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Diego M. Papayannis∗
∗
Investigador del grupo de filosofía del derecho y de la Cátedra de Cultura Jurídica de la Universidad de Girona.
Este trabajo fue realizado en el marco del proyecto DER2010-21331-C02-02, del Ministerio de Ciencia e Innovación
(España). Me he beneficiado mucho de los comentarios de Nicola Muffato a un primer borrador. Asimismo,
agradezco las sugerencias de Martín Hevia, Sergio Muro, Eduardo Rivera López, Ezequiel Spector y Eduardo
Stordeur (h) expresadas en el seminario de la Escuela de Derecho de la Universidad Torcuato Di Tella.
1 FEINBERG, 1984: 33-34.
de responsabilidad extracontractual incluyen dos tipos de factores: subjetivos y objetivos. Los
factores subjetivos son la culpa y el dolo. Los factores objetivos pueden ser diversos, pero el
riesgo creado o el beneficio obtenido son los más comunes. La gran diferencia entre los
factores subjetivos y los objetivos no se ubica en la reprochabilidad de la conducta sino en su
incorrección. Una conducta culposa o dolosa siempre será incorrecta, mientras que una
conducta riesgosa, aunque genere responsabilidad, no tiene por qué constituir la violación de
ningún estándar de comportamiento.
Por último, en cuanto a la causalidad, más allá de la concepción de los juicios causales que se
sostenga, deseo enfatizar que es un presupuesto complejo. En la doctrina jurídica, el requisito
de causalidad tiene un aspecto puramente fáctico y otro normativo. Ambos aspectos son
claramente distinguibles. Cuando nos preguntamos si la acción del agente causó el daño
sufrido por la víctima, nuestra pregunta apunta a una investigación empírica respecto de
cómo ocurrieron los hechos y si existe una conexión fáctica entre ellos. En el caso más sencillo
nos estamos preguntando si la acción del agente fue, en las circunstancias en que tuvo lugar,
condición necesaria para la producción del daño. De haberse omitido esta acción, ¿se habría
producido el daño igualmente? Por supuesto, responder esta pregunta no requiere
únicamente un conocimiento sobre las circunstancias del caso; es necesario también poder
explicar la conexión entre los eventos (la acción u omisión y el resultado) como una
instanciación particular de una ley causal general. Recién entonces podrá afirmarse la
existencia de una relación causal entre la conducta del demandado y el perjuicio de la víctima.
El aspecto fáctico del requisito de causalidad no debe ser confundido con su aspecto
normativo. Los juristas al analizar la causalidad no se limitan a verificar la conexión que he
señalado en el párrafo anterior; además, realizan consideraciones de política jurídica para
decidir si el resultado, fácticamente ligado a la acción del demandado, puede serle atribuido.
En general, la lejanía causal, la imprevisibilidad o el hecho de que la acción solo haya
adelantado en el tiempo un resultado inevitable cuentan como razones para limitar o
suprimir, según el caso, la responsabilidad. Este problema –que en el derecho continental es
abordado por la llamada causalidad adecuada y en el derecho anglosajón por la doctrina de la
proximate cause– no tiene ninguna vinculación con la investigación causal en sentido estricto2.
Es importante desatacar que los tres elementos aquí expuestos son necesarios y
conjuntamente suficientes para la obligación de compensar y, por correlación, para el derecho
a ser indemnizado. Asimismo, son conceptualmente independientes. Esto significa que la
presencia de un elemento no determina la concurrencia de los otros. De ahí que pueda
suceder que un individuo sufra una pérdida sin que nadie sea responsable por ella; por
ejemplo, porque la acción del demandado no es subsumible en ningún factor de atribución
vigente –es decir, no es culposa ni riesgosa– o, aun siendo subsumible, no está vinculada
causalmente con el daño. En estos casos, al menos un presupuesto de la responsabilidad está
ausente.
Estas brevísimas consideraciones dogmáticas intentan capturar el núcleo más básico del
razonamiento jurídico que culmina en un juicio de responsabilidad. Acordar a grandes rasgos
en esta caracterización es fundamental para evaluar la capacidad explicativa de las distintas
teorías. Una teoría que pretenda explicar el sentido de la responsabilidad extracontractual
deberá especificar cómo estos elementos del discurso dogmático se relacionan con algún
principio o conjunto de principios más fundamentales. Así, algunos teóricos interpretan que
los presupuestos de la obligación de compensar son la plasmación jurídica del principio de
3
Axileas causa un perjuicio a Xenofonte. A la vez, difícilmente podría decirse que Xenofonte
perjudica a Axileas con su sueño. No obstante, observa COASE, sería un error inferir a partir de
esto que Axileas debe ser responsabilizado a fin de evitar el perjuicio a Xenofonte. La decisión
del Estado en estas circunstancias afectará necesariamente a uno de ellos. Si se permite que
Axileas lleve adelante sus clases de trombón, se estará perjudicando a Xenofonte. En
contraste, si se protege a Xenofonte prohibiendo a Axileas tocar música en su casa, este último
resultará perjudicado. La causalidad es irrelevante en estas situaciones: contra lo que sugiere
el enfoque tradicional, no hay un agente dañador y una víctima identificados como tales por la
dirección causal. Para decirlo de otro modo, dado que las decisiones sobre la responsabilidad
siempre perjudican a alguno de los involucrados, ninguno de ellos puede en sentido estricto
ser considerado «causante» del daño. Queda a cargo del Estado decidir a quién perjudicar, y
esta decisión no puede tomarse sin evaluar qué se gana y qué se pierde con cada alternativa.
