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El Presidente declara lícito el filicidio

En la reciente sesión inaugural del Congreso el Presidente Alberto


Fernández ha establecido como programa legislativo para el año 2020,
entre otros temas, la legalización del aborto. En sus conceptos, sin
embargo, ha establecido claramente que el aborto es un filicidio. Esto
no sería reprochable, más aún, constituiría un motivo de esperanza
para la recuperación moral de la política argentina que un Presidente
afirmase eso. No obstante, ha sostenido todo lo contrario, es decir, que
el aborto aun reconociéndose un filicidio, debe ser legalizado.

El Presidente Fernández se ha encargado de subrayar que no es solo la


despenalización sino la legalización del aborto lo que propone al
Congreso como ley. ¿Cuestión de semántica? ¿Disquisiciones
puramente teóricas? No ciertamente. La distinción entre
despenalización y legalización tiene efectos morales y sociales concretos.
A esta altura de la cuestión sobre el aborto todos sabemos que el actual
Código Penal establece en los artículos 85 a 88 que la práctica y
ejecución del aborto se considera un delito y como tal es penado. Una
reforma del Código Penal que suprimiese de la categoría delictiva al
aborto conllevaría la inexistencia de una pena, es decir, la práctica sería
ignorada por el Código y por lo tanto no tendría pena alguna. Sabemos
que en los hechos ninguna mujer es penada por la ley penal-civil
porque haya cometido el aborto de su hijo. Sí lo es por el Derecho
Canónico de la Iglesia católica que establece la excomunión latae
sententiae para “quien procura el aborto, si éste se produce” canon
1398 (es decir inmediata sin necesidad de juicio). La tipificación del
delito del aborto está dirigido, primero para tutelar al primer bien
jurídico, es decir, la vida humana; y luego a castigar a quienes
comercian con tal infame práctica. La sola tentativa, por parte de la
madre, ni siquiera se penaliza. El Código Penal, promulgado
definitivamente por Hipólito Yrigoyen en 1921, tenía por objetivo la
defensa de la vida desde su concepción y sólo contemplaba la
posibilidad del aborto en caso de peligro para la vida de la madre y en la
violación de la mujer demente. Más allá de lo cuestionable de esto
último, el objetivo del Código era claro en cuanto a la tutela de la vida
humana. Quienes propugnaran solo una cancelación de estos artículos
serían aquellos que tienen intereses económicos para realizar una
práctica médica que no tiene como objetivo el restablecimiento de la
salud, ya que el embarazo como tal no es una enfermedad, sino la
supresión de una vida humana sin consecuencias legales.

Muy por el contrario sería no solo la supresión de los mencionados


artículos del Código Penal sino el establecimiento de medidas
autoritativas por parte del Estado para proveer y facilitar el aborto. Esto
conllevaría la obligación de la práctica del aborto en los centro de salud
sin respetar tampoco la objeción de conciencia de la institución, del
médico interviniente y sus auxiliares.

Llama la atención la preocupación reiterativa de los últimos


gobernantes y legisladores sobre el problema del ejercicio de la
sexualidad por parte de los adolescentes ateniéndose solo a restringir
las consecuencias y no a tratar las causas. En efecto, pareciera ser que
en nuestra sociedad hipersexualizada los adolescentes deben tener la
posibilidad de la práctica sexual, es más, con la Educación Sexual
Integral (ESI) se busca su promoción. No será hora de que como
sociedad comencemos a ver que el adolescente no es el protagonista
principal de la sociedad sino aquel como su etimología lo indica está en
proceso de crecimiento, de desarrollo. La vinculación sexual entre
hombre y mujer implica un grado de madurez que no se condice, por
definición, con la adolescencia. Por más retrógradas que suenen estas
palabras se sabe que es así. Nuestros gobernantes y legisladores no
ignoran esto. También saben que no es atrayente para el electorado
juvenil que se propongan medidas educativas integrales, no reductivas
a la mera sexualidad, que atiendan a nuestros jóvenes como se merecen
sin demagogia alguna. Por supuesto que en una sociedad
deshumanizante como la nuestra sólo se atiende a reducir las
consecuencias de las prácticas inmorales y no a tratar sus causas. La
promoción y entrega indiscriminada de anticonceptivos por parte de las
autoridades sanitarias que sin atender al más mínimo criterio de salud
reparten píldoras para que las mujeres las ingieran sin el menor
análisis de los efectos para su salud, supone un desprecio para las
mujeres que bajo la bandera del empoderamiento siguen siendo
utilizadas.

