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Libro - Identidad y Narrativa
Libro - Identidad y Narrativa
IDENTIDAD Y NARRATIVA
PRÓLOGO
Antonio y Juan Luis Linares
El hecho de que seamos hermanos y de que nuestras profesiones (filósofo y
educador el uno, psiquiatra y psicólogo el otro) coincidan trajo el amplio rubro de lo
terapéutico, nos hizo concebir la idea de prologar con
juntamente este libro. Los vínculos familiares que nos han permitido disfrutarnos (y
también obligado a sufrirnos) tan a menudo, podían convertirse así en ocasión
para un nuevo juego fraternal, aplicando nuestra reflexión común a una tarea útil.
Además, nos ha parecido razonable ampliar el horizonte de un libro de terapia
familiar con referencias educativas que ilustran una vez más el isomorfismo de los
constructos teóricos y de sus consecuencias pragmáticas en territorios afines.
Lo que sigue es el resultado de una breve conversación, de apenas una hora, pero
también la consecuencia de una historia compartida, larga de medio siglo. ¡
JUAN LUÍS: ¿Qué supone para ti el contenidó\,psicoterapéutico de un libro como
éste?
ANTONIO: Me aporta elementos para perfilar y comprender mejor lo que a mí me
preocupa, que son los seres humanos, con los que tratamos cada uno denosotros
desde nuestra perspectiva profesional propia. Terapeuta, en términos
etimológicos, significa «el que cuida de alguien», y yo, en ese sentido, me siento
terapeuta por partida doble, porque tanto la filosofía como la educación están
orientadas a cuidar. El filósofo debe cuidar, ayudar a los demás a entender mejor
el mundo en que viven, y el educador debe enseñar, en una franja de edad mucho
más definida, a vivir en las condiciones menos malas posibles. Ambos coinciden, y
también lo hacen con el psicoterapeuta, en ayudar a las personas a ejercer mejor
la libertad. Este libro me aporta ideas sobre espacios y dinámicas en los que el
ejercicio de la libertad es más fácil o más difícil.
JUAN LUÍS: Supongo que te refieres a que, en cierta forma, la identidad constriñe
a la libertad y la narrativa la potencia, por lo que filósofo, educador y
psicoterapeuta coincidirían ampliando los espacios narrativos o, en cualquier caso,
trabajando sobre ellos...
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ANTONIO: Sí. Una de las maneras de entender al enfermo mental es como
alguien que, en el transcurso de su vida, en su aprendizaje de afrontar su libertad,
ha dado un traspié y sufre las consecuencias.
JUAN LUÍS: Y, a su vez, la pérdida de libertad ligada al traspié en cuestión puede
ser entendida como una especie de parasitación por parte de narraciones
socialmente condicionadas. El discurso del poder como generador de patología...
ANTONIO: Pero cuidando de no banalizar la cuestión del determinismo social,
porque, en efecto, el hombre está sometido a numerosos determinismos, desde la
gravitación universal hasta el guardia de la esquina y, por supuesto, estereotipos
sociales y el discurso de diversos poderes... El problema está en cómo se
categoriza eso. ¿Se limita uno a un discurso que, rápida y fatídicamente, se
convierte en demagógico, o en utópico, o en generalista? «¡El poder determina
mucho al hombre! » Todo el mundo da cabezadas de asentimiento y las cosas
quedan igual que estaban. La otra opción es abordar un intento de categorización
con vistas a la operacionalización de posibles intervenciones. Posibles, digo, no
necesarias. Ahí está toda la cuestión, porque sería una absoluta trivialidad
enunciar que los poderes sociales determinan al hombre y que influyen en sus
comportamientos, en sus narrativas, en su identidad... Por supuesto que sí, pero
eso ya lo sabía Platón cuando hablaba de la necesidad de los gobernantes,
educadores y filósofos. La cuestión es cómo y contra qué hay que precaverse, al
igual que contra qué no hay que precaverse sino todo lo contrario, asumirlo,
interiorizarlo, reforzar la asimilación, cuanto antes y más suavemente mejor.
JUAN LUÍS: Los terapeutas familiares más sensibles a estas ideas de la
determinación social de la patología se sitúan en torno a dos líneas de
pensamiento e intervención. Una propone una actuación del terapeuta tendente a
facilitar narraciones alternativas que liberen de la dependencia de esas historias
parásitas y faciliten así alternativas más sanas, sin renunciar a una explícita
responsabilidad del terapeuta en el proceso. La otra tendencia propugna una
especie de conversación en la que el paciente o la familia puedan construir nuevas
realidades a partir del estímulo que supone la comunicación con el terapeuta, pero
con una mínima intervención de éste.
ANTONIO: O sea, desde un discurso terapéutico asintomático...
ANTONIO: Rogerianamente no intervencionista. Pero hay otra cuestión previa, y
es que no siempre hay que buscar alternativas a los discursos sociales. Por
ejemplo al discurso social que prohíbe matar no parece que haya que buscarle
ninguna alternativa, sino que hay que hacerlo asimilable.
ANTONIO: O al menos no lo son en el contexto histórico en que nos movemos. No
hay que situarse frente a los discursos o determinismos sociales, a priori, como
frente a lo malo. ¿Son una limitación a la libertad? Sí, naturalmente, pero es que la
libertad absoluta no existe. También está limitada por
JUAN LUÍS: ¿Asintomático en qué sentido?
JUAN LUÍS: Hay construcciones que no son sustituibles...
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la ley de la gravitación universal: yo quiero volar pero, contando con la gravedad,
no se me ocurre tirarme desde un décimo piso porque sé que me pegaría un
antoniazo contra el suelo y adiós muy buenas.
Lo mismo que hay leyes naturales de ese carácter, extremadamente constriñente,
en el campo de las relaciones sociales existen también constricciones difícilmente
cuestionables, como el «no matarás». Sin embargo, frente a otros discursos
sociales como «siempre ha habido ricos y pobres» o «una empresa no puede
funcionar sin una tasa creciente de beneficios», habrá que pararse y decir, vamos
a ver...
JUAN LUÍS: O «el hombre trabaja y la mujer se ocupa de los niños»...
ANTONIO: O «el hombre propone y la mujer dispone». Habrá que discutirlo. En el
mundo de lo social hay que pedirles las credenciales de legitimidad a los
discursos, y hay algunos que las tienen, desde hace mucho tiempo, y hay otros
que no las tienen ni mucho menos tan claras. Me parece fundamental deslindar lo
uno de lo otro.
JUAN LUÍS: Lo que nos sitúa de nuevo frente al problema de la responsabilidad
del terapeuta. ¿Cómo te posicionas tú que, como educador, has vivido hace casi
treinta años tiempos y experiencias de pedagogía rogeriana autogestionaria?
¿Qué valoración haces ahora de esas experiencias?
ANTONIO: Pues, entre otras cosas, me sirvieron para darme cuenta de las
matizaciones que estamos comentando ahora. Esa actitud de situarse en el
momento del nacimiento del mundo frente a cualquier problema es
epistemológicamente ingenua y pragmáticamente despilfarradora. Para acabar
descubriendo la pólvora no vale la pena emplear mucho tiempo. Es decir, que hay
un montón de normas frente a las cuales lo que hay que hacer es explicitar sus
credenciales de legitimidad. Y ésa es una molestia que debe tomarse el terapeuta
cuando detecta como posible disfuncionalidad la no comprensión, la no
asimilación normal, sana, fluida, aproblemática, de determinado tipo de normas
sociales. En ese caso su función no es buscar alternativas, sino explicitar
credenciales de legitimidad o ayudar al paciente, al alumno o a la familia a
encontrarlas.
JUAN LUÍS: Y, sin embargo, hay terapeutas que afirman sentirse liberados del
peso de la responsabilidad trabajando en una línea conversacional, ligera.
ANTONIO: Liberarse del peso de la responsabilidad significa, por definición, tirarse
de cabeza a la piscina de la.irresponsabilidad. Es muy bonito, aún más, muy
cómodo, pero poco creíble porque hay algo que, en pedagogía, se llama
currículum oculto: los contenidos latentes del discurso. Tú podrás no querer
transmitir normativas o criterios estándares, pero los estás comunicando con
actitudes, que es una manera incontrolada y, por tanto, poco adecuada de hacerlo.
No hay peor transmisión que la que no se es consciente de estar realizando, y un
terapeuta socializado debe saber que, inevitablemente, transmite un sistema de
valores, unas normas, aunque no sean más que las del discurso racional, si me
apuras y nos aproximamos a Habermas.
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En definitiva, hay una lógica del discurso, de la racionalidad, de que cierto tipo de
argumentos hay que aceptarlos cuando son claros y concluyen correctamente.
Eso es peligrosísimo, porque no existen argumentos que no estén vinculados con
algún tipo de interés social, sea o no asumible.
JUAN LUÍS: Yes importante explicitarlo, ¿verdad?
ANTONIO: Ciertamente. Habermas distingue entre discurso crítico y discurso
científico, para decirlo de una manera muy brutal y muy simplificada, y remite
siempre en última instancia al discurso crítico. Éste siempre incluye las instancias
teóricas y pragmáticas en el mismo plano: básicamente, las actitudes y los
postulados. No hay ningún campo que se salve del examen reflexivo y crítico, esto
es importante destacarlo. La ciencia teórica puede definir o aceptar unos
postulados y, a partir de ellos, entrar en una dinámica deductiva que, según las
escuelas, será también verificativa, falsacional, etc., pero una praxis crítica incluye
en su reflexión siempre los mismos postulados de los que ha partido. Dicho de
otro modo, lo primero que hace la crítica es introducir su discurso en el propio
campo objetual que examina, sin ponerlo a salvo, y establecer una relación
continua entre las dimensiones teóricas de dicho discurso y las estrictamente
prácticas, mediadas por los procesos de conocimiento. Y no hay corte en ningún
punto. Podemos citar textualmente a Habermas en «La lógica de las ciencias
sociales» cuando defiende contra el positivismo el punto de vista de que «... el
proceso de investigación organizado por los sujetos pertenece, a través de los
actos de conocimiento, al contexto objetivo mismo que se trata de conocer».
JUAN LUÍS: Es la reflexividad que, de acuerdo con la cibernética de segundo
orden, comporta la inclusión del observador en el campo observado.
ANTONIO: Es que todas las aportaciones del constructivismo, a partir de von
Foerster, no son más que puestas al día de Kant. Éste fue, al fin y al cabo, el
primero en poner el dedo en la llaga, aunque lo hizo desde unos elementos
trascendentales comunes a toda la humanidad, ahistóricos, constitutivos o innatos
(aunque él, desde luego, rechazaría este último término), poniéndonos en la pista
de la obviedad de que construimos la realidad. Lo que pasa es que no la
construimos desde las categorías transhistóricas o ahistóricas que creyó descubrir
Kant, por lo que hay que examinar permanentemente desde qué categorías la
construimos, ya que de ahí arranca toda la problemática.
Lo que hacen los constructivistas contemporáneos no es más que un intento
bastante parcial y sesgado, unas veces en sentido sociologista, otras veces
psicologista, de establecer las categorías desde las que construimos la realidad. Y
ése es el problema que tiene todo terapeuta permanentemente entre manos,
porque no hay una panoplia de categorías fijas existentes, descubiertas o por
descubrir, desde las cuales se construya la realidad, sino una permanente
evolución histórica de esas categorías, tanto sociológicas como psicológicas o
mitológicas. Varían temporalmente y espacialmente, cambian de una cultura a otra
y de una época a otra dentro de la misma
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cultura. Ignorarlo puede ser cómodo y libera a los terapeutas, sea cual sea su
profesión, de una tarea engorrosa: la de preocuparse por averiguar e investigar
desde dónde está construyendo su universo el sujeto que tienen delante.
JUAN LUÍS: A veces para construir hay que desconstruir antes.
ANTONIO: Por supuesto, hay que demoler, o ayudar a demoler los
pseudoconceptos, o los conceptos que parezcan equivocados, asumiendo la
responsabilidad que ese parecer lleva implícita.
JUAN LUÍS: Dicho así parece sencillo, pero sospecho que no lo debe de ser tanto.
ANTONIO: Yo conozco poco la obra de Derrida, pero la desconstrucción me ha
sugerido siempre la crítica, no en el sentido kantiano sino en uno más amplio.
Para mí, de nuevo en terminología de Habermas, está vinculada al disenso. Se
suele decir que hay que educar para, o llevar a la gente al consenso, pero yo
estoy convencido de que a lo que hay que adaptarse es al disenso, y eso implica
saber desconstruir, saber disentir, en definitiva, sin dar voces ni coces. Las
patologías, desde las más leves a las más espectaculares, se caracterizan no por
disentir, sino por hacerlo estridente o violentamente.
JUAN LUÍS: O, al revés, pueden consistir en una especie de esclavitud de un
consenso simplista. Probablemente alternarían ambos movimientos y, en cualquier
caso, la terapia podría consistir en un aporte de complejidad que dificulte tanto el
consenso rígido como el disenso desorganizado. La duda, no sé si cartesiana, que
de eso eres tú el que entiende, como un verdadero indicativo de salud mental.
ANTONIO: Sin sentimientos de culpabilidad y sin caer en la confrontación o la
asocialidad. Hay que saber disentir y reconstruir lo que el disenso destruye. En el
campo profesional de la enseñanza, los chicos interrogan, piden las credenciales
de legitimidad a las normativas establecidas, a las reglas del juego ya dadas, a los
sistemas de valores. Pero, a diferencia de los adultos maduros, los niños y los
jóvenes no lo hacen preguntando, sino mediante lo que Eibl-Eibesfeldt llama
«agresión exploratoria». Que, en realidad, no es agresión, aunque, si es
interpretada como tal, desemboca en un juego destructor.
JUAN LUÍS: Los síntomas comportamentales que utilizan la provocación a la
búsqueda de límites son también buenos ejemplos de agresión exploratoria. Y si la
familia u otros sistemas la interpretan mal, pueden complicar mucho las cosas.
ANTONIO: Es lo que ocurre en la enseñanza con profesores mal equipados para
afrontar esas situaciones, que las entienden como un cuestionamiento de lo
sagrado, de lo incuestionable, o de sí mismos.
A veces la agresión exploratoria busca la justificación de las normas, es decir, un
discurso racional que desconocen totalmente, bajo las únicas formas a su alcance.
Su forma de interrogar se parece a la del niño que está en la etapa del «no», que
dice no para ver si la respuesta le aporta motivos
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para poder decir sí. En realidad es un cuestionamiento: «No, hasta que me lo
expliques». Se lo explicas, dice «ah, bueno» y se acabó la cuestión. Otro
problema consiste en interpretar la agresión exploratoria como ítna búsqueda de
protagonismo, cuando lo que subyace es una demanda de reconocimiento, de
nutrición emocional. Hay que entender la carencia afectiva subyacente e intentar
darle respuesta, lo que en nuestra casuística pedagógica resulta, por lo general,
bastante fácil.
JUAN LUÍS: En las familias es más complicado porque los compromisos, las
implicaciones, las responsabilidades, son mayores y, por tanto, las frustraciones
son más graves y los sentimientos de culpa más intensos. Pero, de todas
formas, ése es uno de los grandes objetivos de la terapia. familiar: desbloquear los
obstáculos que dificultan la nutrición emocional.
ANTONIO: En los casos ligeros, en que la dificultad se sitúa fundamentalmente en
el ámbito escolar, el mismo educador puede satisfacer la demanda, pero cuando
se trata de la repercusión de una carencia que viene del espacio familiar, ahí sí
que ya poco podemos hacer.
JUAN LUÍS: No creas. Con responsabilidad y sin complejos podéis hacer
bastante. No una terapia familiar, desde luego, pero sí una intervención que tiene
mucho de terapéutica. Como elementos privilegiados del ecosistema podéis
ayudar a desbloquear círculos viciosos y a propiciar entradas de nutrición
emocional, que no necesariamente tienen que producirse en el origen de los
primeros déficit. Gracias a ello podemos alejarnos de una concepción
arqueológica de la psicoterapia, y de la correspondiente impotencia, y ampliarla a
un horizonte ecológico.
ANTONIO: Bueno, sí, ahora me haces pensar en un chico que un día sacó un
machete en clase de biología y lo puso sobre la mesa, durante un examen. Dio
unas respuestas en las que decía que la biología no servía para nada y que había
que cargarse a todos los biólogos. Yo sabía algo de su familia y me imaginaba lo
aislado que debía de estar y lo mal que lo estaría pasando. A partir de entonces
modifiqué mi actitud con él ligeramente, intentando no ponerlo en guardia. Me
comportaba básicamente igual, pero añadiendo muy paulatinamente pequeños
detalles o gestos de reconocimiento, como darle un breve apretón al pasar, o
detenerme a su lado y dejar la mano en su hombro mientras comentaba algo.
Cosas así. Y pude comprobar su progresivo ablandamiento, cómo reaccionaba
buscando un cierto acercamiento, incluso el contacto físico, de una manera muy
cauta. Cada vez podía sacarle más fácilmente una sonrisa a aquel rostro de
piedra.
Estoy de acuerdo contigo en que podemos hacer algo, pero esos registros
requieren por parte de quien los pulsa una sensibilidad, un sentido de lo oportuno,
una capacidad de reaccionar de manera inmediata...
JUAN LUÍS: Lo que se ha dado en llamar últimamente «inteligencia emocional»,
un término que hace justicia a una vieja evidencia: la trascendental importancia de
las emociones en la eficacia y en los rendimientos, más allá de los C.1. de vía
estrecha.
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ANTONIO: Relacionarse con personas con déficit graves es muy difícil desde
nuestra perspectiva profesional de educadores porque se carece de la formación
adecuada.
JUAN LUÍS: Quizá, sobre todo, se carece de expectativas, de la conciencia de la
necesidad de adquirirla. Pero no creas que la situación es más boyante en
muchos medios psicoterapéuticos. Una formación que desarrolle la inteli gencia
emocional en el terapeuta debe pasar por hacerle perder el miedo a la
exteriorización de sus emociones y por facilitarle esa exteriorización, controlada
pero plenamente expresiva. Con ello se enriquecen enormemente sus
capacidades comunicacionales, aunque se rompa (o gracias a ello) el tabú que ha
existido, sobre todo desde el psicoanálisis, acerca de la neutralidad a f éctiva.
ANTONIO: Sí. Precisamente hay una tercera interpretación de la agresión
exploratoria que pone de manifiesto los límites de la neutralidad afectiva, y es la
que intenta reducirla a un tema puramente cognitivo, es decir, a un& cuestión de
información: «se explica y punto». Lo único que se consigue con ello es entrar en
una dinámica de desplazamiento de la negación prácticamente infinita. Dicho de
otro modo, la interpretación rígidamente cognitivista de la agresión exploratoria
convierte a ésta en una negación recurrente. A mi modo de ver las respuestas
deben ir acompañadas, sobre todo tratándose de jóvenes y de personas con
carencias afectivas, de una envoltura emocional adecuada a unas demandas que
no son de simple información.
JUAN LUÍS: Cambiando de tema, quería plantearte la cuestión del diagnóstico,
que es otro asunto polémico en el campo sistémico. Ya habrás visto que hay toda
una sección dedicada al diagnóstico bajo la denominación de «metáforas-guía».
Yo he sentido siempre la necesidad de contar con referencias diagnósticas
trabajando en clínica y estoy un poco de vuelta de los purismos que niegan con
media boca lo que no tienen más remedio que aceptar con la otra media. ¿Qué
opinas tú de este tema?
ANTONIO: No hay duda de que unas formas o metáforas orientativas, o una
manera de balizar, con toda la provisionalidad del mundo, el terreno en que nos
movemos, son razonables y necesarias. Al igual que con la responsabilidad, las
fórmulas puristas en este campo, como en cualquier otro, abren paso fácilmente a
actitudes irresponsables, no profesionales, muy de ir improvisando a ver lo que
sale. En la enseñanza ese problema se plantea en la necesidad de evaluar, que
provoca una gran ansiedad a muchos educadores.Asumen un cierto
perfeccionismo teórico y se niegan a hacerlo hasta bien avanzado el curso, sin
darse cuenta de que pueden equivocarse tanto como al principio. Tu juicio al
evaluar, como al diagnosticar, no debe ser definitivo, pero lo mejor es tener cuanto
antes una idea, un criterio con respecto a los cuales rectificar o continuar.
Por supuesto el peligro reside en hipostasiar cualquier tipo de metáfora, pero si no
se la hipostasía puede ser muy útil como elemento de referencia, rectificándola y
reformulándola continuamente. La evaluación y el diagnóstico implican un
pronóstico y un riesgo de equivocarse que hay que asu-
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mis. ¿Qué actividad humana carece de ese riesgo? Creo que el rechazo a
cualquier modalidad de diagnóstico está condicionado en gran medida por el
temor a equivocarse. Y es un temor infantil, porque nos vamos á equivocar de
todas maneras.
JUAN LUÍS: Probablemente el rechazo a cualquier diagnóstico, por
supuestamente encasillados, implica ese temor a equivocarse y, en definitiva,
creer en una realidad única y sacrosanta de la que se pretende huir.