De esta manera, cuando Xenofonte demanda a Axileas por los daños que le causó con sus
clases de trombón, el juez no debería investigar si Axileas produjo un nivel de ruido
irrazonable que impidió dormir a Xenofonte. El juez debería intentar determinar cuáles son
los beneficios y los costes que se derivan de responsabilizar a Axileas y cuáles se siguen de
responsabilizar a Xenofonte. Si resulta que tanto las clases de Axileas como el sueño de
Xenofonte producen beneficios sociales, pero el coste para Axileas de insonorizar su casa es
de 100 y el coste para Xenofonte de utilizar tapones en sus oídos es de 20, la riqueza se
maximiza cuando se niega a Xenofonte la posibilidad de exigir una indemnización. En ese caso,
Xenofonte invertirá 20 en los tapones y ello maximizará la riqueza agregada. El perjuicio que
sufre Xenofonte es reducido al menor coste posible cuando se le brindan incentivos para que
sea él quien adopta las medidas y no Axileas. Las cuestiones distributivas, el hecho de que sea
Xenofonte quien debe realizar el gasto en prevención en lugar de su vecino, son
independientes de las cuestiones de eficiencia. La responsabilidad extracontractual solo se
ocupa de estas últimas. Tal vez alguna otra rama del derecho, como el derecho tributario y del
gasto público, se encargue de las primeras. En conclusión, la dirección causal no debería jugar
ningún papel en las decisiones relativas a la responsabilidad. La decisión debe tomarse
teniendo en cuenta los incentivos que se generaran a futuro para que los agentes dañadores
tomen las medidas precautorias eficientes; y, con ese fin, el derecho debería considerar que la
falta de insonorización es la causa del daño. Solo de esta manera se minimizará el valor
esperado de los daños.
En consonancia con lo anterior, los trabajos más importantes de análisis económico de la
responsabilidad extracontractual asumían que la causalidad entendida del modo tradicional
era un obstáculo para la minimización del coste de los accidentes. Casi al mismo tiempo en
que COASE publicaba su trabajo, apareció un artículo de Guido CALABRESI, «Some Thoughts on
Risk Distribution and the Law of Torts», que adopta el mismo enfoque6. Posteriormente, en
«The Costs of Accidents», CALABRESI explícitamente se pronunció en contra de lo que
podríamos denominar la visión relacional de la responsabilidad extracontractual, de acuerdo
con la cual la obligación del agente dañador y el derecho de la víctima están indefectiblemente
correlacionados por la relación causal que une la acción del primero con la pérdida del
segundo. Para CALABRESI, existe un mito bien asentado respecto de que los costes de los
accidentes deben ser asignados a los agentes dañadores o a las víctimas. Sin embargo, no hay
razones económicas para limitar la asignación de las pérdidas a uno de estos dos grupos. En
su opinión, «no existe virtualmente límite alguno a la manera en que podemos asignar o
6 CALABRESI, 1961. Aunque fue publicado al año siguiente, CALABRESI ya había escrito su trabajo antes de la
5
imputen al agente solo los costes que genera su actividad, a fin de que pueda realizar un
análisis adecuado para determinar qué daños es conveniente evitar. Los litigios que se
producen van formando una base actuarial útil para ese cálculo. Esta, reconoce CALABRESI, no
es la única manera de elaborar una base actuarial con estas características, por ello, la
exigencia de causalidad no es esencial en el derecho de daños. En su opinión, un modo mucho
más económico de lograr el mismo resultado es mediante un muestreo aleatorio de los costes
esperados asociados con ciertas actividades. Cuál sea la alternativa más eficiente dependerá
de los costes de administrar cada una de ellas14.
Hasta aquí, el AED parece incapaz de encontrar un fundamento económico sólido para la
doctrina de la causalidad que permita ofrecer una explicación de la práctica reconocible por
los juristas. Esto cambió ligeramente con el modelo elaborado por Steven SHAVELL, de acuerdo
con el cual la causalidad cumple la función esencial de limitar el alcance de la responsabilidad
de los agentes a fin de impedir que ciertas conductas socialmente valiosas dejen de
realizarse15. A continuación, analizaré este modelo.
6
desarrollen cáncer, y ello podría llevarla a abandonar la producción de un bien que era
valorado en el mercado. En este contexto, las doctrinas de la causalidad pueden ser empleadas
para limitar el alcance de la responsabilidad a los daños que son consecuencia de la actividad
empresarial. De no aplicarse estas doctrinas, la empresa sería obligada a compensar en
exceso, más allá de su contribución en la generación del perjuicio sufrido por sus empleados,
que bien podría estar determinado por muchos otros factores, como la contaminación
ambiental, la alimentación o una predisposición genética. La tesis de SHAVELL es que la
exigencia de causalidad sirve de este modo a maximizar la riqueza social impidiendo que se
cargue a algunas actividades los costes generados por otras17.
A fin de analizar con un poco más de detalle esta reconstrucción, veamos otro de los muchos
ejemplos que discute. Imaginemos que un ciclista, al entrar a un parque, puede verse
involucrado en un accidente con un deportista que sale a trotar. Supongamos, también, que el
deportista en cualquier caso podría sufrir el mismo daño. Digamos que si no se cruza con el
ciclista tropieza con una rama que le produce una lesión idéntica. En el cuadro que sigue se
ilustra esta situación. Cuando hay poca visibilidad, sin importar lo que haga el ciclista, la
pérdida de 200 se producirá en todo caso. Cuando la visibilidad es moderada, en cambio, el
ciclista tiene algún control sobre el daño. Por último, en condiciones óptimas de visibilidad, no
se producirá daño alguno (asumiendo que el ciclista no se comporte dolosamente, por
supuesto).
Cuadro 1
Estados
Nota: el coste de la precaución es de 1 y el beneficio que obtiene el ciclista al entrar al parque es de 2,5
En el estado de mundo en que hay poca visibilidad no diríamos que el ciclista causa
fácticamente el resultado cuando entra al parque (E) y lesiona al deportista, porque las
consecuencias (RE) que se siguen de la acción de entrar al parque son idénticas a las que se
hubiesen producido si el ciclista se hubiese abstenido de entrar (¬E). En términos formales,
SHAVELL sostiene que una acción E es la causa de un resultado RE, en relación a otra acción
(¬E) siempre que RE ≠ R¬E18. La cuestión es que si un resultado se mantiene constante
respecto de una acción y su omisión, ninguna de ellas puede ser condición contribuyente de
ese resultado. La ausencia de conexión fáctica, entonces, es razón suficiente para reducir el
alcance de la responsabilidad. De lo contrario, es decir, si el agente es obligado a reparar los
10
ilustrar cómo la restricción del ámbito de la responsabilidad puede ser una herramienta útil
para evitar que los individuos abandonen actividades socialmente beneficiosas. Esto requiere,
entre otras cosas, que se cumplan las siguientes condiciones: i) que los tribunales cuenten con
información perfecta respecto de los valores esperados en cada estado del mundo posible; ii)
que los agentes también dispongan de información perfecta, de modo que encuentren
ventajoso adoptar las medidas precautorias eficientes; y iii) que ni los tribunales al evaluar la
responsabilidad de los agentes, ni los individuos al tomar sus decisiones, cometan errores25. Si
alguna de estas condiciones estuviese ausente, la limitación de responsabilidad no traería las
consecuencias beneficiosas deseadas.
