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La intervención social en convivencia .


José Hleap
Universidad del Valle

Estamos avizorando una nueva era para los países de América Latina donde el bienestar
social no estará más vinculado al bien común y a derechos societales aunque estratificados y
desiguales. Cada comunidad y la nueva filantropía de la “sociedad civil” responderán por sus
pobres como el mercado responderá por los más “capaces”.
Sonia Álvarez

Esta exposición es la oportunidad para compartir las inquietudes que me ha


generado el ejercicio de la intervención social en convivencia y de la
investigación2 sobre algunas de estas experiencias, durante la última década en
Cali. Obviamente no presentaré el malestar personal (me lo impide el “ego”) y la
casuística ligada estrechamente al contexto y la temática; me conformo con
revisar lo pensado por algunos autores que me parecen relevantes, comparar
procesos y avizorar opciones posibles para la intervención social, aquella en el
que podamos reconocer el ejercicio de la imaginación epistemológica
(Santos,2005:166), unido entrañablemente con la Imaginación
democrática(Ibíd.); de este modo espero serles académicamente útil para
pensar más ampliamente la intervención social.

Lo pensado:
Quisiera comenzar por lo obvio, el hecho de que una intervención experta
sobre la convivencia supone tener claro qué es la convivencia, haber
encontrado un problema en esa convivencia y saber cómo y hacia donde se la
quiere transformar. Aquí empiezan para mí las dificultades. Mientras uno se
mueve al interior de la vida universitaria y en el círculo de los especialistas en el
1
Este artículo presenta el núcleo investigativo sobre dialogo de saberes desarrollado en la línea
experiencia urbana, convivencia y construcción de ciudadanía, por el Grupo de Investigación en Educación
Popular de la Universidad del Valle, en la cual se adelanta actualmente la investigación “El conocimiento
social en convivencia (Cali y Buenaventura) como vía para una cultura de Paz”, financiado por Colciencias y
de la cual el autor es investigador principal.
2
Se trata de tres investigaciones adelantadas en la Universidad del Valle: “la génesis del mito de Cali
cívica” (1997), “violencia y convivencia en Cali, los nuevos escenarios de la educación popular (2005) y “El
conocimiento social en convivencia como vía para una cultura de paz en el valle del cauca (Cali y
Buenaventura)” (en curso), de las cuales he hecho parte como coinvestigador.

1
tema, le parecen totalmente claras las definiciones –muchas veces
contradictorias- y las consecuencias para la intervención en cada una,
elaboradas desde abstracciones, simplificaciones y totalizaciones que le quitan
la carne (todos esos elementos que ocurren en la convivencia social pero no
encajan en la pureza de la definición) y dejan el hueso (la idealidad o deber ser)
con el cual se conduce la intervención, que en mi caso sería, por ejemplo, la
concepción de “convivencia armónica” .

Habría que empezar por preguntarse qué idea de sociedad, de interacción


social, implica esta concepción de convivencia y cómo se efectúa en las
condiciones sociales especificas en las que vivimos o incluso antes, por qué y
para qué se volvió relevante lo que hacen unos y otros viviendo juntos en esta
ciudad; la sospecha de que “la mentira constitutiva del discurso universitario es
que rechaza su dimensión performativa, presentando lo que efectivamente
equivale a una posición política basada en el poder, como simple percepción del
estado fáctico de las cosas” (Zizek, 2004: 113). La sospecha anterior me condujo
a dos nudos de la intervención, la relación entre intervención social, políticas
públicas y formas de ejercicio del gobierno, así como el papel del saber experto
en esta relación.

La primera cuestión está claramente formulada en la tradición originada por


Foucault (1999:175) al pensar la serie seguridad-población- gobierno, donde
identifica en el siglo XVIII “el movimiento que hace aparecer a la población como
un dato, como campo de intervención, como el fin de las técnicas de gobierno”
(Ibíd.: 195) y le llama “gubernamentalidad” a la administración de esa población:
“Por gubernamentalidad entiendo el conjunto constituido por las instituciones, los
procedimientos, análisis y reflexiones, los cálculos y las tácticas que permiten
ejercer esta forma tan específica, tan compleja, de poder, que tiene como meta
la población, como forma primordial de saber, la economía política, como
instrumento técnico esencial, los dispositivos de seguridad”.

