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CAPÍTULO I . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
I.1. La cultura del humanismo y el lenguaje del Renacimiento 15
I.2. Las artes plásticas: Estados catalano-aragoneses. Castilla
y Nápoles . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
I.2.a. Reinos catalano-aragoneses . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27
I.2.b. Castilla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
I.2.c. La segunda mitad del siglo XV . . . . . . . . . . . . . . . 40
I.3. La época de los Reyes Católicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45
CAPÍTULO II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65
II.1. La crisis castellana: 1504-1517 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65
II.2. El arte entre 1500 y 1526 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75
II.2.a. La arquitectura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 78
II.2.b. La escultura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 108
II.2.c. La pintura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 129
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CAPÍTULO IV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 271
IV.1. La época de Felipe II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 271
IV.2. El arte entre 1560 y 1600 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 279
IV.2.a. La arquitectura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 282
IV.2.b. La escultura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 291
IV.2.c. La pintura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 312
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Prólogo
BREVE HISTORIOGRAFÍA DEL RENACIMIENTO
ESPAÑOL
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CAPÍTULO I
A finales del siglo XIII y sobre todo a lo largo del XIV se encuen-
tran en Occidente los síntomas y los presentimientos orgánicos de
una cultura nueva a la que es legítimo llamar laica, porque se aparta
más que se antepone a la cultura preexistente que es cristiana y ecle-
siástica: «Hubo, sí, cierta fractura entre la Edad Media y el Renaci-
miento hispánico aunque menos marcada que en Italia y también
más tardía si se excluyen los Estados catalano-aragoneses»1.
Lo cierto es que esos síntomas de esa nueva cultura generan un
movimiento cultural de extraordinarias posibilidades que, por fac-
tores diversos, marca en la historia de Occidente el comienzo de
los tiempos modernos. Movimiento que encuentra su conforma-
ción y su definición en Italia antes que en ningún sitio, pero que,
gracias a las circunstancias políticas, sociales y comerciales, además
de la circulación de personas e ideas que esas circunstancias impli-
can, se extendió rápidamente a otras cortes europeas, cada una de
las cuales aportó a esta nueva cultura sus propias particularidades.
Aun así, y desde el primer momento, independientemente del país
que se estudie, la nueva cultura tiene dos características fundamenta-
les: 1. La exaltación de la «dignitas homini», y 2. El convencimiento
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en el primer tercio del siglo XV. Ahora bien, la figura clave en los
dominios de la Corona de Aragón para servir de referencia en esta
tupida red de difusión de la nueva cultura fue, sin ningún género de
dudas, Alfonso V, llamado el Magnánimo, como veremos más ade-
lante.
Por lo que respecta a Castilla, cuya corona ciñeron durante
buena parte del siglo XV las indecisas cabezas de los Trastámara,
siempre manipulados por ambiciosos validos dispuestos a ampliar
su poder y sus riquezas a cualquier precio, empiezan a llegar los
primeros brotes de humanismo incluso antes de subir al trono Juan
II, el rey que junto a su esposa yace arropado por los vistosos enca-
jes de piedra que adornan sus sepulcros labrados por Gil de Siloé
en la Cartuja de Miraflores. Bajo su cetro las luchas internas, el
anarquismo de los nobles, la debilidad de la lucha contra el Islam y
un sinfín de desequilibrios encontraron su compensación en el
oasis de humanismo que hicieron posible sus poetas, sus historia-
dores y sus prelados.
Puede así decirse que toda la Corte estaba empapada de autores
de la Antigüedad, de poetas griegos y latinos y de las formas más
delicadas del primer humanismo literario que se había definido ya
en Italia. Basta repasar la Crónica de Juan II para encontrar la
mención de autores clásicos bajo la expresión de «los dignos de
eterna memoria» y el cronista engloba en este epígrafe a Tito Livio,
Suetonio, Plutarco, Lucano, Virgilio, Homero y, cómo no, Séneca,
el maestro del estoicismo cuya influencia en toda la Edad Media
castellana no se había interrumpido.
Durante todo este reinado la relación con Italia fue constante.
Juan de Mena fue «secretario de cartas latinas» del monarca, estu-
vo en Roma y es de suponer la importancia de este viaje para la
definición de nuestro primer Renacimiento. Leonardo Aretino
escribía al rey de Castilla epístolas impregnadas de conceptos
morales aristotélicos. El obispo de Burgos, Alonso de Cartagena,
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En este momento transicional entre los dos siglos hay otros pin-
tores como Pedro Zuera, autor de algún retablo en la Catedral de
Huesca. Post destaca, en cambio, a Juan de Leví, y pone bajo su
nombre trabajos de cierta importancia como el retablo de Santa
Catalina en Toledo, otras pinturas en Tarazona y por último el
retablo de Santa Elena en San Miguel de Estella. Ciertamente son
pinturas de delicada caligrafía y canon de gran elegancia que quizá
puedan emparentarse más con los modelos sieneses que con los de
Florencia. Juan de Leví formó a otros pintores locales que prolon-
garon su internacionalismo hasta los últimos años de esa primera
mitad del siglo XV.
I.2.b. Castilla
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como los ángeles del fondo, los plegados de los paños y la compo-
sición en general se ve bien claro que Dalmau estuvo en Brujas y
desde luego que vio el políptico de San Bavón en Gante. Lo que
resulta realmente extraño es que a pesar de la excelencia de esta
obra se quedara como muestra solitaria, sin descendencia.
En Valencia está documentado también por estos mismos años
y procedente de Brujas un pintor, Luis Alimbrot, llamado tam-
bién «maestre lo flamench», artista que se había formado en el
taller de Van Eyck y que, junto a otros maestros, colabora en el peso
que lo flamenco tiene en España ya desde estas fechas, todo lo
cual conocía y compartía Alfonso V antes de entrar en Nápoles
como soberano, de ahí que requiriera el servicio de alguno de
ellos cuando, ya rey de Nápoles, decidió hispanizar de alguna
manera su reino.
En el campo de la escultura, entre finales del siglo XIV y los
años finales de la primera mitad del XV, puede seguirse un proce-
so similar al de la pintura y, aunque el avance hacia fórmulas ita-
lianas sea quizá más lento en líneas generales, en los Reinos de
Aragón y Cataluña existen piezas fechadas tempranamente que
remiten a modelos italianos, una de ellas señalada por M. Natale:
«El Arca de santa Eulalia de la Catedral de Barcelona [lám. 6], es
obra de un maestro de ‘partibus pisarum’, un seguidor de
Giovanni Pisano y de Tino di Camaino. Esta atracción no cede a
finales de siglo, como queda de manifiesto por la importante pro-
ducción de grandes grupos tallados en alabastro representando a
la Virgen con el Niño (Museo Nacional de Arte de Cataluña, ca.
1400) que todavía llevan la huella de los ejemplos de Giovanni
Pisano»11.
Otra obra muy temprana la señala el profesor F. Checa: «Entre
1417 y 1420, Julián Florentino esculpe para el trascoro de la
Catedral de Valencia doce relieves con escenas de la Pasión de
Cristo que podemos considerar como una de las primeras obras, y
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Notas
París s/f.
