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Hoy en día, debido a los vertiginosos cambios que se suceden en la sociedad, el problema de
la identidad es una preocupación para muchos.
El cuestionamiento sobre quiénes somos, qué papel nos corresponde en el mundo, el sentido
de la vida, la fe, las contradicciones sociales y la forma en que nos vinculamos con los demás,
debería ser prioritario.
Hasta qué punto estamos condicionados por la educación, el medio ambiente, las modas, la
publicidad, los rumores y hasta dónde somos nosotros mismos.
La identidad es la capacidad de sentirse uno mismo a pesar de los sucesivos cambios y poder
mantenerse estable en situaciones difíciles.
Los cambios son necesarios porque si no hay cambios no hay crecimiento ni desarrollo
personal.
La poca tolerancia a la frustración y la resistencia al cambio hace que el sentimiento de
identidad se resienta provocando angustia por la necesidad de seguridad y de que todo
permanezca igual, porque esos cambios son vistos como una amenaza de pérdida de la
identidad.
Todo cambio implica dudas y compromiso y la necesidad de afrontar consecuencias; y esta
situación provoca dudas y ansiedad.
En un mundo donde prevalece la confusión y donde los medios de comunicación avasallan
con un gran caudal de información, a veces contradictoria, que no se puede asimilar ni
sintetizar, se produce la alienación de la identidad que impulsa a adherirse a ideologías de
otros para sentirse más seguro y poder huir del caos.
El hecho de tener que pasar por períodos de desorganización de las estructuras de
pensamiento puede ser, sin embargo, productivo, cuando permite adoptar una nueva
identidad en forma creativa eligiendo lo que es auténtico y lo que enriquece a la persona.
La identidad es una experiencia constante de autoconocimiento constante a través de las
circunstancias de la vida.
Ericsson afirma que la identidad es el sentimiento persistente de mismidad que al mismo
tiempo comparte ciertas características esenciales con otros.
La identidad es un proceso que resulta de la asimilación de las identificaciones de la infancia.
El logro de la identidad en primer lugar depende del vínculo con la madre y con la familia,
mientras la identidad madura se subordina al desarrollo del yo, apoyado por la comunidad.
La tarea del yo es ir seleccionando las identificaciones significativas en un proceso continuo y
progresivo que se debería definir al finalizar la adolescencia.
El sujeto logra captar su yo como una instancia organizada que se puede diferenciar de su
ambiente y que tiene la capacidad de mantener la continuidad y seguir siendo la misma en la
sucesión de cambios.
Algunos autores sostienen que el sentimiento de identidad se relaciona con el desarrollo
psicosexual, destacando dos aspectos, uno es la semejanza consigo mismo, y el otro, las
diferencias con los otros que surgen al compararse con los demás, de modo que le permita
sentirse integrado y organizado como un todo con características únicas.
Greenacre, nos señala que el rostro y los genitales son los aspectos más significativos para el
reconocimiento de uno mismo y del otro.
Los que estudiaron el autismo y la simbiosis llegaron a la conclusión que el sentimiento de
identidad está determinado por las sensaciones, y que la imagen corporal es la base.
Otros autores vinculan el sentimiento de identidad con la unidad del individuo en el tiempo.
Grinberg lo relaciona con los duelos por la pérdida de objetos y de partes del self.
El self se basa en la continuidad y semejanza de las fantasías relacionadas con las
sensaciones corporales, en las ansiedades y demás emociones, en la relación con el mundo
externo y el superyo (instancia psíquica que representa el deber ser), en los mecanismos de
defensas y en las identificaciones individuales que se han asimilado en el proceso de
introyección y proyección.
Erikson señala que en la actualidad el estudio de la identidad se ha vuelto tan importante
como lo fue en su momento la sexualidad para Freud.
https://www.gitanos.org/publicaciones/guiapromocionmujeres/pdf/03.pdf
La identidad es el sentimiento de mismidad personal, o sea el conjunto de cualidades
esenciales que distinguen una persona de otra.
Lo individual y único, hace a una persona y crece con ella, porque cada cambio en la vida hay
que incorporarlo a esa identidad para lograr la adaptación.
No es lo mismo ser hijo único que tener un hermano y esa condición puede llegar a perturbar
mucho a un niño, al punto de producir un retroceso en su desarrollo, como volver a mojar la
cama después de haber adquirido el control.
Perder al esposo después de muchos años de convivencia puede ser devastador. El viudo o
la viuda dejan de ser cónyuges, parejas y compañeros o compañeras y tienen que aprender a
vivir solos.
La identidad tiene incorporados los roles y cada rol que se pierde o se gana la modifica.
Perder el trabajo no es lo único que se sufre, porque también se pierde la identidad de ser una
persona con trabajo.
Los cambios en la conducta son la punta del iceberg, porque también internamente esa nueva
circunstancia no deseada o esperada puede alterar los tejidos y los órganos; porque cada
pensamiento es también una molécula.
Para poder ayudar a alguien que tiene un problema hay que llegar a conocer las causas
originales que llevaron a esa persona a cambiar su actitud mental y también su biología.
Cada persona responde de una manera diferente frente a los estímulos que se le presentan y
tiene una determinada actitud frente a las contingencias. Por esta razón es necesario, además
de atender el problema puntual que la perturba, conocer cual es su forma habitual de vivir las
experiencias.
Esa peculiaridad la hace vivir su vida a su manera y también cuando se enferme lo hará a su
modo. Porque no hay enfermedades sino enfermos.
Los problemas de identidad alcanzan el sistema inmunológico y una identidad lábil expresa
esa condición también con el cuerpo.