El problema es que en la explicación de SHAVELL estos presupuestos, que son esenciales en
su análisis de la responsabilidad objetiva, se convierten en un estorbo al momento de dar
sentido a las doctrinas de la causalidad bajo un régimen de culpa. Cuando la regla que rige la
actividad del agente dañador es la culpa, no se requiere restringir el ámbito de su
responsabilidad a fin de que no abandone actividades socialmente valiosas. La culpa,
justamente, es un tipo de regla que no afecta los incentivos de los agentes para alterar su nivel
de actividad. Ello es así porque una vez satisfecho el estándar de diligencia, el agente deja de
ser responsable de los daños que causa. Por consiguiente, no necesita ningún incentivo
adicional para continuar con la actividad. Realizará la actividad siempre que los beneficios
que obtiene de ella sean superiores al coste de las medidas precautorias eficientes, es decir,
las necesarias para liberarse de responsabilidad. En el ejemplo anterior, si la regla fuese la
culpa, el ciclista debería elegir entre las siguientes opciones:
a) El ciclista entra al parque y no es diligente: 2,5 – (0,01).(200) – (0,02).(100) = – 1,5.
b) El ciclista entra al parque y es diligente: 2,5 – 1 = 1,5.
c) El ciclista no entra al parque: 0.
Evidentemente, el ciclista elegirá entrar al parque y ser diligente, y para lograr ese resultado
no se requiere excluir del ámbito de su responsabilidad ningún estado del mundo. Pero esto
no es todo. Como el propio SHAVELL reconoce, restringir el ámbito de la responsabilidad puede
traer incluso consecuencias negativas, ya que esta medida exacerba los incentivos de los
agentes para involucrarse en actividades ineficientes (en las cuales el beneficio privado es
inferior al coste que se impone a otros) y también reduce los incentivos para tomar
precauciones óptimas26. Así las cosas, ¿qué explica la limitación de la responsabilidad en un
régimen de culpa? Para SHAVELL, el único modo de explicarlo es reconociendo que un
elemento de responsabilidad objetiva está inherentemente presente en la regla de la culpa.
Aún bajo el imperio de esta regla, algunos agentes dañadores que obran con el cuidado debido
serán de todas maneras juzgados culpables por los tribunales. Los jueces pueden cometer
errores tanto en la formulación del estándar de diligencia como en la reconstrucción de los
hechos del caso. A su vez, los agentes dañadores también pueden equivocarse al decidir el
nivel de diligencia que adoptan. Introducidos estos factores, arguye SHAVELL, cumplir con el
estándar de diligencia no es suficiente para liberarse de responsabilidad, razón por la cual
ambas reglas terminan asemejándose considerablemente. En consecuencia, el análisis de la
responsabilidad objetiva se torna relevante para estudiar la responsabilidad por culpa27.
Este salto, por cierto, solo puede darse renunciando a los presupuestos antes mencionados,
de acuerdo con los cuales los tribunales y los agentes cuentan con información perfecta y
11
nunca cometen errores. Dicho de otro modo, dado que no es posible sostener al mismo tiempo
los presupuestos empleados en el análisis de la responsabilidad objetiva y los presupuestos
empleados para analizar la culpa, la explicación de SHAVELL nos exige aceptar ahora que los
jueces pueden cometer errores y que esto no afecta la eficiencia de las decisiones de restringir
el ámbito de la responsabilidad cuando el régimen es la responsabilidad objetiva28. Esta
inconsistencia metodológica desvirtúa el valor teórico de su enfoque.
Creo que las tres críticas que he expuesto son suficientes para descartar el modelo de
SHAVELL. Sin perjuicio de ello, en el siguiente apartado desarrollaré un nuevo argumento para
rechazar las interpretaciones económicas de la causalidad. Este argumento pretende socavar
definitivamente las aspiraciones reduccionistas del AED, dejando a la vez espacio para una
genuina explicación económica de la responsabilidad extracontractual.
Cuadro 2
Nivel de Medidas Probabilidad de Valor del Valor esperado Coste total del
precaución precautorias daño daño del daño accidente
N0 0 0.7 100 70 70
N1 10 0.55 100 55 65
N2 21 0.40 100 40 61
N3 33 0.35 100 35 68
14
La conclusión a la que he llegado no debería ser muy controvertida, ya que fue sostenida por
las posiciones más ortodoxas como la de LANDES y POSNER. Según estos autores, los enunciados
causales son el resultado, y no las premisas, del análisis económico del derecho de daños. Así,
se considera que un individuo causa un daño cuando es quien puede evitarlo de modo más
económico y no lo hace. Esto no significa que los juristas puedan o deban prescindir de los
conceptos centrales que estructuran la práctica de la reparación de daños, ya que a menudo
no están capacitados para transmitir las ideas económicas contenidas en las nociones
tradicionales. Pero para el economista las cosas son distintas, ya que no depende de los
términos causales para estudiar el derecho de daños. En su lugar, puede abordar los casos en
que se planteen cuestiones de causación simplemente preguntándose cómo serían resueltos
por la fórmula de Hand, puesto que la fórmula es un algoritmo para decidir las cuestiones de
responsabilidad en general y no solo las relativas a la negligencia de los agentes35.