2
El interés por la forma como viven juntos “los caleños”, por la violencia que allí
se genera, haría parte, entiendo ahora, de una forma específica de gobierno que
ya no se ocupa prioritariamente de “la adecuada disposición de los recursos –
habitantes incluidos- de un territorio” (Vázquez, 2005:85), sino del ejercicio de
administración de la vida de la población (salud, higiene, natalidad, longevidad,
etc.) o “biopolítica”. El otro aporte de esta línea de pensamiento es “que no se
podían disociar estos problemas del marco de racionalidad política dentro del
que han aparecido y se han agudizado, a saber, el liberalismo” (Foucault, 1999:
209)

Ubicar la biopolítica en la racionalidad liberal permite entender que esta


gubernamentalidad nace de la constitución de una forma de gobierno en la cual
“el rey ya no es soberano” y la preocupación por un ejercicio de gobierno en
donde se preserve el “respeto a los sujetos de derecho” y la “libertad de iniciativa
de los individuos”conduce a la invención de “la población” y al desarrollo, en una
especial articulación entre soberanía, disciplina y regulación, de sus técnicas de
gobierno. “Desde la perspectiva del análisis del gobierno, el liberalismo no es
una ideología ni una doctrina política. Se trata de un modo reflexionado de
conducir conductas, de un arte de gobernar.” (Vázquez, 2005:84)

En la raíz misma del liberalismo se encuentra un problema fundamental que se


busca superar en la biopolítica, la posible colisión entre la libertad individual y el
gobierno colectivo o cómo hacer para que el ejercicio de la libertad de alguien
no vulnere la libertad de los demás. Sabemos que esta regulación del
comportamiento individual ya no está asegurada por creencias colectivas y no se
logra satisfactoria y sosteniblemente por la imposición de normas, castigos o
peroratas externas a la constitución misma de los sujetos, pues un gobierno así
no tendría mucha legitimidad. Podríamos decir, entonces, que la biopolítica

3
asegura la conformación del sujeto libre pero heterónomo, el sujeto gobernable,
el “buen ciudadano”.

Otra arista del mismo problema que enfrenta el liberalismo es la desconfianza


sobre el poder ejercido directamente por el estado 3, el cual debería solo
ocuparse de la administración de la población, en el sentido técnico del término:
“El gobierno liberal en este sentido es un gobierno de procesos (económicos,
biológicos, civilizatorios) que nace con una crítica del gobierno disposicional que
había caracterizado a las formas de racionalidad política desplegadas entre los
siglos XVI y XVIII” (Vázquez, 2005:85).

Al generar una atención particular sobre las distintas dimensiones de la vida de


la población, al desarrollar formas de conocimiento específicas (sociológico,
antropológico, medico, etc.) con instrumentos como la estadística o la
epidemiología, al establecer instituciones diferenciadas para administrar cada
aspecto de esa vida, la intervención sobre lo social dispuso (su “fuerza
performativa”) de formas de agregación, conocimiento y prácticas que rompían
con la comunalidad ligada a un territorio y a unas costumbres, generando
dependencia respecto de esas nuevas formas de vínculo y a los servicios
ofrecidos, al punto que los propios administrados terminan confundiendo su
necesidad (salud) con el satisfactor 4 que el sistema les provee (hospital, por
ejemplo) y se lo demandan al gobierno, incluso violentamente. Insistiendo en la
temática que me ha conducido hasta aquí, quiero destacar que los principios y
condiciones de convivencia, los modos de estar juntos, son segregados, en
buena medida, por la red de vínculos que el propio sistema de atención facilita a
la población.

3
“La cuestión característica de las por otra parte muy variadas formas de gubernamentalidad liberal es
cómo gobernar con la máxima seguridad el mercado y los procesos vitales de la población limitando al
mínimo la acción directa del estado. (Vázquez, 2005:80)
4
Concepto elaborado por Manfred Max Nef en su propuesta de una economía a escala humana.

4
No obstante, las desigualdades sociales que imponen modos diferenciales de
acceso a los servicios y fuertes exclusiones hacen conflictiva la administración
de la población, presionando la intervención del estado y la generación de
políticas públicas que de diversos modos aseguran el control social. Siguiendo a
Robert Castel (1997) con algunas licencias, podríamos distinguir en la
gubernamentalidad liberal las políticas de integración o de seguridad social
(Castel, 1997:422), las políticas de inserción o focalizadas sobre “población en
riesgo” y agregaría las políticas adaptativas o de resiliencia, con sus respectivas
“tecnologías de intervención”. Como propone Sonia Álvarez “podemos
plantear que las formas de intervención social que se fueron
materializando a través del tiempo –diversas instituciones, prácticas y
regulaciones– son fruto de un proceso histórico asociado a las formas
como las sociedades modernas han, por un lado, ido resolviendo
problemas de cohesión y control social y, por otro, dado respuestas a
las luchas sociales (Álvarez, 2002: 60).

