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Moni & Sofía Belikov

Snow Q Mel Markham Irene Rainy


Moni Aleja E Valentine Rose
Elle Zafiro Mary
Eli Hart Fany Stgo. Mire
Sofía Belikov Estivali Annie D
Diana Vani Vane Farrow
Jules Daniela Agrafojo Gabriela♡
Val_17 Vane hearts Miry GPE
Mel Rowe Nats Jasiel Odair
Niki Beatrix
NnancyC Clara Markov

Amélie. Lizzy Avett' Dannygonzal


Val_17 Victoria Eli Mirced
Key *Andreina F* Daniela Agrafojo
Jasiel Odair Gabbita Lucinda Maddox
AriannysG Paltonika Dafne2
Laurita PI Valentine Rose Miry GPE
Amanda Merlos Meliizza SammyD
Clara Markov Diss Herzig Jane
Sofía Belikov Eli Hart CrisCras
Michelle♡ Maria E. Jaky Skylove♡
Anakaren Mel Markham florbarbero
Pau!! Verito Aimetz Volkov
Moni itxi

Sofía Belikov
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Sofía Belikov
Parte I Capítulo 21 Capítulo 43
Capítulo 1 Capítulo 22 Capítulo 44
Capítulo 2 Capítulo 23 Capítulo 45
Capítulo 3 Capítulo 24 Capítulo 46
Capítulo 4 Capítulo 25 Capítulo 47
Capítulo 5 Capítulo 26 Capítulo 48
Capítulo 6 Capítulo 27 Capítulo 49
Capítulo 7 Capítulo 28 Capítulo 50
Capítulo 8 Capítulo 29 Parte III
Capítulo 9 Capítulo 30 Día 1
Capítulo 10 Capítulo 31 Día 2
Capítulo 11 Capítulo 32 Día 3
Capítulo 12 Capítulo 33 Día 4
Capítulo 13 Capítulo 34 Día 5
Capítulo 14 Capítulo 35 Día 6
Capítulo 15 Capítulo 36 Día 7
Capítulo 16 Capítulo 37 Día 8
Capítulo 17 Capítulo 38 Epílogo
Capítulo 18 Capítulo 39 Agradecimientos
Capítulo 19 Capítulo 40 Sobre el Autor
Capítulo 20 Capítulo 41
Parte II Capítulo 42
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Puede pasar en un latido.
Un minuto, está besando a su novio, y al siguiente está perdida en el
bosque. Ellie Cox, de dieciséis años, está quedándose sin tiempo. Comenzó con
algo pequeño… como olvidar conducir a casa o una conversación con un
amigo. Pero sus pérdidas de memoria están empeorando, haciendo más difícil
hacerlo pasar como despiste. Cuando Ellie desaparece por tres días, y despierta
en el apartamento de un tipo misterioso, uno que definitivamente no es su
novio, su vida comienza a salirse de control.
Al borde de la locura, y con horribles recuerdos de su infancia saliendo a
la luz, Ellie lucha por unir las pedazos de lo que ha olvidado, comenzando con
el nombre que la persigue; Gwen.

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Y el día llegó
cuando el riesgo arraigado
firmemente al capullo
fue más doloroso
que el riesgo que cargaba
la flor.
—Anais Nin.

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Traducido por Snow Q
Corregido por Amélie.

—¿No lo recuerdas?
En las últimas veinticuatro horas, he escuchado esas palabras tres veces
hasta ahora. La primera vez, ayer, cuando olvidé esperar a Dani después de la
escuela. Supuestamente, me había pedido que la llevara a casa durante la clase
de inglés, pero mi memoria del primer período es más o menos un borrón. La
verdad es que simplemente no está allí. Debo haber estado soñando despierta.
La segunda vez, esta mañana, cuando mamá olvidó poner los panqueques en
mi plato y cuando lo señalé, dijo—: No lo olvidé. Me dijiste que ya no querías.
Y ahora.
Estoy de pie sobre el suelo sucio de Beacon, la fábrica de cemento
abandonada, observando a Shane envolver un collar de cuero alrededor de mi
muñeca. Lo encontró en la tienda al lado del estudio de Tae Kwon Do de su
hermana. Sus dedos se sienten cálidos, frotando ligeramente mi piel mientras
asegura el nudo. El amuleto plateado en forma de zapatilla deportiva destella
en la luz tenue.
—Encaja a la perfección —digo, señalando mi muñeca y evitando su
pregunta.
—Sobre tu cicatriz —finaliza, pasando suavemente los dedos sobre la
capa de dos centímetros y medio de cuero. No es lo que quise decir, pero tiene
razón: el brazalete cubre a la perfección la línea blanca y vertical sobre mi
muñeca. Si tan sólo tuviera el cuero suficiente para las otras.
—¿No te gusta mi cicatriz? —Oculto mi incomodidad con un puchero en
el rostro. Se inclina hacia adelante, con sus labios apenas tocando los míos.
—Me gusta todo de ti, Ells. Incluyendo tu cicatriz. Pero sé que te
incomoda.
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Sonrío. —¿De repente lees la mente?


—Me gustaría considerarlo un movimiento analista. —Coge mi mano
izquierda y la cierra sobre el brazalete en la derecha—. Te cubres la cicatriz
cuando estás nerviosa —dice, con el rostro serio. Luego suelta una carcajada
traviesa, soltando mi mano—. Ahora puedes utilizar esto en vez de tus manos.
Hago una mueca y me aparto de su agarre. —Eres, como, el novio más
extraño que he tenido.
—¿Sí? —Me rodea con los brazos. Me inclino hacia atrás y encuentro su
mirada.
—¡No puedes tomar eso como un cumplido! —Río y el sonido rebota
contra las paredes de bloques.
—Claro que puedo. —Endereza los hombros—. Estoy seguro de que en
alguna parte del mundo, “extraño” significa genial. ¿Y no que todas las chicas
quieren estar con chicos geniales?
Señalo la deteriorada habitación en la que estamos. Ventanas rotas,
cimientos derrumbándose, el olor a muerte proveniente de la rata seca en la
esquina.
—Tienes mucho que aprender, Príncipe Encantador, si crees que una cita
en una fábrica de cemento te llevará a algún lugar con esta chica. —Trato de
liberarme de su agarre, pero sus brazos no me lo permiten.
Vacila. —¿De verdad no recuerdas haber hablado de esto?
Con “esto” se refiere a algo bastante importante para ambos, y que
aparentemente discutimos el otro día, cuando íbamos a casa de la práctica.
Niego con la cabeza y aparto la mirada. —Debo haber estado realmente
cansada.
La verdad es, que no recuerdo nada. Así es como sucede a menudo,
cuando me doy cuenta de que me falta un recuerdo. Alguien hace algún
comentario sobre algo —la bufanda horrible que llevaba Lexi en una fiesta, o la
mirada en el rostro de Shane cuando se dio cuenta de que me había marchado
de la fogata sin él— y entonces intento recordar la escena, incapaz de lograrlo.
Un surco profundo aparece en su frente.
—Dices bastante eso.
Sí. Lo hago. Busco otra excusa.
—La práctica ha estado agotadora últimamente.
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Acaricia las bolsas bajo mis ojos, considerando mis palabras por un
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momento. Las creerá. Siempre lo hace. Pero primero tendrá que ignorar
cualquiera duda que esté invadiendo su mente. Poco sabe que su instinto tiene
razón. Siempre la tiene. Y soy una persona horrible por permitirle pensar algo
distinto.
Silencio.
Toma mi mano y encuentra mis ojos con una sonrisa.
—Tal vez deberíamos saltarnos la práctica mañana. Mamá estará en el
trabajo y Drea no volverá a casa hasta las cuatro. Tendremos la casa para
nosotros.

Shane llama mi atención desde el otro lado del pasillo y mis labios
forman una sonrisa. Está caminando con Jason hacia su último período. Apenas
nos hemos dicho una palabra en todo el día: nada más que un hola o te veo en el
almuerzo, pero entre cada clase a la que asiste, me ha dado esa mirada. Como si
estuviera recordándome nuestro pequeño secreto.
Como si pudiera olvidarlo.
—Algo pasa entre ustedes dos —dice Dani, sacando el lápiz
mordisqueado de su boca y apuntándolo hacia mi pecho—. Ha estado
haciéndote esa cara todo el día.
—¿Qué cara? —digo, bajando la cabeza para que no pueda ver mis
mejillas sonrojadas. Sin embargo, sus ojos de halcón lo notan. Me agarra por los
hombros.
—Oh, Dios mío. ¿Ya?
Niego con la cabeza, sonriendo. Su agarre se tensa.
—Está matándome aquí, Ell. ¿Cuándo? —Escaneo el pasillo lleno de
gente para asegurarme de que Shane no esté observándonos, y cuando veo que
ya está doblando en la esquina, me río con fuerza.
—Hoy. —Bajo la mirada hacia mi reloj—. Como en una hora.
—Santos plátanos. ¿En serio? —Pone el lápiz de regreso en su boca y
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comienza a morder vigorosamente el extremo—. ¿Estás… preparada?


Pongo los ojos en blanco y la agarro por el codo.
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—Sí, mamá, estoy lista —le digo mientras la arrastro a través de la masa
de cuerpos hacia el salón de lenguaje.
Me empuja con la cadera. —Alguien tiene que preguntar.

Después de la escuela, Shane y yo subimos las escaleras hacia su


habitación, su mano apretando la mía. Aun con la intención de ser un gesto de
apoyo, su toque envía escalofríos por la parte posterior de mi cuello.
A través del pasillo, una pizarra de tiza cuelga sobre la puerta de su
hermana. Las palabras “Sara + Drea = BFF” están dibujadas con tiza azul sobre
el borde. Sara lo escribió. Puedo decirlo por la curva elaborada en la S. Es la
firma de mi hermana menor, la que ha practicado un trillón de veces para el día
en que la fama la encuentre como la cantante de una banda de chicas.
La puerta de Shane se cierra con un clic y me acomodo en su cama para
dos, sintiéndome inquieta sobre la sábana desgastada. Paso los dedos de un
lado a otro sobre los hilos azules, arrastrándolos por debajo de mis uñas.
Frente a mí, en la mesita de noche, hay una foto de Shane y yo en nuestra
primera carrera juntos. Su brazo cuelga ligeramente sobre mis hombros, y
nuestros rostros están sonrojados por el frío, pero sonrientes por la banda de
primer lugar que ganó Shane. No se ve en la foto, pero sostenía mi cinta color
rosa de Participante detrás de mi espalda. La imagen está inclinada contra una
foto con un marco negro de Shane y Lexi de cuando eran niños. Se ven como de
diez y están construyendo un castillo de arena en la playa. Nunca se lo he
contado a Shane, pero no puedo soportar esa foto de él y su mejor amiga.
El colchón se hunde a mi lado. Su mano aterriza en mi muslo.
—¿Estás segura?
Lo miro a los ojos. Todavía recuerdo la primera vez que vi a Shane: este
año, en nuestra primera competencia de porristas. Se encontraba con el
entrenador Mills, promocionando al equipo de carrera a campo traviesa,
anunciando las fechas para las pruebas. Su cabello era más corto entonces, no
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colgaba sobre sus ojos como ahora. Ese día, mientras permanecía debajo de mí
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en el campo de baloncesto y hablaba confiadamente por el micrófono, hizo


contacto visual con los de último año. Fue completamente inolvidable.
Sin necesidad de decirlo, traté de entrar al equipo al día siguiente.
—Si quieres esperar… —añade, llevando sus dedos hacia mi estómago.
Me encanta la dulzura que me trae sus dedos, haciendo que mis entrañas se
conviertan en mermelada. Pero entonces su mano sigue subiendo, y sus dedos
acarician suavemente la parte baja de mi sujetador. Mis nervios comienzan a
despertarse.
¿Esperar haría que esta sensación de hundimiento en mi estómago
desapareciera?
Tomo una respiración profunda. No, es Shane. Él me ama, y lo amo, y
estoy lista para esto. —No quiero —digo, tan relajada como puedo, y luego tiro
de su camisa hasta que se acerca. Su cálido aliento cubre mi mejilla y cuello
mientras me recuesta, deslizando las manos alrededor de mi espalda. Punzadas
ardientes siguen la línea de besos suaves que deja desde mi mandíbula hasta mi
oreja, y de regreso. ¿Así es como se siente el sexo? ¿Mi cuerpo ardiendo y
congelándose al mismo tiempo? Su lengua se desliza en mi boca, y el fuego gana
cuando enredo las manos en su cabello. Me besa profundamente y entonces,
respirando con dificultad, se retira.
—Gracias —dice.
Me río. —¿Por esto?
Niega con la cabeza, bajando sus labios hasta mi oído. —Por darme una
razón para sonreír.
Sonrío ante sus palabras cursis; siempre ha sido bastante bueno en sonar
como una tarjeta de felicitación, y le saco la camiseta, notando un dolor leve en
la parte posterior de mi cabeza. Un pequeño hilo tira de mi conciencia. Se
inclina, pasando los labios sobre mis hombros, clavícula… más abajo, y de
repente, siento que me deslizo.
Manos grandes.
Como si estuviera tratando de permanecer de pie en el hielo y no pudiera
encontrar el equilibrio.
Alcanzándome. Agarrándome. Tirándome.
Los dedos de Shane se deslizan sobre mi vientre y abre el botón de mis
vaqueros…
Entonces todo se pone negro.
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Página
Traducido por Moni
Corregido por Val_17

Agua. Corriendo a mi izquierda. Al menos tengo una idea de dónde


estoy.
Abro los ojos ante una imagen borrosa de verde y gris. Un dolor agudo
se adhiere a la parte posterior de mi cuello y hago un intento por alejarlo al
parpadear… Una, dos, tres veces. No funciona. El dolor seguirá durante horas,
pero tengo que intentarlo. Los segundos pasan antes de que comience a ver
bordes definidos de lo que hay alrededor. Árboles. Cernidos sobre mí.
La sensación dentro de mi pecho está tan dividida que es imposible
ponerla en palabras. Estoy cerca de la casa de Shane. Lo sé. Y estoy
enormemente reconfortada por el rugido familiar del río. Pero los árboles son
gigantescos, lo que me hace sentir pequeña y débil. Incapaz de ponerme de pie
y encontrar el camino a casa. O de vuelta a la de Shane.
Su cama, sus brazos, el sabor a regaliz rojo en su lengua… eso es lo
último que recuerdo. Pero, ¿eso es todo? ¿O hicimos más? Bajo la mirada. Por
debajo del dobladillo de mi camiseta, mis pantalones están desabrochados. El
lodo cubre mis pies y rodillas. Parece que estaba corriendo y me caí.
Quiero gritar.
Mi último apagón fue hace sólo dos días —el sábado— cuando un
minuto me encontraba de pie frente a una hoguera por el río y al siguiente
estaba siendo despertada por Shane, preguntando por qué me fui de la fiesta
sin él.
Esto es demasiado pronto. No quiero que vuelva a suceder.
—¡Ellie! —grita Shane desde el borde de los árboles. Pasos suenan en el
suelo húmedo del bosque.
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No respondo. No sé cómo. No tengo idea de por qué estoy tan lejos de su


casa, o por qué estoy cubierta de lodo.
Página

—Si no querías hacerlo, pudiste habérmelo dicho. —Las palabras agudas


de Shane atraviesan los árboles. Ya debe verme—. En vez de hacerme sentir
como un completo idiota.
Acerco las rodillas, envolviendo una mano alrededor de mi muñeca. El
olor del río viaja con el viento. —Yo no…
—¿Tratas a todos tus novios así?
Nunca he tenido un novio como él. Así que no.
Emerge de detrás de un árbol, y luego se detiene a unos pocos metros de
distancia, con las manos extendidas a los lados. Su rostro es como una máscara
seria, una muy diferente de la normal.
—¿Qué pasa contigo y el dejarme?
Esta es la primera vez que he escuchado gritar a Shane. Hago una mueca
y lo miro. Odio haber causado esto. Y no tener idea de lo que está diciendo.
Lágrimas calientes arañan la parte posterior de mi garganta mientras permito
que la verdad salga.
—No… no recuerdo lo que pasó.
Se ríe. —¿Justo como no recuerdas nuestra conversación de ayer? —Se da
la vuelta y comienza a caminar a través de los árboles—. Vete a casa, Ellie.
Llámame cuando quieras decirme la verdad.
—¡Espera! —Me levanto y corro hacia él, tomando su brazo—. Te estoy
diciendo la verdad. Lo último que recuerdo es besarte. —Y las manos. Pero no
quiero contarle sobre las manos.
Aparta mi agarre de su brazo. —¿Entonces no recuerdas haberme dicho
que alejara las manos de ti? ¿O haberme cerrado la puerta en la cara? ¿O haber
huido? —Pasa a mi lado, su hombro golpeando el mío—. No estoy seguro de
cómo pudiste olvidar eso. Es un poco extremo.
Nunca le haría esas cosas. Mi mano agarra su camiseta.
—Por favor, Shane. —Seis meses y he perfeccionado el tono que necesito
para llamar su atención. Que es lo que necesito ahora, porque estoy totalmente
sin palabras. ¿Cómo le explico que el recuerdo se ha desvanecido en el aire?
¿Qué estaba allí en su cama, y luego aquí en el bosque, sin nada, sin siquiera un
respiro o un latido, de por medio?
Aún se está recuperando de correr, respirando profundamente, con el
cuello estirado. Tiene el cabello negro pegado a la frente, reluciendo por la
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humedad del aire. Me abrazo, esperando a que diga algo. Tensa apretadamente
la mandíbula, viendo el bosque como una forma de evitar mirarme. Luego
Página

suspira, frotándose la cara.


—¿En serio querías hacerlo?
—Sí —digo sin dudarlo. Aun así, no estoy segura de si me creerá esta
vez. No es como si pudiera quitarme esto de encima diciendo que es por
cansancio o ser incapaz de encontrarlo en la oscuridad por el río. Un momento
pasa y entonces su rostro se suaviza.
—¿Tenías miedo?
Pienso en lo que sucedió en su habitación, en cómo la sensación de sus
manos me calentó. Comienzo a negar con la cabeza, pero me detengo. Porque
también había algo más. El zumbido en mis venas. La sensación de ser hundida.
Nervios. Sólo eran los nervios.
—Para nada —digo finalmente, y mete las manos en sus bolsillos.
—De acuerdo, entonces dime qué pasó.
Aparto la mirada, observando mis zapatos embarrados. —No lo sé. —
Comienza a darse la vuelta y agrego rápidamente—: Shane, no estoy diciendo
esto para alejarte. En serio no lo sé. Tal vez es el estrés —miento. No sé por qué.
Supongo que es porque no tengo otra explicación—. Por la escuela. O ansiedad
por la competencia… —Exhalo, mis manos alzándose en el aire—. No lo sé.
No es ninguna de las dos. No soy del tipo que se preocupa por la escuela
o los deportes. Lo sabe. Me muevo de un pie a otro, queriendo acercarme.
Hundirme en él. Mis ojos se llenan de lágrimas y un largo minuto pasa conmigo
de pie y los ojos aguados, cuando comienzo a pensar que tal vez esto es todo,
que terminará conmigo porque está cansado de que olvide las cosas, pero
entonces mis lágrimas reducen su enojo y me atrae hacia sus brazos con un
suspiro aún más pesado, sintiendo mucha más frustración que yo.
—Tal vez tienes razón. —Su respiración hace que unos cuantos
mechones de mi cabello vuelen, y como si estuviera tratando de convencerse a
sí mismo, dice—: Después de este fin de semana, después de la competencia,
todo volverá a ser normal.
Normal.
Esa noche sueño que voy por los pasillos de la escuela. Desnuda, con
barro hasta las rodillas. Trato de llegar al baño para cubrirme, pero un grupo de
jugadores de fútbol bloquean la puerta. Me acorralan, pellizcando mis pechos y
golpeando mi trasero y Shane no está por ninguna parte. Grito pidiendo ayuda,
15

pero nadie viene.


Página
Traducido por Elle
Corregido por Val_17

Los sueños no siempre desaparecen cuando despiertas. Deambulo por


los pasillos de la escuela con las manos sobre el pecho y náuseas en mi
estómago hasta que Shane me encuentra y me lleva a clase.
—¿Ells?
Mentira número dos—: Estoy enferma.

16
Página
Traducido por Elle
Corregido por Key

Resulta que me sale mejor un “enferma” que un “estoy bien”. Tengo a


todo el mundo a mí alrededor tragándose cada porción de mentira que les digo:
es difícil de tragar, me palpita la cabeza, siento que voy a vomitar…
Incluso papá, que es doctor —un cirujano, o lo que sea— está convencido
de que debo pasar un día en casa. Perfecto.
En la mañana, mamá viene con una bandeja de té para mi garganta,
rebanadas de jengibre para mi estómago revuelto, y una aspirina para la cabeza.
Presiona la mano sobre mi frente, decidiendo que no tengo fiebre pero que aun
así necesito descansar, y luego se marcha a trabajar, con papá y Sara justo detrás
de ella. Papá dejará a mi hermana pequeña en la Escuela Primaria Jefferson,
sonando el claxon una vez desde su minivan Lexus, y luego se irá al hospital.
Me quedo en cama hasta que escucho ambos coches retumbando calle
abajo y la casa está en silencio.
El silencio es el paraíso.
Nadie cuestiona lo que hago mientras me acomodo frente a la
computadora, abro el explorador, y busco “razones médicas para los
desmayos” en Google. No sé por qué no hice esto antes, después de despertar
con Shane al teléfono, preguntando por qué lo dejé en la fiesta del río, cuando lo
último que puedo recordar es haber estado allí.
Pero tiene que ser algo simple. Algo que pueda ser identificado con
facilidad y arreglable. Como un nivel bajo de azúcar o potasio insuficiente o
algo.
En la pantalla, sorprendentemente, más de diez páginas aparecen con
una coincidencia. Comienzo con la primera, un sitio web de medicina que lista
treinta y ocho causas para los desmayos. Condiciones cardíacas como disección
17

aórtica, insuficiencia cardíaca congestiva, y arritmia, aparecen listadas. No


Página

puedo estar segura, pero dudo de que haya algo mal con mi corazón. Soy
demasiado joven para ello.
Sigo escaneando la lista y hay razones obvias por las que una persona se
puede desmayar, muy lejos de mi estilo de vida: drogas, alcohol,
medicamentos. Y las otras causas son igual de improbables: diabetes, episodios
de sicosis, ataques, derrames, epilepsia…
Aunque no me creí mi excusa cuando se la di a Shane ayer, puede que
sea eso. Tal vez estoy estresada. Pero a medida que la lista continúa, el estrés no
aparece por parte alguna como causa para la pérdida de una gran parte de
tiempo. Me siento frente a la computadora, buscando a través del sitio web,
hasta que las piernas y la espalda me duelen. Para cuando apago el ordenador y
me arrastro de vuelta a la cama, todavía no tengo respuestas.
Mamá llama al mediodía para saber de mí, y me debato si debo contarle
la verdadera razón por la que me quedé en casa. O si debo preguntarle su
opinión sobre lo que puede estar mal. Pero eso implicaría tener que describirle
cómo estaba en una fiesta en el río y que intentaba tener sexo con Shane, y ella
me castigaría de por vida si se entera de alguna de esas dos cosas. Así que
mantengo la boca cerrada y le dejo explicarme la hora a la que debo tomar más
aspirina. El frasco dice cada seis horas, así que no me toca por al menos otras
dos.
Miro televisión por un rato, tomo una ducha, como algo de cereal, y
luego, alrededor de las dos, le envío un mensaje de texto a Shane: Vienes?
Pasa un minuto, luego: No puedo.
Por qué?
Planes con L. Te llamo luego.
Me quedo mirando al teléfono.
L.
Lexi Perkins.
Es su mejor amiga desde, no sé, siempre. Y es la que no lo ha dejado
tirado una y otra vez. Dejo que el teléfono caiga al suelo y cierro los ojos.
Supongo que yo también escogería eso.
18
Página
Traducido por Eli Hart
Corregido por Jasiel Odair

—¿Gripe?
—Sí, supongo. Sin embargo, sin fiebre.
Dani se acomoda la mochila con una sacudida de hombro, mirando la
hilera de casilleros azules que ya no se nos permite usar porque algunos de
último año decidieron poner una farmacia en los suyos y ahora, aparentemente,
cada estudiante de West Heaven es culpable de comprar sus píldoras y
tragárselas por la nariz. O lo que sea que hagan con ellas.
—Te perdiste un día emocionante —dice, riendo—. Jason me ayudaba
con matemáticas y…
—¿Jason Regel sabe de álgebra?
Ignora mi tono sarcástico, quitando un mechón de cabello que está
atascado en su brillo labial. —Lo que sea. Es listo. —Me río. Jason Regel es el
epítome del atleta: todo boca y músculos, es guapo, lo admito, pero nada más—
. Como sea, él…
—¿Eres contagiosa? —La voz viene detrás de mí. Shane. Me giro. Está
caminando hacia mí por el pasillo, Lexi a su lado. Ella pone una mirada
divertida cuando me ve —como si no pudiera creer que me esté hablando,
como si no fuera lo bastante hermosa para que lo haga— y luego murmura un
hilo de palabras demasiado bajo para que lo escuche. Son acerca de mí. Lo sé
como sé mi propio nombre. Como que las paredes son amarillo pútrido. Que la
B viene después de la A. O que uno más uno es dos. Hay algunas cosas que
simplemente sabes.
Creo que la odio.
Desaparece en el baño de chicas. Los ojos de Shane no se apartan de los
19

míos, lo que me complace como a una niña de siete años, y cuando sonríe, le
devuelvo el gesto.
Página

—No lo creo —digo.


—Bien. —Envuelve un brazo alrededor de mis hombros y presiona su
boca contra la mía. Me derrito contra él y lo beso de regreso. Me habría
quedado así, con los labios pegados a los de Shane para siempre, si Dani no
estuviera gimiendo detrás de mí. Me aparto para evitarle a mi mejor amiga el
horror de ser la tercera rueda, pero Shane me atrapa y susurra—: Un día sin ti
es demasiado largo.
Me río y toco su sien. —Deberías comenzar un negocio de tarjetas. Para
hacer feliz a la gente y hacerte rico con la cursilería aquí dentro.
—Tentador. Pero me gusta guardar esa cursilería para ti.
Dani se inquieta. —Chicos, son vergonzosos.
Shane se desenreda de mí y se voltea hacia Dani, pero no quiero espacio
entre nosotros, por lo que pongo mis brazos alrededor de su cintura.
—Hablé con Jason —le dice a ella.
Dani chilla. —¿De mí? ¿Qué dijo?
Entierro el rostro en la camisa de Shane y sonrío. Siempre sabe qué decir.

—Deja de mirarme. Es raro.


Aparto los ojos de golpe. Mirar. ¿Estaba mirándola?
Lexi se pasa la camisa por la cabeza. El moretón púrpura en su espalda es
tan oscuro que puedo verlo a través de la tela blanca. Lo señalo.
—¿Te caíste o algo? —Casi le pregunto si esos ridículos tacones que usa a
diario son demasiado resbalosos en la lluvia, pero la verdad es que no intento
comenzar una pelea, sólo siento curiosidad acerca de cómo alguien que
desacredita el esfuerzo de energía puede tener tales moretones espantosos. Luce
como si hubiera sido golpeada por un jugador de fútbol.
Bueno… técnicamente, lo fue. Pero eso fue hace mucho y…
Su casillero se cierra de golpe.
20

—No es de tu incumbencia, Ellie.


Página

Hubo un tiempo en que Lexie y yo éramos amigas. También Dani. Un


trío hasta sexto grado. Pero luego nos abandonó. Lo teníamos todo planeado.
Las tres entraríamos al equipo de futbol. Y lo haríamos porque, en serio, ¿cuán
difícil podría ser correr y patear un balón? Y entonces seríamos mejores amigas
para siempre. Las tres. Pero Lexie, a último minuto, decidió que era demasiado
buena para el fútbol. Y demasiado buena para Dani y para mí. Ahora es difícil
creer que alguna vez fuimos amigas, considerando que Lexi y yo apenas y
podemos decirnos más que un puñado de palabras.
—Y deja de mirarme, maldita sea —añade. La iluminación descolorida
en el cuarto de casilleros hace que su rostro cambie, haciendo que sus mejillas
luzcan más pálidas y demacradas de lo que lucen por lo general. Desliza los
pies en sus tacones y pone su cabello rubio en una cola de caballo,
empujándome al pasar. Miro su trasero perfecto balanceándose de un lado al
otro, todavía preguntándome cómo pudo obtener ese moretón.
Me debato entre preguntarle a Shane durante la práctica mientras
trotamos por el perímetro de la escuela, pero no tengo la oportunidad porque
tan pronto como encabezamos al equipo —le toca liderar— dice—: Llamó mi
padre.
—¿Qué? ¡Genial! —Shane no ha hablado con su padre por, como, dos
años. Esto es grande—. ¿Cuándo? ¿Qué dijo?
—Justo después de la escuela. Mientras me cambiaba. —Doblamos en la
esquina, guiando al equipo hacia Nixon. Se encoge de hombros—. Y no sé lo
que dijo. No respondí.
—¿Por qué no? —No puedo imaginar la idea de tener una segunda
oportunidad. Cierra los ojos por uno, dos segundos, y cuando los abre y me
mira, luce tan triste. Odio verlo así.
—¿Para qué? —pregunta—. ¿Para decirle que lo odio por dejarnos? ¿Que
espero que nunca regrese? ¿Que le miento a Drea cada noche y le digo que él la
ama, aun cuando no es verdad?
—¿No dejó un mensaje?
—Lo borré.
—¿Qué si llamaba para disculparse?
—Da igual. —Se seca el sudor de la frente con el hombro—. No puedo
perdonarlo por irse. Por dejarme para cuidar de Drea mientras mamá trabaja.
Desde que el papá de Shane se fue, todo lo que hace es trabajar: es la
21

superintendente de escuelas en Portland. Supongo que el trabajo le ayuda a


Página

cubrir la pérdida.
Levanto la mirada hacia él. Su dolor y frustración se me hacen extraños.
Cierto, no le he hablado a mis padres biológicos en más de diez años, pero la
diferencia es que no los recuerdo. La mirada en sus rostros. El sonido de sus
voces. Su aroma. Nada.
—Lo siento.
—No lo hagas —dice, dándome una palmada a la espalda. Aumento el
ritmo y corremos en silencio. Tal vez no hable de ello, pero no ha terminado de
pensarlo. Todo está en su rostro. En la forma en que sus ojos se entrecierran
sobre la calle mojada, la arruga entre sus cejas, el apretar de su mandíbula.
Pero, ¿cómo puede ser tan terco? Papá se fue, así que nunca le volveré a
hablar. No podría hacer eso.
Una vez que doblamos en la esquina de Sunset, abro la boca—: Si fuera
yo, habría contestado el teléfono.
Vacila. —Algunas personas merecen ser dejadas.
—Es tu familia, Shane. Tu sangre.
—No es lo mismo que ser adoptado. Él me dejó, maldita sea. Me conoció
y luego me dejó.
—Tienes razón —espeto—. No es lo mismo. —Estoy respirando
pesadamente, y de pronto no es por la carrera—. Ser adoptado es mucho peor.
Fui dada. Al menos tienes algún tipo de recuerdo de él. Yo no tengo nada. Ni
siquiera sé sus nombres.
Shane aprieta los labios, y por un momento creo que ya ha terminado y
que nuestra “discusión” no va a convertirse en una pelea, pero entonces lo
arruina. —Ya… no importa. Sabía que no lo entenderías. Debería haberle dicho
a Lexi.
Me detengo de golpe. —¿Qué? —Un milisegundo pasa y luego soy
golpeada por detrás. Salgo volando, mis rodillas y palmas conectando con el
asfalto. Y luego estoy presionada contra el piso mientras quien sea que está
detrás aterriza sobre mi espalda.
—¡Cox! —Doug McNally. Gritando en mi oído—. ¿Qué diablos?
Shane tira de su camisa. —Hazte a un lado. —Una vez que Doug se quita
de encima, Shane envuelve sus manos en mi cintura y me levanta. Doug ya está
poniendo en su cara horrible una expresión aún más horrible.
22

—Qué buen entrenador —le dice a Shane—. Corriendo y deteniéndose...


Página

habilidades básicas que tampoco le has enseñado a ella.


—Vete al diablo, McNally.
—¡Cox! ¡Buchanan! —dice la entrenadora Mills, acercándosenos por
detrás—. ¿Cuál es el problema?
—Ellie sólo se detuvo —dice Doug, todo dramático, mientras se limpia las
manos en la camiseta. Sin sangre, sólo grava. El equipo está comenzando a
alcanzarnos. Uno por uno, hacen un círculo a nuestro alrededor.
—Se cayó —dice Shane con ese tono adulador por el que siempre cae la
entrenadora.
La entrenadora me analiza de arriaba abajo. —¿Está herida?
—Rodillas y manos —le dice Shane.
—Estoy bien —digo. Miro la sangre cayendo por mis espinillas. Las
raspaduras no están tan mal, pero arden—. En serio.
La entrenadora Mills mira a Shane. —Llévala de regreso. —Shane asiente
y la entrenadora le grita a Doug que tome el liderazgo, lo que hace con una
sonrisa molesta. El grupo de corredores lo sigue. Y luego somos quedamos
Shane y yo. Levanta mis manos, echándole un vistazo a los cortes diminutos.
—No quería…
—Está bien. —Me alejo y comienzo a caminar hacia la escuela. No quería.
Prefería hablar con Lexi sobre esto que conmigo. ¿Es porque ella conoció a su
padre antes de que se fuera? ¿Porque vive en la casa del lado y ha estado en su
casa más veces de las que se pueden contar? ¿Porque solían jugar juntos de
niños?
Shane me alcanza, pero no dice nada más. Está tan callado entre
nosotros.
De regreso en la escuela, me detengo justo antes de entrar a los
camarines. Tal vez no he sido justa con él. Tal vez no soy la mejor persona para
hablar sobre el abandono de un padre. No soy exactamente imparcial.
—¿Quieres tomar café o algo? —digo, sosteniendo la puerta.
Toca mi mejilla, tan suavemente que apenas lo siento. —Hoy no. Sólo me
iré a casa.
Traducción: Va a casa a hablar con Lexi.
23
Página
Traducido por Eli Hart
Corregido por AriannysG

—Shane es mi mejor amigo.


—¿En serio? —digo. Lexi se acerca detrás de mí, luego se inclina contra
un lado de la camioneta de Shane y cruza los brazos sobre su blusa con
volantes—. Vaya. No lo sabía.
Lexi rueda los ojos.
—Sólo eres una fase.
Del otro lado del estacionamiento, los estudiantes abandonan el campus
con sonrisas que señalan que falta poco para el fin de semana. La clase de la
señora Hart, el último período de Shane, aún no da señales de que acabe. Con la
puerta cerrada, cortinas abajo, y la rampa vacía. Silenciosamente, le ordeno al
zumbido cálido en mi pecho que desaparezca, porque sólo es Lexi, y no es una
amenaza para mí.
—Seis meses es una fase larga —digo, y ella sonríe.
—Las fases siempre terminan.
—Pareces muy confiada.
Se toma un minuto para responder, dejando escapar un suspiro, lo cual
no sé cómo interpretar: si bien como una señal de irritación o un gruñido de
reconocimiento —puede ser cualquiera— y luego mira sus uñas, con el rostro
inexpresivo.
—Te superará, igual que superó a Addison.
Me río.
—Nunca le gustó Addison. Solo salía con ella porque era nueva y se
sentía mal por ella.
24

Debe saberlo, siendo su “mejor amiga” y todo, pero creo que esperaba
Página

que yo no lo supiera. Sus mejillas se ruborizan, y luego me da la espalda. La


conversación ha terminado. Es el intercambio más largo que hemos tenido en
años.
Reclinándome contra la camioneta de Shane, intento recordar lo que es
ser amiga de Lexi. Pero muchos años de silencio, en la cima de los últimos
meses de miradas sucias y comentarios sarcásticos, reemplazan cada recuerdo
decente que tengo de ella.
Toma otros largos cinco minutos antes de que la puerta del salón de la
señora Hart se abra. Shane sale, un sonido de llaves girando en sus dedos, su
cabello flotando con la brisa. Cruza el estacionamiento, le lanza sus llaves a
Lexi, y le pide encender la camioneta. Luego me encierra en un abrazo.
—Te extrañé —dice en mi oído.
No hablamos de lo que pasó ayer. No quise sacar el tema a colación y
supongo que se sentía de la misma manera, porque cuando nos vimos esta
mañana, actuó como si nada hubiera pasado.
Sonrío, guío su rostro hacia el mío, y lo beso como lo haría si
estuviéramos solos. Sus manos se deslizan por la parte posterior de mi suéter,
sus dedos enviando sacudidas de calor a mi rostro. Deja escapar un gruñido
gutural, enterrando sus dedos en mi piel. Me río tontamente y me alejo.
—Como que me arrepiento de haber hecho planes para la tarde —dice,
poniendo su frente sobre la mía.
—¿Planes?
Le da una mirada a Lexi, que lucha por meter la llave en la hendidura.
Aprieta los labios, como si pudiera sentirnos mirándola. Me lamo los míos,
probando la goma de yerbabuena de Shane.
—Le prometí a Lex que la ayudaría a colgar algunos estantes en su
habitación. —Lo dice como si no fuera la gran cosa, el estar en la habitación de
otra chica. Incluso aunque es su mejor amiga y probablemente ha estado en su
habitación un millón de veces desde que eran pequeños. Y tal vez no es la gran
cosa, pero por alguna razón, el cálido zumbido en mi pecho se vuelve a
encender. Como un enjambre de abejas agitadas—. Te llamaré cuando termine.
—Me besa en la mejilla, y luego entra a la camioneta al mismo tiempo que Lexi.
Se alejan, y la última cosa que veo es a Lexi moviendo sus dedos hacia mí.
Sólo eres una fase. Te superará. Atravieso el estacionamiento hasta mi auto,
mi pecho contrayéndose. No puedo respirar. La eligió sobre mí. Otra vez.
25

Dos corridas a la izquierda, observo a un hombre en una camisa amarilla


Página

y naranja de Tasty Chicken poniendo volantes en los parabrisas. Cuando se


voltea para encontrar mi mirada, rastas caen sobre su hombro, y es como si el
peso hiciera caer a mi estómago. Nunca lo he visto antes, pero hay algo familiar
en sus ojos. Oscuros y penetrantes.
Agarro la fría manija de mi puerta. El cupón en mi parabrisas se mueve
con el viento. Compra un combo, lleva otro gratis. Un dolor me atenaza el cuello, y
mis ojos comienzan a cerrarse, y no…
puedo…
detenerlos…

26
Página
Traducido por Moni
Corregido por Laurita PI

Brrrrr.
Mi mano trata de matar el molesto zumbido en mis oídos. ¿Es mi
alarma? ¿Ya es de día? Ni siquiera recuerdo haber ido a la cama.
Presiono el botón de apagar y me froto la cara, tragando el impío sabor
en mi boca. ¿Olvidé lavarme los dientes anoche? A través de la ventana, el suelo
está húmedo. Debió haber llovido anoche. La tormenta ha pasado, pero otra ya
está formándose en la distancia.
Mamá toca la puerta. —¿Despierta?
—Sí —digo y me dirijo a la ducha, pero me detengo cuando una ola de
mareo me golpea. Me toco la cabeza, asegurándome de que aún esté pegada a
mi cuerpo, porque ahora que estoy de pie se siente como si estuviera tratando
de desatornillarse de mi cuello.
Con un par de respiraciones profundas y pasos cuidadosos, finalmente
llego al baño. La sensación turbia en mi cabeza comienza a aclararse con el
vapor del agua, así que doy lentamente un paso bajo el chorro caliente. Justo
cuando lo hago, una sensación de escozor atraviesa mi estómago. Un ouch
susurrado se escapa de mi boca y cuando bajo la mirada, me congelo con
incredulidad.
En el lado derecho de mi estómago, un pequeño cuadrado de plástico
transparente se pega a mi piel con tela adhesiva. Bajo las capas de plástico
pegajoso, mi piel luce brillante, como si le hubiera untado vaselina o aceite de
bebé. Y directamente en el centro del cuadrado, se destaca una figura
rectangular y oscura.
Cuidadosamente, quito el plástico, imaginando un puñado de maneras
de cómo pude haberme raspado: ¿otra caída en la calle? ¿El estacionamiento?
27

¿Aquí en la casa en la baranda irregular del pórtico? Pero no corrí ayer, y un


Página

rasguño tan oculto debajo de mi camisa no parece factible.


El plástico cae al suelo de la ducha. Una ola de náuseas rueda a través de
mi cuerpo.
Un tatuaje.
Pero no puede ser.
Excepto que creo que sí.
Pero… ¿cómo? ¿Y cuándo? Y, oh, Dios mío, ¿me perdí parte de ayer?
¿Y obtuve un tatuaje?
Cierro la llave del agua y lo miro. Un árbol. Negro y sin hojas, con ramas
muertas y enojadas extendiéndose sobre mi piel. No es posible. No soy lo
suficientemente mayor. Además, nunca he estado en una tienda de tatuajes
antes —por amor a Dios, ni siquiera sé dónde hay una.
Tiene que ser falso. Removible. Como los de las máquinas expendedoras
en Joe’s Pizza, donde va el equipo de campo traviesa después de las
competencias.
Deslizo un dedo tembloroso sobre las puntas de las ramas. La piel está
levantada y suave. Aprieto los dientes y froto con más fuerza el pulgar,
observando muy de cerca cualquier signo de que el color pueda correrse o
limpiarse. Y cuando nada pasa, uso toda la palma para frotar mi piel hasta que
estoy llorando por el dolor.
Estoy muerta. Muerta, muerta, muerta.

28
Página
Traducido por Sofía Belikov
Corregido por Amanda Merlos

Cuando era más joven, con siete u ocho años, solía encontrar pequeños
dibujos por todo mi cuerpo. Las imágenes, dibujadas a lápiz o con marcador,
siempre eran árboles: un árbol con ramas muertas, con hojas melladas y un
enorme agujero en el tronco…
La verdad es que nunca pensé demasiado en ellos: cómo llegaban allí o la
precisión con la que se hallaban dibujados. Recordándolo, supongo que asumí
que permití que uno de mis amigos garabateara en mi piel y lo olvidé.
Inclino la frente contra la pared de baldosas. El vapor respira contra mí.
¿Cómo se supone que voy a explicarles esto a mis padres? ¿Que su hija de
dieciséis años se las arregló para conseguir el jodido tatuaje de un árbol en su
estómago? ¿Sin saberlo?
Estar en la escuela es lo último que recuerdo. ¿Por qué no puedo
recordar conducir a casa? ¿O comer la cena? ¿O ver a cualquiera de mi familia?
¿Ir a la cama? ¿La tarea? ¿Qué diablos?
Podría decirle a mamá.
Debería decirle a mamá.
Pero… no sé. ¿Qué iba a decir? ¿Y el tatuaje? Nunca podría mostrarle
esto. Se volvería loca. Me quitaría el auto y castigaría por una eternidad, o peor:
me sacaría de West Haven y enseñaría en casa.
Tal vez sólo me sentía realmente cansada. O aún irritada porque Shane
ayudara a Lexi: recuerdo que iba a poner repisas por ella. Tiene que haber una
razón. Cosas así no pasan sin explicación alguna. Es sólo que estoy demasiado
cansada como para averiguarlo.
Termino de bañarme y me visto, cubriendo el árbol con una curita, y
29

luego bajando las escaleras. En la cocina, alargo una mano más allá de mi
hermana en busca de un plátano, moviéndome rápidamente así no verá mi
Página

mano temblorosa.
―Hola, Sara.
Su boca está llena de cereal, sus ojos brillando con curiosidad —intensos.
¿Le dije algo raro anoche? Jesús, no recuerdo haber visto a ninguno de ellos.
―Adiós, Sara. ―Ignoro mi pensamiento y salgo de la habitación,
pasando a mi madre en el pasillo―. Adiós, mamá.
Se gira, casi dejando caer la cesta de ropa bajo su brazo.
―¿Por qué tanto apuro?
Oh, eh, buena pregunta. No puedo explicarle que necesito ir a algún
lugar para pensar, para tratar y recordar qué diablos me pasó ayer.
Trago. Y pongo mi mirada más confiada.
―Olvidé hacer algo para la clase de español. Necesito terminarlo antes
de que la escuela comience.
Mamá inclina la cabeza hacia un lado. Le doy una sonrisa inestable.
―Escucha, cariño, sobre lo de anoche ―dice, una mirada extraña
cruzando su rostro.
Oh, diablos.
―Bueno, no importa. Estabas actuando raro anoche, pero pareces estar
de buen humor hoy. Tal vez tu gripe estaba regresando. ―Su mano libre me
hace gestos. No tengo idea de lo que habla. No estoy segura de si quiero tenerla.
―Me siento bien ―Me apresuro hacia la puerta―. Te veo luego.
En mi auto, descansando en el asiento del pasajero, hay un dibujo a
mano de un árbol: de la misma forma y tamaño que el de mi estómago. Bajo las
raíces escasas y con pinta de enojadas están las palabras “No tuyo” garabateadas
con azul. Las letras lucen manchadas e inclinadas y para nada como mi
caligrafía. ¿Yo escribí esto? ¿O alguien me lo dio? ¿Dejándolo aquí sin que lo
supiera?
Metido bajo el dibujo, un folleto me mira en respuesta. Compra un combo,
llévate otro gratis. Rastas y ojos oscuros… ¿Él me lo dio, el tipo de Tasty
Chicken? Mi estómago se hunde. No, no podría haber sido él; definitivamente
recordaría eso.
Pero, ¿entonces quién?
30

Mirando mi espejo retrovisor, conduzco a los suburbios del pueblo y me


encuentro de regreso en Beacon. El aire se siente rancio, las paredes cayéndose
Página

de años y años de mal tiempo, pero aún es cómodo. Recuerdo tras recuerdo de
Shane están apegados a esas viejas habitaciones. Sus palabras.
Creo que voy a besarte ahora mismo.
Tacos, un vestido… Vamos, Ellie, la bienvenida será divertida.
¿Oíste eso? Creo que las paredes susurraron un te amo.
El cementero Beacon no siempre estuvo viejo y abandonado; solía ser
una fábrica ocupada en los suburbios de Portland, pero era así cuando mis
padres tenían mi edad. Ahora es una atracción para chicos de secundaria que
hacen Dios sabe qué.
Tal vez es por el amor que Shane siente por este retirado edificio que lo
adoro tanto. Ver su rostro iluminarse cada vez que venimos aquí.
Especialmente en las mañanas, cuando las motas de luz flotan sobre las
habitaciones muertas.
Me inclino contra la pared polvorienta de bloques y le echo un vistazo a
la curita. El árbol está tatuado directamente sobre la cicatriz circular en mi
cadera. Sus bordes están perfectamente formados, incluso con la hinchazón.
Trato de imaginarlo: conseguir un tatuaje. Cómo se sintió, cómo lucía el lugar o
la persona que me lo dio.
Es inútil. El recuerdo se ha desvanecido.
Toco el árbol de nuevo, preguntándome. ¿Lo hice adrede para cubrir la
cicatriz?
Tantas marcas cubren mi piel: tajos en mi espalda y piernas, el círculo en
mi cadera y otro detrás de mí oreja, la larga línea en mi muñeca, bajo el
brazalete de Shane.
Cicatrices de mi infancia que no recuerdo en su totalidad.
Me siento como si estuviera en un cuerpo que no es mío. Mirando piel
que ha pasado por más que yo. Como un traje. Me hundo contra la pared fría,
deseando poder escapar de esta piel y sólo ser yo.
Ellie Cox.
31
Página
Traducido por Diana
Corregido por Laurita PI

—¿Te sientes bien? —Los dedos de Shane recorren suavemente mi


mejilla. Se sienten cálidos sobre mi piel fría—. Tus ojos están inyectados de
sangre.
Para todos los demás, el día es normal.
Jason Regel e Ian Fleet brincan alrededor como monos salvajes, tomando
turnos para estrellarse contra los casilleros del pasillo. Sadie Mullen se
encuentra en las sombras de Lexi y Janelle Holcolm, absorbiendo las
habilidades necesarias para no sólo lanzar miradas sucias en mi dirección, sino
también desplazarse por los pasillos con arrogancia y ser la peor mejor amiga.
¡Conseguido!
Shane se apoya contra la vitrina de trofeos. ¿Que si me siento bien? ¿Qué
se supone que debo decir? ¿Que esta mañana desperté con un tatuaje que me
deben haber hecho extraterrestres en el estómago, porque estoy bastante segura
de que yo no lo hice?
—Estoy bien —Entierro la cara contra su pecho para no tener que
mirarlo—. Me quedé hasta tarde estudiando para un examen de español. —Con
todas las mentiras que he dicho acerca de español esta mañana, uno pensaría
que tengo una nota decente en esa clase. La señora Gonzales estaría muy
orgullosa. Muy bien, Ellie.1
Las manos de Shane encuentran mis hombros. Lentamente, me endereza.
—No respondiste tu teléfono anoche. Me imaginé que habías ido temprano a la
cama.
—Lo hice. —Me aclaro la garganta. No preparé una excusa para esto—.
Fui a la cama, y luego me desperté recordando que Gonzales nos advirtió que
podría haber un examen. Estudié durante un tiempo. —Me giro para ir a clases,
32

pero atrapa mi brazo. Limpia una mancha de sedimento gris de mi codo.


Página

1 En español original.
—¿Segura que estás bien? —dice, pero sus verdaderos pensamientos
emanan en silencio, preguntándose dónde podría haber habido polvo en una
mañana tan húmeda. Entrelazo los dedos con los suyos, atrayendo su mano a
mis labios.
—Positivo —murmuro, su piel cálida contra mi boca, y luego me
enderezo y lo arrastro al salón de clase—. Entonces… ¿pudiste instalar los
estantes de Lexi? —Guardo mi mochila bajo la mesa, debajo del asiento.
—No. —Se desliza en la mesa junto a mí—. Para el momento que
nosotros terminamos con la cena, tenía que irme a trabajar en mi tarea de
historia. Probablemente lo haré este fin de sema…
—¿Nosotros? —Parpadeo con sorpresa—. ¿Tú y Lexi? ¿Ustedes dos
cenaron juntos? —Mis manos se aprietan firmemente, el eco de las palabras de
Lexi resuenan en mi cabeza como una pelota de ping-pong. Sólo. Eres. Una. Fase.
Sólo. Eres. Una. Fase.
—Con su madre —dice, sus cejas frunciéndose—. También con Drea. Mi
madre trabajaba hasta tarde.
Quiero gritar.
En cambio, gruño.
Llega al otro lado del pasillo, separa mis manos y toma una con la suya.
—No te enfades.
—Enfadarme. —Una carcajada escapa de mi boca—. ¿Por qué me
enfadaría? Me has plantado tres días seguidos. Por ella.
Ella. La odio. Y a sus estúpidas estanterías.
Aprieta mi mano.
—Ells, sabes que ella es como uno de los chicos para mí. Estar con ella no
es diferente que estar alrededor de Jason o Ian.
—No es diferente, ¿en serio? —Claro—. Le contaste a Jason o Ian que
íbamos a… —Me detengo, dando una mirada alrededor del aula. Las miradas
permanecen en mí, esperando ansiosamente información merecedora de
chismes. Muevo los labios sin sonido—. ¿Ya sabes?
Se echa hacia atrás. —No.
33

—Pero sí se lo dijiste a Lexi. —No es una pregunta. No hay necesidad


Página

cuando siento que ya sé la respuesta.


—Jesús, Ells, ¿qué te pasa? Pensé que estabas de acuerdo con Lex y yo.
¿De acuerdo? No. Más bien tolerante.
—No me has contestado —le susurro—. ¿Lexi sabe lo que íbamos a hacer
el otro día?
Vacila. Tanto que su respuesta se vuelve innecesaria. Entonces, agacha la
cabeza.
—Sí. Le conté sobre ello. —Se está sonrojando, y no sé si es porque le dijo
o porque me está diciendo que le dijo, y no importa cuál sea porque de
cualquier manera Lexi lo sabe.
Ella lo sabe.
Frota su cuello y a la vez, me alejo de mi escritorio, completamente
incapaz de comprenderlo. ¿Cómo pudo contarle sobre ello?
A dos pasos de la puerta, sus manos rodean mi cintura. El tatuaje duele
bajo la presión. Entonces, su voz está en mi oreja.
—Eres tan adorable cuando te enfadas, pero, ¿podrías parar? —Se ríe—.
Lexi es la última persona por la que necesitas preocuparte. Tú eres de quien
estoy enamorado. Y tú eres la única con quien quiero estar. —Suaves labios
presionan mi cuello y luego susurra—: Sé que sientes lo mismo. Está en tus ojos
cuando me miras.
Tiene razón. Lo amo más de lo que nunca quise a nadie. Y es tan
estúpido actuar de manera tan mezquina y celosa.
Relajándome, me giro y lo enfrento. —Dime por qué le dijiste.
Ni siquiera lo piensa.
—Porque mi hermana tiene doce años y mi mamá nunca está alrededor.
Lexi es la única persona que podría darme… —Sus mejillas todavía están rojas
y su mirada cae al suelo—, consejos.
La mitad de la clase nos está mirando. Lo arrastro al pasillo. —Pensé que
los chicos hablaban sobre eso.
—Mmh, si todavía no te has dado cuenta, Ian y Jason son unos idiotas
totales cuando se trata de chicas. Y lo más importante… —Da un paso más
cerca, tocando la mueca en mis labios con el pulgar—. No eres como las chicas
con las que ellos andan.
Eso significa que no soy como Lexi. No sé si eso es bueno o no.
34

Su rostro, bajo la luz desgastada, luce tan dolorosamente honesto. Tan


Página

verdadero. Y supongo que en comparación con lo que hay debajo de mi camisa,


las cosas podrían ser peores. Su relación con Lexi podría ser peor. No es nada
nuevo. Han sido amigos desde siempre. Y además, Shane nunca me ha dado
una razón para dudar de él.
—Lo siento. —Lo beso en el cuello y aspiro. El olor de su colonia es débil
pero notable—. Estoy exagerando. Mi falta de sueño me está poniendo un poco
gruñona. No quise desquitarme contigo.
Shane se inclina, sus labios a escasos centímetros de los míos, cuando
Dani irrumpe a través de nosotros.
—¡Muévanse! —ladra—. La campana está a punto de sonar. No puedo
conseguir otra detención por llegar tarde. —Toma nuestros brazos y nos
empuja a la clase cuando la primera campana empieza a sonar.

35
Página
Traducido por Diana
Corregido por Laurita PI

La puerta del vestuario se cierra a mis espaldas y me apoyo contra ella,


esperando. Viendo como Shane habla con Sadie Mullen. O más bien, ella habla
con él. Por la forma que sonríe y agita los brazos, debe estar contando una
historia muy interesante. Se detiene cuando me ve, le da una sonrisa rápida, y
luego se despide de Shane.
Agita su cabeza mientras se aleja de ella.
Levanto una ceja. —¿La historia del siglo?
—Al parecer su primo está en el equipo de atletismo en Michigan o
Missouri o no sé. Realmente no estaba escuchando. —Tira de mi manga con una
sonrisa que hace que me derrita—. ¿Quieres venir conmigo un rato? Drea estará
en casa, pero podemos ver una película o algo así.
Tiene una mirada divertida en el rostro. Como si realmente quisiera que
vaya. Como si realmente quisiera que yo quiera ir.
Quiero ir.
—Estoy lista para algo de Forrest Gump.
—Hoy no hay Gump. —Lanza su brazo sobre mi hombro y mi pelo, aún
mojado por la incómoda media ducha que tomé en el vestuario, debido a mi
estúpido tatuaje, deja grandes marcas en la manga de su camisa gris—. Tengo la
última película de Actividad Paranormal. Y apuesto a que te va a hacer gritar.
Me presiono a su lado, pisando un charco. —Percibo un reto.
—Es inevitable. Chillaste cuando viste un fantasma en Harry Potter. Y, ¿a
qué clasificación pertenece? ¿Para todo público?
Me río. —Sólo grité porque me asustaste por detrás.
36

—No importa. Es mi casa y mi película y vas a estar en deuda conmigo si


un grito escapa de tu boca. —Las nubes grises palidecen su rostro mientras nos
Página

acercamos a mi auto, destacando su sonrisa desgastada.


—¿Y la apuesta es...? —La última vez que perdí una de sus apuestas me
hizo traerle un almuerzo a la escuela y luego se sintió tan mal que me trajo uno
a cambio al día siguiente.
Se encoge de hombros. —Lo decidiré más tarde. —Me entrega las llaves
desde mi mochila y pellizca mi mejilla—. Las carreteras están mojadas. No
conduzcas demasiado rápido.

