provistos de numerosas consonantes” (p. 172). Y así, el nombre extraño se
convierte en ilegal, queda borrado de las señas de identidad de la protagonista ante
la imposibilidad de encuadrarse en el mundo cotidiano y sólo será recobrado cuan-
do en Brumal la alteridad suplante a la vida presentada como normal y Adriana vea
abrirse un camino que la separará definitivamente de lo que hasta entonces había
llamado normalidad.
8
Cf. Introduction a la littérature fantastique. París, Éditions du Seuil, 1970, pp.
63-79.
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En éste, como en tantos otros textos fantásticos, queda de manifiesto que lo
fantástico descansa sobre todo en el sistema, en la sintaxis narrativa que permite cam-
biar el sentido de los elementos en la medida en que se completa la lectura.
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Hay que notar el carácter de bautizo que tiene la imposición del nombre con
que será conocida la protagonista. Es decir, como recién llegada al mundo, tiene que
tomar un nombre, y ése será uno sencillo y cotidiano, legalmente humano; sin em-
bargo, “Adriana”, apelativo muy común, y que es elegido precisamente por eso, es
uno que encubre con su normalidad el hecho de que se trata de un nombre anti-
guo y extraño que muy en fondo muestra resonancias del “atroz”, del negro, del otro,
que late en la etimología misma de “Adria”. Cf. De Silva, op. cit., sv. Adriático.
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más gusto a fresa que había probado en mi vida; era, con toda se-
guridad, mermelada de fresa (…). Sin embargo, me hubiera atre-
vido a jurar, sin ningún titubeo, que en su elaboración no había
intervenido fresa alguna” (p. 164). Si una sopa de legumbres pue-
de estar hecha sin legumbres, ¿cuál es el problema con una mer-
melada de fresa sin fresas? Pero, y configurando así a un narrador
infrasciente que, como los mejores narradores de relato fantásti-
co, no es capaz de atar los cabos que un lector atento sí, Adriana
no identifica en primera instancia este lazo que la une a la “vasija
mohosa” (p. 164) y su contenido imposible: “Paladeé una cucha-
rada más. Tampoco azúcar. Volqué el resto del contenido en un
plato y estudié el recipiente” (p. 164). “Tampoco azúcar” en la mer-
melada, que es un “dulce hecho con fruta cocida con azúcar”,11
contradicción tan flagrante como un filete de pescado sin pesca-
do. Es entonces cuando aparece plenamente registrada la reacción
que abre el paso a lo fantástico en este cuento: la extrañeza de
Adriana al estudiar y analizar vasija y contenido. En este pasaje cru-
cial puede verse la confrontación que sufren los códigos de fun-
cionamiento de realidad con un elemento que los desafía. Hay un
minúsculo elemento en el código con el que trabaja la protago-
nista que, a pesar de que ella se ha presentado como una excep-
ción capaz de desafiarlo, es sólido, existente e inflexible: los pla-
tillos se hacen con elementos que son lo que parecen.12 Es decir,
la sopa de legumbres debe tener legumbres, el filete de pescado,
pescado, y la mermelada de fresa, azúcar y fresas. Esa es la muy
modesta ley que es puesta en duda primero como un mero jue-
go y que finalmente causa un escándalo cuando el desafío ya no
parte de la protagonista sino de una realidad exterior y presenta
a una cucharada de dulce como la irrebatible prueba de que la
realidad no es una sino otra. El elemento trasgresor parece tan
nimio, tan común que podría pasar desapercibido, pero en una
pequeña, insignificante, dulce cucharada de mermelada late todo
11
María Moliner. Diccionario de uso del español, Madrid, Gredos, 1999, 2ª. ed., sv.
Mermelada.
12
Sobre la ilegalidad que construye lo fantástico puede verse mi artículo “Trans-
gresiones y legalidades. Lo fantástico en el umbral”, en Ana María Morales y José
Miguel Sardiñas (eds.), Odisea de lo fantástico, México, Ediciones de los Coloquios In-
ternacionales de Literatura Fantástica, 2004, pp. 25-37.
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Dice José Miguel Sardiñas: “la literatura fantástica [se presenta] como un gé-
nero o una modalidad dual, en la que habitualmente coexisten dos ordenes de acon-
tecimientos. Sus nombres varían según el autor, pero todos en general parten de la
mención de una dualidad para explicar la identidad y el funcionamiento de un tex-
to fantástico. Hay un orden de cosas que se muestra como semejante o equivalente
al del mundo real y otro que se presenta como diferente de ese mundo” (“El orden
alterno en algunas teorías de lo fantástico y en el cuento cubano de la Revolución”,
Signos Literarios y Lingüísticos, México, núm. 2.2, 2000, pp. 141-152).
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Tal como aparecen Ávalon, Tintagel o el castillo del Grial que sólo pueden
ser vistos en la hora entre horas, tras un rápido parpadeo, en la noche de coger
verbena.
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Hay que recordar que la madre de Adriana no es de Brumal: “Madre era na-
tural de la playa” (p. 167). Y hay que tener presente este sencillo dato, porque en el
cambio de residencia de la madre de Adriana late toda una tradición –que está pre-
sente lo mismo en los cuentos de hadas actuales que en los relatos medievales ir-
landeses o en varios de los ambiguos cuentos de Machen– de seres humanos, mu-
chas veces mujeres, que son atraídas al Otro Mundo –de montañas o de reinos bajo
la montaña– por amantes encantados, o robadas por seres de naturaleza mágica para
ser las madres humanas de seres mixtos.
