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ÍNDICE
PRESENTACIÓN Y AGRADECIMIENTOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
1. Nuestra intención . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
2. Una propuesta de arqueología aplicada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22
ÍNDICE 11
INTRODUCCIÓN
1. NUESTRA INTENCIÓN
Este libro es la síntesis de una propuesta que parte de un principio radical:
una arqueología que solo se oriente a la generación de conocimiento histórico
y no se ocupe de cómo se produce, gestiona y socializa el patrimonio arqueoló-
gico es una arqueología insuficiente. Buena parte de los argumentos que cons-
tituyen este trabajo están pensados para intentar demostrar este principio.
Porque cuando nosotros hablamos de arqueología aplicada estamos refi-
riéndonos a lo que, en nuestra opinión, debería ser la arqueología a secas,
una disciplina que debería abarcar todas las fases en la producción y trata-
miento del patrimonio arqueológico (su producción –su identificación e in-
terpretación–, su valoración, su protección, su gestión, su socialización, su di-
fusión y recepción social) y todas sus dimensiones. Cuando hablamos de
arqueología aplicada lo hacemos para diferenciar nuestra propuesta de una ar-
queología entendida como una disciplina independiente del contexto social
en que se genera, o, como mucho, solo unida a él por el hilo de las aulas uni-
versitarias (docencia) y la vitrina de un museo (divulgación).
Nos referimos a una arqueología aplicada para distinguirla de una ar-
queología (a la que de aquí en adelante, para entendernos, con frecuencia
denominaremos «normal») que se conforma casi exclusivamente con la pro-
ducción de nuevo conocimiento histórico, renunciando a estudiar y analizar
cuestiones como la ampliación del concepto de paisaje a categoría histórica y
jurídica, la investigación orientada en arqueología, la generación de nuevos
desarrollos tecnológicos y metodológicos para la interpretación y la gestión,
los mecanismos de transferencia de tecnología y conocimiento, los medios de
comunicación social y de transmisión de ese conocimiento, el estudio socio-
lógico de la arqueología de hoy en día o la generación de modelos y estánda-
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res para una prestación de servicios de más calidad (lo que, a grandes rasgos
y siguiendo a Funtowicz y Ravetz, se podría denominar arqueología «pos-
normal», aunque nosotros hemos optado por el término arqueología aplica-
da por ser más explícito; Funtowicz y Ravetz, 2000).
Pero, si miramos al extremo opuesto, tampoco compartimos una idea de
arqueología que solo se oriente a la gestión técnica y burocratizada del pa-
trimonio arqueológico, y que no tenga en cuenta los valores adscritos a la
propia actividad (no solo los que permiten valorar una entidad arqueológica
dada, sino los que permiten evaluar y pensar sobre la arqueología, los que
permiten la generación de nuevos valores, la erradicación de otros y la trans-
formación de otros tantos). Para nosotros, una arqueología exclusivamente
orientada a tratar a las entidades arqueológicas como meros objetos que tie-
nen que ser gestionados es también una arqueología incompleta (podríamos
denominarla «arqueología de la tecnocracia»).*
Por eso, en este trabajo vamos a tratar de aportar algunas ideas concretas
para la construcción de una arqueología renovada, una arqueología que sur-
ge de nuevas necesidades y que lleva algún tiempo intentando dar respues-
tas (desde muy diferentes lugares y perspectivas) a esas necesidades. Y pre-
tendemos hacerlo sin que pierda el componente epistemológico y axiológico
que debe acompañar a toda disciplina que se pretenda científica. Para noso-
tros, la epistemología y la axiología no están pasadas de moda, y es esta una
cuestión que conviene aclarar de antemano, pues es cierto que, como ya se-
ñalaba Broncano hace algunos años (1990: 29), «la Filosofía de la Ciencia ha
conocido mejores tiempos».
Sin embargo, nuestra propuesta va más allá de los valores emancipadores
o liberadores que la arqueología, en tanto ciencia histórica, podría tener, en
la línea de la(s) arqueología(s) crítica(s) que han sido recientemente sinteti-
zadas por Víctor Fernández (Fernández Martínez, 2006a). No negamos la ne-
cesidad de mantener esa perspectiva crítica por parte de los estamentos aca-
démicos, pero creemos que es necesario indagar sobre los posibles valores de
transformación que también pueden hallarse en la arqueología del día a día,
en la práctica pegada al presente, en esa arqueología que es la que sostiene a
la mayoría de los profesionales en la actualidad, y de la que ofreceremos un
análisis superficial en el capítulo 1.