4 Batllori, op. cit., p. 6.
5 Crónica de Juan II, BAE, vol. LXVIII (la crónica se imprimió en 1517).
6 Natale, M., «El Mediterráneo que nos une», en catálogo de la Exposición El
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y XVI, vol. II, Madrid 1942, pp. 41 y 42. Sobre la personalidad del cardenal
Mendoza pueden verse Cadena, M., El gran cardenal de España, Zaragoza 1939;
Merino, A., El cardenal Mendoza, Labor, Barcelona 1942; Fernández Madrid,
M.T., El mecenazgo de los Mendoza en Guadalajara, Guadalajara 1991.
18 Salazar y Mendoça, P., Crónica de El Gran Cardenal de España... BN, ms.
pp. 8 y 9.
22 Díez del Corral, R., «Muerte y humanismo: la tumba de don Diego
realizado por estos pintores flamencos, véase de la misma autora La pintura de los
primitivos en España, 2 vols., Instituto Diego Velázquez, CSIC, Madrid 1980-
1983.
26 Molina Figueras, J., op. cit., p. 228.
27 Angulo Íñiguez, D., Pedro Berruguete en Paredes de Nava, Juventud,
Barcelona 1946, p. 7.
28 Gaya Nuño, J.A., «En Italia con Pedro Berruguete», Goya n. 15 (1956), pp.
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del siglo XVI, de manera que quedan como ejemplos aislados aun-
que plenamente coherentes en lo que se refiere a la unidad del
léxico empleado frente a la arquitectura gótica y a la forma de
aplicar los repertorios italianos de esa arquitectura que cubre casi
el primer tercio del siglo XVI. Por ello deben considerarse como el
primer capítulo de la arquitectura del Renacimiento español.
Durante los primeros años del siglo XVI, las formas italianas se
van implantando en edificios que están dentro de la ciudad, parti-
cipando cada vez más de la escenografía urbana y marcando así una
referencia nueva en relación con la ciudad preexistente. Esto pasa
en Burgos, Salamanca, Toledo y otros puntos geográficos. Ocurre,
sin embargo, que la novedad de lo italiano se concentra en el reves-
timiento ornamental del edificio, donde aparecen elementos italia-
nos mezclados con otros góticos sobre edificios góticos en cuanto
al sistema constructivo; ornamentación, por tanto, de carácter adje-
tivo que no debe considerarse como fenómeno inicial de asimila-
ción de la arquitectura del Renacimiento porque, cuando podamos
hablar de ella, ya en torno a 1526, no será considerada como con-
secuencia de este proceso previo, sino de un planteamiento com-
pletamente nuevo. A esta situación está ligado un problema histo-
riográfico que nace con el término «plateresco», que desde tiempo
inmemorial designa la arquitectura española de este período y estas
características que acabamos de enunciar. Cronológicamente hay
que empezar con el texto de Ortiz de Zúñiga que, a finales del siglo
XVII, utiliza por primera vez el término al referirse al Ayun-
tamiento de Sevilla y dice que es un edificio «revestido de follajes
y phantasias de excelente dibuxo, que los artífices llaman
Plateresco»17. Aunque la polémica empieza aquí, nótese que el tér-
mino está empleado sólo referido al tipo de decoración y no a la
arquitectura. El primero que utiliza el término «plateresco» como
sinónimo de estilo fue Ponz, quien además pone límites cronológi-
cos al estilo y se lamenta de «que este estilo plateresco prevaleciese
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Frente a esto Fernando Marías piensa, con razón, que se puede sos-
tener la denominación de plateresco para la arquitectura española
comprendida entre los últimos años del siglo XV y hasta 1560, y
señala que dentro de estos límites hay una primera etapa que llega-
ría más o menos hasta 1530, en la que los motivos ornamentales ita-
lianos o italianizantes se superponen a estructuras góticas, que es
muy diferente de la que es plenamente renacentista que compren-
dería desde 1530 a 1560, momento 1563 que es el inicio de la arqui-
tectura de El Escorial que culminaría la arquitectura renacentista
española, llamando a la primera de estas dos últimas etapas estilo
ornamentado y a la segunda, estilo desornamentado23.
A pesar de toda esta discusión historiográfica en la que hemos
señalado los nombres más significativos, teniendo en cuenta que a
cada una de esas propuestas se unen otros historiadores, la cuestión
dista mucho de estar del todo resuelta, porque todavía hoy se habla
de plateresco, es más, de primer plateresco y segundo plateresco.
Por eso preferimos la denominación que utiliza Víctor Nieto, lla-
mando a esta etapa de la arquitectura del siglo XVI (1500-1526)
como la etapa de la «indefinición estilística»24 porque, además, nos
parece que encaja muy bien en lo que es la época, desde el punto de
vista político e incluso intelectual, momento de gran inquietud e
inestabilidad como hemos visto al principio del capítulo.
El análisis, a guisa de ejemplo, de las obras fechadas en estos
años nos lleva en primer lugar a Salamanca, la ciudad que como
hemos visto decoró la fachada de su Universidad a la manera de un
fastuoso retablo humanista, con primorosa labor decorativa donde
se mezclan los motivos más variados sometidos a ritmo y simetría
y de la que no sabemos ni su autor o autores ni su fecha concreta,
aunque puede decirse que está en torno a 1525. Camón relaciona a
sus presuntos autores con los que trabajaron para el obispo
Rodríguez de Fonseca en la Catedral de Palencia, pero la realidad
es que no sabemos nada con certeza. En la misma Universidad, son
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concordes con las de la fachada las decoraciones del pretil del pri-
mer tramo de la escalera y los antepechos del claustro alto, con
símbolos imaginados por el humanista Hernán Pérez de la Oliva.
Las Escuelas Menores siempre se consideraron parte de la
Universidad y se construyeron por las mismas fechas. La portada,
en un ángulo del patio, refleja en pequeño y con distinta propor-
ción el estilo de la de la Universidad, tiene doble puerta y en el piso
superior decoraciones heráldicas; la fachada se corona con creste-
ría típicamente salmantina. Sobrepasando esta puerta se accede a
un pequeño patio en cuyo frente se esculpen las armas de la
Universidad en un medallón que a su vez se inscribe en un taber-
náculo, sin duda todo ello esculpido por las mismas manos que
tallaron la fachada universitaria. A continuación un patio de un
solo piso amplio y despejado en el que predomina la sensación de
horizontalidad con arcos mixtilíneos de abolengo mudéjar, que uti-
lizó mucho el gótico final, y que asimismo está presente en el patio
de la famosa Casa de las Conchas y en la galería alta de la
Universidad. Contiguo a esta portada está el edificio del Estudio,
terminado al filo del primer tercio del siglo, aunque su portada es
todavía gótica pero con medallones y crestería ya ligados a la deco-
ración renacentista.
En cuanto a la Casa de las Conchas [lám. 17], cabe decir que su
construcción se realizó entre 1492 y 1517 y se debió a don Rodrigo
de Maldonado, doctor de la Corte de Isabel la Católica. Como
otras construcciones de estos años, como la Casa de los Golfines en
Cáceres o la Casa Abarca también en Salamanca, obedece a la tipo-
logía de casa fuerte torreada. Las conchas que se distribuyen por
toda la fachada son a la vez ornamento y símbolo heráldico, los
motivos italianos se encuentran en varios antepechos de las venta-
nas y el dintel de la portada, están labrados en Italia y no forman
parte del proyecto original del edificio, como demostró el estudio
de los modelos heráldicos realizado por el profesor Álvarez Villar,
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II.2.c. La pintura
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vivió algo más de diez años. Sólo consta que pintase varios retablos
en el monasterio de San Jerónimo, pero de esas obras no se con-
serva ninguna, aunque sí hay dos que muestran su manera de asu-
mir en esta primera etapa de su vida algunos matices italianizantes.