ANTONIO: En definitiva, creer en un Ojo de Dios que lo ve todo, y tú no te atreves
a decir cómo ves las cosas por miedo a no coincidir con esa visión divina e
infalible. Cuando asumes que no hay visión divina e infalible, das poco a poco la
tuya, con cautela: así lo veo y, en función de eso, actúo. Y si lo digo, y no lo
retengo como agenda secreta, alguien me puede oír y decirme si estoy
equivocado. En la enseñanza hay que comunicar la evaluación a la persona
interesada para enriquecer el propio punto de vista mediante la confrontación con
el de alguien que también tiene mucho que decir al respecto.
JUAN LUÍS: Bueno, en psicoterapia puede haber matices distintos, en el sentido
de que más que comunicar formalmente un diagnóstico, lo verdaderamente útil
puede ser aportar nuevos elementos para que el individuo o la familia entiendan y
vivan sus problemas de forma distinta a como lo hacían antes. Para ello, a veces
puede servir una fórmula diagnóstica y a veces no. Además, es evidente que hay
quien usa el diagnóstico como principio dormitivo, ya sabes: «Su hijo cree que lo
persiguen porque es un esquizofrénico». Yeso es, en el mejor de los casos, inútil.
ANTONIO: Todo esto me parece muy sugerente, aunque hay que estar muy
precavido por el peligro de la traslación o del deslizamiento semántico de
categorías. Por eso es importante que se haga un esfuerzo de rigorización en el
paso de categorías del individuo a la familia o a otros sistemas.
En última instancia, sigo pensando, bastante de acuerdo con tu enfoque, en la
primacía de lo emocional. Frente a la tendencia que hemos vivido, con el giro
lingüístico y los enfoques analíticos, hacia el predominio de lo cognitivo, creo que
todo lo que se insista en el valor y la primacía de lo emocional es poco. Vuelvo a
mi formulación de hace años de que no se puede enseñar sin amar, aunque en el
fondo lo que no se puede hacer sin amar es vivir. No hay ninguna actividad
humana que pueda funcionar bien si no la acompaña la adecuada envoltura
emocional.
In extremis hay que remitirse a Cocteau, que decía: «¿Qué diferencia hay entre un
sentimiento real y uno bien fingido?». Si un terapeuta siente empatía por su
cliente, paciente o alumno, estupendo, pero si no, debe fingirla bien, lo que
significa incluso engañarse a sí mismo.
JUAN LUÍS: Es que los sentimientos, las realidades emocionales, también se
crean. Las emociones no son realidades objetivas, que se experimentan
fatalmente como si sólo estuvieran biológicamente condicionadas, sino que se
pueden cultivar ejercitándolas y pidiéndolas, a los demás y a sí mismos. ¡Qué
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contradictorio sería que un terapeuta se sintiera capaz de inducir amor en una
pareja pero no de hacerlo brotar en sí mismo!
ANTONIO: La formación, tanto de enseñantes como de psicoterapeutas, debería
incluir un entrenamiento en la creación de emociones.
JUAN LUÍS: Modestamente estamos en ello por la parte que nos toca. Tenemos
que ser consecuentes con el hecho de que, en el campo de la salud mental, la
bondad de los resultados no está inequívocamente asociada a los modelos
teóricos...
ANTONIO: Sino también a las relaciones afectivas...
Primera parte UNA CONSTRUCCIÓN TEÓRICA
24 1 IDENTIDAD Y NARRATIVA
mente entre hombres solteros y mujeres casadas (y, desde luego, abandonadas).
Otros pacientes graves sí se emparejan formalmente, aunque manteniendo una
importante hipoteca sobre la conyugalidad de sus uniones. Así, los psicópatas
apenas superan la inmediata utilización instrumental, compatible con una notable
frialdad afectiva, mientras que los depresivos mayores tienen tendencia, al igual
que ciertos alcohólicos, a hundirse en el fangal de la complementariedad rígida.
La inmensa mayoría de las consultas por problemas de pareja, sobre todo cuando
hay síntomas sobreañadidos en alguno de los cónyuges, se inscribe en el universo
neurótico bajo el signo de una simetría más o menos inestable. La inestabilidad
guarda relación con la presencia de síntomas que, interviniendo en el juego
relacional, equilibran la balanza en la pugna por definir la naturaleza de la relación.
Sin síntomas, la simetría estable es raro que conduzca a la consulta del
psicoterapeuta, y es más fácilmente tributaria del abogado matrimonialista.
Las narraciones conyugales ocupan un lugar muy importante en las narrativas de
la mayoría de sujetos, sean hombres o mujeres, mientras que las parentales
siguen siendo más relevantes en éstas que en aquéllos. Ambas, conyugales y
parentales, sólo ceden en importancia ante las de la familia de origen, y aún ello
no siempre. Con una historia filial de escasa nutrición emocional es difícil, aunque
no imposible, construir una buena historia de pareja. Si se consigue, la nutrición
compensatoria puede estar asegurada y, con ella, una cierta garantía de salud
mental. Pero, si no se consigue, la confirmación de la carencia emocional que
conlleva el nuevo fracaso puede provocar graves consecuencias. Sucede lo
mismo en las narraciones parentales: es dificil tener una buena relación con los
hijos, y recibir la correspondiente gratificación emocional, si la narración filial que
es la historia de la familia de origen no resulta armoniosa y gratificante.
Si una persona que arrastra graves carencias emocionales en su historia familiar
busca como pareja a alguien protector y segurizante para compensar sus
necesidades, puede ocurrir que lo encuentre, en cuyo caso tiene bastantes
probabilidades de construir una buena historia de pareja. Pero también puede
ocurrir que, apremiada por urgencias demasiado intensas, la elección constituya
un error. O, dicho de otra manera, que la supuestamente protectora persona
elegida oculte demasiadas debilidades bajo su sólida apariencia. Lo más probable
es que semejante fracaso, confirmador de la imposibilidad de recibir nutrición
emocional, exaspere la carencia y, eventualmente, precipite o agrave la patología.
Otras veces una elección igualitaria se ve truncada cuando uno de los partenaires
pierde pie de forma más o menos súbita, retrocediendo posiciones en su
capacidad de definir la naturaleza de la relación. Si en alguna de sus narraciones
hay material sintomático, es probable que éste se introduzca en el juego de la
pareja que, de este modo, quedará sometido a un igualitarismo inestable. En
efecto, pocos elementos relacionales son tan inestables como los síntomas
neuróticos a la hora de equilibrar una interacción conyugal.
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En otras ocasiones, las parejas establecidas sobre carencias emocionales filiales
pueden resultar frágiles y poco duraderas, aunque no lleguen a incluir síntomas en
su dinámica de funcionamiento. Son pseudoparejas en las que no se alcanza ni
siquiera a establecer una utilización mutua.
La historia de María merece contarse en detalle porque, en su dimensión
cuatrigeneracional, ilustra bien el engarce entre narraciones filiales, conyugales y
parentales.
María pidió que la atendiéramos junto con sus dos hijos, Bernardo, de 15 años, y
Alba, de 8. El primero, producto de una relación rota al quedar embarazada, no
había tenido padre y mostraba ahora, al alcanzar la adolescencia, un
comportamiento inadaptado que lo situaba al borde de la delincuencia. En cuanto
a la niña, fruto de un matrimonio precipitado y breve, vivía con la madre pero veía
con frecuencia al padre; ambos mantenían un permanente desacuerdo que no
cedía ni ahora que su hija empezaba a presentar rasgos disociativos y una
conducta psicótica.
Los padres de María se separaron cuando ella tenía tres meses y su única
hermana poco más de un año. La madre no pudo soportar el trato a que le
sometía su suegra, dueña de un burdel y de los destinos de la familia ante la
impotencia de su hijo, que se mostró incapaz de controlarla para satisfacer los
deseos de autonomía de su esposa. Ésta, obligada porla madre de su marido a
ayudar en la limpieza del burdel, huyó llevándose a las niñas, pero, a las pocas
semanas, las devolvió por el expeditivo procedimiento de abandonarlas frente a la
casa familiar. Nada volvió a saberse de ella durante la infancia de las niñas, que
crecieron al cuidado de la abuela, arbitraria y cruel hasta que sus nietas la
equipararon a la bruja de los cuentos infantiles. El padre aparecía y desaparecía,
figura lastimosa entregada al alcohol y a los manejos de su madre, de quien no
podía defender a las niñas: tan bueno como débil, en opinión de éstas.
Se daban las condiciones para que María huyera con el primer hombre que se
acercara, y algo de eso ocurrió, aunque la experiencia resultó un fracaso. El padre
de Bernardo era una persona culta y delicada. Estaba muy enamorado de María,
pero se sentía inseguro debido a un defecto físico en una mano y, cuando ella
quedó embarazada, la abandonó por otra mujer, disminuida física como él. El
padre de María, que para entonces había vuelto a casarse, no quiso saber nada
de su hija en una situación socialmente tan comprometida, y ella marchó a otra
ciudad a dar a luz y a cuidar de su hijo. Así se desarrolló la relación entre Bernardo
y su madre, aislados en una ciudad extraña, a la vez que lo eran todo el uno para
el otro: una situación que había de empezar a desquiciarse con la llegada del
chico a la adolescencia.
Mientras tanto, María había conocido a Tomás, un guapo mozo más joven que ella
que, a fuerza de insistir, consiguió convencerla de que aceptara el matrimonio.
Alba nació y Tomás reconoció a Bernardo como hijo dándole sus apellidos, pero la
pareja iba de mal en peor; ella fue la que muy pronto empezó a exigir la
separación. Los motivos de discusión eran múltiples, y entre ellos, ocupaban un
lugar importante los asuntos relacionados con la educación del chico. Tomás
pretendía ejercer su autoridad de padre, pero Bernardo se rebelaba y María lo
apoyaba descalificando a su marido. La manera en que se debía tratar a Alba
también era causa de enfrentamiento, puesto que el padre era partidario de una
educación libre y sin restricciones, así como de una alimentación natural. Si la niña
enfermaba, los padres se saboteaban mutuamente los tratamientos, dado que él
era naturópata y ella alópata. No parecía importarles mu-
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cho si el resultado era que un simple resfriado derivaba en bronquitis. La
separación no mejoró las cosas porque la guerra entre ambos continuó a través de
Alba cada vez que iba con uno de ellos dejando al otro. Lo que sí empeoró fue la
situación de Bernardo, que vivió por segunda vez el abandono de un padre
cuando Tomás se negó a seguir cuidando de él. Al fin y al cabo, sólo la niña era
hija suya...
Mientras tanto, María tuvo de nuevo contacto con su madre, salida de la noche de
los tiempos para recuperar a sus hijas. Pero se trataba de una recuperación
especial, casi más estética que afectiva. María entendió pronto, a través del
secreto en que su madre pretendía mantener su existencia, que ésta no estaba
dispuesta a sacrificar ninguna comodidad por incluir a sus hijas en su vida.
También ella vivió el abandono de su madre por segunda vez.
La relación de María con sus hijos, su historia parental, se presenta condicionada
por una vida rica en pérdidas emocionales. Sería simplificadora la sugerencia de
que ella no es una buena madre: quiere a sus hijos y, con toda seguridad, se
dejaría despedazar por ellos. Pero sus propuestas relacionales son inadecuadas,
fruto de las vivencias que le evocan. A Bernardo, mientras fue niño, lo trató como
un compañero dócil y dependiente y, en esas condiciones, no tenía inconvenientes
en darle todo su cariño. Pero, cuando la pubertad empezó a convertirlo en hombre
desarrollando en él la autonomía que se había gestado en base a su peculiar
relación con la madre, perdió el control de la situación y se dejó arrastrar a una
espiral simétrica más propia de desavenencias conyugales. La nutrición emocional
mutua se interrumpió dejando paso a una destructividad en la que, a la mayor
fuerza física del hijo, ella respondía con espectaculares retiradas de afecto. Alba,
por su parte, despierta en ella sin dificultad sentimientos de ternura y protección,
pero, a la vez, representa un campo de batalla en el que demostrar su
superioridad sobre ese hombre frustrante que, elegido como dócil y dependiente
compañero, ha osado sublevarse intentando imponer sus propios criterios.
Utilizando a la niña como prueba de la incapacidad de su ex marido, su corazón
de madre no deja de desgarrarse, pero también se siente aliviada al verificar lo
correcto de su postulado. ¡Con un hombre así no se pueden criar hijos sanos!
La narración conyugal de María también adolece de graves carencias. En ella es
una constante la búsqueda de parejas dóciles y dependientes que, por un motivo u
otro, le fallan al no ajustarse armoniosamente al patrón. El padre de Bernardo, por
exceso: de tan dependiente, huyó con otra con la que se podía sentir más seguro.
El de Alba, quizá por defecto: el encanto se rompió tan pronto aquel jovenzuelo
empezó a manifestar un criterio propio. Y ambos hombres debieron descomponer
notablemente la figura para salirse del estereotipo en que María los encerraba. El
primero, adoptando un hijo en su estéril matrimonio antes que reconocer a
Bernardo, ante quien, avergonzado, bajaba la mirada cuando ambos se
encontraban en el pueblo durante las vacaciones. El segundo, abrazando una fe
homeopática con la que combatir a su esposa en el sufrido cuerpecito de la chica.
En ambos casos, los hijos acusaban las historias conyugales de los padres
incorporándolas a sus propias narraciones filiales, llenas de pérdidas, disfuncio
39
nes jerárquicas e incluso desconfirmaciones. Los síntomas encajaban en ese
contexto. Bernardo, privado sucesivamente de importantes figuras paternas e
incluso arrastrado a competir con ellas y a suplantarlas, estaba desarrollando una
visión del mundo en la que su papel de víctima le autorizaba a ser verdugo de los
otros y a impartirse justicia a sí mismo de forma omnipotente y benévola. Alba
experimentaba el desgarro de ser utilizada por sus padres, con grave riesgo de su
propia salud, como un cuestionamiento de su identidad, y de ahí la confusión y la
disociación.
Como hija, María está llena de ambivalencia. A su madre no le perdona los
sucesivos abandonos, real el primero y simbólico el segundo, cuando se negó a
reconocerla por cobardía. A su padre sí lo perdona. Su rostro se ablanda cuando
habla de él, evocando los años en que lo veía languidecer consumido por el
alcohol, pero consiguiendo transmitirle ternura. Se siente bloqueada con él, y no
se atreve a hablarle de temas delicados por temor a herirlo. A veces, cuando lo
visita en vacaciones, se promete,a sí misma romper el tabú y contarle sus
sufrimientos, del pasado y del presente, o simplemente abrazarlo con intensidad,
pero en el último momento cede a la rutina y se limita a seguir con él frías
conversaciones protocolarias.
Durante frecuentes sesiones individuales, que alternan con las familiares, se va
trabajando con María una historia que une sus vivencias filiales con las
conyugales y las parentales. Sus relaciones con los hombres están marcadas por
la confusa figura del padre, querido por débil e indefenso pero, en tanto que tal,
problemático troquelador de patrones masculinos de relación. Por sugerencia del
terapeuta, y tras una dura resistencia apoyada en argumentos trivializadores («no
sé de qué puede servir...», «yo bien me he arreglado hasta hoy...»), María escribe
dos cartas imaginarias a su padre como un ejercicio de reflexión que no
necesariamente tiene que llegar al destinatario. He aquí el texto:
Hola, papá.
Supongo que te extrañará, primero esta carta y segundo lo que en ella te digo,
aunque hace mucho tiempo que quería hablarte de todo esto. El motivo de que
sea ahora es que, desde hace un tiempo, tengo problemas con mis hijos, distintos
con cada uno de ellos, problemas ante los que me he sentido desbordada e
impotente de arreglarlos sola. Por este motivo estamos haciendo una terapia
familiar. Sé que para ti estas cosas son tonterías, pero te pido que lo comprendas
y me lo respetes, bastante mal me siento yo. Aunque he puesto voluntad siento
que soy un desastre. Hace casi un año que estamos asistiendo a estas sesiones,
unas veces Bernardo solo, otras conmigo y otras yo con Alba o sola. En las
últimas visitas han empezado a salir cosas de mi infancia y sentimientos en los
cuales tú ocupas un gran espacio. Supongo que es por esta razón por la que el
doctor me ha pedido que te escriba esta carta, cosa de la que me alegro porque,
aunque me encuentro bastante predispuesta, no las tengo todas conmigo y temo
que, llegado el momento, me dé como siempre ese absurdo temor y no sea capaz
de decirte nada. Doy por válido el que esta situación con mis hijos acelere esta
comunicación contigo.
Quizás no has pensado nunca en cómo vivíamos y sentíamos esta situación; o
quizás sí te lo has preguntado, igual que nosotras, cómo puedes haberla vivi-
40 do tú. Te hablo de las dos porque los sentimientos son los mismos en lo que
respecta a ti, a la abuela y a cómo hemos vivido la infancia.
Me da que pensar que los problemas con mis hijos hayan sido eimotivo de
desempolvar nuestra historia; mis hijos, quienes han despertado y dado vida en mí
a tantos sentimientos, me han ayudado a comprender y a superar tantas cosas,
dudas, inseguridades, temores... sobre todo Bernardo. Ahora me encuentro con
miedos e insegura, no sé si siempre he hecho lo que debiera. Supongo que si me
encuentro en este punto es porque habré cometido algún error, pero de lo que sí
estoy segura es de que les quiero y de que, orgullosa de ellos, he hecho lo que he
creído mejor guiada por mis instintos.
Papá, lo más representativo de toda mi infancia has sido tú. De pequeña recuerdo
que me decía a mí misma que debía querer a mi abuela porque era tu madre,
porque nos estaba criando, etc., pero los sentimientos no funcionan con un
interruptor. Están y, simplemente, fluyen solos, transformados en negativos o
positivos según los estímulos que los alimentan, y había cosas que impedían esa
fluidez por mucho que lo intentara.
Recuerdo cuando venías por las noches y mirabas tras la tela metálica de la
despensa cerrada con llave. Te ponías las manos a ambos lados de la cara para
evitar que el reflejo de la luz te impidiera ver lo que había dentro, como si quisieras
alimentarte sólo con la vista. En alguna discusión la abuela te tiró cosas a la
cabeza, en otras te dio una torta, te ridiculizaba ante tus hermanos, hacía que te
sintieras inferior ante ellos, y sobre todo ante Manolo. A nosotras nos decía que
eras un inútil y un borracho, pero nosotras no te veíamos así; ella decía que quería
a sus cinco hijos por igual, pero los hechos demostraban lo contrario. Sin quitar
importancia a lo anterior lo que más me dolía era cuando te decía que nosotras no
te queríamos, que la única que te quería de verdad era ella (¡ojalá te hubieses
querido a ti mismo como te queríamos nosotras!). Cuando tú llegabas, la abuela te
decía que le daría un ataque al corazón por nuestra culpa; lo mismo que le decía a
los tíos, aunque incluyéndote a ti.
A veces siento que me parezco a ti, o quizás me gustaría parecerme. No en la
imagen que has querido enseñar, sino en la que has intentado ocultar, me siento
orgullosa de ti.
Papá, lo que menos quiero es herirte, y supongo que te puede doler que sienta así
con respecto a tu madre, que ha manipulado nuestros sentimientos y los tuyos aun
antes de nacer nosotras. Siempre he sentido un gran cariño y respeto
por ti, por eso te pido que no tomes a mal lo que te digo: respeto y valoro tus
sentimientos y estoy segura de que siempre has hecho lo que has creído mejor
para nosotras.
TE QUIERO
Hoy, 19 de marzo, Día del Padre, como en tantos otros me acuerdo de ti con
ternura, cariño y tristeza. Quisiera decirte muchas cosas, pero no así, sino cerca
de ti y mirándote a los ojos, para que, si en algún momento te pones triste, yo te
pueda consolar, y, si me pongo yo, puedas consolarme tú a mí. Ahora escribo
acerca de lo que siento, pero quizás cuando hablemos directamente saldrán
pensamientos, vivencias y tantas otras cosas que tal vez hemos querido decirnos
y nunca nos hemos dicho. ¿Por qué siempre hemos reprimido nuestros
sentimientos?, ¿por qué no nos hemos manifestado abiertamente nuestro cariño?
A veces, las palabras sobran, pero en este caso, y aunque esto no cambie el
pasado, siento la necesidad de decirte cosas, entre ellas que te quiero mucho. Es
éste un sentimiento que tengo desde muy pequeña y que nunca te he podido
expre
sar, no sé 1 tanto tú caí si bien rci exceda en
ro, alguna toy intent Ahora sigo hacié tentando j para novl que así tu nosotras, q
C. B.
III II
Figura 4
12. EL TERAPEUTA Y LA INTERVENCIóN
A los terapeutas sistémicos les gusta definir su trabajo como un baile, y el más
lúdico de ellos (WHITAKER, 1988) explicita esta circunstancia en el tí-& tulo de
uno de sus libros: Bailando con las familias.
En efecto, algo hay en la danza como motáfora que se adecua bien a la imagen de
una terapia relacional activa y -relativamente breve, en la que ambas partes, la
tratante y la tratada, acoplan sus respectivos ritmos sin renunciar a iniciativas, y en
la que el rol diréctivo del terapeuta debe ganarse continuamente la validación de la
familia.