Pero lo que nos lleva a una particular reflexión en este artículo es lo


expresado por el Presidente el 1 de marzo de 2020 en el Congreso
Nacional. Allí Fernandez dijo:

La situación de las mujeres gestantes en Argentina presenta aspectos


diversos. Distintos son los desafíos que enfrentan las mujeres que
desean tener a su hijo de aquellos que asumen las que deciden
interrumpir el embarazo.

En buena lógica tendríamos que decir que el texto considera un género


(entiéndase género como categoría lógica y no como ideología) de las
“mujeres gestantes en Argentina” y dos especies cuya diferencia está
dada por “los desafíos que enfrentan las mujeres”: primer grupo, las que
desean tener a su hijo; segundo, las que quieren abortar. Pero lo
peculiar de lo expresado es que el concepto genérico que emplea:
“mujeres gestantes” incluye a quienes consideran que su embarazo es
debido a que están gestando a su hijo y no una célula descartable. Es
decir, que la gestante de su hijo es una madre. La mujer adquiere una
nueva relación personal con su hijo que la lleva a ser considerada
madre, concepto que únicamente se aplica a quien está gestando un
hijo. Si el género “mujer gestante” incluye a la categoría de madre con
su hijo en gestación, entonces en consecuencia, quien no quiere gestar
a su hijo es que quiere quitar las condiciones necesarias para que
continúe la gestación del mismo lo cual implica su muerte. Dentro del
mismo género de “mujer gestante” al incluirse como tal a la madre con
su hijo, por consecuencia aunque no lo quiera gestar sigue siendo su
hijo. Lo dicho por el Presidente Fernández no es la expresión del
feminismo quien no se anima a decir que hay que matar al hijo, sino
que propugna la libre disposición de su cuerpo por parte de la mujer. El
Presidente Fernández con lo dicho preconiza la legalización del filicidio.
La que aborta es una madre y el abortado es su hijo, sin eufemismo
alguno. Él no dice que aquellas que quieren interrumpir el embarazo
tienen una categoría distinta a las que quieren ser madres de sus hijos
gestantes. Sólo afirma que existen desafíos diferentes para unas y otras.

Cuenta la mitología que Crono era el hijo más joven de Urano (el cielo) y
Gea (la tierra). Cansada ésta de los requerimientos sexuales de Urano
llamó a sus hijos para que intervinieran. Solo Urano se dispuso a
cumplir los deseos de su madre y castró a Urano con una hoz. No
satisfecho con esto procedió a arrojar al Tártaro a sus hermanos los
Hecatonquiros y a los Cíclopes. Dueño del universo se casó con su
hermana Rea. Advertido por Urano y Gea de que de su prole nacería
quien lo destronaría, se dedicó a la noble tarea de devorar a cada uno
de los hijos que iba procreando: Hestia, Deméter, Hera, Plutón y
Posidón. Harta su esposa Rea de que no quedase descendencia, cuando
estaba embarazada de Zeus huyó a Creta donde lo dio a luz en secreto.
A su regreso, envolvió en pañales una piedra en lugar de su hijo y se la
entregó a Crono para que la ingiriera. Cuál será el temor de nuestros
políticos a legalizar una práctica que ya en la antigua Roma era mal
vista. ¿Será que tendrán miedo de una nueva generación que venga a
destronarlos harta de tanta decadencia?

Respecto al mensaje del Presidente, sus palabras denotan claramente


que para él quien es sujeto de ser abortado es el hijo de su madre ¿No
será que, en realidad, él es consciente de que se está matando a un ser
humano pero que lo políticamente correcto hoy es seguir la onda verde?
Ricardo Palacio.

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