Se trata del Cristo atado a la Columna, del Museo de Bellas Artes
de Córdoba, y del Tríptico de la Cena, del Pilar de Zaragoza.
Indudablemente, lo primero que podemos advertir en ambas es el
contraste entre las figuras de quebrados paños y proporciones
góticas y el escenario donde están representadas en ambos casos, en
el cual lo que llama la atención es efectivamente su amplitud, matiz
italianizante que proviene de la región de Umbría. Por tanto, este
maestro de formación gótica incorpora este ingenuo quattrocentis-
mo a sus pinturas, en las que lo importante no es la riqueza de las
telas o los reflejos del mármol de la columna a la que está atado el
Cristo, sino la sensación de espacio, que es lo que verdaderamente
trama y organiza la composición. Ese deseo de proyectar la escena
representada con el telón de fondo de una imponente arquitectura
se aumenta en la escena de la Última Cena del tríptico del Pilar de
Zaragoza, interior de arquitectura romana que pierde la solemni-
dad que le es característica por la gracia ingenua, propia del siglo
XV, que le imprime el pintor al representar en la puerta de la
izquierda unas fantásticas arquerías y galerías voladas rebosantes
de vida «casi veneciana», mientras que en la de la derecha pinta un
paisaje oscuro cargado de acentos pesimistas [lám. 31]. Relacionada
con esta etapa cordobesa está la Flagelación del Museo del Prado,
aunque en los detalles Angulo ve la intervención de taller. En todo
caso, esta ingenua mezcla de sugestiones es lo que ha hecho decir a
Post que «la pintura española llegaba, por evolución interna más
que por externa a la influencia italiana, a esa suavización de los
tipos y a esa composición más armoniosa que caracteriza, sin gran-
des novedades, los primeros años del siglo XVI»56. En los momen-
tos en que Alejo Fernández está pintando en Córdoba estas obras
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pero puede acotarse entre 1509 y antes de 1517, porque en ese año
llega Carlos V y el escudo que se representa en el retablo es el de
los Reyes Católicos.
Maese Rodrigo Fernández de Santaella, el comitente del otro
retablo, fue hombre de letras que cursó estudios en la Universidad
de Bolonia como colegial de San Clemente y es el fundador del
Colegio de Santa María de Jesús, origen de la Universidad literaria
de Sevilla. Escribió libros, fue gran devoto de la Virgen de la
Antigua y, sobre todo, se preocupó por la vida de los escolares. La
obra material del Colegio fue demolida en el siglo XIX, pero queda
la capilla con el retablo que encargara Maese Rodrigo a Alejo
Fernández. Se trata de uno de los conjuntos más acabados del pri-
mitivismo sevillano, en el que la unión del hombre de iglesia y el
artista es perfecta. Está dedicado a la Virgen en su venerada imagen
de la Antigua en la catedral, la que se le apareciera a san Fernando
durante el sitio de Sevilla, y ante la que se postraban por estos años
cuantos emprendían viaje a las Indias o rendían viaje de retorno.
Acompañan en el primer cuerpo del retablo, con la Virgen en el
centro, los Padres de la Iglesia, las cuatro grandes lumbreras del
saber cristiano. En el segundo cuerpo se rompe con la tradición de
coronar el retablo con un Calvario, sin duda maese Rodrigo pensó
el retablo para que orasen ante él unos colegiales y en ese lugar cul-
minante del conjunto no quiso que figurase el dolor sino la divina
sabiduría, por eso aparece el Espíritu Santo sobre los Apóstoles; a
los lados san Gabriel y san Rafael y san Pedro y san Pablo.
Ciertamente la unidad y la articulación del contenido se advierte
igualmente en la manera de estar organizada. La perspectiva única
del cuerpo principal y el ritmo espacial de los Padres de la Iglesia,
presididos por la figura de la Virgen, dejan muy en segundo plano
de la contemplación los baquetoncillos góticos que las separan,
propiciando un espacio común. En el segundo cuerpo ese equili-
brio se rompe y la tabla central se eleva evitando una terminación
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que por ser pintura mural quizá pueda indicar la causa de su veni-
da a Toledo, dado que su dominio en la técnica del fresco, aprendi-
da en Italia, le diferenciaba de los pintores españoles de su tiempo.
Pero en la biografía de Juan de Borgoña 1508 es la fecha de su pri-
mer gran triunfo. Es el año en que ha muerto el maestro Santa
Cruz, que había sustituido a Pedro Berruguete en el retablo mayor
de la Catedral de Ávila, y es entonces cuando se le encomienda la
terminación de este gran retablo abulense. Pocos meses después, el
cardenal Cisneros le llama para encomendarle la decoración de la
sala capitular y la de la capilla mozárabe, ambas de la Catedral de
Toledo. No hay duda de que estos dos grandes encargos significa-
ban el reconocimiento pleno de su superioridad como pintor de
este momento. Según la documentación transmitida por Ceán, el
23 de marzo de 1508 Juan de Borgoña firma el contrato para la ter-
minación del retablo de Ávila y también especifica qué tablas le
corresponden. En ellas, lo que llama la atención en primer lugar es
la arquitectura pintada que utiliza sistemáticamente para definir
espacios amplios, si bien distintos repertorios arquitectónicos
empleados —algo constante en sus obras— denotan un uso ecléc-
tico de los mismos. Valga de ejemplo, entre las varias tablas que le
correspondieron, la Anunciación, el Nacimiento, la Purificación o
el Descenso al Limbo, el de la Anunciación, donde utiliza arquitec-
tura renacentista con presencia de zapatas y con techo de casetones
dorados. Prolonga el espacio al fondo con la visión del «hortus
conclusus», cerrado por alta tapia donde se va el rosal simbólico; la
gradación de la luz resulta ya muy madura y subraya el recogi-
miento del mensaje. El ángel, de riguroso perfil, algo habitual en el
maestro, y la figura de María de frente con el jarrón de las azuce-
nas a su lado. Todos los historiadores hacen notar la perfección en
el rostro de la Virgen. Unos meses después se inicia lo que sería sin
duda la obra magna de Borgoña en Toledo, por encargo de
Cisneros: la decoración de la sala capitular, que le lleva casi dos
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Ponz ya dijo que cuando vio estas obras creía firmemente que podrían
ser de Leonardo65. Las vidas de ambos artistas transcurren duran-
te bastantes años unidas, desde que en 1506 hacen su primer contra-
to con la Catedral de Valencia y al año siguiente se encargan de lo
que habría de ser su obra maestra, el retablo mayor de esta misma
catedral, obra que terminaron en 1510. Angulo señala que no hay
noticia de otra obra conjunta, pero sí, en cambio, que mantenían en
1513 casa común. La documentación de Valencia no vuelve a hablar
de Yáñez después de este año de 1513, aunque consta que dos años
después está en Barcelona y que en 1531 está trabajando para la
Catedral de Cuenca. Su compañero Fernando Llanos está documen-
tado en Murcia trabajando para su catedral en 152066. Las caracterís-
ticas comunes de estos dos artistas son la claridad en la composición
y la compenetración de sus personajes en el escenario, con una pre-
sencia plástica rotunda y serena en el mismo. El estilo de cada uno
no siempre es fácil de distinguir, pero la adjudicación de las tablas del
retablo de la Catedral de Valencia fue su gran obra en común, y com-
paradas con obras posteriores que realizaron por separado han podi-
do adjudicarse a uno o a otro, no sin discusión por parte de los his-
toriadores. Parece quedar claro que hay dos sensibilidades distintas
y una superioridad reconocida en la pintura de Yáñez, que, a su vez,
tiene personalidad más acusada y por ello la influencia de Leonardo
resulta, a veces, menos evidente. Este extremo es el que llevó a María
Luisa Caturla, en un bellísimo artículo, a suponer que Fernando
Yáñez se había formado en Venecia en el círculo giorgionesco67,
aspecto del que disienten Angulo y Post, pero que Garín dice que no
puede perderse de vista ese matiz que introduce Caturla aunque sin
negar la influencia leonardesca68. Para Fernando Checa, que recoge
igualmente todas estas opiniones, la influencia leonardesca «ha de
verse más que nada como sugestión formal en la elección de un cier-
to tipo de belleza dulce y suave que impregna los rostros de la mayor
parte de las figuras de Yáñez»69.