La luz azul de la televisión ilumina la mano Shane cuando encuentra mi


muslo. Su boca acaricia mi cuello, alcanzando mi oído.
—Ni una palabra. —Deja escapar una risa ronca. Sus dedos se deslizan
hacia arriba. Me río, acercando su cara a la mía y enredando mi lengua con la
suya como los bloques de madera del juego Jenga que Drea está jugando arriba
con su amigo del vecindario.
Deslizo la mano por debajo de su camisa, moviendo los dedos por su
espalda, sobre su pálida piel, que debió heredar de su padre porque no es
ligeramente oliva como la de su madre. Mis dedos encuentran cada costilla.
Sentir quién es, los huesos, la carne y los músculos lo hacen más él.
Vagamente, oigo mi teléfono sonar en mi bolsillo. Después de dos
timbres, Shane aparta su boca de la mía.
—¿Vas a contestar?
Niego con la cabeza y lo beso otra vez.
—¿Y si es tu mamá?
—Sabe que estoy aquí. La llamé en el camino. Le dije que íbamos a
empezar nuestras autobiografías para inglés. —Todavía suena el teléfono.
Probablemente es Dani, muriendo por decirme sobre algún encuentro que tuvo
con Jason Regel después de la escuela. Apuesto a que chocó con ella o bebió de
37

la fuente de agua potable después él. Quién sabe.


Página

Shane alcanza mi bolsillo, saca mi teléfono, y mientras lo hace, para de


sonar. Busca en el identificador de llamadas y me muestra el número con cara
arrugada.
Me encojo de hombros. —¿Será un vendedor?
Coloca el teléfono en el apoyabrazos del sofá y tira de mis piernas hasta
que estoy extendida a lo largo del sofá. Y entonces, el teléfono vuelve a sonar.
Shane contesta.
—¿Hola? —dice, un poco exasperado. Oigo a alguien en la otra línea.
Una voz profunda. Los rasgos de Shane fijos en su lugar—. Número
equivocado, hermano. —Cuelga el teléfono y se acomoda encima de mí.
Me muevo bajo su peso, esperando.
—Un tipo preguntando por Gwen. —El teléfono cae al suelo—. ¿Es tu
identidad secreta? ¿Eres como un agente secreto súper caliente o algo así? —
Regresa sus labios a los míos.
Es un poco difícil mantener las manos de Shane alejadas de la venda bajo
mi camisa. Es su lugar cuando nos estamos besando. Pero después de unos
minutos de dirigir su mano hacia abajo en lugar de hacia arriba, cambia su
peso, colocando ambos brazos por encima de mi cabeza.
Shane no está en contra de los tatuajes ni nada. Y no es el hecho de que
vea el árbol lo que me preocupa, sino explicar cómo y cuándo lo conseguí. Dado
que, como una idiota, no recuerdo nada de eso.
Desliza mi flequillo hacia atrás, besándome más y más profundo hasta
que no podemos respirar y me empiezo a sentir un poco mareada. Como si
estuviera de pie sobre una cornisa lo suficientemente ancha para un solo pie.
Como si no tuviera nada concreto de que agarrarme. Todo comienza a ponerse
negro.
Esto es lo que pasó la última vez. Ese día en su habitación.
Con más fuerza de la que creo posible, empujo a Shane. Aterriza con un
ruido sordo en la alfombra marrón y luego me mira, sus cejas juntándose con
confusión.
Ahora mismo, en este mismo instante, puedo ir en dos direcciones. Como
si una bifurcación se presentara ante mí. Un camino dividido en dos. Una
decisión.
En mi pecho, la ira y furia giran vertiginosamente con la fuerza de un
huracán, tanto que mis ojos tienen problemas para mantenerse enfocados en
38

algo de la habitación. Una chica grita en la televisión. La aburrida luz atraviesa


Página

las tablillas de madera sobre las enormes ventanas. El brazo del sofá se hunde
bajo mi agarre, pero en el momento que Shane toca mi brazo y dice—: Por qué
no mejor paramos. —Me hace elegir el camino que conduce a él. Doy un paso
fuera de esa cornisa estrecha, hacia sus brazos. Sus suaves trazos sobre mi piel
borran la sensación enojada al instante.
—¿Estás bien? —pregunta después de un minuto de total silencio.
—Sí. —Me froto el rostro, incluso aunque no lo estoy, y me meto debajo
de su brazo.

39
Página
Traducido por Jules
Corregido por Clara Markov

Frío. Mojado. ¿Qué diablos?


Levanto los pantalones del piso. El tejido está rígido por el agua y el
suéter debajo está igual. Los dos apestan. Un olor pantanoso, como al agua del
río en mal estado.
Pero, ¿de dónde vienen?
Lucen y se sienten como si hubieran sido metidos en el rincón detrás de
mi cesta de ropa durante días, pero, aun así, no he nadado ni estado cerca de un
lago ni piscina por meses.
¡Es febrero, por el amor de Dios!
En el bolsillo trasero a la izquierda, encuentro un papel arrugado y
todavía húmedo. Un recibo. ¿Y el nombre en el encabezado?
Tasty. Jodido. Chicken.
Ni siquiera lo pienso; salgo hecha una furia de mi cuarto y le digo a mi
mamá que Dani tiene una crisis de chicos, luego corro a mi auto para dirigirme
al restaurante de pollo. No sé por qué este nombre estúpido sigue
encontrándome, pero ya es suficiente.
El olor de la grasa y todas las cosas fritas me invade cuando abro la
puerta de cristal. —Bienvenido a Tasty Chicken —murmuran los trabajadores
cuando las puertas chirrían al cerrarse detrás de mí. Exploro sus rostros: una
mujer de veintitantos limpia las mesas; me doy la vuelta, el hombre rechoncho
barre el piso; y luego lo veo, el chico con rastas del estacionamiento, de pie
detrás de la caja registradora.
Con pasos lentos y medidos, me acerco al mostrador. —¿Qué puedo
hacer por ti? —dice y me centro en su voz. El sonido áspero, el tono profundo,
40

buscando, buscando, buscando algún tipo de familiaridad.


Página

Es sin duda el chico del estacionamiento, cuyos ojos se toparon con los
míos antes de que todo se volviera negro. Mi corazón se acelera con el
pensamiento. ¿Fui a algún lugar con él? Descanso las manos sobre el mostrador,
clavando el borde afilado de la fórmica naranja en la piel tierna de mis
muñecas. La presión pica y mi estómago se tambalea con el dolor, un
recordatorio de que el dolor y yo no somos amigos y, al igual que Lexi, ni
siquiera deberíamos estar en la misma habitación, así que me detengo y digo—:
Un taco de pollo.
Sus dedos presionan un botón. Entonces me vuelve a mirar, esperando.
—¿Algo más?
Nada. No hay ojos iluminados, no sonríe, no hay reconocimiento de su
parte. Y mientras me siento un poco aliviada, porque sus ojos oscuros,
mirándome de arriba abajo me dan miedo, no puedo evitar sentirme
decepcionada. Partes de mí siguen desaparecidas.

El atardecer se está convirtiendo en noche para el momento en que


termino de doblar toda mi ropa. El hedor a moho desapareció de los pantalones
vaqueros y suéter, y noto que mi memoria se va junto con ello. Pensé que tal
vez la ropa mojada podría haber sido desde la última hoguera en el río. No
recuerdo irme ni conducir a casa y es posible que haya caído en el agua y esa es
la razón por la que me fui, pero la cronología no tiene sentido. La fiesta fue hace
más de una semana y media. Así que, ¿por qué los encuentro ahora? ¿Y por qué
seguían mojados?
Me acomodo junto a mi escritorio y me quedo mirando mi asignación:
Autobiografía: una forma positiva para compartir eventos importantes y celebrar la
vida.
Obviamente, la señora Vogt no fue adoptada.
Se supone que debo incluir un árbol genealógico y un mapa que muestre
dónde he vivido, no es una tarea fácil para alguien que no tiene idea de dónde
nació y vivió antes de los seis años, o quiénes son sus padres. Todo lo que tengo
son recuerdos de una mujer, y son dispersos… Como ver un vídeo y que
41

alguien te bloqueé la mitad del televisor. No tengo recuerdos completos. Podría


tener algo que ver con lo joven que era, o, posiblemente, ella no era alguien
Página

muy importante, pero su cabello largo y de un rubio rojizo, y las puntas blancas
de las uñas a veces destellan en mi mente. Al igual que la canción que cantaba,
sobre los vientos del otoño liberándose. No sé si era mi madre, la verdadera, o
no, pero a veces finjo que sí lo era.
Empiezo mi ensayo con mi aprobación de la Agencia de Adopción
Millerton en Boise, Idaho.
Mis primeros recuerdos de Jeff y Maureen son borrosos. No me acuerdo
de conocerlos en Millerton, aunque he oído la historia de ese día más de un par
de veces. Visitaron la agencia varios fines de semana consecutivos, llevaron
álbumes de fotos para mostrarme la casa nueva que compraron en Portland, el
dormitorio que sería mío con una cama con dosel de encaje cubierto de
muñecas de fantasía y animales, los columpios en el patio trasero, que dijeron
me esperaban. Me enseñaron una foto de una niña de cara redonda y piel clara,
que pronto iba a ser mi hermana.
Según mamá, durante mi primer mes en nuestra casa en West Hills, mis
sonrisas eran escasas, las palabras en tono bajo e inciertas. Era tímida y
tranquila, y rehuía de sus palmaditas suaves y caricias. Incluso una vez que
empezaron a agradarme, mis padres dicen que los episodios de insolencia y
hostilidad profusa ocurrieron regularmente durante el primer año.
En la Primaria Smiley, me tardé más de la mitad del año escolar para
hacer nuevos amigos y mi maestra de segundo grado, la señora Hodges, incluso
le dijo a mis padres que era extremadamente cálida y fría; en ocasiones alegre y
otras completamente poco receptiva. Durante sus reuniones de padres y
maestros, los tres decidieron que mi comportamiento era debido a la adaptación
de una escuela nueva, ciudad nueva, casa nueva, padres nuevos, hermana
nueva…
También decidieron que mis estados de ánimo se estabilizarían con el
tiempo. Y en su mayor parte lo han hecho, hasta hace unas semanas, es decir,
cuando mis apagones comenzaron a aparecer cada vez con más frecuencia.
Al dejar de lado el primer tercio de mi vida, mi ensayo acaba siendo
mucho más corto que la longitud asignada de tres páginas con espaciado doble.
Me concentré en otros logros recientes: mi segundo lugar en el encuentro del
mes pasado de All County, mi tiempo como voluntaria en el albergue para
desamparados sirviendo comidas de fechas festivas con el equipo, e incluso el
nuevo Honda que me compraron mis padres como regalo de Navidad después
de que laboriosamente ahorrara lo suficiente para cubrir el pago inicial, pero
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todavía me falta una página para cumplir con el requisito.


Página

Necesitando un descanso, cruzo el pasillo en busca de mi hermana.


La puerta raspa contra la alfombra. Sara se halla tumbada en su cama y el
iPod la ahogaba con la música fuerte. Me ve y me da una mirada de “¿Qué
quieres?”. Sara y yo siempre hemos sido unidas, aunque ella es cuatro años
menor que yo. Me gustaría pensar que es algún vínculo no dicho que tenemos,
ya que las dos procedemos de centros de adopción de otro estado, pero en
realidad es una chica fácil de llevar que me hace reír regularmente.
Entro a la habitación, pasando por encima del exceso de ropa y cepillos
para el cabello y revistas desgastadas de Rolling Stone, y me siento a su lado. Ha
crecido en los últimos meses, las piernas y los brazos se extienden como ramas
de su complexión escuálida, pero aun así, no creo que pudiera caber en mi ropa.
¿Pero quién más podría haber tomado prestado mi atuendo, mojarlo y
regresarlo a mi habitación...?
—¿Tienes un minuto? —le digo. Detiene la música y me mira. Saco uno
de sus auriculares—. Quiero preguntarte algo un poco serio.
—¿Serio? ¿Cómo tu drama de West Haven?
Sonrío. —Sin dramas. —Es una mentira a medias, porque ella piensa en
las cosas típicas con los niños y las fiestas y los amigos traicioneros—. ¿Tienes
algún recuerdo de tus padres biológicos?
Arquea la ceja. —Sólo tenía dos años cuando me llevaron. —A diferencia
de mí, Sara sabe exactamente por qué fue puesta bajo cuidado de crianza. Nació
de padres que no eran mucho mayores que yo, que eligieron las drogas sobre
ella. Se quedó con su abuela, creo que por parte materna, que, ocupada con
otros seis nietos, no podía hacerse cargo de ella.
—Lo sé —le digo—. Pero, ¿tienes algún recuerdo de ellos? ¿O a lo mejor
de la casa en la que viviste? ¿O el barrio? ¿Algún detalle específico?
Una vez le pregunté a Shane cuánto recordaba de cuando era más joven
y me dijo que sus recuerdos eran como pequeños fragmentos. Romperse el
brazo cuando tenía tres años, mudarse a Portland desde Georgia, cosas así.
Sara asiente. —Los busqué en Internet hace unos meses. Los dos están en
la cárcel en California por vender cocaína. —Trata de fingir que no le molesta,
rascándose la rodilla y girando su iPod varias veces, pero puedo verlo en sus
ojos. El disgusto, la tristeza por valer menos que un par de gramos de un
estúpido polvo blanco.
Acaricio su pie. —Sin embargo, eso es reciente. Quiero saber si te
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acuerdas de antes, cuando estabas con ellos.


Página

—En realidad, no. —Se sienta, apoyando el codo en su rodilla—. ¿Por


qué?
—Tengo que escribir un ensayo sobre mi vida, pero ya que no recuerdo
mucho de antes de venir aquí, me resulta difícil. Tenía la esperanza de que a ti
te ocurriera lo mismo. —Me recojo el cabello en una cola de caballo, robando
una liga de la cómoda para asegurarlo—. Tal vez sucede con todos los niños
adoptados, el olvidar.
—¿No crees que es extraño que no puedas recordar tus primeros seis
años? Es decir, además de la mujer. —Un escepticismo suave persiste en su
tono—. Eso es normal para un bebé, o incluso un niño pequeño, pero creo que
la mayoría de la gente tiene más recuerdos de la niñez.
Asiento y la miro de nuevo. —Siempre he pensado que era extraño.

44
Página
Traducido por Val_17
Corregido por Sofía Belikov

—Pensé que habías dicho que no querías ir —dice Shane el viernes por la
tarde, cuando terminamos nuestra carrera de cinco kilómetros con el equipo.
Desacelera, pasando junto al edificio de lenguaje y entrecerrando los ojos por el
sol. Estamos en la parte trasera del equipo—. En realidad, tus palabras exactas
fueron: “Tendría que llevar demasiadas capas de ropa si fuéramos a su fiesta.
Indirecta, indirecta”.
Mis mejillas se calientan. Mis palabras, las cuales solo le dije para
convencerlo de pasar la tarde conmigo en lugar de en la casa de Lexi con los
amigos de Lexi, suenan más como algo que Dani diría.
Doug McNally, al frente de la tropa, se desvía a la derecha, hacia el
gimnasio. Lo seguimos.
Shane limpia una gota de sudor de mi sien con el pulgar, frunciendo el
ceño. —¿Cambiaste de parecer? Sobre… ¿ya sabes? —Su tono, incluso después
de una hora de entrenamiento, es controlado. Cuidadoso.
Sacudo la cabeza, obligándome a mirarlo a los ojos. —Aun quiero
hacerlo. Es sólo que sé que tenías ganas de ir a su fiesta.
La verdad es que, cuanto más pienso en ello, me muero de miedo de
estar a solas con Shane. Después de lo que pasó las últimas veces, perdiéndome
por completo, estoy asustada de no ser capaz de controlar la forma en que mis
nervios enloquecen cuando nos besamos.
Entramos en el gimnasio y nos detenemos frente a los vestidores. Él toca
la punta de su zapato con el mío, dándome una sonrisa torcida.
—Tal vez deberíamos comprometernos. La fiesta empieza a las ocho,
pero llega a las siete. Pasaremos el rato antes de ir para allá.
45
Página
El aire frío golpea mi cara. Siento que voy a vomitar.
Algunos autos ya están estacionados frente a la casa del lado. No
reconozco ninguno de ellos. Tarareo en voz baja. Es la melodía de una canción
que Sara cantaba en el camino. Y mantiene el eco de mis pasos dirigiéndose a la
puerta de Shane hasta detener mi corazón por completo. ¿Por qué no inventé
una excusa para venir más tarde?
—Tienes oído musical. Ya lo sabes, ¿verdad? —suelta Sara a mi lado,
riendo.
—Cállate —digo, empujando su hombro huesudo. Me saca la lengua,
luego sube por las escaleras hasta la puerta. La campana suena. Tendré que
mantenernos fuera de su habitación.
Y del sofá.
La cocina es segura.
También la entrada.
La puerta se abre. Drea le sonríe a mi hermana y luego me mira, su labio
atrapado en sus frenillos.
—Shane ya está allí. —Señala la casa de Lexi, sus uñas pintadas de azul—
. Dijo que simplemente entraras.
—Oh —digo con una grieta en mi voz—. Gracias.
—Espero que tengas helado —dice Sara, corriendo a la cocina. Drea
cierra la puerta y me quedo de pie en la entrada, mirando una puerta pintada
de rojo a unos metros de distancia. El color es como la sangre…
Una mano pequeña. Agarrando una muñeca. La sangre manchaba y se agrupaba
entre los dedos de tamaño infantil.
Parpadeo. El día se desvanece en la noche. Las polillas revolotean en el
resplandor amarillo del farol en la calle a un ritmo que coincide con la música
llegando desde el patio trasero de Lexi.
Froto mi cara, esperando que el movimiento aleje el pensamiento. La
imagen. La he visto antes. En un sueño, creo. O tal vez en ese momento de la
mañana cuando el sol sale y las paredes están bañadas en todo tipo de oro. No
46

sé lo que es: un sueño, un recuerdo, algo que vi en la televisión. Es cierto, tengo


Página

una cicatriz en mi muñeca, pero no creo que sea eso lo que pasara.
Doy un paso hacia adelante, las palabras de Drea rebotando en mi
cabeza. ¿Entrar en la casa de Lexi? ¿Sola?
Preferiría correr diez kilómetros descalza en una cama de agujas.
Deambulo por la acera hasta la calzada de Lexi, preguntándome si Shane
se daría cuenta si no aparezco. Obviamente me equivoqué sobre su intención
para esta noche. Una nube caliente de irritación arde en mi pecho, aunque no
estoy segura de por qué. Debería estar aliviada.
Con mis dedos congelados alrededor de la manija de bronce, aun me
siento como si pudiera vomitar, pero por una razón completamente diferente
ahora. Ojalá Dani estuviera aquí conmigo. Ella entraría con un saludo
prolongado, quitándole la bebida de las manos a Lexi.
No debería dejar que Lexi me moleste tanto. Aprieto mi agarre.
—No te pongas cómoda —dice alguien detrás de mí. Me estremezco,
reconociendo la voz y dándome la vuelta.
Lexi.
Usando una blusa de corte bajo y pantalones que podrían pasar por
pantis, me mira de arriba abajo con una expresión que sólo puedo describir
como diversión. La mayoría de los días mi camiseta y pantalones se adaptan
muy bien a mí, pero de repente estoy deseando haber tomado prestado algo del
armario de Dani.
—¿Eh? —digo, sonando como una completa idiota. Ella frunce el ceño,
ajustando la bolsa de compras en sus brazos. Botellas de vidrio tintinean contra
más botellas de vidrio.
—Shane es la única razón por la que eres bienvenida en mi casa. Así que
no te pongas demasiado cómoda. —Se empuja más allá de mí y entra
pisoteando por la puerta, dejándola entreabierta.
Suspiro y me meto el cabello detrás de las orejas.
El aire de la casa se siente pesado y caliente, aromatizado con el fuerte
olor a alcohol y nicotina. A lo lejos, una botella de vidrio se rompe y Lexi alza
su voz. —¡¿En serio, Janelle?! ¿Crees que fue fácil conseguir todas esas?
—Lo siento —responde Janelle, riendo—. Pero no es como si fuera la
única.
—Tienes suerte de que no lo sea.
47

—Ells —llama una voz desde la habitación a mi derecha. Tomo una


Página

respiración profunda. Voy a sobrevivir a esta noche. En la habitación, sentado


en el sofá con Jason y algunos otros futbolistas idiotas, Shane mete algo en su
bolsillo y me sonríe—. Tienes que escuchar esto. Ian hizo una voltereta hacia
atrás en el Gladstone’s hoy.
—Desnudo —dice Ian, volcando una bolsa de papas fritas en sus labios.
Vacía los restos en su boca y una miga se le pega a los labios.
Por dentro, me estremezco. Gladstone’s es alto, sin mucho espacio para
un aterrizaje suave. He saltado de las rocas antes, pero nunca saltaría de esas.
Shane se inclina, poniendo las manos en mis muslos. Le ruedo los ojos a
Ian. —No es realmente una imagen que quiera llevar conmigo esta noche.
Los chicos se ríen. También Shane.
—¿Una bebida? —dice.
Asiento, pasando los dedos por su pelo negro como la tinta. —Puedo
conseguirla. —Dejo a los chicos en el sofá y hago mi camino a través de los
montones de tipos de West Haven hacia la cocina, y justo antes de que doble en
la esquina vagamente familiar, tengo la idea de que tal vez hubiera estado más
cómoda en la habitación principal con Shane y un montón de deportistas en
lugar de la cocina con…
Lexi. Ya es demasiado tarde. Estoy de pie bajo el arco que da a la
gigantesca isla de granito y ella está vertiendo vodka en una línea de vasos de
chupito con una mano, un vaso de vino tinto ahuecada en la otra. Toma un
sorbo de vino, sin hacer una mueca por todo el sabor. Sus ojos van a mi cintura
y un hoyuelo aparece con su sonrisa. —Mi mamá tiene esos mismos pantalones,
por cierto. Creo que los consiguió en Walmart.
La miro a través del mostrador. Por lo que recuerdo, la señora Perkins
era demasiado pretenciosa para comprar en Walmart. Lexi solo está tratando de
molestarme.
No digo nada.
Es un poco difícil.
Me mira a través de sus largas pestañas. —Deberías preguntarle cómo
los usa, porque, no sé, algo tiene que hacer para que le queden mejor.
Doy un paso hasta el mostrador frente a ella y fuerzo una sonrisa. —Tal
vez lo haga. Gracias. —Un momento incómodo pasa y luego agrego—: Y
gracias por invitarme. Se siente realmente cómodo aquí.
La música y risas resuenan desde el patio trasero. Lexi me analiza
48

lentamente, con una ceja arqueada. Quiere que me sienta que si no fuera lo
suficientemente buena como para responderme, y también es un poco difícil.
Página

De repente, soy consciente del bulto de náuseas en la boca de mi estómago. Es


pesado y se hunde más y más profundo mientras entro: el gato de cerámica en
el mostrador. El acuario vacío junto a la puerta; hace años albergaba un
enjambre de peces plateados y brillantes colores corales. Esta cocina solía estar
llena de risas y chismes y el dulce aroma del perfume de la señora Perkins.
Trago y digo algo que sé que no debería decir. —Esto me trae muchos
recuerdos.
Lexi me mira con una expresión extraña en su rostro. —No recuerdo. —
Vuelve a verter chupitos.
¡Ugh! La odio.
Shane viene detrás de mí, tocando mi cintura. —Pensé que te habías
perdido —bromea y coge tres botellas de agua de la nevera. Pone una en el
mostrador delante de Lexi—. Aquí. —Sus ojos parpadean entre Lexi y la botella
de alcohol que está sosteniendo—. Bebe esto antes de tomar ese chupito.
Se muerde el labio con una sonrisa y le acerca un chupito, un moretón
verdoso se está borrando bajo la piel de su manga. —Toma uno. Te aflojará un
poco.
Él empuja su brazo, arrugando la nariz. —Aleja eso de mí.
—Tal vez Ellie quiera…
—Ellie tampoco quiere —dice Shane, pero en esos pocos segundos que
las palabras cruzan sus labios, ya he recogido un vaso y bebido un trago de
vodka. El alcohol quema cuando se desliza por mi garganta y me calienta de los
pies a la cabeza.
Ni siquiera recuerdo tomar la decisión de alcanzar el vaso. Pero eso fue
mucho más fácil de lo que habría pensado.
A mi izquierda, Janelle se tropieza en el patio trasero con un cigarrillo sin
encender apretado entre sus labios. El cabello rizado le cuelga sobre la cara y los
brazos desnudos. Levanta un vaso y lo mantiene en el aire. —¡Salud por mí! —
Se bebe de golpe el vodka, alejándose del vidrio, y rápidamente sigue con un
sorbo del vino de Lexi. Lexi hace lo mismo.
Shane me toma del brazo. —Vamos, Ells. No necesitamos ver a estas dos
emborracharse.
Lexi resopla, riendo. —No necesitamos verte ser un aguafiestas.
Janelle se ríe.
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Shane no se molesta en darse la vuelta. —Ya basta, Lex. —Una vez fuera
Página

de la habitación, pone una botella de agua en mi mano—. ¿Quieres algo para


bajarlo?
Abro la botella y tomo un trago, moviéndolo alrededor de mi boca antes
de tragar. Realmente no sé qué decir. Nunca he tomado un chupito antes y
Shane sabe que no bebo, pero no quiero decirle que trataba de molestar a Lexi.
Volvemos a la habitación principal de la casa, pero la charla informal se
ha convertido ahora en un intenso juego de Quarters; chicos lanzan monedas en
vasos de cerveza y toman largos tragos. Shane toma mi mano y me guía hacia
las escaleras.
—Vamos a un lugar tranquilo.
—¿Dónde están los padres de Lexi? —pregunto, trazando con mi mano
la barandilla. Es curva, igual que en la casa de Shane.
—Su madre se está quedando con su hermana en Beaverton esta noche.
Acaba de tener una cirugía y necesitaba ayuda con sus hijos. —Pasamos una
enorme fotografía de Lexi. Coincide con la que está en el anuario del año
pasado.
—¿Y dejó que Lexi se quedara sola en casa?
Su mano descansa en la parte baja de mi espalda. —Lex la convenció de
que no podía ir porque tiene que hacer un proyecto grupal para la escuela.
Envuelvo los brazos alrededor de su cintura, apoyando la cabeza en su
pecho. Huele bien. Como jabón de lavandería. —¿Qué hay de su padre?
No recuerdo mucho sobre el señor Perkins. Siempre se encontraba en
viajes de trabajo —como un vendedor de algún tipo— cuando yo venía.
—Él está… —Shane hace una pausa, los músculos de su pecho
tensándose—, fuera, supongo. —Inhala, entonces sus músculos se aflojan y besa
la cima de mi cabeza—. ¿Te he dicho lo mucho que te amo hoy?
En el segundo piso, al final del pasillo, me mete en una habitación. La
puerta tiene cerrojos y la bloquea con un clic. Las luces están apagadas. No
puedo ver. Sus labios encuentran mi cuello. Entonces mi barbilla. Me aprieta
contra la puerta con su cuerpo y aplasta su boca contra la mía.
El movimiento de manos y labios y su aliento caliente luchando por un
lugar en toda la conmoción borra el pensamiento de Lexi, sobre su comentario
de que no me ponga cómoda y el hecho de que estoy en su casa.
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La boca de Shane pasa a lo largo de mi mandíbula, detrás de mi oreja, a


través de mi clavícula. Sus manos se deslizan por mis costados, rozando
Página

centímetros de mis pechos. Escalofríos lo siguen. Luego desliza algo en mi


mano. El delgado cuadrado está cálido por estar en su bolsillo y arrugado como
papel de aluminio.
Un condón.
Me alejo, mirándolo. Un resplandor silenciado se filtra por debajo de la
puerta. Sus dientes brillan en la penumbra.
—¿Aquí?
Sus labios están en mi oído. —Mamá llegó a casa temprano.
Echo un vistazo alrededor de la habitación a ciegas, captando la silueta
de una cama. —¿En el cuarto de Lexi? —La idea me enferma. Cómo podría…
—El cuarto de huéspedes. Nunca nadie lo usa. —Me besa de nuevo. Sus
labios son cálidos y deliciosos y suaves. Sus dedos empiezan a subir el
dobladillo de mi camiseta. Arriba y arriba.
Una burbuja llena mi pecho, hinchándose por un segundo, amenazando
con destruirme desde adentro. Jadeo por aire y me deslizo fuera de su peso. La
camiseta cae sobre mi estómago.
Agarra mi mano. —Qué pa…
—No pasa nada —digo, sin aliento—. Es solo que… —Trago—. ¿Puedo ir
al baño? Creo que el vodka está alcanzándome.
El baño de arriba está bloqueado, así que bajo al que se encuentra cerca
de la cocina. Quiero estar con Shane, me convenzo mientras mis pies bajan paso
a paso las escaleras. Es sólo que… después de lo que pasó las dos últimas veces,
no estoy segura de cómo controlar la forma en que mi cuerpo reacciona. Y no
quiero perder el conocimiento de nuevo.
Mientras paso por la sala con Ian y Jason, la voz de Lexi grita.
—¡Já! Sabía que no lo haría.
Me detengo. No puede estar hablando de mí. Me asomo en la habitación.
Los chicos siguen bebiendo y hablando y jugando Quarters, y Lexi está
inclinada contra el piano en la esquina. Encuentro sus ojos vidriosos. Toma un
trago de su vino y se tropieza hacia adelante, agarrando el respaldo del sofá por
apoyo.
—Les dije, chicos, una santurrona como ella nunca cedería. —Se ríe,
desordenando el cabello de Ian mientras pasa por detrás de él. Todos la imitan.
Todo cae en su lugar: Jason entregándole algo a Shane, Lexi diciéndole
51

que se aflojara con un chupito…


Página

Mi cuerpo se pone rígido, mi cara ardiendo, las manos temblorosas.


¿Cómo pudo decirles a todos? Aprieto las mejillas para no decir algo
vergonzoso y me giro hacia la puerta. Veo a Shane en la parte superior de las
escaleras justo cuando la cierro de un golpe.
Los rociadores están encendidos, con un tiro directo a mi auto aparcado
al lado, así que corro a través de ellos, protegiéndome la cara con los brazos.
—¿Ellie? —grita Shane detrás de mí. No me sorprende. No escuchó lo
que dijo Lexi, así que no tiene idea de por qué me voy sin avisar. Llego a la
acera y empiezo a correr más rápido. Él me agarra del brazo y me gira.
—¿Qué pasó?
Aparto su mano.
—No me toques. —No puedo mirarlo. No puedo. Siento que voy a
explotar.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Les dijiste. A todos. —Mi aliento se atasca, y me doy cuenta de que el
agua en mi cara no es sólo por los rociadores. Me alcanza otra vez, pero lo
golpeo. Él esquiva mi mano. Sus ojos se entrecierran, luciendo negros en la
pálida luz de la luna.
—¿Qué les dije?
—No sé… tú dímelo. ¿Qué les dijiste?
Mueve los brazos con impaciencia. —¿Sobre qué?
Me lanzo hacia delante, pegándole en el pecho. —¡Sobre nosotros, tonto!
—Agarra mi muñeca, apretando con fuerza. Giro la cabeza para no mirarlo, mi
pecho jadeando—. Lo que estábamos a punto de hacer.
—No les dije nada. —Sus palabras son firmes, su aliento chocando contra
mi cuello. Miro una grieta en la acera. En algún lugar del barrio, un perro ladra.
—Entonces, ¿cómo lo sabía Lexi?
Afloja el agarre en mi brazo. —¿Me estás diciendo que si dos personas
desaparecen en la habitación en una fiesta no asumirías eso? ¿Ian y Sadie?
¿Janelle y Doug? ¿Incluso Dani el mes pasado y ese chico de Watermead?
Me calmo. Odio que tenga razón. Y odio haber asumido que ellos
estaban juntos, incluso en el caso de Dani, cuando no llegó hasta el final con
52

Matt o Mark o como se llamara.


Página

—¿Qué pasa con Jason entregándote un condón? Pedirle uno es lo


mismo que decírselo.
Niega con la cabeza. —No lo hizo… no se lo pedí.
Lo miro, mi cara preocupada. —Pero te vi poniendo algo en tu bolsillo
cuando estabas sentado a su lado.
Con un movimiento cuidadoso, limpia el agua de mi cara. Sus manos
están frías. Luego inclina su rostro a mi nivel. —He estado llevándolo desde
que hablamos por primera vez acerca de hacerlo. —Su boca se curva con una
sonrisa—. Por si acaso.
Si no era un condón, ¿entonces qué hay en sus pantalones? Lentamente,
deslizo mis dedos en su bolsillo, recuperando algo pequeño y duro.
—¿Un anillo? —Plateado y brillante alrededor de una pequeña piedra
turquesa.
—Así no es realmente la forma en que imaginé dándotelo. —Lo toma de
mis dedos y lo desliza en mi meñique con una media sonrisa. El anillo es
pequeño, pero el peso es profundo, como si estuviera destinado a estar ahí todo
el tiempo.
El agua gotea por un lado de mi cara. Soy un completo desastre, y sin
embargo, este chico no se está alejando. Y en este momento, con sus manos
descansando suavemente en mis muñecas y sus ojos mirando los míos, sé que
mi corazón le pertenece total e irrevocablemente a él.
Levantándome de puntillas, envuelvo los brazos alrededor de su cuello y
presiono mis labios en los suyos. —Gracias.

53
Página
Traducido por Jules
Corregido por Michelle♡

Estoy conduciendo.
¡Vaya, estoy conduciendo! Presiono los frenos y los neumáticos chillan.
Resuena una bocina, justo cuando una masa de rojo me pasa zumbando.
¿Por qué estoy en mi coche? ¿Y adónde voy?
Mis manos agarran el volante con fuerza y doy marcha atrás
rápidamente, hacia el camino de entrada en el que descansaba la mitad de mi
coche. Miro a mi alrededor: por delante hay una calle concurrida, a mi derecha
un centro comercial y detrás de mí un complejo de apartamentos situado en
una multitud de árboles. Whisper Ridge, dice el cartel.
¿Por qué salgo de aquí? ¿Estaba simplemente allí?
No.
Imposible.
No conozco a nadie que viva en este lado de la ciudad. Ni siquiera
conozco a nadie que viva en un apartamento.
Resuena otra bocina. Salto y luego apago mi coche. El cielo arriba es azul,
estropeado con nubes grises abultadas. De esas que parecen enfadadas, como si
estuvieran esperando el momento adecuado para explotar. Ahora sería un buen
momento, teniendo en cuenta los latidos en mi cabeza y el hedor a cenicero en
mi ropa.
Froto mi cara. Bueno, piensa.
Lo último que recuerdo fue comer el desayuno del domingo por la
mañana con mamá, papá y Sara, huevos y tostadas, pensando en la fiesta de
Lexi de la noche anterior y el comportarme como una tonta. Mamá y Sara
hablaban del último juego de baloncesto de Drea y de un niño llamado Ryder
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que se sentó a su lado en las gradas. Él tiene gafas con montura negra y ella cree
Página

que es lindo. Papá le dijo que era demasiado joven para tener un novio y luego
me explicó terriblemente paso a paso cómo quitar un apéndice: cortar una
pequeña incisión en la pared abdominal, dividir el vientre muscular, usar
pinzas. Asqueroso.
Después del desayuno, mamá y papá se fueron a hacer los recados y me
senté a ver la televisión...
Y eso es lo último que recuerdo. Busco en mi cerebro algo más: lo que
estaba viendo, cuánto tiempo lo vi. Nada. Un vacío completo.
El reloj de mi tablero marca las doce cuarenta y tres.
Entonces, ¿cómo he llegado hasta aquí? ¿Vestida con vaqueros oscuros y
un suéter negro, el pelo entrelazado en una trenza de costado? Bajo el parasol y
miro en el espejo. Piel pálida, ojos ahumados. Por Dios, me veo como una
versión deprimida de Lexi. Mis labios están rojos y tal vez un poco hinchados,
pero no tienen ningún lápiz labial. Tampoco brillo. De hecho, mis labios se
sienten incómodamente secos.
¿Qué he estado haciendo durante las últimas tres horas?
Encuentro mi teléfono en mi bolsillo trasero y lo reviso. No tengo
ninguna llamada ni mensajes perdidos, lo cual es una buena señal. Shane está
en Empire Skate con su hermana y su equipo hasta las dos. Sonrío, imaginando
a Shane patinar sobre ruedas con un montón de marimachos de doce años.
Sería bueno en eso. Él es bueno en todo.
Un número desconocido es el último marcado. Hace unas horas. Tal vez
sea de una tienda o un restaurante, y voy a ser capaz de averiguar dónde he
estado. Llamo. Sólo un timbrazo y luego…
—¿Tan pronto? —La voz es profunda y divertida y tal vez un poco
burlona. No la reconozco en absoluto. El teléfono comienza a temblar contra mi
oído—. ¿Hola? —dice el chico—. ¿Estás ahí?
Cuelgo y tiro mi teléfono al otro lado del asiento. Aterriza con
un golpe en un libro negro y grueso que está apoyado de lado en el suelo. Arte
del siglo XX, se anuncia en el lomo con una escritura sofisticada y dorada.
Nunca he visto este libro. Ni siquiera me gusta el arte.
Tenía que ser un número equivocado. Un chico que pensó que yo era
otra persona. Su novia, tal vez.
Cierro los ojos. Dios, estoy tan harta de esto.
55
Página
Traducido por Mel Rowe
Corregido por Anakaren

—Mmh. Míralo. —Dani me da un codazo. La fila de ensaladas avanza


con pasos lentos y que señalan el odio por los lunes—. ¿Ya ves cómo la camisa
se le aferra al pecho? Es tan caliente, maldición.
Arranco los ojos de Shane y Lexi, sentados en la mesa del almuerzo, para
mirar a Jason. Inclinándose sobre Sadie Mullen, sus bíceps se hinchan como si
tuviera globos de agua metidos en la camisa.
—Es un jugador, Dan. El mismo Shane lo dijo. El otro día.
Se mete un mechón rubio detrás de la oreja con una sonrisa. —No me
importa. Puede jugar conmigo todo lo que quiera.
Al otro lado de la habitación, Shane se ríe de algo que Jason dice. Se le ve
tan cómodo sentado en la mesa, con Lexi al lado.
—Por favor —resoplo con poco entusiasmo—. ¿Por qué no te buscas a
alguien bueno? ¿Jackson Topeleski? Parece normal. —Ambas echamos un
vistazo a donde sabemos que se encuentra Jackson: en la mesa de la esquina con
sus otros amigos debiluchos, donde todos han vertido sus almuerzos en una
pila en el centro de la mesa.
Hace una mueca. —¿Como, normal de aburrido?
—Como de alguien que no quiere aprovecharse de tu inocencia.
—Tal vez quiero que Jason se aproveche de mí.
Lexi se acerca a Shane y aunque es sólo una fracción de centímetro, una
nube pesada y furiosa se enciende dentro de mí ante la molestia. Me pongo
rígida y aparto la mirada.
—Odio reventarte la burbuja, pero no estoy segura de que seas del tipo
56

de Jason.
Frunce el ceño. —¿Qué se supone que significa eso?
Página

—Piensa en sus antecedentes. Janelle Holcolm: D, Tiffany Reese: doble D,


Kelsie Manchester…
—Está bien, lo entiendo. —Dani suelta un bufido, cruzando los brazos
sobre su pecho de tamaño medio—. No te olvides de Lexi.
—Y esas fueron apenas el mes pasado.
—Está bien. Tienes razón. —Damos un paso hasta comprar la ensalada.
Dani coge una ensalada Cobb y me entrega una de atún. Saca dos bebidas de la
parte inferior y las pone en el mostrador de metal. Al mismo tiempo, doy un
vistazo más por encima del hombro, hacia nuestra mesa, y casi jadeo.
La pierna de Lexi está pegada a la de Shane. Sus medias negras de encaje
tocan sus vaqueros. Muslos. Rodillas. Sus zapatillas están contra sus botas.
Sin pensarlo, me salgo de la fila y camino hacia ella. No sé lo que estoy
haciendo, e incluso si lo hiciera, no creo que fuera capaz de detenerme. Mi puño
se estrella contra su cara con un ruido. El dolor explota como una ola en mi
muñeca.
Con el eco del ruido dentro de mi cabeza, oigo varias cosas a la vez. Lexi
chilla, unos cuantos transeúntes dejan escapar gritos de "¡Oh, Dios mío!", y
Shane los imita. Naturalmente, me centro en lo último.
—¡Mierda, Ellie! —Saltando, pone su cuerpo entre Lexi y yo—. ¿Qué
estás haciendo?
Lexi se levanta del banco y me preparo para que se abalance sobre mí y
me ataque con sus uñas bien cuidadas, pero desorientada, tropieza y choca
contra la pared debajo de la ventana.
—¡Perra, me rompiste la nariz! —Tiene un rastro de sangre en el labio. La
multitud de estudiantes aumenta, rodeándonos. Alguien grita—: ¡Pelea de
chicas! —Mientras otros gritan—: ¡Ve por ella!
Nolosénolosénolosé. No sé lo que acabo de hacer. No sé qué hacer ahora.
Shane suelta mis hombros, observándonos como si estuviera mareado.
Como si no supiera de qué lado ponerse. ¿Se está inclinando más hacia ella? ¿O
es mi imaginación?
El señor Barich, el maestro del taller de autos, sale de la cocina para
investigar la conmoción. Sin decir una palabra, me giro, temblando, y atravieso
de golpe la puerta que da al pasillo.
57
Página
—Nunca he golpeado a nadie antes… nunca —es lo que murmuro
mientras la directora Finn ajusta su falda gris y se sienta en la mesa de madera
de cerezo.
La oficina de Finn es agradable, mejor que cualquier otra habitación de la
escuela. Y nada parecida a la oficina del director Pendely en la escuela Primaria
Smiley, donde pasé unos cuantos recreos por llevar globos de agua —idea de
Dani— cuando asumí la culpa porque no quería que la detención causara otra
pelea entre sus padres.
Decorada con un tema náutico, la habitación tiene cortinas de lino blanco
que enmarcan las ventanas, lo que permite que la luz sombría y sin sol de
nuestro cielo, típico de Portland, entre. Un modelo de gran tamaño de un velero
cuelga del techo en la esquina oeste y las estanterías que abarcan la pared
opuesta están llenas de tarros de arena y cristal coloreado.
Finn no comienza un discurso acerca del respeto a mis compañeros, los
límites físicos, o estadísticas sobre la violencia adolescente. En cambio, cruza las
piernas y se ajusta las gafas sobre la nariz como diciendo—: Estoy esperando.
La sala cae en un silencio incómodo, como si las paredes y los libros
también estuvieran a la espera. Acaricio mis nudillos hinchados, deseando
poder marcharme en el barco. Navegar hacia algún lugar lejano, donde no
existan los recuerdos y los sentimientos y las chicas estúpidas llamadas Lexi.
—Yo sólo… —Me detengo. ¿Sólo qué? ¿Estoy enojada con Lexi por
alejarnos más y más a Shane y a mí? ¿O frustrada porque Shane ni siquiera se
da cuenta de lo que está haciendo? ¿Asustada porque este... sentimiento, esta
presión dentro de mí está empeorando? ¿O porque no pude controlarme?
Supongo que por todo, pero no son lo suficientemente aceptables como
para decírselos a Finn. No hay excusas, dice papá siempre. Hazte responsable de tus
propias acciones.
—Sólo dejé que mis emociones cegaran mi buen juicio. —Ya está. Suena
como algo que papá querría que dijera. Finn se remueve en su asiento,
escribiendo algo en la computadora portátil frente a ella.
—Y estas emociones, ¿supongo que tienen algo que ver con Shane?
58

—No lo sé. Quizás. —Me muerdo el interior de la mejilla, utilizando el


Página

dolor para alejar cualquier emoción que decida salir a la superficie con la
imagen de Shane y Lexi. No puedo borrarla de mi memoria.
Su rostro se arruga incluso más.
—Lexi es su mejor amiga. Y la verdad es que no le gusta que me esté
interponiendo entre ellos. —Podría seguir fácilmente. Explicar cómo Lexi y yo
dejamos de ser amigas hace años, cómo no era lo suficientemente buena para
ella entonces y no soy lo suficientemente buena para su mejor amigo ahora,
cómo Shane es totalmente ajeno a sus acciones, pero sólo pensar en ello hace
que mi estómago se encoja. Así que permanezco en silencio.
—Ah. Ya veo. —Hace a un lado su ordenador y se quita las gafas. Sus
labios finos y de color rojo permanecen cerrados, pero no me dice que prosiga
con los ojos. Así que espero. Y espero.
—Sabes… —Se endereza el cuello de la chaqueta—. A veces la vida te
lanza curvas, pero con el tiempo, a medida que creces y maduras, aprendes a
desviarlas.
Por favor. ¿Cuántas veces le ha dicho lo mismo a un estudiante sentado
en esta misma silla?
—¿Acostumbrarme a ello? —Me cuesta un poco infundirle a mi voz algo
que no sea cinismo. Asiente.
—Cuando no se puede cambiar lo que sucede, Ellie, aceptar que es la
única alternativa te mantendrá alejada de los problemas.
¿Tengo que acostumbrarme a cómo me trata Lexi? Claro. Trago. —Siento
lo que pasó.
—Lo sé. —Baja la voz y se inclina sobre la mesa—. Pero creo que
deberías disculparte con la señorita Perkins.

59
Página
Traducido por Niki
Corregido por Pau!!

—¿Suspendida?
La voz me sobresalta. Abro los ojos. Shane está parado cerca de la puerta,
el gabinete de medicina bloqueando la mitad de su cara, así que no puedo ver
toda su expresión. Quiero ver toda su expresión.
—No. —Me siento y dejo que mis piernas cuelguen de la cama. El vinilo
azul se mezcla con mis vaqueros. Si miro más allá de ellos, desaparecen. Piernas
fantasmas—. Aunque tendré que irme a casa por el día.
—Vi el coche de tu madre afuera.
Asiento, ajustando la bolsa de hielo en mi mano. —Está hablando con
Finn.
Cruza la habitación y se sienta a mi lado. Tomo una respiración profunda
y todo se vuelve silencioso, tan silencioso como es posible en el bullicio de la
oficina, y es desconcertante. Conozco a Shane lo suficientemente bien como
para entender que su silencio significa que está pensando profundamente. Lo
que podría volverse en mi contra en un momento como este. Espero, espero,
espero. Pasa otro minuto. Mi estómago se revuelve. Entonces…
—¿Por qué demonios hiciste eso, Ellie? Sé que Lexi puede ser, bueno…
Lexi, pero ¿qué te hizo para que actuaras así?
Me quedo mirando el suelo de linóleo y mis ojos se humedecen. —¿Vas a
ponerte de su lado?
—¿Su lado? La golpeaste en la cara sin razón. —Se da vuelta, con las
rodillas tocando las mías—. ¿Quieres que te apoye por eso?
Sí quiero, pero querer eso está mal.
—No lo ves.
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—¿Ver que estás celosa de Lexi? Sí, está muy, muy claro.
Página

—No estoy celosa de ella. —La mentira se me escapa demasiado rápido.


Estoy celosa de Lexi. De la cantidad de tiempo que Shane pasa con ella. La
forma en que ella va a la escuela casi todos los días con él a pesar de que tiene
un coche propio. Las palabras: sólo eres una fase. Tal vez es el resentimiento de
sobra de sexto grado. Shane se mudó al lado de Lexi al año siguiente. Han sido
inseparables desde entonces.
No sé cuánto más pueda soportar de ella.
—Eres una mentirosa horrible.
Al parecer. Me froto la cara.
—Me hace sentir… —Me detengo, dejando escapar un suspiro. No sé
cómo decir esto—. Me hace sentir como si no fuera lo suficientemente buena
para ti. Siempre lo ha hecho.
Niega con la cabeza. Shane no sabe todo lo que pasó entre Lexi y yo.
Cuando empezamos a salir, le dije que ella y yo habíamos sido amigas en la
escuela primaria. Pero no sabe en el resto, y dudo Lexi alguna vez se lo dijera.
Tampoco ve la forma en que me trata cuando él no está.
—Lexi tiene muchos problemas en casa en este momento —dice, y…
estoy cansada de esto, de fingir que su acto de niña buena no me molesta, de
que Shane tampoco lo sepa.
—¿Así que eso le da derecho a insultarme? Ya sabes, el abuso verbal no
es mejor que sico…
Parpadea. —¿Insultarte?
Empiezo a enumerarlos, marcando mis dedos uno por uno. —Me llamó
retrógrada porque no quise tener sexo contigo, y me dijo que sólo era una fase,
y…
—No la tomes en serio en estos momentos. Está estresada porque…
—Dios, ¿podrías dejar de dar la cara por ella? Soy tu novia. Deberías
estar de mi lado. —Me apoyo contra la pared dura y entierro la cara en mis
manos. Siente lástima por ella. Por lo que está atravesando en su casa, que
probablemente es algo estúpido como que sus padres no quieren comprarle
ropa nueva o algo, y probablemente también sentiría pena por mí, si supiera lo
que pasaba: la pérdida de memoria y los tatuajes y…
Aparta las manos de mi cara, agarra mi barbilla y me mira directamente
a los ojos. —Detente. —Su mandíbula se tensa y se relaja—. Sólo… detente. No
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hay lados aquí.


Página

Detente. Sí. Sí. Quiero que esto se detenga. Todo.


—Eres mi novia —prosigue—, y ella es mi amiga. Nada va a cambiar eso.
Pero lo que hiciste estuvo mal. Insultos o no, y es algo de lo que voy a hablar
con ella, no merecía ser golpeada así.
Una lágrima se desliza por mi mejilla. Cierro los ojos. Odio este
sentimiento, como que parte de mí quiere decirle a Lexi que lo siento y la otra
parte quiere golpear otra cosa, porque no tengo ni idea de lo que me está
pasando. Me siento como si estuviera perdiendo la cabeza.
—Shane —le digo, bajando la voz—, ¿alguna vez hiciste algo y no lo
recordaste? —No sé lo que hago al decirle. Pero necesita saberlo. Y peor aún,
tengo que decírselo a alguien. Así no explotaré.
Apoya su mano en la pared al lado de mi cabeza, sus músculos tensos y
abultados debajo de su camisa de algodón. —¿Como golpear a alguien?
Me lo merezco.
Tragando, sacudo la cabeza, luchando contra el impulso de dejar que el
sollozo en la base de mi garganta se haga cargo. —Pérdidas de memoria —
murmuro. La luz fluorescente parpadea de manera vacilante sobre nosotros, y
lamento las palabras tan pronto como se deslizas de mis labios. ¿Qué pensará?
¿Que estoy loca? ¿Una completa lunática que no vale la pena ni el tiempo o
esfuerzo que tiene que poner en nuestra relación? Que últimamente, lo
reconozco, ha sido un montón.
—¿Pérdidas de memoria? —Suena escéptico—. ¿De qué estás hablando,
Ells? Nunca te he visto perder la consciencia así antes.
Mi mano empieza a palpitar de nuevo. Le doy la vuelta a la bolsa de
hielo apenas fresco, y lo presiono a mis nudillos. —No perder la consciencia —
Suspiro—. No lo sé. Es como que hago algo, y lo averiguo después, y no puedo
recordar haberlo hecho. No sé… es una estupidez. —Aparto la mirada—.
Olvida lo que dije.
Su mano se desliza desde la pared hasta mi mejilla. Sus dedos rozan mi
piel. Se sienten tan, tan cálidos. Y me dan ganas de llorar. Así que lo hago. Las
lágrimas corren como un río al lado de mi nariz, cayendo de mi barbilla, y
penetrando en mi camisa.
—Hablas en serio, ¿verdad? —Suavemente, aparta el cabello de mi cara.
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Miro fijamente sus ojos verdes. La iluminación fantasmal de arriba roba todo su
color. No es justo, porque son tan increíbles. Sus ojos—. ¿No crees que deberías
Página

ver a un médico, entonces? Perder la memoria no es normal. —Odio esa


palabra: "Normal", y no me gusta que Shane diga lo que no quiero oír. Pero
tiene razón. Perder la memoria no es normal—. ¿Le has dicho a tus padres?
Me limpio la cara con la manga. —No.
—Pero, ¿vas a hacerlo?
—Sé que debería —le digo—. Pero… tengo miedo. —Hace una mueca, y
le explico—. ¿Y si no me creen, y si me internan en un hospital mental o…
—Tienes que. Algo podría estar médicamente mal. —Hay una urgencia
desgarradora en la forma en que está inclinado hacia adelante, con la cara tan
cerca de la mía, pero no me besa. Siente lástima por mí. Y pensé que esto me
haría más feliz, el que se sintiera mal por mí al igual que lo hace por Lexi, pero
no es así—. Tienes que decirles —dice de nuevo.
Asiento. Y lo haré, pero no tengo ni idea de cómo o cuándo o dónde o…
No estoy segura.
—Déjame ver. —Levanta la bolsa de hielo, inspeccionando la fila de
nudillos hinchados en mi mano—. Deberías hacer que tu papá revise esto para
asegurarse de que nada esté roto. —Lleva la bolsa de hielo al congelador en la
esquina de la habitación y la cambia por una nueva, una cubierta de escarcha—.
Toma. —Se vuelve a sentar, y me entrega la bolsa congelada. No puedo leer su
expresión, pero tiene esta torcedura extraña en el rostro—. No eres zurda,
¿verdad?
—No. ¿Por qué?
—La gente suele golpear con su mano dominante.
Me encojo de hombros. Como le dije a Finn, nunca he golpeado a nadie
antes. —Tal vez mi mano izquierda es mi mano dominante en lo que respecta a
golpear. —Tiro de la esquina de la bolsa de hielo y echo un vistazo por la
ventana, hacia el cielo oscuro. Se avecina otra tormenta, lo que puede o no hacer
que cancelen nuestra reunión del sábado.
Inesperadamente, su frente cae y esa misma indecisión que tenía antes en
el comedor consume su expresión. Inhala con pesadez.
—Ellie, tienes que pedirle disculpas a Lexi.
¿Hablar con Lexi? Claro. Tal vez también podría llevarla al centro
comercial. Tomar un café con ella. Convertirnos de nuevo en mejores amigas.
—No tengo su número —murmuro, y mis ojos se centran en el árbol de
63

pino en descomposición en la distancia. Está carcomido y es de color marrón y


luce mucho mejor que yo en este momento. Shane saca su teléfono, presiona un
Página

par de botones. Un segundo después, mi teléfono emite un sonido en mi


bolsillo.
—Ahora lo tienes.
Traducido por Mel Rowe
Corregido por Amélie.

—Contar hasta diez.


