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EL CAPITALISMO UN SISTEMA POLÍTICO-ECONOMICO

Desde el siglo XVII, un capitalista es el hombre que posee abundante capital, dinero en
efectivo y un gran patrimonio y puede vivir de sus intereses y rentas. Más concretamente,
se designaba como capitalistas a los comerciantes, banqueros, rentistas y otras personas que
prestaban dinero, esto es, que utilizaban los capitales para hacer negocios o actuar como
intermediarios (1717). Entretanto, capitalista se iba empleando también para referirse a
cualquiera que ganase dinero mediante su actividad profesional si reunía el excedente de su
trabajo, de lo que ganaba más allá de lo que necesitaba gastar para su consumo, con el fin
de reutilizarlo para la producción y el trabajo (1813). Desde finales del siglo xviii, además,
cada vez fue más frecuente contemplar a los capitalistas como personas diferentes pronto,
incluso, como el polo opuesto a los trabajadores, como la clase de los patrones (propietarios
de empresas dentro del sistema de Verlag, industriales y comerciantes, que no vivían de su
salario o de sus rentas, sino de los beneficios que obtenían (1808). Este matiz claramente
ligado a la idea de las clases sociales se fue reforzando en los decenios posteriores, cuando
se incrementó la pobreza pública, estallaron los episodios revolucionarios de 1848-1849 y
se impuso la industrialización, con sus fábricas y su trabajo asalariado, también en
Alemania. En realidad, hasta principios del siglo xix los observadores habían ilustrado sus
análisis casi exclusivamente con las vivencias de Inglaterra, que por aquel entonces ya se
encontraba en pleno proceso de industrialización capitalista.
Durante casi todo el siglo XX, el capitalismo ha tenido que hacer frente a numerosas
guerras, revoluciones y depresiones económicas. La I Guerra Mundial provocó el estallido
de la revolución en Rusia. La guerra también fomentó el nacionalsocialismo en Alemania,
una perversa combinación de capitalismo y socialismo de Estado, reunidos en un régimen
cuya violencia y ansias de expansión provocaron un segundo conflicto bélico a escala
mundial. A finales de la II Guerra Mundial, los sistemas económicos comunistas se
extendieron por China y por toda Europa oriental. Sin embargo, al finalizar la Guerra fría, a
finales de la década de 1980, los países del bloque soviético empezaron a adoptar sistemas
de libre mercado, aunque con resultados ambiguos. China es el único gran país que sigue
teniendo un régimen marxista, aunque se empezaron a desarrollar medidas de liberalización
y a abrir algunos mercados a la competencia exterior. Muchos países en vías de desarrollo,
con tendencias marxistas cuando lograron su independencia, se tornan ahora hacia sistemas
económicos más o menos capitalistas, en búsqueda de soluciones para sus problemas
económicos.
En las democracias industrializadas de Europa y Estados Unidos, la mayor prueba que tuvo
que superar el capitalismo se produjo a partir de la década de 1930. La Gran Depresión fue,
sin duda, una gran crisis a la que se enfrentó el capitalismo desde sus inicios en el siglo
XVIII. Sin embargo, y a pesar de las predicciones de Marx, los países capitalistas no se
vieron envueltos en grandes revoluciones. Por el contrario, al superar el desafío que
representó esta crisis, el sistema capitalista mostró una enorme capacidad de adaptación y
de supervivencia. No obstante, a partir de ella, los gobiernos democráticos empezaron a
intervenir en sus economías para mitigar los inconvenientes y las injusticias que crea el
capitalismo, además de esto se dice que esta fue la mayor prueba que tuvo que superar el
capitalismo en la década de 1930, con la Gran Depresión. A raíz de ella, los gobiernos
europeos y estadounidenses empezaron a intervenir en sus economías para mitigar las
contrapartidas propias del capitalismo.

Lógicamente, el feudalismo tuvo grandes crisis en los siglos anteriores al nacimiento del
capitalismo, crisis que cada vez fueron mayores y que terminaron con los últimos vestigios
del sistema feudal, dando paso, además, al hermano político del capitalismo: la democracia.

La fase primera y previa del capitalismo se caracterizaron por:

Aumento poblacional y creciente emigración a las ciudades desde el campo.

Expansión ultra marítima europea, lo que llevo a ampliar aún más el incipiente
comercio inter-europeo.

Generalización desde el siglo XVI del uso del dinero.

Grandes revueltas campesinas.

Surgimiento de la burguesía, la clase de las ciudades, fuertemente vinculada al


comercio y a los servicios, especialmente los financieros.

Crisis progresiva en las actividades agrarias debido a la mayor productividad de las


incipientes actividades industriales.

Crisis creciente de las noblezas tradicionales, las cuales tuvieron que adaptarse poco
a poco a la situación.