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Notas
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9 y ss.
21 Rosenthal, E.E., «The image of Roman architectura in Renaissance Spain»,
pp. 12 y ss.
23 Marías, F., La arquitectura del renacimiento en Toledo (1541-1631),
Madrid 1899.
32 Tormo y Monzó, E., Alcalá de Henares, Cartillas excursionistas, Madrid
1917. Le siguen: Camón Aznar, J., en La arquitectura plateresca, pp. 108 y 109;
Chueca Goitia, F., en La arquitectura del siglo XVI, pp. 130 y 135, y más moder-
namente aunque en otros términos Checa Cremades, F., en Pintura y Escultura
del Renacimiento en España, 1450-1600, Cátedra, Madrid 1983, pp. 109 y ss.
33 Camón Aznar, J., «La arquitectura y la orfebrería españolas del siglo XVI»,
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Velázquez, CSIC, Madrid 1957. En este libro pueden estudiarse en detalle las
obras importadas a España desde talleres genoveses o napolitanos, no sólo los
monumentos sepulcrales sino también los detalles ornamentales para diversos
palacios.
45 Hernández Perera, J., Escultores florentinos en España, Instituto Diego
1941.
51 Checa Cremades, F., op. cit., p. 173.
52 Azcárate Ristori, J.M., op. cit., p. 56.
53 Véase además, para el estudio de Siloé, Gómez Moreno, M., Diego de Siloé,
1953 (hay otra edición). Post, Ch. R., A History of Spanish Painting, Cambridge,
Mass., 1933-1966. Angulo Íñiguez, D., «Pintura del Renacimiento», op. cit. Checa
Cremades, F., Pintura y Escultura del Renacimiento, op. cit.
56 Post, Ch.R., op. cit., vol. IX.
57 Angulo Íñiguez, D., Alejo Fernández, Universidad de Sevilla, Sevilla 1946,
pp. 13 y 14.
58 Angulo Íñiguez, D., Juan de Borgoña, Instituto Diego Velázquez, CSIC,
on the article on Juan de Borgoña in Italy and in Spain, GBA XLIX (1957). Angulo
Íñiguez, D., Juan de Borgoña, Instituto Diego Velázquez, CSIC, Madrid 1954, p. 11.
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nacería con la suerte de los predestinados por Dios para ocupar los
más altos cargos sobre la tierra (la monarquía Hispánica y el
Imperio). No por casualidad, Isabel la Católica tuvo capacidad
para profetizarlo: ‘Cecidit sors super Mathiam’. En efecto, Carlos
nació en Gante el 24 de febrero de 1500, recibiendo el nombre de
su augusto bisabuelo, el poderoso duque de Borgoña Carlos el
Temerario, no obstante, el 24 de febrero coincide con la fiesta del
apóstol San Matías, patrón de los afortunados [...]. ‘Cecidit sors
super Mathiam’: la suerte recayó sobre Matías»5.
Sea como fuere, con profecía o sin ella, lo cierto es que Carlos
forja en todo este ajetreado ir y venir, salpicado de crisis y dificul-
tades en sus primeros años como Rey de España, una conciencia
clarísima de la necesidad de cohesionar tantos puntos geográficos
de sus reinos tan distantes y distintos. Ese empeño se materializa
en su lucha por la «República cristiana», contra las corrientes indi-
vidualistas y disgregadas de la modernidad que, ciertamente, aca-
barían por imponer el particularismo religioso y político (protes-
tantismo y estados nacionales) frente a la estructura supranacional
y católica, ecuménica, del Imperio universal y contra los infieles,
los turcos. Así pues la época se iniciaba bajo el signo de universali-
dad en un clima espiritual dominado por la influencia de las teorías
de Erasmo, que presiden el despliegue del humanismo español de
la primera mitad del siglo XVI y, a pesar del fuerte sentimiento
antiflamenco y anti imperial que reinaba en Castilla, existían algu-
nos círculos de la sociedad castellana dispuestos a aceptar y recibir
con agrado las ideas extranjeras. La Corte y las universidades habían
estado expuestas a las influencias europeas durante el reinado de
Fernando e Isabel y el humanismo y la cultura española se habían
desarrollado bajo el impulso de ideas llegadas de Italia y Flandes.
Además, la religión española se reforzó con las corrientes espiri-
tuales que venían de los Países Bajos. «De 1520 a 1530 el público
español, que durante las décadas anteriores había devorado con
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imágenes de san Pedro y san Pablo, así como ángeles en las enjutas
del arco central. Pero, lamentablemente, el hecho de que hubiera
sido utilizado en ella un modelo de Siloé y que se produjera la cola-
boración de Sancho del Cerro hace prácticamente imposible cono-
cer el estilo de Espinosa en esta primera época»80. A finales de 1537
está ya en Burgos, porque en el pleito referido entre el almirante de
Castilla y Cristóbal de Andino, él declara como testigo de Andino
y dice ser vecino de Burgos. El pleito era por los altares del con-
vento de San Francisco en Medina de Rioseco, que finalmente reca-
yeron en Espinosa «al no ser Andino oficial perito y experto». Los
dos altares se componen de una hornacina en forma de arcosolio y
flanqueada por columnas exentas, arriba otra hornacina avenerada
que se remata en la parte alta con un frontón triangular, en uno está
el San Jerónimo penitente que modela en barro cocido Juan de Juni
y en el fondo está el medallón con la Virgen y el Niño que recuer-
dan mucho a Siloé, y lo mismo ocurre con la decoración riquísima
de columnas, enjutas y remates. En el otro altar se representa el
martirio de San Sebastián igualmente realizado por Juni e igual-
mente con un medallón de fondo con el mismo motivo.