—Está bien. ¿Qué más?
—Darme la vuelta.
—Bien. ¿Otra?
Suspiro. —Mamá, ya llevamos, como, quince listas. ¿En serio es necesario
continuar?
Es increíble que mamá pueda sonreír en estos momentos. Después de
sentarnos en la mesa de la cocina por lo que se siente como una hora,
barajeando una lista de acciones alternativas que hubieran hecho que no me
mandaran a casa de la escuela, todavía se mantiene fuerte. Sus ojos expectantes
esperan.
—Alejarme. —Mi cabeza golpea la mesa de madera con un ruido
sordo—. Confiar en Dani. Refrescarme un poco. Sacarle la lengua… —Lanzo los
brazos hacia el techo—. ¿Ya es suficiente?
Pasa la pluma sobre el papel. —¿Preferirías contarme más de lo que
sucede entre tú y Lexi? —Mi cabeza rueda sobre la mesa. Ya me he pasado la
tarde repitiendo los comentarios groseros de Lexi, pero ella aún piensa que hay
más.
Justo en ese momento, la puerta se abre y se cierra. Gracias a Dios.
—Cariño, ya estoy en casa —grita papá de una manera entre pasada de
moda y una comedia de mal gusto. Deja caer su bolsa junto a la puerta, y luego
comienza a silbar. Mis ojos se abren. Levanto la cabeza de golpe.
—¿No se lo has dicho?
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Los ojos cálidos y castaños de mamá brillan. Sabe exactamente lo que


hace. Este es mi castigo. —Explicárselo puede servirte de lección.
Página

Levanto las manos de golpe. —¿Estás segura de que no preferirías


castigarme? ¿Una semana? ¿Un mes? No me importa. —No responde. Papá
entra paseándose en la habitación, aflojando la corbata con una cara sonriente
que le di hace tres años por el día del padre. En aquel entonces, le hice prometer
que lo usaría todos los lunes para empezar la semana con buen pie. Lo hace. Si
hubiera sido capaz de predecir el futuro, me gustaría haberle dado una corbata
para hoy. Con Godzilla. Porque fue así como me sentí antes.
Meto la mano envuelta en una toalla bajo la mesa.
—¿Quién tienes ganas de una partida de Yahtzee antes de la cena? —Su
sonrisa luce tan feliz como la cara en su pecho.
—¿En serio, papá? —Me paso los dedos por el cabello, frunciendo el ceño
ante la tarea en cuestión. Me aprieta el hombro.
—¿Por qué la cara tan agria? ¿Mal día en la escuela?
—Se podría decir que sí. —No veo otra manera de contárselo: no tiene
sentido atrasarlo. Me muerdo el labio—. Me enviaron a casa de la escuela hoy.
Por golpear a Lexi Perkins.
Papá vacila, quitándose la corbata, y luego el reloj. —¿Con la mano? —
dice.
¿Con qué otra cosa? Pero respondo levantando el puño, con el paño de
cocina de color beige envuelto apretadamente a su alrededor. Aprieta los labios
con una mirada hacia mamá. Mis ojos se quedan en él, observando, esperando.
Lentamente, se desliza en la silla junto a mí.
—Déjame echar un vistazo. —Coge mi mano, desplegando
cuidadosamente el paño de cocina. Le echo un vistazo a mamá, y luego a él de
nuevo.
—¿Eso es todo? —le digo—. ¿Ni siquiera me preguntarás por qué?
—“Me vas a preguntar” —corrige mamá, levantándose de la mesa y
yendo a la sala de estar. Se une a Sara en el sofá, quien puedo decir que de
inmediato comienza a rogar por más detalles. Papá quita la bolsita de hielo
derretido de la toalla, después alcanza el bolsillo por las gafas y se las coloca en
la nariz.
Se aclara la garganta. —No hay secretos en esta casa. Sospecho que me
dirás por qué a su tiempo. —Me mira de la misma manera suave que recuerdo
verle desde que me uní a esta familia—. Cuando te sientas preparada.
65

Solía no haberlos.
Página

No suena para nada enfadado. De hecho, incluso iría tan lejos como para
decir que suena relajado. Como si estuviéramos hablando de lo que hay para
cenar. O su programa semanal de cirugías.
Genial. ¿Así que me va a tirar de la tarjeta de la culpa? ¿Dónde está el
"Vete a tu cuarto" o "Estás castigada por un mes"? ¿Dónde está la mirada de
decepción o incluso las palabras "Me has decepcionado, Bellybutton"? Esas
palabras crean paredes, hacen que sea fácil encerrar todo sin dar nada.
En lugar de eso me lo deja a mí, pone la pelota en mi tejado. Odio esto.
¿Por qué tiene que hacer que de pronto quiera decirle?
Me muerdo la lengua mientras me endereza los dedos, masajeándolos
con sus manos hábiles y pasando con cuidado sus propios dedos sobre mis
nudillos todavía hinchados. Escucho mientras la lluvia cae, repiqueteando
contra el techo. Mis ojos pasan sobre la textura intrincada de los azulejos de
cobre en el techo, que serpentean por la iluminación de las lámparas pendientes
y a través de las encimeras de mármol. Después de un minuto, ya no puedo
soportar el silencio.
—Lexi ha estado acosándome por Shane —me sorprendo diciendo en
voz alta, sonando como si tuviera un nudo en la garganta. Sus dedos no dejan
de examinar los míos.
—¿Acosándote? —Me echa un vistazo por encima de las gafas, con los
ojos delicados, buscando. Asintiendo, suspiro.
—Ella y Shane son vecinos y mejores amigos. Últimamente me ha estado
dando un mal rato por ser su novia.
Regresa su atención a mi mano, con un ligero abrir en sus labios, una
respiración lenta. Sé lo que vendrá después. Querrá saber mis sentimientos.
En el momento que parpadea, dice—: ¿Cómo te hace sentir?
Dile. Dile. Dile acerca de las pérdidas de memoria.
Busco y busco, pero no puedo encontrar las palabras. Porque si le digo
ahora, no podré negar los trozos faltantes de tiempo. La ciencia no funciona de
esa manera, y así es como lo ve, siendo médico y todo. Todo en la ciencia tiene
una respuesta, incluyendo el por qué el cerebro puede apagarse y encenderse
cada vez que le plazca. Pero saber la respuesta significaría saber que hay un
XYZ mal conmigo, y sea lo que sea XYZ no vale la pena convertirse en el
monstruo que pierde el tiempo. O, peor aún, el monstruo que pierde a su novio
por su mejor amiga.
66

—Creo que mi mano puede responder esa pregunta —le digo en su


Página

lugar—. Nadie de la escuela la vio. ¿Está rota?


Se quita las gafas, las pliega y devuelve al bolsillo. Para tener unos
cincuenta años, papá sigue siendo un tipo muy guapo. Sonríe, con su sonrisa
perfectamente recta. —Nada está roto, calabacita. Es posible que tengas
moretones y sensibilidad durante un par de días. —Asiento. Se inclina y besa
mi frente—. Vayamos arriba. Estoy seguro de que tienes que hacer los deberes.

El teléfono inalámbrico gira en mis dedos, con el número de Lexi


bailando de un lado al otro en la pantalla, con la inquietud haciendo un baile
dentro de mi vientre. La única razón por la que estoy haciendo esto es por
Shane. Presiono llamar y espero.
Un timbre. Dos. Tres…
—Perra, ¿qué quieres?
Bueno, al menos sé que Shane no está allí. Me gustaría pensar que nunca
la dejaría hablarme así. Sujeto el teléfono lejos de mi oído por un momento,
poniendo los ojos en blanco. —¿Siempre contestas el teléfono de esa manera?
Puedo recordar un tiempo en que no lo hacía: bandas de color rosa en su
aparato; con el pelo rubio oscuro sin peinar.
—Sólo cuando el número de cierta persona aparece en mi identificador
de llamadas.
Mmh. Está claro el tono que está tomando esta conversación. Me muerdo
la lengua. Mantener a mi novio es mucho más importante que mi dignidad en
este punto.
—Lo que sea. —Cojo el cerdo rosa con relleno que he tenido desde...
siempre de la esquina de mi cama y le pincho la nariz—. De todos modos,
llamaba para decir que siento lo que pasó hoy.
Se ríe. —¿Y por qué iba a aceptar tus disculpas? ¿Estás realmente
arrepentida de lo que hiciste? O… —Hace una pausa, respirando ruidosamente
en el receptor. Un soplo de su boca—. Déjame adivinar… Shane te convenció de
que me llamaras. Él te dio mi número, ¿no es así?
67

No digo nada.
Página

—Bueno —dice ella—, si Shane te habla mañana, dile que no acepté tu


disculpa.
Entonces la línea hace clic. Una gota de agua baila a través de mi ventana
con la brisa y cualquier arrepentimiento que tuviera por golpear a Lexi se aleja
con ella.

68
Página
Traducido por Niki
Corregido por Moni

No estoy castigada.
Pero no tengo permitido ir a ninguna parte durante la próxima semana, y
tengo que quedarme en mi habitación y hacer la tarea. Obviamente, mis padres
están siguiendo un manual de padres diferente —o lo que sea que los adultos
utilicen para averiguar qué hacer con nosotros— que el resto del mundo. Es eso,
o están tratando de engañarme para que piense que son más amables de lo que
realmente son.
Y ni siquiera les dije sobre las pérdidas de memoria. Con eso
probablemente me mandarían lejos y me dirían que lo tomara como unas
vacaciones o algo así.
No, gracias.
Mi autobiografía está casi completa. Con una gran cantidad de
divagación, el ensayo alcanzó finalmente su requisito de longitud, y el mapa de
donde he vivido es patéticamente escaso, pero está dibujado. Todo lo que me
queda es terminar de trazar mi árbol genealógico.
Por ahora, las familias Cox y Russo están unidas por una sola línea
horizontal entre los nombres de mis padres, pero el árbol todavía se siente
incompleto, algo le falta.
En la planta baja, encuentro a papá en el sillón blanco, las piernas
cruzadas y con el rostro escondido detrás de un periódico. Mamá está
acurrucada en el sofá con un libro acunado en su regazo. Su pelo marrón
chocolate, de un tono más claro que el mío, acaricia sus hombros.
El cuero rígido cruje mientras me siento a su lado.
—Llamé a Lexi y me disculpé —le digo en voz baja para no romper la
69

conexión invisible que flota entre ambos.


Página

Mamá levanta la mirada. Un rayo de luz opaco entra desde la ventana e


ilumina su mejilla dorada.
—Qué amable de tu parte. —Me da palmaditas en la rodilla. Aprieto los
labios, sin estar dispuesta a admitir que sólo lo hice por Shane, y luego
comienzo a contar hasta tres y dejo escapar lo que está en mi mente.
—Quiero incluir a mis padres biológicos en el árbol genealógico que
estoy dibujando para la tarea de inglés.
Papá baja el periódico, su expresión acuosa e ilegible, imposible de ver.
Nunca antes he preguntado acerca de mis padres biológicos. Viniendo de un
centro de adopción, supongo que siempre imaginé que no sabían nada acerca
de dónde vengo. Pero al ver la reacción de papá, sus movimientos cuidadosos y
alertados cuando se encuentra con los ojos de mamá, me doy cuenta de que los
dos deben saber algo que yo ignoro.
Mamá se aclara la garganta. —Tenemos algo para ti. —Camina hacia su
oficina, y un momento después vuelve con un gran sobre de papel manila—.
Pensamos en esperar hasta que cumplieras dieciocho años, pero tu padre
sugirió que te lo diéramos cuando estuvieras lista. —Lo coloca en mi regazo.
Mis ojos saltan entre ellos, y después los bajo a mi regazo.
Toco el borde nítido del sobre, sintiendo las esquinas sin doblar
presionarse fuertemente en mi piel, notando cómo el broche de plata se
extiende a lo ancho como brillantes alas de águila. Mi mano queda plana contra
la superficie, deseando que por ósmosis pudiera averiguar lo que hay dentro.
No tengo la menor idea, pero por la agudeza en las expresiones de mis padres,
algo muy pesado está contenido en este paquete tan ligero como una pluma. Y
una pequeña parte de mí tiene miedo de ver lo que es.
El broche se siente duro, como si hubiera estado guardado en su lugar
por una década. Inhalo lentamente y deslizo fuera una sola hoja de papel.
Las palabras “Agencia de Adopción Millerton” encabezan la página en el
centro, junto con su dirección en Boise y el número de teléfono. Exploro la
página. Es algún tipo de documento.
—¿Qué es esto? —pregunto en voz baja, rozando el único párrafo, que
dice:
En lo que se refiere a ELIZABETH LYNN MCCLELLAN, adoptada, yo,
TIFFANY REKEM, a nombre de AGENCIA DE ADOPCIÓN MILLERTON,
consiento voluntariamente la adopción de la niña nombrada previamente por JEFFERY
70

Y MAUREEN COX como se solicita en la petición de archivo o para que sea llenada en
Página

la corte.
Las firmas de todos los participantes llenan la parte inferior de la página,
junto con la fecha, casi diez años atrás.
—¿McClellan? —Mis ojos vuelven al nombre desconocido—. ¿Mi
apellido era McClellan? —El nombre no agita ningún sentimiento interior.
Puedo también estar diciendo el nombre de un desconocido.
—Esta es la única información que tenemos de tu pasado. —Papá señala
el papel en mi mano—. No sabemos los nombres de tus padres biológicos. —Es
difícil de decir, porque su voz siempre tiene un tono bajo y casual, pero intuyo
una pizca de alivio en sus palabras.
Mamá coloca un brazo suave a mí alrededor. —También sabemos que los
de Servicios de Protección Infantil te llevaron a Millerton un mes antes de que
vinieras a casa con nosotros.
Papá se nos une en el sofá, sentándose a mi lado. Exhala con un gruñido
cuando los cojines lo tragan. —A pesar de que ya no están, fue a discreción de
la agencia mantener tu adopción cerrada.
—Espera. —Mis ojos se deslizan para encontrarse con los suyos—. ¿Ya
no están? ¿O sea, están muertos?
La cabeza de mi padre cae, sus labios en una línea apretada. Sus ojos se
cierran por un momento, de la misma manera que lo hacen cuando se da cuenta
de que ha dicho algo que no debería. Cuando me mira de nuevo, frunce el ceño.
—Lamento que nunca te lo dijéramos… —Su mano acaricia la parte
trasera de mi cabeza—. Fuiste alejada de tus padres la noche que murieron en
un incendio.
—¿Incendio?
Una mano pequeña. Agarrando una muñeca. La sangre manchaba y se agrupaba
entre los dedos de tamaño infantil.
Esta vez no se trata de una visión, sólo de un sentimiento, como una
burbuja de aire hinchándose en mi pecho.
Mamá se inclina más cerca, su perfume dulce e irresistible inapropiado
para este momento tan pesado. —No sabemos mucho al respecto. Nos dijeron
que el remolque donde vivían se incendió... y fuiste la única sobreviviente. Los
bomberos te encontraron debajo de la cama.
Cierro los ojos, tratando de imaginarlo. La cama, el remolque, el olor del
humo, el calor del fuego, lo que llevaba puesto, cualquier cosa...
71

No tengo nada. No son más que palabras, como si escuchara la historia


Página

de alguien más. No traen a flote ninguna memoria, ningún sentimiento.


—Si estaban muertos… —empiezo, analizando la imagen—. ¿Por qué
tendría que ser una adopción cerrada? ¿No es eso para los padres que no
quieren ser encontrados?
La concentración de papá se desplaza hacia el retrato familiar de gran
tamaño, enmarcado en plata, colgando en la pared de enfrente, cerca del reloj
de pie. Tengo diez en la foto y aparezco con una sonrisa torcida en mi cara.
Siempre me he preguntado qué pensaba cuando tomamos esa foto; realmente
no lo recuerdo.
Papá se frota los ojos. —En la mayoría de los casos, sí.
—¿Pero…?
—Pero… debido a otras circunstancias, el director optó por lo contrario.
—¿Debido al incendio?
Papá sacude la cabeza con una expresión que no puedo identificar. —No,
Bellybutton. Debido a éstas. —Su dedo traza una línea por mi espalda, a través
de la ruta de las cicatrices que van desde los omóplatos hasta la parte baja de mi
espalda. Su mandíbula tensa.
Me volteo hacia mamá. Sus ojos marrones se estrechan con un destello de
tristeza.
—¿Mis padres me hicieron esto? —No reconozco mi voz; suena
estrangulada y a kilómetros de distancia. Los segundos pasan. Entonces ella
asiente y de repente se siente como si una canica se hubiera quedado atascada
en mi garganta—. ¿Cómo? —digo entrecortadamente.
—¿Cómo puedo saberlo? —pregunta, vacilante—. ¿O cómo sucedieron?
La frustración estalla dentro de mí. —¡Ambas!
Papá levanta una palma en el aire para intermediar. —Cuando los
bomberos te encontraron… esto —Voltea mi brazo y ojea la pulsera de cuero
envuelta alrededor de mi muñeca—, era nuevo.
—Recuerdo a una mujer —les digo, mi voz baja y áspera—. Ella solía
cantar para mí. —No lo digo, pero entienden a donde voy… no creo que ella me
hubiera hecho esto.
Papá inhala, centrándose en el marco de plata brillante. —Tu mamá sólo
72

lo asume. Si tus padres te lastimaron, nadie más que tú puede estar segura. Sin
Página

embargo, la agencia, en un esfuerzo de refugiarte de otras personas que


pudieran haberte conocido a través de una conexión con tus padres, decidió
que una adopción cerrada era mejor. Te protege.
Traducido por Niki
Corregido por Lizzy Avett’

No puedo dormir. Demasiados pensamientos revolotean por mi cabeza:


Lexi, Shane, el sobre de manila, el incendio, la cama, el remolque, mis padres,
McClellan.
McClellan.
Odio esto.
Me siento en mi escritorio y escaneo la habitación en azul con vida desde
mi ordenador. Elizabeth Lynn McClellan. Mi nombre. Durante seis años, ese
había sido mi nombre.
¿Quién era esa chica?
Repaso la información en mi cabeza, como si lo que he aprendido hasta
ahora hiciera totalmente posible llenar las piezas faltantes. ¿Cómo comenzó el
incendio? ¿Por qué sobreviví? ¿Por qué nadie más lo hizo?
Te protege.
Conecto el Internet, escribo el nombre completo, y pulso buscar antes de
que pueda pensar en lo que papá quería decir con eso. Una lista de enlaces
aparecen, sitios que contienen la totalidad o partes de mi nombre.
Incendio en Madison County deja a niña de seis años sin hogar, es la
primera, y la breve sinopsis envuelve el nombre de Elizabeth McClellan en
negrita. Hago clic en el enlace. Carga.
MADISON COUNTY, Idaho: Tres personas encontradas muertas a seis millas
al sur de Rexburg tras incendio que arrasó una casa en la comunidad de Friendly Hills
Mobile Estates.
Los bomberos fueron llamados al incendio justo antes de la medianoche del
73

viernes y encontraron el remolque envuelto completamente en llamas. Debido a la


intensidad de las llamas, los bomberos sólo pudieron entrar en la parte trasera de la casa
Página

móvil, donde encontraron a la niña de seis años de edad, Elizabeth McClellan,


acurrucada debajo de una cama.
El oficial de bomberos de Madison County, Jesse Kirkland, dijo que los
investigadores analizaron los restos carbonizados el sábado, determinando que el
incendio fue iniciado por un cigarrillo. También encontraron los restos de otras dos
personas, que se cree que eran los padres de la niña.
El alguacil adjunto Doby Hawkins, que también estaba en la escena, dice ningún
otro familiar ha sido localizado y la niña ha sido entregada de forma segura a los de
Servicios de Protección Infantil.
Mis padres deben haber leído el mismo artículo; que resume bastante
bien lo que me dijeron antes. Lo guardo en mi escritorio y a continuación, hago
clic en el botón de Atrás y examino las cortas descripciones de los demás
enlaces parcialmente coincidentes. Selecciono unos pocos, pero ninguno
aparece relacionado en absoluto conmigo. Supongo que los niños no son noticia
frecuente.

74
Página
Traducido por NnancyC
Corregido por Sofía Belikov

—¿Van a enviarme a un psiquiatra? —Coloco la tostada en el plato y las


migas se dispersan sobre la mesa—. ¿Para qué diablos?
En el comedor, Sara es la única que es ella misma, moviendo con la
cuchara el cereal al ritmo del bajo fluyendo desde su iPod hasta sus oídos. Ni
siquiera creo que escuchara lo que mamá acaba de decir.
Papá y mamá intercambian una mirada.
—Ellie, sabemos que estás atravesando algunas cosas en la escuela. Y con
esta información sobre tu adopción… —Mamá hace una pausa, dándole otra
mirada a papá. Sostienen una conversación silenciosa. Escucho cada palabra.
Mamá: ¿Estás seguro de que estamos haciendo lo correcto?
Papá: Mira lo que sucedió ayer. Claro que lo hacemos.
Mamá (asintiendo lentamente): Esto será bueno para ella.
—Pensamos que deberías hablar con alguien sobre lo que estás sintiendo
—continúa mamá—. Y no queremos que lo que te dijimos ayer cause otro…
incidente. —Me entrega una nota con un nombre y dirección—. Su nombre es
Dra. Parody. Tu cita es a las tres en punto. Tú padre y yo estamos ocupados en
el trabajo hasta las cinco, así que tendrás que ir sola. ¿Está bien?
Esto es tan estúpido. Como si el que me hayan dicho que mis padres
biológicos murieron en un incendio fuera motivo para darle un puñetazo a
alguien más. Ruedo los ojos ante mi desayuno. Sin pastelitos de nuevo.
—¿Puedo tener un pastelito?
75
Página
Traducido por Mel Markham
Corregido por Victoria

—Qué completa pérdida de tiempo.


Atravieso rápidamente la puerta de vidrio hacia el frío. Mi día entero ha
sido un desastre.
Un breve resumen: seis “chócala” —todos chicos desconocidos que
aparentemente consideran que meterse en una “pelea de chicas” es genial; cinco
miradas sucias —de parte de los amigos de Lexi, ¿de quién más?; cuatro
maestros cautelosos; tres ¿por qué lo hiciste? ; dos tareas extras de la señora
Gonzales, quien cree que debo disculparme con Lexi en español; y un novio que
apenas me dice tres palabras.
Oh, sí, y una psiquiatra que me sobornó con un Snickers para obtener
respuestas a preguntas como: ¿Y por qué crees que estás aquí, Ellie? Y, ¿siempre has
tenido pensamientos envidiosos?
Como si no hubiera asuntos más serios para discutir.
Dejé la oficina, tomé el camino largo rodeando la manzana hasta mi
coche, necesitando procesar el encuentro. Estuve en la oficina de la Dra. Parody
un total de treinta minutos —el tiempo suficiente para que me sermoneara
sobre las estadísticas del bullying adolescente (casi treinta por ciento de los
adolescentes está involucrado en incidentes de bullying), me diera agua para
calmar mi provocación (una de esas botellas pequeñas, ni siquiera del tamaño
normal), una larga lista de pruebas físicas que tengo que completar con mi
médico de cabecera antes de volver la próxima semana, y un saludo de
despedida.
Un saludo. Puaj.
La brisa sopla viento helado. Entierro las manos en los bolsillos y cruzo
la calle.
76

Le seguiré la corriente a la Dra. Parody, con su camisa desteñida y zuecos


Página

de madera, al completar las pruebas. Tal vez mientras esté allí mi doctor se dará
cuenta de lo que está mal conmigo, y entonces la Dra. Parody podrá
preguntarme cómo me hace sentir esto. También les seguiré la corriente a mis
padres, y regresaré la semana siguiente para discutir mi enemistad hacia Lexi
Perkins. Incluso llevaré la lista que mamá hizo ayer, solo para darle efecto.
Desde mi bolsillo suena mi teléfono. Lo saco rápidamente, pensando que
podría ser Shane llamando para pedirme que vaya a verlo o para decir que
lamenta no haberme hablado hoy, pero es un mensaje de texto de un número
desconocido.
Gwen, soy Griffin. Llámame.
Otro número equivocado. O tal vez es el mismo chico del otro día,
cuando Shane contestó mi teléfono. Apuesto a que ella lo conoció en el bar o
algo, le dio mi número en lugar del de ella. Una vez Dani le hizo eso a un chico
que le pidió su número en el cine, volteó los dígitos de su número así nunca
tendría que hablarle.
Borro el mensaje y deslizo el teléfono de nuevo en mi bolsillo. Después
del abrazo rígido que Shane me dio en la escuela, comienzo a sentirme mal por
lo que le hice a Lexi. Como si tal vez golpearla no fuera una de mis mejores
ideas.
Las tiendas de alimentos y telas mantienen las puertas de cristal abiertas,
una invocación para los clientes que, la mayoría de los días, prefieren el gran
centro comercial en medio de la ciudad que esas tiendas sin nombre. Es sólo
cuestión de tiempo antes de que cierren como los otros negocios en este lado de
la ciudad. Giro en la esquina y…
Auch.
Manos me estabilizan.
—Mierda, ¿te quemé? —dice una voz profunda.
—No exactamente —digo y mis mejillas se ruborizan porque nunca
había chocado contra el pecho de alguien así y es tan embarazoso como lo
imaginé. Recobro el balance y levanto la mirada. Un año o dos más grande que
yo, es alto, fácilmente más que 1,83, con cabello castaño que cae en sus ojos. Un
perno de metal sobresale de su ceja izquierda; un anillo pequeño se aferra a su
labio inferior.
Me alejo de su agarre suave, muy consciente del repentino zumbido en
mi pecho y el cosquilleo en mi nuca, y froto la mancha de ceniza negra de mi
77

manga. Lo miro a los ojos; él me mira. Entonces su cara se ilumina.


Página

—Gwen.
La palabra “no” está en mis labios, pero no puedo sacarla. Porque mis
ojos ya están rodando hacia atrás… atrás… atrás.
Pero
donde hay un monstruo,
hay un milagro.
—Ogden Nash.

78
Página
Traducido por Aleja E
Corregido por *Andreina F*

Me duele la cabeza más fuerte de lo que nunca antes había sentido: una
punzada aguda en el frente, un dolor sordo en la parte de atrás. Tengo el
estómago revuelto, la boca seca y rancia. No estoy segura de dónde estoy, pero
no puedo abrir los ojos. Todavía no. Cojines duros se presionan contra mi
espalda y por la forma en que estoy entrecerrando los ojos, puedo decir que
estoy en una habitación luminosa.
Otro desmayo.
No es que recuerde haber tenido uno, pero desde luego no recuerdo
haberme dormido. En realidad, ahora que pienso en ello, lo último que
recuerdo es estar con esa terapeuta. ¿Cuál era su nombre? ¿Dra. Parsons?
¿Proctor? ¿Paxton?
No importa.
El olor salado del tocino llena la habitación, mezclándose con el hedor a
cenicero que ha llegado a ser tan grueso como una nube por la forma en la que
está asaltando mi nariz. Desorientada, abro los ojos.
La fuente de humo está a la vista: un cigarrillo que se tambalea al borde
de un cenicero de cristal en la parte superior de una mesa junto a mí. No
conozco a nadie que fume. Algo no está bien, pero todavía necesito un minuto
para comprender esto plenamente. Me siento en un sofá que no reconozco, de
cuero blanco, pliegues agrietados, almohadas mullidas y rojas y con una manta
mexicana roja y negra sobre mí. A través de los martillazos de mi cabeza y la
estela de humo, examino la habitación.
Paredes de color beige, posters de bandas y tipos góticos enmarcados en
negro, algunas piezas de muebles, una silla roja de Ikea debajo de la ventana,
un escritorio con una portátil abierta, un soporte de televisión negro de tamaño
79

mediano adornado con otras pocas máquinas de tipo DVD y una gran cantidad
Página

de cables enredados y tendidos en el suelo.


Tapas de botellas ensucian el techo, dentro de masas espumosas,
forradas en formas de estrellas que viajan por todo el camino de un pasillo
estrecho donde hay dos puertas entreabiertas. A mi izquierda, hay una mesa de
madera con una especie de máquina de metal en la parte superior. Naranjas se
extienden por toda la mesa, con dibujos en ellas. ¿Arte con naranjas?
No tengo ni idea de dónde estoy. Conteniendo el aliento por un
momento, escucho en busca de pistas, pero el latido de mi corazón eclipsa
cualquier otro sonido. Me arrastro fuera del sofá y camino lentamente hacia la
ventana, notando que estoy usando una camisa que nunca he visto antes. Es
negra con un cráneo desgastado en el frente.
La vista por la ventana no me dice mucho. Estoy en algún tipo de
complejo de apartamentos. En el segundo piso, obviamente, por el tramo de
escaleras entre el edificio en el que estoy y el siguiente. El cielo es de un azul
brillante, ni una nube a la vista. Un patio de juegos se encuentra en la distancia,
entre dos brillantes zonas verdes rodeadas por más edificios idénticos a través
de un sendero.
—Buenos días, sol. —Oigo detrás de mí. Al no reconocer la voz
profunda, me doy la vuelta con las manos frente a mí.
—¿Quién demonios eres tú? —le digo a…
Espera. Lo conozco. No lo conozco, pero sé quién es. Es del centro, cuando
me iba del consultorio de la terapeuta. El tipo con el cigarrillo. Sosteniendo dos
platos de comida, está descalzo. Con unos vaqueros desgastados y sin camisa.
Oh, Dios.
—Divertido. —Sonríe y coloca los dos platos en la mesa, haciendo rodar
las naranjas garabateadas en una pila—. Hice el desayuno. Huevos y tocino.
—¿Tu eres...?2 —Una hoja de acero está de repente en mi tráquea. No
puedo decir las palabras que mi mente está gritando. Eres un extraño. ¿Por qué
estoy en tu apartamento?
—Cansadísimo. ¿Y tú? —Se sienta en la silla más cercana a mí. Lo miro,
sus movimientos casuales, su sonrisa floja, y cuando no contesto, gesticula al
plato en frente de él.
Retrocedo más lejos, hacia la ventana.
—No tengo hambre. —Doy una rápida mirada alrededor de la habitación
para ver si hay alguna evidencia de que he sido secuestrada. Pero no estoy
atada, la puerta parece desbloqueada y el tipo no luce ni cerca de como me
80

imagino que un secuestrador podría lucir.


Página

2 Ella se refería al verbo “ser” pero él pensó que era el verbo “estar”, ya que en ingles se
escriben igual.
Podría correr. Irme por la puerta y por el complejo gritando, pero no lo
sé. No puedo entender por qué, pero me siento segura aquí. Él se siente seguro.
—¿Por favor? Debes tener al menos un poco de hambre. —Tiene razón.
Estoy hambrienta. Poco a poco, arrastro mis pies hacia la mesa y con cautela,
me siento frente a él. Mis pies permanecen firmemente plantados en el suelo, a
un lado. En caso de que necesite escapar.
El tocino está blando al segundo en que lo recojo. Tomo un bocado con
cuidado, centrándome en cómo la sal hace agua mi boca.
—¿Me drogaste? —No quería decirlo en voz alta, pero salió de repente y
se quedó en la mesa entre nosotros. Puede que sea una pregunta estúpida, pero
no puedo imaginar de qué otra manera iba a terminar en el apartamento de un
extraño. Vistiendo su camiseta y durmiendo en su sofá.
Se ríe. Sus ojos son de color azul, incluso tal vez del tono exacto que los
míos. Casualmente, mete un bocado de huevos en su boca. Me doy cuenta de
que tiene los labios muy llenos cuando se lame una miga de color amarillo de
ellos. —Sólo tomaste dos cervezas. ¿Tienes resaca?
¿Cervezas? ¿Resaca? Me siento como si estuviera atrapada en un
horrible, horrible sueño. Uno del que no puedo salir.
—Tengo un dolor de cabeza —admito con sinceridad. Asiente, dejando
su tenedor, luego se levanta y agarra un frasco blanco de la barra del bar a su
derecha. Mis ojos se apartan nerviosamente de su pecho desnudo.
Abre el frasco —¿Dos o tres?
—Eh… —“Ibuprofeno”, se lee en la etiqueta del frasco—. Dos. —
Extiendo una mano—. Gracias.
Pone la medicina en la mesa y desaparece en la cocina. —¿Jugo o leche?
—me dice desde la otra habitación. Y con él fuera, mi sentido común
repentinamente aparece. La adrenalina llega a través de mí como un misil.
Miro la puerta.
—Eh… —Me levanto rápidamente de la silla lo más silenciosamente
posible—. ¿Qué tipo de jugo es? —Veo a través de la hendidura por donde
desapareció mientras cruzo la habitación. Mis zapatos están apoyados al pie del
sofá. Se chocan mientras los levanto.
81

—No hay de naranja. Pero tengo manzana o arándano.


Página

—¿Se puede mezclar manzana y arándano?


Se ríe. —Claro.
Llego a la puerta y tiemblo. Está cerrada con un cerrojo de seguridad. El
metal frío quema mis dedos. Giro la cerradura. Poco a poco. En silencio. El
cerrojo está casi liberado. La presión de la puerta no está dispuesta a ceder en el
último pedacito. Entonces, lo siento caminando hacia la habitación.
—¿A dónde vas?
Giro sobre mis talones, mi piel raspando contra la alfombra. Con el pomo
aún en mis manos.
—Lo siento. No me puedo quedar para el desayuno. —Aprieto mis
manos con tanta fuerza que me duelen los nudillos—. Me tengo que ir. ¿Te
llamo más tarde? —Agrego lo último por si acaso. Todavía no tengo ni idea si
estoy aquí bajo mi propia voluntad o no.
Baja el jugo, luego cruza la habitación, agarrando un juego de llaves de la
mesa en el camino. Un tatuaje tribal en negro sólido serpentea por el lado de su
torso.
Por favor, no digas que me llevarás a casa. Por favor, no lo hagas.
—Te veré por ahí, Gwen.
Estoy tan sorprendida por su última palabra, por el nombre que me
llamó, que no reacciono como debería cuando da un paso más cerca, se inclina
hacia abajo, y presiona sus labios suavemente contra los míos.
¿Gwen?

No corro, a pesar de que hay una parte de mí que piensa que debería.
Con las piernas temblorosas, sigo el delgado camino de concreto a través de
unos pocos edificios, pasado un gimnasio de selva colorido, donde espero que a
la vuelta de la esquina esté un estacionamiento con mi coche.
Mis llaves tintinean con el temblor incontrolable de mi mano. El cemento
82

no está húmedo, pero tengo frío en mis pies descalzos. Huelo a humo y mis
Página

zapatos siguen en mis manos. Básicamente, soy un desastre.


Y luego pienso en mis padres. Y en Shane. Y me doblo, dejando escapar
un grito doloroso. ¿Qué pensaba? ¿Yendo a la casa de un extraño? ¿Pasando la
noche?
Ya lo sé antes de pensar en ello: No pensaba. No era nada. Absolutamente
no me hallaba presente, consciente o decisiva sobre lo que pasó ahí.
Mis padres me van a matar.
¿Tal vez les llamé? ¿Tal vez piensan que me quedé donde Dani?
Giro por la esquina para encontrar una piscina comunitaria, una puerta
blanca la rodea, en vez del estacionamiento. Mierda. Retrocediendo unos
metros, me voy por otro camino. Me lleva más allá de la oficina de los
apartamentos y un cartel con su nombre grabado: Whisper Ridge. Me estremezco
ante las palabras, y por la familiaridad de ellas. Sólo que hoy se ven más sucias,
sin el sol reflejándose en sus letras blancas.
Ese día, el camino, la señal… mis rodillas empiezan a fallar y me apoyo
contra un árbol. Me estaba yendo de aquí. No quiero que sea cierto, pero no sé
qué otra cosa podría ser.
Cinco minutos más tarde, encuentro el estacionamiento y mi coche
aparcado junto a un Jeep viejo y oxidado.

83
Página
Traducido por Zafiro
Corregido por Gabbita

Me detengo en la puerta principal, el picaporte de metal congelado en


mi puño. Dentro, mamá está hablando con alguien, sus palabras rápidas y
agudas. Solo habla así cuando está apurada o preocupada por algo.
Espero que esté en un apuro.
Vacilante, preparo mis rasgos de la manera más confiada que señala que
vengo de la casa de Dani, y cuento hasta tres.
Luego empujo.

84
Página
Traducido por Moni
Corregido por Paltonika

—¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! Estás viva. ¡Cariño, estás viva! —Mamá
lanza el teléfono y corre hacia mí antes de que incluso cierre la puerta principal.
Tal vez no llamé.
—Por supuesto que estoy viva, mamá. —Bloqueando gentilmente sus
manos—. ¿Por qué no lo estaría?
—¡Jeff! ¡Está en casa! —grita mamá hacia la cocina—. ¡Ven aquí!
Papá aparece en un parpadeo, su expresión en una mezcla de enojo,
confusión y alivio. —¿Alguien te lastimó? Dime justo ahora si alguien te hizo
algo. —Tiene su celular en las manos, el pulgar cerniéndose sobre los botones.
Esto es más difícil de lo que pensé. Mantener una cara casual cuando
todo lo que quiero es rendirme ante sus preocupaciones parentales. Hundirme
en sus abrazos protectores. Pero tengo que fingir como si hoy fuera un día tan
normal como cualquier otro.
Cruzo los brazos sobre la calavera de mi camiseta. —Solo fue un día,
chicos. Cálmense.
—¿Un. Día? —espeta mamá. Mis ojos encuentran los suyos y nunca se
habían visto tan profundos. Tan fríos. Penetrantes. Miro a papá. Y entonces, las
escucho: tres palabras que dice Sara desde la parte superior de las escaleras.
Tres palabras que le roban toda fuerza a mis piernas. Tres palabras que me
hacen querer desaparecer.
—Intenta con tres.
85
Página
Traducido por Aleja E
Corregido por Valentine Rose

Tres días. Me fui por tres días. Por lo que hoy es jueves.
Al parecer, mamá y papá pensaron que escapé al rebelarme por
enviarme a un psiquiatra. Como si eso fuera motivo para huir. Aun así, daría
cualquier cosa para que fuera así. Al menos de esa manera yo habría tomado la
decisión. Conscientemente.
A las diez de la noche del martes, después de confirmar con la Dra.
Parody que, de hecho, me había aparecido en mi cita, y después de llamar a un
puñado de amigos, y a Shane, la policía fue contactada. Y aquí viene lo bueno:
dado que era una adolescente sospechosa y fugitiva, la policía de Portland no
me registró como una desaparecida crítica. No crearon una búsqueda en mi
nombre. Preguntaron en mi escuela. Mi nombre y descripción fueron
introducidos en la base de datos de personas desaparecidas para ser puesta
como una fugitiva si me encontraban. También una Orden General de
Búsqueda fue puesta en mi coche, porque no estaba. Lo que significaba que la
policía sabría a quién pertenecía si era encontrado abandonado.
Así que todo el mundo solo se quedó sentado, esperando para que
volviera a casa. Con todo el sistema de excelencia que los oficiales de Portland
tienen. ¿Qué si realmente hubiera sido secuestrada? O peor aún, ¿si tenía asma,
diabetes o algo así? ¿Qué si me hubiera caído en un acantilado y estuviera
herida de gravedad? De acuerdo, no hay acantilados en Portland, pero la idea
se entiende. Es preocupante cómo los fugitivos son menospreciados tan
fácilmente.
La voz de papá hace eco por el pasillo desde la oficina de mamá. Está
muy molesto. No lo digo sólo por sus palabras, sino por el tono mordaz de
ellas.
86

—Sabía que no castigarla fue un error. Necesita una guía, organización y


disciplina.
Página

Mamá sigue enojada, pero al menos no suena así al responderle a papá.


—Cariño, sabes lo que acordamos cuando llegó aquí.
—¡Tiene dieciséis años! No importa su pasado, tenemos que ser sus
padres. No sus amigos. ¿Ves lo que causa tomar las cosas con calma?
—Lo sé. Lo sé. —Me imagino las delicadas manos de mamá alzarse en
señal de rendición—. Pero al igual que la agencia dijo, tenemos que tener
cuidado con ella.
Me recuesto en el sofá. Cerrando los ojos, me desconecto de ellos y trato
de recordar algo de los últimos tres días. Tres. Días. Es la pérdida de memoria
más larga que he tenido. Los recuerdos más largos que me faltan. He recorrido
mi mente una y otra y otra vez. Recuerdo chocar contra el chico de ojos azules,
después de irme de la oficina de la terapeuta, y despertar tres días después.
Chocar contra él… despertar. Chocar… despertar. Chocar… despertar.
No hay nada entre medio. Como si no existiera.
¿Cómo es siquiera posible?
Quizás Shane tenía razón, tal vez hay algo médicamente mal conmigo.
¿Cuáles eran las causas que decían en ese sitio web? ¿Una aórtica del corazón o
algo así?
Suavemente, presiono los dedos sobre mi corazón, contengo la
respiración, y siento el latido tenue bajo la tela de la camiseta.
Unos pocos minutos, unas pocas horas, ahora unos pocos días… ¿Estos
lapsos de tiempo que faltan van a seguir haciéndose más y más largos? ¿Se
convertirán en semanas, luego en meses, luego en años, hasta que, un día, no
despertaré en lo absoluto?
El latido contra la punta de mis dedos se acelera. No puedo permitir que
eso suceda. Tengo que resolver esto.
A mi lado, un cojín del sofá rebota.
—Siempre pensé que sería emocionante huir. —El sarcasmo cuelga en el
tono de Sara—. Pasar la noche en el parque o en una tienda de colchones o algo
así. —¿Ahí es donde piensa que me encontraba, durmiendo pacíficamente en
un colchón cómodo de dos plazas? Mastica un puñado de palomitas. Le doy un
codazo para hacerle derramar un poco de la bolsa.
—No hui, Sara.
87

Su nariz se arruga como un ratón. —Así que, ¿ahora eres lo


suficientemente mayor como para tomar vacaciones sola?
Página

Vacaciones. Claro.
—Tienes frenillos —le digo, tomando la bolsa de su mano—. No puedes
comer esto.
Me quita la bolsa con un movimiento brusco de su brazo. Si no estuviera
tan cansada, habría tenido reflejos más rápidos.
—Esa es la mejor parte de ti estando en problemas —dice ella—. Puedo
hacer lo que quiera. Ayer por la noche me quedé despierta hasta las dos de la
mañana comiendo las galletas de papá y nadie dijo nada. Ni siquiera se dieron
cuenta de que no estoy en la escuela. —Usando su dedo, saca una semilla del
metal de su boca—. Así que, ¿dónde estuviste?
Aprieto las piernas contra mi pecho. —No tengo ganas de hablar de eso.
Abarrota otro puñado de palomitas en su boca. —Drea dijo que Shane
faltó a la escuela para poder buscarte.
No puedo pensar en él todavía. No puedo pensar en lo mucho que lo
extraño, o en lo confundido y preocupado que debe estar en este mismo
momento. —Mmh. —Suspiro y cierro mis ojos. Por lo menos el dolor de cabeza
se ha ido.

Sara es enviada a la casa de la abuela por unos días.


Después de restringir mis privilegios con el coche para ir a escuela y
volver, castigándome por el resto del año escolar, y contactar a todos mis
maestros para conseguir una lista de las tareas que me salté, mamá y papá
insisten por enésima vez esa noche que les diga dónde estuve.
Me peino el cabello con los dedos. —No sé qué más decirles. No me
acuerdo. Estaba en el consultorio de la terapeuta, después caminaba hacia
mi coche, y luego…
Papá deja con fuerza el vaso de agua en el mostrador. El agua chapotea,
regándose por el costado y entre sus dedos. —Podríamos terminar con esto
si simplemente fueras honesta.
88

—Estoy siendo honesta.


Página

—No —espeta—, porque todavía tienes que decirnos por qué te fuiste y
dónde te quedaste. —Nunca en mi vida he oído a papá hablarme tan
severamente. Lo más cerca fue cuando, hace apenas unos meses, me olvidé de
recoger a Sara de la escuela. Shane y yo estábamos corriendo cuando perdí la
noción del tiempo.
Apoyo la cabeza contra el mármol frío y la palabra "mierda" se hace eco
en mi mente una y otra vez, porque, mierda, intento ser honesta con ellos, pero
no sé cómo decirles acerca de las pérdidas de memoria, sin explicar el
apartamento del chico misterioso. Y sobre todo, no sé cómo decirles eso. Perder
el tiempo es una cosa, pero perder el tiempo para pasar tres días con un extraño
me hace uno de esos niños que los padres lamentan haber adoptado. Y no soy
así.
Supongo que lo soy. Ahora.
Mi respiración forma una nube redonda sobre la encimera.
Obviamente no importa lo que diga; no me van a creer. —Está bien. Dormí en el
parque.

89
Página
Traducido por NnancyC
Corregido por Lizzy Avett’

Nunca he sido tan popular: cincuenta y seis llamadas pérdidas y el


correo de voz lleno.
Veinte mensajes de por sí son un montón para examinar
cuidadosamente, y me siento tentada a borrarlos todos sin escucharlos, pero
presiento que habrá alguno que refrescará mi memoria u ofrecerá una pista de
lo que sucedió.
Los primeros diez mensajes, todos dejados el martes, son de mis padres,
Dani y Shane, preguntando dónde estoy. Por sus tonos casuales, obviamente no
se encontraban preocupados por mí. Aún. Sólo pensaban que debía haber una
confusión con mi paradero. Otros dos son de Shane, del miércoles. Su voz suena
tensa, y en ambos se disculpa por pasar tanto tiempo con Lexi. Como si ese
hubiera sido mi motivo para marcharme.
Los ocho restantes son de mamá y papá. Suplicando que vuelva a casa.
Diciendo que lamentan haberme enviado con la Dra. Parody sola. Pensando
que todo es culpa de ellos.
Me siento en la cama y presiono el número de Shane. No tengo idea de lo
que planeo decirle o cómo explicarle el que estuviera desaparecida por tres días
sin sonar culpable. Porque, en la tranquilidad de mi cuarto, me siento más que
culpable. ¿Cómo pude engañar a Shane? ¿Incluso cuenta como engañar,
teniendo en cuenta que no fui yo quien tomó la decisión?
Es sólo una teoría, pero ese último beso con el chico de ojos azulados y la
camisa negra enorme con la que desperté son muy incriminadores si me
preguntan.
Tres tonos. Y luego su correo de voz.
—Estoy en casa. Llámame… te amo.
90
Página
Traducido por Moni
Corregido por Meliizza

El caer de la noche debería llamarse el ascender de la noche.


Estoy acostada y despierta en mi cama, y miro líneas blancas y
ondulantes serpenteando a través del techo. Comienzan en la ventana y cada
vez que parpadeo se acercan más y más, rompiéndose en más líneas. Vienen
por mí, y las dejo porque cuando cierro los ojos, el espectáculo no es ninguna
salvación para traspasar las sombras de la luna.
Líneas. Soy tragada.
Y entonces: Gwen.
El nombre me encuentra de nuevo.
Me acecha.
Lo he oído tres veces hasta ahora. Las primeras dos simplemente un
número equivocado, pero combinado con Ojos Azules llamándome de la misma
manera… No puede ser sólo un golpe de suerte.

91
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Traducido por Fany Stgo.
Corregido por Diss Herzig

La mañana no alivia el malestar en mi pecho; es más, las manos enormes


que me aprietan y sofocan lo cuadriplica. Un plato de panqueques, huevos y
rebanadas de guineo aparece en la mesa frente a mí, el aroma del perfume de
mamá siguiéndolos. Me mira, y luego a los panqueques.
—No estaba segura de si los querrías hoy —dice sin sonreír. Sara toma
asiento a mi lado, y no sé cómo responder a eso; siempre me han gustado los
panqueques.
—Gracias —murmuro y llevo el vaso de jugo de naranja a mis labios. El
aroma agridulce llena mi nariz, y de repente soy sacudida con el destello de
algo. ¿Un recuerdo? No lo sé, pero se siente tan lejano que apenas puedo
comprenderlo. Mi pecho se expande y al mismo tiempo, me siento como si
hubiera algo en mi garganta, provocando una arcada.
Nada grande. Sólo una flor. O una estrella. Inclusive un punto molestaría a
Ellie.
Levantando un poco su pulsera de cuero, acerco la aguja a mi muñeca.
Desearía poder dibujar una calavera. Dos. Con llamas y sangre saliendo de sus
ojos. Así es como probablemente lucían. Ambos, yaciendo sobre esa triste excusa de sofá.
¿En serio? ¿Quién usa un colchón como sofá?
Al parecer, perdedores como ellos.
Mi pie se desplaza hacia el pedal debajo, y la máquina de tatuajes comienza a
zumbar. La cicatriz aún luce como un ciempiés: una línea con dos columnas de puntos
blancos a los lados, en donde los paramédicos me cocieron.
A veces deseo que no me hubieran encontrado. Esos hombres. Que me hubieran
dejado morir. A veces lo deseo.
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Un rayo. Eso es lo que haré. Lo suficientemente largo para cubrir la cicatriz.


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Una risa brota de mis labios. Dios, ojalá pudiera haber visto la cara de Ellie cuando
encontró el árbol. Probablemente lloró. Siempre lo hace.
Tan llorona. Probablemente también lloraría por esto.
La aguja se acerca incluso más. Aprieto los dientes, lista para pasarla sobre mi
piel justo como Griffin me enseñó, cuando entra al cuarto.
—¿Qué es tan gracioso? —Tiene una sonrisa en el rostro y dos bebidas en las
manos. Sus dedos sujetan firmemente los vasos. Me gusta cómo se ven sus dedos. Son
largos. Dedos de un artista. Sus nudillos no son blancos, pero lo serían si los apretara. Y
entonces parecerían…
Necesito dejar de mirar sus manos. No son suyas.
No son suyas.
Asiento hacia el vaso con el mentón. —No quiero eso a menos que tenga Jack. —
La mesa mantiene firmes mis codos. Me enfoco en mi muñeca. Más cerca. Más cerca.
Se sienta a mi lado. —Te serví un poco —dice, descansando su palma en mi
brazo, hacia donde está apuntando la aguja. Suave. Sin abrir mi piel. O empujándome.
Sin dolor. Aún así, me estremezco—. Si quieres otro más, déjame hacerlo. No es
exactamente fácil hacerlo sola.
Levanto mi pie del pedal y los zumbidos se detienen. Mi muñeca hormiguea bajo
su toque, cada uno de sus dedos enviando una descarga de escalofríos por mi piel. Creí
que al tatuarme podría impresionarlo. Pero no luce impresionado. No como la vez que
estuvimos en el río. Con esa sonrisa enorme. Los ojos amplios.
El metal resuena contra la mesa mientras bajo la máquina. —La verdad es que
no quería otro —digo, desplazando la mirada de sus manos hacia su rostro—. Sólo
jugaba un poco.
Sus ojos encuentran los míos y enderezo los hombros. La confianza es la clave. Si
me siento derecha, mirándolo sin vacilar, me creerá. Ha funcionado con los padres de
Ellie: nunca me cuestionan.
Griffin sonríe, y entonces alarga el brazo más allá de mí, hacia una naranja; la
última que tatué.
—Genial. —Traza las ramas del árbol. La tinta negra no se corre bajo sus dedos.
Está inyectada lo suficientemente profundo como para quedarse allí por siempre. O
hasta que la naranja se pudra. Sin embargo, lo admito: soy bastante buena dibujando
árboles.
—Es todo lo que dibujaba de niña
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Griffin alza una ceja. —¿Por qué árboles?


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Me enojo de hombros. No sé qué decirle. Quizás con el tiempo. —No había


muchos árboles donde crecí. —Mi voz titubea. Odio no tener la fuerza para contárselo,
pero algo se atasca en mi garganta siempre que pienso en ese entonces—. Nuestro
pueblo era algo plano y desierto. Siempre deseaba que hubiera árboles alrededor. Algo
para escalar.
Y escapar. Algún lugar donde él no me encontrara.
Griffin asiente, sus ojos aún en la naranja. Entonces señala una línea en el
tronco. —¿Ves esto de aquí, donde la tinta se corrió? Eso pasa cuando apartas la mano
con suavidad. —Coge el libro que ha estado leyendo toda la tarde: El arte del siglo XX, y
levanta otra naranja—. Déjame mostrarte. —Se arrodilla frente a mí, su camiseta
rosando mi brazo. Empieza a levantar la pistola de la mesa, pero lo detengo.
—Ayúdame a hacerlo esta vez
Vacila, y entonces una sonrisa aparece en su rostro. La forma en que sus ojos se
deslizan sobre mí —mis ojos, nariz, y labios— envía una sacudida de algo poderoso a
través de mi cuerpo. Al igual que un torrente de agua helada. Me siento viva. Toma la
máquina y mi mano derecha en la suya.
—Un ángulo de cuarenta y cinco grados. —Inclina la aguja, y luego señala el
pedal bajo la mesa—. ¿Lista?
Asiento y coloco el pie sobre el pedal.
—Lento y firme.
Presiono y la aguja comienza a vibrar, moviéndose de arriba hacia abajo.
—Desplázate por la cáscara, no profundices. Eso es lo que suelta demasiada tinta
—Su rostro está cerca del mío, su aliento agitando mechones de cabello. Juntos,
dibujamos un zigzag, luego una espiral y luego un corazón—. ¿Ves? —Levanta el
mentón con aire de suficiencia.
—Sin piscinas —digo luego de limpiarme el exceso de tinta con una servilleta.
Su lengua se desliza con rapidez por el aro en su labio, y después de unos segundos, no
puedo tolerar el espacio entre nosotros. Tomo su rostro entre mis manos y presiono mi
boca contra…
—Ellie. Tierra a Ellie.
Parpadeo. Sara está sobre mi rostro, mirándome con los ojos
entrecerrados.
—¿Escuchaste a mamá? Te preguntó si hiciste toda tu tarea anoche.
—Sí —murmuro, pensando en el nombre de Griffin una y otra vez. Es el
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nombre del chico que me envió un mensaje anoche. Le envió un mensaje a


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Gwen. Y aquel libro de arte. Lo encontré en mi auto el otro día. Estoy segura.
Me encuentro con los ojos de mamá, marrones y preocupados.
—Sara, cariño —dice forzando su voz maternal—. Ve a peinarte.
Pareciera que tuvieras un nido de pájaros.
Mi hermana asiente, dejando la mesa sin hablar. Mamá toma su lugar y
junta las manos sobre la mesa.
—Ellie, te preguntaré esto una vez y quiero que seas completamente
honesta conmigo.
Por favor, no me preguntes dónde me encontraba de nuevo.
—¿Estás consumiendo drogas?
¿Qué? ¿En serio? ¿Esa es su pregunta? —No. Puedo decir que
honestamente nunca lo he hecho, nunca lo he tratado. Lo juro.
Las líneas en su frente desaparecen lentamente, y sorprendentemente,
sonríe. —Muy bien entonces. —Toca ligeramente la parte trasera de mi mano
con sus uñas—. Concéntrate en la escuela.
Hago lo que dice porque necesito tiempo para pensar, para averiguar
qué es lo que acabo de ver. ¿Fue un recuerdo? ¿Un sueño? ¿Una alucinación?
¿Es natural hablar contigo misma ese tipo de cosas? ¿Cómo si fueras otra
persona?
En el fondo, se siente como algo más. Pero si lo es, significa que hay algo
mal conmigo.
Y no quiero que haya nada malo conmigo.

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Traducido por Estivali
Corregido por Eli Hart

La calle de Shane está dormida, las cuatro casas a oscuras, cubiertas por
escarcha que brilla con la luz del sol. El callejón es largo y está en pendiente,
dejando las casas de Shane y Lexi, lado a lado, al final. Son casi iguales, con
puertas gigantescas, demasiadas ventanas, y vallas que pareciera que están
tomadas de las manos. La entrada de Shane luce como si estuviera frunciendo
el ceño y sonrío, porque yo también lo haría si tuviera que tocar la casa de Lexi
todo el tiempo.
Echo un vistazo hacia mi muñeca, preguntándome una vez más si lo que
vi sucedió realmente. Sí que había naranjas tatuadas en la mesa del
departamento en el que desperté, y sé por hecho que el chico bebía; dijo que
bebimos la noche anterior.
O… Tal vez mi mente intenta dar sentido al chico en cuyo departamento
desperté el otro día: dándole un nombre, una historia y tal vez un poco de
cierre.
Pero estoy lejos del cierre, mientras siga aquí, adentro de mi auto con aire
caliente. Me doy cuenta de que tengo que averiguar si Griffin es real, si sus ojos
azules coinciden con los que me miraban intensamente antes de llamarme
“Gwen” y presionaron sus labios contra los míos.
La camioneta de Shane está estacionada en la entrada y Lexi está
inclinada sobre él, con una bufanda color rosa envuelta en el cuello, y el
maquillaje apenas ocultando el moretón. Juzgando por la mueca que me da
cuando bajo del auto, es seguro decir que sabe que he vuelto.
—Tienes que ser muy descarada para venir aquí —dice, su voz cada
pedazo de perra que recuerdo. Hoy no me siento mal por cambiarle el color de
la cara.
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—Como sea. —Me cruzo de brazos para protegerme del frío—. ¿Dónde
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está Shane? —Justo cuando pregunto, la puerta de la casa se cierra. Shane se


congela cuando me ve, mirando su camioneta, luego mi auto, después a Lexi y
otra vez a mí.
—No tengo nada que decirte —dice, caminando hacia su camioneta.
Tiene una capucha sobre la cabeza, su respiración sale como humo, y con el
gruñido en sus palabras, me siento como si apenas lo conociera.
—Escucha, Shane. —Doy un paso hacia él—. Sé que estás enojado, pero
puedo explicarlo.
—¿Enojado? —Deja escapar una risa aguda, abriendo la puerta—. Me
subestimas. —Entra al auto, y desbloquea la puerta de Lexi. Ella esboza una
sonrisa mientras sube. La camioneta desaparece por la calle. Cada vez la veo
más y más borrosa, hasta que no puedo verla a través del agua acumulada en
mis ojos.