Las políticas de integración buscan asegurar el acceso de “todos” a los sistemas


de administración de la vida, “ellas proceden mediante orientaciones e
instrucciones generales en un marco nacional. Son ejemplos los intentos de
promover el acceso de todos a los servicios sociales, y la educación, la
reducción de las desigualdades sociales y un mejor reparto de las
oportunidades, el desarrollo de las protecciones y la consolidación de la
condición salarial” (Castel, 1997:422). Las tecnologías de intervención asociadas
a estas políticas están fundamentalmente representadas en el aparato
burocrático de los servicios sociales de educación, salud, saneamiento, obras
públicas y demás que operan bajo el supuesto de cubrir las “necesidades
básicas” de todos los ciudadanos. Frente a cada necesidad específica existe un
servicio, unos especialistas y un saber experto prontos a atenderlo, siempre y
cuando se pliegue a su lógica prescriptiva. Fuera de ahí están los ingobernables,
los “desechables”, los vagos, los “viciosos”, el “lumpen”, el “ciudadano insano”

5
(Duchesne, 2000), todos aquellos que no pueden ser integrados por mantenerse
al margen del sistema productivo.

El carácter “eurocentrico”5 de muchos de los trabajos -incluso de los críticos-


sobre el “estado de bienestar” que animaba las políticas de integración y la
consideración insuficiente e interesada sobre lo público reducido a su carácter
de “financiado por el estado” o de “burocracia estatal” por parte de los analistas
latinoamericanos, han impedido establecer un balance sobre el impacto social
alcanzado por estas políticas siempre parciales del “estado de malestar” en
nuestros países, las formas de sociabilidad, solidaridad y resistencia, las
alteraciones creativas que de alguna manera transgredían las subjetividades
“tuteladas y asistidas6” por la seguridad social. Tanto la defensa de las empresas
prestadoras de estos servicios sociales simplemente como “derechos adquiridos”
o “un mal necesario”, como la arremetida neoliberal por privatizarlos a toda
costa, muestran la débil apropiación del sentido y alcances de estas políticas
entre nosotros.

El segundo tipo de estrategias, las políticas de inserción, “obedecen a una lógica


de discriminación positiva: se focalizan en poblaciones particulares y zonas
singulares del espacio social, y despliegan estrategias específicas. Pero si
ciertos grupos, o ciertos lugares, son entonces objeto de atención y cuidados
adicionales, ello ocurre a partir de la constatación de que tienen menos y son
menos, de que están en una situación deficitaria. En realidad, padecen un déficit
de integración, como los habitantes de los barrios desheredados, los desertores
escolares, las familias mal socializadas, los jóvenes mal empleados o
inempleables, los desempleados durante lapsos prolongados…”(Castel,
1997:422).

5
Al respecto, Arturo Escobar ha mostrado la manera como se obliteran las lógicas de lugar y prevalece la
visión eurocentrica, particularmente su análisis sobre las intervenciones en el pacífico colombiano.
6
Es una referencia directa al libro con ese nombre, cuya editora es Silvia Duschatzky (2000).

6
Si en las políticas de integración se pretendían borrar las diferencias y
desigualdades sociales por el recurso al mínimo común de protección, en las
políticas de inserción las desigualdades sociales (la pobreza, la exclusión) se
tratan como diferencias individuales o grupales (criminalización, medicalización y
estigmatización) y las diferencias sociales (étnicas, de género, de elección
sexual, de origen- para los desplazados o inmigrantes-) como desigualdades
individuales de capacidad y oportunidad (los perdedores y los ganadores).

