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El Ateísmo Fiel de Comte PDF
El Ateísmo Fiel de Comte PDF
La Lámpara de Diógenes
ISSN (Versión impresa): 1665-1448
lamparadediogenesbuap@yahoo.com.mx
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
México
¿Cómo citar? Número completo Más información del artículo Página de la revista
www.redalyc.org
Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto
La lámpara de Diógenes, revista de filosofía, números 18 y 19, 2009; pp. 99-119.
El ateísmo fiel de
Comte-Sponville a la luz
de la filosofía de Zubiri
Introducción
El presente trabajo aborda dos posturas filosóficas diferentes sobre el asunto
de la existencia de Dios con el propósito de exponer sus argumentos y sus
propuestas, para valorarlos tanto en lo que coinciden como en lo que son an-
tagónicos. Comienza con esta introducción y está dividido en tres apartados y
las conclusiones. La primera sección del primer apartado contiene la postura
de André Comte-Sponville1 sobre el ateísmo. En ella se exponen los seis argu-
mentos que Comte-Sponville presenta para no creer en Dios. El autor dice que
los tres primeros son argumentos negativos, pues exponen sus razones para no
ser creyente, de modo que se trata de una forma del llamado ateísmo negativo
que niega a Dios porque no es demostrable y que es muy cercano al agnosti-
cismo, aunque no se confunde con éste.2 El primero es sobre el fracaso de las
pruebas de la existencia de Dios y expone tres de ellas: la prueba ontológica,
la cosmológica y la físico-teleológica. El segundo se basa en la debilidad de
las experiencias sobre la existencia de Dios, que él mismo afirma nunca haber
tenido,3 y el tercero aborda las explicaciones incomprensibles sobre un Dios
que no es posible explicar.4 En seguida, presenta tres argumentos que él llama
positivos, pues son del tipo llamado ateísmo positivo que niega la existencia
de Dios con base en ciertas demostraciones que le conducen, según sus propias
palabras, a ser ateo stricto sensu. El cuarto argumento, primero de esta serie,
es sobre el exceso de mal; el quinto manifiesta la mediocridad del hombre y
el sexto plantea el asunto de un Dios tan adecuado para satisfacer nuestras
necesidades que lo más lógico es pensar que no existe.5
En la primera sección del segundo apartado se presentan las conside-
raciones de Xavier Zubiri y Apalategui6 sobre la religación como dimensión
formalmente constitutiva del hombre, que es realidad formalmente “suya”
y en marcha intelectiva hacia Dios. En la segunda sección de este apartado
se exponen los argumentos que Zubiri ofrece para desechar las pruebas
tradicionales sobre la existencia de Dios y proponer su postura, a partir de
tres vías diferentes: la vía cosmológica, formada por las cinco vías de Santo
Tomás de Aquino; la vía antropológica, que sigue algunos argumentos de San
Agustín, Kant y Schleiermacher; y la vía de la religación, en la que el hombre
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está religado al poder de lo real, que le conduce necesariamente a Dios y le
constituye como persona.
La valoración de ambos autores se desarrolla en el tercer apartado y en
ella hay, más que una comparación, una descripción de las coincidencias y
discrepancias entre ellos, haciendo hincapié en los argumentos filosóficos
más destacados. El trabajo termina con algunas conclusiones y la lista bi-
bliográfica.
1. El ateísmo de Comte-Sponville
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1.2.2 La prueba cosmológica
Podemos encontrar antecedentes de la prueba cosmológica en Aristóteles
(Met., XII, 7, 1072b 10), en Descartes (Secondes Résponses, prop. 3) y en
Leibniz (Theod., I, 7; Mon., 45), aunque su exponente más famoso es sin
duda Santo Tomás en la tercera de sus cinco vías (S. Theol. I, q. 2, art. 3). El
Aquinate presenta el argumento a partir de la contingencia del mundo. Las
cosas, dice, es posible que existan o que no existan, y si tienen la posibili-
dad de no existir, entonces hubo un tiempo en que no existieron y, agrega,
“lo que no existe no empieza a existir más que por algo que ya existe” y de
esto se sigue que no todas las cosas son posibilidad, “sino que es preciso
algún ser necesario”, cuya causa no esté en otro ad infinitum y, concluye,
que “es preciso admitir algo que sea absolutamente necesario, cuya causa
de su necesidad no esté en otro, sino que él sea causa de la necesidad de
los demás”. El argumento termina con las contundentes palabras: “Todos le
dicen Dios”.10 El argumento tiene su fuerza en el principio de razón suficien-
te, que exige una explicación para todo lo que existe, y en el orden de las
causas, que concluye que todo existe porque existe Dios. Comte-Sponville
dice que, en sentido estricto, el argumento a contingentia mundi, a pesar de
ser el más sólido de todos los argumentos a favor de la existencia de Dios, no
puede probarla; solamente prueba la existencia de un ser necesario. Este ser
necesario dista mucho de ser el Pantocrátor cristiano, el Dios Todopoderoso,
Creador y Redentor del mundo. A lo mucho, argumenta Comte-Sponville, podría
ser, por ejemplo, el Apeiron de Anaximandro (D-K 12 A 9; Simpl., Fís., 24,
13), que es un principio infinito, inmortal e imperecedero, causa de todo lo
demás y “divino”. Como menciona Aristóteles (Fís. III 4, 203b), no es el Dios
personal del judeocristianismo. También podría ser el Fuego de Heráclito del
que surgen y en el que terminan todas las cosas (Platón, Teet., 152d-153d),
por lo que su naturaleza es divina (Aecio, Doxog. grae. I, 3, 11), o bien la
Sustancia de Spinoza (Ética, I, prop. XI), que es necesaria, eterna, causa sui
y de todo lo demás. De cualquier manera, se trata del Deus sive Natura y no
del Dios cuya existencia se está tratando de probar. Entendido de este modo,
el argumento no prueba realmente la existencia del Dios judeocristiano, sino
que se queda en la sombra de un primer principio que nada tiene de divino
más que el título que se le ha dado.