La danza terapéutica posee un repertorio de pasos variado, casi infinito, pero
remite siempre a dos compases básicos que el terapeuta debe dominar: la
acomodación y el desafío. expresándolo con una brutal simplificación, en todo
sistema hay cosas-yaliosas y positivas, que el terapeuta aprecia, y cosas
negativas y antipáticas que le disgustan. El terapeuta debe aprender a detectar la
disfuncionalidad en estas últimas, depurándolas de artefactos estéticos que
pudieran movilizarle rechazos arbitrarios, y, en base a ellas, construir sus
estrategias de desafío. En cuanto a las primeras, debe aprender a discriminarlas y
decantarlas, extrayéndoles el material para acomodarse a la familia. Es
inimaginable una terapia toda acomodación, en la que el terapeuta, deshecho en
mieles de amor y simpatía por la familia, ignore sus espacios de sufrimiento y
patología. Pero tampoco tiene mucho más sentido una terapia que sólo es un
desafío, convertida en una persecución que no deje otra alternativa que la defensa
cerrada. La alternancia de movimientos de acomodación y desafío, el auténtico
baile terapéutico, es la fórmula adecuada para ablandar defensas y abordar
autorizadamente las áreas disfuncionales.
Por acomodación, en el sentido más amplio, se puede entender la capacidad del
terapeuta de adquirir relevancia, de hacerse percibir por la familia. Lo que supone
que ésta lo acepte como miembro de un nuevo sistema, del que ella también
forma parte: el sistema terapéutico. Algo sencillo en apariencia pero que no lo es
tanto, o mejor, dotado de la compleja sencillez de los grandes procesos
relacionales. El contexto influyé ciertamente sobre la acomodación, facilitándola o
dificultándola, como también influyen las características de la familia en relación
con las del terapeuta. Pero un terapeuta bien entrenado siempre puede trabajar la
acomodación
122 LA INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
o, de lo contrario, hará bien en derivar el caso porque la terapia resultará
imposible.
Trabajar la acomodación significa, antes que nada, contar con los pro. pios
recursos, que pasan por características generales básicas como la edad y el
género. Un terapeuta joven tendrá más fácil la relación con los miem. bros jóvenes
de la familia, por lo que deberá ser especialmente cuidadoso en la acomodación
con, por ejemplo, los padres. En caso contrario éstos pueden vivirlo como aliado
de los hijos y, en consecuencia, descalificarlo para ayudarlos. Las precauciones
deberán ser de signo contrario si el te, rapeuta encaja más en la generación de los
padres, lo cual aumenta el riesgo de que los hijos interpreten sus intervenciones
confrontadoras como sermones moralizantes. El aire general que adopte el
terapeuta debe se consecuente con su estadio de ciclo vital. Si es joven, se debe
mostrar modesto y respetuoso ante familias con más rodaje y experiencia de la
vida que él; si es anciano, como viejo sabio benevolente o escéptico. También el
género debe ser considerado, sobre todo dada la dificultad de contar con una
pareja terapéutica mixta. Una de las situaciones más clásicas que re. quiere
acomodaciones laboriosas es la de la terapeuta frente a un padre periférico que
acude visiblemente presionado y con la intención de encontrar un pretexto para
desertar definitivamente. En cuanto a la cultura, es im. portante adecuar gestos y
explicaciones al grado de psicologización de la familia y comprender que, en
algunos medios rurales o de comunidades de inmigrantes, la psicoterapia es un
artificio difícilmente integrable. Los conocimientos geográficos o antropológicos
pueden ser de gran utilidad en tales casos, pero más para saber preguntar
oportunamente que para pontificar con pedantería.
Pero siempre, y sobre todo, la existencia del equipo brinda un magnífico soporte a
la acomodación cuando se trabaja en supervisión directa, puesto que en él
existen, y se pueden hacer visibles en cualquier momento
para confirmarlo, miembros de las más variadas características profesionales y
personales. No es exagerado afirmar que, trabajando en determina dos contextos
de formación, la acomodación más sólida, aquella que sustenta la terapia, es una
acomodación de equipo.
La connotación positiva es un instrumento de gran importancia para el terapeuta
sistémico, por lo que requiere una mención especial. En su acepción más sencilla,
está al servicio de la acomodación, como una plasmación
de la óptica benévola del terapeuta, que detecta y destaca los aspectos más
saludables de la familia. Al terapeuta bisoño le cuesta elogiar a personas a las que
percibe negativamente por el solo hecho de acudir a terapia. Por ello es
insoslayable ejercitarse en la connotación positiva en todo proceso formativo.
Unos padres que, como casi siempre, llegan a terapia agarrotados por la culpa,
reciben con alivio liberador expresiones sobre su sentido de la responsabilidad al
buscar ayuda externa o sobre la extraordinaria dignidad con que encajan el
sufrimiento. Por no hablar de los esfuerzos realizados en la búsqueda de
soluciones o de la lealtad que todos profesan a la familia. Se trata de temas casi
universales, que se deben utilizar combinados con otros y argumentar
personalizándolos con verosimilitud. En el ew
EL TERAPEUTA Y LA INTERVENCIÓN 123
trenamiento de la connotación positiva cobra corporeidad la naturaleza optimista
del modelo sistémico y adquiere sentido el trabajo con lo de sano y valioso que
existe en el patrimonio familiar.
Una segunda acepción de la connotación positiva es plenamente reforrnuladora y,
como tal, hunde sus raíces en el espacio del desafío. Devolver una imagen
positiva a una familia especializada en presentarse negativamente (el clásico
«somos un desastre») no es un simple bálsamo acomodador, sino una
contrariedad para una epistemología catastrofista y una potente información a la
familia en el sentido de que verse en negativo forma parte de su problema. Lo
mismo sirve para expresiones como «tienen ustedes unos hijos maravillosos» o
«tenéis unos padres formidables», que redefinen las fronteras intersubsistémicas
confrontando percepciones estrechamente relacionadas con los síntomas.
El tercer significado de la connotación positiva la define como intervención
paradójica, aplicada al síntoma o a la permanencia en la disfunciona. lidad. Se
trata, pues, del extremo opuesto a la acomodación o, dicho de otro modo, de uno
de los más intensos desafíos que pueden realizarse. Aunque se verá más en
detalle en el capítulo dedicado a las contraparadojas terapéuticas, cabe adelantar
que son intervenciones duras que no se pueden prodigar ni usar
descontextualizadamente, y que su manejo requiere más formación y supervisión.
Uno de los grandes atractivos del modelo sistémico reside precisamente en la
posibilidad de «trabajar en positivo», combinando con agilidad creativa las tres
acepciones expuestas. Se puede, así, utilizar profusamente la connotación
positiva en la acomodación y recalar también en ella como reformulación
desafiante, añadiendo, en una situación de bloqueo, una incursión táctica por
territorios paradójicos. Algo como en el siguiente ejemplo.
Hemos trabajado durante este tiempo con ustedes y debemos confesar nuestro
desconcierto ante la sensación de haber alcanzado una especie de impasse.
Corroboramos nuestra primera impresión de que son ustedes buena gente, una
familia compuesta por personas sensatas y afectuosas que no se merecen los
sufrimientos que están padeciendo. Como les dijimos a los padres cuando tuvimos
la sesión con ellos solos, también creemos que José, a pesar de su mal
comportamiento, es un buen chico que los quiere y que haría cualquier cosa por
ellos si realmente los percibiera en peligro; como tampoco dudamos que los
padres darían la vida por él si fuera necesario.
Y, sin embargo, hace algunas semanas que el equipo siente que no se progresa,
que la terapia atrae ¡esa un bloqueo que amenaza incluso los resultados
alcanzados en las primeras sesiones.
En la pausa de hoy se ha producido algo así como un debate interno del equipo.
Algunos miembros han avanzado una hipótesis que deseamos transmitirles. ¿No
será que esta familia viene a terapia con la mejor intención, por acomodarse a una
presión social que les empuja a funcionar de otra forma y que ellos respetan
profundamente, pero que en el fondo ya están bien como están? Es decir, que la
manera como funcionan es buena para ellos y que, por tanto, haríamos mejor en
no atosigarlos para que cambien. Ello explicaría que los padres se agarren a José
como a un clavo ardiendo, resistiéndose a desarrollar una vida propia de la pareja
y a dejar de vigilar a su hijo día y noche como si de un bebé se tratara...
124 LA INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
Y ello explicaría que José no les comunique mensajes plenamente
tranquilizadores respecto a lo que puede ocurrir si lo dejan solo. Quizá los
tre*están convencidos de que, mas allá de lo que digan las normas sociales, la
unidad familiar plenamente satisfactoria para ellos es el trío, al que sacrificarían
gustosos tanto la intimidad de la pareja como la independencia de la juventud.
El debate ha continuado sobre las posibles razones de una situación tan insólita,
pero hoy ya no les podemos hablar de eso. Querríamos añadir, no obstante, que
hay otra parte del equipo que no da tanta importancia a este punto de vista
y que considera que ustedes sí quieren cambiar, aunque necesitan más tiempo y
un trabajo más minucioso por nuestra parte.
En cualquier caso, podemos dejarlo aquí, y el próximo día nos hablarán de sus
opiniones al respecto.
En este comentario final de una sesión se esbozan de forma condensada las tres
connotaciones positivas, incluyendo la pincelada paradójica que es la última.
Muchas terapias se han desbloqueado de forma similar, sin que haya sido
necesario entrar en las anunciadas «razones» para una conducta tan singular.
Resulta útil referirse de paso a una clásica técnica sistémica que nace del peso
específico que en la terapia familiar tiene el equipo: el debate, la paradoja
escindida, la provocación escindida o, simplemente, la intervención
escindida, ya que de todas estas maneras se la puede llamar. Comunicar a la
familia que, en el seno de un equipo compuesto por profesionales muy distintos
según formación, edad, género, origen cultural, etc., puede haber opiniones
diferentes sin que ello se traduzca en conflicto o inoperancia, es ya un mensaje
poderoso que, por sí solo, puede tener consecuencias positivas. Pero, además, la
infinita variedad de matices que pueden introducirse al amparo de tales diferencias
enriquece notablemente la intervención añadiendo complejidad narrativa. Los más
jóvenes y los mayores, los hombres y las mujeres, los médicos y los psicólogos,
los inmigrantes y los autóctonos, o, simplemente, distintos miembros del equipo,
pueden expresar opiniones distintas y sugerir soluciones diversas. El equipo
reflexivo de ANDERSEN (1987) y los constructivistas, que discute en presencia de
la familia sus impresiones sobre ésta mediante una simple inversión del espejo
unidireccional y del sonido, no es más que una variante de esta técnica. Como
también lo es la fórmula de AuSLOOS (1983), en la que un terapeuta asume los
intereses de la familia mientras otro hace lo propio con los del paciente designado.
En definitiva, múltiples combinaciones que pueden incluir el que un terapeuta
experto comunique en forma escindida las diversas ideas que se abren paso en su
mente. ¿Es que el terapeuta no puede dudar legítimamente? Con cualquiera de
estas fórmulas, la intervención escindida se adecua muy bien a integrar en un
paso elegante y sutil los dos ritmos de la danza terapéutica: la acomodación y el
desafío.
Y a propósito del desafío, se impone una clarificación. Resulta útil entender al
desafío como el cuestionamiento de los núcleos disfuncionales o patológicos y, por
tanto, como una maniobra relativamente despersonalizada tendente a desactivar
juegos relacionales que sustentan al síntoma o incluso directamente a éste mismo.
Algo diferente de la confrontación que,
EL TERAPEUTA Y LA INTERVENCIÓN
125
desde otra perspectiva, sí es una maniobra claramente personalizada, de
oposición a alguien. Al igual que el desafío se puede realizar con ayuda de las
distintas técnicas terapéuticas que se examinarán en las páginas siguientes, la
confrontación puede estar teñida de muy diversos estilos relacionales. De esta
forma, un terapeuta puede ser más o menos confrontador, y confrontar
cálidamente, fríamente, de forma suave o brusca, cercana o distante, etc.
Tanto el desafío como la confrontación son necesarios, aunque ambos deben
estar equilibrados: el primero por la acomodación y la segunda por un juego de
alianzas ágil y versátil que también se puede llamar neutralidad, que no permita
que ningún miembro de la familia se sienta perseguido por un terapeuta hostil. La
provocación terapéutica sería el punto en que se encuentran el desafío y la
confrontación, es decir, un acto concreto de desafío con un componente
personalizado que, desde luego, puede alcanzar a más de un miembro de la
familia o a ésta en su conjunto.
13. DINÁMICA DEL CAMBIO
Un joven profesional de provincias, recién casado, telefonea a un psicoterapeuta
pidiéndole hora para una visita. «¿Cuál es el problema?» «EstSy desesperado,
doctor, soy impotente. Mi matrimonio no se ha consumado y aquí, en mi ciudad, no
puedo consultar a nadie porque todo el mundo me conoce. ¿Qué puedo hacer?
Por lo que me han dicho, usted es la persona que necesito. ¡Ayúdeme, por favor!»
«Veamos, creo que no habrá inconveniente en darle hora para la semana que
viene, pero el suyo es un problema de dos, de manera que tendría que
acompañarle su mujer.» «Eso está hecho, doctor, el día que nos diga cogemos el
avión y nos plantamos ahí los dos.» «Nada de avión. Vengan el jueves próximo a
las nueve de la mañana y en tren. Tendrán el tiempo justo para desayunar en la
estación antes de tomar un taxi. Todo ello es muy importante, recuerde: tren,
desayuno y taxi, ¿de acuerdo?» «Sí, sí, de acuerdo, haremos como usted diga...
Hasta el jueves.» El jueves, a las ocho y media de la mañana, el psicoterapeuta
recibe una llamada. «Doctor, soy su paciente de las nueve, ¿recuerda? Le llamo
desde la estación... Usted me dijo...» «Sí, sí, les espero a los dos dentro de media
hora.» «Hmmm... verá... el caso es que... quizás no tiene mucho sentido que
vengamos...» «Usted dirá.» «Bueno, es que... la noche con mi mujer... el coche
cama... usted ya sabe, en fin, se lo puede imaginar... Creo que el problema se ha
resuelto solo. ¡Pero no se preocupe, le mandaré un talón por el importe de la
visita! »
Nuestro joven paciente encontró extraña la petición del terapeuta (se trataba de
una prescripción comportamental, aunque él no era consciente de ello y el
terapeuta quizá tampoco mucho), pero estaba dispuesto a obedecer y actuó en
consecuencia. Una vez en el compartimento de coches cama del tren,
experimentó una sensación muy distinta de la que había sentido como asfixiante
en el dormitorio de su casa cada vez que había intentado hacer el amor durante
las últimas semanas. Ahora el ambiente era exótico, misterioso, casi aventurero.
Una extraña excitación se apoderó de él... bueno, en realidad no tan extraña. Era
una excitación conocida antes del matrimonio, pero ahora consiguió compartirla
con su mujer mientras se imaginaba a sí mismo como un intrépido Cary Grant
capaz de salir airoso de atrevidos flirteos ferroviarios. Aunque la historia la
protagonizó un psicoterapeuta anónimo, es digna de figurar en el repertorio de
Milton ERIKSON (HALEY, 1973;
128
O’HANLON, 1987; ZEIG, 1980; ROSEN, 1982). Posee el golpe de genio de la
sencillez, de la máxima economía de esfuerzos, en que la casualidad .Y la
creatividad se aúnan.
Los espacios cognitivo, emocional y pragmático se hallan bien intercomunicados, y
ello permite que el cambio, aunque surja inicialmente en cualquiera de ellos, se
pueda generalizar después a los restantes. Si ocurre así, el proceso se consolida,
mientras que si el cambio permanece circunscrito a uno de los tres espacios es
fácil que pueda retroceder hasta la desaparición completa. El joven esposo ha
empezado comportándose de modo diferente en un espacio nuevo. Si el éxito
sexual responde mecánicamente a unas praxias determinadas, es posible que
vuelva a fracasar cuando esas praxias sean de nuevo distintas. Ocurre así con
muchas impotencias. Pero si, además, se han experimentado nuevas emociones
de seguridad y autoestima, acompañadas de percepciones y representaciones
cognitivas coherentes, es más probable que el cambio se mantenga. Y para que
éste sea más sólido, también deberá trascender al individuo modificando los
espacios cognitivo, emocional y pragmático a nivel familiar. En el caso que nos
ocupa, deberán cambiar los valores y creencias de la pareja, revalorizándose, por
ejemplo, la intimidad y la confianza mutua, y ampliarse la capacidad de compartir
emociones como la ternura y el sobrecogimiento amoroso. También deberán surgir
rituales amatorios en los que coincidan actuaciones de ambos cónyuges cargadas
de simbolismo y centradas en darse mutuamente placer.
Todos estos cambios pueden producirse simultáneamente o en modo secuencial,
con breves o largos intervalos y requiriendo o no la intervención de agentes
externos. Además, éstos los puede brindar el ecosistema de modo natural o tomar
forma de intervenciones ajenas como son las psicoterapéuticas. Más que una
alternativa entre un cambio uno limitado a lo cuantitativo y un cambio dos
alcanzando a lo cualitativo (WATZLAWICK et al., 1974), se trataría de una amplia
gama de posibilidades de cambio, unos reversibles y otros no. Al fin y al cabo
Hegel y Marx ya insistían en la convertibilidad de lo cuantitativo en cualitativo, y en
la misma línea se expresan PRIGOGINE (1972-1982) y su intérprete
psicoterapéutico ELKAIM (1989): en los sistemas abiertos y lejanos del equilibrio,
químicos, pero también relacionales, las fluctuaciones no retroceden a estados
anteriores una vez superados puntos críticos de bifurcación. Y eso puede ocurrir a
partir de un modesto cambio que el terapeuta haría mal en despreciar por
considerarlo «solamente» de nivel uno.
Una conceptualización de estas características no exime al terapeuta de la
responsabilidad de evaluar si el pequeño cambio que brota ante sus ojos, y en el
que él ha intervenido de diversas maneras, puede continuar desarrollándose solo
o necesita aún de su presencia para consolidarse. El modelo sistémico puede,
más que otros, ayudarle a confiar en el ecosistema y a sentirse menos
imprescindible, pero a veces, cuando el problema es grave y el peso de la
cronicidad grande, el terapeuta sistémico debe aprender de los colegas de otras
orientaciones a permanecer junto al paciente y a la familia más tiempo de lo que
sugiere su manual.
129
La secuencia puede variar sin que el resultado, en cuanto al cambio, se modifique
en esencia. Un sujeto puede empezar sintiendo un desasosiego o una ternura
nuevos antes de que se sorprenda haciendo cosas que no hacía y
representándose la realidad de forma novedosa. O puede percibir como frágil y
débil a un cónyuge que antes vivía como un perseguidor implacable para, a
continuación, sentir un cariño y un deseo de protegerlo que hasta entonces
estaban bloqueados. Probablemente esto lo impulsará a comportarse con él de
otra forma. A su vez, el espacio que corresponde al compartir emociones, valores
y creencias y rituales de la pareja o de la familia también se transformará.
¿Y el terapeuta?
En las posiciones tradicionales correspondientes a la primera cibernética, el
terapeuta se situaba fuera del sistema para intervenir sobre él. Se alineaba así con
quienes, desde los orígenes del pensamiento humano, tomaron partido por una
relación objetiva con la realidad, sintiéndose cómodos. en su objetivismo tanto a la
hora de conocer como de actuar. Sería prolijo enumerar la larga lista de sabios y
científicos que, desde los presocráticos filósofos de la naturaleza hasta los
neopositivistas, han precedido a los pioneros de la terapia familiar por el camino
del realismo y de la confianza en la técnica. Pero la historia de la filosofía está
construida también sobre un segundo discurso que parte del sujeto y de la
reflexión sobre sí mismo y que cuenta con voces tan ilustres como Heráclito,
Platón y Kant. Podríamos decir que después de la revolución industrial y científica
del siglo xix el realismo duro deja de tener sentido, aunque los efectos del giro
postmoderno tarden en hacerse sentir en el periférico campo de la psicología.
Al igual que los filósofos postmoddrnns, los terapeutas sistémicos se han
interesado por la comunicación y el lenguaje, por lo que la terapia familiar estaba
abocada a recalar en el discurso subjetivista. Además, la presión ética que genera
la actividad psicoterapéutica ha dificultado la instalación cómoda del terapeuta en
posiciones objetivas. La intervención sistemática en las sensibles regiones de la
intimidad y del conflicto le ha forzado a cuestionarse la legitimidad de su postura
objetivadora y cosificadora de individuos y familias y a buscar componendas
respetuosas de lo singular y lo subjetivo. De ahí que la cibernética de segundo
orden (VON FOERSTER, 1994) encontrara el terreno abonado para germinar
entre los terapeutas familiares, conjugando oportunamente la llegada del flujo
postmoderno con sensibilidades nacidas de un cierto ejercicio de la psicoterapia.
El terapeuta regido por la cibernética de primer orden se sitúa fuera del sistema (T,
en la figura 5) e interviene sobre él desde su posición externa. De esta forma
objetivadora puede dominar alguno de los tres espacios, el cognitivo, el emocional
o el pragmático, y utilizarlo como vía de acceso y vehículo privilegiado para su
intervención. Los distintos modelos se han orientado preferentemente por algún
canal, siendo evidente la utilización del cognitivo por cognitivistas y psicoanalistas,
del pragmático por conductistas y psicodramatistas y del emocional por
guestálticos. La interpretación que cada modelo hace de su vía de intervención
remite a la correspondiente teoría que lo sustenta y es legítimamente discutible.