Lo que reivindicamos, sobre todo, es la necesidad de que la reflexión teó-
rica se oriente también hacia los problemas inmediatos y cotidianos de la
profesión arqueológica y del patrimonio arqueológico, y hacia los muchos y
* En este sentido, son interesantes las aportaciones de Smith (2011), quien se refiere, en con-
creto, a estos problemas como parte de los que conciernen a la existencia de un Discurso Patri-
monial Autorizado.
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graves problemas que aquejan a los propios sujetos que ejercen en la actua-
lidad la disciplina. Si el mundo académico al que pertenecemos (el que sos-
tiene sobre sus hombros el peso de los avances en la investigación) hace caso
omiso de esta circunstancia, estaremos yendo por un camino equivocado. Es-
taremos repitiendo los mismos errores de tantos intelectuales e investigado-
res que, subidos a sus atalayas, observando el horizonte de la utopía, acaba-
ron atrapados en una eterna interpretación crítica del mundo y sus apariencias
sin dar un solo paso en ninguna dirección. Nosotros preferimos el proverbio
machadiano: es andando como hacemos el camino, aunque no sepamos con
exactitud hacia dónde vamos.
Es más que frecuente leer y escuchar críticas, provenientes de ese ámbi-
to académico (que, insistimos, también es el nuestro), hacia los males de la
«arqueología de gestión» (Lull, 2007: 118-123): se suelen señalar especial-
mente sus carencias a la hora de propiciar la generación de conocimiento,
algo que, como intentaremos rebatir a lo largo de este trabajo, creemos que
deriva más de las condiciones en que esa arqueología suele ser ejercida (las-
trada por problemas «acientíficos»: financiación insuficiente, apremios de
tiempo, precariedad laboral, clientelismo, etc.), que de su supuesto «carácter
acientífico». Pero, insistimos, el problema no es que la gestión impida la in-
vestigación, sino que la arqueología es una práctica inmersa en el mundo
presente, con todos sus conflictos de intereses y contradicciones. Nuestra pro-
puesta apunta hacia una reintegración de los ámbitos de la gestión y la in-
vestigación que, por un lado, permita mantener una perspectiva crítica hacia
la disciplina y procure mejorarla (intentando evitar el componente tecno-
crático), y, por otro lado, mantenga a la investigación pegada a la realidad y
no encerrada en una narcisista torre de marfil.
No obstante, es totalmente inusual escuchar propuestas, provenientes de
los ámbitos académicos, que tengan por objeto el proporcionar soluciones
reales, pragmáticas (aplicables en la práctica y en el presente) para esos mis-
mos males. Se echan de menos soluciones más inmediatas que cruzarse de
brazos a la espera de un cambio radical de sistema, postura que se suele con-
siderar crítica pero que no deja de ser, normalmente y salvo excepciones, in-
coherente y acomodaticia (volveremos sobre estas cuestiones en el capítu-
lo 2). Desde este punto de vista, en el qué hacer mientras tanto radicaría la
clave de nuestra propuesta.
En este sentido, nuestra intención es bien sencilla: el mundo académico
(universidades, centros de investigación) se tiene que mojar, tiene que con-
tribuir a que esta disciplina, tan fragmentada y sometida a presiones de todo
tipo, ofrezca mayor resistencia a las tensiones que se derivan de su presencia
en la vida social actual. Esto debería pasar por un fortalecimiento de las re-
laciones entre los distintos sectores que conforman la disciplina, reflexio-
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nando sobre las funciones que cada uno de esos sectores debe ejercer en la
actualidad, en lugar del cotilleo y la maledicencia que suelen imperar en
cualquier foro profesional.
Además, y sobre ello se hablará mucho en el capítulo 3, es necesario defi-
nir el contexto real de la arqueología: esta, si quiere ver reforzada su proyec-
ción social, su incidencia en el mundo, tiene que inscribirse en el marco de
la Política (con mayúsculas y sin partidismos); en concreto, nosotros nos cen-
traremos en la necesidad de inscribir el discurso de esta «arqueología apli-
cada» en el campo del «desarrollo sostenible» y de las políticas que este con-
lleva aparejadas.