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separarse de ella. Por eso, la prueba físico-teleológica se ve en aprietos con
el avance de la ciencia, pues aunque pueda explicar el orden y la finalidad
del universo, también hay desorden y azar; por lo tanto, no prueba nada.
Además, como señala Christopher Hitchens, el postulador de un diseñador
o creador plantea únicamente la pregunta sin respuesta de quién diseñó al
diseñador o creó al creador.12 Comte-Sponville menciona las cinco vías de Santo
Tomás13 (S. Th. I, q. 2, a. 3) como si fueran de alguna manera diferentes a los
argumentos arriba citados, a los que considera poco sólidos, y concluye que
no hay prueba de la existencia de Dios y que no puede haberla.14 La cuestión
no es demostrar a Dios o probar su existencia, sino creer en él.
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incluso en situaciones extremas como la de Auschwitz, Goulag o Ruanda,20 es
sencillamente inconcebible.
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que ese Dios “no intervino porque no quiso, sino porque no pudo”.28 Entonces,
como dice Comte-Sponville, es un “Dios débil” que tiene poder para crear el
mundo y al hombre, pero no para salvar a un niño de la enfermedad ni a su
pueblo escogido de la persecución y el antisemitismo.29 La explicación más
plausible es que Dios, antes que ser débil, no existe.
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2. La propuesta de Xavier Zubiri: la religación
La religación comienza con el problema de Dios y debe conducirse por la
vía intelectual. Consiste en encontrar la realidad de Dios “de una manera
intelectivamente justificada”.37 En esta tarea, la inteligencia se despliega
en tres pasos sucesivos: en primer lugar, el hombre es un modo de realidad
absoluta, pero relativa. Por este carácter personal relativamente absoluto, el
hombre está religado a la ultimidad de la deidad. En segundo lugar, la deidad
es fundamento real del mundo y por eso tiene el carácter de realidad última
y fundante, sin que por esto pueda ser llamada Dios en toda la extensión del
término. En tercer lugar, la realidad última de la que estamos hablando es
realidad inteligente y volente. Es también realidad absolutamente absoluta;
por ende, es una realidad personal y libre. Hablar de una realidad absoluta,
personal y libre es ya hablar de Dios. Es la marcha intelectual hacia Dios.
Dios es fundamento de la realidad y del hombre. La “religación es una
dimensión formalmente constitutiva de la existencia”38 del hombre, puesto que
el hombre no tiene religión, sino que es religación y lo que religa es precisa-
mente Dios. Por lo tanto, el problema de Dios es el problema de la religación.
La religación nos abre a la deidad que aparece como lo fundante.
El problema de Dios es radical para el hombre de hoy.39 Su radicalidad se
manifiesta en la necesidad que tanto ateos como teístas tienen de fundamentar
su postura frente a la cuestión de Dios, pues la creencia se queda en el ámbito
de la fe y, por tanto, del fideísmo, pues no ofrece la justificación intelectual
que Zubiri exige en la religación. En este punto, es necesario aclarar que la
expresión Dios significa solamente “el ámbito de la ultimidad de lo real” y no
designa todavía ninguna idea sobre Dios. Es una dimensión humana accesible
a un análisis inmediato. Este análisis se hace en tres pasos que quedarán
explicitados en los siguientes párrafos.
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posible acceder por distintas vías: ateísmo, teísmo o agnosticismo. La diver-
sidad de opciones requiere tomar una vía y ésta debe estar intelectivamente
justificada. La justificación intelectiva del fundamento del poder de lo real
lanza a la persona por una ruta que va del hombre, realidad relativamente
absoluta, a Dios, realidad absolutamente absoluta. Así, “el hombre encuentra
a Dios al realizarse religadamente como persona”.
En cuanto al tercer momento, la marcha intelectiva es un tanteo y de
ahí que la religación tenga forma de tanteo. Este tanteo es probación y,
para Zubiri, probación de realidad es “la esencia misma de lo que llamamos
experiencia”.42 El apoderamiento es, por tanto, una experiencia fundamental
en la que inteligimos el fundamento y nos podemos realizar. La experiencia
fundamental y radical es la experiencia de Dios y ésta es la experiencia formal
de la realidad humana.