Explícitamente afirman que «la violación de un estándar no es negligencia o, si uno desea usar
la palabra, no es la causa de un accidente» cuando los costes esperados no disminuyen con un
nivel mayor de medidas precautorias36. La idea es que señalar como causante a un individuo
tiene sentido en la medida en que responsabilizarlo brinde a los agentes los incentivos
necesarios para minimizar el coste de los accidentes en el futuro. Desde esta perspectiva,
carece de sentido sostener que alguien causó un daño pero no debe ser responsabilizado por
ello. Para la dogmática tradicional, en cambio, la causalidad es solo un elemento necesario de
la responsabilidad, no suficiente.
En definitiva, la fórmula de Hand, que usualmente está asociada a la definición económica de
culpa, es en realidad un juicio concluyente de responsabilidad cuyo contenido se proyecta
sobre los conceptos centrales del derecho de daños. Esto también puede apreciarse
claramente en algunos trabajos posteriores que intentan formalizar la causalidad en función
de tres variables: a) la probabilidad de que ocurra el accidente; b) el valor del daño; y c) las
medidas precautorias que pueden adoptarse para prevenirlo37. Salta a la vista que esta
formalización de la causalidad incorpora exactamente los mismos elementos que la fórmula
de Hand. Creo que lo interesante de este argumento es que demuestra las dificultades que
enfrenta el AED para evitar el reduccionismo de las posiciones más ortodoxas. Este
reduccionismo impide distinguir conceptos que en la práctica son esencialmente distintos. En
particular, la culpa y la causalidad, que para cualquier jurista familiarizado con la
responsabilidad extracontractual, son presupuestos lógicamente independientes, colapsan en
un mismo balance entre costes y beneficios. Este colapso conceptual trae consecuencias
implausibles para la teoría económica, tal como intentaré mostrar a continuación.
35 LANDES y POSNER, 1983: 110-111. En nota al pie, los autores sostienen que este es el enfoque que
implícitamente adoptaron en su trabajo «The Positive Economic Theory of Tort Law» (1981).
36 LANDES y POSNER, 1983: 113 (la cursiva me pertenece).
37 Véase COOTER, 1987: 523 y 540.
15
anterior, no obstante, me gustaría formalizarlo para expresar la idea de la manera más clara
posible.
Representemos a cualquier individuo x que satisface la fórmula de Hand con la expresión
Hx, a quien es culpable con Kx y a quien es causante con Cx. Así, uno puede resumir las tesis
del AED del siguiente modo:
1. ∀x (Kx ↔ Hx)38
2. ∀x (Cx ↔ Hx)39
40 Según DAVIDSON, la caridad nos viene impuesta en la interpretación de las acciones y las palabras de otros. Si
queremos comprenderles, debemos aceptar aquella descripción de su conducta que da mayor sentido a sus
acciones y expresiones. Debemos evitar atribuirles creencias falsas o contradictorias. La comprensión más amplia
se produce cuando interpretamos de modo tal que se optimice el acuerdo (véase DAVIDSON, 1974: 19). Sin duda,
existiendo claros indicios de irracionalidad deberíamos cuestionar la interpretación caritativa. De acuerdo con una
versión moderada del principio de caridad, no debe juzgarse que las personas sean irracionales, salvo que dispon-
gamos de evidencia que sugiera una violación de las reglas de inferencia (véase THAGARD y NISBETT, 1983: 252).
Paralelamente, el principio de humanidad supone que los individuos son esencialmente iguales en cuanto a su
disposición al comportamiento racional. Véase MACDONALD y PETTIT, 1981: 31-32.
41 Véase, por ejemplo, GRADY, 1983; KAHAN, 1989.
17
negación del antecedente implica la negación del consecuente. El razonamiento expuesto
muestra que la negación de la culpa implica la negación de la causalidad, y viceversa. Pero si
las relaciones de la culpa y de la causalidad con la fórmula de Hand no fuesen representadas
mediante bicondicionales, mi argumento no se sostendría con idénticas consecuencias. Por
ello, debe decirse algo respecto de la corrección de mi reconstrucción.
Piénsese en una noción económica de culpa representada solo por un condicional material
como el siguiente: ∀x (Hx → Kx). Esto significa que si satisface la fórmula de Hand, el agente
dañador es culpable. No obstante, esta definición admite que un individuo sea culpable pese a
que su conducta no satisfaga la fórmula de Hand. Es decir, el comportamiento antieconómico
sería condición suficiente, pero no necesaria, de la culpa. Podría haber otras conductas que,
aunque sean más beneficiosas que perjudiciales, fuesen consideradas culpables de todas
formas. Pero de ser este el caso, el AED no podría sostener que el contenido del concepto de
culpa está determinado por la fórmula de Hand. La fórmula de Hand solo determinaría
parcialmente su significado. Ello no encaja del todo bien con la pretensión de los partidarios
del AED de comprender la culpa apelando exclusivamente a un análisis coste-beneficio. Más
importante todavía, no debe pasar inadvertido que una noción más amplia, que supere los
límites de la fórmula de Hand, no serviría en absoluto a la maximización de la riqueza. Con
frecuencia sería señalado como culpable incluso quien no era el evitador más económico del
accidente. Para evadir esta consecuencia, la relación entre la culpa y la fórmula de Hand debe
estar representada mediante un bicondicional. Por lo dicho más arriba, un argumento análogo
es aplicable a la causalidad.
Otra alternativa sería considerar que la fórmula de Hand es solo condición necesaria, pero no
suficiente, de la culpa del agente: ∀x (Kx → Hx). Esta reconstrucción tiene la ventaja de ser
muy intuitiva, pues usualmente se acepta que la posibilidad de evitar daños a terceros de
modo económico es un elemento relevante para determinar la violación del estándar de
diligencia exigible. Así, la conducta antieconómica sería un componente de la culpa, entre
otros, pero no la agotaría. De aquí se sigue que no toda conducta ineficiente sería
jurídicamente culpable; y en los supuestos regulados por responsabilidad subjetiva ocurriría
que algunas conductas ineficientes no cargarían con los costes que imponen a terceros, por lo
tanto, quienes las realizan no tendrían incentivos para evitar los perjuicios. Esto mismo puede
predicarse de la causalidad. Si la fórmula de Hand fuese una condición necesaria de ella,
muchas conductas que satisfacen la fórmula quedarían fuera del ámbito de la responsabilidad.