Un asunto medular de este tipo de políticas es que reubican la atención de la


intervención no en los problemas y sectores considerados “productivos” sino en
los “marginados”, a los cuales se les pretende “reinsertar” con su concurso.
Sonia Álvarez lo plantea así: “Se trata ahora de una nueva tecnología de
poder, la “focopolítica”. No es la vida de la población productiva la que
importa o el aumento de la productividad del trabajo. El mercado
regula la vida de los “más capaces”, ésta debe ser comprada en el
mercado. El Estado, a partir de la gestión focalizada de la pobreza –
promoción de las redes autogeneradas comunitarias “productivas”– no
promueve la vida, se desentiende de ella y la deja reposar en la moral
individual filantrópica –como las organizaciones no gubernamentales o
benéficas– y en los “capitales” de los propios pobres” (Álvarez, 2002:83).

La tecnología de intervención característica de este tipo de políticas es la que


determina los “factores de riesgo” y la “población en alto riesgo” desde la
consideración experta de la normalidad. En el campo de la convivencia se
ha operado bajo el supuesto de que la normalidad es un estado de
armonía, donde no se genera violencia –incluso sirve para evitarla- y se
practican unos “valores” prescritos de “humanidad”. Como lo ha
planteado Sonia Álvarez, “esta visión moral de lo social genera
relaciones de autoridad entre un grupo de esclarecidos que considera
se debe intervenir moralmente y ser guía de su moralización, y parte

7
de que la eficacia moral suponía la adhesión de aquellos a quienes se
moralizaba y debía de tal modo perpetuar la situación de minoridad
social de los sometidos” (Álvarez, 2002:81).

Un efecto adicional de esta forma de intervención es que “despolitiza” las


consecuencias sociales de las medidas económicas que han desmantelado las
seguridades sociales, al presentar las situaciones sociales como la agregación
de circunstancias negativas que, en la voz experta, convirtieron a algunos
sectores sociales en “población en alto riesgo”. Silvia Duschatzky (2000:17)
advirtió que “Desplazar la cuestión social de la pobreza a los márgenes parece
ser más sencillo que intervenir en los procesos que la producen, teniendo en
cuenta que esto último exige un tratamiento político más que técnico”. Se
despolitiza también lo que origina la condición marginal de esta población
intervenida, al diseminarla en una miríada de proyectos, de modo que no puedan
articular sino respuestas adecuadas a su condición de “asistidos”. “El recorte
dentro del que se mueven estos programas no permite avanzar más que
discursivamente en el concepto de ciudadanía. Se omite la promoción de toda
acción concerniente a la agregación de demandas y acción colectiva. Además, el
concepto de red reemplaza esta visión política, proclamándola como articulación
horizontal (alianzas estratégicas) de pobres entre sí y con funcionarios del
Estado como contraparte” (Cardarelli y Rosenfeld, 2.000: 46).

En un avance de esta tecnología de intervención, los expertos “descubrieron”


que la participación y las formas propias de solidaridad, confianza y cuidado de
estas “poblaciones en alto riesgo” eran un capital que hacia rendir la inversión,
aseguraba la sostenibilidad y redituaba en su propio “empoderamiento”: “El
capital social y la cultura son componentes clave de estas interacciones. Las
personas, las familias y los grupos son capital social y cultura por esencia. Son
portadores de actitudes de cooperación, valores, tradiciones, visiones de la
realidad, que son su identidad misma. Si ello es ignorado, salteado, deteriorado,

8
se inutilizarán importantes capacidades aplicables al desarrollo y se desatarán
poderosas resistencias. Si, por el contrario, se reconoce, explora, valora y
potencia su aporte, puede ser muy relevante y propiciar círculos virtuosos con
las otras dimensiones del desarrollo” (Kliksberg, 2000: 5)

El “capital social” como recurso recibe en el Banco Mundial una consideración


especial, al estimarlo como componente clave para el desarrollo social y, por
tanto, elemento fundamental en esta década para determinar las inversiones del
Banco y, en consecuencia, el tipo de intervenciones propiciadas en América
latina: “Según análisis del Banco Mundial, hay cuatro formas básicas de capital:
el capital natural, constituido por la dotación de recursos naturales con que
cuenta un país; el capital construido, generado por el ser humano, que incluye
diversas formas de capital (infraestructura, bienes de capital, financiero,
comercial, etc.); el capital humano, determinado por los grados de nutrición,
salud y educación de su población, y el capital social, descubrimiento reciente de
las ciencias del desarrollo. Algunos estudios adjudican a las dos últimas formas
de capital un porcentaje mayoritario del desarrollo económico de las naciones a
fines del siglo XX. Indican que allí hay claves decisivas del progreso tecnológico,
la competitividad, el crecimiento sostenido, el buen gobierno y la estabilidad
democrática” (Kliksberg, 2000: 5)