Estos tres momentos esenciales de la realización personal del hombre
constituyen “la estructura última de la dimensión teologal del hombre. La rea-
lización del hombre en ella es lo que de una manera sintética ha de llamarse
experiencia teologal”,43 que adquiere su forma concreta en la plasmación de la
religación. Para Zubiri, “plasmación” es la manera en que el poder de lo real
se apodera del hombre y su forma es la religión. La plasmación tiene formas
históricas concretas, y en esta experiencia histórica de las religiones se inscribe
el cristianismo que es, por lo tanto, una plasmación de la religación en la que el
fundamento de lo real, es decir, Dios, se apodera del hombre. El apoderamiento
hace que las cosas y, por supuesto también el hombre, sean reales en Dios,
sean deiformes y, desde ahí, el apoderamiento consiste en ser deiformación. La
índole esencial del cristianismo es justamente ser religión de deiformidad: “En
su virtud, el cristianismo no es sólo religión verdadera en sí misma, sino que es
la verdad “radical”, pero además “formal” de todas las religiones”.44
2.2 La justificación que sustenta el teísmo de Zubiri: las vías hacia Dios
El problema teologal es, pues, una marcha intelectiva hacia el poder de lo
real y, en tanto que es marcha, es también una vía. Zubiri dialoga principal-
mente con dos vías provenientes de otras tradiciones filosóficas referentes al
problema de Dios: la vía cosmológica que se encuentra en las cinco vías de
Santo Tomás de Aquino y la vía antropológica, que tiene tres aspectos: San
Agustín y la vía de la inteligencia, Kant y la vía de la voluntad y Schleierma-
cher y la vía de los sentimientos. Me centraré en la vía cosmológica y tocaré
someramente las otras.
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las cinco vías: la primera se deduce del movimiento, la segunda de la causa
eficiente, la tercera de lo posible y lo necesario, la cuarta de la jerarquía de
valores que encontramos en las cosas y la quinta a partir del ordenamiento
de las cosas.45
En la filosofía clásica, el hombre y cualquier otra realidad son considerados
como res naturalis y a partir de ellos se elaboran los argumentos para probar
la existencia de Dios. El conjunto de cosas naturales se llama cosmos y por eso
Zubiri dice que las vías tomistas parten de hechos cósmicos inconcusos.
La primera vía es la más clara y parte del movimiento, es decir, del cambio
cósmico. El movimiento o cambio es explicado, al igual que en Aristóteles,
como “el paso de potencia a acto”.46 Aún así, advierte Zubiri, este paso no
es un hecho, sino una interpretación de la realidad del movimiento; es decir,
consiste tan sólo en una interpretación del movimiento entre otras tantas que
hay. Para Zubiri, el puro hecho del movimiento no es, sin más, un estado del
móvil, ni es formalmente un paso de la potencia al acto. Su punto de partida
no nos lleva a la realidad de Dios, sino a un primer motor inmóvil.
La segunda vía, dice Santo Tomás, se deduce de la causa eficiente, pero
Zubiri cuestiona la veracidad de este enunciado y se pregunta si puede darse
un solo ejemplo de causación eficiente si prescindimos de las acciones hu-
manas, pues lo que realmente tenemos son sucesiones de hechos y lo que se
ha denominado causa eficiente no es más que una interpretación de algo que
la experiencia aporta. Por lo tanto, se trata más bien de una interpretación
de hechos y el punto de partida de la argumentación tomista no conduce a la
realidad de Dios, sino a una mera causa eficiente.
La tercera vía se deduce de lo posible y de lo precario. El Aquinate argu-
menta que “el hecho de que haya cosas que se producen y que se destruyen
es eo ipso el hecho de la necesidad de su realidad”.47 No obstante, esto sería
así únicamente si “la generación y la corrupción no fueran en sí mismas algo
necesario en la naturaleza”, aunque esta necesidad no la da la experiencia,
pues ésta solamente “muestra que las cosas “son así” y nada más”. La expe-
riencia no puede dar lo posible y lo necesario y, por ende, la argumentación
tampoco conduce a Dios, como afirma el Aquinate, sino únicamente al primer
ente necesario.
La cuarta vía se deduce de lo que Tomás de Aquino llama jerarquía de
valores que hay en las cosas. Estos valores se dan en distintos grados según el
ente de que se trate. Zubiri cuestiona la veracidad de que unas cosas tienen
más entidad que otras y dice una vez más que, si se prescinde de la realidad
humana, no es posible constatar que la experiencia presente distintos grados
de ser en las cosas. Además, puesto que los grados inferiores presuponen los
superiores, es necesario considerar la posibilidad de una evolución que haga
surgir lo superior desde lo inferior y esto hace que la idea de grado de entidad
sea más problemática de lo que parece. Por tanto, es muy difícil sostener
que el punto de partida de este argumento conduce a un ente en la plenitud
de la entidad.
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En la quinta vía, Santo Tomás argumenta que hay una finalidad ordenada
en la naturaleza. Este argumento, dice Zubiri, se sostiene cuando se refiere al
hombre, pues en él puede verse, aunque sea de manera parcial, una finalidad
en sus acciones; pero no sucede lo mismo en el cosmos, ya que, aun cuando
encontramos una convergencia en sus procesos, se trata más bien de una teoría
que de un hecho inconcuso. En todo caso, es un argumento que conduce a
una inteligencia suprema, más que a la realidad de Dios.