Dos años y medio aquí en West Haven y, por primera vez, veo los
pasillos realmente como son. Sin aire, llenos de gente y malolientes. Un revoltijo
de gente que trata de encajar, quien ya encaja, y a quienes no les importa
hacerlo.
Y luego estoy yo: la chica que ya no encaja, porque es la chica que huyó.
Basado en lo que he escuchado, es lo que todos piensan. Supongo que es mejor
que la verdad: me estoy convirtiendo en una paciente mental.
Tomo mi teléfono y le mando un mensaje a Dani. Estoy en la escuela,
¿Dónde estás?
Pasa un rato. Me apoyo en los casilleros, esperando. Entonces mi teléfono
suena.
Llego tarde. Guárdame un asiento en inglés
Como si fuera un día normal. Por eso la amo. Mi teléfono vuelve a sonar.
¡Por cierto, tienes que darme serias explicaciones!
Ha pasado mucho tiempo desde que caminé por este pasillo sin Shane o
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Dani: el brazo de Shane sobre mi hombro, la risita de Dani cada vez que Jason
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Regel nos pasaba para ir al gimnasio. Me envuelvo con los brazos, quedándome
cerca de la pared. Alejándome de los susurros y miradas. Me rodean. Divertido.
Curioso. Pero no me sorprende. Disfrutan del hecho de que Shane está
caminando con Ian a unos metros frente a mí.
La mitad de los estudiantes disfrutan, el perverso entretenimiento de la
incomodidad de una pareja que ha estado junta desde siempre. La otra mitad
luce como si sintiera pena por mí, con sus cabezas balanceándose y sus caras
tensas. Golpeé a Lexi Perkins. Tal vez por eso están mirando. O porque la
policía estuvo husmeando, preguntando por mi paradero.
Shane está utilizando mis pantalones favoritos. Grises, debajo de las
caderas. Con las manos en los bolsillos. Ian entra a la clase del señor Cohen,
dejando a Shane. Saluda a un grupo de segundo año, entonces, unas puertas
más allá, entra a la clase de la señora Vogt.
Cuando entro, unos segundos después, él ya está sentado en la esquina
trasera del salón, lo más lejos posible de donde normalmente nos sentamos
debajo de la ventana. No lo llamé por tres días, así que entiendo el por qué está
enojado, pero por su mirada dura y la manera en que sus ojos observan todo,
menos donde yo estoy parada, parece algo más.
Empiezo a caminar en su dirección, pero cuando lo hago la profesora
Vogt dice—: Buenos días, clase. —Y estoy obligada a sentarme. La clase es una
nube de lectura de poesía y discusiones de nuestras autobiografías, y paso la
primera mitad de la clase con la cabeza entre las manos.
A la mitad de la clase, alguien me toca el hombro. Esperaba que fuera
Dani, pero la voz que susurra—: ¿Los encontraste? —No es la suya. Es Sadie
Mullen. Me doy vuelta lo suficiente para poder mirarla sin ser atrapada por
señora Vogt. Recorre su dedo de arriba a abajo por la extensión purpura de su
cabello.
—¿Eh?
Sadie arruga la nariz, aplastando sus pecas. —Tus padres… digo, tus
padres biológicos. Escuche que te escapaste para buscarlos. —Un rumor.
Genial.
—Estás muertos —digo sin ningún sentimiento. Mi atención vuelve hacia
la mancha en la camisa de la señora Vogt. Probablemente café.
Me vuelve a tocar. —Lo siento.
—No lo sientas —susurro, copiando la tarea de lectura que la señora
Vogt escribió en la pizarra.
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—Debe ser duro.


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Asiento educadamente, sin molestarme en decirle que no tengo ningún


recuerdo de ellos, así que no lo es. Tampoco me molesto en preguntarle por qué
me habla. No somos exactamente amigas, ya que pasa la mayor parte de su
tiempo siendo la sombra de Lexi.
—Quiero decir, ustedes estuvieron juntos por, seis meses o algo así.
Recuerdo cuan miserable me sentí cuando rompí con Nick, y solo estuvimos
juntos por…
Me doy vuelta y pongo mi mano en su antebrazo.
—Espera. —Trago, repasando sus palabras—. ¿Qué acabas de decir?
Su cabeza se inclina hacia un lado. —¿Tú y Shane? —susurra, mirando en
su dirección—. ¿Rompiendo? Decía que tiene que ser difícil. Ustedes eran, la
pareja perfecta.
Sus palabras son como rocas lanzadas contra una ventana. Sonando
demasiado fuerte para tener sentido. ¿Shane y yo?
—¿Rompimos? —Las palabras son como lodo en mi boca. Asqueroso.
Frunce sus labios en una sonrisa simpática. Me doy vuelta. No sabe de lo que
está hablando. Seguramente él está molesto, pero solo porque no lo llamé en
días. Probablemente sea solo otro rumor.
Miro el reloj por el resto de la clase, contando lo segundos. Un minuto se
convierte en dos, tres, cuatro. Justo cuando estoy empezando a desesperarme, el
timbre suena. Todos salen con urgencia. Mi estómago se retuerce.
Antes de estar lista, antes de tener la posibilidad de tomar aire y pensar
en lo que voy a decir, Shane se levanta, arrojando la mochila sobre su hombro.
Me levanto, tirando del dobladillo de mi camisa y poniendo una sonrisa en mi
cara. Una que él no ve ya que pasa por mi lado, ignorándome completamente.
—Shane. —Lo sigo. Se pone rígido, pero no se da vuelta.
—No quiero hablar contigo. —Las palabras me golpean como bandas de
goma, cada una más dolorosa que la anterior. Camina más rápido, Jason se une
a él en la puerta, mirándome con un movimiento de cabeza.
—¿Qué hice? —digo desesperada. Entiendo que esté enojado, desaparecí
por unos días. Estaría molesta también. Pero, ¿realmente tiene que fingir que no
existo? ¿No estaba preocupado por mí o preocupado que de fuera secuestrada?
De la nada, se da vuelta.
—No te molestes en negarlo, Ellie. Tengo pruebas
Este no es el Shane que yo conozco. Me hundo en mis zapatos. —
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¿Pruebas de qué? —Mi voz se quiebra, lo cual odio.


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Suspira, pulsa algunos botones en su celular. El mío suena en mi bolsillo.


Se va con Jason a su lado.
Desorientada, saco mi teléfono. Un mensaje con una imagen me
devuelve la mirada. El teléfono se desarma por el impacto con el suelo, piezas
de plásticos esparcidas alrededor de mis pies.

—Ellie. Mierda, ¿qué paso?


Dani se acerca, sus ojos desplazándose desde las piezas de mi celular y
mi cara. Sigo de pie en el pasillo de nuestra clase de inglés.
—¿Estás bien? —Mueve el pie, juntando las piezas en una pila—. ¿Por
qué estás llorando? Oh, Dios mío, estás temblando.
La imagen. Es todo lo que puedo ver: cabello café desordenado. El abrigo
naranja oxidado. Mi sonrisa torcida y mi brazo estirado para tomar la foto. Sus
ojos cerrados, los míos abiertos sosteniendo mi cara entre sus manos. Y nuestros
labios… tocándose… De la manera en que solo había besado a Shane.
La foto. Grabada en mis ojos. Siento que cada parte de mi cuerpo se
agrieta, amenazando con romperse en mil pedazos. ¿Cómo pude haber hecho
eso? Besar a otro chico, ese chico de Whisper Ridge, ¿y no saberlo?
—La foto. —Mis palabras rebotan en mi cerebro, seguido por el beso. Pero
no quiero decirlo en voz alta. No quiero que se convierta en algo real.
Dani deja de mover el pie. Lo que significa que sabe exactamente de qué
foto estoy hablando. ¿Shane le mostró la foto? ¿Se la mostró a todos?
Considerando los susurros y las miradas, alguien lo hizo.
—Vamos. —Se va, dejando las piezas del celular en suelo, y tirando de
mi brazo hacia el baño. El aire frío choca contra mi rostro y se cuela por mi
cuello, y me apoyo contra el borde del lavabo, esperando a que empiece a
explicarme. En cambio. Me señala—. Está bien, estoy muriendo por saber sobre
el chico nuevo, ¿dónde diablos lo conociste? ¿Y qué tiene él que Shane no
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tenga? Porque tienes que admitir, que tú y él eran perfectos juntos, y también:
¿Por qué decidiste escaparte con él por tres malditos días y no llamarme ni una
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sola vez? Estás un poco pálida en este momento, pareciera que fueras a vomitar
todo tu desayuno, así que supongo que esa explicación puede esperar. —Sus
hombros caen y su mochila de desliza hasta su codo. Se sienta en el suelo,
arrugando la nariz al mismo tiempo—. ¿Estás empezando a sentirte culpable?
—¿Culpable?
—Sí, por, ya sabes, romper con tu novio vía mensaje de texto.
Niego con la cabeza. ¿La foto? ¿Yo se la envié?—No lo hice.
Levanta una ceja hasta el crecimiento de su cabello. —Eh… sí. Lo hiciste,
con un mensaje que decía “Ya no soy tuya”. Dios… sólo desearía que hubieras
hablado conmigo. No sabía que ustedes estuvieran teniendo problemas. Quiero
decir, un día hablabas de perder tu virginidad con él y al siguiente lo estás
haciendo con alguien nuevo. —Se detiene e inclina la cabeza, como si de
repente pensara en algo—. Espera. ¿Por qué actúas como si no supieras qué
sucede? ¿Estás drogada o algo? —Se inclina para observar mis ojos—. Santas
bananas, tus padres te van a matar si lo estás. Y van a asumir que yo también lo
estoy. Van a llamar a mis pa…
Empujo su hombro, haciendo que dé un paso atrás, ampliando el espacio
entre nosotras otra vez. —Detente. No estoy drogada. ¿Cuándo lo envié?
Como Doug McNally cuando el entrenador eligió a otro para dirigir el
equipo, su boca se abre y cierra. —El miércoles —dice después de un momento,
la palabra sonando vacilante—. ¿No lo sabes?
El día después de que me encontrara con Ojos Azules. Y el día antes de
despertar en su departamento. Significa que estuve con él todo el tiempo.
No soy tuya, no soy tuya, no soy tuya.
Esas palabras…
Inesperadamente, siento cosquilleo, como arañas caminando en mi cuello
y todo me golpea. El árbol, el dibujo, palabras, igual con el mensaje, enredado
en las raíces.
Dani se para otra vez, agitando una mano delante de mi cara. —Oye,
¿qué pasa? Estás actuando… extraño.
Si alguien puede darme respuestas es él.
Ignorando su última pregunta, paso junto a ella hacia la puerta, forzando
una sonrisa.
—Vamos a llegar tarde. ¿Hablamos después? ¿En el almuerzo? —No
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espero su respuesta y me voy. Tiene razón, no estoy actuando como yo. Para
nada. Pero me rehusó a aceptar esto por más tiempo.
Página

Camino hacia mi segunda clase, pero una vez que Dani está fuera de mi
vista, sigo derecho hasta las puertas delanteras.
Traducido por Fany Stgo.
Corregido por MariaE.

Elementos Artísticos, dice la puerta. El mismo nombre que la camisa negra


en mis manos. No sé por qué no lo pensé antes, que aquel chico del
apartamento trabajaba aquí. Y que quizás al verlo pueda recobrar mis recuerdos
de cuando estuve con él. Y por qué.
La tienda, apretujada entre una tienda de bizcochos y un negocio de
reparación de aspiradoras en un edificio ruinoso y de bloques de hormigón, es
pequeña. Con un cenicero de metal en forma de mano rebosante de colillas en la
entrada. Conveniente: un apretón de manos traicionero.
Una campana resuena cuando abro la puerta de cristal.
Venir aquí, a la tienda de tatuajes, es una idea estúpida. Lo sé, pero en
serio, no tengo nada que perder. Inclusive si mis padres se enteran de que me
he saltado el segundo período, no hay nada que pueda hacer. Necesito mi auto
para la escuela, así que no pueden quitármelo. Pueden castigarme todo el
verano y todo mi último año, pero en este punto prefiero eso, desde que
desaparecer por tres días otra vez sería imposible con todos los ojos sobre mí.
—Gwen. —El nombre hace eco en las baldosas del suelo.
Esta es la parte para la que no estoy preparada. La parte que tiene mis
adentros inestables, y mi cuello hormigueando. Me aclaro la garganta y aprieto
los labios en una sonrisa convincente.
—Hola… Griffin. —Pruebo el nombre, para ver si mi mente tenía razón.
Está inclinado sobre un hombre con el pecho descubierto, la pistola de
tatuajes en su puño envuelto con un guante de látex. Me mira desde detrás de
su cabello castaño y desgreñado.
—Ven aquí. Mira esto. —Asiente hacia la imagen en la caja torácica.
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Ninguna reacción al nombre. Entonces es Griffin.


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Paso por debajo del gran mostrador, yendo desde la sala de espera
decorada con cuadros de plantillas de tatuajes hacia el otro lado, donde se
hacen los tatuajes. Me encojo, pasando un carro de metal con suministros
sanitarios y envases plásticos en miniatura con tintas de colores. Griffin limpia
el costado del hombre con un trozo de gasa, revelando la imagen de una
serpiente enroscada.
—Impresionante, ¿verdad? ¿Ves las sombras balanceadas? ¿Cuán
intricadas están? ¿Y cómo usé el blanco aquí para resaltar la punta de los
colmillos?
—Guau. —Mis ojos están abiertos—. Eres muy bueno. —Y lo es. La
imagen está asombrosamente detallada.
—Deberías saberlo. —Sonríe y le da un codazo en los hombros el
hombre—. Le hice a Gwen su primer tatuaje hace unas semanas.
Fuerzo otra sonrisa y asiento. ¿Griffin me hizo un tatuaje? ¿Así es como
nos conocimos?
—Está bien, hombre —dice Griffin, sacándose los guantes. Toca el brazo
del cliente—. Tiempo de fumar, volveré en diez. —Tira sus guantes a la basura
y entonces me lleva hasta la puerta de atrás. Sus manos presionan ligeramente
la parte baja de mi espalda. Trato de no encogerme.
En un callejón demasiado estrecho, Griffin saca una cajetilla de cigarrillos
de su bolsillo. Pone uno entre sus labios, justo al lado del aro de metal. Una
llama enciende el final, da una calada y me lo pasa inmediatamente.
—Yo… no, gracias ―digo. Se sienta frente al edificio, estirando sus
piernas largas, obviamente indiferente al hedor del moho y la basura flotando
desde los zafacones cercanos. Arquea una ceja hacia mí.
—¿Viniste a explicar por qué te fuiste el otro día? Fue algo repentino.
Me siento frente a él con las piernas cruzadas, y le entrego la camisa. —
En realidad, quería devolverte esto. —Huele a humo, y está arrugada donde la
puse debajo del asiento de mi coche. La toma.
—Si hubiera sabido que vendrías, te habría traído la tuya.
Me cuesta demasiado recordar qué camisa tenía el martes. He estado
tratando de olvidar que tenía la camisa de alguien más en primer lugar.
—Está bien, no la necesito. —Ajusto mi peso en el asfalto duro y lleno de
baches, buscando en su rostro algo familiar, cualquier cosa que pueda traer mis
recuerdos de vuelta, que me diga por qué estuve en su apartamento y por qué
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me llama Gwen.
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Se lame los labios y le da otra calada al cigarrillo.


—Ya casi termino de dar los retoques —dice—. Si quieres, puedes
esperarme. Vamos y la buscas.
Le doy un tirón a la manga de mi suéter y finjo fruncir el ceño. ―No
puedo. Tengo… que ir a otro lugar. —Mi garganta se siente seca, las palabras
arrastrándose desde mis labios, lentas como la melaza. Hay una tensión entre
nosotros, un conocimiento en cada parte de mi cuerpo de lo cerca que está, sin
algo de distancia. Es pesado e incómodo, y me gustaría alejarlo para poder
pensar.
Levanta una rodilla, y descansa el codo sobre ella.
—Qué lástima. —Me mira de lado, soplando humo en el aire. Las
mangas de su camisa negra con cuello están hacia arriba, la cara de su reloj
hacia mí. Son casi las diez. Me estoy quedando sin tiempo—. Tenía la esperanza
de hacerte la cena otra vez —dice, moviendo el cigarrillo. Cenizas revolotean en
el suelo.
Cena.
¿Otra vez?
¿Qué me cocinó? ¿Qué podría hacer una persona como él? ¿Quesadillas?
¿Macarrones con queso? ¿Cereal?
—Tal vez podríamos posponerlo —digo, mirándolo a los ojos. Si lo miro
fijamente, ¿podría sacar algo de información? Todas las cosas que hicimos
durante esos tres días, el por qué fui allí, qué rayos sucedía, qué pensaba.
Sus ojos se estrechan, buscando en mi cara. Un momento transcurre. Da
otra calada, y deja salir el humo en una corriente delgada, y dice—: Pareces…
no sé, diferente.
Esto podría ser lo que estoy buscando. —¿Cómo diferente?
—Tranquila, o quizás un poco nerviosa. —Se inclina hacia adelante,
tomando mi mano en la suya con una sonrisa torcida—. ¿Te pongo nerviosa?
Al principio se siente mal, sus dedos acariciando los míos, pero mientras
bloqueo el flujo de culpa y los pensamientos de Shane, y el simple hecho de que
un extraño me llama por un nombre diferente, siento algo profundo dentro de
mí. Una atracción trémula. Y el aleteo de una simple mariposa en el estómago.
El recuerdo con Griffin y la máquina de tatuaje, la naranja, la sensación
de su aliento en mi rostro… ¿Eso realmente sucedió?
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No tengo idea de cómo preguntar. Casualmente, deslizo mi mano fuera


de la suya y miro dentro de sus ojos azules y…
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—Pásame tu teléfono.
Griffin se inclina, trazando una línea negra en mi estómago. Esta mordiéndose
los labios, sus manos de manera constante arrastrando la pistola de tatuajes para
completar el contorno del árbol. Arde. Sin embargo, no como un corte de un cuchillo o
una quemadura de cigarrillo. Un tipo diferente de ardor.
No levanta la mirada. —¿Mmh?
Descansando en una banca azul acolchonada, con la pierna doblada, lo alcanzo.
Mis dedos trazan sus bolsillos. Los zumbidos se detienen.
Da un paso hacia atrás, entrecerrando los ojos. —¿Qué haces?
—Dije que me dieras tu teléfono.
Deja la máquina en la bandeja de metal a su lado y peina su cabello hacia atrás
con un lado de su brazo. —No puedes moverte cuando estoy haciendo esto. Podría
haberme deslizado, dibujado una línea clara sobre tu estómago. Entonces hubiera tenido
que cubrirlo con algo más.
Levanto el mentón. —¿Me lo darás o no?
Griffin echa un vistazo a través del salón, donde un tipo rudo, cubierto de la
cabeza a los pies en tatuajes, está limpiando el área de trabajo. Está desarmando
atentamente su máquina, limpiando cada pieza, y colocándola en el mostrador. Griffin
baja la vista hacia mí.
—¿Por qué?
Una sonrisa pequeña y encantadora se forma en mis labios. —Porque quiero
darte mi número.
Me aparto de Griffin y su expresión cae, como si estuviera preocupado
de que hubiera dicho algo malo. He visto esa mirada en Shane antes, cuando
empezó a preguntar sobre mi adopción. Echo rápidamente un vistazo al reloj.
Nueve y cuarentainueve. Si no me voy ahora, llegaré tarde para mi tercer
período y me quedaré atascada en la sala de estudio. Además, no puedo
explicarles dos clases pérdidas a mis padres, dándoles como excusa que me
quedé atrapada en el baño con unos calambres ridículos.
—Llámame —digo, tratando de sonar lo más normal posible—, para lo
de la cena. Voy tarde.
Sonríe y asiente, y luego me pone de pie mientras se levanta.
Inclinándose hasta mi nivel, pasa los labios a través de mi mejilla y contra mi
piel, susurra—: Me encantaría.
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Traducido por Estivali
Corregido por Anakaren

Estoy sudando. Seguí a Shane hasta el gimnasio, unos pocos pasos nos
separan y ni una sola vez ha mirado hacia atrás. Aun así… Sé que él sabe que
estoy aquí. Detrás de mí, la puerta se abre y dos estudiantes del equipo JV 3
están citando una película de los 80’. La misma que vi con Shane hace poco.
Antes de desaparecer con un tipo llamado Griffin, y antes de que Shane
decidiera que no existía.
Ansiosamente, pongo mi cuerpo delante de él antes que entre al
camerino.
—Un minuto. Es todo lo que pido.
—No. —Me empuja, haciendo que golpee mi hombro contra la puerta.
Rápidamente tomo su brazo.
—Dios. ¿Por qué no dejas que te explique?
Se da la vuelta rápidamente, quitando mi mano de su brazo.
—¿Explicar? —Su puño choca con la madera justo al lado de mi cara, el
sonido resonando por todo mi pecho—. Mierda, me engañaste Ellie. —Sus
músculos se aprietan contra su camisa, y su cara está enrojecida por el trote de
seis kilómetros que acabamos de hacer—. ¿Qué es lo que necesitas explicar?
—¡Esa no era yo! —Me dije a mi misma que no iba a llorar, que sólo le
iba a explicar que no recuerdo nada, pero mis ojos llenos de lágrimas no
captaron el mensaje. Me cubro la cara con las manos.
—Claro —dice con furia e incredulidad. Deslizándose por la puerta,
habla por encima del hombro—. Esa no eras tú. ¿Solo alguien que era
exactamente igual a ti?
106

La puerta se cierra con un ruido. Definitivamente, justo como el sonido


de su voz. Quiero gritar. Correr adentro y decirle que sí era mi cuerpo en esa
Página

Joint venture o Empresa Conjunta es un tipo de acuerdo comercial de inversión entre dos o
3

más personas.
foto, pero de alguna manera no tenía control sobre él. Como una sonámbulo, o
si hubiera sido hipnotizada, o… o… No lo sé.
Todo lo que sé, es que no era yo.

Después de la escuela, Sara, ya de regreso de ir a ver a la abuela, me


recibe en la puerta, su flequillo recientemente cortado colgando ante sus ojos.
Dejo caer mi mochila a los pies de la escalera.
—Si te vas a cortar el pelo tu sola, deberías por lo menos usar un espejo.
—Drea lo hizo. ¿Está torcido? —dice, tocando su pelo rubio.
—Está bien —miento, subiendo las escaleras. Corre junto a mí y se para
en la parte superior.
—Mamá está al teléfono. —Pone sus manos en la barandilla para evitar
que pase, con aire de advertencia en la cara—. Hablando con alguien sobre ti.
—¿La escuela? —No llamarían a mi mamá por faltar a clases.
Sara saca su iPod del bolsillo. —No lo sé. Alguien importante, creo.
Mamá está usando su voz de Mary Poppins. ¿En serio dormiste en el centro
comercial?
Ruedo los ojos. —¿De verdad crees que dormí en el Centro comercial? —
Sin esperar respuesta, levanto su brazo y paso por su lado—. Gracias por
advertirme de mamá.
Como esperaba, unos minutos después de llegar a mi habitación, mamá
golpea la puerta suavemente y asoma la cabeza.
—¿Tienes un minuto?
—En realidad, tengo un millón, ya que probablemente estaré castigada
107

hasta junio. —Me da una mirada de advertencia y se sienta en la cama. El


material azul de su uniforme combina perfectamente con el edredón de mi
Página

cama.
—Sé que no quieres hablar con tu padre o conmigo sobre lo que sucede.
Y está bien.
—¿En serio? —Qué sorpresa. Esperaba más algo como: ¿Dónde estuviste
en realidad? No le he dicho nada más sobre las historia del centro comercial. Y
hay un 99% de posibilidades de que no me crea. Aún no pregunta.
—Entendemos que no es fácil para las chicas de tu edad hablar con sus
padres. Para ser honesta, yo no me sentía cómoda hablando con mi madre en la
secundaria.
Resoplo. —No me digas. —La abuela es la persona más tensa que
conozco. Como Betty Crocker a la antigua: perfecta. Una vez hizo que Sara y yo
nos disculpáramos con un camarero por dejar caer migajas en el suelo de su
restaurante italiano favorito. Tenía ocho y Sara cuatro.
Mamá pone los ojos en blanco. —De cualquier manera, reprogramé tu
cita con la Dra. Parody para el jueves. —Su voz se contrae. Diciendo despacio
la última palabra. Lo que significa que no me está diciendo todo. Me acerco a la
ventana, abro las persianas y me asomo. El señor Dobbs, el abogado infame de
la ciudad, estaciona su Mercedes Benz negro, chequea su correo y entra a su
casa.
—Tengo práctica el jueves.
—Tienes que decirle al entrenador Mills que no puedes asistir. La Dra.
Parody no tenía más horas para la próxima semana. —Se pone de pie, cruza la
habitación y me da un abrazo. Da abrazos torpes, del tipo apenas tocar y una
palmadita en la espalda.
—Aún quiere que te hagas un examen —continúa delante de mí, sus
ojos cafés buscando los míos—. Así que arreglé una cita con el Dr. Dixon, el
lunes después de la escuela.

108
Página
Traducido por Vani
Corregido por Mel Markham

Un electroencefalograma, un físico completo, y una prueba de esfuerzo…


Después de pasar dos días en la oficina del Dr. Dixon con electrodos
colocados en mi cabeza, correr en una cinta, y vacunarme contra el tétano que al
parecer me perdí cuando tenía doce años, corro por el centro. Sólo dispongo de
veinticinco minutos, y luego tengo que correr a casa antes de que mis padres
salgan de trabajar. Marcho al estacionamiento, donde se encuentra el
destartalado Jeep naranja.
Expreso amargo y pasteles azucarados desprenden un aroma de nube en
la cafetería de Stella. No hay mucha gente, lo cual es bueno. Y estoy lo
suficientemente lejos de las colinas y West Haven que no correré el riesgo de
que alguien me encuentre. Lo cual es mejor.
Griffin me saluda desde una mesa en la esquina. Dos tazas de café que
echan vapor se apoyan en la mesa delante de él, junto con un rollo de canela
lloviznado con glaseado. Está parado, y pasa este momento incómodo, como si
no estuviera seguro si debemos abrazarnos o no. Preferiría no hacerlo, por lo
que doy un paso hacia la otra silla, pero luego envuelve inesperadamente sus
brazos alrededor de mí.
Todo mi cuerpo se tensa y empiezo a devolver el gesto como un abrazo
de mamá, pero una ola de calor me golpea y deslizo los brazos alrededor de su
espalda, tirando su cuerpo más cerca, cerca, más cerca del mío.
No sé por qué.
Y entonces, de repente, una gran hambre me envuelve. Mis ojos
comienzan a hundirse de nuevo en mi cabeza y mi interior se siente como si
estuviera cayendo. Como si estuviera a punto de derramarme en las
109

profundidades de un pozo sin fin.


No.
Página

Cierro los ojos. Aprieto la mandíbula. Hago todo lo posible para


mantenerme aquí. En esta cafetería. De pie en los brazos de un desconocido.
Tomo una respiración profunda, pero el olor de los cigarrillos en la camisa de
Griffin solo lo empeora y, como la arena movediza, estoy a punto de
desaparecer cuando, con una última tentativa, uso cada célula en mi cuerpo
para apartar el sentimiento aplastante.
Parpadeo.
Estoy sentada al otro lado de Griffin, una sonrisa estampada en su rostro.
—Pedí tu favorito —dice, señalando la masa pegajosa—. El que tiene
trozos de manzana en él. —Tira de un trozo y en medio de la entrega, reconoce
mi mirada en blanco—. ¿He pedido el equivocado? ¿Te gustaba el de pasas?
En mi silla de madera dura, niego. No tengo ni idea de lo que está
hablando: nunca he comido un rollo de canela con manzanas. O pasas. Se sienta
erguido, apoya los codos sobre la mesa. Griffin es de buena apariencia, me doy
cuenta en este momento. Con una mandíbula firme y diminutas pecas
salpicadas a través de su nariz.
Está a punto de preguntarme algo más, y no quiero responder ninguna
otra de sus preguntas. Así que tomo el pedazo del rollo de canela, sus dedos
rozando ligeramente los míos, y pregunto la primera cosa que me viene a la
mente.
—¿Cuál es tu apellido?
Vacila por un breve momento, y se me ocurre que tal vez le he
preguntado esto antes. Tal vez no debería hacerle ninguna pregunta. Se lleva un
trozo de rollo de canela a la boca, luego saca la billetera de su bolsillo trasero.
—Te vas a reír. —Con una sonrisa reacia y las mejillas sonrojadas, la
pone en la mesa, más cerca de mí. Pensando: ¿Qué tan malo puede ser
realmente? Despliego el colgajo de cuero desgastado, cálido por él, y descubro
su licencia de conducir.
Peed4 . —¿Peed? —Río—. Tu apellido es Peed. —Me río de nuevo, más
fuerte—. ¿Griffin Peed?
Abalanzando su brazo, se lanza por la billetera. La sostengo fuera de su
alcance.
—Ni siquiera empieces con las bromas del patio de recreo. —En su cara
crece un rojo brillante.
110

—Está bien, no lo haré. —Sonrío, tratando muy duro de no reírme de


nuevo—. Pero tienes que admitir que es un apellido raro.
Página

4 Básicamente significa ir al baño.


—Farnsworth es extraño. Lipschitz es extraño. —Mueve la cabeza—.
Puedes imaginar los baños en los que me escondí para escapar de la tortura en
la escuela. En realidad eso hacía la broma mucho peor. Porque Griffin Peed
pasando el rato en un baño es simplemente demasiado para que algunos se
resistan a señalar.
Me relajo en mi silla, tomo un sorbo de café. Griffin parece un buen tipo.
Le podría contar: sobre las pérdidas de memoria, sin recordar el día que
conseguí mi tatuaje o darle mi número de teléfono. Los tres días que estuve en
su apartamento. Que mi nombre realmente no es Gwen. Le podría preguntar
todos los detalles, todo lo que dijimos, todo lo que hicimos…
Pero… ¿qué pensaría? ¿Una chica que no puede recordar nada? Pensaría
que mentía. Usándolo como excusa para salir de lo que empecé: una relación
con él.
—¿Quieres decirme algo sobre tu familia? —digo en su lugar. No me
preguntes por qué, pero esa pregunta siempre encuentra su camino en mis
conversaciones. El padre de Shane se fue, su madre nunca está alrededor. Los
padres de Dani se divorciaron y su padre se casó con una completa
cazafortunas. Encuentro consuelo en esto. En los contratiempos personales de
todos los demás. En el agujero profundo en que me tira, nadando alrededor de
cualquier situación jodida de la cual esté lejos.
Frunce los labios, pensando. —¿Versión corta o larga?
Larga significa que hay drama. O cuestiones. O algo que me distraiga de
mi misma. Por desgracia, no tengo tiempo para la versión larga. —Corta —digo,
cruzando los brazos y apoyando los antebrazos sobre la mesa.
Se encoge de hombros ligeramente, sonriendo. —Fraude empresarial.
Papá en la cárcel. Mamá, lo último que supe, vivía en algún lugar de Texas, con
un tipo llamado Bud.
—¿Fraude empresarial? —En realidad no era lo que esperaba. Divorcio,
sí. Tal vez incluso una madre adicta a las píldoras, un perro muerto o algo así.
—Mis padres eran propietarios de un negocio de fotografía —explica, sus
ojos siguiendo el vapor saliendo de su taza—. No dieron a los clientes las
imágenes que pidieron, fueron demandados y… —Se detiene, y me mira
111

divertido—. Estoy sorprendido de que no vieran el juicio. Estuvo en las noticias


hace unos meses.
Página

—No es realmente una noticia para chicas —digo, pero realmente estoy
pensando que hace unos meses había estado recientemente en una relación con
Shane, gastando todo mi tiempo libre con él. Corriendo. Viendo películas.
Pasando el rato en Beacon—. ¿Es por eso que tu madre se mudó a Texas?
Asiente. —Ella no sabía que papá tenía un problema con el juego. Que
embolsaba el dinero y lo gastaba en juegos de póquer en línea. Se fue
directamente después de que se enteró. Al parecer, pensó que yo era parte de la
estafa, porque se fue sin decir adiós… No he sabido nada de ella desde
entonces. —Su voz se quiebra en la última palabra. Eso me debería hacer sentir
mejor. Está herido. Está arruinado por su familia.
Nos miramos el uno al otro. Tiene la misma sonrisa tensa. No puedo
comprender cómo me hubiera interesado. Las perforaciones. Los tatuajes.
Camisas negras, vaqueros negros, botas negras.
¿Y yo? ¿Qué es lo que ve en mí? Aparte del árbol debajo de mi camisa, no
soy realmente del tipo rebelde. Rara vez me pongo algo oscuro. No puedo
soportar la idea de una aguja interfiriendo a través de cualquier parte de mi
cuerpo. Nunca he fallado una clase o me he drogado.
Paso el dedo por el borde de mi taza. —¿Por qué estás aquí, Griffin?
Ni siquiera piensa en ello. —Porque me lo pediste. Y porque me gustas.
Me siento ruborizar, aunque no tengo derecho, y tomo otro sorbo de mi
café para evitar responder.

112
Página
Traducido por Vani
Corregido por Verito

Parque McClay. El letrero nos saluda mientras conducimos por la carretera. La


grava cruje bajo los neumáticos. El cielo luce amarillo, sonrojándose en los bordes.
—Llegamos justo a tiempo —dice Griffin y me mira. Lleva una sudadera negra,
con la cremallera hasta la mitad y las mangas enrolladas. Cambia a segunda marcha.
—¿Siempre llevas a las chicas en citas malas como esta?
—Actúas como si nunca hubieras visto una puesta de sol antes. —Griffin aparca
y salimos—. Sólo espera. Es bastante increíble. —Una bolsa de plástico blanco con una
etiqueta de Ding Chinese cuelga de sus dedos. La pone en el capó de su Jeep y sostiene
su mano hacia mí.
—Cuando sugerí que fuéramos a una cita, pensaba en una especie de carrera de
autos, bolos o algo así, ya sabes, ¿emocionante? —Ruedo los ojos hacia su mano y uso
los neumáticos para impulsarme. El metal se siente caliente contra mis pantalones—.
¿Tal vez nadar en el río?
Sube y se sienta junto a mí con una sonrisa. —La última vez que lo hicimos tuve
frío durante una hora. —Fue la primera vez que nos vimos. En el río. Nuestras bocas
temblando por el agua helada. Todavía puedo probar el glaseado de maple de la rosquilla
que llevó para compartir.
Me encojo de hombros y empujo su codo con el mío. —Voto por Gladstone. Voy a
saltar hacia atrás esta vez. —Griffin se ríe y… la visión cambia. De repente estamos
en el apartamento de Griffin, enredados en el sofá: No puedo resistirme a su boca.
Sus labios carnosos, el anillo de metal en el lugar perfecto para morderlo. Sus manos se
deslizan por mi espalda, y me hubiera gustado no llevar este suéter grueso. Quiero
sentir esas manos. Un incendio estalla dentro de mí. Dejo escapar un gruñido y me subo
a su regazo, a horcajadas, buscando a tientas los botones de su camisa. Uno. Dos. Y
113

luego él se retira, el hambre en sus ojos, pero un pliegue aparece a lo largo de su frente.
—¿Podemos ir más despacio? —Su pecho sube y baja con un suspiro. El eco de
Página

la televisión llena la habitación. Griffin tira del cuello de su camisa y una risa profunda
retumba en mi pecho.
—Es broma, ¿verdad? —Mis dedos se deslizan hasta el tercer botón. Está a
medio camino cuando acuna mis manos entre las suyas. Dos círculos rojos manchan sus
mejillas.
—No quiero apresurar esto. —Me levanta y me pone en el sofá junto a él.
Arrastrando su cuerpo fuera de los límites de los cojines, toca la trenza colgando sobre
mi hombro. Entonces algo llama su atención. Su dedo presiona detrás de mi oreja,
frunciendo el ceño—. Tienes un montón de cicatrices.
Me despierto, jadeando tan fuerte que me siento como si fuera a
desaparecer. Me incorporo. Mi dormitorio es de tono negro, tan oscuro que ni
siquiera puedo ver mi tocador, o la puerta de mi cuarto de baño, o mi mano que
viene a limpiar el sudor de mi frente.
¿Qué demonios me está pasando?

114
Página
Traducido por Vani
Corregido por Itxi

Un mensaje de texto en mi teléfono me distrae de fingir escuchar a la


señora Vogt mientras explica las normas para nuestra siguiente tarea de
escritura en lo que miro en secreto a Shane. Desde mi punto de vista, si vuelvo
la cabeza como si estuviera mirando el reloj, veo a Shane periféricamente. Su
cabello negro está más corto, ya no cae sobre sus ojos y está usando una nueva
camisa de polo arrugada.
Lo extraño tanto.
Cita cancelada. Vete a la práctica, dice el mensaje. De mamá. Las palabras
me hacen sonreír. No solo me salvé de una hora con la Dra. Parody, ahora
pasaré tiempo con Shane.

—No quiero que tus problemas personales se pongan en medio de tu


rendimiento —dice la entrenadora Mills después de la escuela cuando Shane
intenta protestar por emparejarle conmigo—. Eres el entrenador de Ellie y lo
serás por el resto de la temporada.
La entrenadora Mills es como un toro: duro, rara vez muestra algún
indicio de emoción que no sea la determinación bruta para liderar el equipo de
campo a traviesa de West Haven en el Centenario Invitacional en Greshman.
Las cuestiones personales son exasperantes para ella y una pérdida absoluta de
115

tiempo. Apuesto a que es por eso que no está casada.


—Encuentren a sus compañeros —ladra al equipo—. Hoy trabajáremos
Página

en tácticas de la colina.
Sintiendo el aborrecimiento sin reservas de Shane por el hecho de que
tiene que estar cerca de cincuenta metros de mí, Doug McNally se ríe
disimuladamente a mi lado. Cruzo los brazos y lo miro fijamente hasta que se
calma, pateando la hierba con su zapato.
El entrenador nos da algunos consejos para subir la colina: acortar la
zancada, correr alto y avanzar a través de la colina, entonces nos instruye para
movernos y trabajar con nuestros compañeros.
—Vamos a terminar con esto —murmura Shane y pisotea hacia la base
de la colina cubierta de hierba. La tensión se acumula en sus hombros y
espalda. ¿Por qué estaba emocionada sobre esto? ¿En realidad pensaba que me
perdonaría y podríamos empezar de nuevo?
Lo sigo.
La colina no es muy grande, tiene una altura media, pero su pendiente es
un poco intimidante. O tal vez es el ceño fruncido de mi ex novio. La luz se cola
a través de los árboles sombríos del parque enfrente de West Haven, el sabor a
terroso en el aire y madera podrida en mi lengua.
Shane se detiene justo después de Doug y su compañero, un estudiante
de segundo año, Brad Egert, que es tan torpe como una persona con dos pies
izquierdos, evitando mirarme, repitiendo los consejos que la entrenadora Mills
dio.
—Tomaré el tiempo de tu primera carrera. —Desabrocha el reloj de su
muñeca. Corro hasta la colina y, después de que él pare mi tiempo, corro un
poco más. Shane no dice ni una palabra hasta que, finalmente, se siente
frustrado con mi tiempo cada vez mayor y estalla.
—No llegues a la cima. Pásala.
Inhalando, aparto el flequillo de mi frente sudorosa, el pulso golpeando
en mis oídos. —Lo siento —digo.
Resopla, reseteando el reloj. —Intenta otra vez.
—No. —Pongo mi mano en la parte posterior de la suya, donde las venas
azuladas serpentean entre sus nudillos. Atrapo su mirada mientras parpadea—.
Lo siento. Por lo que hice. Pero perdí el conocimiento y…
—Ya basta con lo de las pérdidas de memoria, Ellie. No puedes culpar
tus estúpidas decisiones por las pérdidas de memoria.
116

—Pero es la verdad. —Una picadura hormiguea en mis ojos, y presiono


duro para que las lágrimas traidoras no se abran paso a través de ellos. Dios,
Página

¿qué ocurre que cuando hablo con él últimamente me convierto en una maldita
llorona?—. No recuerdo nada. Ni un sólo minuto.
—¿Sabes lo que pienso? —Su voz es baja y venenosa. Aprieta los dientes
y aparta mi mano—. Creo que tienes que dejar de hacer mierda sólo para poder
joder a otro tipo.
Mi boca se abre. ¿Cómo podría pensar que haría eso? ¿Y por qué no me
cree sobre las pérdidas de memoria?
—Yo no…
Me detiene, su dedo extendido cerca de mi cara. —Guárdalo para
alguien a quien le importe.

117
Página
Traducido por Sofía Belikov
Corregido por Dannygonzal

Voy a Beacon después de la práctica, incluso aunque estoy


arriesgándome a llegar tarde a casa. El cielo gris palidece las paredes
desintegradas de la fábrica, colándose por las grietas de los costados.
Me detengo en la entrada sin puerta, escuchando mis lágrimas golpear el
suelo polvoriento. Una por una. Goteo. Gota. Goteo.
Hoy, este lugar no tiene nada que decirme.

118
Página
Traducido por Daniela Agrafojo
Corregido por Eli Mirced

—¿Quién es ese? —Dani agarra mi brazo mientras nos dirigimos al


estacionamiento el viernes después de la escuela. Apuntando hacia mi auto con
su barbilla prominente, y con las cejas en medio de la frente, jadea—: ¿Es él?
Por una vez, estoy aliviada de que la boca de Griffin estuviera
presionada contra la mía en esa foto y que solo fuera reconocible su perfil.
Estaría totalmente jodida en este momento si no fuera así.
—¿Quién, Griffin? —Enfrento a Dani, viendo confidencialidad en sus
ojos. Encubrir una mentira, me he dado cuenta, es todo sobre la realización.
Contacto visual, enfrentar al acusador, parecer cómoda en el exterior aun si
estás enfadado por dentro. Mamá sabía que mentía ayer después de la práctica
porque, uno, no la miré a los ojos cuando le respondí “bien” a su pregunta de
“¿Te encuentras bien?”. Y dos, cometí el estúpido error de sorber por la nariz
mis últimas lágrimas justo delante de ella—. ¿Mi tutor de biología? —agrego
con una mirada veloz al Jeep de Shane. Aun aguarda en la clase de la Sra. Hart,
y Lexi ha tenido que esperar por Shane fuera de la clase, lo que me molestó más
temprano, pero al menos no puede ver al tipo sentado en la capota de mi auto.
Griffin me ve y me saluda. Me encojo. Por favor, no grites el nombre de
Gwen.
Dani empieza a excavar en su bolso en busca de sus llaves. —¿Tutor?
—Mis padres lo contrataron para mí —digo automáticamente—. Asiste a
la universidad comunitaria al otro lado de la ciudad. —No tengo ni idea de si
Griffin va a la universidad o no. Parece haberse graduado de la secundaria hace
poco tiempo, así que supongo que es posible.
O al menos creíble.
119

Las botas de Griffin descansan en el parachoques de mi auto, sus codos


apoyados en ángulo con sus rodillas. Tiene un cigarrillo en la mano y, si
Página

entrecierro los ojos, parece más como algo salido de las revistas Rolling Stone de
Sara que de un estacionamiento lluvioso de una secundaria adinerada.
—Tus padres tienen buen gusto en tutores. —Dani lame sus labios,
prácticamente desvistiéndolo con los ojos—. ¿Trataban de ayudarte a superar a
Shane?
Bufo. —No exactamente. —Mis padres ni siquiera saben que
terminamos.
Sus ojos se iluminan. —¿Puedes presentármelo?
No. No. Porque para ella soy Ellie, para él soy Gwen, y no sé cómo
explicar eso.
—No voy a mentir —miento, mi cara seria—. Pero él… juega para el otro
equipo.
Ella rebota a mi lado, golpeándome en el brazo. —¿Homosexual? ¿En
serio?
—Lo sé. Loco, ¿cierto?
—Ahora sé cómo se siente mi abuela cuando comemos helado delante de
ella, ya sabes… con toda la cosa de la intolerancia a la lactosa. Qué decepción.
—Sin darse cuenta de que nos movemos por el estacionamiento, directo a su
auto, tintinea sus llaves y sonríe—. Nos vemos mañana.
Griffin sonríe mientras me aproximo a mi auto, arrojando la colilla de su
cigarrillo al asfalto. —Así que eres una Westie. No esperaba eso.
Cuadrado. Westie. Gwen. Ya no sé quién soy. O cómo supo a qué escuela
iba. A este paso, supongo que probablemente se lo dije y no lo recuerdo.
—Sígueme —digo, mirando sobre mi hombro una última vez para
asegurarme de que la clase de Shane no haya salido todavía. No puedo
arriesgarme a la posibilidad de que me vea. Con otro chico.
Griffin me sigue mientras lo dirijo detrás de su Jeep anaranjado y dentro
del bosque a la orilla del estacionamiento. Los árboles no son densos, no como
el bosque cerca de la casa de Shane, así que permanezco estratégicamente detrás
de uno de los largos troncos para ocultarme.
Doblo mis brazos, una punzada de irritación creciendo en mi pecho. —
¿Qué estás haciendo aquí?
120

En lugar de responder, cierra el espacio entre nosotros y presiona su boca


contra la mía. Mi reacción inmediata es alejarlo, el pensamiento de: ¡Tengo
Página

novio! Gritando en mi cabeza. Pero no lo hago, y he aquí la razón:


Griffin pasa la punta de su dedo en una línea suave a lo largo de mi
frente. No es mucho, solo un simple toque, aunque las cosquillas que le siguen
bajan por mi cuello y se meten bajo mi piel. Como pequeñas hormigas cavando
en mi carne. Millones de ellas. Mi cuerpo empieza a zumbar, y he estado tan
hambrienta de atención, que incluso esas manos —suaves y tiernas, y que no
son las de Shane— se sienten muy, muy bien.
Sus labios permanecen en los míos por un momento y luego se mueven a
mi oído, y empiezan a decir algo en voz baja—: Gwen, yo…
Pero no escucho lo demás. Porque una pared de oscuridad me entierra.
Es diferente a la anterior.
Este sentimiento.
Esta pérdida de… mí misma.
No me he ido. Pero no estoy aquí. Estoy sola. Suspendida en un mar de
oscuridad. Negro. Frío. No hay sonidos, excepto el clamor ensordecedor de mis
gritos. Trato de moverme. Empujo con mis piernas, jalo con mis brazos, pero es
inútil. Además, no hay lugar a donde ir; una vacuidad sombría me rodea.
Kilómetros y kilómetros de espacio vacío y desolado. Muerto como Beacon.
Excepto que no hay ventanas quebradas, sin aire viciado. Sin palabras
susurradas, ni siquiera el eco desvanecido de la voz de Shane.
Mi pecho no se siente como si fuera a explota: lo está haciendo.
Astillándose en miles de fragmentos, rasgando las costuras. Los labios de
Griffin aún están sobre los míos. Él no se encuentra en ningún lugar cercano,
pero exhala aire caliente contra mis mejillas, bajando por mi cuello…
No quiero esto. Empiezo a correr, empujando a través de capas y capas
de niebla sombría. La sensación de cosquilleo se ha ido, reemplazada con un
enfermizo nudo en mis entrañas y el sabor de la bilis en mi boca. Quiero salir.
Manos me encuentran, me tantean. Manos pálidas y sin vida con
gusanos retorciéndose en su carne. Apestan a podredumbre y descomposición.
Mi boca se mueve. —¡Déjame ir! —Pero no sale ningún sonido. Los dedos
macabros me han silenciado, uñas irregulares mordiendo mis labios. Mi
corazón está destrozando mi interior, golpeando rápido y fuerte contra mis
huesos. Mis pulmones. Sacando todo el aire de ellos.
Finalmente, la veo. La luz. Un único haz amarillo en la distancia. Corro
hacia él. Lejos de las manos y de la nube negra. Cuanto más cerca estoy, es más
121

fácil respirar. Pero aún está tan lejos. Presiono mis piernas con más fuerza.
La luz viene, luego se va. Estoy zumbando dentro y fuera de las sombras.
Página

Corro más. Más luz. Se vuelve más y más brillante hasta que entrecierro los ojos
y me duele. A pesar del calor del haz amarillo, aire frío barre bajo mi estómago,
girando como una vid alrededor de mis piernas. Luego, de repente, está cálido
de nuevo. Caliente, incluso. Con algo pesado y suave presionándome hacia
abajo, manteniéndome en el lugar. Peleo, empujando y empujando, y luego…
Abro los ojos.
El sol está en mi cara. Que se encuentra en las manos de Griffin. Que
están conectadas a su cuerpo que reposa junto al mío. Sin camisa. En una cama
que no reconozco, con almohadas negras y el débil olor de colonia.
Sus labios bajan por mi cuello, una mano avanzando con cautela por
encima de mi estómago. Más y más cerca de mi sostén. —Espera —jadeo, y
toma todo de mí dejar salir esa palabra. Viene, sin aliento e inaudible—. Griffin,
espera —digo de nuevo, más alto.
Se aleja, mordiendo el anillo en su labio, buscando mi cara con esos ojos
azules.
—No puedo hacer esto. —Antes de que él pueda decir nada, me retuerzo
fuera de la cama, encontrando mi camisa en el suelo al lado de mis pantalones,
los que aparentemente me fueron quitados a toda prisa, porque están
retorcidos.
Debemos estar en su habitación. Solo tiene sentido con los bocetos
hechos a mano clavados en la pared por encima de un escritorio. Bocetos de
tatuajes. Serpientes, dragones, fuego… árboles.
—Estás bromeando, ¿cierto? —No suena serio. Más como si fuera una
broma, solo que con otra persona en la habitación, no yo. Abotono mis
pantalones y me aclaro el sollozo construyéndose en la base de mi garganta.
—Olvidé… algo que tengo que hacer. —Mis zapatos están cerca de la
puerta. Me los pongo. La puerta está a mi alcance cuando él salta de la cama, y
toma mi brazo.
Por un momento solo me mira, tomando respiraciones profundas, y
pienso que va a dejarme ir como lo hizo la última vez que desperté aquí, pero
luego dice con el susurro más suave—: ¿Qué hice?
—Nada —digo sin pensar. Frunce el ceño.
—Obviamente hice algo. Estás huyendo de mí. Otra vez.
Sí. Otra vez. Pero lo que no entiende es que estoy despertando con él. De
122

nuevo. Y, ¿cuántas veces tendré que hacer esto? ¿Cuánto tiempo pasará hasta
que haga algo que no pueda retirar? ¿Está mi mente sintiéndose
Página

subconscientemente culpable? ¿Podría ser esa la razón de que perdiera el


conocimiento? Tiro mi brazo de su leve agarre y fuerzo una sonrisa.
—No te lo tomes personal, Griffin. Es sólo algo de la escuela. —Beso su
mejilla, no sé por qué, y me giro hacia la puerta, y él me agarra de nuevo.
—¿No olvidas algo?
No es gracioso, pero me río. Un agudo “¡Ja!” estallando de mí. Si solo
supiera. Recoge su camisa del suelo, escudriña a través de la ropa restante por
sus zapatos, y no es hasta que sostiene sus llaves y las tintinea, que entiendo
que debe de haberme traído aquí.
Oh.
En el viaje de regreso a la escuela, trato de recordar el viaje a su
apartamento. La manera en que su Jeep rebota en Brockton, la luz extra larga
cerca de la tienda de comestibles. ¿Nos dirigimos directamente por la calle, la
que tiene todos los signos de parada, o rodeamos los bordes?
Griffin estaciona al lado de mi auto y me mira. Son solo las tres de la
tarde. Estuve fuera por cuarenta y cinco minutos, lo suficientemente corto para
poder poner la biblioteca como excusa si alguno de mis padres llega a casa
temprano.
—Gracias —digo y me bajo. Es lo primero que le he dicho desde que
dejamos su apartamento. Me deja ir sin una palabra y una vez que estoy en mi
auto, la familiaridad del aire frío se establece sobre mis hombros y provoca
lágrima tras lágrima en mis ojos.

123
Página
Traducido por Mel Markham
Corregido por Daniela Agrafojo

—Shane dijo que estabas teniendo desmayos.


La voz viene de detrás de mí mientras camino al último período. Una
voz a la que, al parecer, no le importa lo que hago, digo, o beso; siempre me
cuidará la espalda. Excepto ahora, porque a ella no le gusta enterarse de las
cosas por otras personas.
Me giro. Dani está de pie unos escalones más abajo, su camisa de Mi
Papá Es Más Inteligente Que El Tuyo colgando con un hombro descubierto.
Hago lo mejor que puedo para no mirarla fijamente con el fin de absorber esa
cara que amo, con esos pómulos y un par de hoyuelos que aparecen cuando
está buscando problemas divertidos e inocentes. En su lugar, robo atisbos.
Tiene el cabello corto separado hacia un lado, cayendo sobre su frente.
—Sí —digo, agarrando la barandilla en la cima de las escaleras. Jason
Regel pasa a mi lado, asintiendo hacia Dani con la punta de su mentón. Ella
sonríe y se muerde el labio, luchando con la reacción de ¿Has visto eso?, para
enfocarse en el interrogatorio que está a punto de hacerme. Espero hasta que él
está lo sufrientemente lejos en el pasillo para no escuchar y luego digo—: Y
antes de que me acuses de no decirte, tienes que saber que iba a contarte. Pero
la cosa es, no sé si técnicamente lo son, no es como si perdiera el conocimiento o
algo, pero no puedo recordar muchas cosas que he estado haciendo… y no es
exactamente fácil de explicar.
—Shane también me dijo que era mentira y que no te creyera —dice, y
aunque suena como si me hubiera destripado, una enorme sonrisa se extiende
por su cara—. Como si eso fuera a pasar. —Inclina la cabeza hacia un lado—.
¿A qué te refieres con que no recuerdas las cosas que has estado haciendo?
—No recuerdo hacerme esto. —Levanto el borde de mi camisa. El árbol
124

de color negro azulado se destaca sobre mi piel pálida en el pasillo mal


iluminado, como un charco de tinta derramada.
Página

—¿Hacerte…? Oh, Dios mío, ¿es real? —Entrecerrando los ojos, se inclina
hacia adelante—. Parece falso.
―Créeme, no es falso. Me desperté con él hace unas semanas.
—¿Te despertaste con él? ¿Cómo te despiertas con un tatuaje? ¿Estabas
borracha? —En sus ojos: escepticismo. Quiere creerme, pero admito que suena
un poco como un programa sobrenatural del canal CW y no como nuestras
vidas mundanas en West Haven.
—No —respondo. Algunos estudiantes de segundo año pasan y me bajo
la camisa con un encogimiento—. Bueno, tal vez. No lo sabría. No recuerdo
nada de ese día. Lo último que recuerdo fue dejar la escuela, y luego a la
mañana siguiente lo encontré en mí.
Me mira fijamente. —¿Tus padres lo saben?
La campana suena y niego con la cabeza. —No digas nada, ¿de acuerdo?
—Dani no le dirá a nadie; ese entendimiento entre nosotras nunca será
cuestionado.
Sin otra palabra, Dani se gira y baja de nuevo las escaleras. Comienzo a ir
a mi próxima clase cuando atrapo un pedazo de una conversación flotando por
el pasillo. Dos chicas de segundo año frente a mí.
—¿Qué es lo que Shane ve en ella?
—Es una perra.
Aparentemente soy una perra. Me río del comentario porque tengo
problemas más grandes que preocuparme por lo que las personas piensan de
mí, pero entonces me acerco a las chicas porque, perversamente, quiero saber
qué más dicen de mí. No toma mucho tiempo.
La que tiene la cola de caballo y piel alrededor de la capucha mira a la
otra y dice—: Son mejores amigos, sabes. —Y entones las palabras mejores
amigos, perra y Shane se estrellan y me toma dos segundos entender que no están
hablando de mí.
Lexi.
¿Qué es lo que ve en ella?
No… no.
¿Cómo podría?
¿Cómo podrían?
125

Me empujo a través del pasillo atestado. Voy a vomitar y necesito irme


antes de que ocurra. Oigo mi nombre en algún lugar detrás de mí. Dani. Pero
Página

no me giro. O respondo, porque ya pasé la familiar pared azul y una horrible


bufanda de color rosa, un destello de pelo corto y negro. Paso la puerta de la
oficina del consejero. Está abierta, y la idea de entrar permanece brevemente
porque es muy probable que esté a punto de hacer algo que no debería, pero
luego salgo por la puerta principal, el aire de febrero penetrando mis mejillas.
No miro hacia atrás.

126
Página
Traducido por Moni
Corregido por LucindaMaddox

Nadie está en casa cuando llego.


Lanzo mi mochila sobre las escaleras y me dirijo hacia el gabinete de licor
de papá. Ya que no puedo provocar convenientemente mis apagones cuando
quiero, para olvidar la repugnante idea de que Shane no puede ver nada más en
Lexi a parte de su horrible amistad y su inhabilidad de llevarse bien con su
novia, me provocaré uno.
Me ahogo con el whisky, es diez veces peor que el vodka, pero me obligo
a tragar trago tras trago hasta que mi estómago no puede más, y luego camino
hacia la casa de Shane porque estoy sola y no sé a dónde más ir.
Son después de las dos y no está aquí, pero estoy demasiado ebria para
volver a casa así que me acurruco en la silla de mimbre al lado de la puerta
principal y me quedo mirando el patio delantero y la entrada me está sonriendo
y es tan, tan estúpida.

127
Página
Traducido por Daniela Agrafojo
Corregido por Dafne2

—… Apesta a alcohol. Shane, ¿qué deberíamos hacer?