En síntesis, si la fórmula de Hand fuese condición suficiente, pero no necesaria, de la culpa
(o de la causalidad), los resultados serían ineficientes porque los efectos de la responsabilidad
alcanzarían a muchas conductas socialmente valiosas, lo que indudablemente generará una
disminución en su frecuencia. Si, por otra parte, la fórmula de Hand fuese condición necesaria,
pero no suficiente, de la culpa (o de la causalidad), el resultado también sería ineficiente
porque muchas conductas irrazonables, más costosas que beneficiosas, caerían fuera del
ámbito de la responsabilidad y ello generaría incentivos incorrectos en los potenciales
agentes dañadores. Las únicas interpretaciones que hacen de la culpa y de la causalidad dos
instrumentos aptos para maximizar la riqueza, asocian ambas nociones con la fórmula de
Hand en los términos de un bicondicional, tal como se explicó en el comienzo de este
apartado. Las reconstrucciones alternativas padecen los típicos problemas de infra y sobre-
inclusión. No obstante, la interpretación que más sentido económico tiene genera, a la vez,
una imagen distorsionada de la práctica, en la cual los participantes son irracionales.
Así las cosas, parece que la única manera de evitar la contradicción consiste en prescindir
del lenguaje causal, como sugerían LANDES y POSNER, y explicar el derecho de daños a partir de
18
un juicio concluyente de responsabilidad contenido en la fórmula de Hand. En el próximo
apartado mostraré por qué esta estrategia tampoco es viable.
4.1-Causalidad y probabilidad44
La perplejidad que invade a WRIGHT se debe a que su planteo parte de observar que ciertos
hechos pueden ser condiciones causales pese a no producir resultado alguno. Entonces, es
natural preguntarse en qué sentido se trata de condiciones causales. La cuestión cambia, en mi
opinión, si el punto de partida se ubica en la indagación de ciertos eventos que se pretende
explicar.
A menudo, cuando nos preguntamos por qué ocurrió un determinado evento, estamos
buscando una explicación causal, que presupone ciertas leyes de cobertura. En el caso más
sencillo, una proposición general que afirma una conexión causal entre dos clases de eventos,
digamos A y B, equivale a la enunciación de una ley general según la cual siempre que ocurre
A tiene lugar B45. Supongamos que deseamos explicar por qué ocurrió la recuperación de
Xenofonte que padecía una infección por estreptococos. Si todas las personas a quienes se les
1989. Para una reseña general del tema, véase WILLIAMSON, 2009; y MARTÍNEZ MUÑOZ, 1993.
45 HEMPEL, 1962: 90.
19
suministra penicilina se recuperan de tales infecciones, y Xenofonte fue sometido al
tratamiento indicado, entonces, deductivamente podríamos explicar que Xenofonte se
recuperó de la infección porque recibió la dosis adecuada de penicilina; o, que la causa de la
mejora de Xenofonte fue el suministro de penicilina. Pero, ¿qué pensaríamos si no todas las
personas que reciben la penicilina se recuperan de la infección? ¿Podría explicarse la
recuperación de Xenofonte haciendo referencia a una generalización estadística de acuerdo
con la cual casi todas las personas que toman penicilina se recuperan?46 Seguramente, una
explicación de la recuperación de Xenofonte basada en que el 90% de las personas que toman
penicilina se recuperan será menos satisfactoria, pero todavía persuasiva. Para esta visión,
que PAPINEAU denomina estándar, un evento explica otro siempre que el primero genere una
alta probabilidad de que tenga lugar el segundo47.
Este tipo de vinculación entre altas probabilidades y explicación causal enfrenta una seria
dificultad. Imaginemos que en una subcategoría de personas, los mayores de 70 años, por
ejemplo, el porcentaje de pacientes que se recupera es drásticamente más bajo. Supongamos
que es del 10%. Si Xenofonte tuviese más de 70 años y fuese tratado con penicilina podrían
ocurrir dos cosas: a) que se recupere; o b) que no se recupere. El problema es que cualquiera
de estos dos eventos podría ser explicado por nuestras generalizaciones estadísticas. Si
Xenofonte se recupera, seguramente ello se debe a que el 90% de las personas que son
tratadas con penicilina mejoran. Pero si Xenofonte no se recupera, ello también puede ser
explicado porque siendo mayor de 70 años, existe un 90% de probabilidades de que no se
recupere. El truco está en tomar una clase de referencia diferente para cada caso. Esta
consecuencia teóricamente inadmisible puede evitarse si se procura que las generalizaciones
estadísticas (las probabilidades) empleadas en la explicación correspondan a clases
homogéneas. En este ejemplo, la clase de las personas no es homogénea porque puede ser
subdividida en aquellos mayores y menores de 70 años, y a cada subclase o categoría
corresponde una probabilidad distinta de recuperación. En definitiva, la explicación de la
recuperación de Xenofonte basada en la generalización según la cual el 90% de las personas
tratadas con penicilina mejoran es inadecuada porque no emplea una clase de referencia
homogénea48.
La visión estándar o tradicional se apoya en la fuerte intuición de que las altas
probabilidades parecen tener poder explicativo. Mientras más alta sea la probabilidad
contenida en la generalización estadística, más fuerza tendrá la explicación. No obstante, si
nos dijesen que fumar incrementa en un 10% la probabilidad de contraer cáncer de pulmón,
difícilmente podríamos explicar el cáncer de Xenofonte por el hecho de que fuma, porque
conforme con la visión tradicional, la generalización estadística es muy baja como para
explicar el cáncer. Podemos ahora dudar si las altas probabilidades son el único modo en que
las probabilidades se relacionan con la explicación causal. Un modo alternativo es el sugerido
por autores como Patrick SUPPES49 o Wesley SALMON50. Más allá de las cuestiones de detalle en
cada concepción, o cómo han variado a lo largo del tiempo, lo esencial de esta visión, que
podemos denominar incremental, es que define la causa como toda condición que hace más
probable el resultado que se pretende explicar. Las causas, en otras palabras, incrementan las
probabilidades de que un resultado tenga lugar. Así, ninguna condición debe ser tenida como
causa de un evento si no aumenta sus probabilidades. Esto significa que fumar (F) puede ser
20
una causa del cáncer (C) siempre que Prob (C/F) > Prob (C/¬F) o, lo que es lo mismo, que
Prob (C/F) > Prob (C).