La postura de Zubiri frente a las cinco vías tomistas pone de manifiesto
que Santo Tomás no parte de los hechos, sino de una interpretación metafísica
de la realidad sensible.48 El Aquinate tampoco distingue entre las acciones
humanas y los hechos cósmicos, ya que el hombre es considerado como res
natural y, por lo tanto, no se cuestiona la postura del hombre en el cosmos en
tanto que res. La argumentación de Santo Tomás descansa en la metafísica de
Aristóteles, no en hechos demostrables, al grado de identificar dicha metafísica
con el sentido común, cuando en realidad expresa su propia interpretación
de las cosas. Por lo tanto, el punto de partida de Santo Tomás es insuficiente
para resolver la cuestión y ninguna de las cinco vías conduce a la realidad de
Dios. Pasemos, entonces, a la llamada vía antropológica.
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sentimiento de dependencia frente a lo ilimitado, a lo infinito, que nos vincula
con la divinidad de una manera inmediata, más al modo de una intuición que
al de un sentimiento. Este sentimiento-intuición es radicalmente distinto del
sentimiento con el que el hombre experimenta todo tipo de sensaciones. Éste
es el dualismo de Schleiermacher.
El dualismo se debe a que estos filósofos separan al hombre de las cosas
naturales (res naturalis), como si él fuera algo independiente del cosmos. Pero
como el hombre está en el cosmos y no fuera de él, resulta que las posturas
filosóficas anteriores escinden al hombre al contraponer la realidad humana
a la realidad cósmica, dando lugar a una antítesis hombre-cosmos que genera
un dualismo y, como todo dualismo, contrapone dos principios supremos: el
hombre y el cosmos. Entonces, la vía antropológica separa al hombre de la
realidad cósmica y esto la hace inviable, pues la segregación del hombre del
cosmos conduce a un Dios también separado del hombre y, por ende, a una
idea de Dios insuficiente. Por lo tanto, surge la necesidad de buscar una vía
alternativa, la vía de la religación.
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última, posibilitante e impelente; es fundamento del poder de lo real. Se
trata de Dios en tanto Dios.
Ahora bien, puesto que Dios es el fundamento del poder de lo real, el ser
llevados por dicho poder es, en efecto, estar llevados por Dios. Se trata, como
dice Zubiri, “del poder de lo real que religadamente nos hace ser”52 y que
está fundado en Dios, sin que esto signifique que Dios es idéntico a las cosas.
“De ahí que, religados al poder de lo real de las cosas, Dios nos arrastra en
ellas hacia Él, justamente al ir a las cosas y al estar en las cosas mismas”.
Entonces, el acceso del hombre a Dios es siempre un acceso religado; es decir,
que se da por la vía de la religación.
Dios, en tanto que es fundamento de la realidad, no es una mera posibi-
lidad. Es la posibilidad de las posibilidades. Dios es el posibilitante absoluto
y, en este sentido, es el donante de posibilidades53. Puesto que se trata de
un Dios donante, al hombre no le queda sino entregarse, pues a la donación
corresponde la entrega.54
El hombre, al ir a las cosas reales, se entrega a Dios que es fundamento
de las cosas mismas, sin confundirse con ellas. Dios es trascendente en las
cosas y el hombre también trasciende en ellas, al constituir su yo como un
ser relativamente absoluto. En este sentido, Dios es “como ultimidad radical,
como posibilidad de posibilidades y como destinación de mi ser absoluto”.55
Conforme a lo anterior, la entrega del hombre tiene tres momentos: a) Es
acatamiento, en tanto que acatar significa reconocer que soy relativo frente
a Dios que es absolutamente absoluto y que se expresa en la adoración que
es fundamentalmente acatar la plenitud insondeable de la realidad última
que es Dios. b) Es también súplica, pues el hombre está siempre frente a
Dios que es el supremo posibilitante, para suplicarle por la posibilidad de
vida y ésta es, precisamente, la esencia de la oración. c) Por último, puesto
que Dios es impelencia suprema, el hombre reposa en Él como fortaleza de
su vida, “no para actuar”, dice Zubiri, “sino para ser”.56 Así, “a los tres ca-
racteres de Dios religante como realidad última, posibilitante y impelente,
corresponden tres momentos de la entrega del hombre a Dios: acatamiento,
súplica y el refugiarse”.
La forma radical del acceso del hombre a Dios está en aquello que llamamos
fe. Zubiri considera insuficiente entender la fe en Dios como asentimiento
a la verdad de un enunciado que se fundamenta en el testimonio de otro.
La fe no es primordialmente asentimiento, sino admisión. No se trata de la
admisión de un juicio. Es la admisión de algo verdadero. La admisión es modo
de lo que aquí se ha llamado entrega y consiste en ir desde nosotros a otra
persona (Dios) para darnos a ella. “La fe... es un acto de entrega a una reali-
dad personal”.57 Lo que hace que la entrega sea un acto de fe es que reposa
en una persona en cuanto verdad personal real, de tal modo que tener fe
en una persona es creer en ella para poder entregarme. En el caso de Dios,
que es realidad absolutamente absoluta, su verdad personal real es también
absolutamente verdad personal real.
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Ya sabemos que la fe es entrega y que la entrega es acatamiento, súplica
y el refugiarse. El hombre se entrega a la realidad personal de Dios en tanto
que es manifiesta, fiel y efectiva. Es manifiesta en tanto que es acatamiento,
es fiel en tanto que es súplica, y es efectiva en cuanto que es un refugiarse.