Manos aprietan mis hombros y me sacuden, me sacuden, me sacuden.
Mi estómago protesta con un gorgoteo. Mi cabeza late.
—Dejen de sacudirme —trato de decir, pero mi lengua está pegada a mi
paladar con el sabor hostil del whisky escocés y no logro hacer más que unos
gruñidos inútiles.
—Dale un poco de agua. —Shane. Sus palabras son cortas, tensas. Suena
molesto. Pestañeo, y el frente de su casa comienza a enfocarse lentamente. Mi
reflejo en la ventana. Mi cuerpo está acurrucado en la silla de mimbre de su
porche, mi cabello oscuro aplastado contra mi frente. No puedo ver el color de
mi piel a través del reflejo, pero estoy bastante segura de que es un verde poco
atractivo. Mis piernas están entumecidas. Las manos de Shane están sobre mis
hombros—. Ellie, ¿qué demonios estás haciendo aquí?
—No quería estar sola —digo patéticamente. Esta vez, las palabras salen
bien y mi cara se ruboriza porque él en realidad se ríe de ellas. Sé lo que está
pensando, que no siente lástima por mí. Porque soy la que arruinó todo.
Además, ahora tiene a Lexie—. Quiero decir… no sé por qué vine aquí. No
debería haberlo hecho. —Me siento, alejando sus brazos—. Lo lamento.
Lexie aparece y me ofrece una botella de agua. También la aparto, y me
levanto. Doy unos míseros pasos hacia la barandilla y luego me caigo. Shane
está ahí, sus manos sosteniendo mis brazos. —Está bien —digo, rechinando los
dientes ante la urgencia de vomitar sobre sus zapatos—. Estoy bien. Solo
déjame ir. Puedo caminar a casa.
—No puedes caminar a ninguna parte —dice—. Estás borracha.
128

Levanto la mirada hacia Lexi. Una capucha de color rosa cubre su largo
cabello rubio y una bufanda suelta cuelga hasta sus rodillas. Está congelada.
Página

Una maldita paleta. No puedo resistirme—. Borracha… justo como te gustan —


le digo a Shane. Lexi frunce el ceño, no lo entiende. Shane rueda los ojos. Creo
que él tampoco lo comprende. ¿Borracha? ¿Cómo siempre está Lexi? Tiene
sentido para mí, pero como sea—. Tengo que ir a casa. —Comienzo a alejarme
de sus manos, pero su agarre se tensa.
—No puedes ir a casa así. Tus padres te matarán.
Lo miro fijamente. —Como si te importara lo que me sucediera. —Elevo
una ceja hacia él, desafiándolo a decir lo contrario. Que sí le importa. Viento frío
golpea contra mi rostro. Pasa un minuto completo, y luego Lexi da un paso
adelante.
—Yo la llevaré —dice ella—. Ya que tú tienes que recoger a Drea.
Suelto una risa. ¿Lexi llevándome? —Prefiero arrastrarme —digo, e
intento soltarme de Shane nuevamente. De ninguna manera me voy a meter en
un auto con una chica que golpeé en la cara hace menos de dos semanas.
Él engancha mi brazo alrededor de su hombro y guía mis inútiles pies
por la calzada, a pesar de que no estoy de acuerdo con esto y nos encontramos
en la calle donde está aparcado el auto de Lexi junto a la acera. Me presiono
contra él más de lo que quisiera, más de lo que él quiere que lo haga, y luego
estoy sentada dentro del auto de Lexi, recostada de lado en el asiento. Mete mis
piernas.
—Tal vez es por esto que no puedes recordar nada —dice, poco
impresionado, y luego cierra la puerta sin otra palabra.
Mátenme ahora.
Cierro los ojos y pretendo que estoy volando en una nave espacial. No
tengo puesto el cinturón. El piloto alíen, cuyo perfume es nauseabundamente
fuerte, debe saberlo porque está tomando las curvas más duramente. Mi cabeza
golpea contra la ventana. Abro los ojos y le frunzo el ceño.
—¿Estás disfrutando de esto? —digo, agarrando la manija de la puerta
por apoyo.
Ella cambia de marcha, y el auto da un bandazo hacia adelante. —En
realidad, tengo mejores cosas que hacer que preocuparme de que vayas a
vomitar en mi auto.
—No voy a vomitar —la tranquilizo. No sé por qué. Es solo una verdad a
medias, de todos modos. Si sigue sacudiendo el auto, puede que tenga algo que
129

limpiar una vez que me vaya—. Me refiero a Shane. —Miro fijamente a través
del parabrisas, las casas zumbando a gran velocidad—. Estoy fuera de la
Página

imagen ahora. Debes estar feliz por eso.


No dice nada. Lo que tomo como un sí. Dejamos atrás unas cuadras más
y todo es silencioso e incómodo, e intento imaginarnos estando juntas en su
auto como amigas, pero todo lo que sigo viendo es su dedo largo y delgado
dibujando la forma de un cuadrado.
Me echa un vistazo. —Nunca te había visto borracha antes. Así
como, borracha, borracha.
—Nunca es demasiado tarde para empezar, ¿cierto? —murmuro
mientras pasa una señal de “Pare” en la calle Blanch. Las casas comienzan a
deslizarse de nuevo—. Estoy tratando de descubrir qué es lo opuesto de un
cuadrado. ¿Un círculo? —No la miro, pero por el rabillo del ojo puedo decir que
está mirando de ida y vuelta entre la calle y yo, entrecerrando los ojos. Sonrío
por dentro, y las palabras salen envalentonadas por el alcohol—. Porque si vas a
llamarme cuadrado, puede que también tenga un apodo para ti, para hacer los
encuentros más interesantes. Un círculo no funcionaría porque es la forma de tu
boc…
Mi cuerpo choca contra el tablero. Mi frente golpea el parabrisas. No con
fuerza, pero lo suficiente para que mi mano la acune. Miro a Lexi: su pie está
sobre el pedal del freno.
—Jesús. ¿Estás tratando de matarme?
Aprieta el volante, sus uñas de color rosa clavándose en el cuero. —No lo
entiendes, ¿verdad?
Presiono el puño sobre el pulso en mis ojos. —¿Entender qué? ¿Qué
disfrutas torturándome porque eres mucho mejor que yo?
—¿Yo, mejor que tú? —La sorpresa eleva su voz. Empezamos a acelerar
y ella pisa el freno otra vez, apretando la mandíbula—. Deja de restregármelo
en la cara.
—¿Restregarte qué? —Siento que tenemos dos conversaciones separadas.
No tengo idea de lo que está hablando.
Me mira intensamente, su cabello rubio cayendo sobre sus hombros
desde adentro de la capucha. —Lo tenías todo.
Me río. No puedo evitarlo. Esto es tan estúpido. Estoy teniendo una
conversación con la Perfecta Lexi acerca de cómo yo tengo todo. —Lo que sea.
—Alcanzo la manija de la puerta, pero ella presiona de nuevo el acelerador y
130

soy forzada hacia atrás en el asiento.


—Tienes padres —dice, aumentando la velocidad—. Ambos te aman…
Página

—Tú también tienes a tus dos padres —digo. Los recuerdo a ambos, el
Sr. y la Sra. Perkins. Eran padres normales, trabajadores.
Ella sacude su cabeza. —No es lo mismo. —El auto dobla en mi calle.
Lexi tiene razón. No es lo mismo. Porque soy adoptada, y ella no. Mantengo mi
boca cerrada. No voy a defender cuán imperfecta es mi vida ante alguien que
me odia y pueda usarlo contra mí—. Siempre lo has tenido todo —continúa—, y
actúas indiferente al respecto. Una mejor amiga, un novio, incluso cuando
éramos niñas y Dani y tú entraron a ese estúpido equipo de fútbol y yo no.
Mi cabeza está palpitando. Cierro los ojos y presiono el puente de mi
nariz. Estoy tan harta de estar en este auto. —¿No lo hiciste? —digo sin
entusiasmo—. Eras demasiado buena para intentarlo.
Deja salir un suspiro pesado. —Dios, eres estúpida. Eso fue lo que te dije
porque estaba avergonzada… no era lo suficientemente buena para el equipo y
tú sí.
Levanto la mirada y su rostro se ve, no sé, triste. ¿Intentó entrar en el
equipo y no lo logró? ¿Luego nos mintió al respecto? ¿Porque se sentía
avergonzada?
—Luego te robaste a Shane…
—No lo robé, Lexi. Te negaste a aceptarme como su novia.
—¡Porque no quería que tuviera una novia! Porque…
—Te gustaba. Esa es la razón de que no me quisieras alrededor, ¿cierto?
La razón de que trataras de que terminara conmigo.
—No —dice rápidamente, levantando las manos—. No me gusta de esa
forma. Tal vez lo hacía hace mucho tiempo, pero él no… —Se detiene,
terminando el pensamiento en su cabeza, y me inclino, me inclino hacia ella
porque quiero saber qué es lo que va a decir. ¿Él no qué?
Aparta el pensamiento. —Y nunca traté de hacer que terminara contigo.
Le gustabas demasiado para malgastar mi aliento. —Observa la carretera, con la
cara seria.
No voy a abrir la boca. E incluso si lo hiciera, no sabría qué decir.
Se detiene delante de mi casa y mueve la palanca de cambios hasta llegar
al punto muerto. —Lo necesito —dice en un susurro. No sé por qué está
diciéndome esto. Yo también lo necesito, pero nunca se lo admitiría.
131

Nos miramos la una a la otra. Desearía poder desmayarme de nuevo


para no tener que verla, porque verla me hace sentir pena, y no debería
Página

sentirme de esa manera por alguien que me hace tan miserable.


—Gracias por el paseo —digo, y manoseo la puerta hasta que se abre.
Coloco estratégicamente mis pies inestables en la calzada y, uno por uno, los
fuerzo hacia mi casa vacía.

132
Página
Traducido por Vane hearts
Corregido por Miry GPE

El whisky tiene un color mucho más claro cuando lo expulso. Más como
caramelo de mantequilla. Tiro de la cadena, me meto en la cama y, no sé por
qué, pero pienso en un jardín. Debido a que un jardín sería mucho mejor que
donde estoy ahora.

133
Página
Traducido por Val_17
Corregido por Jasiel Odair

—Te ves como la mierda. —Dani se sienta a mi lado en la mesa,


agarrando una zanahoria de mi ensalada—. ¿Boche dura? —Sonríe, porque ya
sabe lo que pasó ayer. Toda la escuela lo sabe.
Cortesía de Shane o Lexi. Sin embargo, no estoy segura de cuál.
Recojo mi pelo en una cola de caballo y echo un vistazo por la cafetería
hacia la mesa de Shane. Está usando una polera térmica negra bajo su camiseta
de Corredores de West Haven. Es el único en el equipo que puede hacer que
nuestra camiseta de la escuela roja y anaranjada y demasiada amplia en el
cuello parezca de alguna manera atractiva. Sus manos están envueltas
alrededor de una botella de agua. Ian lleva arroz a su boca como un perro
buldócer a su lado. Si me concentro lo suficiente, puedo escuchar la voz de
Shane a través de la neblina de charlas y envoltorios. Se está riendo, y el sonido
es musical.
—¿Lo extrañas? —La voz de Dani me sobresalta, y mi mano golpea la
soda. La lata vacía resuena contra la mesa. Ella la levanta.
—Me odia —digo con un encogimiento de hombros. Lo extrañe o no,
ayer demostró que nuestra relación está realmente terminada. Nunca me
perdonará.
Ella resopla, arrugando la nariz. —No puedes culparlo. Como que lo
engañaste, luego se lo refregaste en la cara con un mensaje de texto, ¿recuerdas?
—Lo recuerda —dice una voz detrás de mí, a la defensiva. ¿Y protectora?
¿O soy solo yo deseando que volvamos a la normalidad? Un brazo se estira
sobre mi hombro, dejando caer un pequeño tomate en mi plato. Shane odia los
tomates pequeños, no puede soportar la forma en que se rocían en su boca
134

cuando los muerde, pero no puedo girarme para mirarlo porque


inesperadamente una ola de inmenso pánico me abruma. Aprieta mi pecho.
Página

Como garras afiladas cavando en mi cuello. Mi garganta.


Sangre. Está en todas partes. ¿Debería haber tanta? Presiono la mano en mi
muñeca, pero sigue saliendo, agrupándose entre mis dedos.
El calor arde a mí alrededor. El humo me sofoca, enterrándome.
Entonces una voz profunda grita—: ¿Hay alguien aquí?
Dani está mirando mi agarre de muerte en su botella de agua. El plástico
arrugado bajo mis dedos. Su mirada parpadea detrás de mí, una señal de que se
supone que debo estar girándome para mirar a Shane en estos momentos.
Trago, tirando de mi cuello. Las risas y el bullicio de las conversaciones
zumban en el comedor. Dani apuñala un pepino con su tenedor de plástico y lo
muerde, evitando las semillas.
—Eh… esto se quedó en el auto de Lexi ayer. Creo que se cayó del
bolsillo de tu chaqueta. —Me entrega una nota, la que tiene un recordatorio de
mamá sobre la reunión con la Dra. Parody de nuevo. Se aclara la garganta—.
¿Estás viendo a un terapeuta?
Habría tenido que buscar su nombre para saber qué tipo de doctora era.
—Sí —digo, empujando a un lado ese pensamiento. Buscó su nombre
porque tenía curiosidad. No por alguna otra razón—. Sabes que mis padres…
están muy preocupados de que termine como mi prima Jenna: embarazada a
los diecisiete años, sin siquiera graduarme de la secundaria…
Vacilante, está de acuerdo con una sacudida de barbilla. Conoció a Jenna
y a mi tía Lori hace unos meses, en la cena de Acción de Gracias. Su mamá no
trabajaba, pero tampoco había cocinado. Jenna y su mamá habían viajado desde
Florida. Sólo en su primer trimestre, mi prima ya tenía un bultito, como si
hubiera puesto una toalla de mano arrugada bajo su camiseta.
Shane mueve los pies y atrapa mi mirada, y por una fracción de una
fracción de segundo, la renuencia, el disgusto y la frustración se deslizan lejos y
sólo somos él y yo y nuestros ojos tocándose a través del caos de la cafetería. Su
mirada me envuelve. Me abraza. Me hace sentir toda cálida por dentro, como
cuando me pongo su chaqueta o me siento junto a él en su camioneta, con el
calentador soplando en mi cara.
Por un segundo me siento como si pudiéramos volver a la normalidad,
como si pudiera envolver los brazos a su alrededor y decirle cuánto lo amo,
pero entonces sus ojos parpadean hacia mi izquierda, hacia Lexi entrando en la
sala, y me dice que tiene que irse, y luego se dirige en su dirección.
135

Un pequeño gesto y, mi esperanza se destroza. Como si hubiese tirado


Página

mi pequeño y frágil deseo al suelo de linóleo y lo viera astillarse hasta los


pedazos. Es uno de esos momentos en el tiempo cuando te duele la pérdida de
algo que nunca tuviste para empezar.
La esperanza es así la mayoría de las veces: sólo conduce a una mayor
decepción.

136
Página
Traducido por Vane hearts
Corregido por SammyD

—Tenemos mucho de qué hablar hoy. ¿No es así? —Vestida con un


poncho mexicano, gris, azul y rojo, la Dra. Parody toma asiento frente a mí, su
expresión ilegible. ¿Le gusta cuando hay cosas de que hablar? ¿Hace que los
treinta minutos vuelen más rápido cuando las catástrofes y desgracias de la
vida de los demás ofrecen entretenimiento y distracción de su oficina fría y
oscura?
—Sí. —Asiento, siguiéndole la corriente. Algo de lo que he aprendido, es
que si sigo la corriente, existe la posibilidad de que no vaya a tener que sufrir
durante otra media hora para responder las preguntas al azar acerca de
momentos en mi vida que no recuerdo.
Me estoy haciendo bastante buena en seguir la corriente; parece que
puede ser uno de mis muchos talentos.
—¿Alguna vez ha fingido ser otra persona? —pregunto, moviendo la
pulsera de plata en mi muñeca—. ¿Ha conocido a alguien nuevo y le ha dicho
un nombre diferente por ninguna razón en absoluto?
Ladea la cabeza, el cabello castaño y áspero moviéndose rígidamente
contra su papada. Probablemente se pregunta por qué una barra de Snickers no
es necesaria para hacerme soltar palabras esta vez.
—Creo que la mayoría de los chicos —dice con cautela—, en algún
momento, les gusta engañar a los extraños, haciéndoles creer que son otra
persona. El poder de fingir puede ser difícil de dejar de lado a medida que
creces. Echa un vistazo a un niño e instantáneamente recuerdas que vive en un
mundo mucho más maravilloso y extravagante que del resto de nosotros. Una
pila de bloques de madera es una gran ciudad y algunos palos sus habitantes.
137

Ruedo los ojos ante su respuesta punto por punto. No lo ve.


—¿Pero lo ha hecho? —pregunto sin rodeos, sin querer una repetición
Página

mecánica de algún libro de psicología, sino de una persona real.


—Claro que lo he hecho.
—¿Y se acuerda de ello?
—Partes de ello. Fue hace mucho tiempo.
—¿Va a contarme al respecto?
Aprieta los labios. —Ellie, creo que tenemos que hablar de ti.
—Por favor. —Mis dedos se entrelazan. Luego digo—: Vamos a hablar
de mí, pero tengo que saber lo mucho que recuerda. —Llevo las piernas hasta
mi pecho y espero, rogando con los ojos que me lo diga. Deja escapar un
suspiro lento, y baja el bolígrafo.
—Tenía catorce años. Acampaba en Yellowstone con mis padres. Mi
mejor amiga, Susie, se encontraba con nosotros. Conocimos a algunos chicos
alojados unos pocos campamentos más abajo. Eran hermanos, creo. Como dije,
fue hace mucho tiempo. No recuerdo sus nombres, pero les dijimos que los
nuestros eran Ashley y Amanda y que éramos de San Diego.
—¿Por qué?
—Por diversión, supongo. —La mirada que me da justo en ese momento
me recuerda a mi hermana, como si con visión de rayos X buscara respuestas
detrás de mi cara, detrás de mis ojos, detrás de mis uñas moradas que no
recuerdo haberlas pintado. Me desperté la mañana de ayer con ellas.
Asiento, mis ojos moviéndose débilmente a través de su expresión
inquisitiva. Hay una diferencia entre esta mujer y yo, una grande. Ella recuerda.
Y como si eso fuera poco, pretender ser otra persona era un juego infantil. Sólo
por diversión.
Apoyo la mejilla contra mi rodilla. —¿Alguna vez ha hecho algo y no
recordaba hacerlo? —Se mueve incómodamente en su silla, el cuero chirriando
y quejándose. Para alguien que fisgonea para ganarse la vida, seguro que hace
que sea obvio que no le gusta cuando se cambian los roles.
—¿De qué se trata esto, Ellie? ¿Tiene algo que ver con el por qué te
escapaste? ¿Hay algo que quieras decirme?
Silencio. ¿Quiero decirle?
No.
Pero, ¿estoy cansada de vivir este tornado de vida?
138

Sí. Más que nunca.


—Me hice un tatuaje. —Trago saliva—. Un día después de la escuela,
Página

pero no recuerdo haberlo hecho, solo desperté con él. Y luego, cuando me fui de
aquí la última vez, me encontré con el chico que me lo hizo. Creo que le dije que
mi nombre era Gwen, pero tampoco me acuerdo de eso. Algunos de los
recuerdos han regresado, creo, como pequeños pedazos de mi día, pero la cosa
es que, no importa cuánto lo intente, no puedo recordar todo. Y no puedo
entender por qué lo hice, y en primer lugar, por qué mentí sobre mi nombre y
me quedé con él durante tanto tiempo.
Duda un momento.
—Bueno. —Su mirada revolotea entre mí y el papel en el que escribe—.
¿Qué pensabas antes de que le dijeras tu nombre? ¿Considerabas una razón por
la que no querías que supiera? ¿Tal vez, inconscientemente, no querías revelar
tu verdadera identidad? ¿Habría una razón para eso?
Ignoro su última pregunta. —No me acuerdo.
—¿No recuerdas lo que pensabas?
—No recuerdo nada de eso. Es como si me hubiera desmayado. Tres días
completos han sido borrados de mi cerebro. A excepción de despertar en su
apartamento, me acuerdo de eso.
Su boca se abre y luego se cierra. Pasa un momento. No puede hablar.
Eso no puede ser bueno.
—Déjame ver si entendí bien. —Finalmente se aclara la garganta y dice—
: ¿Todo en los tres días se halla en blanco?
—En su mayoría. Soñé que fui al parque con él, y luego hacíamos cosas
diferentes en su apartamento. —Dios, espero que no pregunte qué—. Pero no sé
si realmente pasó.
Asiente y no dice nada por un minuto angustiosamente largo. Mi silla se
siente fría, igual que mi interior. Un sentimiento profundo me dice que va a
decir algo que no me gustará, algo que empeorará incluso más la situación, y
hará que me arrepienta de decirle en primer lugar. El reloj suena. Su bolígrafo
garabatea sobre el papel. Mi exhalación desfigura la estática en la habitación.
—Voy a ser honesta contigo. Tu ausencia de memoria me preocupa. —
Pone su libreta y bolígrafo en la mesa entre nosotras. Tenía razón. Aquí viene.
Me aferro a mi muñeca, preparándome para la noticia. La Dra. Parody se sienta
con la espalda recta, y tira de su poncho—. Me gustaría enviarte a un amigo
mío. Un neurólogo. Su nombre es Dr. Horn y creo que puede ayudar.
—¿Cómo? —No tengo ni idea de lo que va a decir. De todos modos, ¿qué
139

hace un neurólogo?
—Muchas veces una tomografía computarizada puede detectar
Página

anomalías funcionales en el cerebro. Si tienes dificultad en recordar, puede ser


capaz de señalar el por qué. —Se pone de pie, dándole un tirón a sus pantalones
caqui para que caigan sobre sus zuecos—. Vamos a hablar con tu madre. Para
ver si tenemos su aprobación.
—Espere. —Mi mano sale disparada para detenerla de acercarse más a la
puerta—. Mis padres no saben acerca de los desvanecimientos. Sólo saben que
no recuerdo a mis padres biológicos y todas esas cosas de cuando era pequeña.
—Ya veo.
—Y no saben dónde me encontraba cuando me fui, cuando pensaron que
me escapé. —Mi voz es baja para evitar que el pánico se escabulla. ¿Y si les
dice? ¿Hay alguna cláusula en su pequeña regla de privacidad que diga que
cuando los niños se encuentran en peligro los padres deben ser notificados?
Asiente, como si hubiera estado en esta situación antes.
—¿Te gustaría mantenerlo confidencial? ¿Dónde estuviste?
Finjo una sonrisa, una que estoy segura de que ve directamente. —
Porque suena mucho peor de lo que realmente era. Nosotros… no estábamos,
ya sabe… —Aparto la mirada, mis mejillas ardiendo al rojo vivo debido a que
Griffin y yo estábamos… ya saben.
—Veré lo que puedo hacer.
En la sala de espera, con matorrales amontonados alrededor de sus
piernas, mamá se encuentra sentada con un libro en el regazo. La Dra. Parody le
explica que le gustaría tener unas palabras con ella y luego mamá se voltea
hacia mí. Con una mano apoyada suavemente en mi hombro, quizás
malinterpretando mi temor de que la Dra. Parody no cumplirá su palabra por
preocupación inocente, mamá dice—: Ve a casa, cariño. De todos modos, tengo
que pasar por el mercado para comprar algo para la cena.
Asiento y estoy conduciendo mi coche antes de darme cuenta, el centro
pasando lentamente por mi ventana. No estoy segura de cómo me siento acerca
de esto, de ir a un especialista para el cerebro. Significa que tendré que explicar
mis recientes pérdidas de memoria durante la cena con mis padres, faltar a la
escuela para sentarme en la oficina de otro médico conectada a varias
máquinas, y tal vez, sólo tal vez, tendré por fin una respuesta a lo que me pasa,
pero en serio…
140

Mi teléfono vibra con un mensaje. Es Griffin: Estaciónate.


¿Eh? Qué extraño. Disminuyo la velocidad, sujetando el volante con la
Página

rodilla y respondo: No. ¿Por qué?


Sólo ha pasado un segundo, y entonces responde: Mira detrás de ti.
Echo un vistazo por el espejo retrovisor. Un Jeep naranja avanza dando
saltos a lo largo de la carretera en la estela de mi coche, lo suficientemente cerca
para ver la línea delgada de la boca del conductor. Griffin y yo no hemos
hablado desde que me desperté en su habitación. Al menos no que yo recuerde.
Me detengo junto a la acera, mirando por el espejo mientras Griffin se
baja de un salto del Jeep. Gafas de aviador, con decoración de oro y
resplandecientes, descansan en el puente de su nariz. No sonríe, pero debería.
Tiene un tipo de sonrisa agradable.
—Escucha —dice mientras se acerca. Su voz es baja y seria. Las nubes se
reflejan en imágenes perfectas en sus gafas mientras se apoya en la ventana—.
Sobre el otro día…
No quiero hacer esto, explicar el por qué me encontraba en su cama. O
por qué salí de ella. Por qué no lo he llamado. Así que hago la única otra cosa
que se me ocurre: toco el marco de sus gafas, sonrío y digo en el tono más
tranquilo que puedo manejar—: ¿Me está siguiendo, Oficial Peed?
Su boca se congela, medio abierta. Un coche pasa volando por detrás de
él, y luego se quita las gafas, colgándolas en el cuello de su camisa. Ojos de un
azul pálido me miran con curiosidad. Debe entender lo que hago: evitar la
conversación incómoda que deberíamos tener. Pero esta es la diferencia entre
Shane y Griffin. Griffin también puede fingir que no sucedió.
—¿Una chica de los suburbios del oeste en este lado de la ciudad? —dice
con burla, pasándose la mano por el pelo—. Eres un poco difícil de perder.
—Por favor. —Ruedo los ojos—. ¿Qué haces aquí?
Señala a Fleur de Lis, la tienda de flores en la siguiente manzana. —
Mañana es el cumpleaños de mamá. Localicé su dirección, así que voy a
enviarle algo. —Se mueve incómodamente, y luego su expresión se ilumina con
una sonrisa—. ¿Quieres ayudar a elegirlo? Apuesto a que tienes un buen ojo
para elegir la clase de ramos de: Sé que me odias, pero de todos modos feliz
cumpleaños.
Frunzo el ceño. —¿Qué se supone que significa eso?
Se ríe y pellizca mi mejilla. —Que todavía no he visto algo en lo que seas
mediocre.
141

Mantener una relación. Decir la verdad. Tener una nota decente en


Página

español. Podría seguir, pero lo único que conseguiría con eso sería hacerme
sentir como una mierda. —No puedo —digo en su lugar—. Tengo que llegar a
casa. —Tiro ansiosamente el cinturón de seguridad a través de mi pecho
cuando una mancha negra y azul en su muñeca me llama la atención. Alcanzo
su brazo y empujo hacia arriba su manga—. ¿Otro?
—Lo hice el fin de semana. ¿Te gusta? —Cubierto de un gel transparente,
un remolino de líneas espumosas se abren paso a través de su piel,
envolviéndose alrededor de su muñeca como un brazalete permanente. La
verdad es que no es como cualquier imagen, es más como una impresión
artística de torrentes del océano en un movimiento rápido tatuado en él.
Asiento, porque me gusta. Es el artista más talentoso que conozco. Otro
vehículo pasa. El silbido del aire sopla frío contra mi cara. Cierro los ojos por un
milisegundo y cuando los abro, me miran de vuelta.
Redondo. Rojo. Brillante.
Las luces traseras de la camioneta de Shane.
Se detiene, lo que significa que me debió ver. Sentada en mi coche con
otro hombre apoyado en la ventana. Cerca. Igual de cerca que casi besándose.
En el espejo retrovisor, los ojos de Shane se conectan con los míos. Los sostiene
por una respiración completa. Y entonces sus neumáticos dan un chillido.
—¿Lo conoces? —pregunta Griffin, mirando el cuadrado de rojo acelerar
por la calle.
—Más o menos. —Enciendo mi coche—. Me tengo que ir.

Mi coche me grita. No sé cómo funcionan los motores, pero por el


gemido agudo que proviene de debajo del capó, no me sorprendería si detonó
como una bomba o murió con un chisporroteo o cualquier otra cosa que los
coches hagan cuando los presionas demasiado duro.
Me duelen las manos de agarrar el volante con tanta fuerza, tomando
142

curvas a una velocidad que cualquier persona en su sano juicio juzgaría por
demasiado rápido. Perdí de vista la camioneta de Shane después de que dio
vuelta hacia Marks Road. Pensé que se dirigía a la entrada del pueblo, al único
Página

lugar que va cuando está molesto, pero cuando conduzco de vuelta a la ciudad,
con Beacon haciéndose más y más pequeño en mi espejo, me pongo a llorar.
Porque si Beacon se encuentra vacío, sólo hay otro lugar al que iría. A la
casa de Lexi.

143
Página
Traducido por Nats
Corregido por Jane

La almohada es arrancada de mi cabeza y todo lo que quiero hacer es


cogerla de nuevo y enterrarme entre las plumas apretujables, hasta que todos
los desastres a mí alrededor desaparezcan y vuelva a ser normal de nuevo. ¿Es
posible? ¿Pulsar un simple interruptor y convertirme en Ellie Cox, la corredora
mediocre, estudiante decente, hermana mayor normal, novia que no engaña, y
mejor amiga que no guarda secretos? ¿Puedo hacerlo? ¿Simplemente pestañear
y ser esa persona una vez más?
Pero la verdad es que no estoy segura de que alguna vez fuese esa
persona. Y no porque una vez fuera Ellie McClellan, incluso aunque podría
estar relacionado, sino porque había veces en las que no era tan buena
estudiante, en las que mentía y me desprendía de mi hermana. Me gustaría
decir que los apagones me obligaron a hacer esas cosas. Pero también me
gustaría dejar de culpar a estos pedazos de tiempo perdidos y en su lugar,
recuperarlos. Admitir todas esas cosas, hacerlas mías, y entonces, quizás, que
fuesen parte de mí de nuevo. Tal vez.
—Tenemos que hablar —dice mamá.
—Te he estado esperando. Toma asiento. —Mis ojos siguen cerrados. La
puerta se cierra.
—Espero que no pienses que esto es una broma, Ellie. —Papá. Mierda.
Mamá trajo a papá.
Abro los ojos. Los dos están sobre mí, cada uno a un lado de la cama, con
una mezcla de preocupación e ira y traición deformando sus expresiones. Una
ceja alzada por aquí, una arruga o pliegue por allá, un ceño fruncido en un
rostro, una boca apretada en otro, una suposición —de mi parte—, de que esto
será un momento muy incómodo en mi vida. Uno del que desearía poder
144

evaporarme, saltar hacia delante en el tiempo sin recuerdos de la conversación


que voy a tener.
Página

—Lo-lo siento. —Me incorporo, acercando las piernas a mi pecho para


hacerles espacio a ambos—. No es broma. Es que… no he tenido la mejor
semana.
—Eso he oído. —El tono de mamá es el mismo que utiliza después de
regresar de una charla entre padres y profesores con no tan buenas noticias.
Historia no parece ser tu punto fuerte, pero tu esfuerzo es digno de elogio
(Señor Kraus, al principio del año). Has estado distraída durante las clases
(Señora Vogt, después de que Shane y yo rompiéramos). Ni me imagino lo que
sabrá de la Dra. Parody. O quizás Shane y Lexi decidieron contarle sobre el
incidente con la bebida.
Se sienta en la cama, tendiéndome mi almohada púrpura. Un par de
segundos eternos pasan mientras busca las palabras, obviamente pensando que
están en alguna parte en la pared por encima de mi cabeza. Junto a mi foto con
Dany en la pista de patinaje en octavo grado. O detrás de la medalla de
segundo lugar que gané el mes pasado en el Encuentro de todos los condados,
para el que Shane me entrenó.
Hay muchas que decir: explicaciones, secretos, realidades que he
mantenido en secreto, pero no lo hago. Me quedo sentada, esperando. Porque,
realmente, no tengo ni idea de lo que la Dra. Parody la dijo. Cuánto podría decir
sin necesitar mi permiso.
Mi boca está tan seca que apenas puedo tragar. Como si no hubiera
bebido agua durante días y entonces me pegara un trozo de papel en la lengua.
Respiro profundamente, aun esperando. Mamá se aclara la garganta y toma mi
mano.
—En primer lugar —comienza, clasificando internamente todo lo que se
propone decir. Ya lo conozco. Lo hace con todo, con los guisantes finales de su
plato, con la limpieza del coche cuando hace recados.
—Quiero que sepas que tu padre y yo estamos orgullosos de ti por
reconocer tus problemas con la Dra. Parody. Sabemos que no es fácil hablar
sobre… —Se detiene, dándole una mirada a papá—. Las cosas con alguien a
quien no conoces.
Papá asiente, saca la silla de mi escritorio, y finalmente se sienta. Acaricia
mi brazo suavemente. —Mamá tiene razón. La mayoría de los niños de tu edad
se cierran, desperdician el tiempo de todos incluyendo el suyo, pero nos has
demostrado que te lo estás tomando en serio. Creo que has descubierto que
hablar con la Dra. Parody puede ayudarte a regresar al camino.
145

No estoy segura de que eso sea exactamente lo que pasó. Pero lo que sea.
Le seguiré la corriente.
Página

—Por otro lado, cariño. —Mamá se hace cargo suavemente como si los
dos hubiesen preparado esta conversación antes de venir aquí—. Entendemos
que haya cosas que no nos has dicho.
—¿Cómo por ejemplo?
—Calabacita. —Papá se inclina, su voz baja y seria. Me imagino entonces
cómo sería estar en una habitación de hospital con él, máscara de papel
cubriendo la mitad de su cara, esos cubre-botines envueltos en sus zapatos, y la
bata turquesa robándole la atención a sus preocupados ojos avellana—.
¿Durante cuánto tiempo han estado ocurriendo las pérdidas de memoria? —
Estaba esperando esta pregunta. ¿Porque cómo si no la Dra. Parody explicaría
el que me estuviera refiriendo a un neurólogo?
—No lo sé. —Me encojo de hombros—. Supongo que siempre los tuve.
Ha habido un montón de veces en las que de cierto modo perdí partes de mi
día. Como si no recordara haber tomado una ducha o acristalar una olla en
cerámica o parte de una conversación o ir a la cama.
Podría seguir y seguir, revelando lo que nunca fue mío en primer lugar.
Quizás debería haber mantenido un seguimiento de todas esas piezas faltantes
en un cuaderno, y como con un acertijo, poder ser capaz de resolverlo: Por la
tarde, Ellie está sentada en el capó de un Jeep con un chico. Dos días después,
una imagen con ese chico sale a la superficie. Comía comida China a pesar de
que no le gusta. ¿Quién envío la foto? Pero me detengo después de un par, así
que por una hora mis padres me hacen preguntas y les doy respuestas, tan
veraces cómo es posible, que patinan alrededor de Griffin y el tiempo que pasé
con él. Les cuento sobre mi apagón después de la primera sesión de terapia,
sobre el no recordar nada de los tres días que me fui, levantarme en el bosque la
semana anterior a eso. Todo menos lo del tatuaje en mi estómago, el nombre
“Gwen”, y el chico que, después de hoy, podría no hablarme de nuevo, Griffin,
no Shane. Aunque supongo que ahora ambos entran en esa categoría.
Mis padres deciden enviarme al doctor Horn, con quien habló papá por
teléfono, lo que es una buena idea y me dan cita para dentro de unos días.
Después de una cena cocinada por la propia Sara, macarrones de sobre y
perritos calientes hervidos, y pasar una hora encerrada en mi habitación,
pensando en cómo me he convertido básicamente en una rompe-relaciones
profesional, me deslizo silenciosamente hacia la cocina para tomar un aperitivo.
En las escaleras, oigo la voz persistente de mamá hablar en susurros
irreconocibles.
146

—Lori, no puede recordar los tres días que desapareció. —Tía Lori. Está
hablando con su hermana en Florida—. La terapeuta dijo que no estaba segura,
Página

pero que podría estar relacionado con sus pérdidas de memoria cuando era
joven.
Me quedo quieta, la barandilla apretada entre mis manos. Mis oídos bien
abiertos. No suelo espiar a mamá. Escuchar sus charlas con las chicas de su club
de lectura no entretiene mucho, pero mamá nunca susurra al teléfono.
Especialmente, no sobre mí.
—No lo sé, Lor —dice mamá—, todas esas cicatrices… —Se detiene por
un momento, probablemente escuchando a mi tía parlotear sobre las cicatrices
de la infancia y sobre que los niños siempre serán niños, y que Jenna solía estar
cubierta de moretones por toda la pierna y ninguna supo nunca cómo llegaron
allí. Tía Lori dice cosas como esas cada vez que mamá trae a colación mis
cicatrices y ella siempre asiente, pero algo en ese movimiento, rígido y distante,
dice suficiente: mamá no cree que mis cicatrices sean por ser una niña torpe.
Suspira con fuerza.
—No quiero pensar en esto y espero por Dios que no sea cierto, pero qué
si sus padres… Quiero decir, no puedo imaginarme lo que le pudo haber
ocurrido cuando era pequeña. Quizás fuese algo horrible, ¿sabes?
Doy un par de pasos más hasta que veo a mamá. Está apoyada contra la
puerta corredera, de espaldas al bosque de alisos que se elevan sobre nuestro
patio trasero, sus ojos cerrados. Lori es una charlatana, los silencios son largos.
La impaciencia burbujea en mi pecho. Salto los últimos peldaños y entonces…
—No llores.
Una mano se apodera de mí, apretando mi garganta hasta que puntos negros
aparecen en su rostro. Otra lágrima se desliza por mi mejilla y su boca está en mi oído,
su voz es un gruñido. —Te dije que no lloraras, joder.
Parpadeo. Las luces sobre las escaleras están brillando como estrellas.
Trago el eco de la voz granulada dentro de mi cabeza. Entonces me golpea otro.
Las ata demasiado fuerte esta vez. Charcos azules palpitan en mis manos. Mis
pies se han convertido en hielo, calentados por la sangre que rezuma por mi pierna. Me
retuerzo contra las cuerdas, con cuidado de no arruinar la silla. Si me oye, lo empezará
todo de nuevo.
—¿Cariño? —La voz de mamá. Me trae de nuevo a las escaleras. A la
alfombra entre los dedos de mis pies. A la madera suave de la barandilla en mis
manos. Pero no habla lo suficientemente pronto. Y me absorbe de nuevo.
Hace calor.
147

El fuego suena enfadado, silbando como una serpiente al otro lado de la puerta.
El humo también llega, formando una nube en el techo. Se está hundiendo más y más.
Página

Pronto tocará mi cabeza. Tengo que encontrar un lugar para esconderme.


La oscuridad bajo la cama me llama. Mi lugar seguro. Un lugar donde sus
brazos gordos no pueden llegar; quizás el fuego y el humo tampoco me alcancen. Gateo
con una mano por debajo de la barra de metal y bajo la manta para ocultar mis piernas.
Sólo quiero tumbarme aquí. Pero no creo que tenga tanto tiempo.
El cuchillo en mi mano se siente duro y tambaleante entre mis dedos y huele
como el baño. Es el más limpio que pude encontrar. Estaba machacando unas pastillas
de color blanco hasta el polvo antes de que lo tomara. Limpié la parte afilada en mi
camisa, pero sigue apestando.
Aprieto más fuerte el asa, observado el color abandonar mis nudillos. Sus manos
cambian de color de la misma forma, cuando las tiene sobre mí. Nunca las pondrá en mí
de nuevo. Me aseguraré de ello.
Mi cuerpo no deja de temblar. Como aquella vez cuando me hizo salir a la nieve
descalza porque hice un ruido. Sólo que aquí, hace calor. Mucho, mucho calor.
Me pregunto si así se sentirá el cielo.
Me ovillo y levanto el cuchillo. La punta presiona en mí, en el interior de mi
muñeca, donde las líneas azules brillan a través de mi piel. Hace mella primero y
entonces mi sangre se dispara, agrupándose desde mi interior. Roja. Como el kétchup.
Una gota cae sobre la alfombra. Y otra. Aprieto mi mano temblorosa sobre el corte.
De repente por la ventana, una luz roja y azul parpadea en el resplandor del cielo
nocturno. Una sombra delgada aparece y entonces la ventana estalla. Trozos de cristal
llueven sobre la alfombra. Una voz grave grita.
—¿Hay alguien aquí?
—¿… estás bien? —Aún mamá. Más cerca ahora. Con sus manos
pequeñas sosteniendo mis hombros. Me sacude—. Ellie, mírame.
No puedo. Quiero contárselo, pero mi voz tampoco funciona. Las
palabras del hombre, los acordes, las manos, el fuego, el cuchillo, la sangre. Me
froto la cara y me las arreglo para soltar una palabra.
—Cansada.
148
Página
Traducido por Sofía Belikov
Corregido por CrisCras

Manos, fuego, un cuchillo, sangre. Manos, fuego, un cuchillo, sangre.


Yazco en mi cama, bajo la luz de la luna, los ojos abiertos de par en par
en busca de las manos, el fuego, el cuchillo, la sangre. Están viniendo a por mí.
En las sombras, en las piscinas de luz serpenteando por el suelo, en el silencio
estridente de nuestra casa dormida.
Mamá me creyó cuando le dije que estaba cansada. La terapia lo provoca,
me dijo. Así que he estado en mi habitación, escondiéndome del mal, fingiendo
estar dormida cuando asomó la cabeza para desearme unas buenas noches,
observando la neblina acumularse en las esquinas de mi ventana.
Para las dos, ya no puedo soportarlo más. Me levanto de la cama, doblo
el edredón, y bajo las escaleras, pasando a ciegas la mano por el barandal,
abriendo y cerrando la puerta del frente, saliendo a la noche húmeda, entrando
en mi auto, y encendiéndolo con un chirrido.
Me muevo como si no fuera yo.
Como si mi mente supiera que mi cuerpo no es lo suficientemente fuerte
como para hacer lo que estoy haciendo. Como si alguien más pasara el cinturón
de seguridad por mi pecho. Encendiera las luces mientras doblo en el bulevar.
Alguien. O algo. Como un marciano. O un pitufo. O, no sé.
Tal vez soy yo.
149
Página
Traducido por Beatrix
Corregido por Eli Hart

Siempre es más oscuro antes del amanecer. ¿Fue un poeta quien dijo eso?
¿O algún viejo refrán antiguo que la gente ha repetido y confiado durante años
y años y años? En nuestras vidas —mi problemática vida—, eso puede ser
verdad, pero déjenme decirles que en la naturaleza, no lo es. La verdad es que
hay una gran cantidad de luz antes de la salida del sol. Incluso aunque contara
el "amanecer" como el principio de un poco de luz, todavía no lucía
consecuentemente más oscuro que el resto de la noche sentada en los escalones
deteriorados de la salida en Beacon.
Es sólo un dicho para ayudar a las personas que están deprimidas,
asegurándoles que está bien, que las cosas empeoran antes de mejorar. De
hecho, tal vez las vidas tienen que caer a las profundidades del infierno antes de
que puedan dar la vuelta. Si ese es el caso, tal vez estoy haciendo lo correcto al
escaparme de nuevo. O bien, en función de cómo lo mires, por primera vez. Lo
que sea.
Cuando alguien toca fondo, el único lugar al que queda ir es hacia arriba,
¿verdad? Con mi suerte, probablemente todo irá de mal en peor hasta que
colapse hasta un "peor" horrible o explote de lo loca que me ponga el "peor". Tal
vez haré las dos cosas: colapsar y explotar en mi cabeza, haciéndome lucir como
un globo de aire caliente, o un muñeco cabezón, o un…
Dios, debo estar delirando. Estoy tan cansada.
Nunca me he quedado despierta toda la noche. Estuve cerca, una vez,
cuando Dani me apostó a que no podía. A los trece años, promocionado por el
refresco con cafeína, Mountain Dew, pasas cubiertas de chocolate y galletas
caseras, duré hasta las cuatro de la mañana, pero para entonces ya había visto
todas nuestras películas, no soportaba cómo las revistas quemaban nuestros
150

ojos, y nada más que infomerciales patrocinaban la televisión. Cuando nos


despertamos en la mañana, para pagar mi derrota, tuve que convencer primero
Página

a la señora Callaway, la madre de Dani, de dejar que su hija se quedara en mi


casa en una noche de escuela. Por supuesto que no funcionó. Dani ocupó su
cama la noche siguiente, y dos días más tarde un lado de la cama de sus padres
se volvió vacío y permaneció así hasta el año pasado, cuando Janine lo afirmó
con sus perlas y uñas demasiado largas.
Me concentro en la carretera, y en el destello del sol en el agua de la
mañana. Nunca antes he visto la calle de Shane tan temprano, cuando el cielo
está iluminado desde abajo con un resplandor ardiente. Allí es donde estoy
ahora. La casa de Shane. El frío me convenció de regresar de nuevo a mi coche
en la fábrica de cemento, pero no estaba lista para ir a casa. Volver a las manos,
fuego, cuchillo, sangre.
Con cada minuto que pasa, manteniendo los ojos como platos, el cielo
rosado y anaranjado se intensifica, disfrazando un árbol en la distancia con un
contorno troquelado. Hice un dibujo igual en segundo grado, pintando con
acuarela un cielo vibrante y pegando un cactus de papel negro en el centro. No
recuerdo pintarlo, pero mamá todavía lo tiene en su oficina, colgando sobre su
estantería.
Al estar a oscuras adentro, las ventanas de la casa de Shane reflejan la
representación del cielo. El letrero de bienvenida por encima de la puerta
principal me sonríe. Ajá. No me siento muy bienvenida. Las paredes del coche
parecen estar acercándose a mí. Poco a poco. El aire caliente de los respiraderos
de la calefacción me ahoga. Me siento expuesta sin el manto de la noche y la
calma de las estrellas. Con un tirón de la mano, golpeo el calefactor y presiono
la palma contra la ventana. El frío me pone sobria.
Sólo quiero recuperar mi vida. ¿Es mucho pedir? Ver películas con
Shane. Reír hasta que me duela el estómago con Dani. Correr hasta que mis
piernas se sientan como si estuvieran cayendo. Ir a una fiesta y recordar toda la
noche. Vivir sin tatuajes y el chico que los hace. Sin terapeutas y exámenes
cerebrales y las pesadillas que roban mi mente cuando estoy despierta.
¿Está mal que anhele esas cosas? ¿Alguien me puede culpar por hacerlo?
Griffin no tiene la culpa. Pero aún así, si nunca lo hubiera conocido, dado
mi número, y besado en el capó de su Jeep, todavía podría tener la mano de
alguien para agarrar en la escuela.
De repente, un golpe fuerte sacude la ventana. Lo primero que pienso es
que es un policía. Lo que sería terrible en muchos niveles, dado que soy menor
151

de edad, estoy fuera pasando el toque de queda de la ciudad, y posiblemente


les den una llamada telefónica a mis padres.
Página

O que es Shane, lo que sería peor.


O…
—Está helando aquí afuera, joder. ¿Vas a dejarme entrar o qué? —O Lexi.
Ugh.
Parada en la acera, tiene los brazos cruzados sobre el pecho. Nubes
blancas y turbias resoplan desde su boca seria. Una capucha gris cubre su
cabello decolorado y luce tan tensa que por un momento, considero dejarla allí
en su traje elegante, temblando. ¿Cuánto tiempo haría falta para que perdiera la
paciencia, y la temperatura corporal interna, y volviera dentro? De todos
modos, probablemente sólo quiere fastidiarme por ser vista con Griffin antes.
Pero, no sé, algo acerca de ella luciendo pequeña e incómoda, aprieta mis
entrañas. Cuento lentamente hasta cinco, para llegar a la puerta, detengo los
dedos cerca de la cerradura por otros cinco, y luego la abro. Se sube de
inmediato. Sus manos van directamente hacia su boca y sopla.
—Eres realmente patética, ¿lo sabías? —dice después de un momento.
Mmh. Debí dejar que se congelara. Congelada con carámbanos brillantes—.
¿Sentada frente a su casa? ¿Qué pensaste que iba a suceder? ¿Qué te vería y
saldría?
Me encojo de hombros. —Tú lo hiciste.
Mira al frente, la comisura de su boca subiendo. —No podía perder la
oportunidad de ver… —Sus ojos revolotean hacia mi rostro, alrededor de los
agujeros en mi fina sudadera, y mis pantalones de algodón manchados—, esto.
Debería importarme que esté burlándose de mí. Que todo el mundo
mañana en la escuela probablemente se ría a mis espaldas, ya que después de
todo, sabe cómo me veo en mi peor momento. Pero no lo hago. Estoy
demasiado cansada y vacía e incapaz de sentir cualquier cosa más que
repugnancia por mí misma.
—Toma una foto si quieres —digo rotundamente.
Lexi solía hacer esto con sus ojos; mover los párpados mientras los
rodaba. Todos los chicos se burlaban de ella por eso, decían que la hacían
parecer poseída. En su momento, creí que la hacía verse segura de sí misma.
Como si sintiera tanta confianza que temblaba. Así era en quinto grado.
Animada. Preparada. Y, vergonzosamente, a quien idolatraba.
Sus ojos hacen el movimiento, entonces arruga la nariz y dice—: Debería
152

odiarte, por convertir a Shane en un viejo gruñón. Dios, era una tortura estar
cerca de ustedes, pero verlos juntos es mucho más entretenido que la mayoría
Página

de las películas que me hace ver.


Una indirecta. También lo sabe.
La odio.
—¿Acaso Shane te envió aquí? ¿Para decirme lo horrible que soy? —Mi
voz es fuerte al principio, pero luego se contrae y me siento como si estuviera
apretando un gatillo, con el agarre invisible de manos en mi pecho, el sudor en
las palmas y el picor en los ojos—. Porque ya lo sé, ¿de acuerdo? No necesito…
—No me envió él. —Resopla, quitándose la capucha de la cabeza y
apuntando la ventana de su dormitorio—. Te vi sentada aquí, actuando toda
triste y sola.
No lo niego.
—De verdad es emocionante —continúa, seria—, ver qué tan lejos
llegarías para hacer de su vida un infierno. Debes preocuparte mucho por él.
Haciendo alarde de tu nuevo novio durante el día. Sentada frente a su casa
como una acosadora por la noche…
—Nunca alardeé…
Me detengo. Hay un silencio atónito. Nunca hice alarde de mi novio. Sus
ojos me desafían a decirlo. La imagen. El estacionamiento. Griffin apoyado en
mi coche hoy, los labios proyectando besos. Así es como debe lucir; como si lo
hiciera con el propósito de hacer miserable a Shane.
—Hablábamos —digo, porque estas son las palabras que quiero que
Shane escuche, que Griffin no es más que un amigo para mí. Y entonces cierro
la boca. Es todo lo que puedo decir sin sonar como una sociópata: Mira, todo lo
que hice con él no fue decisión mía. Así que no tiene que contar, ¿cierto? ¿Cierto?
Resopla. —No me importa, Ellie. Y, a decir verdad, tampoco creo que
Shane se preocupe. —Me da tiempo para absorber esto. A él no le importa. Sí,
no se necesita a un neurocirujano.
El momento debería terminar aquí. Debería huir y salir de su entrada.
Pero ella permanece en su asiento y no se ve como si fuera a salir muy pronto.
Me quedo mirando las gotas pequeñas de niebla a la deriva en el aire. Pegadas
en el capó del coche. Me siento como si tuviera que decir algo más, explicarle
más, pero la oportunidad para ello ha pasado.
El cielo está amarilleando, disolviéndose en un color blanco a lo largo de
los bordes. Como el color del pelo de Dani después de que Janine la llevara al
salón de belleza. A mi lado, Lexi toquetea una mancha de color verde en su
153

muñeca. Desde mi punto de vista, parece que la coloración es un círculo


completo, manchando toda la piel a su alrededor.
Página

—Es temprano —digo eventualmente, volviendo a encender la


calefacción—. No me digas que te lleva tanto tiempo prepararte para la escuela.
Echa un vistazo por la ventana, el sol haciendo su entrada en el día sobre
la línea de árboles en la distancia. Espero que se rompa. Mandándome a la
mierda o algo así. En cambio, dice en voz baja—: Papá llegó tarde a casa. No fue
exactamente silencioso. —Se inclina hacia adelante, avivando sus dedos frente
al calefactor.
—¿Siempre trabaja hasta tarde?
—Si llamas ir al bar trabajo, entonces sí. Trabaja cada noche. —La forma
en que lo dice; las palabras mezcladas con repugnancia, el rostro contraído
como si fuera a llorar, la flacidez corporal en el asiento, se ve tan… tan…
desesperada. Y lo extraño es que es un aspecto que le he visto antes. Debajo de
la mala leche. Aun lo recuerdo de cuando éramos pequeñas, cuando
preguntaba si podíamos jugar en mi casa en lugar de la de ella.
Mi boca se abre pero las palabras no salen. Su padre es alcohólico. No
hay nada mordaz que decir al respecto. Nada que me haga caer lo
suficientemente bajo como para decirlo.
Traga. Duro y obvio. —Por eso me paso tanto tiempo con él. Con Shane.
Para alejarme de mi padre. No es abusivo ni nada. Sólo… pierde el
temperamento a veces. —Levanta la muñeca para mostrarla.
Lo necesito. En algún lugar de mi mente la recuerdo diciendo esas
palabras. Que no quería que Shane tuviera novia. No era porque le gustara, sino
porque lo necesitaba para protegerla. O distraerla. ¿Y la aversión de Shane con
el alcohol? Tal vez su padre también tenía algo que ver con ello. Aun así, no
explica…
—Y es por eso que estás aquí ahora. —No trato de sonar rencorosa,
aunque lo hago. Y tampoco me impide añadir—: ¿Para escapar de él?
Fuerza una sonrisa. —No te hagas ilusiones. Habría salido por cualquier
persona.
—Sabes —le digo después de un pulso de silencio—. Dani y yo nunca
nos hemos preocupado por la cosa del fútbol. Podríamos haber estado allí para
ti…
No responde, y ambas nos sentamos en silencio, respirando en el calor
del motor, hasta que se desvanece por completo el rosa del cielo. Luego,
154

lentamente, se vuelve hacia mí, sacando el teléfono del bolsillo con una
expresión extraña en el rostro.
Página

—¿Quieres que lo llame? ¿Que le diga que estás aquí?


No es un truco. De alguna manera, lo sé. Y cada parte de mí quiere decir
que sí. Me muero por ver a Shane. Para explicar todo lo que pasó. Quiero sentir
su mano en mi rostro y su aliento en mi pelo. Lo quiero tanto, tanto.
Por ello, no estoy segura de por qué la miro y digo—: No.

155
Página
Traducido por Clara Markov
Corregido por Laurita PI

El castigo ha alcanzado un nuevo nivel.


Papá me atrapa escurriéndome por la puerta delantera. Estoy más
castigada que nunca. Lo cual significa que mamá me llevará y recogerá de la
escuela. Iré a ver al doctor Horn mañana y a la Dra. Parody al día siguiente. No
iré sola. Y después vendré directamente a casa.
Bien podrían ponerme un dispositivo de rastreo en el brazo. ¿No sería
estupendo?

156
Página
Traducido por Irene Rainy
Corregido por Jaky Skylove ♡

Estoy sentada en la acera frente al estacionamiento cuando lo veo entrar.


El Jeep naranja. Griffin ha quitado la capota y otra vez está usando esos
ridículos aviadores. Desacelera y mira a su alrededor. Una parte de mí quiere
esconderse, dejar que busque mi auto en vano y luego se vaya. Pero me pongo
de pie, mi cuerpo moviéndose hacia él antes de que tenga oportunidad de
decidir.
El estacionamiento no está lleno. Y lo más importante, Shane se ha ido.
También Dani. Fueron los primeros dos autos que busqué cuando me senté
para esperar a mamá. El auto de Lexi sigue aquí, estacionado cerca de la parte
trasera del estacionamiento. Debe estar hablando con un maestro o en detención
por no hacer nada en Educación Física o algo, porque tan lejos como puedo ver
no veo ningún rastro de rosa por ahí. Después de nuestra conversación esta
noche —o esta mañana, como sea— esperaba que las cosas fueran diferentes
entre las dos. Tal vez un hola. Una pequeña sonrisa. Contacto visual de algún
tipo. No un trato frío. O un trato invisible.
Toda la noche, no sé, tal vez imaginé la conversación en mi auto. Su
oferta para llamar a Shane. La pared que parecía derrumbarse poco a poco entre
nosotras mientras ella permanecía en silencio delante del calentador, esperando
que su padre borracho perdiera el conocimiento.
Tal vez sea mejor que Lexi y yo no hayamos hecho las paces. Una
persona menos a la que puedo lastimar.
Griffin me ve de inmediato, y estacionando en un espacio desocupado,
sale del auto. Levanta un dedo, deteniéndome así de decir algo. Quiere
terminar; esa es la expresión de su rostro. Decidido y confundido. Plata
centellando en su ceja cada vez que alza o frunce la frente. Supongo que es del
157

tipo que tiene que hacerlo en persona. Para cerrar. O para ver mi reacción.
Es difícil ver su boca, así que en su lugar, observo el cráneo sangrante en
Página

su camiseta crecer y crecer a medida que se acerca. Sus brazos y pecho llenan la
camiseta donde no hace mucho me hundía, y no puedo dejar de pensar en esos
brazos y pecho, cómo se presionaban suavemente contra mí en su cama.
—Dime… —Inclina la barbilla y deteniéndose frente a mí, mete las
manos en los bolsillos. Su voz baja y firme. No enojada—. ¿Por qué crees que
sigo volviendo? ¿Después de que me abandonas?
Mi imagen se refleja en sus gafas de aviador. Cabello rizado. Huecos
debajo de mis ojos. Me he visto mejor.
—No lo sé —digo. Bastante segura de que tiene algo que ver con que le
gusto, aunque no haya alguna razón del por qué. No soy exactamente la novia
ideal.
Un suspiro exasperado silba a través de sus labios y niega con la cabeza.
—A veces me siento como si estuviera tratando con dos personas
diferentes. Un día estás totalmente conmigo, y el siguiente no puedes alejarte lo
suficientemente rápido. Algunos días me sonríes como si me quisieras, otros
tienes esta… mirada. Como si hubiera alguien más con quién preferirías estar.
—Sus hombros se vuelven rígidos—. No te entiendo, Gwen.
Algunos días las personas me llaman Ellie. Otros Gwen. A veces me
despierto en mi cama, otras en la suya o en el bosque y no hay ningún patrón
absoluto en esta locura.
—Tengo que saber lo que quieres —continúa, mirando por encima de mi
hombro y luego hacia mí—. ¿Quieres estar conmigo o no?
Su tono corta a través de mí, dándome escalofríos. Dejándome fría.
Perdida. Extrañamente insegura.
No estoy preparada para esto. De repente, mi boca tiene amnesia.
—S… No… Griffin, no es…
Ahí es cuando aparece la voz. De la nada. Haciéndose eco por encima de
mi hombro.
—Le doy una semana. Dos, máximo, antes de que también te engañe. —
Lo que dice me aturde tanto como quién lo dice. Me giro, encontrando la
mirada cortante de Shane. Lexi a su lado, un manojo de llaves agarrado
fuertemente a su mano, pasando la mirada entre Griffin y el rostro de Shane.
Lexi no me mira ni una sola vez.
En el interior, todo empieza a romperse.
158

Griffin se mueve frente a mí y asiente con la barbilla.