Más o menos por estas fechas Espinosa debió iniciar su trabajo
en la decoración del claustro de San Zoilo, en Carrión de los
Condes (Palencia), obra en la que trabajan muchos artistas, pero la
obra de Espinosa está en el lado oriental que es la parte que dirigió
Juan de Badajoz y la más antigua. Portela supone que la interven-
ción de Espinosa se inició por la puerta que da acceso a la iglesia,
las enjutas y los frontones tienen unos medallones cuyos relieves
tienen un indudable parentesco con Siloé, lo mismo que trozos del
entablamento que soportan las ménsulas voladas donde se apoyan
los nervios de la bóveda. En esos trozos de entablamento suele
haber unos angelillos que sostienen cartelas que identifican al per-
sonaje que está en la parte baja. Es en éstos donde se ve la mano de
Espinosa, siempre siguiendo la pauta siloesca. Espinosa vuelve a
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Notas
1 Jover Zamora, J.M., Carlos V y los españoles, Rialp, Madrid 1985, p. 35.
2 Elliot, G.H., La España Imperial, 1469-1716, Vicens-Vives, Barcelona 1974,
pp. 150 y 151.
3 Ib., pp. 153 y 154.
4 Carretero Zamora, J.M., «La profecía de una reina o ‘La suerte de Matías’.
donde se recogen estas fases de la Reina Católica: Santa Cruz, A., Crónica de los
Reyes Católicos, edición y estudio de Marta Carriazo, Sevilla 1951, y Galíndez de
Carvajal, L., Memorial o Registro Breve de los Reyes Católicos, introducción de
Juan Carretero, Segovia 1992.
6 Elliot, J.H., op. cit., p. 170.
7 Valbuena Prat, A., Historia de la literatura española, vol. I, Gustavo Gili,
vol. XXII.
12 Tomo la referencia de A. Valbuena Prat, Historia de la literatura española,
Romano de Diego de Sagredo», Boletín del Museo del Instituto Canón Aznar n.
XXII (1985), pp. 117-129. Véase, además, Introducción a la edición de las
‘Medidas del Romano’, de Marías, F., y Bustamante, A., Madrid 1986.
15 Nieto Alcaide, V., «Renovación e indefinición estilística, 1488-1526»,
Taurus, Madrid 1987, p. 12. Para el aspecto de la relación de Carlos V con el arte
remito al lector a este interesantísimo estudio. Asimismo resulta útil consultar el
catálogo de la Exposición El linaje del emperador, Sociedad Estatal para la
Commemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, Cáceres 2001.
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19 Gómez Moreno, M., Las águilas del Renacimiento español, Xarait Editores,
mente estudiado en Camacho Martínez, R., Málaga barroca, Málaga 1981, pp.
131-181.
36 Gómez Moreno Calera, J.M., «La Catedral de Guadix en los siglos XVI y
Este libro es un estudio de la vida y la obra del arquitecto. Existe una segunda ver-
sión del mismo autor, Hernán Ruiz II, Sevilla 1975.
47 Navascués Palacio, P., El libro de Arquitectura de Hernán Ruiz, el Joven,
Madrid 1974.
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1982, p. 44.
49 Chueca Goitia, F., «La arquitectura del siglo XVI», op. cit., p. 269.
50 Morales, A., «La definición del nuevo estilo. Los grandes creadores», cap. V
El Alcázar de Madrid en el siglo XVI, Bilbao 1984. También Castillo Oreja, M.A.,
«La eclosión del Renacimiento: Madrid entre la tradición y la Modernidad», catá-
logo de la Exposición Madrid en el Renacimiento, Madrid 1986.
58 Chueca Goitia, F., op. cit., p. 180.
59 Para el estudio del Renacimiento en Cuenca véase Rokiski Lázaro, M.L.,
tectura española del siglo XVI, Madrid 1985. Se trata del estudio más completo
sobre el artista.
68 Chueca Goitia, F., op. cit., p. 332.
69 Hoag, J.D., op. cit., p. 124.
70 Camón Aznar, J., «La intervención de Rodrigo Gil en el manuscrito de
Simón García», Archivo Español de Arte (1940-1941), vol. XIV, pp. 300-305.
71 Chueca Goitia, F., op. cit., p. 184.
72 Azcárate Ristori, J.M., Alonso Berruguete, cuatro ensayos, Valladolid 1963,
p. 13.
73 Sánchez Cantón, F., Fuentes literarias para la Historia del Arte Español, vol.
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n. 21 (1957), p. 147.
82 Portela Sandoval, F.J., op. cit., p. 214.
83 Tormo y Monzó, E., Las iglesias del antiguo Madrid, ed. de 1972.
84 Parrado del Olmo, J.M., Los escultores seguidores de Berruguete en
extenso estudio donde su autor aclara los extremos documentales que venían per-
turbando la biografía y la obra del pintor valenciano, así como la definitiva situa-
ción en relación a su padre, Vicente Masip. Además, en este mismo año se hizo
una exposición en Madrid y Valencia, entre diciembre de 1979 y febrero de 1980,
organizada por la Dirección General del Patrimonio Artístico del Ministerio de
Cultura.
88 Checa Cremades, F., op. cit., pp. 156 y 157.
89 Mateo Gómez, I., Juan Correa de Vivar, Instituto Diego Velázquez, CSIC,
Madrid 1983.
90 Tormo y Monzo, E., Varios estudios de artes y letras: la pintura española del
s. XVI, Madrid 1902. Tomo la referencia de Mateo Gómez, op. cit., p. 39.
91 Angulo Íñiguez, D., Pedro de Campaña, Universidad de Sevilla, Sevilla
1951.
92 Lafuente Ferrari, E., Breve historia de la pintura española, Tecnos, Madrid
XVI», Ars Hispaniae, vol. XII, Plus Ultra, Madrid 1954, pp. 212-216.
94 Post, Ch., A History of Spanish painting, vol. IX, Cambridge s/f.
95 Angulo Íñiguez, D., «Pintura del siglo XVI», op. cit., p. 215.
96 Véase Angulo Íñiguez, D., op. cit., p. 220, y Gaya Nuño, J.A., «Pequeña
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mismas fechas que Felipe II. Siguió una política casi paternal de
consejos humanos al monarca respecto de la conducta a seguir con
los flamencos. Contra lo que muchas veces se ha creído, Arias fue
antimaquiavelista, como era de esperar en una ética tan diáfana
como la suya; fue más bien un neoescolástico que, como Vitoria y
Suárez, funde el tomismo con las ideas del Renacimiento. Como
en fray Luis, la teología de Arias Montano debe mucho a san
Agustín, y el fundamento de su doctrina, como la de aquél, tam-
bién está en el conocimiento directo de las Escrituras. En torno a
la figura de fray Luis de León adquiere enorme importancia el
género literario del tratado religioso, la mística y la ascética, y es de
sobra conocido que fue en la orden carmelita donde se dieron las
cumbres de la mística española y, en general, de toda la europea de
la época: santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz, cada uno
representa uno de los caminos de la fe católica y la creación artísti-
ca de índole religiosa. Una tendencia es popular, sensorial si se
quiere, ésa es la que representa la santa de Ávila, cuya prosa es el
habla de Castilla que se distingue por su sencillez y por su realis-
mo y que vamos a ver reflejada en una de las vías de expresión plás-
tica que, generada en esta segunda mitad del siglo XVI, se concre-
ta en la primera mitad del siguiente.
Por su parte, san Juan de la Cruz representa la vía de la creación
poética inefable de un lado y ceñidamente intelectual de otro,
como ocurre asimismo en otra de las líneas de la expresión artísti-
ca. La orden de Santo Domingo se caracterizó desde sus orígenes
por su severa formación teológica. De entre los que viven en esta
época de Felipe II, merece la pena destacar a fray Luis de Granada
(1504-1588), andaluz de imaginación abundante, sentido de lo fino y
del detalle, fue un enamorado de la naturaleza y de ese amor nace su
ferviente religiosidad. Toda la primera parte de la Introducción del
símbolo de la fe, su obra maestra, es un comentario de la belleza de
las cosas creadas, para elevarnos por ellas al conocimiento de Dios.