La combinación de las ideas keynesianas con el capitalismo generaron una enorme


expansión económica; sin embargo, a principios de la década de 1960 la inflación y
el desempleo empezaron a crecer en todas las economías capitalistas. Los crecientes costes
de la energía -en especial del petróleo- fueron la principal causa del cambio.

Con el cambio de siglo, la burbuja de las (.COM); en 2001 y en 2007, la Gran Recesión,


una de las cuatro crisis mayores del capitalismo junto a la Gran Depresión.

Pese a las crisis que generan los ciclos económicos, el capitalismo ha demostrado ser un
sistema económico efectivo, que gracias a la iniciativa privada, el impulso de la
productividad y la competencia ha llevado el bienestar a muchos países, que se han
adaptado a su sistema y generado riqueza, la cual ha permitido establecer multitud de
medidas sociales

En definitiva, el concepto surgió desde un espíritu crítico y con un enfoque comparativo. A


menudo se utilizaba el término para describir fenómenos contemporáneos, que se
consideraban nuevos y modernos, en un marcado contraste con respecto a circunstancias
del pasado, o bien se empleaba para confrontar el presente con las ideas que se estaban
defendiendo y con los indicios ya observables del inicio del socialismo. El concepto
capitalismo surgió desde la perspectiva de un recuerdo, en ocasiones idealizado, de un
pasado diferente o bien desde el sueño de un futuro mejor esto es, una alternativa socialista,
y, mayoritariamente, en el contexto de una visión crítica del presente. Con todo, fue muy
útil para el análisis científico. Esta doble función lo convirtió en un concepto sospechoso, lo
que lo hacía también más interesante. Y, aunque ambas funciones podían ser incompatibles,
no necesariamente lo fueron en todos los casos. Así ha sido hasta hoy.
El capitalismo actual se caracteriza por ser un capitalismo de Estado, donde las
administraciones públicas administran cantidades cada vez mayores de fondos públicos, en
una tendencia muy marcada que no ha parado de subir en las últimas décadas.
A pesar de lo que las masas populares piensen, es el tamaño de las administraciones
públicas lo que ha aumentado de manera dramática, no el tamaño del tejido empresarial.
Esto es difícil de ver, pues da la sensación de que nunca ha habido tantas multinacionales y
empresas, pero la realidad es que el sector empresarial de pequeños productores está siendo
destruido poco a poco, pasando la mayoría de estos a depender del Estado o de esas grandes
multinacionales.
Por ello, podemos decir que el capitalismo actual tiene por principal característica la de ser
un capitalismo de estado, social o de tercera vía, donde las administraciones y servicios
públicos son cada vez más representativos.
Al lado de este proceso de estatalización o de socialización de los servicios esenciales,
tenemos la otra característica fundamental del capitalismo actual, que no es otra que la de
ser un capitalismo globalizador, es decir, marcadamente internacionalista.
Este capitalismo actual globalizador parece que ejerce una presión cada vez más fuerte por
una mayor integración del mundo en un sistema global unificado, que eventualmente y de
manera inevitable parece que desembocará en la unión mundial bajo el liderazgo de un
gobierno global.

El capital se reproduce cuando en la producción de mercancías el trabajo humano genera