Inspirado en las ideas de participación y “capital social” el Banco Interamericano


de Desarrollo (BID) adelantó en América Latina desde 1996 una serie de
programas encaminados al “apoyo de la convivencia y seguridad ciudadana”,
queriendo descubrir “los factores de riesgo (y de protección)” que inciden en el
incremento de la violencia, según el canon epidemiológico que fungió como
saber experto. Mediante “colaboración con los gobiernos en el diseño y
financiamiento de iniciativas para combatir la violencia a través de de su
ventanilla de préstamos”(Buvinic, 2000:39) el BID se separa de las opciones que
en esa época asimilaban “seguridad” sólo con “aumento del pie de fuerza

9
policial”, entre otras razones por la relación costo/beneficio de las inversiones y
propone en los programas, especialmente en Colombia donde las tres
principales ciudades (Bogotá, Cali y Medellín) que aparecían entre las más
violentas del mundo según las mediciones de los promovidos “observatorios del
delito”, una amplia gama de modalidades de intervención fundadas en la
promoción de la “convivencia armónica”, como opción terapéutica frente a una
“cultura de la violencia”. Es así como muchas de las intervenciones sociales
sobre violencia y convivencia de ese tiempo e incluso en la actualidad en
Colombia responden a los lineamientos, tecnologías, procedimientos y
enseñanzas que como “capacidad instalada” dejaron estos programas,
mostrando la eficacia conformadora del agenciamiento de políticas hegemónicas
sobre participación y capital social en el desarrollo y en la apropiación local, aun
cuando la génesis particular de los proyectos encontrara formas de resistencia,
alteración y transformación en la trama situada donde se efectuaron.

Sonia Álvarez (2002: 57) considera que “Las políticas de ajuste implican, entre
otros aspectos, el debilitamiento de las instituciones de lo público-estatal en su
responsabilidad para atender y socializar la resolución de los problemas
sociales. Como contracara se incentiva que la protección social repose en la
solidaridad no estatal, tanto de instituciones de reciprocidad basadas en
relaciones verticales como horizontales. Las primeras actualizan, refuerzan y
resignifican las formas de asignación de la ayuda propias de la beneficencia
religiosa y la filantropía asistencial, predominantes en las etapas previas al
desarrollo del Estado benefactor. Las segundas conforman diversas formas de
asociatividad, mutualidad y sociabilidad que las familias y las personas
normalmente estructuran en su vida diaria. Éstas pueden ser relaciones de
parentesco, de amistad, de vecindad, más o menos informales y permanentes
cuya denominación ha variado, desde el don y las redes estudiadas por los
antropólogos sociales al capital social en la actualidad”.

10
Como lo ha señalado Sonia Álvarez, la participación y el “capital social” que
actualmente hacen parte de las intervenciones “se constituyen en prácticas
para convertir los recursos autogenerados por las redes en capitales
para la supervivencia, en recursos para la autogestión de programas
focalizados y en formas de resolver el conflicto social”, en lo que
constituye una expropiación de un “talento” que, paradójicamente, resultaba en
décadas anteriores un obstáculo para el desarrollo: las prácticas culturales
tradicionales, sus formas de convivencia, así como “las redes de solidaridad no
mercantiles y trabajos de la economía informal” con los cuales resistían o
supervivían algunos grupos de la población el paso implacable del capitalismo
globalizado aparecen ahora como el capital más importante que ponen los
pobres para su propia inserción en la economía-mundo. Se trata, entonces,
de tecnologías de intervención que buscan“reinventar la comunidad”
para los pobres, como en el programa de gobierno del presidente Álvaro Uribe
“hacia un estado comunitario”, en donde la comunidad es el substituto de la
ciudadanía y donde “el espacio público, cuyas funciones han quedado reducidas
en buena parte a plebiscitos periódicos en los que puede concederse o negarse
la aclamación, está estructuralmente despolitizado”(Beriain, 1996:209).