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Por lo que respecta a la novela pastoril, que tan amplio eco clá-
sico había tenido en el reinado de Carlos V, cambia ahora en un
relato cuya intimidad y sosiego contrastaban con el fragor de las
armas en los libros de caballería. Buscando en la literatura españo-
la el ejemplo más típico de la novela bucólica intelectual, la Diana
de Montemayor nos puede ofrecer algún ejemplo donde siempre
hay un tono elevado para describir la naturaleza, como en la
Galatea de Cervantes. Sin embargo, la que fija el género pastoril en
nuestra lengua es la de Montemayor, que fue, además, la que efec-
tuó el tránsito del mundo poético de la égloga a una novela de prosa
finamente matizada como la de Gil Polo, publicada en 1564, en la
que la descripción de la naturaleza vuelve a la impresión directa.
El tratamiento de la historia en este período participa de los ras-
gos austeros del carácter de Felipe II. Igual que él, que fracasó
en las grandes empresas universales y ordenó perfectamente los
pequeños asuntos que podía abarcar con la mirada, los historiado-
res de su reinado prefieren limitar los temas a perderse en laberin-
tos de generalización, de manera que se analizaban y se desmenu-
zaban las cosas inmediatas perdiéndose, en cambio, las grandes
perspectivas históricas del reinado anterior; los historiadores de
Felipe II descubren las fuentes históricas de los archivos e incor-
poran al relato la numismática y la epigrafía. Es, en suma, la narra-
ción de la precisa documentación. De ello es buen ejemplo el ara-
gonés Zurita.
Ambrosio de Morales aprende humanismo en Salamanca y
viaja por varias ciudades de España. Tiene en cuenta documentos
no literarios y publica el Libro de las antigüedades de las ciudades
de España. Por último, fray José de Sigüenza, religioso jerónimo,
que fue bibliotecario en El Escorial y estuvo muy en relación con
Arias Montano. En su Historia de la Orden de San Jerónimo, en
los libros segundo y cuarto de la tercera parte, sigue con todo
detalle la Historia de la fundación del Monasterio de San Lorenço,
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el Real, fábrica del Rey Don Felipe. Con estilo severo y elegante
describe la fábrica y todo lo relacionado con el monasterio con la
minuciosidad de un orfebre. En cuanto a la historiografía de Indias,
hay que decir que pasa por un nuevo período. La fiebre de «El
Dorado», ensueño de fantasías aventureras, brinda sus encantos a
los conquistadores de Venezuela. La figura de Lope de Aguirre es
significativa al respecto, llega a retar en sus cartas al Rey y a sepa-
rarse de su vasallaje. Otro aspecto es el del historiador que se iden-
tifica con el medio, como Bernardino de Sahagún, que redactó
primero en azteca y luego en castellano su Historia General de las
cosas de Nueva España. Un verdadero inca, aunque de ascendencia
española, surge entre los prosistas de temas americanos, se trata del
Inca Garcilaso. Por último, consignar que la compenetración
del español y el americano tuvo lugar en un caso destacable. Un sol-
dado de la conquista supo cantar sobriamente la epopeya de una raza
heroica que sólo a sangre y fuego pudo ser dominada, se trata de
Alonso de Ercilla, un madrileño de ascendencia vasca que vivió en
el ambiente cortesano. Pasó todavía joven a América y participó
en la guerra de Chile y, en parte, escribe mientras pelea La Araucana,
poema de exaltación, aunque muy sobriamente escrito, a los venci-
dos. Se lo dedicó a Felipe II y, de vuelta a España, murió en 1594.
Finalmente, para entender el paralelismo de este proceso de
recogimiento en el campo de las artes plásticas no se puede olvidar
que Felipe II, además de soberano del Renacimiento, lo era tam-
bién de la Contrarreforma, y que desde el primer momento estuvo
completamente entregado a la empresa de su monarquía absoluta
en la que él mismo dirigiría y moldearía toda actividad artística. Sin
embargo, como soberano le toca vivir uno de los períodos más crí-
ticos del mundo occidental, un mundo en el que todo el orden esta-
mental de la Edad Media se agrieta. Ha de contemplar y tomar par-
tido en la escisión entre el temperamento arcaico y tradicional del
Mediodía católico y del Norte protestante. En esta polaridad de
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Por último, y en el plano general, decir que son tres los grandes
centros escultóricos en esta época: primero, Castilla la Vieja, con
Valladolid como centro y con el arte de Gaspar Becerra como refe-
rente; las huellas de su estilo grandioso, que aporta una visión de
Miguel Ángel diferente de la patética de Berruguete, adoptando
una interpretación en clave heroica y monumental, se difunden por
Castilla hasta Navarra y Aragón, donde las difunde el escultor
Anchieta. Segundo, este monumentalismo escultórico llega tam-
bién al País Vasco y hacia el oeste a tierras gallegas. Tercero, en el
sur siguen activos los focos de Sevilla y Granada. En todo caso, lo
que resulta una novedad en el reinado de Felipe II es que por pri-
mera vez hay un arte propiamente cortesano que se concreta en El
Escorial o en la escultura que se hace en Madrid en torno a la
Corte, que se relaciona muy estrechamente con la que se hace en
Toledo.
En la zona de Castilla la Vieja el punto de partida es el impacto
del retablo de Gaspar Becerra en la Catedral de Astorga, unido a
lo que en Valladolid había hecho Juan de Juni. Así las cosas, el reta-
blo de Santa Clara en Briviesca (Burgos) es la empresa escultórica
de más envergadura en los momentos iniciales del romanismo
miguelangelesco y, además, une a sus grandes proporciones la
extraordinaria calidad de la escultura y una riquísima labor deco-
rativa que cubre toda su altura. Según noticias documentales, su
ejecución tuvo lugar entre 1551 y 1556, estando a cargo en sus
comienzos Diego Guillén, quien debió de intervenir escasamente.
Pasó luego a manos del artista de Miranda de Ebro, Pedro López
de Gámiz, que es, a juzgar por los documentos, el responsable
principal de la obra.
Azcárate, sin embargo, piensa que en este retablo intervinieron
otros maestros y cita expresamente a Juan de Anchieta: «A su ser-
vicio debió trabajar muy activamente en el retablo el joven Juan de
Anchieta, quien en 1565 residía en Valladolid y a quien en 1569
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que, en tierras gallegas y durante este período, las obras más desta-
cadas no son los retablos, sino las sillerías de coro. La influencia de
Jordán está en primer lugar en la obra del leonés Juan de Angés el
Mozo, hijo del colaborador de Juni del mismo nombre. Su activi-
dad en Galicia se documenta desde 1585 hasta 1597, año en que
muere. Su llegada a Orense está en relación con el encargo de la
sillería del coro de la catedral, que realizó con Diego de Solís y
cuyas trazas aprobó Esteban Jordán. Sigue el tipo habitual de dos
órdenes de sillas, en el inferior figuras de medio cuerpo y entero en
el superior, todo ello con el recuerdo de Juni en la sillería de San
Marcos de León y el canon más esbelto utilizado por Jordán.