Así, por ejemplo, cog-
130
EcosfS-r-Enti y
Figura 5
nitivistas, conductistas y guestálticos reivindicarán la máxima trascendencia de sus
respectivos espacios (cognitivo, pragmático y emocional) para la producción del
cambio, mientras que psicoanalistas y psicodramatistas defenderán la necesidad
de que el cambio recale en el área emocional desde sus espacios de intervención
cognitivo y pragmático respectivamente. La posibilidad de obtener un cambio, sea
cual sea la vía que se utiliza, vendría a darles la razón a todos, aunque, eso sí,
una razón «compleja». El cambio ofrece una infinita gama de combinaciones
posibles en cuanto a secuencias de generalización, y cada modelo es libre de
enfatizar algunas y de posicionar al terapeuta en modo coherente con las opciones
elegidas.
También los terapeutas sistémicos, a la luz de la cibernética de primer orden,
manifestaron preferencias en cuanto a sus vías de intervención. Los
comunicacionalistas de la Escuela de Palo Alto privilegiaron la vía cognitiva (ellos
la llamarían epistemológica de acuerdo con BATESON, 1972, op. cit.) y los
estructuralistas la pragmática. Unos y otros enfatizaron «lo que, se piensa» y «lo
que se hace» y estigmatizaron a Virginia SATIR (1967) por osar moverse en el
campo de «lo que se siente». BATESON (1969) llega a afirmar que la «emoción»
es una palabra dormitiva, y MINUCHIN (1993) es muy explícito cuando,
rememorando su trabajo con las familias de los guetos negros de Nueva York,
dice: «En el trabajo con una población que no era introspectiva, nos centramos en
la conducta y (...) en consecuencia, desarrollamos una forma muy activa de
terapia» (pág. 41). Se descarta lo introspectivo, asimilado a lo cognitivo de que se
ocupaban los colegas californianos, y de lo emocional ni siquiera se habla. Y, sin
embargo, no cabe imaginar que un psicoterapeuta pudiera evitar trabajar con las
emociones, aunque no hay duda de que, en la historia de la terapia familiar
americana, han existido otras prioridades a la hora de teorizar.
En Europa la presión de la moda americana se ha hecho sentir, pero no ha
ahogado la atención prestada a la dimensión emocional por los más destacados
autores, quizá porque en esta parte del Atlántico las tensiones con el psicoanálisis
han tendido a disolverse más por vía de integración que de oposición. Sin
pretender una relación exhaustiva, cabe citar a ANDOLFI y colaboradores (1987)
en su uso del juego, el humor y la provocación, así como al explícito
reconocimiento que hace CANCRINI (1987) del sufrimiento ligado al síntoma y de
la necesidad de una fuerte implicación personal del terapeuta frente a cierto tipo
de disfunciones. También NEUBURGER (1984) habla del sufrimiento como uno de
los componentes, junto al síntoma y la alegación, de la demanda familiar, que
puede concentrarse en un único miembro o distribuirse entre varios. Contrasta
este enfoque europeo del sufrimiento con la ausencia de dicho concepto en la
literatura constructivista, que hereda la antigua idea del comunicacionalismo
americano de la patología como una aséptica disfunción. ONNIS (1990, Op. Cit.) y
CAILLÉ (1991) trabajan, con familias psicosomáticas y con parejas
respectivamente, realizando esculturas que, como técnicas terapéuticas de origen
psicodramáticO, están muy cargadas de emotividad. E incluso SELVINI (1990, Op.
citJ, después de haber explorado a fondo las posibilidades de la reformulación
epistemológica y de la prescripción pragmática, ha recalado en una teoría
132
de los juegos psicóticos (1988, op. cit.) que parte del reconocimiento de las
carencias emocionales sufridas por los hijos que se ven envueltos en las turbias
interacciones de sus padres. Ocuparse de las depresiones (LINARES, 1993, op.
cit.) es otra vía de acceder a la inexcusable presencia de las emociones, tanto en
el síntoma mismo como en los juegos relacionales en que aquel se inserta y,
desde luego, en una intervención terapéutica que se pretenda eficaz.
El terapeuta que funciona en términos de cibernética de segundo orden (TZ en la
figura 5), se sitúa en medio de un sistema del que sabe que es parte integradora.
Es consciente de que su relación con pacientes y familias no es sólo objetivadora,
sino que también está sometida a los influjos de aquéllos, hasta el punto de que él
mismo cambia interactuando. Abrumado por la responsabilidad, es posible que se
niegue a asumir funciones directivas delegándolas en la familia, de la que pasará
a considerarse un simple acompañante. Si cae en esa trampa, limitará
radicalmente su relevancia y fabricará un producto más fácil de vender a
profesionales ansiosos de sofisticación que a clientes necesitados de ayuda.
Olvidará que una nueva te(> ría no es verdaderamente útil si no engloba a las
anteriores en una concep. tualización más amplia, capaz de enriquecer la visión
de quien la maneja ayudándole a resolver enigmas antes inasequibles, pero no a
incidir sobre problemas ya resueltos. La complejidad no anula lo sencillo, pero
reduce al absurdo el reduccionismo simplificador. Por eso el terapeuta no se debe
de. jar anonadar por la segunda cibernética limitando su actividad a ligeras in.
tervenciones de improvisación conversacional. La palabra, y por tanto la
conversación, es un poderosísimo instrumento al servicio del terapeuta, que éste
puede articular en técnicas, a su vez engarzables en tácticas y estrategias que, en
conjunto, constituyen su intervención profesional responsable. Ni más ni menos
que lo que los clientes necesitan, buscan y exigen.
La cibernética de segundo orden brinda al terapeuta una posición privilegiada para
optimizar su capacidad técnica interviniendo en una encrucijada donde convergen
los espacios cognitivos, emocionales y pragmáticos de individuos y familias. Con
los instrumentos conceptuales que pone a su disposición (circularidad,
reflexividad, integración de objetividad y subjetividad, etc.), le facilita moverse por
tales espacios con comodidad y flexibilidad. SLUZICI (1983) da fe de ello en uno
de los más lúcidos artículos jamás escritos sobre la convivencia de modelos en
terapia familiar.
El terapeuta debe saber que sus intervenciones, si son pertinentes, generarán un
proceso de cambio a partir de uno de los tres espacios, pragmático, cognitivo o
emocional, que acabará generalizándose a los restantes. Además, una
intervención puede utilizar la vía de acceso de uno de tales espacios para alcanzar
otro y, desde éste, alimentar la narración de cambio que afecte en definitiva a la
totalidad. En consecuencia, el terapeuta puede orientar preferentemente sus
intervenciones hacia algún espacio en particular en función de las características
del paciente, de la familia o de las suyas propias, ya sea a nivel de estilo personal
o de la modalidad de formación re, cibida. Aunque la versatilidad que supone el
dominio de la más amplia gama de técnicas mejora el perfil profesional de un
terapeuta, éste no se tiene que obsesionar por manejar todos los registros, dado
que su interve
133
ción puede ser igualmente eficaz desde cualquiera de ellos. Quien se sienta más
seguro de controlar confortablemente la expresión de sus propios afectos podrá
intervenir con comodidad en el plano emocional, quien sepa sacar partido a su
imaginación literaria se moverá más libremente en el plano epistemológico y quien
tenga un probado espíritu práctico podrá rentabilizar razonablemente los resortes
pragmáticos.
De igual modo, el terapeuta se debe sentir autorizado a centrarse preferentemente
en el individuo o en la familia, por citar sólo los encuadres más frecuentes, en
función de muy diversas circunstancias, atribuibles tanto al sistema como a sí
mismo. Con el mismo repertorio básico de técnicas, pero con la lógica prioridad
concedida a algunas de ellas, podrá trabajar indistintamente la identidad individual
o la organización familiar, las narraciones o la estructura mítica, y en sesiones
individuales, familiares, subsistémicas o de red. El resultado final dependerá más
de la coherencia del enfoque en su conjunto que de la naturaleza de cada opción
concreta.
14. INTERVENCIONES PRAGMÁTICAS
Una revisión somera de las técnicas pragmáticas en terapia familiar puede
empezar rindiendo homenaje a la que, durante mucho tiempo, fue la irk tervención
estructural emblemática: el cambio de sillas en sesión, oficiado por MINUCHIN con
esa mezcla de sencillez y genialidad que caracteriza a su trabajo terapéutico.
Juntar con su marido a una mujer que se ha sentado separada de él y de uno de
los hijos mientras retiene el otro a su lado, aún más distante de padre y hermano,
permite, simultáneamente, unir a los dos chicos a un costado de los padres. Es
una poderosa maniobra que entra en la organización familiar por vía pragmática, si
bien alcanza inmediatamente el plano epistemológico y opera desde él. Comunica
a la familia un mensaje reestructurados sobre cómo cree el terapeuta, autorizado
portavoz social, que debería organizarse la familia: los padres por un lado y los
hijos por otro, aunque cerca.
Las prescripciones son las técnicas pragmáticas de uso más extendido, pero
existe una gran variedad de ellas. Una prescripción comportamental actuada en
sesión puede consistir, por ejemplo, en pedir a una madre que
juegue con su hijo mientras el terapeuta conversa con el marido y bloquea los
intentos de éste por intervenir invasoramente. La técnica, inicialmente pragmática,
se cognitiviza cuando el terapeuta aísla una secuencia y proclama que la señora
ha sido perfectamente capaz de jugar eficaz y placenteramente con el niño sin
que, por otra parte, el marido haya tenido particulares dificultades en permitir que
lo hagan sin su participación. El efecto del cambio cognitivo podrá tener ulteriores
repercusiones pragmáticas facilitando que la madre, después de la sesión, realice
nuevos episodios de interacción funcional con su hijo y, a su vez, se extenderá al
plano emocional en forma de sentimientos de placer, amor por el niño,
reconocimiento por su marido y satisfacción consigo misma. La dinámica de
cambio que irrumpe en ella modificará su propia narrativa, a la vez que las
modificaciones en la estructura mítica de la familia (desaparece el mito de la
madre desastrosa) influyen sobre su organización. La madre podrá ocupar en ella
un lugar jerárquico nuevo. Puede que el padre se lo permita fácilmente o puede
que no, en cuyo caso quizá la narrativa de él deba cambiar también. Quizá, por
ejemplo, se le tenga que ayudar a no ver en las nuevas capacidades de su esposa
un atentado contra su virilidad. Si los cambios en la organización la-
136 LA INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
miliar se corresponden con cambios en la narrativa de los cónyuges, la pareja
podrá continuar funcionando unida de forma diversa a cony lo hacía antes, es
decir, sin la narración sintomática de ella como enferma depresiva. Pero si el
cambio no alcanza a la narrativa del marido, la pareja, con una esposa capaz de
nutrirse afectivamente de forma hasta ahora desconocida, puede ser, al final,
inviable.
¿Son demasiados cambios para una sola y modesta intervención? En efecto.
Aunque en terapia se han visto cambios así de espectaculares a raíz de
intervenciones de apariencia modesta, lo habitual es que una cadena de
transformaciones como la descrita se produzca a lo largo de un minucioso y
complejo proceso terapéutico, durante el cual el terapeuta utiliza técnicas
variadas.
Sin salir del campo pragmático, las prescripciones comportamentales pueden ser
diferidas, esto es, planteadas para que las realicen pacientes y familias en los
intervalos entre las sesiones. Entre las más clásicas figuran pedir a una pareja que
salgan juntos un día por semana o, a un padre y un hijo adolescente que
desarrollen, también juntos, cierto tipo de actividades como practicar juegos, asistir
a espectáculos deportivos o enseñar y aprender, respectivamente, alguna materia
en la que el padre es reconocido como experto. Las prescripciones diferidas
operan de lleno en el plano pragmático y desde él pueden transmitir el cambio a
los restantes. La gente se sorprende a sí misma actuando de forma novedosa por
petición del terapeuta. Quizá sin mucho entusiasmo al principio, luego pueden
descubrir que la cosa es agradable y que les permite percibir aspectos nuevos en
sus relaciones con los otros. En tal caso, la epistemología y las emociones estarán
ya realizando su aportación a la nueva narración en ciernes. Existe, no obstante,
el riesgo de que, abandonada la familia a sus propios recursos o, lo que es lo
mismo, operando la prescripción en ausencia del terapeuta, resulten aquéllos
insuficientes y la operación se salde con un fracaso. No es raro que la pareja
comunique al volver que un soberano aburrimiento ha presidido su salida conjunta
o que el padre se declare incapaz de superar la falta de interés del hijo
adolescente. Las prescripciones diferidas se cuentan entre las intervenciones
terapéuticas que menos fuerza tienen para compensar deterioros profundos de la
parentalidad o de la conyugalidad, aunque en casos menos graves pueden
mostrar efectos notorios, sobre todo si el terapeuta sabe insistir oportunamente y
adaptar su intervención a la realidad familiar. A veces, prescripciones
comportamentales no seguidas por la familia operan a nivel cognitivo, registrando
la información de que alguien autorizado y prestigioso piensa que sería posible y
beneficioso que se actuara de esa determinada manera. En tales casos, el
terapeuta hará bien en contentarse con que se cumpla el espíritu de su
intervención, renunciando al cumplimiento de la letra, que sólo serviría de
gratificación a su narcisismo.
La prescripción de rituales constituye una modalidad de intervención pragmática
que, utilizando este nivel como vía de acceso a la narrativa o a la estructura
mítica, accede enseguida al plano emocional para operar desde él. Veamos un
ejemplo.
INTERVENCIONES PRAGMÁTICAS 137
Una joven pareja acude a terapia por una depresión de la esposa que, en su
adolescencia, había sido objeto de abusos sexuales por parte de un tío paterno.
Ocurre que el abusador está aún presente en la familia, sin que los intentos por
parte del marido de denunciar los hechos hayan tenido otros resultados que
deprimir más a la paciente. Ésta se debate entre la culpa, la queja y la fidelidad a
la familia. En el curso de una terapia que apunta como objetivo a consolidar la
pareja distanciándola de las familias de origen, se les pide el siguiente ritual.
Deben, entre los dos, construir un muñeco que represente al tío abusador y
colgarle un letrero con el nombre de éste. Luego, ambos deben ir al campo y
deshacerse del muñeco de forma definitiva. No se trata de destruirlo con saña sino
de arrojarlo de sus vidas para siempre. El ritual es cumplido y los efectos se
revelan positivos. Mientras estuvieron confeccionando el muñeco se sintieron muy
emocionados y próximos el uno del otro, sensación que aumentó
reconfortantemente cuando salieron al campo y lo arrojaron por un precipicio.
Ambos tuvieron la impresión de que aquellos hechos que les torturaban,
ciertamente de forma diferente a cada uno de ellos, podían dejar de ser un
«trauma» insuperable para convertirse en algo contra lo cual, los dos juntos,
podían luchar. La desaparicidll de un episodio narrativo enfermizo y su sustitución
por otro sano es alternativo a la experimentación de sentimientos de dicha y
confort. La nueva constelación puede propiciar el desarrollo de una narración de
cambio.
Las muy diversas técnicas de escultura existentes (CAILLÉ, ONNIS, Op. Cit.) son
intervenciones pragmáticas que se pueden interpretar como un desarrollo del
cambio de sillas minuchiano en el que el rol de escultor pasa del terapeuta a los
distintos miembros de la familia a la vez que se sofistica considerablemente.
También aquí, aunque la vía de acceso sea pragmática, el desarrollo operativo se
sitúa a otro nivel. Concretamente, y en ello reside el encanto y la potencia de estas
técnicas, en un espacio compartido entre los planos epistemológico y emocional.
De modo directo, mientras se realizan las esculturas, los participantes perciben
que nuevas realidades se despliegan ante ellos, en una atmósfera emocional
vibrante e intensa. Las consignas pueden variar entre realizar esculturas del
pasado, presente y futuro, de cómo se sueña y cuál es la realidad de la familia, y
tantas otras posibles, pero en todas ellas se crea la misma atmósfera mágica en la
que los protagonistas sienten y perciben simultáneamente esbozos narrativos
nuevos y más complejos.
15. INTERVENCIONES COGNITIVAS
Las reformulaciones constituyen el gran campo de las intervenciones cognitivas y
son, junto con las prescripciones pragmáticas, el repertorio básico de
intervenciones terapéuticas en la historia del modelo sistémico.
La simple reformulación, consistente en la aportación por parte del terapeuta de
una visión matizadamente distinta o radicalmente nueva de alguna construcción
narrativa personal o de un mito familiar, es el contenido fundamental de una sesión
clásica de terapia familiar, de la que la prescripción suele ser su culminación
natural. Los seguidores de las corrientes sistémicas postmodernas renuncian a la
mayor parte de la actividad prescriptiva, que MATURANA (1984) descalifica
considerándola interacción instructiva, y proponen términos como conversación
terapéutica o terapia improvisacional (KEENEY, 1990), que, en la práctica, se
apoyarían en las célebres preguntas, descritas inicialmente como circulares por
SELviNi et al. (1980) y desarrolladas posteriormente por Tomm (1987) y WHITE
(1989).
Las preguntas, definidas explícitamente como circulares o no, son
minirreformulaciones que, como tales, se inscriben de pleno en el espacio
cognitivo, manteniéndose por tanto sus defensores en la más pura tradición de
Palo Alto. Véase, si no: «¿Qué hace mamá cuando papá juega con tu hermana tan
contento?»; «¿Cómo reacciona papá cuando llega a casa y se encuentra con que
mamá ha subido al apartamento de la abuelita?»; «¿Cómo suele comportarse tu
hermano cuando papá y mamá discuten?». O también estas otras: «¿Desde
cuándo crees que te ha poseído esta especie de parásito que es la manera como
te ves a ti mismo?»; «¿Quién ha sido testigo de aquella vez que conseguiste
comportarte de manera diferente?». Si, como buenas minirreformulaciones que
pueden ser, las preguntas resultan relevantes, generarán un espacio de
incertidumbre epistemológica, y no necesariamente sólo ni sobre todo en el
interlocutor directo, sino en el resto de participantes en la conversación. La
consecuencia de dicha incertidumbre puede ser la exploración de nuevos
constructos, acompañada de la incursión en nuevas maneras de actuar y de la
experimentación de nuevos sentimientos.
1. La interacción instructiva sería aquella que, ignorando el acoplamiento
estructural necesario para la transmisión de información entre dos individuos,
pretendiera inducir en el otro contenidos de modo artificioso.
140 LA INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
Pero la más simple de las reformulaciones puede tener efectos espectaculares,
como muestra el caso de Alberto, referido en la pág. 49. Una familia compuesta
por los padres y tres hijos por encima de la adolescencia acude a terapia por los
problemas que crea el mal comportamiento del hijo menor. Al acabar la primera
sesión el terapeuta se declara especialmente impresionado por los chicos.
«Tienen ustedes unos hijos maravillosos. Rara vez hemos visto a tres hermanos
tan guapos, inteligentes, sensibles y de buen corazón. Es la obra de ustedes, una
obra maravillosa, un patrimonio único. » Se les despide con una nueva cita para
dos semanas más tarde, a la que acuden anunciando que han estado a punto de
anularla porque ya no necesitaban terapia. Los padres explican lo sucedido.
Cuando la noche del mismo día de la sesión ellos empezaron a criticar al hijo
menor por su conducta, los tres hermanos reaccionaron en bloque diciéndoles que
si no recordaban lo que les habían dicho los doctores. La madre tuvo un disgusto
enorme y se metió en su cuarto, donde, presa de un ataque de nervios, intentó
intoxicarse con pastillas. Descubierta enseguida por el marido, la llevaron
rápidamente a un servicio de urgencias donde, mientras la desintoxicaban, ambos
tuvieron una conversación muy intensa en la que revisaron toda su vida de pareja.
La conversación continuó durante los días siguientes y la relación entre ellos ha
cambiado. Afirman haberse dado cuenta de que estaban utilizando a los hijos para
encubrir sus propios problemas y aseguran que no volverán a caer en semejante
error. Medio admirativos medio pícaros le dicen al terapeuta: «Es que... hay que
ver las cosas que usted nos dijo... ¡era imposible no reaccionar!».
Lo único que se había hecho era elogiar a sus hijos, elogiándolos
simultáneamente a ellos. El resto, instalada la reformulación en el plano cognitivo,
se lo habían dicho ellos solos. Para ello había hecho falta una ayuda de los hijos,
que habían rechazado una nueva tentativa de actuar como de costumbre en base
a las construcciones habituales. Desde entonces habían explorado nuevas
maneras de actuar, comunicándose entre sí de forma diversa y experimentando
nuevas emociones. La narración sintomática que aprisionaba al hijo menor había
empezado a desmoronarse a la vez que la mitología familiar, en la que éste
figuraba como el chico problema.