Estos son tres caracteres esenciales de la entrega. El siguiente paso consiste
en conocer cuáles son los caracteres de esta entrega en tanto que es entrega.
La fe tiene un momento de verdad, que es la entrega a la verdad personal de
otro. Así entendida, la entrega es adhesión personal y constituye el primer
rasgo de la fe. Pero la fe también es certeza firme y ése es su segundo rasgo.
El tercero es la opción libre por la realidad personal verdadera de alguien
más. En suma, Zubiri define la fe como “una entrega o adhesión personal,
firme y opcional a una realidad personal en cuanto verdadera… la fe es sim-
plemente hacer nuestra la atracción con que la verdad personal de Dios nos
mueve hacia Él”.58
La fe es, pues, una opción y, como tal, es un acto de voluntad. Se trata
de lo que Zubiri llama la voluntad de verdad; es, en efecto, voluntad de
verdad real. La verdad es un asunto de intelección. Inteligir es formalmente
aprehender algo como real y la intelección es verdadera cuando se intelige lo
que algo realmente es. La actualidad no añade nada a lo real pero en virtud
suya lo real adquiere actualidad de verdad, Dice Zubiri: “La realidad funda
la verdad. La realidad es lo que da verdad a la intelección, al estar mera-
mente actualizada en ésta. Y esta actualización es verdad porque envuelve
la realidad”.59 Por eso se puede decir que la realidad da verdad y dar verdad
es lo que Zubiri llama verdadear. El verdadear es precisamente el “en” de la
actualidad intelectiva. Verdad y realidad no son correlatos ni son relación; se
trata más bien de respectividad y agrega Zubiri: “es un momento de la pura
actualización, es puro verdadear. Verdad es pura y simplemente el momento
de la real presencia intelectiva de la realidad”. Puesto que la verdad es reali-
dad presente en intelección en tanto que está realmente presente, no añade
nada a las notas reales sino que más bien ratifica que lo aprehendido está
realmente presente en la aprehensión misma, es justo ratificación del “de
suyo”. Entonces, la “ratificación es la forma primaria y radical de la verdad de
la intelección sentiente”.60 Es la verdad real. La verdad real ratifica la reali-
dad. Por esto es que lo real está en la intelección y no en una zona allende la
intelección. En la intelección está lo real actualizado como real y esto es que
está ratificado en su realidad. La verdad real es la verdad como ratificación y
es una de las formas que puede adoptar la verdad. La verdad como ratificación
es la verdad simple que permanece siempre en lo real. La segunda forma se
llama verdad dual que sale de lo real hacia el concepto y nos da la verdad
como autenticidad; si sale hacia una afirmación, encontramos la verdad como
conformidad, y si sale hacia la razón, es la verdad como cumplimiento. Estas
son las tres formas de la verdad dual. La diferencia entre la verdad simple
y la verdad dual es que la simple no tiene dos polos ajenos entre sí como la
otra, que es, por un lado, la cosa real, y por el otro, concepto, afirmación o
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razón. La verdad simple tiene un solo término en dos momentos: su propia
actualidad y su propia ratificación.61 La verdad dual tiene su fundamento en
la verdad real que la ratifica autenticando, veridictando o verificando, según
se trate de la autenticidad, la conformidad o la razón.
Entonces, puesto que la fe es un acto de la voluntad de verdad, es indudable
que se trata de un acto de intelección. La intelección, como insiste Zubiri,
es la actualidad de lo inteligido en la inteligencia, y como aquí lo inteligido
es realidad fundamento, yo puedo anclar mi realidad en dicho fundamento y
hacerlo mío. Es apropiarme de la fundamentalidad para construir mi yo con
ella. En este sentido, la fe es también voluntad de ser. Dice Zubiri: “lo que
la voluntad de ser tiene de voluntad y no de apetito, es el estar apoyada en
una u otra forma en la verdad. La voluntad de ser, en cuanto voluntad, es
voluntad de verdad”.62 La fe es, pues, voluntad de verdad, y esto muestra la
intrínseca unidad entre inteligencia y fe que Zubiri exige para encontrar la
realidad de Dios de una manera intelectivamente justificada. He aquí la vía
de la religación.
3. Valoración
Ya se había dicho en la introducción que, en este trabajo, la valoración, más
que determinar cuál de los dos autores tiene la razón, consistiría en una com-
paración de las coincidencias y las discrepancias que hay entre una postura y
otra, destacando algunos de los argumentos más significativos. En lo que se
refiere a la postura personal de cada uno de ellos frente a la existencia de
Dios, Comte-Sponville es ateo, pero es un ateo fiel: ateo, dice, “porque no
creo en ningún Dios ni en ninguna potencia sobrenatural; pero fiel, porque
me reconozco en una determinada historia, una determinada tradición, una
determinada comunidad, y especialmente en esos valores cristianos que son los
nuestros…”.63 Además, profesa los valores propios del cristianismo por la misma
razón. Es, como dice Michael Onfray, un ateo cristiano que comparte los valores
del creyente y rechaza aquello que desvía de la verdadera sabiduría, como
el poder, las riquezas y los honores.64 En cambio, Zubiri está completamente
convencido del cristianismo y dice, por ejemplo: “La deiformación cristiana es
el fundamento positivo de una vida plenariamente asentada sobre sí misma”,65
presentando un cristianismo que quiere conducir a la plenitud de la vida.