La realidad, y solo por citar algunos temas de extrema importancia, aun-
que nosotros apenas entraremos en ellos, es que el discurso arqueológico tie-
ne que ser plenamente partícipe del gran debate que está emergiendo en
torno a la gestión y ordenación del territorio y del paisaje, así como con re-
lación a las características y efectos del auge del turismo cultural. Sabemos que
todo está interrelacionado y, de hecho, no se vislumbrará un avance signifi-
cativo en términos globales (hacia un modelo más racional y sostenible de
gestión de los recursos naturales y culturales) mientras no se dé una inte-
gración real entre todas las disciplinas (la arqueología entre ellas) que ten-
gan algo que decir al respecto, apuntando hacia un mismo objetivo global y
buscando la forma de acentuar su proyección social.
Y, por lo tanto, también sabemos que la impresión general que se puede
derivar de la lectura de este volumen es de parcialidad, de desconexión en-
tre lo que se dice en las distintas partes del texto, incluso somos conscientes
de que en buena parte del mismo apenas se habla de arqueología. Lo que nos
interesa, insistimos, y para finalizar esta breve introducción, es definir los
contornos ontológicos (qué es la arqueología en la actualidad), epistemoló-
gicos (qué podemos conocer a través de esta arqueología que proponemos) y
axiológicos (qué valores ponemos en juego cuando hacemos arqueología
aplicada) de esta disciplina llamada arqueología.
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Por el contrario, o más bien yendo más allá de este concepto, la arqueolo-
gía aplicada es la forma que adquiere la arqueología cuando también consi-
deramos la dimensión aplicada inherente a todo campo disciplinar. Así, en un
nivel epistemológico, la arqueología normal actúa transformando los restos
mudos del pasado en registro arqueológico, mientras la arqueología aplicada
se constituye a sí misma transformando ese registro arqueológico en patrimonio
arqueológico. Es decir, producción y socializando patrimonio arqueológico.
Esta distinción, simplificada, es la que viene a reflejar la tradicional opo-
sición entre investigación y gestión, en la que únicamente se atribuye a la
primera la capacidad de generar conocimiento y transmitirlo, considerándo-
se la segunda como una mera consecuencia; como algo que, en el mejor de
los casos, es necesario, pero que es una cuestión técnica que deben acometer
los arqueólogos porque son los que están cualificados para ello. El que esta
«técnica» implique un mayor o menor grado de práctica interpretativa o de
aplicación de criterios crítico-valorativos, como ya se señalaba en Criado
(1988; 1996a) es algo que se suele poner en duda (aunque, afortunadamen-
te, cada vez menos).
Por parte de la arqueología normal se suele identificar el mundo de la
«gestión» con la actividad arqueológica desarrollada por profesionales inde-
pendientes (normalmente constituidos en empresas) o por la administración
(bien a través de intermediarios, bien de forma directa). En el primer caso,
se trata de arqueólogos contratados, en general, por agentes privados que ne-
cesitan sus servicios para solucionar un problema patrimonial. En el segundo
caso, la participación de la administración suele ser el producto de una deci-
sión política (bien por ser una iniciativa de la propia administración, bien
por haberse considerado que, en un problema puntual dado, la intervención
de la administración es el medio más adecuado para una gestión eficaz del
patrimonio). Por oposición, y desde esta misma perspectiva, la arqueología
de «investigación» es la que desarrollan las instituciones académicas, libres
de presiones extracientíficas.
Así, esta visión considera que la gestión del patrimonio arqueológico, y
todo lo que conlleva, no es arqueología porque, supuestamente, no genera el
tipo de conocimiento que tradicionalmente ha generado la arqueología nor-
mal (la interpretación de unos restos «mudos»). Pero, en un nivel epistemo-
lógico, sigue siendo arqueología, dado que genera ese y otros tipos de cono-
cimiento (de lo que nos ocuparemos más adelante) y, en un nivel ontológico,
también, pues es una práctica constituida socialmente, con una forma espe-
cífica y que requiere una formación concreta.