Existen reformulaciones más complejas, como las que tratan de reconstruir una
historia de amor en una pareja en conflicto o una historia de parentalidad entre un
progenitor o unos padres y un hijo, generalmente sintomático y en relación difícil
con ellos. En el primer caso, se puede dirigir la conversación hacia los orígenes de
la pareja: cuándo y cómo se conocieron, qué les gustó a cada uno del otro, las
primeras salidas, los primeros bailes... Los primeros obstáculos y oposiciones que
tuvieron que vencer pueden constituir una espléndida prueba de la fuerza de su
mutua atracción. Poco a poco, de entre los escombros y basuras acumulados por
la rutina, emerge un filón de oro puro que, como tal, ahora vuelve a ellos. El
terapeuta debe estar atento a filtrar construcciones negativas que tienden a
irrumpir inopinadamente (expresiones del tipo «nunca debí haberle conocido» o
«yo en realidad quería a otra persona»), proponiendo su sustitución por las
contrarias, cuya presencia potencial resulta verosímil: «fue maravilloso conocerle
INTERVENCIONES COGNITIVAS
a pesar de todo lo que ha ocurrido después» o «mi relación con él fue un valor
sólido, frente a los espejismos que representaban otras relaciones». Además, se
aíslan, enfocan y amplifican acontecimientos con la fuerza simbólica necesaria
para constituirse en metáforas. Ella pasaba por la relojería donde él trabajaba con
cualquier pretexto, incluso llevando relojes en perfecto uso. Él hacía alardes de
acrobacia ayudando a una anciana desde su terraza, frente a la ventana de ella,
para impresionarla. Tenían una vespa con la que se escapaban de la ciudad las
tardes cálidas de verano. En el pequeño cochecito rojo que él se compró,
buscaban lugares apartados por la noche y... bueno en fin... Cuando el terapeuta
les devuelve la maravillosa historia de amor que subyace a su actual conflicto, la
construcción ha adquirido cuerpo. No es raro que la pareja que entró ceñuda salga
con los brazos enlazados. La reformulación, tras utilizar la vía de acceso cognitiva,
se ha instalado en el núcleo emocional y, desde él, ejerce su influencia sobre los
restantes espacios.
También la parentalidad se puede reconstruir a partir de una reformula ción
compleja, intensamente emotiva. Se recrean, a tal efecto, momentos clave del
embarazo y del parto. Cuando la madre tuvo por primera vez a aquella tierna
criatura en sus brazos, cuando el padre pudo, por fin, verlas a ambas. El orgullo
con que la mostraron a las respectivas familias de origen y lo que para ellos
supuso su existencia como confirmación de un éxito incuestionable. Lo que de
único e irrepetible ha supuesto su presencia en sus vidas. La madre llora, la hija
llora, el padre carraspea y el terapeuta, a quien quizá también se le humedecen
los ojos, tiene conciencia de que un nuevo momento mágico se ha alcanzado.
La utilización de mensajes escritos sencillos es otra modalidad de reformulación
que se beneficia del hecho de que «lo escrito permanece». Se puede utilizar, por
ejemplo, en parejas en conflicto con un miembro sintomático, como en el caso de
Rosa y Martín narrado en la página 43.
Rosa, muy deprimida, se queja de que su marido nunca está en casa, siempre
trabaja o charla con los amigos, regresa tarde por las noches y no habla apenas
con ella. Él se defiende asegurando que sus ausencias, incluso las de apariencia
social, son necesarias para su trabajo, puesto que así recibe encargos, contrata
colaboradores, etc. Por otra parte, dice, ella lo agobia con sus continuas
exigencias, haciéndole temer el momento de llegar a casa. La mujer perdió a su
madre a los 6 años y ha sido siempre una niña solitaria, cuidada materialmente
pero desatendida en el plano relacional. El marido abandonó su casa a los 15
años porque no soportaba a su padre, bebedor excesivo, ni la manera como éste
trataba a su madre. Desde entonces se ha ganado la vida solo. Se construye una
historia del desencuentro de la pareja en estos términos: él eligió una mujer
sencilla, que no lo cuestionara con propuestas independientes; ella eligió un
hombre fuerte y protector. De entrada las cosas han funcionado bien, porque
ambos han respondido a las expectativas del otro. Las cosas se han complicado
cuando, con la venida de un hijo, los dos han exagerado la demanda mutua. Él le
ha exigido una supeditación absoluta que la descalifica como madre y ella ha
pretendido que la protección se demuestre con una presencia incondicional. Al
final de la segunda sesión se les entregan sendos escritos con el ruego de que
cada uno le enseñe el
142 LA INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
suyo al otro una vez al día como mínimo. El que se le entrega a él dice lo
siguiente: «Cuando me retraso o no estoy junto a ti, no creas que te rechazo.
Estoy cerca y, si me necesitas, puedes estar segura de que me tienes. Lo que
ocurre es que necesito respirar independencia de vez en cuando porque para mí
es como el aire.. El de ella reza así: «Cuando te pido que estés conmigo, no creas
que te quiero ahogar o quitarte la independencia. Lo que ocurre es que se me
dispara el fan. tasma del abandono y temo que me vas a dejar sola».
Aunque es frecuente que se cumpla la petición de enseñarse los escritos una vez
al día, ello no es imprescindible. En cualquier caso las reformulaciones están
presentes, aunque sea sólo en la memoria de los protagonistas. Si, además,
hacen lo que se les ha pedido, se genera una especie de ritual que afianza en la
práctica el contenido epistemológico y lo tiñe de emociones intensas.
16. INTERVENCIONES EMOCIONALES
Hasta aquí, técnicas pragmáticas y epistemológicas: los recursos clásicos de la
terapia familiar sistémica.
Las técnicas emocionales, que a continuación describiremos, han sid$ con toda
seguridad utilizadas por los terapeutas de familia, por lo que su novedad es
relativa. Quizás ésta resida en una conceptualización que las sitúa como «técnicas
de nutrición emocional», al lado de prescripciones y reformulaciones, en un
espacio teórico y práctico claramente delimitado.
Como ocurre con las prescripciones y las reformulaciones, las técnicas
emocionales, aun accediendo siempre al plano afectivo que les corresponde,
pueden mantenerse en éste como principal base operacional o bien deslizarse
hacia los planos cognitivo o pragmático e iniciar desde alguno de ellos su dinámica
modificadora de la narrativa o de la estructura mítica. En cualquier caso, el
resultado final, si la intervención resulta relevante, contemplará una generalización
de dicha dinámica a los planos restantes. No hay que olvidar que la narración de
cambio permite percibir una nueva realidad, actuar y sentir de formas diversas.
Las técnicas emocionales tienen la ventaja suplementaria de que, muchas veces,
preparan el terreno directamente para compensar las carencias afectivas que
subyacen a la narración sintomática.
La reparación es la reina de las técnicas emocionales, aunque su potencia corre
pareja con la dificultad de su aplicación. Que unos padres pidan perdón a su hijo
por haberlo sometido a un trato discriminatorio o arbitrario en comparación con sus
hermanos, o que un cónyuge haga lo propio con su pareja, reconociendo haberla
tratado injustamente movido por sus propias dificultades personales, constituyen
ejemplos elementales del más sencillo y eficaz recurso comunicacional humano.
En casi todas las familias y en cualquier sistema relacionalmente significativo, se
producen continuamente movimientos reparadores que neutralizan, de forma
parcial o total, el daño infligido en el rutinario fluir de la interacción, posibilitando
una adecuada nutrición emocional. Como el sentido común suele informar
oportunamente sobre la reciprocidad de muchos procesos interactivos, no es rara
una secuencia comunicacional en que a un «perdona» siga un «no, perdona tú» o
un «perdona tú también». Pero la reparación se hace más difícil a medida que la
insidia o, por usar una expresión de LAING (1969) consagra-
144 LA INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
da en terapia familiar, la mistificación, se instalan en determinadas situaciones
relacionales, no casualmente vinculadas a la patología.
Si el terapeuta detecta una de tales situaciones, lo que es muvTrecuente, y decide
abordarla de modo directo desafiando todos los preceptos sistémicos que lo
desaconsejan, es muy probable que fracase ante un muro de negación, o de
renovada mistificación, del que forma parte militante el propio paciente víctima. Se
demostrará así la sabiduría de los citados preceptos, que sugieren líneas de
actuación más prudentes, evitadoras de la confrontación directa de intensos nudos
afectivos sobre los que planea la amenaza de una culpabilidad insoportable. Pero
si el terapeuta es tozudo y, sobre todo, extraordinariamente hábil y capaz, puede
que consiga encaminar la terapia hacia una reparación verdadera, en la que
alguna importante fuente de desnutrición emocional se pueda desactivar. En esta
línea trabajan últimamente SELVINI y colaboradores (1988, op. cit.) y, en el campo
del maltrato y el abuso sexual, autores como CIRILLO (1994) y MADANES (1990).
Si un padre consigue decirle a su hijo cuánto lamenta haberle hecho sufrir por
haberlo postergado a su hermano en la preferencia de sus afectos o por haberlo
inducido con malas artes a participar en una guerra sin fin contra su esposa; si un
marido le pide perdón a su mujer por haberse aprovechado de sus tendencias
depresivas para desarrollar una prepotencia encubridora de mayores debilidades;
y si todo ello se produce en una atmósfera de gran intensidad emocional
proporcionada a la magnitud de lo que está en juego, y no, desde luego, como una
simple comedia para satisfacer al terapeuta... es posible que se esté produciendo
una auténtica reparación. Y, aunque la gravedad de los hechos reparados
aumente el riesgo del retroceso o de la reincidencia, el movimiento es poderoso.
De su dificultad, cuando se trabaja con patología grave, baste con decir que una
reparación eficaz es un regalo de los dioses para un terapeuta muy
experimentado.
Si la reparación la propicia el terapeuta pero la realizan los miembros del sistema,
el reconocimiento y el consuelo reservan a aquél un papel más activo. De hecho,
el reconocimiento no es más que un gesto significativo
por parte del terapeuta (o, eventualmente, del equipo terapéutico), mediante el
cual se comunica a quien interesa que sus sufrimientos están justificados, y que
sus causas son comprensibles. No se trata tanto de legitimar una conducta
sintomática, lo que, en ciertos casos, puede también ser útil o estar implícito en la
maniobra, sino de reconocer un sentimiento validando su dolorosa expresión.
El consuelo comporta, además, una cierta seguridad de que existe un remedio
para el sufrimiento, ya sea muy general o más o menos preciso. No
1. La legitimación de ciertos síntomas es un error en que puede incurrir el
terapeuta ingenuo que no controla suficientemente su identificación con el
paciente. Como quiera que los síntomas tienen una importante dimensión
relacional, los restantes
miembros de la familia se sienten aludidos y, muy probablemente, descalifican al
terapeuta. Sin embargo, las manifestaciones sintomáticas que se mantienen más
privadas, como ocurre con el humor depresivo, se pueden legitimar explícitamente
(«usted tiene todo el derecho del mundo a deprimirse») con notable alivio para el
paciente y sin gran oposición por parte del sistema.
INTERVENCIONES EMOCIONALES 145
es aportar ya una solución concreta, sino marcar un camino esperanzador. Resulta
paradójico que reconocimiento y consuelo, siendo instrumentos tan eficaces para
mitigar el dolor, hayan quedado relegados al campo de la psicoterapia ingenua y
sean minusvalorados por los profesionales. Sin embargo, es muy probable que el
éxito terapéutico de numerosas intervenciones de apariencia poco profesional
resida precisamente en la utilización razonable de este tipo de recursos, tan
sencillos como potentes.
En un contexto de terapia familiar sistémica, el reconocimiento y el consuelo
pueden revestir formas más elaboradas, que los integren, junto a las restantes
técnicas utilizadas, en el conjunto de una intervención coherente con el objetivo de
modificar la narrativa dominante y propiciar la nutrición emocional. Y, en este
sentido, si bien son técnicas emocionales, su mecanismo de acción pasa por su
instalación secundaria en el plano epistemológico, desde el cual emiten nuevas
ideas y percepciones.
Una mujer de mediana edad, gravemente deprimida, muestra en terapia la
situación de explotación a que se ve sometida por su marido, de superior
extracción social y prematuramente jubilado, y sus dos hijos. Además de realizar
una agotadora jornada de trabajo fuera de casa, es ella la que debe
responsabilizarse de todas las tareas domésticas, ante la indolente inhibición de
los restantes miembros de la familia. En medio de la sesión, una terapeuta,
miembro del equipo, sale de detrás del espejo y, tras darle dos besos en presencia
de toda la familia, le comunica la emoción que todos, pero sobre todo las mujeres
del equipo, han experimentado al oír la narración de sus sufrimientos. Ella sólo
viene para expresarle su total comprensión y solidaridad. Dicho lo cual, sale y el
terapeuta continúa la sesión.
El reconocimiento puede ir acompañado de un gesto de alto valor simbólico por
parte del terapeuta con la intención de reforzar la intensidad de sus
manifestaciones verbales.
Una paciente depresiva, casada y con dos hijas, vive con su familia en casa de su
madre viuda, que continúa ejerciendo de verdadera ama de casa. El marido es
extranjero y se ha rodeado de un círculo de gente de su país, en el que incluye a
sus hijas pero no a la paciente, que se encuentra muy aislada socialmente. En la
sesión siguiente, tras hacerse evidente esta problemática, la terapeuta le regala,
de parte del equipo, una maceta con una planta, sugiriéndole que la cuide y se
siente a menudo junto a ella acariciándola y tocando la tierra, ya que, de
momento, es el único territorio auténticamente suyo que posee.
Más claramente aún que en el ejemplo anterior, las técnicas emocionales pueden
revestir formas de prescripción, actuando desde la esfera pragmática, como ocurre
en las dramatizaciones emocionales.
Una madre y un hijo son instados por el terapeuta a cogerse de las manos
sentados frente a frente y, mirándose a los ojos, responderse mutuamente a sus
reproches. En una secuencia de tales características se pueden oír frases como
éstas: «Yo te quiero mucho, lo eres todo para mí, pero reconozco que no soy
capaz de expresártelo». «Dímelo más veces, eso de que me quieres. Necesito
oírtelo decir mucho. »
146 LA INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
También pueden prescribirse rituales emocionales. Uno, entre los más sencillos
formalmente, consiste en pedir a los padres de un determinado niño sintomático
que instauren la costumbre de dar un beso de buenas noches en la cama a su
hijo. La sencillez formal y la enorme potencialidad terapéutica no excluyen la
dificultad real que pueden entrañar tales intervenciones, enfrentadas a intensos
sentimientos de culpa, cuando no a ocultos rechazos afectivos.
Rituales emocionales formalmente más complejos, entrañando un fuerte
reconocimiento por parte del terapeuta, pueden ser, paradójicamente, mejor
aceptados por las familias.
A una mujer, agobiada por el trabajo y las tareas domésticas y culpabilizada
porque alguna vez ha roto un plato en un rapto de ira al no recibir ayuda de sus
familiares, se le regalan media docena de platos, pidiéndosele que los vaya
rompiendo en ocasiones señaladas en que se repita la falta de ayuda. Todos
reciben la prescripción con risas y el marido pide también platos para romper él,
aunque, ciertamente, se le niegan.
Un común denominador a las técnicas de nutrición emocional es que requieren
una franca participación afectiva del terapeuta. Éste ha de permitirse a sí mismo
emocionarse con la familia sin mistificar sus sentimientos, aunque sin renunciar a
un grado razonable de control que le permita mantener la conducción de la sesión
y de la terapia. A veces, como en algunos de los ejemplos citados, el terapeuta o
el equipo preparan pequeños regalos simbólicos que entregan a la familia o a
alguno de sus miembros generando una intensa receptividad para la información
relacional que los acompaña: eres digno de ser querido, tu enfado es legítimo, etc.
Otras veces el regalo es espontáneo y surge en plena sesión.
María es una joven poco agraciada y de escasos recursos intelectuales, atrapada
en un juego familiar hiperprotector y poco reconocedor de sus capacidades. No
obstante sus limitaciones, María tiene empuje para realizar movimientos
autónomos que, aunque suelen fracasar, definen un carácter franco y simpático,
con posibilidades de alcanzar resultados importantes. Durante la narración de uno
de sus fracasos, realizada entre sollozos contenidos, una terapeuta, miembro del
equipo, irrumpe desde detrás del espejo y le regala sus pendientes, como
homenaje a su valentía y sinceridad.
Este tipo de gestos, proscritos tradicionalmente de la órbita psicoterapéutica, son,
sin embargo, de enorme utilidad si se realizan controladamente (y para ello es
inestimable la presencia del equipo) y sin excluir a la familia del foco de la
intervención. La implicación emocional del terapeuta no debe ser un tabú, sino un
fenómeno tan inevitable como asumible y, desde luego, canalizable en beneficio
de la terapia.
El terapeuta debe estar atento, por supuesto, a explorar sus propias emociones,
de manera que pueda detectar precozmente lo que él (o ella) conoce mejor que
nadie como indicador de lo que está ocurriendo a su alrededor. Así, por ejemplo,
esa pizca de irritación que está experimentando y que le dice que se está
abusando de alguien, que algún miembro de la familia
INTERVENCIONES EMOCIONALES 147
utiliza o explota a otros. O ese pequeño nudo en la garganta que le dice que se
está produciendo un cambio positivo, que se están despejando vías de nutrición
emocional. O el aburrimiento que nota ante la enésima reproducción de un
conflicto conyugal cargado de morfostasis... No sólo es legítimo que experimente
tales sentimientos, sino también que, en cierta medida, los comunique a la familia
o al cliente individual, si de sesiones individuales se trata. Que comunique
satisfacción si las cosas van bien, o preocupación si van mal, pero también que
deje traslucir controladamente su sobrecogimiento por esa maravillosa interacción
que acaba de presenciar, su enfado ante una conducta intolerable o su hastío por
una pertinaz inmersión en la rutina.
Este diálogo emocional con el terapeuta revierte en una información valiosísima
para la familia, como sin duda han sabido verificar grandes autores sistémicos.
¿Qué son, si no, la utilización del sí mismo de MINUCHIN o la infinita capacidad
provocadora de WHITACKER?
17. PARADOJAS
Quizá sea el momento de referirse a un tipo de intervención que, durante un
tiempo, llegó a constituir la enseña del modelo sistémico. Las contraparadojas
terapéuticas, propuestas inicialmente en Palo Alto como consecuéncia natural de
la teoría del Doble Vínculo, conocieron un desarrollo espectacular en la obra de
Selvini y colaboradores. En la actualidad, la propia Selvini ha dejado de utilizar
paradojas y hasta reniega explícitamente de ellas, pero Boscolo y Cecchin,
antiguos miembros del Equipo de Milán, continúan realizando intervenciones
paradójicas, como lo sigue haciendo la vieja guardia de Palo Alto. Se ha vertido
mucha tinta en criticar las paradojas. Incluso ha habido autores que, como DELL
(1981), han cuestionado la adecuación del término mismo. De todas formas, las
paradojas han protagonizado potentes y eficaces intervenciones terapéuticas y
han inspirado modelos teóricos enormemente seductores. No se las puede
condenar al olvido por una simple cuestión de modas.
Existen tradicionalmente dos tipos de intervenciones paradójicas que se inscriben,
respectivamente, en el campo epistemológico y en el pragmático. Pero aunque,
formalmente, las primeras sean reformulaciones y las segundas prescripciones,
éstas acaban operando, al igual que aquéllas, en el plano epistemológico. De
hecho, se trata de prescripciones de las cuáles no se espera necesariamente su
cumplimiento. Tal ocurre cuando, por ejemplo, se le pide a alguien que sufre
insomnio que realice determinadas actividades por la noche. Es fácil pensar en
CASTANEDA (1974) cuando, en boca de Don Juan, se refiere a la labor del brujo
para que el alumno abandone su control, engañándolo con una pseudotarea: «El
maestro no debe dejar nada al azar. Te he dicho que tenías razón al sentir que te
engañaban. El problema fue que estabas convencido de que el engaño se dirigía a
embaucar tu razón. Para mí la tarea consistía en distraer tu atención, o en
atraparla, según el caso» (pág. 313).
La mayoría de intervenciones paradójicas llevan un componente de prescripción
del no cambio o del síntoma y, como explicación. de su eventual eficacia, se han
aventurado diversas hipótesis. Inicialmente se consideraba que, puesto que la
patología estaba causada por dobles vínculos, las contraparadojas podrían
desactivarlos operando con una lógica similar pero inversa. Es una explicación
que no ha resistido el desmoronamiento de la pre-
150 LA INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
misa que la sustenta: nadie ha podido demostrar que los dobles vínculos causen
patología alguna. También se ha argumentado que las paradojas terapéuticas
operarían por una especie de reducción al absurdo de 2a patología, que no resulta
muy convincente si se considera lo familiarizados con el absurdo que suelen estar
los pacientes psiquiátricos. Tampoco resulta creíble enfatizar el espíritu de
contradicción o la tendencia al desafío de los individuos sintomáticos, a los cuales
las paradojas forzarían a abandonar los síntomas. Sin despreciar la importancia
real del desafío, es excesivo pensar que una narración patológica se desmorone
por un simple «pues ahora no me da la gana, ea».
Las paradojas terapéuticas se pueden interpretar como provocaciones a la
narración patológica que operan a nivel epistemológico. Su mecanismo de acción
consistiría en una especie de efecto rebote capaz de generar una narración
heurística. Provocada la quietud morfostática del síntoma por una construcción
inquietante, el paciente pondría en marcha un proceso de búsqueda de nuevas
soluciones que lo podría conducir, eventualmente, a una narración de cambio.
