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¿Vamos hacia una economía sin empleo?


Muchas innovaciones tecnológicas como los robots no terminarán quitándonos el
trabajo, sino más bien transformándolo en forma radical.

Dentro de las muchas preocupaciones que nos agobian diariamente, es cada vez
más frecuente encontrarnos con el temor, no muy lejano, de que los cambios
tecnológicos reemplazaran la mayoría de los trabajos que hoy realizamos los
humanos (D.Deming, “Robots will do your jobs”, NYT, Febrero 1,2020). Antes este
temor estaba limitado más a los trabajos manuales y físicos, pero crecientemente
cubren a las profesiones liberales y los trabajos de “cuello blanco”.

Esta amenaza no se limita a los avances que se ubican en la frontera del cambio
tecnológico, sino bien pueden ser mucho menos vistosos. Por ejemplo, la
invención de los contenedores en el transporte marítimo acabó con todas las
ocupaciones que habían tenido, por miles de años, los estibadores portuarios.
Esto sucedió ante nuestros ojos sin mucha alarma para los que no estuvimos
directamente afectados.

Hoy estamos viendo también la desaparición o transformación de los miles de


empleos del comercio minorista con la creciente participación en las ventas totales
del comercio electrónico (el e-commerce) liderado por Amazon. Tan solo en el
2018 desaparecieron 6.000 almacenes y 114.000 empleos en los Estados Unidos.
La desaparición de estos empleos también llevó a la creación de otros nuevos
puestos de trabajo vinculados a los servicios de envío de paquetes. Así, en
términos netos la reducción pudo ser mínima o aun positiva, pero se crearon
empleos de peor calidad y no siempre los trabajadores afectados pudieron hacer
una transición no traumática. Muchas de las innovaciones tecnológicas como los
anunciados robots no terminarán en un sentido estricto quitándonos el trabajo,
sino más bien transformándolos en forma radical. Por ejemplo los robots no
reemplazaran a los contadores, pero les han dado instrumentos que incrementan
enormemente su eficiencia y la confiabilidad de sus trabajos (como las
herramientas en Excel). Así, el cambio tecnológico ha reemplazado las tareas
rutinarias, modificando, eso sí, drásticamente la profesión de contadores. Estos
tendrán que cambiar su modus operandi y demostrar que agregan valor de una
manera diferente a la de hacer operaciones matemáticas rutinarias. Pero ahora la
diferencia entre que es una tarea rutinaria y que no es, es más sutil y abre la
puerta a un creciente rol de la tecnología, pero la tendencia es más bien clara: “en
tarea tras tarea, los computadores nos están superando” (T. Harford, “Robots will
not be coming for our jobs just yet", FT, Enero 4, 2020).

El rápido avance en la capacidad de las máquinas lo sigue un “Índice de


Inteligencia Artificial” de la Universidad de Stanford, midiendo el progreso en
tareas como la traducción de idiomas, capacidad para reconocer el lenguaje,
diagnosticar enfermedades a partir de imágenes y rayos x y la diabetes a partir de
examinar las retinas de los pacientes. La lección parece ser que debemos aceptar
que no podemos, ni debemos, detener el cambio tecnológico pero debemos
adecuarnos a las transformaciones que trae, mediante flexibilidad, educación
continuada y políticas públicas que ayuden a los grupos de empleados afectados
negativamente a transicionar hacia otras ocupaciones o ser re entrenados para
continuar en sus profesiones que han sido drásticamente transformadas.

La experiencia histórica nos enseña cuáles fueron las consecuencias funestas de


la falta de respuestas públicas o acciones equivocadas para enfrentar el “caos
temporal” que pueden traer estos cambios tecnológicos abruptos. El más famoso
es quizá el de la revolución industrial del Siglo XIX en Inglaterra y la aparición de
los llamados “Ludditas” que destruían los telares mecánicos que les habían
quitado sus trabajos artesanales . Esta palabra que se usa, en general, en un
sentido peyorativo, se refiere, injustamente, a una oposición ciega y radical al
progreso tecnológico y a la aparición del desempleo tecnológico. La investigación
histórica reciente demuestra que en Inglaterra entre 1755 y 1802 los salarios
reales de los trabajadores de “cuello azul” cayeron casi a la mitad, nivel que no se
recuperó sino hasta finales de ese siglo! El rápido cambio tecnológico de esos 65
años resultó en un aumento enorme en la pobreza, la desnutrición, y los demás
horrores que hoy conocemos en los escritos de Charles Dickens, sacrificándose a
dos generaciones en aras del avance tecnológico.

Algo parecido sucedió recientemente en los estados más industriales de los


Estados Unidos por razones muy diferentes. En este caso la desaparición de los
empleos fue el resultado de la entrada de China al mercado laboral internacional y
la fuga de empresas enteras hacia Asia, dejando ciudades enteras en el
desempleo y la desesperanza. En ambos casos la gran falla fue que las ganancias
colectivas y los aumentos en riqueza no se usaron para compensar a aquellos
grupos de trabajadores afectados al ver desaparecer su forma de subsistencia y
dignidad.

Los economistas hemos inventado el llamado “Principio Óptimo de Pareto”,


mediante el cual los agentes económicos que se benefician de los aumentos de
riqueza pueden, resultado de la mayor eficiencia por la especialización
internacional o la mejora en la tecnología, en teoría, compensar a aquellos que
perdieron con el shock tecnológico o comercial y aun asi, como sociedad, tener
una ganancia positiva. El mecanismo de compensación es esencialmente un
resultado de la voluntad política de hacerlo. Por ello ante los cambios tecnológicos
en curso, el desafío mayor es el de crear los mecanismos redistributivos que nos
permitan crear un mundo mejor y más rico, pero también justo, mediante una
mayor solidaridad de los ganadores con los perdedores.

Fernando Montes Negret


Economista Financiero.

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