Juan Dávila y Gregorio Español, ambos de origen y forma-
ción castellana, realizan a partir de 1599 el coro de la Catedral de
Santiago. Puede decirse que esta sillería es ecléctica en su estilo
porque los relieves que corresponden a Dávila mezclan la influen-
cia de Juni con los expresivismos de Berruguete y el romanismo de
Jordán, mientras que Gregorio Español muestra en su participa-
ción preferencia por el estilo de Becerra.
En esta etapa atraviesa un momento de crisis el centro artístico
de Santiago de Compostela, que muy pronto, ya en años del barro-
co, iba a convertirse en la escuela más importante de entre todas las
gallegas.
Un artista polifacético de este momento es el aragonés, afincado
en Santiago, Juan Bautista Celma, cuya estancia en la ciudad se
documenta entre 1568 y el último decenio del siglo. Fue pintor,
escultor, broncista; como escultor su labor se reduce al sepulcro de
doña Mencía de Andrade, en la capilla de la Azucena de la catedral,
obra que tiene como modelos los sepulcros medievales; como bron-
cista, los bellísimos relieves de los púlpitos de la catedral composte-
lana directamente inspirados en la custodia de Antonio de Arfe.
Un portugués, Mateo López, es el que introduce el manierismo
cortesano en Santiago, especialmente en el capítulo de los sepulcros,
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para los que utiliza el modelo de los sepulcros reales de los Leoni.
Pero su mejor aportación artística está en la arquitectura, y de
ello es muestra la fachada de la iglesia de San Martín Binario, aun-
que las figuras son muy alargadas, sin la más mínima idea de la
belleza formal.
Finalmente hay una última generación de artistas nacidos en el
siglo XVI que entran en el XVII, es decir que sirven de puente
entre el manierismo y el barroco. Ejemplos son el portugués
Alonso Martínez y el vizcaíno Juan de Muniátegui.
En La Rioja trabaja fundamentalmente el escultor Pedro
Arbulo de Marguvete, que es probable que fuese natural de Santo
Domingo de la Calzada, donde residía en 1565. Coetáneo
de Anchieta, debió iniciar su actividad en torno al retablo de
Briviesca, pero enseguida fue captado por el gran artista vasco, con
quien debió de mantener amistad. Inicia en 1569 el retablo mayor
de San Asensio (Logroño), tasado en 1575, y la sillería del coro,
lamentablemente destruido todo ello. En Santo Domingo de la
Calzada se le atribuye el retablo de San Andrés en una capilla de
la girola; muy estrechamente relacionado con el de Briviesca, en él
se ve la falta de monumentalismo típico de Anchieta. Pedro Arbulo
murió en Briones en 1608, aunque antes hizo un retablo para una
capilla del lado norte de la iglesia.
Pero, sin duda, el escultor más importante de este último tercio
del siglo XVI es Juan de Anchieta, nacido en Azpeitia en torno a
1540 y muerto en 1588. Su relevancia se debe no sólo aque fuera el
más genial entre los representantes del manierismo miguelangelesco,
sino a que trabajó en Burgos, el País Vasco, Navarra y Aragón, con
lo que su influencia fue muy extensa. El primer problema que plan-
tea este artista es el de su formación. Ceán Bermúdez dice que
estuvo en Florencia, pero esa estancia no está documentada y
parece mucho más probable que esa formación tuviera lugar en
Valladolid, ya que en 1565 se bautiza allí a un hijo suyo y aún
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hacer poco. Parece que sólo se hicieron algunas escenas según sus
trazas, pero la confusión con otros escultores que también partici-
paron hace difícil su identificación. Entre ambas obras cabe citar
las imágenes que se conservan del retablo mayor de la iglesia de la
Madre de Dios en Sevilla, en la actualidad rehecho, entre las que
destaca una imagen de la Virgen con el Niño sedente que es de lo
mejor de la iconografía mariana andaluza. Esta documentada inter-
vención parece que confirma la atribución del retablo de los Santos
Juanes de la misma iglesia, como sugiere López Martínez y sigue
Hernández Díaz, sobre todo en lo que se refiere al retablo de San
Juan Evangelista32.
Otra de sus bellas creaciones marianas es la Virgen de la O de
Ubrique, que procede del retablo de Carmona, imagen de gran
sentido clásico y suavidad de modelado. También debe citarse la
Virgen de la parroquia de Guillena (Sevilla) por lo que tiene de
antecedente de las imágenes marianas de Montañés. En 1582 se
fecha un Cristo resucitado en la parroquia de Santa María
Magdalena, clásico y naturalista con cierto aire praxiteliano que se
repetirá en días del siglo siguiente.
Entre los italianos que colaboran en la formación de la escuela
sevillana está el veneciano Juan Marín, cuya estancia en Sevilla se
documenta entre 1561 y 1577, fecha en que como arquitecto y
maestro de fortificaciones se traslada a Cádiz, donde aún vivía en
1588. Arquitecto y escultor, su labor es algo confusa. Consta que
dio modelos para el facistol de la catedral y se cree reconocer su
estilo en unos relieves italianizantes con cantores, ministriles y
organistas y también ángeles músicos, pero lo que interesa de su
presencia en Sevilla es que allí debió contribuir al triunfo sereno
del manierismo italiano, además de en otros lugares de Andalucía.
Otro escultor toledano, Diego de Velasco, recaló en Sevilla en
1579, donde entra al servicio de la catedral, de la que llega a ser
escultor mayor en 1582 y cuatro años después maestro mayor de
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las obras del Cabildo. Su labor más importante son los relieves de
la sala capitular de la Catedral de Sevilla, en los que consta su inter-
vención en el de la Expulsión de los mercaderes.
Diego de Pesquera aparece en Granada en 1563 y luego se
trasladó a Sevilla, donde está hasta 1580. Su estilo revela unos
contactos con el arte toledano ligado al estilo de Berruguete, pero
al mismo tiempo muestra un contacto directo con el arte italiano,
especialmente con Miguel Ángel, por dos motivos fundamenta-
les: uno, la preferencia por los temas profanos y, otro, la prefe-
rencia de trabajar en piedra. Como tal escultor profano tienen
importancia las esculturas de Julio César y Hércules de la Alame-
da de Sevilla y por el modelo para la fuente de Mercurio, que dio
en 1577 y que está en los jardines del Alcázar, además del Marte
de los jardines de Las Delicias. Al final de su vida interviene en
los relieves de la antesala capitular de la Catedral de Sevilla con
temas bíblicos, evangélicos y teológicos, en los que además inter-
vinieron otros escultores.
Gaspar Núñez Delgado se debió formar en Castilla y luego en
Sevilla con Jerónimo Hernández, donde su fama y su importancia
fue muy grande. En Sevilla está documentado entre 1581 y 1606, en
que otorga testamento. Se sabe de su primera obra que es un Cristo
de marfil (1585), de muy buena técnica, que está en una colección
particular de Puebla en México. De este mismo tipo es el Cristo del
Palacio Real de Madrid. Hay también en otra colección privada de
Sevilla una cabeza del Bautista en barro cocido, conforme a la
mejor tradición de la técnica andaluza. Por último, está también un
Ecce Homo de barro cocido de la colección Gómez Moreno.