En un tratamiento diferenciado que asegura el transito sin sobresaltos del ajuste


estructural requerido por “los países en vías de desarrollo” para articularse a la
“globalización, nos recuerda Sonia que a cada cual se le da lo suyo: “para los
sectores medios y con capacidad de pago, privatización y
desregulación de los servicios sociales; para los más pobres, la gestión
de la pobreza potenciando la “productividad comunal” o la beneficencia
y la filantropía. Un proceso concomitante y estrechamente vinculado es
el traspaso del bien común y el interés general de los ámbitos públicos
estatales a la sociedad civil y al capital social o a los vínculos locales
fuertes de las regulaciones y garantías que antes se colocaban en el
ámbito de la política y el Estado”(Álvarez, 2002:80). Se va configurando así

11
el tercer tipo de políticas, las adaptativas o de resiliencia propiamente
“neoliberales” que, como nos hace caer en cuenta Francisco Vázquez
(2005:89), “…esta forma de gobierno no significa, como a veces se arguye, el fin
de lo social, sino que entraña otra manera de hacer, otro modo de gobernar los
procesos colectivos”.

En primer lugar, se trata de un nuevo tipo de gubernamentalidad, la


gubernamentalidad sobre el gobierno o “gobierno reflexivo” 7: se interviene, se
busca incidir en los indicadores de gobernabilidad, es lo que he llamado la
perversión de las estadísticas, donde buena parte de la realidad social, aquella
que habla de problemas estructurales, del aumento de la pobreza y la inequidad,
se convierte en residual ante la contundencia de los “datos” que miden el “buen
gobierno”. En un claro ejercicio del eficientismo corporativo, lo que importa es “lo
que dicen los indicadores”, olvidando no sólo qué y cómo se mide, sino el para
qué y por qué se mide, preocupación que genera, como ha ocurrido últimamente
en Colombia, incluso que se maniobren técnica o descaradamente los datos
para producir el efecto de éxito que no se alcanza en la realidad social, en donde
ya no importa- es secundario ante tanta eficiencia administrativa- si la pobreza
ciertamente ha disminuido y la “calidad de vida” mejorado: “Este ethos de la
empresa exige remodelar la existencia individual y las propias agencias que
prestan servicios (sanitarios, educativos, atención a los mayores, vivienda, etc.)
con arreglo a los valores de la iniciativa, la competitividad, el placer de asumir
riesgos, la flexibilidad, la polivalencia (Vázquez, 2005:93).

Aparece así una nueva valoración de la “inversión social”, que rompe con
cualquier vestigio redistributivo o solidario centrándose en su rentabilidad para el
gobierno, esto es, la eficiencia de la inversión en la producción inmediata de
efectos de gobernabilidad. La preocupación por las mediciones de favorabilidad
y el cuidado sobre el ambiente propicio para atraer capital externo ha conducido
7
En el cual “la gestión ya no concierne a la vida, a la producción, a la cultura, sino a los propios dispositivos
diseñados para gobernarla” (Vázquez, 2005:95).

12
a muchos gobiernos latinoamericanos a centrar su inversión en producir el
efecto de seguridad (Vg. la estrategia de “seguridad democrática” de Uribe) con
total despreocupación sobre las condiciones de seguridad (trabajo, salud,
educación, justicia, por ejemplo) que hoy se interpretan como el logro individual
que permite distinguir entre exitosos y perdedores. “La gubernamentalidad liberal
avanzada supone todo un nuevo modo de gestionar las conductas en ámbitos
muy variados (política laboral, seguridad social, sistemas de salud, sistema
educativo, política familiar, control de la inmigración y de la criminalidad, etc.),
un arte de gobierno que hoy se ha expandido a escala mundial, más allá del
cariz ideológico de los partidos instalados en la administración estatal. (Vázquez,
2005:91)

El énfasis de la producción biopolítica reflexiva no es ya la vida misma sino la


“experiencia”, soportada en la fuerza performativa 8de los modelos exitosos que
se multiplican en la ubicuidad de las pantallas: “tipos de subjetividad, formas de
placer y saber, escenarios de relaciones posibles” (Vázquez, 2005:101). Las
tecnologías de intervención asociadas a este tipo de gubernamentalidad operan
produciendo directamente los agentes y los ámbitos de acción: “Se trata del
sujeto como empresario de sí: Tiende a remplazar la tecnología de gestión de
riesgos localizada en los vínculos colectivos (como el procedimiento de los
seguros sociales o los métodos eugenésicos) por estrategias de
autoresponsabilización” (Vázquez, 2005:92). “El ciudadano social, atendido por
una tupida red de dependencias colectivas, es sustituido por el consumidor libre
y responsable que satisface sus necesidades acudiendo al mercado” (Vázquez,
2005:95).