Página

—¿Qué, viejo? —Su ceja elevándose otra vez, hasta el nacimiento de su


cabello. No suena molesto, sólo curioso. O como si no hubiera oído lo que dijo
Shane.
Shane da un paso hacia nosotros, tensando la mandíbula y Lexi lo
detiene, poniendo la mano en su brazo. Mi cabeza da vueltas. Mis rodillas se
sienten como si fueran a doblarse en cualquier momento. Shane me señala y
escupe las palabras.
—Ellie. —Su voz es tan dura—. Cuidado, ella es de sangre fría. Y va a
joderte en un latido.
Griffin se rasca la cabeza.
—¿Ellie? —Y tan pronto como lo dice, el estacionamiento comienza a
tambalearse. Ellie. Gwen. Ellie. Gwen. Griffin me mira, luego voltea a Shane—.
Su nombre es Gwen —dice—. No… Ellie.
—¿Gwen? —ríe Shane—. ¿Le dijiste que te llamabas Gwen? —Se acerca
un poco más, su rostro a escasos centímetros de mí. No puedo mirar su rostro,
su rostro de desconocido. Las palabras escapan como un gruñido de su
garganta—. Una vez mentiroso, siempre mentiroso. Cierto, ¿Ellie?
Un calor repentino golpea mi cabeza. Humedad se forma a lo largo de mi
frente y ahora estoy sudando bajo mi camiseta. —Yo no… No he… —No puedo
decir las palabras. No puedo mentir frente a Griffin.
Shane se ríe de mi tropiezo con las palabras.
Cierro los ojos. Quiero desaparecer. Y en cuanto esos pensamientos se
filtran a través de mi mente, escalofríos suben por mi espalda y alrededor de mi
cabeza; miro a Shane una vez más, las venas de su frente pulsando y el
estacionamiento fundiéndose de negro. Un hormigueo surge sobre mi cabeza y,
esta vez, no peleo contra el tirón hacia la oscuridad.

159
Página
Traducido por Irene Rainy
Corregido por Eli Hart

—¿Ellie?
Los bordes del estacionamiento se difuminan. Manchados como si
alguien hubiera tratado de limpiarlo; pero no tuviera el agua suficiente y
hubiese dejado un lío más grande que cuando comenzó.
Cierro los ojos y los abro de nuevo.
El cráneo sangrante empieza a afilarse y después el collage de coches.
Lexi está de pie a unos metros de distancia, con la mano tapando su boca. Tiene
los ojos abiertos, como si hubiera visto un fantasma.
Metal duro se clava en mi espalda. Hay un destello de color naranja
detrás de mí. Ambos brazos sujetos por Shane, Griffin empujando mi cuerpo, su
rodilla presionando mi muslo. Los dos tienen sus miradas clavadas entre ellos,
y no entiendo porque la mirada no es asesina. Más como si buscaran algo.
Tal vez intentaba huir. Para escapar de la ola de incomodidad
superándome por todos lados. Shane y Griffin. Ellie y Gwen. Cierro los ojos.
Tomo una respiración profunda contra la agonía arañando mi cuerpo. Duele
tanto. Lo mismo ocurre con mi mano izquierda. Mis hombros duelen, también.
—¿Ellie? —La voz pertenece a Shane. Una vez más. La suavidad áspera
es inconfundible. Su mano me aprieta la muñeca. Firmemente. Me mira—.
¿Acabaste?
¿Acabar? Sí, estoy acabada. Lo he estado desde hace mucho tiempo.
Quiero ir a casa. Tiro de mis brazos lentamente contra su agarre, pero no me
suelta. Mis ojos se mueven a ciegas en su rostro.
—Por favor, suéltame. —Las palabras escapan de mi garganta, sonando
tan dolorosas como se sienten. Shane mira por encima de sus hombros a Lexi y
160

no puedo ver la expresión en su rostro. Me lo imagino pronunciando una


disculpa, ya sabes, por el inconveniente. Esto debería molestarme. Pero las
Página

punzadas de dolor en mi cuello están aumentando; me siento adormecida.


Lexi no se ha movido. Su mano todavía cubre su boca, sus ojos enviando
mensajes a Shane (ilegibles, pensamientos de mejores amigos) y tal vez sea la
envidia anidándose en mi corazón; pero realmente quiero saber qué tipos de
cosas se dicen.
Griffin retrocede inmediatamente. No va muy lejos, pero está lo bastante
cerca de mí para oler el rastro de humo persistente en su camiseta. Shane me
acerca hacia él, algo ha cambiado en su rostro. Además de las manchas rojas en
una de sus mejillas, su expresión no es como hace un minuto… O antes de
desmayarme. Por mucho que durara. La furia se ha ido. Reemplazada por algo
más suave. ¿Inquietud? ¿Malentendido? ¿Preocupación?
Me mata no poder decirlo.
—Vamos —dice. Bajó la voz, algo que agradezco. El dolor en mi cabeza
es insoportable. Como si los tres estuvieran sentados sobre ella. Atrapándola
contra el asfalto—. Necesitas ir a casa.
Me alejan del Jeep de Griffin, pero un brazo tatuado me detiene, una
mano en mi cadera.
Griffin aprieta los dientes. —Yo la llevaré. Mi coche está aquí.
El rostro de Shane se retuerce y me jala de nuevo. Manos. Sin manos de
zombi esta vez. Manos familiares. Rígidas. Alcanzándome. Agarrándome.
Tirando de mí.
Mi cuerpo comienza a temblar. El aliento no llega. Hundo mi espalda
contra la puerta del Jeep. Pequeña. Quiero ser pequeña. Tan pequeña que no
pueda ser vista. Intento encontrar mi aliento y los dos deben ver esto, mis
jadeos, pero lo único que hacen es quedarse de pie, mirando con cejas
arrugadas.
—Cierra la boca.
Esa voz de nuevo.
—Si haces otro sonido, te mataré. Te mataré, maldita sea.
Las lágrimas se deslizan por mi rostro.
—Tú, pedazo de mierda.
Grito para detenerla, poniendo mis manos sobre mis oídos. Shane aleja el
brazo de Griffin. —Aleja tus manos de ella —dice y me jala contra su costado.
161

Mi rostro es aplastado contra la camisa de Shane y no sé por qué.


No sé por qué.
Página

Griffin. Sus ojos saltan de mí hacia Shane, entonces al brazo pálido sobre
mi hombro. Lo sabe. Entiende; Shane es el otro. No es lo que piensa. Shane no
es mi novio. Ya no. Debería decírselo, pero no puedo encontrar las palabras.
Todo lo que quiero es sentir los brazos de Shane a mí alrededor. Está mal, muy
mal cerrar mis ojos para Griffin. Pero lo hago.
Griffin deja escapar un suspiro. Una puerta se abre y luego se cierra. Un
motor ruge. Los neumáticos chillan. Silencio.
—Trae tu coche —le dice Shane a Lexi. Tacones hacen ruido por del
estacionamiento.
—Mamá ya viene. —Me ahogo y limpio mi cara. El pánico desaparece.
Lentamente—. No necesito un aventón. Estará aquí pronto.
Shane escanea el estacionamiento, luego nos acerca a una banqueta. Nos
sentamos. Quita su brazo. El aire frío sopla contra mi espalda, dejándome fría y
vacía por dentro. Pongo las piernas contra mi pecho y las abrazo.
—No tienes que esperar conmigo. —Mi voz se quiebra con la amenaza
de más lágrimas y las trago, colocando la cabeza en mis rodillas—. Estoy un
poco acostumbrada a estar sola.
Shane me lanza una mirada que dice “sí, de seguro”, y se frota la mejilla;
donde las manchas rojas se han transformado en una roncha del tamaño de los
panqués de un dólar de mamá.
—Alguien tiene que asegurarse de que no golpees a nadie más —dice.
No está sonriendo.
Me toma un momento antes de lo que dice tome sentido. Golpeé a Lexi
hace unas semanas. Mis nudillos palpitan ahora. La roncha en su rostro…
No puedo preguntar si es cierto, si le di un puñetazo. Porque entonces él
preguntará por qué no lo sé. Así que en su lugar trago saliva y lo miro.
—Lo siento. —Ni siquiera sé por qué estoy disculpándome, hay
demasiadas cosas. Es sólo una disculpa unificada. De todos modos, no
responde.
Nos quedamos en silencio hasta que el coche de mamá se detiene en el
estacionamiento. Shane se levanta y la saluda. Mamá tiene las ventanas abiertas,
su cabello castaño y salvaje moviéndose con el viento. Cuando se detiene,
Shane se apoya en la ventana. No sé lo que está diciendo, pero estoy demasiado
cansada para intentar leer sus labios. Ella parece estar concentrándose en cada
162

palabra, su rostro serio. Entonces Shane me ayuda a entrar al coche. Cierra la


puerta sin decir otra palabra. Ni siquiera adiós.
Página
Traducido por Sofía Belikov
Corregido por florbarbero

Hace unos cuantos meses, fui a la tienda de vídeos para rentarle una
película a Shane y terminé comprando una para mí en su lugar. No recuerdo
demasiado de la película, o incluso cómo se llamaba, sólo que la portada tenía
una chica. Se encontraba de pie en medio de una estación de metro, y lucía
como si estuviera mirando en la distancia, sólo que sabía que no era así. Tenía
esta expresión en su rostro, una para la cual no tenía nombre, pero que de
alguna manera la conocía.
La película trataba sobre la típica historia de una chica que huye de casa
sólo para descubrir que la ciudad es mucho peor que el campo; definitivamente
no valió la hora y media que pasé viéndola o los quince dólares que pagué por
ella, pero por alguna razón, nunca olvidé a la chica en esa cubierta.
Lo divertido era que no era una persona real, sino sólo una imagen. Una
actriz posando en medio de una multitud junto a una escalera sucia con un
borrón de personas detrás. Como también era divertido el que su expresión me
hubiera molestado desde entonces.
De pie aquí, en frente de la oficina de la Dra. Parody, sé el por qué. En el
reflejo de la puerta de vidrio, la chica me devuelve la mirada. La chica en la
portada de esa película se hallaba asustada. Había experimentado algo horrible,
algo aterrorizante, y todo lo que podía hacer era anticipar lo siguiente. 163
Página
Traducido por Sofía Belikov & Valentine Rose
Corregido por Anakaren

—Luces cansada.
—…
—¿Tienes problemas para dormir?
—…
—¿Qué con los apagones? ¿Has tenido alguno?
Me cruzo de brazos y permanezco en silencio.
Lo que la Dra. Parody no sabe es que las palabras llevan a las emociones,
y las emociones a los apagones, y cuando descubrí esto anoche, recostada sin
moverme mientras la oscura noche pasaba, hice un voto. Nunca hablaré de
nuevo.
Puedo hacerlo: vivir el resto de mi vida muda y adusta. Congelada en un
estado de insensibilidad. Al menos sería Ellie. No alguien que golpea a otras
personas. O que trata de dormir con ellas. Se hace ridículos tatuajes o se
desmaya en los sofás de extraños.
La Dra. Parody mira su reloj y suspira impacientemente. —Hablé con un
chico llamado Shane Buchanan. ¿Lo conoces? —Muerde la esquina de su boca.
Nunca le he mencionado a Shane, pero de seguro mamá lo hizo después de lo
que sucedió ayer.
Mamá no dijo ni una palabra en el viaje a casa. Se aferró al volante como
si estuviera tratando de desaparecer y me dio miradas de soslayo mientras
permanecía en el asiento del pasajero. No había hecho el voto de silencio en ese
punto, pero no tenía nada que decirle.
Bien podría haber sido por la sorpresa. El dejar ir a Griffin. El tiempo
164

perdido. La reacción de Shane. No lo sabía.


Una vez que llegamos a casa, mamá se encerró en su oficina y yo me
Página

arrastré a la cama. Tomó más de una hora para que el dolor de cabeza se
sosegara, y luego pasé el resto de la noche fingiendo no sentir la zona de mi
hombro donde las manos de Shane habían estado. Mamá entró una sola vez,
probablemente para preguntarme si quería cenar, y se fui sin ni una palabra
cuando pensó que dormía. Esta mañana al desayuno, ella y papá me
informaron que no iría a la escuela porque mi cita con la Dra. Parody había sido
cambiada para hoy.
Así que aquí estoy, sentada en una silla fría y de cuero mirando fijamente
a una mujer que acaba de tratar de hacerme hablar sacando a colación al único
chico que alguna vez he amado. Maldita sea, es buena.
Asiento. Sí, conozco a Shane Buchanan. Mi mente canta su nombre, y
tengo que hacer un segundo voto. Aquí mismo. No pensar en Shane.
La Dra. Parody ajusta su larga falda y levanta la barbilla. —Tu madre
dijo que estaba realmente preocupado por lo que sucedió ayer. —Trato de no
escuchar, pero es imposible. Quiero saber qué dijo Shane. Lo que pensaba. Por
qué se preocupaba. Maldición.
Mis oídos saltan. Continúa.
—Dijo que no eras tú misma.
Já. Dígame algo que no sepa.
—Tus ojos se volvieron fríos. Y luego… comenzaste a decir cosas que no
sonaban para nada como tú.
—¿Cómo qué? —Aprieto los dientes y aparto la mirada. Me rompió. Y
ahora me tiene justo donde me quiere. En sus manos. Lista para hablar. Al
menos no se pavonea por ello, sólo me dice con ojos curiosos que le grité a
Shane, que le dije que Ellie podía irse al infiero y él también. Le dije que me iría
al diablo (en serio dice las palabras, lo que me hace sonreír), y que lo atrapé por
sorpresa con ese golpe.
—¿Tuviste otro apagón, Ellie? —Se inclina hacia adelante—. ¿Te
perdiste?
Podría mentir, decirle que recordaba todo, fingir como que tengo el
control de mi vida, de mis acciones, pero ya no quiero hacerlo. Ya he tenido
suficiente. Necesito ayuda. Mi mirada se dirige involuntariamente a la puerta
cerrada. Hacia donde mis padres están sentados en la sala de espera.
Esperando. Probablemente fingiendo que mi vida no es más que una enorme
165

decepción.
—No creo que fuera por mucho tiempo —digo. Me pide que explique
Página

desde principio a fin qué pasó en el estacionamiento. Así que lo hago,


incluyendo la voz, lo cual comienza otra ronda de veinte preguntas.
—¿Esta voz no parece familiar?
—No, pero puede que sea de cuando era pequeña. A veces viene con
visiones. Una de ella fue de un incendio, y sé que mis padres biológicos
murieron en un incendio. —Me quito las botas y cruzo las piernas para evadir
sus ojos. Están en mí. Dándome una mirada rápida. Desgarrándome.
Saca una hoja limpia de su portapapeles. —¿Estabas en ese recuerdo?
—Había una niña pequeña allí. No sé si era yo. —No había planeado
contarle todo esto. Mis dedos encuentran mi muñeca, envolviéndose con fuerza
a su alrededor. La presión me calma. El golpeteo de mi pulso contra mis dedos
es un silencioso empuje para continuar—. Escondida bajo una cama —digo
lentamente—. Había un cuchillo. Y sangre.
—Suena terrible. —La Dra. Parody se cruza de piernas. Vacila, y no
entiendo por qué está mordiendo su labio o frotando el lunar bajo su barbilla
hasta que después dice—: ¿Había más personas?
Miro por la ventana, alejándome de sus ojos arrugados, y observo
fijamente los edificios del frente, la suciedad de las ventanas de la tienda, los
ladrillos desmoronados, los árboles meneándose con el viento. Está buscando a
la persona que me destrozó. Quien me dio todas estas cicatrices. Pero, ¿cómo le
digo que fui yo? ¿Que yo hice todo esto? Las otras cicatrices también debí
haberlas hecho.
Sacudo la cabeza. —Simplemente una voz… no la voz, sino una distinta.
Supongo que era un bombero o algo.
Junta sus labios, su mirada llena de comprensión. —Ya sabes, Ellie —
dice—, muy seguido, los recuerdos son señal de que una persona está lista para
recordar, que el cuerpo está dispuesto a compartir lo que ha estado
protegiendo. —La Dra. Parody levanta la barbilla y me mira.
Por mucho tiempo me he preguntado qué está mal conmigo, por qué mis
recuerdos están perdidos, por qué hay un continuo vacío entre ese entonces y
ahora, pero…
—¿Cree que mi cuerpo me está escondiendo algo?
—Es posible.
—Pero… ¿por qué? —¿Qué podría estar escondiendo?
166

—Sólo tú puedes saberlo.


Doblo las piernas debajo de mí. Sólo yo puedo saberlo. —¿Qué pasa si no
Página

lo hago?
—Lo sabrás. —Sonríe con vacilación—. Requiere tiempo.
Ha pasado una década. Es un montón de tiempo. No puedo imaginar
qué tome más tiempo que eso.
—¿Cree que conociera a alguien llamada Gwen cuando era pequeña?
¿Podría ser ese el por qué me llamo así a veces? —¿O por qué mis recuerdos se
sienten como si fueran de ella? ¿No míos?
Tan pronto como digo el nombre, una presión se construye en mi
interior. Como un globo conectado a un tanque de helio, haciéndose cada vez
más y más grande. Se presiona en mis costillas, y luego en mis pulmones, mi
garganta y pasa tan rápido que no puedo sacudir mi cabeza cuando la Dra.
Parody dice algo sobre hablar con Gwen, y quiero decir “no” o “¿A qué se
refiere?”, pero no puedo porque mis labios no funcionan y mi voz tampoco, y…

167
Página
Traducido por Mary
Corregido por Miry GPE

¿Estás bien?
Bueno, supongo que eso depende de la definición de Shane de la palabra.
¿“Estar bien” significa estar viva? Porque si ese es el caso, entonces sí, estoy
bien. Estoy sobreviviendo. Apenas. Pero si para él “estar bien” significa lo que
creo que él piensa, preguntándome por qué estuve fuera de la escuela por el
último mes, o por qué le dije a la entrenadora Mills que me saldré del equipo
por el resto del año, o por qué le regresé por correo su pulsera y anillo, entonces
supongo que ya sabe la respuesta. Recojo mi teléfono y lo miro.
Shane y yo no hemos hablado por tres semanas. No desde que llamó la
última vez, una semana después de que fui diagnosticada. Preguntó por qué no
estuve en la escuela y le dije que me encontraba enferma, que estaría fuera por
un tiempo.
No le dije que mi horario de terapia no me permitía tiempo para la
escuela. O que no tenía permitido salir de la casa sin una chaperona de todos
modos.
Haciendo tarea, escribí en respuesta. No es exactamente una mentira. He
visto una pieza de papel con escritura en ella durante la última hora.
¿Puedes hablar?
No.
Quiero decir, no lo sé.
Quiero decir… sí, puedo. Pero no sé si quiero. Por supuesto que quiero
oír su voz, pero hablarle significa que corro el riesgo de tener un episodio frente
a él —o al teléfono con él— y no quiero que eso pase. De nuevo.
168

Escribí: mal momento, y justo mientras presiono enviar, mamá toca la


puerta.
Página

—Ellie, alguien está aquí para verte. —No sé si mamá se da cuenta de


esto, pero dice mi nombre. Cada vez que me habla, dice mi nombre. Es como si
comprobara si realmente soy yo. Algunas veces no lo soy. Supongo que es por
eso que lo hace, pero aun así, es molesto.
Bajo el teléfono, combatiendo con la urgencia de rodarle los ojos. —
¿Quién es? —pregunto, pero ya se ha ido, sus pasos resonando por las escaleras.
Me levanto y cubro la pieza de papel con una pila de libros, recorriendo
mentalmente la lista de personas que vendrían a verme.
No hay muchos. La Dra. Parody. O la hipnoterapeuta con la que estoy
trabajando, la Dra. Mann. Es rubia, con uñas largas y anillos en todos los dedos.
Como una especie de muñeca Barbie tamaño natural.
—Si es un mal momento… —dice alguien detrás de mí. Una voz que
ninguna cantidad de tiempo puede evitar cómo reacciono a ella. Mi estómago
se retuerce, se me hace un nudo en la garganta y mis manos se vuelven
sudorosas como en un día de primavera húmeda—. Puedo volver luego.
Shane. En mi casa, en mi cuarto, oh, Dios.
Me volteo, de cara hacia él, y por un milisegundo, deseo que su brazo se
deslice sobre mi hombro o que me deje enterrar mi cara en su pecho, olfatear la
camiseta que hace juego con el color de sus ojos. Olería a coco, por el
ambientador en su camioneta.
Sacudo el pensamiento inútil.
—¿Qué haces aquí?
Han pasado más de dos meses desde que Shane estuvo en mi cuarto. De
regreso a cuando pasábamos cada tarde juntos. De regreso a antes de Griffin.
Antes de que la Dra. Parody descubriera mi problema, y el tiempo que Shane
pasaba conmigo fuera reemplazado por su tiempo con Lexi.
Él solía encajar aquí. Como una pieza de mobiliario o cortinas en la
ventana que combinaban perfectamente con el papel en las paredes y la colcha
con paisaje marino. Ahora, sin embargo, con su mano agarrando el marco de la
puerta y la mirada dudosa en su cara, luce fuera de lugar. Extraño. Y más que
incómodo. Quizás porque realmente no quiere estar aquí. Quizás se preocupa
por que lo golpee de nuevo. Quizás solo trasmite un mensaje de alguien de la
escuela. Pero nadie en la escuela querría hablarme, nadie además de Dani.
Levanta el teléfono. —No pensé que en realidad responderías mi
mensaje. Ya sabes, ya que has ignorado mis llamadas.
169

Oh, sí, también. Cruzo el cuarto y me siento en la cama. —Siento lo de las


llamadas —digo, mordiendo mi labio—. He estado ocupada.
Página

—Ian dijo que escuchó a un profesor decir que te encontrabas en estudio


independiente.
Bueno, no es lo peor que he escuchado. Basada en los rumores de Sara y
su mejor amiga, las personas creen que fui abducida, tuve un ataque de nervios,
estuve en un choque de auto…
—No me drogo —digo a la defensiva, porque, bueno, no sé qué más
decir. Y, técnicamente, me drogo, pero no del tipo que él piensa.
Se ríe y da un pequeño paso dentro del cuarto. —No creía que lo hicieras.
—Mete el teléfono en su bolsillo—. Así que, ¿en serio te encuentras fuera de la
escuela por un tiempo?
No lo puedo mirar; es demasiado hermoso. Más hermoso de lo que
recuerdo. Más hermoso que la foto de él en mi tocador, la cual saco y miro cada
determinado tiempo. O cada día, dependiendo de cómo lo mires.
Tiro de mis dedos y asiento.
—Por el resto del año —digo—. Pero, no lo sé, podría no volver del todo.
Al último año, quiero decir. Mamá habla de tener educación en casa.
O… yo hablo con ella al respecto. Como sea.
Otro paso más cerca entre nosotros y me encuentro terriblemente
consciente de cada centímetro de espacio que nos separa. Cada molécula. Cada
partícula, ápice y grano de tierra. Es doloroso. Un dolor crudo en mi pecho que
viaja a través de cada célula de mi cuerpo. A través de mi sangre, dentro de mis
huesos, músculos y alma.
—Obviamente no estás enferma —dice en un susurro. Aclara su
garganta. Un paso más cerca. Dios, realmente necesita detenerse—. ¿Es debido
a mí? ¿Debido a cómo actué? —Entrecierra los ojos. No son acusadores, pero
buscan algo. Mi cara. Mejillas. Nariz, ojos.
Lo he mirado por mucho tiempo.
Aparto la mirada.
—Es más que eso. —Bajo la mirada a mis pies desnudos, al esmalte
negro; despintado en algunas partes—. Tengo que decirte algo —digo y hago
un gesto hacia la silla del escritorio—. ¿Te quedarías por un minuto? —No sé lo
que hago. Pero quiero que entienda solo una cosa: no soy la persona que él cree
que soy: una novia infiel.
170

La silla de madera se encuentra frente a él, lista para ser ocupada. La


mira, luego a mí, y este extraño momento pasa cuando empieza a ir hacia la
Página

silla pero se detiene. Sus pies se arrastran. Sus manos en puños a los costados.
Deja escapar este suspiro ruidoso y ronco, y de repente se encuentra sentado en
el borde de mi cama.
Deslizo mi reloj de arriba abajo por mi muñeca. —El chico en el
estacionamiento era Griffin —digo—. El mismo chico con el que me viste en la
foto.
Resopla. —Yo…
—Sé que no quieres oír sobre él. —Mis manos se alzan—. Pero, por favor.
Necesitas saber esto. —Necesito que lo sepa. No puedo permitir que crea, por el
resto de su vida, que quise hacer lo que le hice—. Cuando era pequeña, fui
tratada realmente mal. —Mis palabras son tranquilas. Y en voz alta. Muy alta.
Nunca le dije esto a nadie antes… desde que me lo dijeran a mí, la Dra. Parody
y la Dra. Mann, diciéndome las cosas que revelé durante nuestras sesiones.
Cómo solía esconderme bajo la cama cuando mi padre venía, y mi madre,
Sherry, la mujer que recuerdo, trataba de cuidar de mí, pero no tenía dinero y la
mayoría de los días tenía que mendigar comida en contenedores de basura; la
mayoría de mis cicatrices, con excepción de la única en mi muñeca, son por mi
padre, una manera de silenciarme; y el fuego que los mató, empezó de un
cigarrillo sin vigilancia dejado en el sofá, justo como el artículo de periódico
dijo.
Shane se inclina hacia adelante, su frente arrugada.
—Mi terapeuta dice que, a modo de sobrevivir, pretendí ser alguien más
cuando eso sucedía, cuando mi padre…
Me detengo. Trago. Esto es más difícil de lo que pensé. Conozco la
palabra. Se desplaza a través de mi mente frecuentemente. Y lucha contra mis
otros pensamientos. Se siente equivocado, se siente correcto, como un extraño,
como yo.
—Cuando… —Tengo decirlo—. Mi padre me molestaba.
—Jesus, Ellie. —Pone las manos en mis hombros y me jala hacia él.
Cálido. Suave. Un toque de coco. Se siente como el hogar. Pero no puedo
permitirlo. No querrá tocarme después de que sepa todo.
—Eso no es todo. —Me separo de él, colocando mis piernas debajo de
mí—. La chica que creé, creció siendo una persona real dentro de mí. Ella toma
sus propias decisiones. Se hace cargo de mi vida por horas en algunas
ocasiones. Algunas veces por días, como cuando estuve desaparecida. Su
171

nombre es Gwen. Y ella es la que se hallaba con Griffin, no yo. Lo conoció


cuando se hizo un tatuaje. Él se lo dio a ella.
Página

La confusión distorsiona su cara, y me doy cuenta que nunca supo sobre


el tatuaje.
Desabrocho el cierre de mi suéter y subo el borde mi camiseta. El árbol
nos devuelve la mirada. Se siente como si hubieran pasado años desde que
descubrí esto. Que supe de Griffin. Incluso antes de que la Dra. Parody me
diagnosticara.
Años desde que Shane y yo fuéramos inseparables.
Ligeramente, traza las ramas negras. —¿Múltiples personalidades? —
dice, y tiene el mismo tono confundido que tuve la primera que lo dije en voz
alta.
Asiento. Mi cabello cae como una pared sobre mi cara. No lo aparto. —Es
llamado trastorno de identidad disociativa.
Silencio. Del tipo muerto, que hace eco en habitación. Es solo cuestión de
tiempo antes de que se levante. Empiezo a contar los segundos. Uno. Dos.
Tres…
—¿Los apagones… eran reales? —Un minuto pasa y piensa de nuevo.
Probablemente sobre todas las veces que le dije que no recordaba. Luego aparta
las manos y frunce el ceño—. Pensé que era una actuación… o una excusa —
dice en un susurro—, porque te sentías culpable por engañarme. —Su cabeza se
balancea, sus ojos yendo de ida y vuelta por mi escritorio, mi computadora. Por
el surtido de libros y folletos esparcidos. Viviendo con Trastorno de Identidad
Disociativa. Enfrentándose a Múltiples Personalidades. La verdad sobre TID. Extraños
en el espejo. Convirtiéndose en uno. Integración efectiva.
Shane inclina la cabeza y mira hacia mí con la mirada más triste en su
rostro.
—Ese día en el estacionamiento —continua, su voz suave de nuevo—,
quería tanto creer que algo estaba mal, que había una razón para que estuvieras
con él. Es por eso que se lo dije a tu madre, por lo que hablé con esa terapeuta.
—Me abraza de nuevo. Su agarre es fuerte y protector. Un condenado
recordatorio de cómo solían ser las cosas entre nosotros—. Dios, lo siento tanto.
—No tienes nada por lo cual disculparte —digo contra su camiseta, sin
estar segura sobre por qué es que lo siente: lo que me pasó o lo que nos pasó—.
Tampoco yo lo hubiera creído.
Entierra su cara en mi cabello, sosteniéndome fuerte, tan fuete. Respiro.
172

Su piel huele a seguridad. El tipo de seguridad que adormece todos los otros
sentimientos desagradables dentro de mí, metiéndolos en una grieta muy
Página

profunda e inalcanzable.
Si solo pudiera hacer durar esto más tiempo. Shane hablándome.
Sosteniéndome. Como sea, ese es el problema: Gwen podría emerger en
cualquier momento. La Dra. Parody dice que aprenderé como resistirla, a
decirle “no” cuando trate de hacerse cargo, ser la personalidad dominante,
empujarla de regreso dentro de las profundidades de mi conciencia. Pero no lo
he descubierto aun.
Mis brazos rodean el cuerpo de Shane. Aun conozco cada pendiente y
colina, cada músculo y hueso. No los encuentro ahora, pero pienso en ellos,
como se sentiría pasar mis dedos a lo largo de ellos.
—Soy yo quien debería sentirlo —murmuro eventualmente contra su
camisa.
—No. —Toma mi cara entre sus manos, apretando los dedos contra mi
nuca, presionando lo suficientemente duro para mantearme aquí. En mi cuarto.
Con él—. No te atrevas a disculparte. —Lágrimas brillan en sus ojos. Su labio
tiembla. Nunca lo vi llorar antes. Rasga un agujero irregular en mi corazón—. Y
nunca te culpes a ti misma.
Soy una sobreviviente. Mi mente hizo lo que tenía que hacer a modo de
sobrevivir. Puede que no tenga otra cosa. La Dra. Parody me lo dijo. Me lo dice
cada día. Algunas veces lo creo.
Tomo una respiración, disfrutando de la calidez de sus manos. —Quiero
decir, lo siento por no decirte…
Sus dedos se deslizan sobre mis labios. No más, dicen sus ojos. Asiento,
luego se inclina, lenta y cuidadosamente, y reemplaza sus dedos con su boca. El
beso es desgarradoramente gentil, las yemas de sus dedos —rozando mis
mejillas, mandíbula, cuello— ligeros como el susurro del toque de una
mariposa. En su mente soy frágil, me encuentro rota, y me siento tan, tan
enferma de ser esa chica.
Si este beso me recuerda a algo, es esto: solo quiero mi vida de vuelta.
Dejo que sus labios permanezcan por un momento más, luego lo aparto,
y levanto la mirada hacia sus hermosos ojos verdes. —¿Qué hay sobre Lexi?
Presiona su frente contra la mía, sin ninguna expresión en lo absoluto. —
¿Qué hay sobre ella?
Se necesita cada gramo de mi civismo no mostrar la repugnancia
173

absoluta en mi tono, mientras digo—: Lo último que escuché, es que ustedes


dos eran…
Página

—Amigos. —Deja que lo asimile. Respira una y dos veces, y luego


agrega—: Es todo lo que siempre hemos sido. Todo lo que siempre seremos.
Asiento, dándome un par de silenciosos segundos para absorber esas
palabras. Me calientan, plantan una semilla de esperanza muy profundamente
en mi pecho. Mis manos se elevan hacia su cara, y se deslizan a lo largo de la
barba rasposa en su mejilla, lo que me recuerda a los besos robados durante la
práctica, el tiempo a solas en su sótano, las palabras te amo y cómo sonaban en
sus labios.
—Te he extrañado tanto —digo, sin preocuparme por cuan patética
sueno—. Pienso en ti cada momento de cada día. Me pregunto qué haces. Me
pregunto a quién le hablas. Me pregunto… si piensas en mí.
Captura mi muñeca con una sonrisa, y es tan hermosa como la recuerdo.
—Lo hago. Todo el tiempo. ¿Por qué crees que vine aquí hoy?
Permanezco callada. No tengo idea por qué.
—Ells… —susurra después de un momento. Su aliento se arrastra sobre
mí, un manto de calma. Empuja el cabello fuera de mi cara y me mira,
realmente me mira—. Eres mi otra mitad. Lo has sido desde el día en que te
pavoneaste en las pruebas de pista, e hiciste alarde de tus piernas kilométricas
frente a mí.
Ruedo los ojos. Eso no es, en lo absoluto, lo que pasó, pero aprecio su
intento de hacerme reír. Sus dedos se entrelazan con los míos y me acerca aún
más.
—Estoy cansado de todo el drama. Solo te quiero de vuelta. Nos quiero
de vuelta. Y estoy dispuesto a luchar por ello.
Luchar. Es la palabra que se ha repetido en mi cerebro durante las últimas
semanas. Simplemente se siente más fuerte ahora, cuando él también lo dice.
Algo que es posible, factible y… me da la sensación que de repente soy
invencible.
Cierro el espacio y lo beso. No gentilmente como lo hizo antes, sino duro
y profundo, como si él fuera mi única razón para existir. Me subo sobre él para
eliminar cada centímetro entre nosotros, mis piernas a horcajadas sobre las
suyas. Sus brazos me sostienen fuerte, sus dedos aferrándose a mi camiseta.
Mamá enloquecería si viene y ve esto, pero no me importa. Ha pasado tanto
tiempo desde que sentí las manos de Shane sobre mí, y no estoy lista para
174

detenerlo aun.
Cae de espaldas sobre el colchón, llevándome con él, y me coloca sobre
Página

mi espalda. Apoya el codo junto a mí y traza mi rostro con su otra mano,


besándome una vez más. Muy suave. Dos veces más. Como si fuera una carga
preciosa. Y luego su boca se presiona cerca de la mía mientras dice—: Entonces,
¿qué significa esto? ¿Tiene cura? ¿Hay una manera de sacarla de tu cabeza?
Miro hacia mi escritorio: a la esquina del papel que se asoma por debajo
del libro. Como si ella me mirara. Siempre observándome. Recordándome una
y otra vez: si nos integramos, tú te vas. Me aseguraré de ello.
Gwen insinuó esto antes, en una sesión con la Dra. Mann. Porque incluso
aunque pensar en la integración de dos personalidades significa combinar los
recuerdos, pensamientos, creencias y sentimientos de ambas, Gwen está
convencida de que una de nosotras ya no existirá.
Obviamente, no quiere ser ella.
Pero de lo que me he dado cuenta en las últimas semanas, y más
concretamente desde que encontré ese pedazo de papel, es que estoy cansada
de que ella tome el control de mi vida. De perder tiempo y recuerdos. Y estaré
maldita si encuentra una manera de hacer que suceda lo contrario.
—Sí, se llama integración —le digo a Shane, sumergiéndome más en el
colchón, para que así pueda ver qué tan seria es mi cara—. Pero ella no lo
quiere.
—¿Entonces es así? ¿Simplemente dejarás que esta… otra persona tome
todas las decisiones?
—No. —Me siento, tirándolo de su camiseta para que se una a mí—. Solo
me preparo, porque ella va a dar una batalla bastante desagradable.

175
Página
La vida no se trata sobre encontrarte a ti mismo.
La vida trata sobre crearte a ti mismo.
—George Bernard Shaw.

176
Página
Traducido por Mire
Corregido por Aimetz Volkov

10:27 pm
Algunos dicen que si estás muy tranquilo, puedes oír el acorde
fundamental del universo sonando en tus oídos. El sonido de la inmensidad a la
que todos estamos conectados. Nuestros cuerpos —células y sangre y huesos—,
sintonizados con el más simple, pero complejo, de los sonidos.
Yo lo llamo mierda.
Todavía acostada en la cama, con los ojos cerrados hacia la habitación
extremadamente negra, espero. Sin sonidos. Sin acordes. Ni siquiera un
ronroneo bajo. Solo el deshacer de ese sonido. El mundo siendo comido vivo.
Silencio.
El vacío de la nada, justo antes de que él me encuentre. Su mirada
nublada fija me atrapa y, detrás de eso, su pequeño cerebro elaborando un plan.
Dedos se clavan en mi garganta y se aferran a mis pulmones, y no quiero hacer
esto de nuevo.
Tú, su voz gruñe en mi oído.
No.
Tú.
Suave lana se aplasta bajo mi mano. —Vete de una puta vez.
Y…
Me levanto de la cama, el crujido y chirrido del colchón rompiendo el
silencio de la habitación. Esta noche, no seré suya. Mis piernas sudorosas se
deslizan en un par de vaqueros ajustados; un suéter azul cae sobre mi cabeza; y
177

luego, de puntillas y en silencio, paso la puerta abierta de Jeff y Maureen, me


escabullo por las escaleras. Deslizo las llaves del auto del Accord con la etiqueta
Página

puesta y agarro la bolsa de botellas naranjas de Ellie traqueteando con una


variedad de antidepresivos y anti-psicóticos.
Hay un lugar en la que su voz no puede alcanzarme.
Desde el exterior, El Pájaro es una puerta sin etiqueta al lado de una
tienda de muebles en mal estado. En el interior no es nada especial, pero está al
otro lado de la ciudad, alejado del elegante barrio de West Hills, y lo
suficientemente arruinado como para que cualquiera con un Mercedes no se
arriesgue a frenar por las calles agrietadas y llenas de baches. Además, nadie
aquí, especialmente Jimmy, cuestiona mi falta de identificación.
Aire caliente consumido por alcohol fuerte quema mi nariz cuando
atravieso la puerta de madera, inclinada y deformada por décadas de la lluvia
incesante. Ha pasado demasiado tiempo desde que mis pasos resonaron a
través de este piso incrustado de mugre. Un mes, como mínimo. Antes del
Antes. Cabezas se giran con el sonido, rostros centrándose en mí. Ojos curiosos,
labios empapados de cerveza, la respiración apreciada de una pausa de un
segundo que impulsa mis hombros hacia atrás y mi barbilla hacia arriba
mientras camino hacia la parte trasera del bar.
La espalda de Benito da hacia mí. Vaqueros que montan bajo en sus
caderas inexistentes, una camisa blanca extendida contra sus omóplatos
sobresalientes. Es como un anuncio ambulante: Mi mierda te mantendrá a raya
durante días.
Le doy a Jimmy un saludo. Me sonríe desde detrás de la barra, ojos
oscuros mirándome una vez más. —¿Dónde ha estado, señorita Gwen? Pensé
que la habían arrestado.
Benito se vuelve ante el sonido de mi nombre. Pretendo que no me doy
cuenta.
—Claro —le digo a Jimmy. Levanta un vaso de la barra de madera
pulida y echa unos cubitos de hielo—. Te lo dije: tu trasero antes que el mío. —
Líquido marrón sigue al hielo, y luego un poco de Coca-Cola. Benito observa
fijamente un costado de mi cabeza mientras Jimmy me entrega el vaso—. Ponlo
en mi cuenta.
—Por un beso.
Le soplo uno y me doy la vuelta. Los ojos de Benito me están esperando.
—Ni se te ocurra pedirme un golpe, mija —dice en voz baja mientras me acerco.
El hombre a su lado se pone de pie, enrollando las mangas de franela hasta sus
178

codos; un destacado, teniendo en cuenta los típicos miembros del personal de


Benito, con su pelo rubio y ojos verdes. Benito me golpea con el hombro—. Me
jugaste sucio el mes pasado.
Página

Ruedo los ojos. —Benito, sabes que no te estafaría intencionalmente.


Estaba en un apuro, eso es todo. —Le tiendo el puñado de pastillas de mi
bolsillo—. Por la última vez, más los intereses y un poco más por esta noche.
Cortesía de Ellie. —O de la Dra. Parody.
—No sé quién es Ellie —dice Benito mientras le pasa las pastillas a su
amigo para que las mire—, pero dile que tiene unas cosas bastante potentes.
¿Qué tiene? ¿SIDA?
—No ha dormido contigo, así que nop.
La sonrisa de Benito se desvanece, y su puño se abre y cierra por un
momento. Pensando. A sabiendas de que si ataca aquí, Jimmy lo echará en
segundos. Lo he visto antes; esos brazos negros y escuálidos pueden hacer
mucho daño.
Después de un momento, Benito asiente y saca una bolsa pequeña, dedos
nerviosos agitando el plástico y las manchas blancas en el interior. Me dice—:
¿Estás para un juego de béisbol? —Y luego camina por el pasillo hacia los baños
antes de que pueda contestar. Lo sigo porque esta es la rutina de Benito, hacer
una venta y tomar una calada para sí mismo.
Más allá de puertas manchadas con dedos pasados que llevan símbolos
de dibujos de palitos, y debajo de una bombilla naranja y brillante, Benito hace
uso del teléfono público, escondiéndose detrás de este mientras abre la bolsa y
rocía lentamente su amado producto en la palma de su mano. Su amigo viene
detrás de mí y me arrebata suavemente la bebida.
Diez minutos más tarde, de vuelta en el bar, Jimmy me mira.
Seguramente sabe lo que pasa aquí, a la sombra del teléfono público, aunque
nunca me lo ha dicho. En cambio, me ofrece otra bebida. El amigo de Benito se
sienta junto a mí en el taburete. Le pide a Jimmy una cerveza, su codo huesudo
chocando contra el mío.
Permanece en silencio por un momento, el sonido de la sangre
susurrando en mis oídos, latiendo al ritmo de la charla en la sala. Agarro una
lima del recipiente de plástico en frente de mí y la muerdo. Jugo amargo gotea
por mi barbilla. Por último, le digo al chico—: No pierdas tu tiempo. No estoy
interesada.
Levanta una ceja, los labios fruncidos. —No estoy vendiendo.
—Me alegra que consiguiéramos resolverlo. —Sonrío y agito el líquido
179

de color marrón en mi vaso. El juego de béisbol aún está fresco en la parte


posterior de mi garganta, sus dedos controladores encontrando el agarre debajo
Página

de mi piel. Un estremecimiento se arrastra como el goteo lento de la sangre.


Cierro los ojos, deseando poder ver su cara ahora. Redonda y llena. Con
cicatrices de acné. Mirándome como si fuera una maldita rosquilla
espolvoreada. Espero y espero, pero nunca se muestra, nunca cuando estoy lista
para él.
De repente, palabras, calientes y susurradas, acarician mi oído. —Ten
cuidado con la mierda de Benito. Puede convertir un corazón en piedra.
Como si no lo supiera; es por eso que vengo aquí. Abro los ojos. —¿Cuál
es tu nombre?
—Matthew. —Extiende una mano para sacudirla. Bajo la mirada hacia
ella. Dedos largos como de niña. Ni una mota de suciedad. Sin embargo, no me
atrevo a tocarlo.
—No te he visto con Benito antes. ¿Cuál es tu historia?
Se pasa la mano por la cabeza afeitada y se encoge de hombros. —Lo
necesitaba para anotar. Lo conocí a través de un amigo. ¿Qué hay de ti? —
Dibuja una línea por el cuello de su cerveza fresca con el dedo—. ¿Cuál es tú
historia?
Las sombras adheridas a las paredes con paneles de madera comienzan a
moverse. El suelo empieza a respirar y el aire aumenta. Todo a mí alrededor se
curva y dobla, como si yo fuera la única cosa sólida y el resto del mundo
estuviera tambaleante. Benito debe haber tratado con alguien diferente; este lote
es mucho más fuerte que el anterior.
Jimmy tiene un oído hacia mí. A pesar de que está sirviendo, sonriendo,
limpiando, y sirviendo de nuevo, sé que está escuchando. Siempre lo hace. Y no
está interviniendo, lo que significa que Matthew debe estar bien. Miro a
Matthew a los ojos.
—Las historias son para aquellos con un propósito —le digo y vacío mi
copa en tres tragos. Matthew me ordena otra sin preguntar, junto con dos tragos
de whisky. Choca su vaso con el mío y el líquido marrón brillando tenuemente
desaparece. Jimmy vuelve a llenar nuestros vasos, y Matthew, con su camisa a
cuadros, y yo repetimos esta secuencia hasta que los bordes de la habitación se
difuminan y me encuentro inclinándome hacia su dulce aliento de alcohol. Sus
ojos verde claros arden en los míos y, a pesar de que este chico no es mi tipo,
con la cabeza con escaso pelo y dientes torcidos, le digo—: No lo pienses, solo
hazlo. —A lo que él responde—: ¿Hacer qué?
180

—Besarme —le digo. Así que lo hace. Labios húmedos sobre los míos, su
lengua en mi boca. No hay vacilación, y un río de saliva se desborda en mi
Página

boca. O tal vez es la cerveza. Su sabor es como la cerveza. Matthew lleva una
mano hacia mi mejilla. Dedos calientes chisporrotean en mi piel y me alejo—.
Sin tocar.
Su frente se arruga. —¿Por qué?
La habitación se acerca y se aleja. Palabras atadas al alcohol, honestas y
crudas, se deslizan de mi lengua. —Porque no me gusta que me toquen. —
Lentamente, su mano cae sobre su regazo. Con una inclinación casual de su
barbilla, como si esto se tratara de una pregunta normal a una chica en un
taburete, se inclina de nuevo. Su boca cubre la mía. No he besado a nadie desde
Griffin. Antes de que Ellie fuera y jodiera todo.
Griffin.
En la barra, tambaleándome en el taburete, de repente siento mi boca
cerrada. Matthew sigue tratando de probar mi garganta. Utilizo su hombro para
estabilizar el movimiento del suelo, tiro diez dólares en la barra de Jimmy con
una sarta de mentiras que trastabillan sobre la hora de dormir y trabajar mañana, y
tambaleando, me dirijo a mi auto. No debería estar conduciendo, pero lo estoy,
y luego me estaciono en frente de un signo iluminado con las palabras Whisper
Ridge. Aire frío golpea mi cara, presionando fuertemente en mis hombros
mientras me tambaleo por el camino. Edificios de estuco de dos pisos vigilan
con sus ojos amarillos de lámpara encendida.
El tiempo es borroso cuando vuelvo a pensar en el inicio del Después.
Las horas pasadas con Griffin tan apresuradamente negociadas por el meneo de
cabeza de la Dra. Parody y el tictac incesante de su reloj de oficina. También por
los recuerdos, todos esos malditos recuerdos.
Por la ventana del frente sin luz y la ausencia de su Jeep en el
estacionamiento, es posible que Griffin ya no viva en Whisper Ridge; a lo mejor
se fue a Texas a resolver las cosas con su madre. Trato con la puerta.
Bloqueada.
Mi vista desciende hasta el suelo, a los zapatos moviéndose en círculos
espasmódicos, como el giro de un paseo de carnaval que hace vomitar. Y al lado
de ellos: el filtro de un Marlboro, también moviéndose de un lado a otro.
Entorno los ojos para estabilizarlo. No hay manera de saber si es fresco, pero es
mejor que nada, así que me siento junto a él y espero.
Mis ojos se cierran. No pretendo hacerlo, pero me quedo dormida. Y
entonces alguien está sacudiendo mi hombro, sonando bastante irritado.
181

—¿Qué haces aquí?


Página

Me froto el rostro y abro los ojos. Griffin está por encima de mí, con una
mochila colgada sobre un hombro y una bolsa de comestibles en su agarre. Pan
y cerveza y algo más en un frasco de vidrio presionado en el plástico
empañado. Saco la lengua de la parte superior de mi boca. Las palabras “Quiero
hablar” escapan de mis labios.
—De ninguna manera. —Señala su puerta, las llaves colgando ahora
entre sus dedos, sin expresión alguna. Sus ojos se deslizan por mi cara y por un
segundo creo que podría cambiar de opinión, por lo menos escucharme, pero
luego se trasladan a mi cuerpo tendido a lo largo de su puerta de entrada y me
doy cuenta de que probablemente está midiendo mi nivel de embriaguez. O lo
repulsivo de este suéter azul, que, tal vez, inducirá un poco de simpatía o
incluso el pensamiento de que soy un desastre sin él, pero entonces exclama—:
Estás bloqueando mi camino.
Oh.
Me muevo a un lado. La puerta se lo traga todo, y aquí estoy sentada de
nuevo. A solas con la maldita luna. Me acuesto, presionando la parte posterior
de mi cabeza tan duro como puedo en el cemento, y trato de oler el olor
persistente de su colonia. El aire frío se asienta sobre mí, depositando pequeñas
gotas de humedad por toda mi cara y cuello, y luego la puerta se vuelve a
abrir.
—Esto no es realmente justo, ¿sabes?
—¿Justo?
Griffin se ha quitado la chaqueta. Una camisa negra se aferra firmemente
a su pecho. Algo está mal en el modo en que se apoya contra la puerta, como si
sus caderas se hubieran salido de sus articulaciones, como si su cuerpo
estuviera estirado y luchara por mantenerse recto. Podría ser cualquier persona
en estos momentos. Podría ser corriente, sin nombre. Me echo a reír, porque de
repente no parece tan inalcanzable. Me río porque este último mes y todas las
peleas que hemos tenido debieron haber sido un sueño de mierda. Me río
porque es lo único que puedes hacer cuando estás tumbado en el suelo y el
mundo y toda su gravedad no te calma y no hay nada que puedas hacer al
respecto.
Me frunce el ceño. —El que vengas aquí.
Estoy en el suelo con la vista levantada hacia la cabeza iluminada de
Griffin y no se está riendo. Me siento con un tambaleo del whisky. Las hondas
182

del mundo. Pongo una mano en la pared y digo—: En realidad, no es justo que
no hables conmigo…
Página

—¡Me dejaste por otro hombre!


La razón por la que hay un Después en primer lugar: yo nunca le conté
toda la historia. O nada de la historia. Lo miro, a la subida y bajada de su
manzana de Adán. Tal vez debería habérselo dicho.
—No fui yo.
—¿No fuiste tú? —Sus brazos vuelan en el aire—. Entonces, ¿quién
diablos fue?
—Ellie —le digo y paso las uñas a lo largo del cemento. Un fragmento de
roca se atasca debajo de mi uña y pica, pero no lo saco.
Su ceja desaparece bajo su pelo. No es una mirada adecuada para alguien
con la frente baja. —¿Ellie? —repite, apagándose al final de la palabra. Como si
su cuerpo también supiera que no debe decir su nombre en voz alta. Aun así,
hay un atisbo de reconocimiento en su rostro.
—Es mi álter. La otra persona viviendo dentro de mí. Ella ama a Shane,
no yo. Y ella eligió a Shane. No yo.
Mete las manos en los bolsillos, callado, su mirada enfocándose dentro y
fuera, como el lente de una cámara —en mí, pensando en mí otra vez—, y luego
sus palabras se abren paso a través de la noche estrellada.
—¿En qué estás?
—Pff. Dame un poco de crédito, Griffin. Sabes que puedo manejar mis
problemas. Además, ¿qué tiene eso que ver con Ellie y Shane?
—Obviamente, no puedes. —Hace un gesto hacia mí con un movimiento
de barbilla—. ¿Hablando locuras como esta?
—No es una locura.
—¿En serio? —presiona—. ¿Tal vez necesitas un resumen? Llamándote a
ti misma por un nombre conmigo, otro con alguien más. ¿Quién eres tú para tus
padres? ¿Kristen? ¿Jessica? ¿Lisa?
Podría decirle que no tengo padres, que están muertos y en buen viaje.
En su lugar, lo miro—. ¿Por qué me llamaría Lisa? Qué nombre tan extraño.
Suena como la pizza. Lisa. Leesa. Leees…
Entra de nuevo en el apartamento.
183

—Es la verdad —dejo escapar.


A mitad de camino a la cocina, el desdén desbordando su tono de voz,
Página

dice sobre el hombro—: Cierto. Y yo no tengo tatuajes.


Se ha ido de nuevo, pero esta vez deja la puerta abierta. Tan rápido como
puedo, obligo a mis brazos y piernas entumecidas a meterse en su apartamento.
Justo dentro de la puerta, entierro la cara en la alfombra e ignoro las protestas
de Griffin—: Gwen, no puedes estar aquí. No puedes quedarte aquí. No quiero
hacer esto contigo… —Pretendo estar dormida mientras mueve mi brazo y pie,
se va y luego regresa y finalmente suspira, extendiendo una manta sobre mi
espalda.