plusvalía. Plusvalía viene de plus (más) valor. Si el valor monetario de los bienes y
servicios producidos equivale al valor inicial de las materias primas y la energía requeridas
más el salario de los trabajadores, no habría plusvalía. Habríamos gastado lo mismo que
habríamos ganado. La plusvalía surge cuando se produce un valor añadido sobre esa suma,
cuando los empleados trabajan de más.
Marx aborda en profundidad, como una de las características del capitalismo, la
acumulación, en principio ilimitada, esto es, la formación y la multiplicación permanente
del capital, en cierto modo como un fin en sí mismo, primero como acumulación originaria,
por la transferencia desde otras áreas (no sin desposesión y no sin violencia), y más tarde
como reinversión de los beneficios que, a fin de cuentas, procedían del valor creado por el
trabajo: el capital se presentaba así como trabajo coagulado. Como núcleo del modo de
producción capitalista, Marx identifica la relación de tensión que existe entre los
capitalistas, en calidad de propietarios de los medios de producción, y los empresarios y
gerentes que dependen de ellos, por una parte, y los obreros libres contratados a cambio de
una remuneración o un salario y que no poseen los medios de producción, por otra. Ambos
bandos se encuentran vinculados por una relación basada en el intercambio (de la fuerza de
trabajo o la prestación del trabajo por el salario o la remuneración, considerando el trabajo
o la fuerza de trabajo como mercancía), así como por una relación de dominación y
dependencia que permite la explotación del obrero por parte del capitalista; una explotación
en el sentido de que hay una parte del valor creado por el obrero lo que se conoce como
plusvalía que ni se pone a su disposición ni se le paga, sino que pasa a las manos del
capitalista o empresario, quien destinará una porción de ella a la acumulación y otra, a
cubrir su propio consumo. La relación entre el capital y el trabajo asalariado entendida de
tal modo no solo estimula la dinámica del sistema, según Marx, sino que también
desencadena la lucha de clases, que a largo plazo lleva a que la burguesía y el proletariado
se enfrenten como enemigos irreconciliables. Con ello, se creaban las condiciones
necesarias para la revolución del proletariado, que acabaría con el sistema capitalista para
sustituirlo por otro, en concreto por la alternativa socialista o comunista, que, sin embargo,
Marx nunca describió con mayor detalle. Con esta previsión, que al mismo tiempo también
puede leerse como un llamamiento al proletariado para que asuma su deber histórico, se
transformó su visión teórica en una indicación práctica para la acción política.
Se puede imaginar sin problemas el cuadro de una mundialización futura, en adecuación a
esta forma de la ley del valor. Los centros dominantes tradicionales mantendrían sus
ventajas, reproduciendo las jerarquías que ya aparecen: los Estados Unidos conservarían la
hegemonía mundial (con sus posiciones dominantes en la investigación, el desarrollo, el
monopolio del dólar, y el de la gestión militar del sistema), acompañado por los segundos
(Japón con su contribución a la investigación-desarrollo, Gran Bretaña como socio
financiero, Alemania con su control sobre Europa). Las periferias activas de Asia del Este,
de Europa Oriental y de Rusia, India, América Latina constituirían las áreas periféricas
principales del sistema, mientras África y los mundos árabe e islámico, marginalizados,
serían dejados a sus propias convulsiones, que no amenazan nada más que a ellos mismos.
Incluso en los centros, la intensificación de las actividades determinadas por los cinco
monopolios citados implicaría la gestión de una sociedad con dos velocidades como ya se
suele decir. Es decir marginalizar partes importantes de la población con la miseria, los
subempleos y el paro. Esta mundialización, que se ve a través de las opciones elegidas y
que el neoliberalismo intenta legitimar presentándola como una transición hacia la felicidad
universal, no es inevitable. Al contrario, la fragilidad del modelo es obvia. Para garantizar
su estabilidad se supone que los pueblos van a aceptar siempre las condiciones inhumanas
que se les da, o que sus rebeldías permanecerán esporádicas, aisladas entre ellas,
alimentándose de ilusiones (étnicas, religiosas, etc.) y entrando en un callejón sin salida.
Por supuesto la gestión política del sistema, reuniendo la movilización de los medios de
comunicación, con los recursos militares, intentará perpetuar esa situación, que todavía
domina la escena hoy en día. En oposición a eso, las estrategias para contestar de manera
eficaz al desafío de esa mundialización imperialista tendrían que poner como objetivo la
reducción de la potencia de los cinco monopolios, y definir a partir de eso las nuevas
opciones de desconexión. Sin hablar de manera específica de esas estrategias, que sólo
pueden ser concretas y basadas en la movilización real de las fuerzas políticas y sociales
populares y democráticas, distintas en función de cada país, podemos enumerar los grandes
principios que permitirían a las luchas populares anti sistémicas organizarse.
Hay que tener claro que el capitalismo moderno tiene dos enfoques de producción que son
la tierra y la tecnología, estos dos mal llamados medios de producción no producidos,
corresponden a la peculiar clase de mercancías que tienen un precio sin tener ningún valor,
mercancías por las cuales debemos pagar aunque ellas mismas no sean producto del
proceso de trabajo. Mientras el precio que tiene el uso de la ventaja comparativa de las
tierras excepcionalmente productivas se llama renta de la tierra, el precio del uso de una
innovación técnica potenciadora de la productividad se llama ganancia extraordinaria. Si
estos dos precios no fueron considerados usualmente bajo la misma categoría, ello se debe
únicamente a que parecen ser de distinto orden: mientras la renta de la tierra se mostró
siempre a sí misma como una parte necesaria y permanente del precio de la mercancía, la
“ganancia extraordinaria” prefirió ocultarse y aparecer sólo como una parte accidental y
transitoria de ese precio. Dos ganancias impuras, no justificadas por la legalidad mercantil-
capitalista una legalidad basada en la ley del valor y la equivalencia del trabajo, deben salir
sin embargo del fondo común de las ganancias propia y puramente capitalistas. La
reproducción de la riqueza capitalista únicamente puede continuar si la formación de la tasa
media de ganancia incluye, por un lado, la ganancia determinada por una propiedad basada
en la violencia, y no sobre el trabajo, y, por otro, la ganancia determinada por el desnivel
técnico de los propietarios, y no, otra vez, por el trabajo.

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