En cuanto a la orientación filosófica de los argumentos presentados, Comte-
Sponville, quizá con la excepción de los argumentos tradicionales sobre la
existencia de Dios, tiene una postura claramente existencial en el sentido de
que está preocupado por los asuntos fundamentales de la existencia, como lo
es de manera eminente la cuestión de una vida espiritual sin Dios, la existen-
cia de Dios y la posibilidad de prescindir de las religiones. Además, él mismo
afirma que algunas de sus preguntas “son menos ontológicas que sociológicas o
existenciales”.66 Zubiri, por su parte, es radicalmente metafísico. Su filosofía
se enmarca estrictamente en la tradición filosófica occidental y él se reconoce
a sí mismo como heredero de dicha tradición.
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En la presentación de los argumentos tradicionales sobre la existencia
de Dios, Comte-Sponville los refuta diciendo que el argumento ontológico es
una mera definición y no prueba nada, el argumento cosmológico solamente
prueba la existencia de un ser necesario que no tiene por qué ser Dios y el
argumento físico-teleológico tampoco prueba nada porque no puede expli-
car el caos ni las anomalías del universo. Presenta las cinco vías de Santo
Tomás con referencia a los tres argumentos anteriores y considera las tres
primeras vías semejantes al argumento cosmológico, la cuarta es similar al
argumento ontológico y la quinta es otro enunciado más del argumento físico-
teleológico. Las pruebas se quedan como mera argumentación y no van a las
últimas consecuencias. Según Comte-Sponville, “hace mucho tiempo que los
filósofos, incluso los creyentes, renunciaron a demostrar a Dios”,67 por lo que
no es necesario detenerse mucho en los argumentos, aun cuando la postura
de Zubiri al respecto desmienta este postulado.
Zubiri, por su lado, procede con un carácter metafísico, estableciendo las
cinco vías de Santo Tomás como cosmológicas, pero no en el sentido del argu-
mento arriba expuesto, sino como en la filosofía clásica, a partir de la realidad
considerada como naturaleza, en la que tanto el hombre como cualquier otra
realidad son considerados res naturalis y el conjunto de cosas naturales se
denomina cosmos. Es por eso que Zubiri dice que las vías tomistas parten de
lo que Santo Tomás consideró “hechos cósmicos inconcusos”.68 La primera vía,
dice Zubiri, “conduce a un primer motor inmóvil; la segunda, a una primera
causa eficiente; la tercera, al primer ente necesario; la cuarta, a un ente
en la plenitud de la entidad; la quinta, a una inteligencia suprema”.69 Ahora
bien, lo importante del asunto es que los razonamientos de Santo Tomás no
parten de hechos; más bien, son “una interpretación metafísica de la realidad
sensible”,70 “pues la diferencia entre las acciones humanas y los demás hechos
cósmicos no desempeña ninguna función en la concepción del cosmos”, debido
a que, agrega Zubiri, “la visión del hombre como mera res naturalis, esto es,
el no hacerse cuestión de la posición del hombre en el cosmos en cuanto res
(aun sin entrar en otros aspectos del hombre) es una visión metafísica más que
discutible”. Esto se debe a que Santo Tomás no parte de los hechos, sino de la
metafísica de Aristóteles, que considera como metafísica del sentido común
y termina confundiéndola con los hechos. Por lo tanto, hay una insuficiencia
radical en el punto de partida de los argumentos. Pero el punto de partida
no es lo único insuficiente, también el término lo es, pues no se llega al Dios
que se está buscando. Para llegar a ese Dios, es necesario seguir la vía de
la religación que conduce, por el poder de lo real, a Dios en tanto que Dios,
esto es, en tanto que realidad absolutamente absoluta, es decir, la realidad
suprema que llamamos Dios. Éste es el argumento más sólido de Zubiri, pues
establece a Dios en tanto que Dios como realidad suprema, última, impelente
y posibilitante, según sus propias exigencias.
El argumento más sólido de Comte-Sponville está en su postura frente
al mal, al que considera de dimensiones abrumadoras. Los horrores, los
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s ufrimientos, las injusticias, hacen difícil que alguien pueda creer en un Dios
bueno y misericordioso. Desde luego que el hombre, debido a su libertad,
es responsable en gran medida de los sufrimientos y las injusticias; sin em-
bargo, si Dios ha creado al hombre libre, entonces, como ya se dijo arriba,
es más libre que Dios, pues Dios está obligado a hacer el bien. De cualquier
manera, lo que es evidente, es que Dios, por lo menos como lo ve el autor,
podría haber hecho las cosas de tal modo que el mal tuviera menos fuerza y
el bien sobrepasara abundantemente las desgracias, pero la realidad del mal
es contundente.