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“El llamado a la aventura” es un concepto que se relaciona con la definición
de los héroes –en general, pero sobre todo de cuentos de la tradición folclórica–.
Aunque aparece en otras obras, quien lo popularizó fue Joseph Campbell en su li-
bro El héroe de las mil caras (cf. El héroe de las mil caras. Psicoanálisis del mito, México,
Fondo de Cultura Económica, 1993, p. 91).
17
Es decir, si estuviéramos en presencia de un cuento de hadas, el regreso a un
Brumal mítico sería el regreso a un mundo mejor donde Adriana puede, al fin, en-
contrar su identidad y su lugar. Para una revisión somera sobre este papel que de-
sempeñan los héroes puede consultarse el primer capítulo de la tesis de José Miguel
Sardiñas: “Del héroe en la literatura gauchesca: Facundo, Martín Fierro y Juan Mo-
reira”, Tesis de doctorado en Literatura Hispánica, El Colegio de México, 2002.
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Piénsese, por ejemplo, en el lai de María de Francia Lanval, donde aparece
la prohibición del hada amiga del caballero de hablar sobre su existencia.
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Son muchas las formas que toma la salida o la huida del Otro Mundo (el otro
lado del espejo donde se leen las letras de los juegos o el nombre brumalense de
Adriana). En general podría decirse que al ser una transgresión el paso de un mun-
do a otro es necesario sufrir una transformación que engañe a los poderes que cus-
todian el paso. Ésa puede ser la explicación de la inversión de las ropas de la madre
y del estado de locura y pesadilla –casi una borrachera ritual que permite un viaje
iniciático– en el que huye Adriana a través de la montaña. Es un paralelo que se pue-
de observar en otro lai de María de Francia: Yonec.
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Los seres que dieron origen a muchas de las hadas célticas.
21
Y el fantasma de la Comala de Pedro Páramo podría hacerse presente.
22
Y ahora el que resuena es el eco de los degradados montañeses de las mon-
tañas de Vermont y los extraños vecinos de Durham, de las narraciones del ciclo del
mismo nombre de Lovecraft.
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Tal es la suerte corrida por los Tuatha de Danann, los antiguos pobladores de
Irlanda que, al ser vencidos por los nuevos pueblos, se refugian bajo tierra y termi-
nan por transformarse en las hadas de relatos posteriores. En mi artículo “Lo ma-
ravilloso medieval y los límites de la realidad” (en Ana María Morales, José Miguel
Sardiñas y Luz Elena Zamudio, eds. Las fronteras de lo fantástico, Puebla, Méx., Bene-
mérita Universidad Autónoma de Puebla, 2003, pp. 15-41) señalo que muchos tex-
tos hacen a las montañas el territorio de los otros, de los no humanos, y que los te-
rrenos inhóspitos y montañosos son el territorio de hadas y gigantes, de salvajes y
dragones.
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Hay que recordar que también las brujas terminaron en las montañas. Baste
el ejemplo de la escarpada ruta a Zagarramurdi (el lugar del aquelarre de las bru-
jas navarras), en la frontera entre Francia y España o los agrestes caminos de los Al-
pes suizo-italianos, considerados la zona “matriz” de la brujería.
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De hecho, el mismo texto pareciera apuntar en esta dirección, cuando recurre
a la cancioncilla que entonan las niñas en Brumal: “Otnas Sen reiv se yo-h / Sotreum
sol ed a-íd / Sabmut sal neib arre-ic / Ort ned nedeuq es e-uq”. Es decir: “Hoy es vier-
nes santo / Día de los muertos / cierra bien las tumbas / que se queden dentro”.
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Aunque hay silencio al respecto, hay que recordar que uno de los géneros de
referencia del texto es el cuento de hadas como un tipo de relato pueril y evasor de
la realidad: “…su candor me hacía pensar en una jovencita en vísperas de boda, en
los viejos cuentos de hadas con que, años atrás, intentaba conjurar mi siempre inex-
plicable terror al amanecer” (p. 160) y “las historias de hadas y prodigios que me
contabas de pequeña” (p. 186). Es una inquietante paradoja que una niña con mie-
do al amanecer sea consolada con cuentos de hadas.
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Rosalba Campra señala con claridad este fenómeno que se registra en la li-
teratura fantástica donde casi siempre oímos y nos enteramos por el representante
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del mundo que podemos considerar afín al nuestro, por la víctima del monstruo,
por aquél sobre el que recae el efecto de lo fantástico, no por el que está del otro
lado (“Los silencios del texto en la literatura fantástica”, en Enriqueta Morillas Ven-
tura, ed., El relato fantástico en España e Hispanoamérica, Madrid, Sociedad Estatal
Quinto Centenario / Siruela, 1991, pp. 49-73).
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El amanecer es una puerta, pero que conduce a lo que sería el territorio
de los hombres: el día. Adriana le teme al umbral, pero no sabemos a ciencia cier-
ta si es porque extraña la noche, un paralelo con la sombría Brumal, o porque le
teme al día, el lapso donde los seres normales viven. Ella misma es una criatura
del umbral.
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