Una mujer deprimida, acostumbrada a escuchar continuas arengas para que se
anime «poniendo algo de su parte», es decir, esforzándose en ver las mismas
miserias cotidianas de una manera distinta, recibe del terapeuta la siguiente
prescripción: cada mañana, cuando se encuentre en casa sola, encenderá una
vela en la penumbra de su dormitorio y dedicará media hora a meditar sobre su
triste condición, sobre lo que ha perdido y nadie parece en condiciones de darle.
Aunque no hay referencias religiosas explícitas, deberá adoptar una actitud
recogida y arrodillarse junto al tocador, como si rezara. Al marido se le pide que
colabore comprándole las velas y preguntándole a su regreso por la noche cómo
lo ha hecho y qué ha sentido.
El primer día que, obedeciendo la consigna, la mujer enciende la vela y se
arrodilla, siente un gran desconcierto. Eso ya es una novedad, porque hasta
entonces ése era el momento de sus más intensas tristezas. Hoy, más que triste,
se siente desorientada, no sabe lo que hace ni por qué. ¿Qué habrá pretendido el
terapeuta pidiéndole una cosa tan rara? Mil preguntas le rondan por la cabeza. Al
cabo de un rato se sienta y, ya más cómoda, continúa meditando. Se da cuenta de
que han pasado varias horas porque la vela se ha consumido...
Cuando llega su marido se sorprende al encontrar la casa más ordenada. «¡Ah, sí!
He trabajado menos rato pero me ha cundido más. He estado pensando,
¿sabes?»
Si la prescripción paradójica ha surtido algún efecto, la depresión no está curada,
pero quizá se ha dado un paso importante en el buen camino. Desde luego no el
primero, que siempre es el de ganarse la confianza del paciente y de la familia,
pero sí un paso decisivo: la puesta en marcha de una narración heurística. Que
surjan las preguntas, muchas y contradictorias, que se genere un estado de ánimo
de confusión y ansiedad, incluso que se actúe un poco a tontas y a locas, dando
palos de ciego. Una tormenta narrativa con un rayo epistemológico, un trueno
emocional y ráfagas de viento pragmático. En definitiva, la crisis.
PARADOJAS
La intervención paradójica puede revestir formas directamente cognitivas y,
entonces, se expresará como una reformulación. Las prescripciones del síntoma y
del no cambio forman parte de esta modalidad, puesto que de pragmáticas sólo
tienen la retórica. Veamos un ejemplo típicamente selviniano.
El terapeuta recomienda a una joven anoréxica, en presencia de su familia, que
continúe comiendo poco. «Es importante para el bienestar general de su familia
que usted siga centrando la atención de todos en torno a sus comportamientos
alimentarios. De esa forma el conflicto entre sus padres no estallará, sino que se
mantendrá en sordina como hasta ahora. Su padre no dejará de mostrarle
desprecio y desafección a su madre, pero lo hará con mesura, a través de la
atención especial que le dedica a usted. También su madre podrá continuar
disimulando que es su hija mayor quien realmente llena su vida, puesto que
seguirá obligada a ocuparse de usted a causa de su enfermedad.»
Este tipo de intervenciones hizo furor a raíz de la publicación de Paradoja y
Contraparadoja (SELVINI y colab., 1975, op. cit.) y fue responsable de grandes
seducciones y no menores rechazos que afectaron al modelo sistémico en su
conjunto. Los estragos que causaron tantos terapeutas paradójicos de provincias
se debieron, más que a falta de ingenio para construir sus intervenciones, a
graves errores de contextualización. Ya algunos colaboradores de Selvini (COVINI
y colab., 1984) ponen en guardia sobre el uso de paradojas en contextos públicos.
Y, en efecto, éstas, más que cualesquiera otras intervenciones, requieren una
buena acomodación, compatible con la asistencia pública a la salud mental, pero
no con algunas de sus más devaluadas instituciones. El desafío, sin duda, lo
tienen bien representado, pero la relación terapéutica subyacente debe ser por ello
doblemente cuidadosa e incluir un sustrato de poder claramente definido. No es
sorprendente que terapeutas mediocres, con escasa capacidad de acomodación y
trabajando en contextos desprestigiados, se hayan dejado tentar por las técnicas
paradójicas contribuyendo decisivamente a desnaturalizarlas. Ni el dominio de la
hipnosis de Watzlawick y tantos otros terapeutas estratégicos ni la potencia de
Selvini son fácilmente sustituibles a la hora de lanzar paradojas particularmente
arriesgadas, como por ejemplo en lugar de una terapia imposible o como
finalización de un proceso terapéutico cuya continuidad resulta problemática. Es
precisamente en tales casos cuando parece más tentador, en ausencia de sólidos
recursos terapéuticos, echar mano del bombardeo paradójico.
18. TÉCNICAS NARRATIVAS
En un sentido amplio, y puesto que hemos propuesto la narrativa como el espacio
natural donde se desarrolla la actividad terapéutica, cualquier irl tervención de esta
naturaleza se podría considerar una técnica narrativa. Sin embargo, ello aportaría
poca información y resultaría, en consecuencia, de escasa utilidad.
En un sentido más restringido, en cambio, las técnicas narrativas son aquellas
intervenciones terapéuticas que, de una forma estructurada, utilizando la literatura
o la expresión plástica, cuentan historias o proponen elementos adecuados para la
construcción de nuevas narraciones. Es decir, que se trata de intervenciones
básicamente cognitivas, aunque por su complejidad extienden ramificaciones
importantes en los espacios emocional y pragmático.
La utilización de historias o cuentos en terapia familiar tiene gran tradición: se
remontan emblemáticamente a las imaginativas intervenciones de ERICKSON que
han transmitido él mismo y, sobre todo, sus alumnos (RoSEN, 1982, op. cit. ).
Existe un recurso muy sencillo, consistente en contar a las familias cosas similares
ocurridas en otros casos con problemáticas parecidas a las de ellos. O cosas que
el terapeuta ha hecho con otras familias y que haría con ellos si no fuera porque
su problema, en realidad, es tan diferente... O soluciones que otras personas han
aplicado a ciertas dificultades, y que han dado, o no, resultado... Las posibilidades
se encadenan conformando historias «inspiradas en la vida real», que son otros
tantos estímulos intelectuales para quien las recibe.
Recientemente, CHILLÉ y REY (1988) han utilizado las historias en terapia,
haciendo participar a los pacientes en su confección. También ROBERTS (1994),
en un bellísimo libro, muestra la riqueza y versatilidad de la utilización terapéutica
de los cuentos, tanto narrados verbalmente como escritos e incluso actuados. Es
una técnica que permite múltiples variantes y que cualquier terapeuta con afición
literaria puede usar, sin que se persiga obviamente la belleza creativa. Belleza
que, más allá de cualquier formalismo academicista, aparece, además, como
resultado de una contextualización que combina con frecuencia imaginación y
emotividad y cuyos responsables son, conjuntamente, el terapeuta y los pacientes.
Veamos un ejemplo.
154 LA INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
Elisa y Juan son derivados a terapia de pareja por el terapeuta que la ha tratado a
ella de una depresión durante los últimos dos años. Enseguida llama la atención la
singularidad de la pareja: ella es una mujer madura, de 45 años, mientras
que él es un joven de 29. Llevan viviendo juntos doce años, ocho de ellos
casados. Han buscado infructuosamente tener hijos y el fracaso es el motivo
alegado por ella para su depresión.
Elisa procede de una ciudad del sur de España donde estudió en la universidad y
vivió una juventud intensa, militando políticamente en la clandestinidad y
participando de diversas experiencias contraculturales. Al acabar los estudios
cambió de ciudad huyendo del acoso policial y también a la búsqueda de
horizontes más libres fuera del control de su familia. Durante el final de la
dictadura y principio de la democracia continuó su modo de vida alternativo
mientras trabajaba como enseñante. Y así conoció a Juan, a la sazón alumno suyo
con 17 años de edad.
Decir que se amaron apasionadamente sería poco. Los dos enloquecieron de
amor y superaron con paciencia todas las dificultades que se oponían a su
relación: familiares, profesionales, sociales... Pero la situación ahora, doce años
más tarde, era muy diferente, y el ciclo vital imponía inmisericorde las distintas
prospectivas de cada uno de ellos. Juan se aburría terriblemente y deseaba tener
las experiencias que le habían faltado en escandaloso contraste con Elisa. Ésta,
en cambio, sentía que se le escapaba el tiempo y perseguía crispadamente un
embarazo que no se presentaba porque, además, últimamente el sexo se había
ido apagando entre ellos.
La terapia transcurrió durante siete sesiones a lo largo de cuatro meses y la
situación mejoró de forma notable, sobre todo la depresión de ella, que
desapareció cuando abandonó la idea del embarazo. Pero entre ellos se había
instalado una es pecie de bloqueo que les impedía contemplar el futuro. El
aburrimiento se le estaba contagiando a Elisa y amenazaba con convertirse en el
estado natural de la pareja, lo que no hacía muy tranquilizadora la inminente
conclusión de la terapia.
Por eso el equipo preparó un cuento para ellos:
La historia de Hans y Else
Hans y Else se conocieron en el claro de un bosque una linda mañana primaveral.
Else procedía de un lejano país y había recorrido un largo camino, lleno de
peligros y de excitantes aventuras, hasta llegar allí. Hans, en cambio, vivía con su
familia en una cabañita cercana.
Cuando ambos se vieron por primera vez, quedaron prendados el uno del otro.
Else vio en Hans una nueva y más excitante aventura, pero también algo así como
un final de viaje: un merecido descanso en un lugar apacible, con todos los
encantos del bosque cercano. Hans vio en Else el principio de la aventura que mil
veces había soñado en la monótona vida de su cabaña: princesa o no, allí estaba
la mujer maravillosa a la que consagrar su existencia.
Ambos construyeron una casita en un altozano junto a un río y, durante unos
cuantos años, la convirtieron en su nido de amor.
Al principio Else y Hans sabían disfrutar de la belleza que les rodeaba, adornando
con ella sus amores, pero poco a poco se fueron haciendo insensibles al mundo
exterior. Obsesionados por cuidarse mutuamente, descuidaron su relación con el
bosque y sus habitantes. Dejaron de acudir a las fiestas de los vecinos y se
abandonaron al interior de su casita que, desilusionados y aburridos, ni siquiera
alcanzaban a mantener alegre y caldeada como al principio.
TÉCNICAS NARRATIVAS 155
En las largas tardes de invierno, sentados el uno frente al otro junto a un fuego
mortecino, se miraban con cariño, porque el cariño seguía existiendo entre ellos,
pero también con fastidio. Else pensaba: « ¡Qué camino tan largo para llegar hasta
aquí! Yo quiero a este hombre, pero es horrible verlo languidecer, y languidecer yo
misma a su lado. Eran hermosas las fiestas en mi tierra y también aquí, tiempo
atrás, cuando el bosque aún significaba algo para nosotros...». Y Hans también
pensaba: «¿Qué habrá detrás de esos montes por donde vino Else? ¡Me gustaría
tanto explorarlos...! ¿Cómo podría tranquilizarla para que no tema que me pueda
pasar algo si me voy?».
La idea de recuperar su originalidad perdida iba abriéndose paso en la cabeza de
Else, mientras que en la de Hans ganaba terreno la de conocer nuevos horizontes.
Un buen día, cuando se contemplaban aturdidos por enésima vez, sus miradas se
cruzaron y una especie de chispa saltó de ellas volando hasta la chimenea. El
fuego se reavivó, caldeando rápidamente la casita. El aburrimiento empezó a
esfumarse y una cierta excitación se apoderó de ellos. Incluso la idea del riesgo,
antes paralizante, se había convertido de repente en una ilusión. Cada uno había
comprendido cuál debía ser el camino.
Y, para celebrarlo, dieron una gran fiesta en la que participaron todos sus antiguos
amigos del bosque. ¡Todavía hoy se habla de ella!
El cuento, previsto desde la sesión anterior, se escribió en la presesión y se
mantuvo en secreto hasta el momento de la conclusión, cuando se les entregó una
copia a cada uno pidiéndoles que escribieran sus respectivas continuaciones.
Juan no lo hizo, pero Elisa sí, y, en la siguiente sesión, leyó su respuesta:
A la mañana siguiente, Hans y Else comenzaron a poner en práctica lo que habían
acordado. Ordenaron sus cosas, regaron las plantas y dieron de comer a los
animales. Antes de marcharse encendieron la chimenea y la pequeña lucecita que
alumbraba la entrada de la casa. Luego, silenciosos, empezaron a andar
alejándose de su bosque y de su cabaña.
Al poco rato se encontraron en una encrucijada de caminos. Un camino era por
donde había venido Else años atrás. El otro se adentraba en un paraje de colinas
suaves y hermosos campos de trigo, en los que las rojas cabecitas de las
amapolas parecían saludar a Else.
-A mí me apetece coger este camino -dijo Hans señalando al que conducía a las
desafiantes montañas de donde había venido Else.
-Yo iré por este otro -dijo Else.
-Cuídate mucho -dijo Hans, mientras ayudaba a Else a colocarse la mochila a la
espalda y le daba un beso.
-Ten cuidado dijo Else a Hans mientras se quitaba disimuladamente la agüilla
inoportuna que se había acumulado en sus ojos.
No había pasado mucho tiempo cuando se le presentaron los primeros problemas
a Else. Hacía tanto tiempo que no hacía nada sola y que no dejaba el bosque y la
comodidad de su cabaña, que le costaba adentrarse por caminos desconocidos.
Había olvidado cómo distinguir las semillas comestibles y qué hacer para
encontrar agua. Por todos los lados veía peligros y le atemorizaba la inmensidad
del cielo.
-Me moriré -pensó Else. Y a punto estuvo de dar media vuelta y desandar el
camino.
Desde donde se encontraba aún podía ver, en la lejanía del valle, a Hans, que
156 LA INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
caminaba decidido, dispuesto a librar su primera batalla con los molinos de viento.
-Si corro hacia él y le llamo, dejará esa estúpida batalla perdida de antemano y
vendrá en mi ayuda. Volveremos a casa y nunca más abandonaremos el bosque
-pensó Else, echando a andar de nuevo-. Nos moriremos -se estremeció.
Al anochecer, Else había llegado a una collada desde donde se divisaban
enormes extensiones de colinas y grupos de lucecitas dispersas aquí y allá.
-Buscaré un lugar seguro para dormir y mañana continuaré el viaje. Tendré
muchas cosas que contarle a Hans a mi regreso -pensó Else.
Y, mientras contemplaba un fino humo blanco salir de una chimenea y una lucecita
de una cabaña perdida en el bosque lejano, Else se quedó dormida.
Mientras Elisa leía su cuento, Juan no podía ocultar su emoción y, cuando terminó,
se enjugó unas lágrimas y dijo:
-Vaya, de modo que me abandonas...
Estaba claro que se había desbloqueado el impasse que tanto les agobiaba, así
como también que era Elisa la que había hecho la mayor parte del trabajo. Pero
también que era justo que así fuera, como parecían comprender los dos.
La terapia concluyó con un compromiso de realizar un seguimiento al cabo de tres
meses para ver cómo iban las cosas. Y, en efecto, las cosas iban bien, según dijo
Elisa cuando atendió la llamada telefónica. Se habían separado pero seguían
teniendo una buena amistad. Y ella no había vuelto a estar deprimida.
Es evidente que a Elisa no «la curó» el cuento, pero también lo es que supuso una
potente intervención final en una terapia que, aun desaparecidos los síntomas y
clarificados muchos aspectos importantes de la relación de pareja, no dejaba de
mostrar motivos de preocupación para la evolución futura. El cuento desbloqueó
definitivamente la vía a la separación, desdramatizando sus consecuencias. Quizá
por ello vale la pena reflexionar sobre cómo se construyó. .
Tanto el escenario elegido, bosques y montañas, como los nombres de los
personajes, producto de una germanización aproximativa de los de Juan y Elisa,
sugieren una atmósfera de cuento de los hermanos Grimm o de Andersen o, si se
prefiere, de dibujos animados tipo Heidi. Es una atmósfera adecuada para un
ligero aire de misterio, personajes tiernos y escasa acción. La referencia a la
teleserie infantil permite reflexionar sobre la enorme utilidad del lenguaje popular
en terapia, incluyendo refranes, lugares comunes, referencias a sucesos de
actualidad y expresiones más o menos kitsch. Serla un error despreciar todo ese
material en aras de una exquisitez estética que ni los terapeutas ni menos aún las
familias están en condiciones de asumir. Por lo que a los cuentos se refiere, y
como vehículo privilegiado de metáforas que son, constituyen el medio más
adecuado para tales implementaciones expresivas. Así, podría crearse una
atmósfera inspirada en Las mil y uña noches para tratar temas vinculados con el
universo islámico en la cultura popular, como los celos o la prepotencia masculina
sobre la mujer. O ambientes medievales al estilo del Decamerón o Los cuentos de
Canterbury para asuntos muy sensoriales, relacionados, por ejemplo, con la
alimentación 0
TÉCNICAS NARRATIVAS
157
el sexo. O escenografías de western o de historias fantásticas de moda, como las
obras de Ende y Tolkien, cuando los protagonistas son niños.
La respuesta de Elisa fue maravillosa. No sólo mantuvo el estilo del cuento,
sintonizando plenamente con el escenario y los personajes que se le proponían,
sino que supo extraerles las mejores conclusiones, proponiendo a su vez una
continuación riquísima, concreta y abierta al mismo tiempo. La separación se
contempla como una empresa lúdica y creativa, aunque no exenta de riesgos. El
miedo al fracaso ante lo desconocido aparece como temor a morir, y también
asoma el reproche al otro. Todo ello humaniza y hace verosímil el mensaje básico,
que es estimulante y desculpabilizador. Juan no colaboró aportando su propio
cuento, pero lo hizo indirectamente, aceptando el de Elisa. Nunca se insistirá
bastante en la necesidad de que los terapeutas muestren flexibilidad ante los
incumplimientos de la letra de las prescripciones cuando el espíritu de las mismas
se respeta. En el caso de las tareas que implican escribir, hay que considerar,
además, que no todo el mundo se relaciona con naturalidad con la escritura,
incluso entre personas cultas como Juan y Elisa. Juan expresó una protesta
retórica ante la explicitación de la separación en el cuento de Elisa, pero se
manifestó emocionado, agradecido y aliviado, y ello permitió que la pareja
resolviera felizmente la situación.
19. CARTAS EN TERAPIA
El género epistolar ocupa un lugar incuestionable en la literatura, aunque
últimamente su presencia ha disminuido si nos atenemos a la más reciente
producción literaria. No podía ser de otro modo si tenemos en cuenta que cada
vez se escriben menos cartas, sustituidas en gran parte por el teléfono y otros
medios modernos de comunicación. Sin embargo, para el terapeuta de familia la
carta ha sido siempre un útil instrumento de trabajo, difícilmente sustituible por
otros recursos comunicacionales.
Este recurso ya lo facilita el diseño habitual de las terapias, con sesiones muy
intensas y bastante espaciadas que, a veces, parecen decir: ¡Escríbenos! También
lo facilita la naturaleza pluripersonal del paciente, la familia, que propicia múltiples
situaciones en las que algún miembro está ausente de la sesión y, por tanto, es
objeto potencial de correspondencia. Pero, sobre todo, porque el carácter ágil,
desenfadado y creativo del modelo sistémico se traduce fácilmente en actitudes
irreverentes y desacomplejadas, muy fecundas para la experimentación de nuevas
técnicas.
Paradójicamente, aunque las cartas se han utilizado mucho en terapia familiar, se
ha escrito muy poco sobre ellas. Casi nada hasta que WxrrE (1990, op. cit.)
publicara su sugestiva obra, en la que las cartas-aparecen al servicio del
paradigma narrativo, en la órbita del construccionismo social. Para el autor
australiano, cada sesión se completa con una carta que recoge lo esencial de ella,
vehiculizándolo como mensaje dirigido a externalizar el problema y a generar así
una nueva narración asintomática.
Las cartas, en cualquier caso, son un medio de comunicación complejo y versátil,
que se adapta a muy diversas situaciones y cumple funciones igualmente
variadas. Es lógico que, en el ámbito terapéutico, estas cualidades se potencien
hasta convertirlas en útiles instrumentos para momentos y objetivos diferentes.
En principio, una carta pone en contacto a un remitente y un destinatario, pero en
terapia el remitente puede ser un terapeuta o un equipo, o una parte de éste, y el
destinatario un miembro individual o un subsistema familiar o la familia en su
conjunto. Además, puede haber un destinatario implícito, quizá más importante
que aquél, que recibe los mensajes porque se entera del contenido, leyéndolo o
asistiendo a su lectura. El destinatario es, pues, frecuentemente la familia, y ello
aumenta la potencia comunicacional de la carta.