Este modelo, a diferencia del tradicional, no exige que las probabilidades que forman parte
de la generalización estadística correspondan a clases homogéneas. Podría darse el caso de la
probabilidad de cáncer se incremente por el consumo de tabaco, pero de manera agravada
entre quienes tienen una predisposición genética (G). Veamos un ejemplo. En el cuadro 3, se
da que Prob (C/F∧G) > Prob (C/¬F∧G) > Prob (C/F∧¬G) > Prob (C/¬F∧¬G). Adviértase que
todavía es cierto que Prob (C/F) > Prob (C/¬F). Fumar hace una diferencia tanto para quienes
tienen la predisposición genética como para quienes no la tienen, pero afecta en mayor
medida a los primeros. Esto significa que la predisposición genética no desvirtúa la
correlación entre F y C, aunque la partición entre fumadores y no fumadores no sea
homogénea dado que existe una condición G que, además de F, también influye sobre las
probabilidades de C.
Cuadro 3
Condiciones Prob. de C
F G 30%
F ¬G 11%
¬F G 15%
¬F ¬G 1%
Muy diferente sería la cuestión si la correlación inicial entre el hábito de fumar y el cáncer
resultase ser espuria. Esto ocurriría si Prob (C/F∧G) = Prob (C/¬F∧G) y, además, Prob
(C/F∧¬G) = Prob (C/¬F∧¬G). Las correlaciones son espurias cuando una condición, en
nuestro ejemplo la condición F, es absolutamente irrelevante, pues no impacta en las
probabilidades del resultado (C) de ninguna manera. En definitiva, mientras que las
probabilidades pueden ser mixtas, en el sentido de corresponder a clases no-homogéneas,
para que la explicación causal sea plausible no debe existir una condición que desvirtúe la
correlación entre la supuesta causa y el efecto que se pretende explicar. La predisposición
genética desvirtúa la correlación entre F y C si F no incrementa las probabilidades de C en
ninguna de las particiones que resultan de combinar las propiedades F y G. Veamos el
siguiente cuadro:
Cuadro 4
Condiciones Prob. de C
F G 11%
F ¬G 1%
¬F G 11%
¬F ¬G 1%
En este caso, la correlación entre F y C es espuria y está desvirtuada por G. Esto podría
suceder, por ejemplo, si la predisposición genética fuese una causa común del cáncer y del
hábito de fumar. El investigador deberá aceptar la correlación estadística entre F y C como
prueba de que fumar es una causa del cáncer siempre que no pueda desvirtuar la asociación
21
entre estos dos eventos. En sus observaciones podría notar, además, que los individuos de su
muestra estadística tienen una cierta predisposición genética. A fin de comprobar si G
desvirtúa la correlación entre F y C, debe proceder del siguiente modo: debe subdividir su
muestra estadística entre quienes tienen G y quienes no tienen G. Luego deberá comprobar si
en alguna de estas dos categorías existe alguna diferencia en la frecuencia de C entre
fumadores y no fumadores. Si en ninguna de las particiones se verifican más casos de C entre
fumadores que entre los no fumadores, entonces, F no es una causa de C. G habrá desvirtuado
la correlación causal entre el hábito de fumar y el cáncer, que podrá ser explicada por el hecho
de que la predisposición genética no solo causa cáncer sino también una propensión a fumar.
La ventaja de la concepción incremental respecto de la tradicional es que no requiere que la
causa esté correlacionada con el efecto mediante altas probabilidades. Pensemos nuevamente
en el caso de la penicilina. Supongamos que Xenofonte tiene más de 70 años (E), por lo que las
probabilidades de que mejore son solo del 10%. Si no se recupera luego de que le sea
suministrada la penicilina (P), ese evento puede ser explicado por la generalización
estadística según la cual la penicilina no es efectiva para combatir una infección por
estreptococos en el 90% de los pacientes mayores de 70 años. La alta probabilidad del
resultado es suficiente para explicar por qué Xenofonte no mejoró. Pero si Xenofonte mejora,
¿cómo explica la visión tradicional este evento? De hecho, las probabilidades de recuperación
(R) eran muy bajas, por lo que no existe generalización estadística alguna que pueda ser
alegada para explicar el resultado. La visión incremental, en cambio, no tiene este problema.
La recuperación de Xenofonte, pese a que es mayor de 70 años, puede ser explicada por la
penicilina. Siempre que sea verdad que Prob (R/P) > Prob (R/¬P), podrán explicarse casos
como los de Xenofonte, aunque las particiones no sean homogéneas. Aquí podría ser cierto
que Prob (R/P∧¬E) > Prob (R/P∧E) > Prob (R/¬P∧¬E) > Prob (R/¬P∧E). Tanto la edad,
como la penicilina, son relevantes para las probabilidades de recuperación. Pero de estas
relaciones surge que necesariamente Prob (R/P) > Prob (R/¬P). De esta manera, la visión
incremental puede explicar convincentemente que la recuperación de Xenofonte fue causada
por el suministro de penicilina.
22
En la concepción económica, la afirmación de que la culpa está causalmente vinculada con el
daño significa que incrementa las probabilidades que de éste tenga lugar. Una ruptura del
nexo causal solo podría darse si la correlación fuese espuria, es decir, si algún otro factor
como la culpa de la víctima (V), por ejemplo, supusiese que Prob (D/K∧V) = Prob (D/¬K∧V) y
Prob (D/K∧¬V) = Prob (D/¬K∧¬V). Pero en este caso, según la fórmula de Hand, nunca la
conducta del agente dañador podría ser considerada causante, ni negligente, ya que sería falso
que D.pA – D.pO > 0.