En la interconexión entre la gubernamentalidad neoliberal y las técnicas de “una


boyante y expansiva cultura psicoterapéutica” (Vázquez, 2005:83) aparece
dibujada la idea de “La pobreza como cúmulo de riesgos biopsicosociales”

8
“Por fuerza performativa me refiero pues a este encuadre de interpretaciones mediante el cual se encauza
la significación del discurso y de los actos.”(Yúdice, 2002:81)

13
(Kotliarenco, 2001), en los que la resiliencia, ese “conjunto de procesos sociales
e intrapsíquicos que posibilitan tener una vida sana, viviendo en un medio
insano” aparece como el nuevo recurso de una biopolitica que incide tanto en la
subjetividad, los “mecanismos protectores personales (características cognitivas,
afectivas y espirituales)” como en su entorno, los “mecanismos protectores
ambientales” (los familiares y socioculturales) que “procuran un ajuste saludable
a la adversidad”. Resulta entonces que “a través de esta coordinación entre los
objetivos globales de la conducción neoliberal y el funcionamiento, encastrado
en la propia libertad individual, de las tecnologías psi, se consuma una
verdadera revolución en el arte de gobernar. Se entiende desde entonces,
invirtiendo el lema post-sesentayochista, que todo lo político es personal”
(Vázquez, 2005:103).

Lo impensado.

Llegado a este punto creo necesario voltear la mirada, tan centrada en lo que
hacen los “interventores”, para percibir las experiencias realizadas y las por venir
como lo enseña Boaventura de Sousa Santos (2005), en tanto multiplicidad
(reconocimiento de diferentes saberes, prácticas y actores, como ámbito de
múltiples ausencias) y posibilidad (emergencias, el “inédito viable” de Paulo
Freire): una experiencia de intervención es mucho más que la realización de
unos “términos de referencia”, es una trama, un juego de fuerzas, una lucha
situada entre actores, saberes y prácticas, en donde frente a la fuerza
conformadora (performativa) de los discursos hegemónicos aparece la fuerza
implicativa de las lógicas de lugar (De Certeau,1996), los agenciamientos
territoriales de enunciación (Guattari,1994), las jugadas frente al poder
establecido que de muchas manera alteran y aprovechan las oportunidades.

Para este “emprendimiento” contamos con un actor decisivo, cuyo saber


especifico en intervención y aporte cotidiano a la convivencia ha sido olvidado,
negado o reprimido, por considerárselo “intermediario obligado”, ni experto ni
comunidad, cuyo desempeño “normal” consistiría en ser correa de transmisión

14
entre las políticas expertas y los grupos de población; sus aportes, críticas o
recomendaciones al sistema, así como su conocimiento específico de las
comunidades con las que trabaja quedan perdidas o abandonadas en los
anaqueles de la desidia institucional de las organizaciones y entidades que
asumen los proyectos de “bienestar social” o han sido desechados en la
“reorganización eficiente del aparato estatal”. Estos actores son los “promotores
sociales” (Promotores de salud, madres comunitarias, policías cívicos,
profesionales en ejecución de proyectos, etc.) que pueden aportar a la gestión
social del conocimiento sobre la convivencia toda su experiencia y saber en
“intermediación del conocimiento”, potenciando su trabajo interpretativo sobre las
políticas sociales y lineamientos institucionales de intervención desde su
conocimiento práctico de las comunidades con las cuales han trabajado,
generando memoria sobre la cara oculta de las intervenciones y activando el
conocimiento social sobre la convivencia en las redes y organizaciones de sus
comunidades.

Surge aquí el conocimiento social 9 generado sobre la convivencia en


condiciones de precariedad, desigualdad y exclusión, las articulaciones
diferenciales de dinámicas conflictivas en las que se realiza la convivencia
urbana así como la labor solidaria, afectiva e imaginativa que se genera en esta
cotidianidad localizada, no como “recurso de intervención” sino como gestión
social del conocimiento en convivencia, con su potencial de multiplicidad y
posibilidad, ante la evidencia de que “imaginar la posibilidad de otra forma de
convivencia no es el fuerte de nuestro mundo de utopías privatizadas” (Bauman,
1999:145).

BIBLIOGRAFÍA:

9
Nos referimos al saber étnico, intercultural y comunitario que convive en las ciudades, aportando sus
maneras especificas de relación con los otros, así como principios singulares de solidaridad, confianza y
organización que el saber experto convierte en recursos de intervención sobre la convivencia.

15
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