160 LA INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
Se puede escribir al inicio de una terapia o bien en pleno desarrollo de la misma o
en su período conclusivo y, probablemente, esa diferencia condicionará algún
aspecto del contenido: más acomodación al comienzo y más desafío en
momentos posteriores. Respecto de la planificación de la terapia, la carta puede
equivaler a un movimiento táctico, realizado en medio de una sesión con el fin de
influir sobre la sesión próxima, o un movimiento estratégico que supone un
replanteamiento de toda la terapia. Y en cuanto a los objetivos, cabe distinguir un
nivel explícito y otro implícito. Como objetivos explícitos, destacan por su
frecuencia informar a personas ausentes de lo que ha ocurrido en la sesión y
convocar a miembros significativos para próximos encuentros. También se alega a
menudo como motivo de la carta la finalización de la terapia, en cuyo caso aquélla
reviste carácter de movimiento estratégico de tipo conclusivo.
Los objetivos implícitos introducen un mayor nivel de complejidad. Ya se ha citado
la acomodación, que ocupa un lugar importante en cartas de inicio de terapia
dirigidas a un miembro ausente a quien se quiere tratar con particular deferencia.
El desafío, cuando se personaliza en confrontación, se convierte en provocación y
ocupa un lugar preferente en cartas tácticas. Otras veces se trata de
responsabilizar a miembros que tienden a evadirse o de reclutar a otros que son
periféricos, o manifiestamente lejanos, pero cuya implicación se juzga necesaria.
La provocación puede tomar forma de desvelamiento de ciertos juegos, y el
hacerlo por carta le confiere una particular intensidad, puesto que lo escrito
permanece presente y hasta se presta a ciertas ritualizaciones que incrementan su
incidencia. Incluso, a veces, resulta útil conjurar el recrudecimiento de una
situación disfuncional o, directamente, la recaída en los síntomas.
El análisis comunicacional de las cartas permite distinguir en ellas, como en el
lenguaje hablado, un nivel referencial, expresado digitalmente, que comunica
contenidos, y un nivel conativo, expresado analógicamente, que comunica
relación, como, por ejemplo, posición de superioridad o de inferioridad. El juego de
alianzas terapéuticas puede ser, igualmente, vehiculizado en las cartas. Como
técnica narrativa, las cartas utilizan fundamentalmente el canal cognitivo,
suministrando nuevas perspectivas facilitadoras del cambio epistemológico. Sin
embargo, los canales pragmático y emocional están también presentes en ellas. El
primero en forma de explícitas prescripciones comportamentales insertadas a
menudo en el texto, y el segundo vinculado a la intensa atmósfera que se suele
generar.
La construcción de las cartas responde a un esquema tradicional en el que se
encajan los principales convencionalismos propios del género epistolar:
introducción, con un saludo formal y una presentación; nudo, que incluye la
descripción del problema y una devolución a modo de reflexión en torno al mismo;
y desenlace, con la parte prescriptiva en forma de consejos y sugerencias, y una
despedida tan formal como el saludo. Pero respeto a las formas no quiere decir
estereotipia, por lo que en el conjunto debe haber lugar para un tono personal
cargado de afecto. La entrega se hace casi siempre al final de una sesión, tras
procederse a la lectura del texto por parte del terapeuta a los participantes en la
misma. Luego se entrega, abierta, a
CARTAS EN TERAPIA 161
alguno de los presentes, encareciéndole que la haga llegar al destinatario. La
lectura debe ser lenta y dramatizada sobriamente, como corresponde a un acto
dirigido tanto a los presentes como a los destinatarios. Por eso es también
importante que no se cierre, evitando el sentimiento de exclusión de los emisarios.
Otras veces, cuando se trata de una carta estratégica conclusiva de una terapia,
puede resultar inevitable enviarla por correo, aunque conviene saber que de esta
manera disminuyen las probabilidades de que todos los miembros de la familia
accedan a su contenido. Cuanto más duro sea el juego relacional familiar, más
fácil será que la correspondencia se pueda interceptar. Por eso es conveniente
que, incluso en cartas de tales características, la entrega se realice en una sesión,
lo cual permitirá también argumentar y defender su contenido, evitándose la
impresión de que se rehúye el contacto personal, diciéndose cosas importantes
desde un cierto anonimato.
Algunos ejemplos servirán para ilustrar diversas modalidades de cartas.
La familia Gutiérrez consultó porque Alberto, su hijo único de 9 años, se portaba
muy mal, motivando continuas quejas del colegio y haciendo que ellos mismos se
sintieran desbordados. Cuando lo contrariaban, el niño se convertía en un
pequeño energúmeno capaz de imponer su voluntad con un vocabulario soez que
escandalizaba a sus padres. Éstos, jóvenes y de buen aspecto físico, se
mostraban impotentes y desmoralizados, y su relación se resentía
inexorablemente.
Todo había empezado a los pocos meses de nacer Alberto, cuando, diagnosticado
de un defecto articular congénito en los pies, se le tuvo que intervenir
quirúrgicamente y las hospitalizaciones se sucedieron durante varios años.
Francisco y María se comportaron como lo hacen unos buenos padres en tales
circunstancias, sin apartarse de su lado durante las sucesivas y largas
convalecencias, y procurando, a su entender, darle toda clase de compensaciones
por el cruel trato que le dispensaba la naturaleza. Alberto había quedado
perfectamente de sus lesiones, pero el proceso lo había convertido en un tirano,
ante la incapacidad de los padres de recuperar el control.
La terapia se orientó en este sentido, ayudando a Francisco y María a recuperar la
posición jerárquica que les correspondía y, con ella, el buen funcionamiento
familiar. La pareja se benefició de algunas medidas revitalizadoras y, ambos
planos, el parental y el conyugal, se potenciaron mutuamente. Un esquema
sencillo que funcionó muy bien, obteniéndose muy buenos resultados en ocho
sesiones.
Para la sexta sesión estaba citada la familia completa, pero llamaron anunciando
la ausencia del padre por inexcusables razones laborales. Consultaban sobre la
posibilidad de venir solos la madre y el hijo o bien anular la sesión y venir los tres
dos semanas más tarde. Se optó por la primera alternativa y se elaboró una carta
para el padre, que decía así:
«Apreciado Francisco:
No hay mal que por bien no venga. Hemos tenido que renunciar a su presencia
pero eso nos ha permitido conocer mejor a Alberto, y, ciertamente, nos ha gustado
mucho.
Como usted sabe muy bien, es un chico simpático, inteligente y que sabe cómo
portarse en cada ocasión. Aquí, por ejemplo, lo ha hecho maravillosamen-
162 LA INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
te y nos ha dejado encantados a todos. Su problema, por tanto, no es saber
distinguir lo que está bien y lo que está mal, sino que piensa que, a veces,p uede
portarse mal sin que pase nada. Con su tía, sin ir más lejos, se porta bieiT, igual
que con nosotros, porque sabe que no se le permitiría lo contrario.
Por suerte ustedes están a tiempo de hacerle comprender muy claramente que
también en casa y en la escuela debe ser bueno. Parece que estos últimos días
ha habido progresos en esa línea y nos alegramos. Igualmente hoy hemos visto
muy
buena relación entre madre e hijo y se lo comentamos para que usted también se
alegre. Pídale a Alberto que le explique lo que hemos hecho para que usted
también estuviera, de alguna forma, presente hoy.
Esperamos verles, a María y a usted solos, el día próximo. Hasta entonces,
saludos cordiales. »
Es una carta escrita por el equipo a un padre, ya conocido y buen colaborador,
coyunturalmente ausente pero sin dificultades en la relación terapéutica. Por todo
ello, también, se aceptó sin más su ausencia. Se trata de una sesión en pleno
desarrollo de la terapia en la que apenas hay contenidos de acomodación con el
padre, dado que aquélla se ha resuelto sin problemas en los primeros contactos.
Con Alberto, el contacto previo ha sido menor, por lo que es a la acomodación con
él a lo que se dirigen adjetivos como inteligente, simpático y maravilloso. La carta
supone un movimiento táctico y, como tal, ágil y ligero, preparado sobre la marcha
a la vista del desarrollo de la sesión presente para incidir en la próxima. Como
objetivo explícito destaca informar al padre del contenido de la sesión y de la
opinión del equipo sobre cómo van las cosas, además de convocarlo para el día
siguiente. Pero, como ocurre siempre, los objetivos implícitos son más sutiles. De
entrada, la convocatoria se realiza en el marco de la pareja, lo que constituye un
claro mensaje responsabilizador. Además, hay una provocación a Alberto que,
oyendo la carta, «sabe que sus padres saben que sabemos». La carta rebosa
desafío, pero, matiz importante, no confrontación. Se apuntan las pautas
disfuncionales con valoración y optimismo. Se intenta generar alianzas diversas,
padre-madre, padre-hijo y madre-hijo que enriquezcan la trama relaciona) familiar
y la protejan de la eventual tentación de desarrollar coaliciones. La posición desde
la que se escribe es de superioridad complementaria, como corresponde a un
experto consultado en el que se confía y que, dada la transparencia del juego
familiar y lo razonable de su actitud colaboradora, no se ve obligado a incursionar
en inferioridades tácticas.
En cuanto a las técnicas terapéuticas que la carta vehiculiza, vale la pena analizar
algunos ejemplos. Quizás la más espectacular sea la reformulación que atribuye el
mal comportamiento de Alberto no a que no sepa «distinguir entre lo que está bien
y lo que está mal», sino a que piensa «que, a veces, puede portarse mal sin que
pase nada». En el plano cognitivo, esta propuesta implica un desplazamiento
desde una construcción que enfatizaría carencias profundas del chico, hacia otra
que responsabiliza a unos padres que deben sacarlo de su error. Hay también una
prescripción que intenta, en el plano pragmático, propiciar una interacción padre-
hijo sobre temas que a ambos les van a complacer: «Pídale a Alberto que le
explique lo que hemos
CARTAS EN TERAPIA 163
hecho para que usted también estuviera, de alguna forma, presente hoy». En
efecto, en la sesión se reservó una silla para Francisco, poniéndole un cartel con
su nombre, lo que divirtió mucho a Alberto y potenció su participación. Ahora se
pretende que el juego continúe en presencia del padre. Por último, en el plano
emocional, debe prestarse atención a la explicitación de sentimientos del equipo
terapéutico («nos ha dejado encantados», «nos alegramos»), a los que se invita a
unirse al padre («se lo comentamos para que usted también se alegre»), a través
de una construcción que involucra a la madre. De esta forma, con los terapeutas
como catalizadores, se amplía el espacio familiar de compartir emociones,
excesivamente sesgado ahora a la angustia y la irritación.
A veces las cosas son mucho más complicadas, como es el caso de Rosa Portillo,
una chica de 20 años que, desde los 15, presenta un comportamiento anoréxico al
que últimamente se han añadido episodios bulímicos. La terapia la solicita el
padre, que es también quien acude a la primera sesión acompañando a Rosa.
«Doctor», dice, retorciéndose las manos con desespero, «fíjese si será grave el
caso: mi esposa y mis otros hijos no han querido venir.» En contraste con ese
dramatismo, el estado actual de la chica no parece de máxima gravedad. Alterna
episodios anoréxicos y bulímicos, pero su peso se mantiene relativamente estable,
algo por debájo de lo que le correspondería por su talla. Tras varios años de
amenorrea, hace tres meses tuvo una menstruación aislada.
Durante dos sesiones se trabaja con padre e hija, escribiendo cartas al resto de la
familia. Llama la atención que el padre se queja sobre todo de la falta de
colaboración de su esposa y también, por supuesto, de la tozudería de Rosa. A la
tercera sesión se cita a ésta sola y, al final, se le entrega la siguiente carta para la
familia.
«A la atención de la familia Portillo. Apreciados señores:
Fieles a la costumbre de, mantenernos en contacto epistolar con ustedes, les
escribimos unas letras para informarles de algunas consideraciones relacionadas
con la terapia.
Vaya por delante nuestro mayor respeto por ustedes, que arranca del sufrimiento
que les vemos experimentar y compartir y que simboliza, más allá de evidentes
desacuerdos y conflictos, un peculiar sentido solidario.
Recordarán que, en nuestra última carta, les hablábamos de una cierta división en
el equipo respecto a la línea a seguir en el tratamiento de Rosa. Unos opinaban
que debíamos pedirles el enorme esfuerzo de no decirle nada a ella sobre su
alimentación, que al fin y al cabo es asunto suyo, tanto si come como si se atiborra
para luego vomitar. Hoy ya sabemos que ésta es la actitud que preconiza la
madre, apoyada por los otros hijos y tachada de rechazante y cruel por Rosa y el
padre. No entraremos en valorar estas opiniones, que sabemos que ustedes
pueden modificar en cualquier momento. Pero recuerden que otros miembros del
equipo consideraban inútil pedirles tal inhibición, pensando que ni el padre podría
contenerse ni Rosa lo dejaría, provocándolo de una forma o de otra.
La polémica continúa. Esta última parte del equipo insiste en que Rosa vive la
relación con su padre como una especie de falso matrimonio sadomasoquista en
el que los dos sufren pero sin poder prescindir el uno del otro. Por eso Rosa se
164 LA INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
avergonzaría de su cuerpo y de su condición femenina y se sometería a esa
tortura de no comer o comer y vomitar que la va destruyendo lentamente. $ñaden
que la madre ha quedado al margen porque se siente derrotada y ha aceptado su
derrota, y concluyen que lo más razonable sería dejar las cosas como están.
La otra parte del equipo, en la que me cuento yo, no estamos convencidos de este
punto de vista y pensamos que, bajo el conflicto conyugal, existe todavía una gran
pasión que no justifica ningún sentimiento de derrota. Además, creemos que en
Rosa hay cualidades para romper con la trampa en que está metida y empezar a
jugar su propio juego y no el espejismo del de sus padres.
Para hablar con detenimiento de todo esto los cito a los seis el día próximo. Hasta
entonces, reciban un cordial saludo.»
No vinieron los seis, pero sí cuatro: el padre, la madre, Rosa y un hermano. Ello
permitió entrar en una etapa de trabajo más coherente y eficaz. ¿Qué había en la
carta que jugó un papel tan importante?
En este caso se trataba de un escrito dirigido a los miembros de una familia de la
que sólo se conocía a dos miembros. El terapeuta aparece amparado en un
equipo que está más presente que él y que le permite expresar opiniones muy
duras sin hacer peligrar la relación. El momento de la terápia es aún el inicio, sin
que se pueda considerar que la acomodación está lograda, y menos aún con la
madre. Pero tratándose de una familia difícil, dicha acomodación no puede
lograrse sólo connotando positivamente, como se apunta en el párrafo que alude a
«nuestro respeto», sino también mostrando triunfos e intrigándolos con
observaciones incisivas. Por eso acomodación y desafío van de la mano, aunque
también se alternen en boca de las dos partes del equipo. Representa un
movimiento táctico, orientado a organizar la siguiente sesión, aunque también
incluye un componente estratégico, puesto que ya parece evidente que si no se
consigue enganchar al resto de la familia la terapia sería imposible. Por ello, y
aunque los objetivos explícitos son, como casi siempre, informar y convocar, se
utiliza material de grueso calibre al servicio de los implícitos, que apuntan a
responsabilizar a todos mediante un aumento de la intensidad, desvelando
algunos aspectos del juego familiar y provocando sobre todo a aquellos miembros
cuya colaboración está ya conseguida: Rosa y el padre.
Se intenta aumentar el grado de desafío de la carta anterior partiendo de algunos
de sus contenidos y amplificándolos, alternando observaciones que puedan
complacer a unos y a otros. El esquema de equipo escindido permite comunicar a
la familia que tan verosímil resulta trabajar con ellos si deciden colaborar, como no
hacerlo si, en definitiva, la consulta resulta no ser más que un movimiento retórico
del padre sin apenas respaldo en los otros miembros. En cuanto a las técnicas, la
carta se mueve casi exclusivamente en el plano cognitivo, sin más repercusión
pragmática explícita que pedirles que vengan todos el día próximo. Las
reformulaciones amparadas en desvelamientos del juego, con material bastante
clásico extraído del abordaje sistémico de lds trastornos alimentarios, (SELVINI,
1981) señalan temas seguros, como la relación pseudoconyugal paciente-padre,
el despecho descalificado de la madre, el componente negador de la feminidad de
la conducta sintomática y el manejo desconfirmador de la paciente por parte de los
padres.
CARTAS EN TERAPIA
165
La siguiente es una carta escrita durante una sesión, en presencia de Roberto, el
paciente, y de su hermana Claudia.
El motivo de la terapia fue un suicidio frustrado de Roberto, que se tiró desde un
cuarto piso salvando milagrosamente la vida pero quedando con graves secuelas
motrices. La actitud de la familia es muy colaboradora, pero en la sesión
precedente se había producido una situación complicada. Roberto se rebeló
contra su padre, a pesar de que siempre era tan sufrido y tan modoso, y
denunciaba indignado que lo habían tratado mucho peor que a Claudia,
exigiéndole sacrificios inimaginables en su hermana y no valorándole sus éxitos y
planes académicos como a ella se los valoraban. Su furia aumentó porque
Claudia, que, en una sesión anterior sin la presencia de los padres, había
reconocido haber sido, en efecto, favorecida en la consideración del padre, ahora
lo negó radicalmente, según diría más tarde, ¡para no traicionar a éste! El
terapeuta consideró que ése era un punto crucial y dedicó casi toda la sesión a
tratarlo detalladamente. Citados los dos hermanos solos para la próxima sesión, el
terapeuta recibe, a los poco,¡ días, una llamada del padre advirtiéndole de que, lo
que él llama «la crisis» de Roberto, continuó después de la sesión, haciéndolos
objeto, a su mujer y a él, de graves acusaciones de favoritismo hacia Claudia y de
discriminación para con él mismo. El terapeuta lo tranquiliza diciéndole que
comprende que le haga sufrir el sentirse injustamente tratado por su hijo, pero que
es bueno que éste proteste y se rebele por primera vez, aunque sea exagerando.
El padre lo acepta razonablemente y el terapeuta le pide, para que no haya
malentendidos en la próxima sesión, a la que deben acudir los chicos solos, que
les cuente a los dos la llamada y el contenido de la misma.
Sin embargo, cuando llegan los hermanos, el terapeuta debe afrontar un momento
difícil: dicen que no saben nada de la llamada, aunque Claudia vacila y acaba
confesando que ella sí lo sabe, si bien su padre ¡le pidió que no le dijera nada a
Roberto! Es tan obvio el isomorfismo de la situación vivida en la terapia con las
que Roberto ha denunciado referidas al pasado, que el terapeuta trabaja ese
material durante una sesión muy intensa, en la que Claudia llora arrepentida de
haber traicionado a su hermano y éste también llora rememorando sus carencias y
sufrimientos. Al final, el terapeuta propone a ambos que cuenten en casa con
precisión lo que se ha tratado y cómo él no le ha permitido a Claudia que guarde el
secreto, pero, ante las muestras de desaliento de los dos y consciente de que en
la familia no existe tradición de hablar de temas emocionales, decide escribir él
mismo una carta. Lo hace delante de los hijos, leyéndola en voz alta a medida que
la va redactando:
«Apreciado señor Martínez:
Le escribo esta nota improvisada para facilitarles a Roberto y a Claudia la tarea de
decirle que hemos estado hablando de su llamada telefónica del otro día y de los
temas que en ella me comentó.
Ello es así porque yo prefiero que no haya secretos (cuya propuesta considero
absolutamente bienintencionada por su parte) para poder seguir tratando ciertos
temas importantes con libertad y serenidad. Espero que me disculpe la pequeña
traición a su confidencia, como Roberto ha disculpado a Claudia la del otro día y
también el haber participado de este último secretillo. (Por cierto, Roberto,
oyéndome leer en voz alta mientras escribo, apostilla: ¡Esperemos que no haya
más! Lo dice sonriente, y eso me gusta.)
Los cito de nuevo a los cuatro para el día próximo y les ruego comenten en
166 LA INTERVENCIóN TERAPÉUTICA
asamblea familiar el contenido de esta carta. Esto nos permitirá avanzar en el
trabajo. Saludos afectuosos a todos.»
Se trata aquí de una comunicación muy personalizada entre el terapeuta y el
padre, puesto que es éste quien tiene el papel más importante en el contencioso
con Roberto. El terapeuta no vacila en confrontarlo porque se siente fuertemente
acomodado con todos y sabe que el padre lo aceptará, pero es un movimiento que
no debe hacerse a la ligera. Se sitúa en la fase de desarrollo de la terapia y
representa un movimiento táctico de los más ligeros, puesto que surge y se realiza
en la misma sesión con objetivos inmediatos. Explícitamente apunta a informar al
padre, pero también, lo que es más importante, a facilitar la comunicación entre
hijos y padres actuando de catalizador para que se traten abiertamente temas
emotivos. Como objetivo implícito destacaría la provocación al padre sobre el tema
de los secretos excluyentes de alguien y sobre la legitimidad de la protesta de
Roberto.
Aunque la carta es, sobre todo, desafiante, no está exenta de componentes de
acomodación, como la referencia a lo «bienintencionado» de la propuesta de
secreto o las disculpas «por la pequeña traición a su confidenciaw. Esta última
frase es un gesto down en un texto redactado en su casi totalidad desde una
posición up.
Como técnicas terapéuticas, están presentes los tres planos. El cognitivo con
sendas reformulaciones muy claras y directas contra los secretos y contra las
traiciones que representan coaliciones transgeneracionales como
la que ha unido al padre (con la madre en segundo plano) y a Claudia en
detrimento de Roberto. El plano emocional aparece en la implicación directa, del
terapeuta: «prefiero que no haya secretos» y «lo dice sonriente y eso me gusta».