Esto deja constancia de que la relación entre la causalidad probabilística y la fórmula de
Hand es de implicación material. La satisfacción de la fórmula es condición suficiente para que
se verifique una vinculación probabilística entre las medidas omitidas (la conducta culpable) y
el daño. Pero la verificación de una relación probabilística no es suficiente para que se
verifique la fórmula de Hand. Siguiendo con el ejemplo del cuadro 2, si el agente adoptase
medidas por 33 podría reducir a 0,35 la probabilidad de daño de 100. No obstante, aunque la
conducta diligente incrementa la probabilidad de ocurrencia del daño respecto de las medidas
adicionales (X) que podrían tomarse, estas resultan ineficientes conforme con la fórmula de
Hand, por ser excesivas. Sus costes marginales son superiores a los beneficios marginales que
producen al reducir el valor esperado del daño. En notación, aunque Prob (D/X) < Prob
(D/¬X), la omisión de X no es culpable porque MO – MA > D.pA – D.pO.
La tentación ahora es pensar que el AED podría renunciar a interpretar la causalidad en
términos de la fórmula de Hand para evitar la superposición conceptual y las inconsistencias
que he denunciado en el apartado 3.2. En su lugar, podría adoptar una noción probabilística
de la causalidad y reservar la fórmula para juzgar la culpa del agente. Lamentablemente, este
camino también conduce a resultados implausibles. Una teoría que pretenda capturar el
patrón de inferencias que se plasma en la práctica debe dar cuenta de que los agentes pueden
ser culpables sin ser causantes, y viceversa: ◊ (Kx ∧ ¬Cx) ∧ (Cx ∧ ¬Kx). La aceptación de la
causalidad probabilística solo puede hacer inteligible el segundo de estos términos, pero
nunca el primero. Ello en tanto es posible que el agente haya incrementado las probabilidades
de que se produzca el daño, es decir, que sea causante en sentido probabilístico, sin que su
conducta satisfaga la fórmula de Hand. En este caso, el coste de las medidas superarían los
beneficios de reducir la probabilidad de daño. Sin embargo, no es posible sostener el primer
término, que alguien fue culpable y no causante, porque el juicio de culpa de la fórmula de
Hand implica un juicio de causalidad probabilística. Quien sostenga esto último, estaría
afirmando la contradicción señalada con anterioridad: Hx ∧ ¬Hx.
25
no se encontró con la necesidad de investigar qué causó la «muerte de un sujeto que no habría
resistido la inhalación de humo por más de cinco segundos». No es esta la descripción del
hecho que motiva la investigación, puesto que incluye parte de lo que se supone que debe
investigarse. El expediente comenzó con el fallecimiento de uno de los huéspedes del hotel en
un incendio. Asimismo, el actor habrá alegado que el demandado fue negligente al omitir la
instalación de la escalera de incendios exigida por las reglamentaciones vigentes.
Comprobado este hecho, el juez debió evaluar si la culpa (K) del demandado estuvo
causalmente vinculada con la producción del resultado dañoso. En este punto, dado que pudo
determinarse que la víctima se encontraba en un lugar desde el cual le hubiese sido imposible
alcanzar la escalera antes de morir por asfixia, difícilmente la omisión de construir la escalera
pueda ser una condición necesaria del conjunto de condiciones que fueron suficientes para el
resultado. Eliminada del cuadro la omisión, el conjunto de condiciones restantes sigue siendo
suficiente para la producción del daño. Ergo, la culpa del demandado no fue una de las causas
de la muerte. Este, creo, es el razonamiento jurídico habitual.
En cambio, si el juez hubiese procedido a aplicar la fórmula de Hand, y a realizar el
correspondiente juicio de causalidad probabilística incluido en ella, habría determinado que
la omisión de instalar la escalera incrementó las probabilidades de que Weeks muriera (M). El
juez, sin embargo, no debería conformarse con la generalización estadística de la cual resulta
que Prob (M/K) > Prob (M/¬K). Debería también descartar otras posibles condiciones que
sean capaces de desvirtuar la correlación entre K y M, como la asfixia (A) que ocurre antes de
que la víctima pueda llegar a la salida de emergencia. Pero en este caso, A no desvirtúa la
correlación entre K y M, ya que si bien se da que Prob (M/K∧A) = Prob (M/¬K∧A), también se
da que Prob (M/K∧¬A) > Prob (M/¬K∧¬A). Por ello, es falso que K sea irrelevante en todas
las particiones; solo lo es en las particiones en que la víctima sufre la asfixia.
Podría objetarse que el juez aplique la fórmula de Hand tal como lo he planteado, partiendo
de una descripción tan general. Justamente, al tratarse de un juicio concluyente de
responsabilidad, debe realizarse con toda la información de la que pueda disponerse acerca
del caso concreto. Por esta razón, LANDES y POSNER emplean una descripción refinada, más
específica, del hecho consecuencia. Una vez que se toma nota de ello, ya no se trata de evaluar
el impacto de la negligencia sobre la probabilidad de muerte de la víctima, sino de la muerte
de una víctima que no hubiese resistido la inhalación de humo. Así, se intenta determinar si
Prob (MA/K) ≠ Prob (MA/¬K). Esta sería la manera en que LANDES y POSNER podrían
capitalizar el argumento de ACCIARRI.
Este movimiento, de todas formas, lo único que hace es llevar el análisis hacia una partición
o clase homogénea. Cualquier cálculo probabilístico puede ser acotado incluyendo algunas
condiciones como parte del hecho consecuente. La indagación sobre las probabilidades de
recuperación (R) de pacientes a quienes se les suministra penicilina (P) podría comenzar en
una partición más fina y homogénea si se pregunta sobre las probabilidades de recuperación
de pacientes mayores de 70 años (E) a los que se les suministra penicilina. En lugar de indagar
sobre las probabilidades de R, dadas las condiciones P y E, la cuestión puede ceñirse a
establecer las probabilidades de RE, dada la condición P. En el caso Weeks el refinamiento en
la descripción supone que la investigación se centra en la probabilidad de muerte de un
individuo que no hubiese resistido la inhalación de humo (MA), dada la omisión de construir
la escalera de incendios (K). Como Prob (MA/K) = Prob (MA), queda descartado que la culpa
sea una causa de la muerte de la víctima.