Por otro lado, también existen infinidad de sufrimientos en los que el hom-
bre no tiene ninguna responsabilidad. Así sucede con los desastres naturales
o con las enfermedades. Los terremotos, los huracanes, los maremotos, el
cáncer, el sida, las enfermedades mentales, etc. Por estas causas sufren lo
mismo justos que injustos, niños o ancianos, hombres y mujeres sin distin-
ción. Querer explicar esto con el pecado original, como pretenden algunos
creyentes, resulta obsceno y hasta ridículo. Hay una posibilidad más simple,
dice Comte-Sponville, que Dios no exista.71 Con respecto al sufrimiento, es
importante considerar también el sufrimiento de los animales, ya que el diseño
natural para la supervivencia de los animales implica que los más grandes
devoren a los más chicos, los más fuertes a los más débiles, los más rápidos a
los más lentos, etc. En la naturaleza hay millones de animales que se comen
a otros tantos millones de animales, y esto provoca un sufrimiento enorme
a todos aquéllos que se convierten en víctimas para la supervivencia de los
que están mejor capacitados para la depredación. El problema no es que los
animales sean responsables, sino más bien cómo integramos todo ese sufri-
miento en la pretendida creación de un Dios bueno y misericordioso. La vida,
como se manifiesta en la naturaleza, está llena de violencia, dolor, horror y
sufrimientos indecibles. Aún así, para explicar todo esto, no es necesario un
Dios débil, pues la naturaleza misma es suficiente para dar cuenta de ello.
4. Conclusión
La propuesta de Comte-Sponville sobre un ateísmo fiel puede resultar atractiva
para quienes se han formado en ambientes cristianos y profesan los valores
que derivan del cristianismo. Hay cuatro valores fundamentales desde su pos-
tura: la comunión con el prójimo, que define como “compartir sin dividir”;72
la fidelidad, entendida como “adhesión, compromiso y reconocimiento”
de los valores comunitarios;73 la moral, que tiene sus raíces en la “historia
comunitaria”74; y, ante todo, el amor y la verdad, que son “la alegría” y “lo
universal”.75 Así se resume su propuesta y creo que es viable; aunque también
considero que sería un ateísmo más sólido si diera el paso que propone Onfray
para superar el ateísmo de corte cristiano y dar lugar a un ateísmo posmoderno
que “construya una moral a favor de los hombres, para ellos y por ellos, y no
para Dios o por Dios”.76 Esto le daría más solidez y congruencia a su postura,
pues dejaría de estar ligado a un Dios que, finalmente, repudia.
114
En cuanto a Zubiri, me parece que el desarrollo de la religación, que parte
de la realidad actualizada en impresión como fundamento del poder de lo real
que nos religa, es, en efecto, un dato primario a partir del análisis que hace
de la impresión de realidad. La deidad es la realidad fundante que conduce
a Dios en tanto que Dios, que “es la realidad absolutamente absoluta como
ultimidad, posibilitación y impelencia, que está formalmente presente en las
cosas reales constituyendo su realidad, la cual es eo ipso deidad y manifes-
tación de Dios, no de un modo abstracto, sino en toda la concreción que se
nos descubre en la historia”.77 Es, sin duda, el Dios que Zubiri anda buscando
y está, como él exigió, intelectivamente justificado.78 Esta justificación es
parte del proceso intelectivo que resulta del problema del poder de lo real
y se da por igual en quien acepta la realidad de Dios, como en quien ve el
poder de lo real como mera facticidad, pues, dice Zubiri: “El ateísmo consiste,
pues, no en no tener problema sino en entender el poder de lo real, esto es,
la fundamentalidad de la vida, como pura facticidad”.79 El ateo se encuentra
referido, entonces, al mero estar aquí de la facticidad y, por ende, ve la vida
como algo que se basta a sí misma. El ateísmo es, por eso, autosuficiencia, y
el ateo se entrega a su propia autosuficiencia del mismo modo que el creyente
se entrega a Dios en su fe. Ya mencioné que la fe “es un acto de entrega a
una realidad personal”,80 y mientras que el creyente se entrega a Dios, el
ateo se entrega a sí mismo como realidad personal verdadera. A diferencia
de la entrega del creyente a la realidad absolutamente absoluta que es Dios,
el ateo se entrega a la realidad de su Yo, que es absoluto pero de una mane-
ra relativa, de modo que la voluntad de fundamentalidad en el ateísmo es
voluntad del ser relativamente absoluto, que ya quedó estipulado más arriba
como el carácter correspondiente a la realidad personal. De cualquier modo
y, para terminar, el ateísmo se enfrenta a la exigencia de una justificación
intelectual que, finalmente, concluye como voluntad de ser relativamente
absoluto en la mera facticidad de la vida. Con esto, no me queda más que
concluir que la fundamentación que Zubiri presenta respecto al problema de
Dios, es metafísicamente superior a la que desarrolla Comte-Sponville, que
permanece, sin profundizar lo suficiente, en el campo de lo fáctico.
115
Notas
1
André Comte-Sponville nació en París, Francia en 1952. Estudió en la École Normale
Supérieure, donde conoció a Louis Althusser y se convirtió en su discípulo y amigo.
Fue profesor de la Sorbona hasta 1998, año en que renunció a su cátedra para
dedicarse a escribir sus obras y a dictar conferencias en diferentes lugares. Es un
filósofo materialista y profesa un ateísmo creyente, como él mismo lo llama, que
se adhiere a los valores judeocristianos como el amor, la solidaridad y la toleran-
cia. Ha publicado Pensées sur l’athéisme (1999), Présentations de la philosophie
(2000), Dictionnaire philosophique (2001), Petit traité des grandes vertus (2001),
Traité du désespoir et de la béatitude (2002), Le capitalisme est-il moral? (2004),
L’esprit de L’atheisme: Introduction a une spiritualite Sans Dieu (2006), entre
otros títulos. Sus libros han sido traducidos al inglés, español y alemán. Entre las
disciplinas filosóficas cultiva la ética, la política y la filosofía de la religión. El 4 de
marzo de 2008, Nicolás Sarkozy, Presidente de Francia, nombró a Comte-Sponville
miembro del Comité Consultivo Nacional de Ética francés.