A pesar del tiempo transcurrido, siguen siendo útiles, para una aproxi-
mación a la genealogía del arqueólogo profesional de hoy en día, Martínez
Navarrete (1990) y Criado (1988). Por otra parte, nos basamos en la defini-
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Las empresas de arqueología son, sin duda, un positivo síntoma en el sentido de so-
luciones creativas a los nuevos problemas y desafíos que la sociedad traslada al pa-
trimonio. Representan desde luego la voluntad libre de grupos de ciudadanos que
se juntan para, muy legítimamente, querer ganarse la vida haciendo arqueología,
siendo profesionales competentes (porque, si no lo son, el mercado se encargará de
eliminarlos) en los muy diversos sectores de esta actividad (Oliveira, 2000).
Y, para que se aprecie lo que debe implicar esta arqueología, el autor añade:
Es capital que todos reivindiquemos tiempo para podernos reflejar en lo que esta-
mos haciendo, para podernos leer, para podernos interpretar convenientemente,
para poder pensar en conjunto cuál es nuestro desempeño social como arqueólogos.
¿Quién nos paga, por qué nos paga, quién nos está utilizando y con qué fin? ¿Quié-
nes somos, para qué servimos? No podemos desempeñar el triste papel de cómpli-
ces de una sociedad predadora, que nos utilizaría para «blanquear» esa destruc-
ción, para hacer ver que da una gran importancia a la «cultura», que se preocupa
de los valores humanísticos (de la memoria, de la historia, de las tradiciones, de las
identidades) de los sitios o los territorios, cuando en verdad, en el mejor de los ca-
sos, ve en ellos apenas otros tantos productos de consumo acrítico (Oliveira, 2000).
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(dejemos a un lado la crítica ideológica), como los servicios técnicos que tra-
bajan en la administración tienen la obligación de velar por los intereses del
patrimonio. Que se haga mejor o peor, o que no se haga, es otra cuestión.
Quizás el concepto más ajustado para caracterizar a este tipo de arqueo-
logía sea el de arqueología preventiva, bastante extendido en la actualidad.
No obstante, este es un término igualmente insuficiente, en la medida en
que disocia la dimensión de protección del patrimonio arqueológico de la ge-
neración de conocimiento, así como de la socialización de dicho conocimien-
to, cuando lo que nosotros proponemos es una idea de arqueología que sea
integradora, para lo cual es necesario contar con todos los agentes que inter-
vienen, de una forma u otra, en el patrimonio arqueológico, incluidos aque-
llos que lo hacen en intervenciones «exclusivas o sistemáticas», es decir, en
intervenciones motivadas por una intención puramente de investigación
(Querol, 2010: 59, 214-225).
Por último, habría que discutir la idoneidad del concepto arqueología pú-
blica. Si bien creemos que este término se adecuaría mejor al tipo de ar-
queología que nosotros reivindicamos (una arqueología orientada a la pro-
tección y socialización del patrimonio), también es cierto que induce a
confusión, pues nuestra propuesta pretende integrar también la actividad de
los profesionales independienes (empresas, autónomos) que viven de la ar-
queología y, por tanto y en la mayoría de los casos, realizan un servicio pri-
vado antes que público, aun a pesar de tener que rendir cuentas de su labor
ante la Administración; del mismo modo que nuestra propuesta no excluye
la participación de agentes privados en la protección y promoción del patri-
monio. Sin embargo, es posible que en el futuro sí sea este término el que se
acabe imponiendo, en la medida en que la crisis de la arqueología, que com-
parte causas y consecuencias con la crisis económica global, puede conducir
a una transformación de la disciplina, y a su reconversión en una arqueolo-
gía de dominio público (Criado, 2010). Pero eso sería adelantarnos en exce-
so a los acontecimientos.
Por lo tanto, utilizamos el término arqueología aplicada para hacer refe-
rencia a un concepto de arqueología que, a pesar de la fragmentación y las
divisiones que compartimentan la disciplina, es el que existe hoy en día,
aunque emplearemos la coletilla «de gestión» cuando nos estemos refirien-
do específicamente a la parte de la disciplina orientada a la gestión técnica
o administrativa del patrimonio arqueológico.
Así, arqueología aplicada es un concepto integrador, que pretende que to-
dos los sectores que conforman la arqueología actual participen, en la medi-
da de sus posibilidades, y ejerciendo las funciones para las que mejor estén
capacitados, en la gestión integral del patrimonio arqueológico, labor que
implica tanto la producción de conocimiento histórico y arqueológico como
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