02:19 a.m.
La putrefacción húmeda en mi boca me despierta. El sabor ácido se
retuerce como gusanos en mi garganta y voy a vomitar a menos que lo lave.
Uso el resplandor azul del reloj del microondas para guiarme hacia la nevera, a
una lata medio vacía de refresco de naranja ubicada en el estante superior.
Lo termino en dos segundos, saco un trozo de pan en el mostrador, y
paso los dedos a lo largo de las paredes de color hongo que conducen a la
habitación de Griffin, hacia la puerta cerrada que me mantiene fuera de ella.
Poco a poco, mis dedos giran la perilla. Silencio, y empujo.
A través de la oscuridad de la noche, su espalda desnuda se extiende en
su cama como una manta blanca de nieve. Su aliento constante. Aplasto el trozo
de pan en una bola de masa firme y tomo un bocado. Por encima del tramo del
tatuaje tribal en su lado: otro tatuaje, éste es más intrincado y redondeado. La
oscuridad desdibuja la imagen. De aquí parece un tipo de payaso, aunque
Griffin nunca se haría un payaso. Termino el pan, viendo cómo sus omóplatos
suben y bajan, y luego doy otro paso y otro hasta que mis rodillas están
presionadas contra el lado de su colchón.
Mis dedos se mueven más cerca. Solo quiero tocarlo una vez, recordar
cómo se siente. Hay una pulgada de espacio entre nosotros y se mueve. Me
detengo.
184
Página
Traducido por Annie D
Corregido por Victoria

6:42 a.m.
Griffin sale de su cuarto, mechones de cabello mojado colgando sobre sus
ojos, con una camiseta azul y vaqueros puestos. Me mira, sentada en la mesa de
comedor, una botella de agua floja en mi agarre, y luego entra en la cocina sin
una sola palabra.
La nevera se abre. Se cierra.
—Tienes un tatuaje nuevo —le digo a la pared—. Aunque no pude ver lo
que era.
Rodea la esquina, un vaso de leche en la mano, y apoyando el hombro en
la pared, frunce el ceño. —¿Estuviste en mi habitación? —No digo nada. Toma
un sorbo y traga—. Está bien, acosadora.
Una sonrisa encuentra mi boca. —Grif, sabes que soy inofensiva.
—¿Inofensiva? ¿Todavía estás drogada? Apenas el mes pasado golpeaste
a un tipo en el rostro. O espera. —Cambia el peso de un pie desnudo al otro—.
¿Fue la otra? ¿Ellie? ¿Vas a decirme que alguna chica llamada Ellie se apoderó
de tu cuerpo e hizo eso?
—Fui yo. —Arrastro una uña por las ranuras de la madera dura. La
última vez que estuve aquí, en el apartamento de Griffin, no era así: el aire
espeso, palabras con cuidado. Mi mirada cae sobre la mochila en el rincón. Su
contenido aún esparcido sobre la alfombra donde lo tiré anoche. Un libro de
arte, un cuaderno de dibujo, un par de bolígrafos y lápices. No las cosas que él
llevaría a trabajar; tiene papel de calcar para esos bocetos. Son más como cosas
para la universidad. Sólo que Griffin no va a una. O no solía hacerlo—. Así que.
—Me aclaro la garganta y digo—: ¿Ahora vas a la universidad?
185

Su mano se tensa alrededor del vaso. —No lo hagas, ¿de acuerdo? No me


hagas preguntas. No trates de averiguar lo que he estado haciendo durante el
último mes. —Toma un respiro—. No te sientes aquí fingiendo que te
Página

importa…
—Sí me importa.
—En serio. —No es una pregunta. Deja escapar una risita tensa—. Vaya,
Gwen, eso es realmente divertido. Porque en mi mundo, las personas no se
levantan y se van con otro hombre cuando se preocupan por alguien.
—No lo hice. Te refieres a Ellie.
—Dios, ¿tú…?
Tan rápido que apenas veo, el cristal vuela a través de la habitación y se
hace añicos contra la puerta. —He pasado las últimas cuatro semanas
volviéndome loco. Preguntándome qué demonios hice mal. Qué tiene el otro
tipo que yo no. Y justo cuando me convenzo de que tal vez no tiene nada que
ver conmigo, que los tres meses que pasamos juntos no fueron lo mismo para ti
que para mí… que estoy bien con eso, regresas aquí sin siquiera pedir, sino
asumiendo, que te perdonaré.
—¿Lo harás?
—La vida no funciona de esa manera. No puedo sólo parpadear y
perdonarte, joder, ¿de acuerdo? Me estaba enamorando de ti, y tú…
—No puedo amar. —No es que nunca lo haya intentado antes; Griffin es
lo más cerca que he dejado a alguien llegar a mi corazón, y el único que
consiguió arrastrarse tan lejos bajo mi piel que es como si fuera una parte
permanente de mi ahora. No puedo dejar de pensar en él. Pero mis paredes son
altas y fuertes y bajarlas como quería que hiciera, amándolo, habría significado
abrir la compuerta para todos los otros sentimientos. Los que necesitan
quedarse enterrados para siempre.
Me mira como si me hubiera crecido otra cabeza, y luego presiona un
puño contra su frente arrugada, los ojos cerrados. Pasan minutos antes de que
los abra y, sin ninguna palabra, hace su camino a través del cuarto.
Arrodillándose, recoge los trozos de vidrio. Entonces finalmente me mira y
dice—: Probablemente deberías irte.
Debería y probablemente. Está sugiriendo. No demandando. Además—: No
tengo a donde ir.
Hay un silencio, los dos midiéndonos el uno al otro con el sonido de los
pájaros cantando afuera. Yo, deseando que esto no tuviera que ser tan difícil,
que pudiéramos volver a ese espacio que estábamos antes.
186

—¿Eso significa…?
Página

Suspiro. —Significa que dejé la casa de Ellie y a los padres de Ellie y el


maldito horario de terapia de Ellie para venir a verte y no quiero volver y pasar
cada día del próximo año hablando con una psiquiatra que sugiere que reviva
recuerdo tras recuerdo del hombre que abusó de mí por seis años.
No dice nada. La leche gotea desde su mano hacia la alfombra.
—No estoy aquí para que puedas sentir pena por mí —continúo,
pasando un dedo por el borde de la mesa, presionando más y más fuerte, hasta
que mi piel grita que pare—. Pero… ya no puedo hacerlo; tratar con todas estas
personas intentando meterse en mi cabeza y descifrarme. Sólo quiero ser yo,
vivir mi propia vida.
Griffin no dice nada cuando termina de recolectar las piezas del vidrio,
las vierte en la basura, y regresa con una toalla mojada. Pasa más tiempo del
necesario remojando y fregando la mancha de humedad en la alfombra y justo
cuando estoy a punto de levantarme para irme porque, claramente, nada de lo
que diga va a cambiar su parecer, se sienta en la silla frente a mí con un paquete
de Marlboros. Mirándome cuidadosamente, coloca la caja en el centro de la
mesa.
Al menos tiene la decencia de ofrecerme un cigarrillo antes de irme. Saco
uno, también el encendedor junto a él, y tan pronto como la nicotina crepita en
la punta, Griffin dice—: Estás fumando.
Levanto la frente y exhalo. —¿No lo hago siempre?
—No. —Sus ojos encuentran los míos, redondos y curiosos. Toma el
paquete, saca un cigarrillo, y aspira el fuego hasta el final—. No siempre. Hubo
momentos, no muchos, los suficientes para contar con una mano, que me
mirabas con esta mirada en tu rostro. Como si no pudieras soportar el olor.
Entierro los dedos en los pies en la alfombra. —Entonces no era yo.
¿La besó? ¿La tocó? ¿La miraba igual como solía mirarme?
Considera eso, estudiando el rastro de humo saliendo de su cigarrillo. —
Tiene sentido… —dice en voz baja—. Quiero decir, la sensación de que a veces
fuéramos extraños. La forma en que solías mirarme fijamente… como si nos
acabáramos de conocer.
—Ella —corrijo. Su mirada se dirige hacia mí—. Ellie. Hubiera estado
mirándote de esa forma.
—Nunca me dijo ni una vez que la llamara Ellie. Si era ella, ¿por qué no
dijo algo en vez de fingir ser tú?
187

Enrollo el filtro entre la punta de mis dedos, encogiéndome de hombros


al mismo tiempo. —No es algo que vaya anunciando cuando voy a un lugar
Página

desconocido, que no soy la persona que todo el mundo piensa que soy. Dudo
que ella lo haga.
Silencio. Trata de creerme; puedo verlo en sus ojos buscando los míos. —
¿Has hablado con ella? —pregunta después de un momento. Sacudo la cabeza.
—Tampoco puedo escucharla. —El humo se eleva entre nosotros, una
línea delgada en la habitación sumamente silenciosa, y es muy directa,
demasiado perfecta. Agito una mano a través de él. Susurrando palabras.
—¿Por qué te convertías en ella cuando estabas conmigo? —Claro que
Griffin se lo tomaría de manera personal.
—No me convierto en ella —espeto—. Ella es ella, y yo soy yo.
—¿Sólo comparten un cuerpo? —Parece una locura cuando lo dice así,
pero…
—Sí. La mayoría de las veces cuando me hago cargo, es porque algo ha
desencadenado que recuerde una parte de su infancia. Su mente es débil, y
usualmente no puede manejarlo. Así que ahí es donde entro yo. Para
protegerla.
—No suenas feliz con eso.
Me encojo de hombros. —No es como si tuviera otra opción. Si no
hubiera intervenido cuando éramos más jóvenes, se habría desmoronado tanto
que la hubiera matado.
Absorbe esto por un minuto, sus ojos enfocándose en la mesa. —
Intervenir… Así que te hacías cargo cuando…
—Le hacía daño —digo por él. Es más fácil que escuchar a alguien
decirlo con lástima rodeando las palabras.
En silencio, entierra el cigarrillo en el cenicero de vidrio entre nosotros,
entonces hace su camino de regreso a la cocina. Un minuto pasa y debato
seguirlo. En cambio, digo a la pared: —Lo que hizo Ellie… elegir a Shane sobre
ti… Yo nunca hubiera hecho eso.
Aparece en la puerta, el rostro contraído. —Puedes quedarte por unos
días —dice, dudando, y aparta la mirada—. Pero deberías saber que… tengo
una novia ahora.
188

9:07 a.m.
El control remoto de plástico de la televisión cruje en mi mano. ¿Una
Página

novia? ¿Está bromeando? Sentada en el sofá de cuero blanco, entierro la cara en


la almohada, luchando contra el grito raspando mi garganta. Incluso Inklings, el
reality show favorito de Griffin sobre artistas de tatuaje, no puede borrar la
imagen que tengo: sus manos sobre…
Atravieso a paso fuerte el pasillo, por debajo del techo de estrellas
brillantes de aluminio, y entro a la habitación de Griffin, a la que se retiró hace
más de una hora. Sentado en el escritorio en la esquina de su habitación, un
libro grueso extendido frente a él, su cabeza se levanta de golpe. —¿Qué
estás…?
—¿Cuál es su nombre?
Sus brazos se tensan. Se mueve en la silla. —¿De quién?
—¿De quién crees? —Mi pulso late furiosamente en la parte posterior de
mi cabeza, mis pies ardiendo por entrar en su habitación. Requiere todo lo que
tengo para no dar un paso más.
Griffin frota su rostro y dice sin emoción. —Meg. —Mis manos se
aprietan en puños. Trago duro.
—¿Van en serio?
—Hemos salido unas veces.
—¿Dónde trabaja?
—Gwen… —Se vuelve de nuevo hacia el libro—. No voy a decirte.
Me doy la vuelta, mi rostro caliente y sintiéndose como si fuera explotar.
Ni siquiera puedo mirarlo.

11:39 a.m.
En la sala de estar, tendida en el suelo, cuento las tapas de botellas. Es la
única cosa que puedo hacer para evitar perforar un agujero en la puerta cerrada
de Griffin. Ha agregado más estrellas, más pequeñas y agrupadas alrededor de
las más grandes. Algunas son desiguales, con una o dos puntas más largas, y
me pregunto si lo hizo a propósito; no es como si su ojo crítico no se hubiera
dado cuenta.
—Vamos. Salgamos —dice de repente desde el pasillo. Una sudadera
189

aterriza a mi lado. Negra y con una capucha. Me levanto.


—¿A dónde?
Página

—Ya verás.
12:01 p.m.
El Jeep se tambalea hacia un lado. Las rocas y ramas se pulverizan bajo
los neumáticos. Dejo escapar un grito y luego. —No estoy segura que tratar de
hacerme vomitar mi café matutino sea divertido, Grif.
Presiona los frenos cuando rodeamos una curva cerrada. Árboles
imponentes y rocas tan altas como Griffin trazan el camino todavía húmedo por
la lluvia de ayer. —No —dice inexpresivo—. Aunque sería entretenido.
—Para ti, tal vez.
Después de unas pocas vueltas más y un árbol caído que Griffin
atraviesa, aparca justo por encima de la orilla del río. No es Gladstone: no hay
rocas de las que saltar o pozos cristalinos reflejando el cielo claro de hoy. Sólo la
urgencia del río en su masiva fuerza. Tampoco nada de nadar aquí. No a menos
que se prefiera una excursión a la planta de energía, teniendo en cuenta la
amenaza continúa de una pierna atrapada en las piedras debajo de la superficie
agitada.
Griffin me guía a una pieza plana de roca sobresaliente de la orilla del
río, donde nos sentamos, las piernas estiradas, hombro con hombro, y el sonido
de nuestra respiración perdido en el viento. —¿Qué estamos haciendo aquí? —
pregunto, pasando la sudadera por encima de la cabeza. Huele como él, y tomo
una respiración profunda.
—Sólo necesitaba salir. Despejar mi cabeza y pensar.
Hemos estado aquí una vez; en el comienzo de Antes, bebiendo cerveza
y fumando hasta que la noche nos cubrió. Antes, cuando Griffin sonreía
fácilmente. Incluso antes de que le mostrara que podía saltar de Gladstone y
que me dijera que era la chica más salvaje que conocía.
Lo miro de reojo. —Supongo que es una buena señal el que me trajeras.
—¿Sí? —Se apoya sobre las manos. El metal en su ceja baila—. ¿Por qué?
—Porque significa que quieres pasar tiempo conmigo. —Me giro y
acomodo la cabeza sobre sus muslos, como si fueran una almohada, indiferente
a la forma en que se estremece. Me quedo mirando el cielo. Está claro, la clase
de claro que por lo general, trae un verano sin nubes.
190

—O —dice, moviendo las piernas y apoyándose tan atrás cómo es


posible—, no confío en ti para estar a solas en mi apartamento.
Página

Echo un vistazo hacia la parte inferior de su barbilla sin afeitar. —Tienes


suerte de que esté acostumbrada a no ser de confianza.
El sol se siente cálido y cierro los ojos, remplazando el resplandor intenso
con una manta de color magenta ardiente. Se oscurece a negro cuando aprieto
los párpados más fuerte, pero no me gusta la oscuridad; es cuando las manos
despiadadas fuerzan su camino en mis sueños.
—¿Me contarás al respecto? —pregunta Griffin después de un tiempo. Su
voz baja y vacilante. Haciendo eco en el agua cayendo en la orilla. Abro un ojo.
Su mirada permanece fija en un punto por encima de mí, al otro lado del río,
donde la luz del sol borra el suelo del bosque, sin pestañear.
—¿Acerca de qué?
—Lo que dijiste esta mañana. —Ojos tristes y curiosos caen sobre mí—.
Tu, eh, infancia. —Es como si me hubiera dejado caer desde la roca hacia el
agua congelada, así como así.
—No.
—¿Por qué no quieres que sepa?
Me incorporo rápidamente y lo enfrento, mis tobillos empujando el
paquete de cigarrillos abultado en su bolsillo. Tiene el aro del labio metido en la
boca, su lengua chasqueando una y otra vez, esperando que diga algo.
—Porque no puedo hablar de ello sin llegar a alterarme —digo con
amargura—. Como si fuera una niña otra vez y él fuera… ya sabes… real. —Es
por eso que la Dra. Parody me envió a la hipnotizadora, para averiguar lo que
pasó sin que lo dijera a consciencia. O que recordara nuestro encuentro.
Griffin inclina la cabeza. —¿No era real?
A veces me pregunto si posiblemente me lo imaginé todo. Estas cicatrices
de ramas de árboles y aceras en vez de la obsesión de un hombre enfermo con
el destello de una cuchilla ensangrentada y el olor a carne quemada. Su voz
ronca y manos implacables como si fueran de alguna manera sueños, o
pesadillas, como una alternativa a la realidad. Aprieto los dientes lo más fuerte
que puedo y sacudo la cabeza.
—Hasta que murió en un incendio era real —digo—. Mucho.
Griffin pasa una mano por mi cabello, justo detrás de mi oreja, y presiona
ligeramente el pulgar en la cicatriz redonda. —¿Y estas? ¿Son de él?
191

—Detente —espeto y me distancio. Me mira inquisitivamente, sombras


colgando debajo de sus ojos y nariz y me pregunto cómo luce mi rostro en este
Página

momento; si me veo sofocada y fantasmal bajo las secuencias cegadoras de luz


solar, o viva y animada con la oleada de calor creciendo en mis mejillas—. No
necesito afecto compasivo de ti, ¿de acuerdo? Ya pasó. El pasado no puede ser
cambiado.
Me levanto y voy a la saliente de la roca. Con los pies en el borde, y las
rodillas rectas. Me balanceo de ida y vuelta, inclinándome más y más lejos cada
vez. El agua debajo, cayendo y estrellándose. Me pregunto cómo sería chocar
contra el agua desde esta altura, si el impacto me noquearía al instante o si la
corriente implacable me jalaría y me llevaría para siempre. Si las rocas debajo
de la superficie me reclamarían o…
Aire. Necesito aire. Mi cabeza va a explotar.
Las puntas de los dedos se aferran a mi cuello. Jalándome h arriba. El aire llena
mis pulmones. —¿Vas a soltar la taza ahora, pequeña mocosa?
El agua viene hacia mí de nuevo. Más rápido. Más fuerte. La porcelana corta mi
estómago. Ojos cerrados. No me levantes. No me levantes. No me levantes.
—¿… tratando de matarte? —Una mano toca mi brazo, lo agarra y me
guía un paso atrás. Lejos de la plataforma deteriorada. Si sólo me hubiera
matado entonces.
Temblando, me giro y me separo del rostro arrugado de Griffin, busco en
mi bolsillo, y recupero la bolsita anudada de Benito. Cuando era más joven,
fumar borraba el pánico. Y una vez que dejó de funcionar, bebía; una cerveza
ocasional o un sorbo de brandy de la reserva del señor Cox. He probado la
marihuana, pastillas, incluso ácido, y de lo que me he dado cuenta es de esto:
no puede ser callado. Muerto o no, siempre me encontrará, perseguirá, y
debilitará. Luchar contra ello es mi única opción.
Griffin me arrebata la bolsa de la mano. —¿Desde cuándo empezaste a
palear la nieve?
Recupero la bolsa.
—¿Desde cuándo te importa? —Soltando el nudo, ignoro su mirada de
desaprobación y le doy la espalda. Motas de blanco se balancean en la punta de
mi dedo. Lo levanto. Inhalo.
La quemadura revive, le crecen dientes, y corroe el interior de mi rostro.
Las lágrimas brotan de mis ojos y sonrío mientras cada gota amarga se desliza
192

por la parte posterior de mi garganta. Algunas personas dicen que duele. Otras
dicen que sabe horrible. Es curioso cómo la mente puede rechazar ciertos
Página

pensamientos cuando sabe que lo necesita.


La voz de Griffin hace eco sobre el rugido del agua. —Eso es atractivo.
Si él me encuentra de nuevo, esta vez estaré lista.
Griffin se pone delante de mí, la camisa tensa sobre los hombros, y el
rostro ilegible. Balanceo la bolsa delante de su nariz. —No soy tacaña.
—Y yo no pongo mierda en mi nariz.
Eso dice. Pero también sé que no le tomó mucho tiempo ceder ante mí.
Siempre lo ha hecho.
El capó del Jeep ruge mientras columpio las piernas por encima de él. —¿Sólo
una más?
Las manos de Griffin acarician mis muslos, sus labios trazando una línea suave
sobre mi clavícula. —Gwen, si te digo más, tu cabeza explotará.
Abro la sudadera, otorgándole un mayor acceso para que siga explorando con los
labios. Se sienten tan bien. Cálidos y suaves. —Probablemente —digo—. Pero estoy
muriendo por saber qué más.
Su boca se cierne sobre mi piel por un momento, el aliento caliente amenazando
con el aire frío. Parpadea, y luego se sienta erguido, nuestros rostros nivelados ahora. —
Bueno, ya. Cuando haces esto —Se inclina más cerca, provocando mi cuello con el aro
en su labio—, forzándote sobre mí… Me pone todo ansioso.
Sonrío. —¿Por qué?
—Porque… significa que me quieres.
—¿Qué si significa que sólo quiero más acción? Una chica necesita soltarse a
veces.
Niega con la cabeza, mechones de cabello castaño flotando con la brisa. Luego sus
dedos encuentran mi rostro, dibujando una línea desde mi frente hacia mi barbilla. —
No me mirarías así si eso es todo lo que quisieras.
Estando de pie aquí, con el río corriendo debajo de mí, saco ligeramente
un poco de blanco con la almohadilla de mi dedo, sonriendo ante el recuerdo.
Ese día, viendo la puesta de sol con Griffin y escuchándolo declamar las cosas
que le gustaban de mí, fue el día que decidí que no iba a sentarme y esperar los
gritos de ayuda de Ellie. Este también era mi cuerpo, y me tocaba estar a cargo
por un tiempo. —Abre la boca entonces —le digo, y luego el río se calma. Los
árboles aquietan sus hojas. Como si todo en el mundo se hubiera congelado.
Observa.
193

Espera.
Página

Justo como el día en el capó de su Jeep, se inclina hacia delante, sus ojos
ardiendo en los míos, y abre los labios lo suficiente para deslizar mi dedo
dentro. Lo paso de un lado al otro por sus dientes y encías. Sabía que cedería.
Traducido por Vane Farrow
Corregido por Val_17

14:46 p.m.
—Estaré ahí.
Me detengo en el pasillo, detrás de la pared, con cuidado de no
extenderme más allá de la esquina. Lentamente, echo un vistazo. Griffin está
sentado al borde del sofá, con los hombros caídos, los codos sobre las rodillas, y
el teléfono aplastado en su oreja.
—¿Dónde quieres que nos reunamos? —dice en un susurro, recogiendo
un hilo suelto en sus pantalones. Pasa un momento. Traga, y con las palabras—:
Hasta entonces. —El aire de la habitación comienza a palpitar alrededor de mi
cabeza como un latido de corazón empapado de sangre pesada.
Cuelga el teléfono y mira donde estoy parada.
—Puedo verte.
Salgo de detrás de la pared, con los brazos cruzados, uñas clavadas en mi
piel. —¿Vas a verla? ¿Tu novia? ¿Después de ayer cuando dijiste que no
confiabas en mí y ahora me vas a dejar aquí, sola, para ir a verla? —Empieza a
sacudir la cabeza, pero se congela cuando mi puño golpea la pared con un
crack—. ¡Dios, eres tan jodidamente insensible!
Corre del sofá. Se aprieta entre la pared y yo. —Gwen, no.
—No te creo. —Me acerco, tres centímetros de espacio entre nosotros.
Quiero golpearlo. Duro en el estómago, lo suficiente como para hacerle tragar
sus estúpidas palabras.
—Es el abogado de mi padre. —Me mira y dice—: Con él hablaba por
teléfono. Tengo que ir a revisar un papeleo con él, porque el Departamento de
194

Empresas reportó treinta y seis quejas más que lo involucran. —La cara seria,
sin ninguna emoción en absoluto—. Decenas de miles de dólares robados a
Página

personas inocentes que sólo querían fotografiar sus bodas. Si se presentan


cargos, él podría estar por lo menos diez años más.
Mmh. Bueno, al menos no era Meg.
16:56 p.m.
—No pareces enojado.
Griffin desvía la cabeza de la carretera y me mira, sus labios fruncidos, el
aro de plata sobresaliendo. Pasamos más de una hora en la oficina del señor
Diaz, Griffin asintiendo y jugueteando con sus dedos mientras el abogado de su
padre le explicaba el proceso legal de agregar más cargos.
—Por lo de tu padre —aclaro, pasando las manos una y otra vez por mis
pantalones salpicados de agua. Se frota la cara, dejando escapar una hora de
respiración contenida.
—Ocho años, dieciocho años. De cualquier manera, no nos
reconoceremos cuando salga. —La lluvia, cayendo más y más duro a medida
que atravesamos la ciudad, golpetea a lo largo del techo de su Jeep.
Griffin tiene dieciocho años, así que… —Si le imponen los nuevos cargos,
tendrás treinta y seis años cuando salga.
—Sí —espeta—. Realmente no necesito que me lo restriegues. —
Activando la luz intermitente, gira en Whisper Ridge, luego nos serpentea
alrededor de la carretera abollada hacia el este.
—No te lo restregaba —digo, siguiendo nuestro reflejo en las ventanas
del edificio mientras pasamos—. Lo señalaba. Para apoyar lo que acabas de
decir.
Me ignora, deteniendo el Jeep en su espacio asignado. Con un tirón de su
mano, abre la puerta. Aire húmedo entra. Golpea el metal como un trueno, y
luego soy sólo yo junto a las amargas palabras de Griffin aferrándose a la
esquina del parabrisas húmedo.
Entre los asientos, localizo su paquete de cigarrillos, fumo uno tras otro
mientras sus vecinos regresan del trabajo, sus delantales rojos o camisas con
cuello de rayas oscurecidas con las salpicaduras de la lluvia. Tomo un sorbo de
la botella de Jack oculta bajo el asiento. Segundos pasan a minutos, a horas. Las
hojas dan vuelta en el viento, exponiendo sus empapadas partes inferiores
veteadas.
195

En el interior del apartamento, Griffin está inclinando en el mostrador de


la cocina, el teléfono apretado entre el hombro y la oreja. Me detengo cerca de la
Página

puerta principal y me quito los zapatos mojados hasta que él capta mis
movimientos y giros. Su mirada cae sobre mí y mis zapatos y tal vez la forma en
que me tambaleo, aunque apenas estoy borracha. Al mismo tiempo que
murmura en el receptor—: Una vegetariana grande y una orden de alitas, extra
caliente.
Me encierro en el baño y me ducho con las luces apagadas. El agua fluye
sobre mí, lenta y abrasadora. Ráfagas de vapor caliente rodean mis
extremidades. Se siente tan asfixiante, y casi como una distracción.
Cierro el grifo y me envuelvo en una toalla roja, respirando profundo
para captar el olor almizclado de la piel de Griffin. Un zumbido bajo se
construye en lo profundo de mis oídos, vibrando con mis respiraciones como si
de repente hubiera agua atrapada allí. Sacudo la cabeza para desintegrar la
sensación y abro la puerta. Salgo a la habitación de Griffin.
La luz anaranjada del sol entra por la ventana, empapando sus brazos y
piernas. En su escritorio, está sentado frente a un bosquejo a lápiz de un árbol.
Ramas muriendo se extienden fuera de la página, su tronco quebrado y
astillado. Por dentro, sonrío porque es una versión más grande de la que marcó
en mi estómago y eso debe significar algo. Sus ojos encuentran los míos.
No le digo nada.
Él no me dice nada.
La alfombra cede bajo mis pies mientras me acerco. Entonces me
detengo; nuestras rodillas están a pocos centímetros de tocarse. Espero que se
encoja o mueva. No lo hace, y entonces, lentamente, con cuidado, dejo caer mis
brazos a sus costados. La toalla se escurre sobre mis caderas y piernas hasta que
cae sobre la alfombra como un charco de sangre, y estoy de pie sólo con el
resplandor del agua goteando por mi cuerpo.
Mechones de pelo húmedo se pegan a mi espalda. Agua salpica por mi
columna. El aire de la habitación, nuestros alientos, latidos del corazón —todo
lo que nos rodea— se suspende, se construye, y luego abro mi boca para
romperlo.
—Tengo que pagarte por dejar que me quede aquí.
El lápiz se cae de su agarre. Rueda por todo el cuaderno de dibujo.
Descansa con su extremo puntiagudo pinchando el costado del árbol como una
flecha disparada con una ballesta. Con el más pequeño de los movimientos,
mueve su pierna, rozando su piel a lo largo de la mía. Tan suave que me
196

pregunto si me lo imaginé.
Página

—No quiero tu dinero —dice, mirando la puerta. Con un paso hacia


adelante, la tela de sus vaqueros cosquillea en mis muslos desnudos, con las
piernas ahora a ambos lados de mí. La habitación se tambalea. Me inclino sobre
él con una sonrisa.
—Sin dinero. —El cabello mojado cae sobre mi hombro, y se pega a su
mejilla sin afeitar mientras presiono mis labios en los suyos. Suave. Cálido. Con
sabor a cigarrillos.
Con una palmada suave, me empuja hacia atrás. Los ojos muy abiertos,
los labios a punto de decir algo que piensa que debería. No podemos. Tengo
novia. Ya no estamos juntos.
Una total pérdida de aliento viniendo de una boca como la suya.
—Cállate, Grif —le digo y me siento a horcajadas sobre sus caderas. Se
pone rígido. Me acerco, mi aliento es una manta para la piel de su cuello. Tomo
sus manos poco dispuestas y las coloco en mis muslos. Las guío hacia arriba y
sobre mi vientre, lento, para dejar que la sensación sature cada bache y surco de
su piel. Hago una línea vertical con una. Hasta mi torso. En el hueco de mi
clavícula. A mi boca donde lamo uno de sus dedos.
Sus ojos miran. Su boca se relaja lentamente. Y entonces fuertes brazos se
cierran alrededor de mi cintura mientras las palabras—: ¡Maldita seas, Gwen!—,
fluyen de sus labios. Me acerca. Estremecimientos cosquillean hasta mi nuca,
arrastrando sus dedos y deslizándolos por mis brazos. Me levanta. Me lleva a
su cama. Me tiende transversalmente sobre un montículo de tela negra. No me
besa como la primera vez, ni la segunda. No dice una palabra en absoluto. Y
cuando se acaba, antes de que nuestros cuerpos sudorosos y resbaladizos se
hayan secado, se desenreda de las sábanas negras, se pone una camiseta, y se
desliza dentro de sus pantalones. Desde el otro lado de la habitación, con una
expresión que dice que está disgustado con ambos, dice—: Esto no cambia
nada.

197
Página
Traducido por Gabriela♡
Corregido por Jane

8:21 A. M.
Déjame salir.
Ahí está de nuevo. Esa voz. Esas palabras. Es la tercera vez que las he
escuchado. Tan débil, como el susurro del viento o el suave zumbido de la
nevera. La reconozco, desesperada y protestando. Igual que suena en su correo
de voz saliente. Pero, ¿por qué estoy escuchándola?
Griffin golpea mi hombro con su cuchara. En la reflexión del microondas,
sus ojos estrechos me miran, como si hubiera estado tratando de llamar mi
atención.
Me doy vuelta y froto la cara. —¿Mmh?
—Te pregunté si alguien sabe dónde te encuentras. Padres, amigos…
—¿Por qué te importa? ¿Es por eso que estás preguntando? —Empujo su
hombro; no duro, pero lo suficiente como para llamar su atención—. Porque si
crees que puedes dormir conmigo, decirme que nada ha cambiado, y de repente
actuar como si te importara quién sabe dónde estoy, es posible que también
necesites terapia. No yo.
Empieza a abrir la boca. Y al mismo tiempo, Ellie se queja de nuevo.
Déjame salir. Cierro los ojos y aprieto los dientes. No sé cómo lo está haciendo,
pero quiero decirle que se calle. Quiero abofetear con la mano esa estúpida boca
suya. Paso a Griffin, caminando hacia la sala de estar, y digo—: Nadie me está
buscando, si eso es lo que estás preguntando.
La puerta delantera se cierra.
No me sigue.
198

Las secuelas de la lluvia, congeladas por la noche y relucientes mientras


el sol se arrastra sobre los árboles, flotan en el aire. Se abre paso por mi garganta
Página

y pulmones, y jadear es cada vez más difícil porque la voz está en mis oídos y
tengo que sacarla.
A mitad de camino por las escaleras, me siento y entierro la cara en mis
rodillas. No es como si no supiera que iba a suceder; es lo que dicen todos esos
panfletos ridículos. Y lo que también dice la Dra. Parody: en lo que los álter se
hacen más conscientes de la otra, se compartirán pensamientos.
Doy un mordisco a la piel de mi rodilla, y me sacudo contra el dolor.
Es sólo que creí que sería la primera en salir. O, al menos, lo
suficientemente fuerte como para mantener a Ellie encerrada.
Detrás de mí, la puerta cruje.
—Vete —murmuro. Un segundo pasa y luego su mano se instala en la
parte trasera de mi cuello, lo suficientemente pesada como para tranquilizarme.
—No quise molestarte —dice—. Es sólo que… Su familia. La de Ellie.
¿No se preguntan dónde está?
No digo nada. Miro el dedo sobre la parte superior de mi rodilla, a través
de las líneas marcadas por mis dientes. Las das en la parte inferior están
torcidas, algo que nunca había notado antes.
—¿No deberías llamarlos al menos? —presiona—. ¿Hacerles saber que
estás bien?
Miro más allá de él, donde un gato se encuentra encaramado en la
ventana del apartamento del edificio contiguo. Está mirándome. Como si
también esperara mi respuesta. Suspiro.
—¿No lo entiendes? No le importo a nadie. Ni dónde esté, ni con quién
esté o cuándo volveré.
Silencio. Y luego—: Me preocupa ella.
Ellie. Por supuesto.
—Correcto. —Pongo los ojos en blanco. Me mira—. Sabes, Griffin, eres
como todos los demás. Pobre Ellie. Tenemos que ayudar a Ellie. Arreglar a Ellie.
Qué hay de mí, ¿eh? ¿Hay alguna persona en este planeta que se preocupe por
mí? ¿Acerca de mi vida? ¿Mis sentimientos?
—Gwe...
—No, ¿sabes qué? Olvídalo. —Me pongo de pie—. Encontraré otro sitio
199

para alojarme.
—Espera. —De repente, su mano se envuelve alrededor de mi muñeca.
Página

Sus ojos recaen sobre mi rostro. El aire frío y húmedo enreda mi pelo. Él
parpadea una vez y susurra las palabras—. No quiero que te vayas.
Arranco el brazo de su agarre, y suspira.
—Ponte en sus zapatos por un minuto —dice, pasándose una mano por
el pelo—. ¿No te preocuparía si un ser querido se perdiera y no tuvieras idea de
dónde está?
—¿En los zapatos de alguien más? ¿Estás bromeando? Ahí es en donde
siempre he estado. —Dentro de mi pecho, la electricidad estalla viva mientras
mis terminaciones nerviosas fallan de repente. Me presiono contra la pared de
estuco, pasando los codos desnudos contra ella, y trato de encontrar palabras lo
suficientemente coherentes como para explicarle esto—. Todo lo que quería era
un poco de tiempo para mí, para vivir mi vida. Para ver lo que se siente el pasar
un día sin alguien respirando en mi cuello, jugando a las veinte preguntas o
solicitando que les cuente todo sobre el hombre que solía meter mi cabeza en un
maldito inodoro. —El estuco se clava en mi piel, y la sensación de calor y sangre
pegajosa le sigue—. Así que si vas a ser otro de ellos, entonces me largo. —Me
aparto de la pared y bajo dos escalones antes de que agarre mi camisa.
Su pulgar se desliza justo debajo de mi codo, y el rojo colorea su piel. —
¿Siempre te lastimas cuando hablas de tu pasado? —Hay una dulzura en su voz
que me pincha en la piel. Me da náuseas y alivia al mismo tiempo. Trago saliva.
—¿Siempre intentas gritarle a la gente y fallas miserablemente? —Con
una sacudida, tiro de su agarre, pero esta vez no me libera. Sus ojos arden en los
míos.
—Por favor, ven adentro.
—No me voy a quedar porque sientas lástima por mí.
Se muerde el labio por un momento, y baja la frente como si estuviera
pensando. —Entonces quédate porque te quiero —dice después de un minuto.
Levanto la barbilla, desafiante. —¿En serio?
Sin dudarlo. Sin ningún movimiento de los ojos hacia el césped verde y
brillante debajo. Sólo un corto y simple—: Sí.
Lo dejo tomar mi mano y llevarme adentro. Me lleva al fregadero de la
cocina. Me levanta por la cintura y pone en el mostrador, luego, cuando el agua
se vuelve caliente, moja una toalla de papel, y comienza lentamente a dar unos
toques para sacar la sangre de mis brazos.
200

—Podría encontrarte un cachorro, si quieres cuidar algo.


Sonríe. —Nah, un cachorro sería demasiado fácil en comparación
Página

contigo. —Cuando el codo está limpio, comienza con el otro. Me quedo


mirando sus antebrazos; la forma de las líneas torcidas de la tinta y los
remolinos bajo su piel, hasta que termina y lanza el trapo a la basura. Es
exactamente como me imagino mi espalda, cubierta con una escena completa,
así que nunca tendré que ver las cicatrices de nuevo. Tal vez un bosque de
árboles, un torero y un toro… Siempre me han gustado esos…
—¿Qué te hizo irte en primer lugar?
Lo miro duramente. No de nuevo.
—Sólo quiero entender —dice, con las manos delante de él—. Porque por
lo que sé, va a West Haven, lo que significa que vive en el lado oeste y por lo
tanto, no debe tener problemas de dinero. ¿Por qué quieres renunciar por… —
Mira alrededor de su pequeña cocina con los gabinetes de pinturas
desconchadas y el lavabo manchado de óxido—, esto?
Tiro de la camiseta desgastada que le robé del armario. —El dinero no
significa nada para mí. No cuando la libertad vale mucho más. —Me deslizo del
mostrador y aterrizo directamente en frente de él. Descalza, mido por lo menos
treinta centímetros menos que él. Mis manos permanecen a mis costados,
imitando su postura—. Y entre Ellie y sus terapeutas, y sus padres, todos
acosando mi integración… Sabía que la única manera de que realmente tuviera
una oportunidad en mi vida era irme.
Es minúsculo, pero algo cambia en su expresión: una astilla de
comprensión

201
Página
Traducido por Vane Farrow
Corregido por Eli Hart

13:33
Hay una especie extraña de tranquilidad bajo un paso elevado de la
autopista en un día lluvioso. Coches retumban por encima, amortiguados por
capas de hormigón. Lluvia golpea sobre el asfalto, el metal de los coches
abandonados, y en las ventanas rotas de edificios vacíos.
El golpeteo de una hoja de afeitar. Inhalación rápida. Gruñido contra la
quemadura.
Una mano marchita me pasa el compacto, vuelto hacia atrás con una
línea dentada de blanco partiendo el espejo en dos. Por un segundo me miro, a
mi reflejo dividido a la mitad. Ojos negros turbios. Pelo grasiento y despeinado
por el viento. Nunca antes he lucido así de diferente a Ellie.
Griffin fue a trabajar hoy. Metió su cuaderno de dibujo bajo su brazo
mientras una luz turbia fluía a través de las ventanas, y dijo que regresaría
alrededor de las cinco. No sabe cómo actuar alrededor de mí, es lo que me dijo
ayer por la noche cuando veíamos un episodio tras otro de los Inklings. Quiere
creerme, perdonarme, dejarme entrar de nuevo, pero no sabe cómo.
Le dije que lo superara.
A mi lado, la chica deja escapar una risa ronca. Todavía no sé cómo se
llama. Vino con Benito y él la llama mija, como a todo el mundo. —Tiene miedo,
B —dice, bamboleando la cabeza de atrás hacia adelante a lo largo de la pared
de cemento—. No confía en tu mierda. —Las puntas quebradas del sobre-
blanqueado cabello rodean su rostro, herpes labial salpica su boca; podría ser
linda si no estuviera tan colgada.
—Lo que sea —le digo y arrebato el dólar enrollado de sus dedos—. Si
202

no confiara en él, ¿por qué estaría tomando más?


Página

Benito, que corta otra línea en el pliegue de su cartera, levanta la vista de


su regazo. Huecos en sus mejillas cuelgan como moretones estirados, como si
alguien le hubiera dado golpes de karate a ambos lados de la cara. —Jesús —
murmura, lanzando sus ojos hacia mí—. Deja de quejarte y termina eso. Otro
cliente viene y no lo quiero de aprovechado. —Puede ser que sea demasiado
tarde para decirle que no tengo nada de dinero hoy. Algunas píldoras, pero
nada para cubrir lo que tiene en frente, muy posiblemente la única desventaja
de no andar alrededor de la casa de Ellie: no hay flujo de efectivo constante de
sus padres.
El concreto por encima se estremece. La rubia inclina la barbilla y me
observa con una mirada amplia y expectante mientras levanto el dólar hacia mi
nariz y aspiro. Estelas ardientes lo siguen, pero sólo por un par de segundos y
luego nada. Espero.
Mis manos y pies están entumecidos de la última línea y, cuando la brisa
fría se levanta, el agarre de la nada araña su camino hasta mis piernas, por mis
brazos, en el cuello y entre los hombros. Me relajo contra la pared, la prisa de
otro coche por encima, y dibujo una fila de círculos sobre mi muñeca.
—¿Tienes novia? —dice la chica a mi lado. Supongo que le está
preguntando a Benito, que está ocupado raspando la esquina de una hoja de
afeitar a lo largo de las grietas de su cartera de cuero. Él la ignora y ella me da
un cigarrillo encendido, mira mi boca mientras tomo una calada. No siento el
humo ingresar a mis pulmones. No siento el suelo congelado y duro debajo de
mí o el hombro flaco presionado contra mí.
Ella todavía me mira, esperando una respuesta.
—No —le digo y tomo otra calada. Se acerca, sus labios de fácil sonrisa
colgando en frente de los míos.
—Sopla —susurra. Una corriente de humo desprendido escapa de mi
boca a la suya y, una vez que sus pulmones están llenos, deja escapar una risa
ronca.
Entonces me besa.
Sus labios están fríos, moviéndose como si estuviera medio dormida, lo
que me hace reír, también. El cemento a nuestro alrededor palpita. Retumba.
Entonces su lengua se desliza entre mis labios. Riachuelos de agua chorrean
desde el paso elevado, y al mismo tiempo Benito silba. La chica desliza su mano
sobre mi estómago y cuando intenta subir encima de mí, pienso: Ya no quiero
estar aquí. No quiere besar a esta chica. Suavemente, la empujo y me pongo de pie.
203

—Ya me voy.
Página

—No sin pagar —vocifera Benito y me frunce el ceño. Ignoro el ceño


fruncido en el rostro de la rubia y extiendo mis manos.
—Benito, no me vendiste nada.
La hoja de afeitar se sacude en los dedos. —No me vengas con esa
mierda. Lo consumiste todo. —Técnicamente, es cierto. Benito nunca da nada
de forma gratuita. Sabe que lo sé. Asiento y meto la mano en el bolsillo, saco
tres píldoras. Es todo lo que me queda del alijo de Ellie. Las dejo caer en su
mano.
—La próxima vez —le digo y empiezo a bajar la pendiente—. Sabes que
soy buena para eso.
—No lo creo —dice. Unos pasos más y luego soy jalada por la espalda. El
mundo pasa volando. Me estrello contra la pared. Mis oídos comienzan a sonar
con las palabras—: Nadie me juega sucio dos veces.
—Benito… —Miro fijamente, sus ojos entrecerrados inyectados en
sangre. No está respirando; creo que yo tampoco—. No voy a timarte. —Me
callo y aparto la mirada—. No he estado en casa por un tiempo. Conseguiré el
dinero cuando pueda. O más píldoras. Sabes que volveré. —Trato de salir de su
agarre, pero me agarra la barbilla, levantándola y obligándome a mirarlo. Tiene
la esquina afilada de una hoja de afeitar presionada contra mi mejilla. Bajo,
incluso palabras respiran en mi cara.
—No te irás sin darme algo. —Se acerca. Una capa pegajosa de algodón
blanco cubre su lengua. Me aprieto contra el pinchazo de la hoja.
—No tengo nada que darte. —Mi voz titubea y él lo capta. Sonríe.
—Claro que sí. —La hoja de afeitar tintinea contra el asfalto, el sonido
tragado por la sangre corriendo en mis oídos. Una mano encuentra agarre entre
mis piernas, la otra libera el botón en mis vaqueros.
—Detente —le digo y miro por encima del hombro. No hay nadie por
ahí, solo la rubia. Ella me mira con los ojos en blanco y amplios. Entonces deja
escapar una risita silenciosa.
—A veces él no es tan gentil —dice y sus palabras, la forma en que salen
indiferentes, es como si lo supiera por experiencia. Benito me empuja con más
fuerza contra la pared. Su mano delgada se desliza dentro de mis pantalones.
—Perra, vas a pagar de una manera u otra.
Cemento toquetea mi espalda, enganchando mi cabello. —No me toques
204

—suplico, empujando los codos contra su pecho huesudo. Saliva salpicada se


acumula en las comisuras de su boca.
Página

—Mucha exigencia proviniendo de una puta como tú.


Cierro los ojos para alejarme de su aliento agrio, esas palabras familiares.
—… nada más que una puta…
Les brotan garras, perforando mis pulmones.
—… dejando que esos chicos te toquen…
Manos grasosas, toqueteando, apretando. No había chicos. Fue sólo él.
Siempre él. Pongo mis manos en puños y los balanceo en la cara delante de mí.
—¡Quítame las manos de encima! —grito, haciendo contacto con el lado
de la cabeza de Benito. Gruñe y se aleja lo suficiente como para sacar mi pie de
debajo del suyo y salir de debajo de él.
Me doy la vuelta.
Corro.
—¡Vuelve aquí zorra! —La risotada ruge desde detrás de mí, haciendo
eco, burlona, desintegrándose mientras llego a la parte inferior de la pendiente
y a la puerta de mi coche—. Mejor cuida tu espalda, niñita.

14:17
La puerta suena.
Me dirijo directamente al sofá. A mi alrededor, el aire está vibrando,
rápido y trinando. No miro, pero debe haber al menos cuatro chicos trabajando
hoy, agujas penetrando la piel, extrayendo la sangre, haciendo arte. Mis rodillas
colapsan, y se doblan en los cojines. Cierro los ojos. A lo lejos una voz llama su
nombre, y luego el mío, y unos segundos más tarde una mano aprieta mi
hombro.
—Gwen, ¿qué pasa? —Griffin se arrodilla a mi lado y pienso: ¿Es por eso
que la gente llora? ¿Porque no saben lo que están haciendo? ¿O porque aparecieron en
algún lugar que no deberían estar? ¿Porque no quieren que sus ex novios los vean
derrumbarse, o no tienen palabras para explicar el agujero de mierda en el que se
lanzaron?
—Maldita sea, Gwen —dice Griffin rápido—. Dime lo que pasó. —Se
sienta a mi lado y tira de mi brazo. Su dedo se desliza suavemente sobre mi
mejilla, con olor a antiséptico y tinta—. ¿Cómo te hiciste este rasguño?
¿Estuviste en una pelea?
205

Sacudiendo la cabeza, me vuelvo y colapso encima de él, escondiendo la


cara en su pecho. Estoy muerta, como la mierda, si Benito alguna vez me
Página

encuentra. No pagarle, golpearlo en la cara… lo humillé dos veces. No lo dejará


pasar.
—Oye… —Los brazos de Griffin se cierran sobre mi espalda,
acercándome. Afecto por lástima. Hoy, a cambio de incesantes manos
arañando, lo tomaré—. Estás temblando. ¿Por qué…? ¿Podrías decirme qué está
pasando?
—Grif... —Un momento pasa. El sonido de las pistolas de tatuajes
silencioso—. Cállate.

206
Página
Traducido por Gabriela♡
Corregido por SammyD

19:49 p.m.
—Diez cargos más.
Deslizo la mirada desde la cubierta de cemento sucia y la piscina de
fondo lodosa hacia Griffin, sentado frente a mí con los vaqueros enrollados
hasta las rodillas y las piernas colgando en los chorros.
—¿Mmh?
—Mi padre —dice—. Fraude. El juez le dio diez cargos más. Su abogado
llamó hoy. —Saca un puñado de agua, lo escurre en un charco al lado de él, y lo
palmea con su palma—. Lo más probable es que estará en todos los periódicos
mañana.
—Pues no leas los periódicos.
Me mira, sus ojos reflejando la inundación blanca de las lámparas de
seguridad. —Traté de hacerlo la última vez.
—¿Y? —Saco los pies al aire frío, manteniéndolos durante un momento,
y luego los sumerjo de nuevo en el agua. Pinchazos devoran los dedos de mis
pies.
Se encoge de hombros. —Curiosidad morbosa.
—¿De qué? —Sonrío—. ¿Qué color de vestido de bodas usaba?
Sacude la cabeza, arrastrando vetas de agua fuera del charco. Llamas.
Dentadas y furiosas llamas. —Si me mencionó. O a mi madre. Si reconoció
nuestra existencia en lo absoluto.
Por extraño que parezca, también me he preguntado eso… bajo el peso
207

del calor persistente del verano. Posada en la ventana, mirando donde el gran
trasero de mi padre se instalaba en una silla de jardín flácida, una botella
Página

marrón, sudorosa y llena de cerveza colgando de su dedo pulgar. Noches como


esas, las yemas de mis dedos, cubiertas de suciedad, se aferraban al alféizar de
la ventana. El sudor me hacía cosquillas en la espalda. Bandas de sangre
caliente goteaban a lo largo de mis muslos pálidos mientras me preguntaba si
apuntaba su dedo regordete hacia la ventana y le decía a sus amigos ruidosos y
rientes—: ¿Ven esa chica de allí? Es mi chica.
Los árboles me rodean silenciosamente. Los ojos de Griffin trazan el traje
improvisado que robé de su armario: una franela negra y bóxer rojos, y luego se
encuentran con los míos.
—¿Supongo que no lo hizo —le digo—, la última vez?
—Tal vez mi madre se hubiera quedado… si se hubiera disculpado,
¿sabes? —Asiento, pero no lo sé. Nunca nadie me pidió disculpas.
Pasa un buen rato. La luz encima parpadea con una grieta. —Dime algo
—dice finalmente, mirando a través del agua turbulenta hacia mí—. ¿Quién te
dio el nombre de Gwen?
—Yo.
Su dedo, agregando manchas húmedas a las llamas, dice. —¿De dónde
salió el nombre?
Me levanto el dobladillo de los bóxers y me paro en el último escalón, los
dedos del pie dando vueltas sobre el borde. El agua acaricia mis rodillas. Vapor
sube, se eleva, y se aferra a mi piel. —No lo sé. Es sólo un nombre.
—Mmh —dice, metiendo la mano en el agua otra vez—. Es interesante.
—¿Qué es interesante?
—Que tu labio superior se torciera.
—¿Y?
Aplasta la palma sobre el cemento por un segundo, y luego la levanta,
formando una huella perfecta. —Bueno… haces eso cuando mientes.
Ugh, lo que sea. —Bien. Si quieres saberlo, el nombre Gwen proviene de
Gwendolyn. Era el segundo nombre de mamá. Sherry Gwendolyn McClellan.
Sonríe, obviamente feliz consigo mismo, pero luego la mirada grave
vuelve. Me quedo mirando el agua revuelta y espero su siguiente pregunta.
—¿Siempre supiste que eras parte de otra persona? ¿De Ellie?
Niego con la cabeza, pasando los pies a lo largo del escalón áspero, como
208

el papel de lija. Un semicírculo alrededor y viceversa. —Solía pensar que me


volvía loca. Recuerdos desequilibrados. Personas que actuaban como mis
Página

amigos, sólo que no tenía idea de quiénes eran. Estar en lugares, sin saber cómo
había llegado allí… o por qué siempre peleaba, por así decirlo, cuando llegaba.
Su cabeza se sacude distraídamente, y sus ojos se centran en un punto
por encima de mi hombro. —¿Al igual que en la escuela?
Asiento. Unas cuantas veces en West Haven. Dos veces con él. —Sí.
—¿Y ahora?
—Ahora, gracias a su terapeuta, sé lo que realmente sucede. Eso de que
Ellie depende de mí cuando las cosas se ponen demasiado difíciles para ella.
—Al igual que… ¿al recordar lo malo?
El material se arruga en mi agarre. Lo miro a los ojos. —No, esos
recuerdos son todos míos. Qué suerte la mía, ¿no? —No sonríe. Sólo mira,
espera a que se lo explique—. Ciertas cosas desencadenan recuerdos de Ellie de
nuestro pasado. Sobre todo la gente tocándola, pero también otras cosas. Un
movimiento o un olor específico. Es débil, por lo que cuando la memoria
empieza a aflorar, se va. Y luego me toca a mí limpiar el desorden, de lo que
estoy harta. Es mucho más fácil simplemente hacer frente a los recuerdos por
mí misma.
—En la tienda, ¿eso fue lo que pasó? ¿Era un recuerdo? —Una gota de
agua salpica su rodilla, se cuelga por un momento, y luego se desliza hacia
abajo por su espinilla. Griffin nunca dejaría que me quedara si descubre lo
metida que estoy con Benito. Es probablemente más fácil dejarlo pensar eso.
Asiento—. ¿Dónde va cuando te encuentras aquí?
Me encojo de hombros, mis pantalones cortos levantándose luego de caer
con el movimiento. —Ni idea, joder. La verdad es que no estamos conectadas
de esa manera.
—Bueno, entonces, ¿dónde vas cuando Ellie sale?
—A ninguna parte. Es como un agujero negro. La Dra. Parody dice que
algunos álter fabrican una casa en sus cabezas, como un castillo o jardín.
—¿Tú no?
Hago una mueca. —Eso es patético. ¿También debo fabricar algunos
amigos para vivir allí conmigo?
Pone los ojos y dice—: He leído sobre esto en línea. El trastorno. Se dice
que hay una cura. ¿Integración?
209

Jesús, no él también. Si tuviera un tatuaje por cada vez que alguien


Página

menciona la integración, estaría cubierta de pies a cabeza. —La integración no


es una cura, Grif. ¿Matar a uno de nosotros para que el otro pueda vivir en paz?
Su frente se inclina hacia el interior. —No creo que funcione de esa
forma…
—Sí, lo hace. —Le disparo una mirada que dice que no quiero hablar más
de eso, y luego salto el escalón. Tomando una respiración rápida, doblo las
rodillas mientras el agua caliente me traga. Una ráfaga de burbujas que se
mueven rápidamente me rodea, rugiendo en voz alta como si estuviera
atrapada en la estela de un jet. Bajo el agua, siento los tobillos de Griffin y
cuando los encuentro tiro tan duro como puedo.
Mis manos.
Se siente como fuego.
No se mueve. Sus dedos agarran un puñado de franela y me tira hacia
arriba. El aire caliente y nauseabundo recorre la parte posterior de mi garganta.
—… eres una niña salvaje, ¿lo sabías? —Griffin se ríe, sosteniendo mis
hombros con fuerza y lejos de él. El algodón húmedo se aferra a mí.
No más agua. Por favor, por favor, por favor.
Cabello pegado a mis mejillas y frente. Manos agarran mis muñecas.
Dedos se enredan en mi pelo. Aliento ácido en la cara. Grito.
—¡Gwen! —De Griffin. Son las manos de Griffin. Acariciando mis
mejillas y frente. Estabilizándome fuerte debajo de su barbilla—. Joder, lo siento
—dice. Apresurado, pero suave. Me tira fuera del agua—. No debería haber
preguntado. Tiene que ver con…
Otro grito. A través de mis dientes.
—No lo sabía. —Sus palabras, calientes en mi cuello—. No lo sabía. —Me
sostiene, sus brazos fijos e implacables. Cierro los ojos, el fantasma del agua
hirviendo acariciando mi piel. Mis manos. Ampollas les cubrían en aquel
entonces. Me empujaba las burbujas diminutas y de color blanco con palos y
veía líquido filtrarse en charcos, preguntándose cómo el agua caía por debajo de
mi piel. Mi padre nunca trató de ocultarlos. Nunca los cubrió con guantes o
vendajes. No lo necesitaba; mi madre, tan amable como era, nunca lo cuestionó.
O lo enfrentó.
Después de un minuto, Griffin toma mi cara entre sus manos. Sus ojos
son sólidos. Ardiendo en mí. Nunca nadie me ha mirado de la forma en que
Griffin lo hace, lo que me hace sentir llena y vacía al mismo tiempo. —¿Dónde
210

te encontrabas hace un momento? —dice, y el sonido irregular de su voz me


acuna. Me tranquiliza.
Página

Nunca le he contado a nadie acerca de mi pasado. Pero esta noche, bajo


el cielo estrellado, encuentro estas palabras. —Mi padre solía quemarme.
Forzaba mis manos en el fregadero y ponía el agua tan caliente como podía.
Pensó que me haría escuchar mejor. —Mis palabras flotan en el aire de la noche,
y luego Griffin arruga la nariz.
—¿Te acuerdas de… algo bueno acerca de tu infancia?
La única pregunta que no requiere de un pensamiento único.
—No.

4:58 a.m.
Amanece en su rostro. Venas lavadas de azul por el cuello y pecho. El
tatuaje en su lado, el de arriba de la marca tribal, puedo ver ahora que es un
ángel mirando hacia atrás, su espalda y alas de plumas y pelo largo y oscuro
sombreados con gris. Griffin dijo una vez que no le gustaba el tatuaje de rostros,
algo sobre la búsqueda de espíritu en los ojos, así que creo que lo hizo él mismo.
Su pecho se eleva. Respiro y lo contengo hasta que la espalda del ángel
comienza a hundirse hacia el colchón. Cinco minutos de esto, respirar con
Griffin, y las uñas de las manos perforando mis pulmones casi han
desaparecido.
Aun así, no quiero estar sola en la sala de estar. En el sofá, luchando
contra su voz.
Sentada en la habitación, en la silla del escritorio de metal con las piernas
levantadas contra mi pecho, rebusco tranquilamente a través de papeles en su
escritorio. Facturas de servicios públicos, recibos de pago de elementos
artísticos… nada de Meg. No hay imágenes de su rostro o notas en su escritura
o evidencia de que existe en lo absoluto.
De repente, Griffin abre los ojos. —Jesús, Gwen. Me asustaste.
—No podía dormir.
Se frota la cara, por un momento luciendo como si las palabras “Necesitas
salir de aquí” pudieran ser lo siguiente en salir, pero arrastra la manta, dejando
al descubierto la sábana negra. Me subo. Las cubiertas caen sobre mis piernas.
Entonces tomo su brazo y lo acomodo sobre mí mientras me acerco lo más que
puedo.
211

—No sientas pena por mí —le susurro en el pecho.


Página

Respira profundo, presionando su boca sobre la parte superior de mi


cabeza y susurra de vuelta. —No. —En el silencio de la habitación, mis
pensamientos comienzan a circular. He venido aquí para aclarar las cosas con
Griffin. Pero no me quedé porque no pueda volver a la casa de los Cox, podría
volver cuando quisiera, sino porque aquí, en los brazos de este chico, no estoy
ahogándome. O luchando.
Yo sólo estoy… viviendo. Y es lo más refrescante que he tenido en toda la
semana.

212
Página
Traducido por Eli Hart & Miry GPE
Corregido por Amélie.

12:01 p.m.
Me desperté con el sol colándose por las ventanas con un brillo
asfixiante. Baña las paredes, resalta los bocetos de Griffin, rompe el espejo
enmarcado en plástico colgando al lado de la puerta. Una nota descansa en la
almohada a mi lado: Fui a trabajar. Regreso tarde. Doblado debajo hay un billete
de diez dólares.
Encuentro mis vaqueros en el suelo del baño y una camisa blanca
envuelta en el armario de Griffin y justo mientras me dirijo para salir por la
puerta, con mi boca haciéndose agua ante la idea de una hamburguesa de
queso, la veo. Deslizada debajo del sillón. Amarilla y peculiar. Un recibo.
Comickaze comics, dice en la cima, y debajo de ella la dirección del otro
lado del pueblo. The Walking Dead #80, Griffin la compró hace unas semanas. Y
el nombre de Meg, garabateado con letras arremolinadas a un lado. También su
número telefónico. Qué idiota.