2
Cf. COMTE-SPONVILLE (2006): 120.
3
Ibíd., p. 106.
4
Ibíd., p. 112.
5
Ibíd., p. 132.
6
Javier Zubiri y Apalategui nació el 4 de diciembre de 1898 en San Sebastián. En
1921 se doctora en la Universidad Central y ese mismo año es ordenado diácono.
En 1926 obtiene la cátedra de Historia de la Filosofía en la Universidad Central y
en 1928 se traslada a Friburgo para estudiar con Husserl y Heidegger. Se traslada a
Berlín donde entabla relaciones con Einstein, Planck y Schrödinger y allí conoce a
la que después sería su esposa: Carmen Castro. De 1931 a 1935 atiende su cátedra
en Madrid y es reducido al estado laico, según su deseo personal, para contraer
nupcias con Carmen Castro. En 1942 abandona la vida pública y desde entonces
se dedica a dar sus famosos cursos privados. En vida solamente publica Naturale-
za, Historia, Dios (1944), Sobre la esencia (1962), Inteligencia sentiente (1980),
Inteligencia y logos (1982), Inteligencia y razón (1983). Muere ese mismo año. El
resto de sus obras han sido publicadas post mórtem y la edición completa de ellas
todavía no está terminada. Zubiri era versado no solamente en filosofía; también
conocía con detalle la teología, la física, las matemáticas y diversas lenguas anti-
guas y modernas. Su vasto conocimiento le permitió relacionar la filosofía con las
ciencias de una manera relevante.
7
COMTE-SPONVILLE (2006): 105.
8
ANSELMO (1952): 367.
9
COMTE-SPONVILLE (2006): 91.
10
AQUINO (1994): 112.
11
Cf. COMTE-SPONVILLE (2006): 99.
12
HITCHENS (2008): 87.
13
AQUINO (1994): 110-113.
14
COMTE-SPONVILLE (2006): 104.
116
15
Ibíd., p. 106.
16
Ibíd., pp. 106-107.
17
BOECIO (1989): 203.
18
JOLIVET (1976): 519.
19
KANT (1988): 9.
20
Cf. COMTE-SPONVILLE (2006): 110.
21
Ibíd., p. 113.
22
Ibíd., p. 114.
23
Cf. Ibíd., pp. 112-120.
24
http://www.newadvent.org/fathers/0703.htm
25
HUME (2005:127).
26
COMTE-SPONVILLE (2006): 124.
27
JONAS (1998): 198.
28
Ibíd., p. 209.
29
COMTE-SPONVILLE (2006): 127.
30
COMTE-SPONVILLE (2006): 131.
31
Ibíd., p. 132.
32
FREUD (1953): 34.
33
COMTE-SPONVILLE (2006): 135.
34
FREUD (1953): 32.
35
Ibíd., p. 25.
36
COMTE-SPONVILLE (2006): 139.
37
ZUBIRI (1987): 410.
38
Ibíd., p. 430.
39
ZUBIRI (2003): 369.
40 Ibíd.
41
Ibíd., pp. 375-376.
42
ZUBIRI (2003): 375-376.
43
Ibíd., p. 379.
44
Ibíd., p. 381.
45
ZUBIRI (2003): 110-113.
46
Ibíd., p. 119.
47
ZUBIRI (2003): 120.
48
ZUBIRI (2003): 121.
49
Ibíd., p. 124.
50
ZUBIRI (2003): 128.
51
ZUBIRI (2001): 229.
52
ZUBIRI (2003): 195.
53
Cf. Ibíd., p. 153.
54
Cf. Ibíd., p. 196.
55
Ibíd., p. 199.
56
ZUBIRI (2003): 200.
57
Ibíd., p. 214.
58
ZUBIRI (2003): 221.
117
59
Ibíd., p. 231.
60
Ibíd., p. 233.
61
ZUBIRI (1984): 235.
62
ZUBIRI (2003): 244.
63
COMTE-SPONVILLE (2006): 46.
64
ONFRAY (2006): 72.
65
ZUBIRI (1997): 19.
66
COMTE-SPONVILLE (2006): 20.
67
COMTE-SPONVILLE (2006): 91.
68
ZUBIRI (2003): 119.
69
Ibíd., p. 121-122.
70
Ibíd., p. 121.
71
COMTE-SPONVILLE (2006): 125.
72
COMTE-SPONVILLE (2006): 32.
73
Ibíd., p.39.
74
Ibíd., p. 41.
75
Ibíd., p. 210.
76
ONFRAY (2006): 73.
77
ZUBIRI (2003): 157
78
ZUBIRI (1987): 410.
79
ZUBIRI (2003): 284.
80
Ibíd., p. 214.
118
Bibliografía
Sitios en red
Anónimo, newadvent.org [en línea], Lactancio, On the anger of God, http://www.
newadvent.org/fathers/0703.htm [Consulta: 10 de noviembre de 2009].
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