El problema de esta operación es que el cálculo de probabilidades con particiones
homogéneas y, sobre todo, con la información relativa a lo que realmente ocurrió, debería
llevar a LANDES y POSNER a imponer la obligación de compensar (en virtud del juicio último de
26
responsabilidad contenido en la fórmula de Hand) al demandado que realizó una acción
permitida que resultó ser la causa de un daño grave. Imaginemos que un conductor sale de
paseo un domingo con su familia y, pese a adoptar la diligencia jurídicamente exigida,
atropella a un peatón. La probabilidad del accidente, considerada ex-post en función de lo que
sabemos que sucedió, es de 100%. Ello debería indicarnos que tal vez el conductor debió
tomar medidas adicionales, como abstenerse de conducir ese día61. A fin de cuentas, el
beneficio de un día de paseo no puede compararse con la pérdida sufrida por la víctima.
Explicado de modo más sencillo, el juicio último de responsabilidad requeriría indagar cuáles
son las probabilidades de que un conductor conduciendo a 40km/h, a determinada hora del
día, por una determinada calle del barrio viejo de Girona, atropelle a un peatón distraído que
sale de un comercio leyendo una revista…, y así sucesivamente hasta enunciar el antecedente
completo. Una vez consideradas todas las condiciones que efectivamente se dieron y fueron
relevantes para la producción del resultado, debemos coincidir que la probabilidad del daño
deja de ser una probabilidad y se transforma en certeza. Las particiones homogéneas que
toman todos los datos relevantes de la situación tal como ocurrió siempre nos dejan con
probabilidades de 0 o 1, y esto hace indistinguibles la causalidad probabilística y la causalidad
fáctica62.
Parece, entonces, que el AED no puede dejar de distorsionar los conceptos. En general
distorsiona los conceptos jurídicos a fin de hacerlos instrumentales a las exigencias del
principio de eficiencia. En esta ocasión ocurre lo contrario: es la eficiencia la que termina
distorsionada para dar cuenta de los conceptos jurídicos. ¿Cómo podría ser eficiente liberar
de responsabilidad al agente dañador en este caso? Es cierto que la inversión en escaleras de
incendio resulta inútil cuando el daño se produce por asfixia de quien no hubiese podido
utilizarlas. Pero también es cierto que resulta imposible generar incentivos para que no se
adopten estas medidas sin incrementar sustancialmente el coste esperado de los daños que
sufrirán todos aquellos que sí hubiesen podido utilizar la escalera. Dicho de otro modo, es
imposible instalar la escalera solo para quienes no se sofocan con el humo. La escalera una vez
instalada produce beneficios sociales. Un juicio en abstracto, y seguramente también en
concreto, evaluando cuántos individuos salvan su vida escapando del incendio por la escalera,
justifica su instalación. Ningún objetivo de eficiencia se logra cuando se libera de
responsabilidad a quien omitió esta medida básica.
Por supuesto, si el dueño del hotel supiese que sufrirá un solo incendio en toda su vida y que
la única víctima será alguien que no intentará utilizar la escalera, debería recibir incentivos
para no invertir en medidas inútiles. No obstante, los agentes siempre toman sus decisiones
con información imperfecta. Rara vez conocen en qué partición o clase de referencia se
encuentran. Por ello, es racional que tomen sus decisiones en función de probabilidades
mixtas, que se corresponden a clases no-homogéneas, siempre que la asociación entre su
conducta negligente y el daño no esté desvirtuada por algún otro factor. Únicamente si el
agente se enfrenta a probabilidades espurias su acción se convierte en absolutamente
irrelevante63. Al mismo tiempo, es imposible para el legislador generar incentivos para todos
aquellos que se encuentran en una posición de irrelevancia, porque dada la falta de
información lo más probable es que los agentes sean incapaces de reconocer el contexto. De
ahí que la solución eficiente exige la responsabilidad de quien omitió las medidas que ex-ante
minimizaban el coste esperado de los accidentes.
27
En conclusión, la plausibilidad de las explicaciones económicas se debe a que
subrepticiamente los autores analizan los casos desde una perspectiva ex-post. La fórmula de
Hand, y la causalidad probabilística que opera en ella, no pueden ser el test último que los
participantes emplean en sus juicios de responsabilidad, ya que el patrón de inferencias
proyecta sobre la práctica un carácter retrospectivo antes que prospectivo.
67 Afirmar que p y que es verdad que p, para nuestros fines, es exactamente lo mismo. He agregado la V para
30
obtenidas se ajustan coherentemente a la historia o hipótesis causal que se está considerando.
Obviamente, se corrobora también que estas pruebas no encajen de modo razonable con
varias hipótesis causales que resulten incompatibles. La presencia de alguna condición
necesaria en la ley causal, o su ausencia, fortalece o debilita, respectivamente, la hipótesis. La
decisión sobre los hechos, incluida la relación causal, se toma cuando las pruebas encajan con
mayor coherencia en una hipótesis que en todas las demás historias causales consideradas.
Mientras mayor es el grado de coherencia, más inclinados estamos a creer que la hipótesis es
verdadera71. Este es el patrón de inferencias que sigue el razonamiento jurídico en materia de
responsabilidad civil, cuyo resultado es la verdad probable de un enunciado causal no
probabilístico.
72 A fines de los 70 y principios de los 80, algunos autores desarrollaron modelos económicos basados en
explicaciones funcionales para sostener la tesis de la eficiencia del Common Law. Véase PRIEST, 1977; RUBIN, 1977;
32
que el AED es capaz de ofrecer una explicación interesante del derecho de daños en términos
funcionales, sin necesidad de reducir todos los conceptos al análisis coste-beneficio incluido
en la fórmula de Hand.
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