Otros escultores andaluces son ya prácticamente una genera-
ción puente entre los siglos XVI y XVII, como Juan de Oviedo o
Vázquez el Mozo y otros de menor importancia, con la particula-
ridad de que hacia 1600 se nota en Sevilla la influencia del retablo
de El Escorial, que inspira el retablo del Hospital de las Cinco
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rodillas igualmente y seguidos por las otras dos esposas del Rey,
Isabel de Valois y María de Portugal, además del príncipe Carlos,
que exactamente igual que en el otro caso constituyen un grupo
extraordinariamente grandioso con vistosos ropajes tallados con
una técnica magistral, combinando las labores del bronce y la poli-
cromía de las piedras incrustadas, particularmente en los grandes
mantos que son desmontables. Los retratos, aunque idealizados,
respetan el parecido [lám. 95]. La labor de El Escorial se completa
con las figuras del retablo trazado por Juan de Herrera. Es funda-
mentalmente de pintura, como veremos, pero tiene estatuas en las
hornacinas laterales: Padres de la Iglesia, evangelistas y santos, y
todo ello coronado por un magnífico Calvario en el cual el Cristo
es una pieza extraordinaria.
La documentación demuestra que Pompeyo Leoni realizó un
Crucifijo de madera que algunos historiadores identifican con el
que está en la Real Academia de San Fernando de Madrid.
El foco toledano tiene una relación con el foco escurialense sin
romper del todo con la escultura tradicional. Se trata de Juan
Bautista Monegro, toledano de nacimiento y de formación presu-
miblemente italiana, a juzgar por el carácter italiano de sus obras.
En Toledo trabajó en esculturas públicas como la Santa Leocadia
para la puerta del Cambrón o el San Julián del puente de San
Martín, pero también trabajó en retablos como el de Santo
Domingo el Antiguo, que luego albergaría las primeras pinturas de
El Greco en España, en el que le corresponden las figuras de las
Virtudes y profetas. Otra de sus obras magistrales es el retablo de
Santa Clara o de la Encarnación. Sin embargo las obras más signi-
ficativas son las de El Escorial, realizadas entre 1583 y 1593. En
primer lugar la monumental estatua de San Lorenzo de la fachada
y los reyes de Judá en la fachada de la iglesia, obras de canon gran-
dioso que suma una exacta valoración del juego de volúmenes y no
pierden un ápice en el contexto del no menos grandioso escenario.
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IV.2.c. La pintura
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en el que Moro pasó por Lisboa. Lo cierto es que esa relación con
Moro y su estancia en Flandes le puso en relación con la Corte
española, a la que primero acompañó en Valladolid, luego en
Toledo y finalmente en Madrid. Nombrado pintor de cámara, vivió
en la Torre del Tesoro del Alcázar madrileño, donde, según cuenta
Pacheco, le visitaba el propio Rey que gustaba de verle pintar. En
el estilo de Sánchez Coello es fundamental el magisterio de Moro
pero es también muy importante el de Tiziano, que fue, casi puede
decirse, su segundo maestro. No menos evidente es que sus retra-
tos están muy por debajo de los del pintor de Venecia y que tam-
poco tienen el tono penetrante de los de Moro, pero, en cambio,
ofrecen la presencia del retratado de manera tan directa y tan inme-
diata que se puede ver que sobre las influencias de sus dos maestros
ha creado un nuevo tipo de retrato. Fue el gran retratista de la
familia real. Todo parece indicar que uno de los primeros retratos
realizados es el del príncipe Carlos del Museo del Prado [lám. 102],
pero aun así es ya de un lenguaje totalmente maduro; no fue el
único que le hizo y en todos trató la imagen del príncipe con
mucha delicadeza, disimulando su cuerpo deforme. A Felipe II le
hizo varios, casi todos desaparecidos en el incendio del Alcázar, y
el que se le atribuye con el Rey de medio cuerpo con el rosario en la
mano [lám. 103] es de Sofonisba Anguissola, la pintora milanesa
que viajó con la Corte española por las fechas en que parece que se
realizó el retrato (1575). También retrató a las esposas del Rey en
cuadros memorables. Pero lo que más fama le ha dado son los
retratos de las hijas del Rey. De Isabel Clara Eugenia y Catalina
Micaela hizo varios, desde que eran muy pequeñas hasta ya adul-
tas; son retratos magníficos, puntuales en el dibujo, en la expresión
distante y en el asombroso trabajo de la indumentaria, las joyas y
todos los detalles. El resultado son unos retratos majestuosamente
distantes. Tanto el retrato de Isabel Clara Eugenia del Museo del
Prado, firmado en 1579, ataviada en tonos marfileños, como el de
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Notas
pp. 7-63.
3 Checa Cremades, F., «La imagen definitiva y precisa, la arquitectura del
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4 Ib., p. 256.
5 Ib., p. 257.
6 Marías, F., y Bustamante, A., «Un tratado inédito de arquitectura de hacia
1550», en Boletín del Museo Instituto Camón Aznar, XIII (1983), pp. 41-47.
7 Rivera Blanco, I., Juan Bautista de Toledo y Felipe II. Implantación del cla-
1963, p. 82.
17 Checa Cremades, F., op. cit.
18 García Gaínza, M.C., «La escultura en el último tercio del siglo XVI», en El
Renacimiento, vol. III de Historia del Arte Hispánico, Alhambra, Madrid 1978,
pp. 139-141.
19 Azcárate Ristori, J., «La Escultura del siglo XVI», Ars Hispaniae, vol. XIII,
Valladolid 1977.
24 Azcárate Ristori, J.M., op. cit., pp. 288-300.
25 Martín González, J.J., «El maestro de Sobrado», en BSAA, Valladolid 1966.
26 Tomo la cita de García Gaínza, M.C., op. cit., p. 146.
27 Tomo la cita de Martín González, J.J., Juan de Juni, vida y obra, Madrid
1974, p. 304.
28 Camón Aznar, J., El escultor Juan de Anchieta, Pamplona 1943, pp. 50-51.
29 Ib., p. 76.
30 Andrés Ordax, S., La escultura romanista en Álava, Vitoria 1973; «El escul-
tor Pedro López de Gámiz», Goya (1975), p. 156; El escultor Lope de Larrea,
Vitoria 1976. García Gaínza, M.C., La escultura romanista en Navarra. Discípulos
y seguidores de J. de Anchieta, Pamplona 1969; «Navarra entre el Renacimiento y
el Barroco», ponencia al XXIII Congreso Internacional de Historia del Arte,
Granada 1973, p. 290.
31 Azcárate Ristori, J.M., op. cit., p. 327.
32 López Martínez, C., Desde Jerónimo Hernández hasta Martínez Montañés,
Sevilla 1929; Hernández Díaz, J., Imaginería hispalense del Bajo Renacimiento,
Sevilla 1951.
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1963, p. 228.
37 Checa Cremades, F., op. cit., p. 368.
38 Domínguez Bordona, J., «Federico Zúccaro en España», AEAR (1927),
pp. 77-79.
39 Checa Cremades, F., op. cit., pp. 365 y 366.
40 Ruiz Gómez, L., «Retratos de Corte en la Monarquía Española (1530-
338
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
Arquitectura
339
Ana María Arias de Cossío
Escultura
340
El arte del Renacimiento español
Pintura
341
Ana María Arias de Cossío
342
Fotocomposición
Encuentro-Madrid
Impresión y encuadernación
Tecnología Gráfica
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