1:12 p.m.
Es una tiendita andrajosa, una isla en medio de un centro comercial,
apretada entre una tienda de comestibles finos y una barbería. Las puertas de
vidrio se abren y, desde donde me encuentro detrás del volante, estacionada
junto a la curva con el calor soplando caliente contra mi rostro, es un misterio
por qué Griffin se interesó en ella. Pequeño cabello castaño, una sonrisa de ten
un buen día mientras entrega una bolsa colgante de plástico al niño al otro lado
213

del mostrador.
La tienda es un campo minado de estantes: metal, flácidos con el peso de
Página

los superhéroes y cursis burbujas de diálogos. Camino, inhalando respiración


tras rápida respiración de aire recubierto de tinta hasta que puedo tener una
mejor vista.
Piel satinada, del color de la leche, alisada y envuelta en sus huesos de
duende. Tiene una nariz como pistas de esquí, empinada entre dos ojos
ridículos y enormes. Mientras revolotea por la tienda, los volantes de su blusa
aletean y cuelgan como alas, y solo luce como…
—Un hada —murmuro para mí—. Santa mierda, es la maldita
Campanita.
A mi lado, alguien bufa una risa. Luego dice—: ¡Hola, trasero roto! —La
voz familiar me detiene en seco—. Digo… tu nombre era Gwen, ¿cierto?
A mi izquierda, encorvada contra el estante etiquetado como Manda con
una revista estirada sobre las rodillas, está la rubia. La rubia de Benito.
Mirándome con ojos enrojecidos y una sonrisa en sus labios con costras.
—¿Qué estás haciendo…? —Rápidamente, reviso los pasillos atestados.
Sobre las cimas de los estantes, por el suelo un par de zapatos—. ¿Está contigo
Benito?
—Diablos, no. Se puso todo Hulk Hogan luego de que te fuiste, golpeó la
ventana de su auto. Ese idiota tiene serios problemas de enojo. —Pasa
rápidamente algunas hojas de la revista sin mirar—. Me fui justo después de ti.
Esto no es lo que necesito ahora. La miro. —¿Dijo algo? ¿De mí?
—Solo que iba a matarte. —Encogiéndose, pasa otra página. Benito
amenaza con matar personas diario, requerimiento del trabajo, creo. En la cima
de todo, tiene un inflamado caso de síndrome de hombrecito, así que no voy a
dejarlo que me asuste. No como el otro día, de todas formas—. Soy Azul, por
cierto —añade sin extender la mano. La miro, flácida en su regazo. Debería
estar bien.
—¿Azul? —Levanto una ceja—. ¿Cómo el cielo?
Niega con la cabeza y se ríe. —Como el color del que te pones cuando
dejas de respirar. Mi nombre real es Jaye, pero nadie me llama así desde el
accidente. —Abrí la boca para preguntar cuál accidente, pero dice
bruscamente—: Mezcla Big H con pastillas. Casi no lo logro. Mis amigos
comenzaron a llamarme Azul porque de ese color eran mis labios cuando
llegaron los paramédicos. El nombre se queda.
214

Justo entonces, Campanita se acerca, un montón de revistas acunadas en


sus brazos delgados. —Lo siento, señorita —dice mirando a Azul, y en esa voz
Página

animada escucho el nombre de Griffin. Mi pulso cardíaco comienza a subirse a


mi cuello. Golpea más duro en mis oídos, ahogando las palabras—. No
permitimos que la gente lea antes de comprar.
Azul bufa. —¿No crees que si tuviera dinero lo compraría? Por la santa
mierda —Entrecierra los ojos hacia mí—, algunas personas son tan estú…
Levanto un dedo para callarla, luego me giro hacia el duendecillo de un
metro cincuenta. El nombre plateado colgando sobre su pecho plano dice
Megan. —Primero que nada —digo, cruzando los brazos—, mi amiga no está
causando ningún problema. Está sentada, mirando las imágenes de tu estúpida
revista, lo que, necesito decir, ¿es lo mismo que leer? Y segundo… —Me acerco
un paso, uñas irregulares rasgando dentro de mi pecho. No esperaba esto,
confrontarla, mencionar a Griffin para nada, pero ahora, parada a centímetros
de su cara, todo lo que quiero hacer es sacarle sus ojos ridículamente grandes.
Inhalo pesadamente.
—Pareces una chica astuta —continúo—. A pesar de tu divertido sentido
de la moda. —Meg mira sus volantes. Detrás de mí, Azul ríe disimuladamente.
Mi corazón late rápido—. Si fuera tú, tomaría esas enormes células cerebrales
tuyas y permanecería alejada de Griffin.
—¿Griffin? —dice con un ceño en la frente y es justo cómo la imaginé,
toda animada y llena de esperanza—. ¿En serio? No he escuchado de él en…
Espera. —Me mira de arriba abajo, sus ojos encajando en el nudo que hice en la
camisa blanca de Griffin y la rama de tinta negra en mi estómago debajo de
ella—. ¿Cómo conoces a Griffin? ¿Eres su hermana? Pareces… ¿Él te envió?
Querido Señor. Es una de ese tipo dímelo todo. Saco el recibo amarillo de
mi bolsillo y lo miro revolotear hacia sus zapatos de charol. —Creo que es tu
letra. Y creo que tiene novia.
—¿En serio? —Agarra más fuerte las revistas—. Pero…
—No importa lo que dijo. O hizo. —Cierro el espacio entre nosotras. Sus
ojos se abren. Mis oídos suenan, y cada músculo de mi cuerpo pica como si
hubiera tomado una línea. La habitación se hace grande y pequeña a mí
alrededor—. Importa —digo más fuerte esta vez porque quiero que
malditamente me escuche—, que él y yo estamos juntos otra vez. Importa que
estoy viviendo en su casa, durmiendo en su cama en la noche y tú no, así que se
una niña buena y aléjate de él.
Mi hombro choca contra el suyo mientras me dirijo hacia la puerta.
215

Revistas caen en un frenesí mientras se deslizan de su agarre. Afuera me paro


en la curva, entrecerrando los ojos hacia el sol mientras mi corazón hace eco dos
Página

veces en mi pecho. Pude haber golpeado a Meg y ella lo sabía. Azul lo sabía.
Cualquiera en la maldita tienda lo sabría.
Azul atraviesa la puerta, riendo. —¡Eso fue divertidísimo! —Salta en mi
espalda y besa mi mejilla—. Debiste ver su rostro. Totalmente a punto de llorar.
¿En serio estaba viendo a tu novio?
Desenlazo sus brazos de alrededor de mi cuello, la quito de mi espalda, y
sonrío. —Técnicamente es mi ex.
—Posesiva. Me gusta. —Empuja mi estómago—. Ya sabes… deberías
ponerte así con Benito. Dale una pieza, así no cree que puede jodernos cada vez
que le plazca.
Curvo mis labios hacia ella. —Si jodes con Benito, voy a tener que
deshonrarte antes de ser amigas.
—Cállate. —Golpea mi codo con el suyo—. También lo harías por un
golpe libre.
Nunca estaría así de desesperada. Saco un cigarro y ruedo los ojos. —
Dejaría la adicción antes de dejar que la piel sucia de ese idiota me tocara.
Se gira hacia el otro lado del estacionamiento desolado. Tal vez golpeé
un nervio. Tal vez es dependiente de los toques de Benito para controlarse. El
viento se eleva y Azul extiende los brazos sobre la cabeza, mirando hacia atrás,
por la puerta de vidrio.
—Mierda —dice con una risa—. Bebé llorón se dirige al teléfono. Tal vez
deberíamos separarnos. —Señala mi auto estacionado en la curva—. El Accord
es tuyo, ¿verdad?
Dentro, Campanita está detrás del mostrador, sus ojos en nosotras,
levantando el teléfono hacia su oreja. Si entramos al auto ahora, sabrá lo que
conduzco. Le dije que me estoy quedando en casa de Griffin, pero…
Voy hacia la puerta de vidrio. Azul abre los brazos. —Espera, Gwen,
¿qué haces? ¿Estás loca? Está llamando a la policía.
Las puertas se balancean abiertas. Meg levanta la mirada. Ignoro los
pocos clientes recorriendo la tienda y levanto la cabeza con una sonrisa curiosa.
—¿Alguna vez has estado en su casa? —El teléfono cae y su boca se abre y por
un instante parece un pez confundido.
—¿De Griffin? —dice y asiento. Sí, genio, de Griffin—. Eh, no. Él…
216

Cierro la puerta, mi sonrisa es lo último que ve Meg, y paso a Azul hacia


mi auto. —Tengo diez dólares. Podemos drogarnos o comer.
Página

Azul entra. —Mierda, chica, no he comido en dos días. Podría comerme


un maldito alce.
3:04 p.m.
—Eso no fue un alce.
—Mmh. Cien veces mejor. —Azul se mete la última papa frita en la boca
y se chupa los dedos—. Creo que la comida sabe mejor cuando tienes días sin
ella. Esa fue la primera hamburguesa que he probado alguna vez.
Me recargo en el sillón. Un soplo de aire sale del cojín. Azul parece de mi
edad, o como luciría si pasara los días drogada en la calle. —¿Cuál es tu
historia? —pregunto—. ¿Te fuiste de tu casa o algo?
Arruga el papel grasoso, lo lanza a la basura, y se limpia las manos en los
vaqueros. —Llamarlo casa sería llamar a este lugar mansión. —Sus ojos viajan
por el apartamento. Mientras los cables se estiran por la alfombra cerca de sus
pies. Las estrellas en el techo. La pila de bocetos semi organizados de Griffin
esparcidos por la mesa de madera—. Técnicamente, vivo con mi tío. Pero es un
pervertido, y vive una tienda.
—¿Una tienda?
Asiente sin sonreír. —En el pario trasero de su amigo. Del lado sur.
—Llueve como todos los días por aquí.
—Una de las muchas razones por las que no ando por allá. Nada como
despertar en medio de la noche con una corriente de agua saliendo de tu
almohada.
Busco mi cerveza. —¿Dónde te quedas?
—Donde sea. Anoche me encontré con unos vagabundos en Lancer. La
noche anterior a eso en una casa del árbol de unos niños. Primero era divertido,
¿sabes? No tener que responderle a nadie. Pero sería lindo saber dónde voy a
dormir cada noche. Tener algo constante. No congelarme el trasero.
Asiento y dreno el resto de mi cerveza. Vivir por mi cuenta, sin
responder a los padres de Ellie o la comunidad de “ayudantes de Ellie” es de lo
que se trata. Olvida la constancia. Y no tener que preocuparte por dormir afuera
mientras Griffin esté cerca.
—Oye. Tengo una idea. —Salto del sofá y jalo a Azul hacia la mesa de
217

madera donde está la pistola de tatuajes de Griffin al lado de algunos bocetos.


Se encontraba practicando en piel de cerdo más temprano: algunas líneas para
Página

perfilar, partes del cuerpo al azar como globos ocupares y dedos y narices
dispersas en la carne podrida. Azul se tapa la nariz y me da esa mirada de esa
cosa apesta mientras levanto la máquina. El metal brilla en la luz—. Tatúame —
le digo. Se aparta jirones rubios del rostro.
—Claro. —Se ríe, inclinándose para inspeccionar la máquina—. No sé
tatuar.
—No es tan difícil. Como colorear con una máquina de coser.
—¿Sí? —Levanta una ceja escéptica—. ¿Lo has hecho?
—Algunas veces —digo y libero la pistola en su mano—. Primero
practicaremos.
Quince minutos después, luego de que Azul haya dibujado líneas y
círculos y su nombre en la piel del cerdo y yo haya bosquejado un rayo de
tamaño perfecto para cubrir mi cicatriz en la muñeca, nos sentamos en la mesa
de madera con un rollo de toallas de papel y un contenedor de plástico de tinta
negra.
—¿Lista?
Azul desplaza la mirada entre la pistola en su mano y mi muñeca
estirada. —Estás loca, ¿lo sabes?
—Ya me lo han dicho. —Ajusto la pistola en su agarre como Griffin me
enseñó y la guío hacia el contenedor de tinta. Ella baja el pie. La máquina
comienza a zumbar—. Si te mueves demasiado lentamente —le digo—, la tinta
se chorreará.

18:49
La puerta golpea, despertándome con un sobresalto. A mi lado, Azul se
incorpora y frota sus ojos. Dios, ¿cuánto tiempo hemos dormido? Las luces
continúan encendidas, aunque mucho más brillantes ahora que el sol se ha
puesto, y en la película se desplazan los créditos.
—Ah, hombre —dice ella—, me perdí la mejor línea de Keanu. Vaya con
Dios , hermano. —Me río de su imitación de surfista, gesto con la mano y todo,
5

justo cuando Griffin se detiene en el borde del sofá. Sus ojos caen sobre mis pies
descalzos, que descansan en el regazo de Azul.
—Hola, Grif. Azul y yo veíamos una película.
Lleva un gorro gris hasta las cejas y una camiseta térmica negra
218

aferrándose firmemente al pecho. Azul me da una mirada con levantamiento de


ceja que dice: mierda santa, es caliente. La frente de Griffin se arruga. —¿Azul?
Página

Me río. —¿Todo el mundo reacciona de esa manera a tu nombre?

5
En español, en el original.
—Más o menos. —Ella le sonríe a Griffin y dice—: Mi verdadero nombre
es Jaye.
Él la ignora y se queda mirándome. —Tenemos que hablar. —Por la
forma en que lo dice, puedo decir que algo pasa. Tal vez está enojado porque
traje a alguien a su apartamento sin preguntar. Tal vez tuvo un mal día en el
trabajo. Quizá él…
—Ahora —suelta, y luego camina pisando fuertemente por el pasillo.
Azul suelta una risita. —Guau, ¿siempre anda por ahí con un palo en el
culo?
Griffin se detiene a medio pasillo y se gira, señalando a Azul. —Escucha.
No sé quién eres o lo que haces aquí, pero te tienes que ir.
Azul me mira con ojos entrecerrados.
Miro entornando los ojos hacia Griffin. Manchas de color rojo suben y
rodean su cuello como si alguien lo hubiera estrangulado. Puede ser, también,
por lo ridículo que está actuando.
—Grif…
—¡Joder, ya vete! —grita por encima de mí. Sus palabras resuenan a lo
largo de las paredes color hongo, se aferran al techo y se entierran en la
alfombra. Azul se encuentra en un silencio aturdido y es lo más silenciosa que
ha estado toda la tarde.
Doy un paso hacia él. —¿Cuál es tu problema?
—¡Todo! —Está a punto de pelear. Hombros atrás, codos doblados,
puños con los nudillos blancos posicionados a sus costados. Extiendo las
manos, la muñeca recién tatuada cubierta por una fina capa de arrugado papel
plástico y la sudadera holgada que encontré en su armario.
—¿Tal vez quieras aclararlo?
Una risa cortante se escucha a través del estrecho pasillo. —Para empezar
—dice—, trajiste a una maldita adicta al crack a mi apartamento.
—Oye, idiota —dice Azul, encontrando su voz—. Ni siquiera me
conoces.
219

Griffin apunta su mirada de muerte hacia ella. —Es exactamente por eso
que no te quiero durmiendo en mi sofá. Fuera.
Página

Suspiro. Esto es ridículo. —Griffin.


Azul no se mueve. Un desafío. Bien por ella, Griffin está siendo un idiota.
De repente, Griffin pasa por mi lado como una tormenta, toma el brazo
descarnado de Blue y la arrastra hacia la puerta. Los ojos de ella se fijan en los
míos, como si quisiera que lo detuviera. Al parecer, por alguna razón, pensó
que dormiría aquí esta noche. Pero no puedo; esta es su casa. Y no quiero ser la
próxima.
—Vete al infierno —exclama Azul justo cuando la puerta se cierra en su
cara. Griffin se gira. Hay un momento de silencio inesperado. Un momento en
el que las paredes, los muebles y el aire que nos rodea lo sostienen. Azul no está
golpeando la puerta o gritando desde el otro lado. La televisión se encuentra
silenciada. Finalmente, Griffin deja escapar un suspiro.
—No te lo puedo creer.
—¿A mí? —¿Debo mencionar que expulsó a una persona conectada a
Benito? ¿La única que sabe ahora donde me quedaré y probablemente se lo dirá
al idiota al que robé y golpeé en la cara, porque él simplemente la echó? —Ella
en realidad no es tan ma…
—¿Te apareces en su trabajo y la amenazas? Cristo, ¿eres una maldita
psicópata?
Su trabajo. Meg. Mierda, se enteró de Meg.
—¿Ella te llamó?
—¿Tú no lo harías?
—No. —Sonrío—. Le dije que se mantuviera alejada de ti.
Me mira como si me hubiera brotado otro ojo. Luego se frota la cara,
murmurando—: Eres increíble. —Y se va a la cocina.
Lo sigo.
—¿Soy increíble? Tú fuiste el que habló con ella.
Golpea el costado de la nevera con el puño. —Maldita sea, Gwen, no he
hablado con Meg desde que apareciste. A excepción de hoy, cuando me llamó
para decirme que la agrediste. —La nevera deja escapar un gemido. Mete una
mano en su bolsillo—. ¿Por qué?
—Porque… —No me gustaba la idea de que él hablara con ella. O que la
tocara. O la besara. Porque quiero ser la chica a la que lleve a cenar o a la que le
220

dé besos de buenas noches en el porche. Porque ella es normal. Y yo no.


Joder, sueno como una marica. La luz sobre nosotros parpadea.
Página

—Por lo menos no la golpeé —le digo, apretando mis labios para no


dejar salir otra sonrisa. Dejo la cocina, tomo un cigarrillo de la mesa, y lo fumo
afuera.
El balcón de la sala de estar es pequeño. Como del tamaño de un armario
con una barandilla de madera y un cubo medio lleno de viejos Marlboros. No
hay sillas; ni siquiera de las que son para una sola persona; por lo que
permanezco de pie con los codos en la barandilla, astillas pinchando la piel a
través de mi sudadera.
La luz de la puerta de cristal detrás de mí se esparce sobre la hierba
húmeda por debajo. Brilla como…
—¿Quién rompió esto? —Él se acerca, sosteniendo un trozo de cristal entre sus
dedos. La luz del sol brillante lo hace centellar como diamantes—. ¿Fuiste tú?
Con cada gran paso que da,
más cerca,
más cerca,
más cerca,
mi corazón late
más rápido,
más rápido,
más rápido.
El sonido de la tela vaquera raspando y frotando llena la habitación mientras sus
muslos gordos se tallan entre sí.
—¿Rompiste la ventana?
—No —digo, temblando—. Fue…
—¡Maldita sea, niña! —Me saca de un tirón de la silla, rompiendo la parte
trasera de mi blusa—. ¿Es que nunca escuchas? ¡Dije que nada de payasadas!
Líneas de fuego se marcan en mi espalda. No grito. No lloro. Y no digo que fue él
quien rompió la ventana la noche anterior.
Alejo la memoria. Limpio mis lágrimas, las cuales se aferran a mis
pestañas. No puedo creer que llore por esa tontería. Poco a poco giro el
cigarrillo en mis dedos, y agito la punta ardiente desde la muñeca hasta los
nudillos. De ida y vuelta. El calor se burla de mi carne y, como una cortadora de
221

césped, quito cada minúsculo vello. Uno a uno silban y se quejan, y quema pero
no lo separo.
Página

—Nunca te vi llorar antes. —La voz está detrás de mí. Baja y suave y
para nada enojada. Lanzo el cigarrillo a la hierba y me giro, mi espalda contra la
barandilla. Si me concentro lo suficiente, puedo sentir el lugar exacto donde
esas heridas sanaron en verdugones nudosos. Se infectaron; lo recuerdo.
También recuerdo no haber sido tratada, hasta que me enviaron a Millerton.
—Porque no lo hago —digo sin mirar a Griffin. Cuando lloré, él se
convirtió en un monstruo. Cuando lloré, un día de lluvia se convirtió en la
tormenta perfecta. Fue hace mucho tiempo; Griffin no necesita saber esto—. No
tiene sentido —agrego, tirando de la capucha de la sudadera sobre mi cabeza
para que no pueda ver mi rostro.
Polillas revolotean por el resplandor amarillento cerca de la puerta. Un
mini enjambre, golpeando una tras otra contra el cristal. A lo lejos, los coches
susurran bajando por Huntington. Meto un conjunto de dedos congelados de
los pies debajo de los otros. Griffin aclara su garganta.
—No te lo dije a propósito. Sobre Meg y yo viéndonos —dice, cruzando
los brazos sobre su estómago. La capucha silencia su voz, haciendo que suene
como si estuviera de pie en el balcón del vecino en lugar de a un metro de
distancia—. Quería que estuvieras celosa. Y herida… como lo estuve yo.
Meg también lo dijo: No he hablado con él en…
Lo miro de reojo. —Eso es muy maduro, Grif.
—Ni que lo digas. Como si estuviéramos de nuevo en la preparatoria. —
Contra el suelo del balcón, sus botas negras raspan contra la arena. No se aleja.
No me dice que es hora de irme. Las palabras se hallan en sus labios,
esperando.
—Bueno —pronuncio—, ¿conseguiste lo que querías?
—No. —Da un paso delante de mí, bloqueando la luz desde el interior
por lo que, de repente, se ve como una gran sombra negra. Su rostro se acerca.
Palabras calientes acarician mi rostro—. No lo conseguí. —Con sus manos, me
sienta suavemente en la barandilla, mis ojos al nivel de los suyos. Ante la falta
de luz de luna, se ven como charcos de tinta.
Tres metros más abajo, mi cigarrillo se esfuma. Mis manos descansan
sobre mis muslos y él agarra la sudadera con los puños para sostenerme.
Inclino la cabeza. —Me quieres.
—Esa es la cosa… —Desliza la capucha de mi cabeza, trazando mis
222

labios con un pulgar —. No sé lo que quiero. Haces que mis pensamientos se j…


Tomo su rostro entre mis manos y presiono mis labios contra los suyos.
Página

Hago que sus pensamientos se jodan. Eso es lo que iba a decir. Y debo decirle
que sus pensamientos jodidos son nada. Si él quiere saber de jodidos, debe
entrar a mi cabeza.
Se aleja ligeramente, manteniendo su boca junto a la mía. —Siento
haberte gritado. —Una mano se desliza por debajo de mi sudadera. Sus dedos
se deslizan por mi columna, muesca por muesca, hasta que llegan a mi
sujetador. Luego retroceden hacia el sur.
El aire frío hace cosquillas en mi cintura, y me encojo. —Siento haber
traído a una adicta al crack a tu casa. —Mi mano baja por su rostro y se desliza
por su cuello. Me siento mal por Azul, que tiene que pasar noche tras noche en
el frío implacable, pero cuando se llega a esto, elegiría a Griffin sobre Azul
cualquier día. Griffin toma mi muñeca y el sonido de plástico al arrugarse lo
detiene. Su frente se arruga. Dejo que se forme una sonrisa.
—Le mostré a Azul cómo tatuar.
Levanta mi manga hasta medio brazo, revelando una maraña de plástico
transparente y, debajo, una línea discontinua en el interior de mi muñeca. —¿En
ti? ¿Permites que otra persona; que no tiene ni idea de lo que está haciendo;
tatúe un rayo en ti?
—Sobre mi cicatriz —le digo y quito el plástico. Algunos de los bordes
son temblorosos, la punta con demasiada tinta en lugar de una aguja afilada,
pero…—. Se ve muy bien para ser su primera vez, ¿eh?
—¿Por qué lo hiciste? —Sostiene el brazo hacia la luz, inspeccionando
cada esquina, cada evento, cada punto de tinta ahora persistente bajo mi piel
estropeada—. Gwen, tengo que arreglar esto. Se ve horrible. ¿Por qué no me
pediste que lo hiciera?
—Estaba cansada de verlas. —Paso un dedo por la cicatriz, luego,
reclamo mi brazo con un encogimiento de hombros—. Eventualmente las
tendré todas cubiertas.
223
Página
Traducido por Jasiel Odair
Corregido por Dannygonzal

10:01 a.m.
—El elogio más vergonzoso —le digo a Griffin, colocando la taza de café
sobre la mesa junto a mí. Vuelve a mirar el armario abierto que ha estado
observando por un tiempo. Platos, vasos, un montón de electrodomésticos en la
misma parte. No tengo idea de lo que está buscando.
—¿Qué?
Señalo hacia él, su espalda sin camisa, los brazos extendidos y
flexionados como si estuviera en alguna competencia de músculos, y luego por
encima de su cabeza, hacia la enorme olla Crockpot negra amontonada.
Sostengo las manos frente a mí, como si estuviera apretando una hoja de papel.
—Griffin Peed —digo en un tono serio y con la mirada más convincente
de tristeza que puedo poner—. Un amante, luchador, tatuador de todas las
criaturas con garras y colmillos. Era un buen besador e incluso el mejor… hasta
que fue víctima de una maldita olla Crockpot.
Él sonríe, la primera sonrisa genuina que he visto en toda la mañana. A
pesar de que cae casi de inmediato.
—Gwen, ¿puedo preguntarte algo? —Me enfrenta, colocando las palmas
sobre la encimera, con los vaqueros bajos en las caderas—. ¿Qué es lo que tienes
en contra de la integración?
Dios, no otra vez. ¿Por qué todo el mundo siempre encuentra una manera
de sacar el tema? Tomo un sorbo de mi taza, ignorando su pregunta.
—¿Es porque tienes miedo?
Ruedo la taza ardiente de mi palma a la piel recién entintada en mi
224

muñeca. El plástico no se arruga con el calor y la mantengo allí hasta mi piel me


grita que la aleje. No tengo miedo de la integración. Es sólo una idea estúpida.
Página

Eso es todo. Lo miro directamente a los ojos. —Si estás hablando de esa noche
en el spa, no va a ayudar. La integración es la combinación de pensamientos.
No los borra. —Señalo mi cabeza—. Me tengo que quedar con esta mierda hasta
que me muera.
—Así que entiendes cómo funciona. Que no se borrará. —Me da una
mirada de complicidad—. Además, estaba pensando en Ellie… si sus recuerdos
no son tan malos, ¿qué pasa si se cancelan el uno al otro?
—¿En serio, Grif? ¿De verdad crees que los buenos y malos recuerdos
pueden anularse entre sí? ¿Como terroristas y soldados entre sí? ¿Con ambos,
simplemente todo se va a anular? —Ruedo los ojos y me bajo del mesón,
aterrizando en mis pies descalzos—. No me hables de integración. Tú,
evidentemente, no entiendes nada.
—T…
—¡Eso significa que una de nosotras va a desaparecer! —Mi voz hace eco
en la pequeña cocina—. ¿No lo entiendes? Desaparecer. Esfumarse. Se va. Y no
estoy dispuesta a correr el riesgo de ser yo.
—Gwen, eso no va a matarte. O a ella. Tú misma lo dijiste, es la
combinación de pensamientos. Piensa en ello como trozos de hielo en un lago
congelado. La integración es que las piezas se vuelvan a derretir por un mismo
propósito.
Por favor. Esa analogía está tan usada. Incluso la Dra. Parody la dijo.
—Una mente, Grif. Una. Y quién puede decir que no termine siendo la de
ella. Además, ¿se te ha ocurrido pensar que tal vez no quiero mezclar mis
pensamientos con otra persona? Imagínatelo. ¿Todo lo que conoces de ti mismo,
tus recuerdos, tus sentimientos, fusionados con una persona al azar?
—Ella no es una persona al azar. Es parte de ti. Eres parte de ella.
Siempre lo ha sido.
Te lo juro, nunca he escuchado algo tan ridículo en mi vida.
—¿Y qué pasa con nosotros?
Sus ojos se abren por un instante y dice suavemente—: ¿Qué quieres
decir? —No contesto porque lo que quiero decir es tan claro como el día y él es
inteligente, así que no debería ser tan difícil entenderlo; sus hombros caen con
entendimiento y creo que lo captó, pero luego la cosa más estúpida sale de su
boca—: Te amaré sin importar qué, Gwen.
Amor. Nadie nunca antes dijo que me amaba. Pero realmente ese no es el
225

punto en este momento. Muerdo el borde de mi taza hasta que mis dientes
empiezan a doler y luego digo—: No me puedes amar si me voy.
Página

Silencio. Del tipo que desarrolla raíces y se entierra en el suelo. Me


muevo en el mostrador, mis tobillos todavía hormigueando desde que colgaban
del mesón. Como le dije la otra noche, Ellie es frágil. Claro que no está
inundada por los recuerdos que tengo, pero la fusión con ella significaría que
también me convertiría en alguien frágil.
Y esa no soy yo.
—Está bien, supón que combino mis pensamientos con los de ella —
agrego después de un largo minuto—. Que ambas estamos vivas y bien en un
mismo sentir, viviendo felices para siempre como la nieve blanca… —Inclino la
cabeza hacia un lado, observando de cerca sus ojos cuando dejo caer el resto
como una bomba—. ¿Qué novio elegiríamos?
El ruido de su teléfono hace eco en la habitación y, sin una palabra para
mí, mira la pantalla con una expresión preocupada.
—Es el abogado de mi padre. Tengo que responder.
Bien, lo dejo responder la llamada, y esta estúpida conversación termina.

12:32 p.m.
—¿Quieres dos burritos garbage6 ? —La mujer de cara redonda me repasa
de arriba hacia abajo, como si estuviera tratando de decidir si mi cuerpo de diez
dólares podría manejar toda esa carne, queso y grasa. Su redecilla para el pelo
se aferra con tanta fuerza a la frente, al pelo negro azabache encrespado en el
interior, que en medio de los mostradores sucios y los suelos pegajosos de esta
deteriorada choza de burritos podría pasar perfectamente como un trapeador.
Asiento, sin molestarme en mencionar que el segundo lo usaré para
alegrar a Griffin. Se fue después de la llamada telefónica con el señor Díaz, sin
decir nada más acerca de la integración, para reunirse con él antes de ir a la
tienda al mediodía. No sé de qué hablaron. Sólo que Griffin no se veía feliz
cuando se puso la camisa, las botas, y salió por la puerta sin siquiera
amarrarlas.
—Saliendo. —La mujer me da el cambio, y se gira hacia el espacio de la
cocina detrás de ella, espantando una mosca con un gesto de la mano. Ella pone
dos tortillas en cuadrados de papel, y es entonces cuando lo siento. Algo duro y
puntiagudo presionando en la parte baja de mi espalda. Unos labios rozando
cerca de mi oído.
226

—Qué casualidad encontrarla aquí, señorita Gwen. —Un acento


reconocible acompaña sus palabras susurradas, sonando demasiado similar a la
Página

mujer con la redecilla para el pelo. Una mano se extiende alrededor de mi brazo

6
Tipo de receta para burritos.
y se apodera de los tres billetes de un dólar, y mi estómago cae al suelo. Luego
su respiración está en mi oído, y no puedo evitar que mi corazón se ahogue
cuando sus palabras calientes explotan contra mi piel—: Veo que estás
trabajando duro en gastar mi dinero.
La mujer mete los frijoles en las tortillas.
Poco a poco, posiciono mis hombros y muevo los pies. —Una chica tiene
que comer —le digo. La puerta desvencijada está a sólo unos pasos de mí.
Podría girar y correr, pero Benito seguramente me perseguiría. Y sus escuálidas
piernas son sin duda rápidas.
Se ríe en mi oído. —Y yo tengo un negocio que atender. —El arroz le
sigue a los frijoles, y a continuación, un puñado de queso. Benito presiona el
cuchillo más duro en mi espalda. Me estremezco.
—¿Qué quieres?
—Creo que es bastante obvio. —De repente sacude mi brazo y grita con
pánico en la voz—. ¡Ahí estás! ¡Ruby, tenemos que darnos prisa! ¡Tu mamá tuvo
un accidente! —Me arrastra hacia la puerta, deslizando el cuchillo en su manga
y sacándolo de vista. La mujer con redecilla gira, con un puñado de lechuga en
su palma—. Lo siento —le dice Benito—. Nos tenemos que ir. Cancela la orden,
por favor.
Estamos en la puerta en cuestión de segundos y tengo que darle crédito.
Eso fue muy convincente. Benito me empuja hacia mi coche.
—Dios, eso fue demasiado fácil —dice con una sonrisa. El cuchillo vuelve
a mi espalda. Me empuja hacia el asiento trasero. No hay una sola persona en la
calle. Nadie para ver a Benito atando mis muñecas y tobillos con una cuerda.
Nadie para presenciar la tira de cinta adhesiva que coloca en mi boca. Nadie
para verlo sostener el cuchillo en la parte inferior de mi barbilla y susurrar las
palabras—: Debiste haber vigilado tu espalda.
Asegura el cinturón de seguridad en mi cintura y pecho, y se esfuerza
por sacar las llaves de mi bolsillo, luego lleva el coche a la calle, todo el rato
silbando la maldita canción de Mickey Mouse Club.
No tengo teléfono. Griffin no me está esperando. Nadie más sabe dónde
me encuentro. Cierro los ojos.
227

Esto va a apestar.
Página

12:56 p.m.
El motor se calla. Observo desde el techo del coche hacia el asiento
delantero, donde Benito se agacha hacia otro lado, al asiento del pasajero. Tiene
una bolsa de algún tipo, una bolsa negra de lona con un lazo. De ella saca otro
trozo de cuerda, ésta es del largo de su brazo, y una botella de agua medio
vacía.
—¿Lista para pasar un buen rato? —dice, mirándome por encima del
hombro. Guiña un ojo, y no quiero ni imaginar la "diversión" que podría tener
con esos dos elementos. Mis ojos van más allá de su rostro sonriente, hacia el
parabrisas, donde, desde abajo en el asiento de atrás, sólo se ven copas de
árboles y un cielo salpicado de azul. Podríamos estar en cualquier lugar en
Portland. El camino desde la choza de burritos se hallaba a menos de veinte
minutos, la última mitad pasaron con el coche arrastrándose lentamente,
lanzando y meciéndose mientras la grava gemía debajo de nosotros. Lo que
significa que probablemente estemos en algún lugar en el bosque.
Benito desaparece, y luego la puerta trasera se abre de golpe. El aire frío
entra precipitadamente hacia mi estómago, donde la camisa se ha enredado con
el cinturón de seguridad. Él me mira, sonríe ampliamente mientras sube. Las
cuerdas rasgan mis muñecas, pellizcando y tirando las costras de mi nuevo
tatuaje. Benito arrastra su uña irregular a lo largo del tramo de la piel desnuda y
si mis manos no estuviesen atadas a la espalda lo habría golpeado. En cambio,
tiro de mi rodilla contra su muslo huesudo.
—Eres una luchadora. —Se ríe y pasa mis pies atados hacia la silla con
las piernas, prácticamente sentándose encima de mí, y luego saca una pequeña
jeringa y una bolsita del bolsillo de su chaqueta—. Por suerte para ti, Gran H
hace maravillas con las malas actitudes.
Gran H.
Es a lo que Azul llamaba heroína.
Oh. Mierda.
Benito envuelve la cuerda alrededor de mi bíceps y aprieta hasta que mis
dedos comienzan a palpitar. Las venas se hinchan en mi brazo. Pulsando contra
mi piel como si estuvieran tratando de escapar. Nunca me he inyectado heroína.
Nunca me inyecté alguna droga. Tampoco creo que Benito lo hiciera; él es más
228

de doparse.
Poco a poco, encuentra con su dedo la vena abultada en el hueco de mi
Página

brazo. —Venas frescas. El sueño del chico de los periódicos —dice, y doy un
tirón contra el cinturón de seguridad. Destapa la botella de agua, entonces
utiliza la jeringa para extraer un poco de líquido—. He visto un montón de
chicas como tú… pasar de fiestera a adicta después de un solo golpe. Esa es la
belleza de darle alas a alguien. Vendrán de nuevo a mí para toda la vida.
¿Está tratando de hacerme dependiente de él? ¿Después de que piensa
que lo estafé? Jesús, debe tener muerte cerebral. La jeringa de agua chorrea en la
tapa de la botella, luego agita la bolsa de heroína. Parece mucho. Demasiado
para una sola persona. ¿Tal vez las cantidades son diferentes a las de la coca?
¿O tal vez planea drogarse conmigo?
El polvo blanco se disuelve. Con la punta de la aguja de la jeringa, agita
la mezcla espesa, raspado el metal contra el plástico, haciendo un alto eco bajo
el silbido de mi respiración, y luego retira el émbolo, haciendo desaparecer el
líquido.
—Un golpe promedio… —empieza, ajustando su posición sobre el
asiento. Estabiliza el codo por encima de mí, mirando fijamente la punta
reluciente de la aguja—. Es sólo una décima parte de un gramo. Para una
novata como tú, de todos modos. Pero los dos sabemos que no eres normal. —
Ladea la cabeza, los labios en una media sonrisa—. Tu trasero es cinco veces el
promedio. Así que lo ajusté.
Mi cerebro se toma un segundo para comprender lo que está diciendo.
Cinco décimas de gramos. No está tratando de ponerme al máximo, o tirarme a
la acera para su beneficio; va a envenenarme con una sobredosis. La aguja se
mueve más cerca de mi brazo, hasta donde mis venas están abultadas como
piedrecillas debajo de mi piel. El coche se encoje sobre mí. De repente, el aire
que entra por mi nariz no parece suficiente. Lucho contra sus piernas, pero por
debajo de su peso, el movimiento sólo rompe la firmeza de la aguja.
Pone un brazo sobre mi hombro. Olas de calor y aliento pútrido recaen
sobre mi rostro. —Las náuseas vendrán primero —dice, escupiendo sobre mi
mejilla—, pero es breve, y definitivamente vale la pena considerar la fiebre que
le sigue. Estarás tan jodidamente drogada, será como si estuvieras en la cima
del mundo. Aunque… —Una mirada conspiradora se arrastra sobre sus
facciones—. Eso sólo tiene una duración de diez minutos. Luego, tu boca se
secará, la piel comenzará a picar, el brazo derecho aquí —Golpea mi vena con la
punta de la aguja—, arderá como el infierno. Poco a poco, va a ser más difícil
respirar. Los latidos de tu corazón serán irregulares. Y entonces —dice, bajando
229

la voz a un susurro—, vas a caer en un estado de coma. Y nunca despertarás. —


La aguja se inclina y antes de que pueda darme cuenta, se introduce en un
Página

ángulo poco profundo en mi vena.


Cierro los ojos. Maldita sea, ¿por qué tuve que molestarlo? Si solo
hubiese encontrado una manera de pagarle, usado el dinero para el almuerzo
que Griffin me dejó.
Fuego líquido irrumpe en mi brazo, debajo de mi piel. Crudo y carnoso
como si la despellejara. La única inyección que tuve fue la de un médico cuando
llegué por primera vez a Millerton, algunos antibióticos para mi espalda
crujiente y destrozada. Quemó, pero nada como lo que está corriendo por mis
venas ahora. Me muerdo la lengua para ahogar el dolor.
Benito deja escapar una risita. Abro los ojos. —La mayoría de la gente
calienta su H a la temperatura corporal —me dice, empujando el émbolo más y
más lejos—. Pero no es necesario. Es solo por comodidad. —El émbolo llega al
final y la saca, lanzando la aguja al suelo.
Mi estómago se retuerce. La cabeza me da vueltas. El coche es demasiado
pequeño para mí y tengo que salir. Aire fresco, necesito aire fresco. A lo lejos
oigo un clic. El frío me envuelve. Trato de mover la cabeza, porque si voy a
vomitar quiero hacerlo sobre los pantalones de Benito.
Me empujo contra el cinturón de seguridad y cuando comprendo que no
iré a ninguna parte, el mareo se filtra en la distancia. Se va tan rápido como
llegó. Sonrío porque de repente me siento muy, muy bien. Como gelatina. Me
siento como gelatina. Suelto una carcajada y me hundo en el asiento. Mi piel
empieza a calentarse, como si estuviera yaciendo bajo el sol en un día de
verano. El pensamiento hace que mi estómago aletee. Cierro los ojos mientras
las palabras "disfrutar de la emoción" rebotan en mi cabeza.
Sí, esta fiebre es buena.

13:07 p.m.
Necesito agua. Me lamo los labios. Mi lengua se siente gorda y
granulada, como si estuviera recubierta de grava. Trato de levantar la cabeza, y
luego las piernas, pero nada se mueve. Tan pesadas. Tal vez Benito me puso
rocas antes de desaparecer. Una risa sale de mis labios inmovibles.

13:29 p.m.
El techo está girando, pero cuando cierro los ojos es aún peor. ¿Qué
230

diablos? ¿Es esto lo que los adictos sienten? ¿A propósito?


Tengo que salir de aquí. Lucho contra el cinturón de seguridad. Con las
Página

manos atadas detrás de mí no hay manera de llegar a él. —¡Por el amor de


mierda, Benito —grito—, déjame salir de aquí! ¡Sé que estás ahí!
¡Probablemente masturbándote, pervertido! ¡Abre la puta puerta!
13:36 p.m.
Mis ojos. Siguen cerrándose. No quiero seguir con esto. No sé cuánto
más pueda aguantar.
Mis párpados se cierran. Oscuridad. Y nuevamente los abro. Cerrados.
Abiertos. Cerrados… abiertos. Ce…

231
Página
Traducción por Valentine Rose
Corregido por Victoria

Ellie
Mis ojos son azules. Mi cabello es castaño. Un pequeño lunar yace junto a
mi nariz. Tengo dedos delgados y un ombligo largo. Mi nombre es Ellie Cox.
Esto es lo que sé.
Lo que me dicen: estuve perdida por ocho días. Fui encontrada en la
parte trasera de mi auto, en una calle sucia detrás de McClay y casi muerta en
un coma por heroína. Los paramédicos me revivieron, inyectando algún tipo de
droga en mi sangre, impidiendo así que la heroína detuviera mi corazón por
completo. La policía dijo que fue una sobredosis… mis dedos tenían la jeringa,
por lo que piensan que ningún juego infame estuvo implicado. También les
dieron a mis padres el número de contacto de un centro de rehabilitación,
aunque mis padres saben que no fui yo quien hizo esto.
Mi nombre es Ellie Cox. Tengo ojos azules, cabello castaño…
La puerta suelta un gruñido. —¿Lista? —Shane entra a la habitación, no
tan moderado como la primera vez, pero aun así con cautela. Aún cuidadoso.
Probablemente preguntándose si soy la misma chica con la que habló hace
menos de una hora. Si sé quién soy, o si voy a darle un puñetazo.
Aparto la mirada del espejo y me volteo. El globo morado junto a la cama
se mueve con el movimiento, su mensaje plateado —¡Mejórate!— brillando por
las luces fosforescentes. Las palabras no significan nada para mí. El globo bien
podría decir: ¡Es un niño! O Feliz Halloween. Dani intentaba ser agradable, me
dijo Shane más temprano. Quería visitarme aquí en el hospital, pero mis padres
le dijeron que esperara otro día. Probablemente debería agradecerles por eso.
Aclaro mi garganta y sonrío un poco. —Eh… ¿dónde está mamá?
232

Una mirada de alivio invade su rostro, y me doy cuenta de que es posible


Página

que debiera acostumbrarme a esto. A la gente buscando por alguna señal que
en verdad soy yo. Y que no soy ella: Gwen. —Dijo que podías ir conmigo —dice
Shane, cruzando la habitación. Me toma en sus brazos y me jala con fuerza
hacia su pecho, y por un segundo, me permito consolarme con esto, por el olor
a coco saliendo de su camiseta—. Casi vendí mi alma intentando convencerla
de que no te perdería de vista. —Sus labios encuentran mi oreja—. Estoy seguro
de que estará detrás de nosotros.
Con gentileza, me alejo y levanto la mirada para observarlo. Aunque ha
estado en casa y se ha duchado, y puede que incluso haya tomado una siesta
desde que los doctores anunciaron que sería dada de alta hoy, la evidencia de
su semana pasada aun yace en su rostro. Círculos morados bajo los ojos.
Mejillas hundidas y pálidas. Según él, vino a verme cada día. No podía dormir
o comer sin saber si me vería otra vez.
Presiona los labios en mi frente, y luego saca un collar de cuero trenzado
de su bolsillo. Mi collar. Sonríe. —Creo que ambas tienen algo en común.
El collar cuelga entre nosotros, la pequeña zapatilla brillando como si
acabara de pasar veinte minutos puliéndolo en su camiseta. Arrugo el rostro
ante sus palabras.
—No tengo nada en común con ella.
Toma mi muñeca y la voltea, luego traza su dedo a lo largo del tatuaje
que Gwen puso ahí: un rayo largo y delgado que florece de un árbol
desaliñado. Es negro por completo, y es la cosa más fea que he visto.
Shane envuelve el collar alrededor de mi muñeca, cubriendo el tatuaje, y
anudándolo. —Luce como si, de alguna manera, ambas quisieran cubrir el
pasado. —Amarra las tiras, y a pesar de que no hemos hablado de lo que somos
desde que las enfermeras lo dejaron entrar a verme anoche, pasa su pulgar
sobre mis labios secos y partidos. Lento y con cautela.
Esto es lo que sé: Mi nombre es Ellie Cox. Y no me parezco en nada a
Gwen.
Presiona sus labios contra la esquina de mi boca, cálidos y gentiles,
mientras sus brazos me envuelven otra vez. Un largo y lento suspiro choca
contra mi mejilla, seguido por las palabras—: Te amo, Ells. Mucho. —Toma mi
rostro entre sus manos, sus ojos verdes e intensos en los míos—. Sé que no
quieres hablar de ella, y no voy a presionar hasta que estés lista, pero escuchaste
lo que dijo la Dra. Parody: tienes que aceptarla como una persona, y más
importante, si la integración va a funcionar, como una parte de ti.
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Ha visto destellos de Gwen. Su enojo, su odio. Según mi terapista, es


extremadamente exigente, y no estoy segura si él quiere que eso se convierta en
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una parte de mí.


De todas formas, asiento, sus dedos deslizándose a lo largo de mis
mejillas con el movimiento. —Simplemente tengo miedo. ¿Qué pasa si el dejar
entrar todos esos horribles recuerdos me destruye? ¿Qué pasa si me parto en
pedazos y ya no puedo volver a ser la misma?
Sonríe apenas. —Nena, no eres Humpty Dumpty.
—Hablo en serio —digo, golpeándolo suavemente en el estómago. Sus
dedos se enredan en mi cabello, echando mi cabeza hacia atrás para verlo
mejor.
—Yo también. No va a ser fácil, lo sé. Pero no iré a ningún lago. Estaré
cada día… en cada minuto de terapia si es lo que quieres. —Se acerca más, su
mirada intensificándose con cada segundo, luego gruñe las palabras—: No
dejaré que te derrumben.
Una semilla de esperanza crece bajo mi piel. Terriblemente en el fondo,
pero ahí está y crece como si quisiera convertirse en algo más. Pensé que Gwen
apoderándose de mi cuerpo me arruinaría, pero mientras estoy aquí, en los
brazos de Shane, sabiendo que está en mi esquina y dispuesto a pelear a mi
lado —pelear por mí— siento más que esperanza. Siento fuerza. Y supongo que
ese es el primer paso para este proceso completo.
Una vez en el estacionamiento, la camioneta de Shane a unas cuantas
filas lejos, aprieta mi mano y dice—: Eh, hay alguien que quería hablar contigo.
—Por el peso de su voz y la expresión calculada que acompaña sus palabras, ya
sé quién es ese “alguien”.
Griffin aparece a mi izquierda, un gorro de lana ajustado sobre su cabeza
y una sonrisa vacilante aparece en sus labios a medida que avanza. Sus manos
están metidas en los bolsillos traseros, y botas negras arañan el asfalto mientras
se acerca. Le asiente a Shane, luego baja la mirada hacia mí.
—Hola —dice.
Shane aprieta mi mano otra vez. —Te esperaré en la camioneta. Tómate
tu tiempo. —En su expresión: sin evidencia de enojo o celos o nada más, es lo
que me muestra su disgusto.
Ambos hablaron, él me lo había repetido mucho, cuando Griffin vio mi
historia en las noticias y se apresuró al hospital. Las enfermeras no lo dejaron
verme por mi condición inestable, pero antes de que se fuera, se sentó con
Shane en la sala de espera. Hablaron de mí, y hablaron de Gwen, y supongo
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que en el camino también hicieron una tregua.


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—Gracias —le digo a Shane y, de repente, mi corazón se siente como si


fuera a partirse por la mitad. No quiero estar lejos de él, incluso por un par de
minutos cortos, pero también quiero hablar con Griffin, en serio. Quiero
asegurarme de que está bien.
Nos quedamos de pie y en silencio por un largo minuto, él mirándome
fijamente, y yo a él, hasta que un pájaro vuela sobre ambos y su sombra nos
envuelve, llevándose la incomodidad con él.
—¿Estás bien? —pregunta por fin, y tendría que ser ciega para no notar
el suspiro de alivio que suelta junto con sus palabras.
Sonrío. —Me preguntaba lo mismo sobre ti.
Su ceja, la que tiene el aro plateado, se eleva. —No soy al que le dieron
una cantidad enorme y letal de heroína.
—¿Dieron? ¿No crees que lo hiciera ella?
Una luz amarillenta del cielo ilumina su rostro con gris, haciéndolo lucir
más como un fantasma de alguien que una vez conocí mientras lleva un cigarro
a sus labios. —He pensado en eso en estos días —dice, sacudiendo la cabeza y
encendiendo un encendedor frente al cigarrillo. Una nube de humo la sigue, e
intento demasiado no reflejar en mi rostro que el olor es asqueroso—. El día que
se perdió —continúa—, peleábamos sobre la integración. Intentaba convencerla
que no iba a borrarla, y quizás sería una buena manera para eliminar todos los
malos recuerdos en los que está estancada. Estaba enfadada conmigo, y
probablemente también con el mundo, porque, bueno, así es Gwen, pero luego
tuve que irme a trabajar.
Sus labios se juntan cuando da una calada, sosteniendo el humo por un
largo momento, y luego liberándolo por la nariz. —Aunque me gustaría pensar
que su partida era sobre ella intentando vengarse de mí por decirle que la
integración era una buena idea, sé que ese no es su estilo. —Inesperadamente,
se acerca a mí, agarrando mi muñeca derecha con la mano. Su pulgar, en un
movimiento gentil, pasa por el nuevo tatuaje en mi muñeca, y no necesito
preguntar para saber que fue él quien lo puso ahí.
Y sólo ese pensamiento, me permite mirarlo con un poco más de
facilidad.
—Obvio, no tuvo una infancia grata, pero es una luchadora, no una
fugitiva. Así que, no, no creo que ella lo hiciera. —Aleja la mirada, observando
por un momento el camino de humo que sale del cigarro—. Lamento que no
tenga ninguna pista para descubrir quién lo hizo. —Bajo su tono duro, puedo
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asegurar que aquellas palabras lo entristecen. Y ese pequeño quiebre en su voz,


la pista que está luchando con esto, es suficiente para acercarme a él y
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abrazarlo.
—No tienes que hacerlo. Ya has hecho demasiado.
Con rigidez, sus brazos envuelven mi espalda. —Me iré, así que no es
como si de todas formas tuviera la oportunidad.
¿Irse? —¿Irte? ¿A dónde vas?
Se ríe con severidad al mismo tiempo que el viento vuela un papel del
basurero detrás de él. Agarra mis hombros, jalándome hacia atrás y
retrocediendo. —Unas de las últimas cosas que Gwen me preguntó fue que, si
ustedes dos se integraban, ¿a cuál de nosotros elegirías?
Nosotros. Ella tiene sentimientos por él.
Y Shane es mi mundo entero.
Oh.
—Yo… —trago. Dos veces—. Supongo que nunca pensé en eso.
—Sí. —Retrocede otro centímetro—. Y no voy a mentir, Ellie. Estar aquí
contigo… —Pasa una mano por su rostro, mirando a la distancia, donde su Jeep
naranjo está estacionado. Sus labios parecen luchar con su boca por un
momento, luego deja salir una sonrisa insegura —. Pensé que sería capaz de
aguantarlo —dice, introduciendo las manos en sus bolsillos—, sabiendo que no
eres ella. Pero… esto es muy difícil. Porque no puedo mirarte y no pensar en
ella. Tú no eres ella, lo sé. —Asiente con la barbilla hacia la camioneta de
Shane—. Y obviamente estás enamorada de ese chico, cualquiera puede verlo.
Así que, sí, no es la razón por la que me voy, pero supongo que en parte lo es…
ahora.
Retrocede dos pasos, y agarro su muñeca con rapidez. —Espera —digo,
porque no quería que se fuera todavía. No sé por qué. Simplemente no quiero.
Ojalá pudiera decirle que he aprendido a quererlo en serio, que siempre lo
recordaré por el tatuaje en mi estómago y ahora por el de mi muñeca. Pero, de
algún modo, me alegra verlo irse. Porque él representa una parte de mí a la que
no quiero aferrarme. Una parte de mí que se siente muy lejana y no es como yo
en lo absoluto. Quito mi cabello de mi rostro—. ¿Dónde vas?
—A Texas. A quedarme con mi mamá por un tiempo.
—¿Habla contigo ahora?
Inclina la cabeza hacia un lado, el ceño fruncido, como si estuviera
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procesando que ese día junto a la carretera era yo y no Gwen, y luego asiente.
—Me llamó un día después de su cumpleaños, después que le envié esas flores.
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Está viviendo en Fort Worth, y está estudiando para convertirse en enfermera,


algo que siempre quiso hacer. Iré a visitarla por dos semanas y, no lo sé, estoy
pensando en que quizá me transfiera a una universidad allá. Sería genial tener a
mi familia otra vez.
Esto lo sé. Y justo en ese momento, como si él lo hubiera planeado, mis
padres y hermana salen de las puertas de vidrio y entran al estacionamiento.
Los ojos de papá pasan sobre mí y luego sobre Griffin, y justo cuando estoy a
punto de explicarle a papá que es un amigo y no algún extraño, Griffin los
saluda y me jala a un abrazo corto y amistoso.
Se siente vacío. Y hueco. Y más como un abrazo de despedida de una vez
por todas.
—Cuídate, Ellie —susurra en mi oído, y la misma sensación de mi
corazón partiéndose por la mitad, el mismo que tuve cuando Shane nos dejó
solos, viene, golpeándome como una ola sobre mi cabeza.
No te vayas.
Las palabras resuenan… en la base de mi garganta, bajo mis costillas,
incluso detrás de mis ojos. En cada célula de mi cuerpo, gritan y aúllan no te
vayas, no te vayas, no te vayas.
No son mis palabras. Estoy tan segura como que esto es Portland. Hoy es
domingo. Mi nombre es Ellie. Y el mero hecho de que estoy escuchándolas
ahora no me asusta como pensé que lo harían.
Porque la Dra. Parody dijo que sus pensamientos vendrían primero.
Dejo a Griffin y me uno a Shane en su camioneta, la música sonando
muy baja y la esencia de coco me calma por completo. Le sonrío. Me sonríe, y
luego enciende el motor.
Tan equivocada de la integración como estaba, Gwen dio el primer paso.
No sé si tuvo la intención, o sí es sólo que la bola está yendo en esta dirección y
será imposible detenerla hasta que estemos unidas como una sola, pero sin
importar el por qué, cierro los ojos, recuesto la cabeza y susurro mentalmente un
gracias.
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Esta historia no habría existido si no fuera por el apoyo de mis amigos y
familia. Mi esposo e hijos han sacrificado tantas, tantas horas de nuestro tiempo
familiar para permitirme jugar con mis amigos imaginarios. No puedo decir
que vaya a dejarlo pronto, pero… bueno, hay otras cosas a las que podría ser
adicta, ¿cierto?
Este libro está dedicado a Alycia Tornetta por una buena razón. No sólo
porque es mi increíble editora, sino porque ha estado apoyando esta historia
desde la primera vez que la leyó cuando era una interna.
Para el resto del equipo de Entangled, que ha pasado tiempo con estos
personajes de una manera u otra: las editoras Stacy Cantor Abrams y Karen
Grove; mi equipo publicitario: Debbie Suzuki y Heather Riccio (¡te amo, CP!), y
la diseñadora de mi portada, Jenny Perinovic. Gracias a todas.
Por último, pero no menos importante, a mi agente, Bree Ogden. ¡Ha
pasado un largo tiempo, pero finalmente lo logramos!
A mis lectores, primero: gracias. En serio se los agradezco a todos. Y
segundo: si disfrutaron leyendo este libro, me encantaría si ayudaran a los otros
a disfrutarlo recomendándoselos a sus amigos y familia, o reseñándolo en el
sitio donde lo compraron. Si llegan a escribir una reseña, por favor,
infórmenmelo por correo a brooklynskye1@gmail.com y se los agradeceré con
un correo personal.

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Brooklyn Skye creció en un pueblo pequeño donde se
dio cuenta rápidamente que escribir era un escape de la
vida pueblerina. En serio, sólo es una chica normal e
incómoda que está obsesionada con las palabras.
Puedes seguirla en Twitter como @brooklyn__skye o
visitar su sitio web en busca de actualizaciones, teasers,
concursos y más: www.brooklyn-skye.com

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