Por cierto, con este último comentario se completa una transcripción directa en la
que el rechazo de Roberto es comunicado entre sonrisas, la cual agrada al
terapeuta porque valora positivamente el relajado distanciamiento al que aquél ha
podido llegar. Es una secuencia altamente informativa porque al contenido
cognitivo se le asocia un mensaje emocional. Por último, en el plano pragmático
se plantea la prescripción de «tratar en asamblea familiar» el contenido de la carta
que, a todas luces, apunta a introducir nuevos ritos aconstumbrándolos a tratar
temas antes tabú y, de esta forma, ayudándolos a ampliar el espacio destinado a
compartir emociones.
La siguiente es una carta escrita a la hermana mayor, esteticista de profesión, de
una joven psicótica muy cronificada. Aunque vive independiente, o precisamente
por tal razón, se recurre a ella ante el deterioro de la familia nuclear como posible
soporte de una etapa de la terapia que se pretende, a la vez, despsicotizante y
sociabilizadora.
«Apreciada Marta:
Aunque no nos conocemos, sé por tu familia la buena relación que tienes con
Lola. Por eso me he decidido a solicitar tu colaboración. Has de saber que tu
hermana, más allá de sus apariencias progresistas, es en realidad una monja
seglar, consagrada en cuerpo y alma a la familia. Bueno, ésa es la broma que le
gasto a propósito de su actitud, que sugiere que haya hecho votos de pobreza,
castidad
CARTAS EN TERAPIA 167
y obediencia. El de pobreza, a pesar de los tiempos de crisis que corren, tiene que
ver con su empeño en no conseguir dinero de algún trabajo que pudiera estar a su
alcance. La obediencia se demuestra, aunque aparentemente resulte gruñona y
malhumorada, en la vocación que manifiesta de continuar toda su vida incrustada
en la familia, sin abandonar a vuestros padres a lo que ella imagina una vejez
solitaria y llena de conflictos conyugales. Y la castidad, por mucho que ella
proteste y se declare atea, está garantizada con la manera como Lola destruye su
imagen, engordando y vistiéndose como una teresiana.
Yo no sé si habrá alguna posibilidad de cambiar la determinación de tu hermana y
hacerle colgar los hábitos. Probablemente no, si los votos son a perpetuidad, en
cuyo caso es de esperar que continúe entrando en esas crisis de locura de vez en
cuando. Es lo mínimo que le puede pasar a una persona que decide sacrificarse
de esa forma. Pero en cualquier caso, y por si las moscas, querría pedirte una
colaboración muy especial.
Se trataría de que, durante un cierto tiempo, por ejemplo los próximos seis meses,
te convirtieras en la encargada de imagen de Lola, ayudándole a cambiar su
aspecto físico, tanto en peso como en ropa, peinado, etc. Si hay alguien qúe
puede conseguirlo eres tú y, si lo logras, sacaremos la conclusión de que los votos
de tu hermana no eran perpetuos.
Te agradezco anticipadamente tu colaboración y te ruego acompañes a tu familia
en la próxima sesión, dentro de un mes, para evaluar entre todos la situación.
Hasta entonces, saludos atentos.»
Es una carta dirigida a un miembro desconocido de la familia que, sin embargo,
tiene bastantes referencias del terapeuta a través del paciente. Por ello, y por ser
una persona joven, se la puede tratar con informal naturalidad.
El momento terapéutico es la fase de desarrollo y el movimiento que representa la
carta es eminentemente táctico, aunque la introducción de una nueva persona en
el juego, encarnando además una nueva línea de trabajo, aporta un componente
estratégico coherente con el retraso hasta un mes de ala próxima convocatoria.
El objetivo explícito más importante es, desde luego, pedir la colaboración de la
hermana involucrándola en el tratamiento como asesora de imagen, para lo cual
se la informa y se la convoca para ulteriores contactos. Pero el objetivo implícito
no es otro que provocar intensamente a Lola, que debe afrontar su descripción
como monja aunque su autoimagen sea la de una chica progresista. Hay algunos
guiños de acomodación con Marta («si hay alguien que pueda conseguirlo eres
tú»), pero la carta en su conjunto rezuma desafío hacia la conducta sintomática de
Lola. Sobre todo, a nivel cognitivo, con el uso intensivo de la metáfora de la monja,
que se fija y formaliza comunicándosela a Marta aunque ha sido ya ampliamente
utilizada con Lola en sesión. Por eso ya se ha podido pulsar la reacción de ésta y
comprobar que la acepta, gracias en parte a la envoltura humorística y afectuosa
con que se aplica. El humor como técnica emocional está muy presente en la
carta, incluso explícitamente cuando se califica de broma al juego metafórico, y es
buen acompañante del mismo cuando, como en este caso, está masivamente al
servicio de la provocación. Sería un error escribir una carta tan fuerte sin tener en
cuenta estas consideraciones y saber que la paciente no la vivirá como un ataque
sino como un empellón amistoso. Por lo de-
168 LA INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
más, el contenido de la metáfora es habitual en el universo selviniano respecto al
abordaje de los psicóticos crónicos, aunque aquí se desjrrolla juguetonamente
extrayéndole matices a los que luego resulta fácil referirse de palabra. El
componente pragmático está presente en la prescripción dada a Marta sobre la
asesoría de imagen de su hermana que, si tiene éxito, involucrará también a ésta
en rituales propios del subsistema. Aquí también asoma la tradición ericksoniana,
otro de los grandes patrimonios de la terapia familiar.
Graciela y Ramón acuden a terapia aconsejados por la terapeuta individual de
ella, que la trata, desde hace varios años, por un problema de ansiedad y
depresión. Es una situación complicada para una terapia de pareja: la terapeuta
individual la aconseja, pero sigue ejerciendo toda su influencia desde una
epistemología intrapsíquica que continúa presente en un tratamiento que ha
generado mucha dependencia. Graciela es de origen latinoamericano, inmigrante
junto con sus padres y su hermano mayor. A diferencia de éste, ella no tiene una
profesión definida, ni tampoco un claro reconocimiento por parte de sus padres.
Sus síntomas depresivo-ansiosos se han agravado recientemente desde que ella
y Ramón, su marido, que es arquitecto, trabajan juntos en una empresa familiar.
Es una constructora cuyo capital pertenecía a los padres de Graciela, mientras
ésta desempeña las funciones de gerente, encargada sobre todo de controlar a
Ramón. Tras ocho sesiones de trabajo intenso sin que se produzcan progresos
apreciables, se decide suspender la terapia de pareja, aconsejándole a Graciela
que continúe la individual que, por lo demás, nunca se ha interrumpido. En la
última sesión, y a modo de recapitulación, el terapeuta les entrega una carta que
había preparado con anterioridad. He aquí su contenido:
«Apreciados Graciela y Ramón:
Cumpliendo con nuestro compromiso, hemos elaborado una especie de resumen
de los temas más importantes que hemos tratado en las últimas sesiones con
ustedes, ampliándolos y desarrollándolos un poco.
Podrán preguntarse acerca de las razones por las que hemos decidido acabar la
terapia.
En primer lugar no creemos que Graciela esté enferma, y resulta bastante penoso
intentar «curar» a una persona sana. Se corre el peligro de acabar reforzando
aquello contra lo que se lucha, o sea, la esclavitud del papel de enferma. La
supuesta enfermedad de Graciela no es otra cosa que la internalización de una
trampa relacional en la que está metida hasta las cejas. Bueno, también pueden
ser otras cosas, pero éste es el aspecto que nos parece, con mucho, más
importante en el momento actual. Ella se siente paralizada por sus conflictos y
dice: ¡estoy paralítica! Se entristece, porque es triste haber caído en una trampa, y
atribuye su tristeza al hundimiento de sus neuronas. ¡Nosotros no queremos
reforzar semejantes malentendidos!
Además, ya hay una terapeuta individual que ayuda a Graciela a elaborar sus
vivencias subjetivas, y no tendría mucho sentido que nosotros duplicáramos el
proceso. Desde luego, han venido para hacer una terapia de pareja... pero...
hablando con propiedad tampoco se puede decir que la pareja de ustedes esté
enferma. Evidentemente hay un problema de pareja, pero se trata también de un
artefacto creado por la misma trampa. Porque en ustedes existe una verdadera
historia de amor que, como patrimonio común, aún hace que se quieran de ver
CARTAS EN TERAPIA 169
dad. Con palabras de Ramón, «es como un sentimiento irreprimible, a menudo
subterráneo», que les hace continuar juntos, pese a todo y pese a todos.
Están, pues, hundidos en la maldita trampa.
Ya ven ustedes, Graciela no ha encontrado otra forma de hacerse valorar por su
familia que ejerciendo de jefa y controladora de Ramón. Y el drama reside en el
hecho de que Graciela necesita imperiosamente la valoración de su familia. Para
otras personas, ser reconocidas por la familia en una actividad concreta es algo de
lo que se puede prescindir, pero para Graciela, que nunca se ha sentido valorada
por los suyos ni, quién sabe, ni siquiera ha creído merecer tal valoración, se trata
de una necesidad vital. La imagen de Salomé llevando la cabeza del Bautista a su
madre Herodías nos ha venido a la mente más de una vez. Todo el mundo sabe
que lo que hace más impresionante la leyenda evangélica es que Salomé amaba
apasionadamente a Juan y, aunque no conste en la historia, cabe imaginar el
tributo personal que debió de pagar por su terrible gesto.
Además, Ramón también está enganchado en la trampa, porque si deja el trabajo
sabe que la familia de Graciela no se lo perdonará, lo expulsará de su seno y
despojará a su mujer de su precario prestigio. Eso no sería un obstáculo pea un
hombre más ambicioso, que se buscaría otro trabajo, dando seguridad a su mujer
y el afecto que necesita para sacudirse las cadenas familiares. Pero ésa no es la
clase de ambición que distingue a Ramón. Dos personas muy fuertes podrían
escaparse cogiendo carrerilla y dando un gran salto. Podrían prescindir de todo y
de todos y construirse una isla desierta donde vivir su propia vida a dos. Pero
ustedes, no nos engañemos, están muy debilitados por los años de desnutrición
pasados en el fondo de la trampa. Es difícil que decidan unir sus fuerzas para dar
un paso tan arduo. En conclusión, si hemos de ser realistas (y el realismo casi
siempre es triste), se nos presenta una situación en la que, fatalmente, la bestia
feroz que es la empresa familiar reclama y obtiene un sacrificio: ya sea la
pobrecita Graciela, con la cabeza de Ramón en las manos y vestida de enferma
depresiúa para subir al patíbulo donde la devorará el monstruo, ya sea la pareja
autoinmolándose directamente en forma de separación. O las dos, una detrás de
la otra, pues ya sabemos que las bestias feroces son insaciables y reclaman
víctimas regularmente.
A la vista de lo dicho, dejamos en el aire unos cuantos enigmas. ¿Conseguirá
Graciela el ansiado reconocimiento de su familia sin sacrificios irreparables?
¿Podrá Ramón hacerle olvidar sus carencias dándole lo que le falta? ¿Serán
capaces los dos, juntos o por separado, de huir de la bestia? ¿Tendremos la
solución de estas incógnitas en la próxima entrega, es decir, cuando les llamemos
de aquí a unos meses para saber cómo les va? Muy afectuosamente, el equipo de
terapia familiar.»
El terapeuta escribe a la pareja, con la que ha estado trabajando estrechamente
durante toda la terapia, y, aunque lo hace usando el nosotros en honor al equipo,
está claro que se apoya en una relación personal consolidada. Es una carta
estratégica, correspondiente a un momento de terminación de la terapia: aunque
se les entrega al final de la sesión, está ya escrita y mecanografiada, lo que le
añade solemnidad al acto. Como carta conclusiva, representa un esfuerzo final por
sacudir a la pareja, provocándola en su inmovilismo y forzándola a una reacción
que la terapia no ha logrado generar. Y, aunque no figura en el texto, se acompañó
de un intenso ejercicio de humildad por parte del terapeuta, que insistió en su
incapacidad para
170 LA INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
modificar una situación que estaba tan hondamente arraigada en ellos y que
contaba con una prestigiosa terapia individual para continuar. trabajando en el
futuro. Tampoco se cerraron del todo las puertas a una continuación de la terapia
de pareja a plazo medio, aunque sin explicitarla mucho para no restar fuerza a la
provocación.
El objetivo explícito no es, pues, otro que finalizar la terapia, dando a la pareja
elementos de reflexión sobre las razones que la han hecho imposible.
Implícitamente, se provoca a cada miembro individual, jugando con alianzas
cruzadas que han hecho acto de presencia en diversos momentos del proceso.
Ése es el único elemento, indirecto, de una acomodación que está casi ausente de
la carta, puesto que a estas alturas no se trata de trabajar por una relación
terapéutica que se ha decidido interrumpir, sino de lanzar un último desafío a la
pareja y, en particular, al miembro que más está sufriendo las consecuencias de
su juego morfostático.
Las técnicas terapéuticas presentes, como casi siempre en las cartas estratégicas
de conclusión, son cognitivos en primer lugar y emocionales en segundo, sin que
aparezcan incursiones en el plano pragmático. En efecto,
suele ser poco útil prescribir tareas a personas con las que no se va a continuar
trabajando. Abundan las reformulaciones, empezando por la que define como
trampa la supuesta enfermedad de Graciela, que sintoniza con la tradición
despatologizadora del modelo sistémico, y que va más allá negándole también
carácter patológico a la pareja y reivindicando su historia de amor. Hay que evitar
la interpretación pesimista del tipo «no nos quieren porque somos un desastre». El
aislamiento de la trampa como fuente de sus dificultades es una maniobra
externalizadora que les puede permitir aunar esfuerzos para luchar contra algo
bien localizado fuera de ellos. Su enemigo no son ellos mismos, pero ellos son
responsables también de lo que les sucede y la solución no es que cambien los
otros, sino que en ellos y en su relación se modifique algo. Por eso las maniobras
externalizadoras deben complementarse con otras internalizadoras, introspectivas
y autocríticas. Es lo que persiguen las reformulaciones que vienen a continuación,
organizadas en torno a las metáforas evangélicas de la historia de Salomé, Juan y
Herodías, al carácter poco ambicioso de Ramón y a la debilidad y desnutrición de
la pareja. Las dos líneas reformuladoras, de externalización y de internalización,
convergen en la metáfora final de la bestia feroz exigiendo unos sacrificios que
ellos, de una forma u otra, le otorgan. Pero la reformulación de las preguntas
finales aporta nuevos matices de esperanza, introduciendo un guiño humorístico
en una atmósfera emocional más alegre y distendida.
20. DIBUJOS EN TERAPIA
La utilización del dibujo en terapia cuenta con una amplia tradición cuando el
paciente es quien dibuja. Como ejemplos más significativos cabría citar los talleres
de expresión artística en la terapia institucional de psicóticos y, desde luego, la
psicoterapia de niños. La interpretación juega en tales casos un papel
determinante. Sin embargo, es más raro el empleo de dibujos por parte del
terapeuta, a excepción de la aplicación diagnóstica que supone su inclusión en
determinados test proyectivos. DE BERNART (1894) se ocupa desde hace tiempo
de la implicación de la imagen en el campo de la psicoterapia, recalando en el cine
de modo particular.
No tenemos noticia de una utilización sistemática del dibujo como intervención
terapéutica, y sí de algún caso esporádico no comunicado en la literatura. Sin que
sean propiamente dibujos, algunos de los certificados y documentos que emplean
WHITE y EPSTON (1990) en sus terapias son tan descriptivos que sugieren la
posibilidad de considerarlos dotados de una dimensión plástica.
Técnica narrativa puesto que cuentan historias, los dibujos poseen, no obstante,
una dimensión sensorial que los vincula directamente al mundo de las emociones.
Por eso los mensajes que vehiculizan no son sólo cognitivos, sino que presentan
una equilibrada síntesis entre este campo y el emocional. Lo pragmático, en
cambio, está ausente del contenido de los dibujos, que sólo forzando mucho las
cosas podrán incluir prescripciones explícitas. La repercusión comportamental es,
pues, indirecta, y se produce, como tantas veces en psicoterapia, como un efecto
secundario gracias a la intercomunicación de los espacios cognitivo, emocional y
pragmático.
La combinación de elementos cognitivos y emocionales confiere a los dibujos una
notable intensidad en sus efectos. Los mensajes deben ser más simples que los
de las cartas terapéuticas u otros documentos escritos, pero pueden mantenerse
operativos a nivel comunicacional permaneciendo expuestos en algún lugar visible
que preserve cierta intimidad. Se les suele pedir a los destinatarios que los
cuelguen en el dormitorio o en el cuarto de baño, de manera que puedan verlos
regularmente, reforzándose así su intensidad.
1. La colaboración de Jordi DíAz TURÉGANO, autor de los dibujos, ha sido
fundamental en este capítulo.
172 LA INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
La construcción de los dibujos para fines terapéuticos es, más allá de las
apariencias, sencilla y asequible si se trabaja en equipo, puesto que en cualquier
grupo humano existe una persona con cierta capacidad para dibujar,, que pueda
dirigir a tal efecto un terapeuta experto aunque no esté dotado para la expresión
plástica. No es tan importante la calidad estética del producto final, con tal de que
sea razonablemente estructurado y expresivo.
Es aconsejable evitar estilos realistas o caricaturas porque, aunque ciertamente se
busca la identificación con los personajes dibujados, perseguir parecidos físicos
puede provocar rechazos. Por ello es muy adecuado un estilo de cómic, donde
cada elemento plástico tiene un carácter metafórico y los personajes no pretenden
parecerse a los protagonistas excepto por un aspecto muy general de sexo y
edad.
Cuando se trabaja con díadas, y sobre todo con parejas, sistemas a los que se ha
limitado hasta ahora nuestra experiencia con dibujos terapéuticos, estos se deben
realizar por pares, uno para cada miembro, procurándose una cierta similitud o
equilibrio entre ambos. Por ello es conveniente utilizar construcciones parecidas,
tanto en el diseño como en el texto: los mismos reproches, parecidas alusiones a
la familia de origen, etc. Cuando se quiere denunciar el peso negativo que ejercen
ciertas vivencias subjetivas referidas al pasado, se las enmarca dentro de la
silueta de un fantasma. También se procura que los personajes expresen el mismo
tipo de sentimientos: queja, asombro, amor, rabia, irritación... Por lo demás, lejos
de cualquier clasicismo estético, se rompe con la unidad de tiempo, espacio y
acción, y se proponen momentos y lugares diversos, animales mitológicos, objetos
antropomorfizados y toda clase de fantasías.
Experimentar en psicoterapia una técnica nueva, como ésta, exige prudencia a la
vez que entusiasmo. Con la primera, conviene restringir su utilización a un número
seleccionado y limitado de casos, de parecidas características,
y estudiar minuciosamente las reacciones y los efectos. Simultáneamente, la
gratificación que produce una actividad creativa en sí misma y la brillantez de unos
primeros resultados, inducen una ampliación progresiva de la base de aplicación.
Los datos que aquí se comunican se han extraído de un número reducido de
casos, trabajados en un contexto experimental que impide cualquier
generalización prematura.
Los primeros destinatarios han sido parejas con síntomas neuróticos e interacción
simétrica inestable, así como algún niño o adolescente con problemas de
comportamiento. También se han utilizado dibujos con psicóticos, en pareja o en
díada madre-hijo. En principio se ha explorado más el universo simétrico que el
complementario, y quizás ello influya en el énfasis puesto hasta ahora en el
igualitarismo de la construcción. No obstante, no se descarta una extensión futura
hacia otras áreas disfuncionales que permita trabajar, por ejemplo, con parejas de
depresivos mayores. Más que de un prurito de especificidad en las indicaciones,
se trata de una cautela lógica con una técnica en experimentación.
Los dibujos persiguen el impacto, tanto a nivel sensorial-emocional-analógico
como a nivel textual-cognitivo-digital. El primer efecto se consigue con una cierta
espectacularidad, bastante imaginación y la mejor ejecución po
DIBUJOS EN TERAPIA
173
sible. Se intenta sorprender y hay quien llega al sobrecogimiento, y también se
induce la risa o el llanto, o ambos simultánea o sucesivamente. En cuanto al
impacto cognitivo, no es más que el producto de una reformulación que, envuelta
en los ropajes emocionales adecuados y mantenida comunicacionalmente
operativa, alcanza una particular intensidad.
Un eventual análisis del texto podría mostrarnos contenidos organizados en las
siguientes dimensiones:
- Externalización-internalización: al igual que en las cartas o en otras
intervenciones terapéuticas, se intenta delimitar un enemigo exterior contra el cual
luchar sin negarse a sí mismo. A la vez, se fomenta una visión autocrítica que
estimule una dinámica de cambio.
- Intensificación-desdramatización: generar eco emocional ante situaciones
importantes que se presentan trivializadas y, al contrario, restar importancia a
otras cuya trascendencia es hipertrofiada. El cliente nunca tiene suficiente razón...
sin acabar de tenerla del todo.
- Provocación-reconocimiento: desafiar construcciones personales con una cierta
dosis de confrontación mientras, simultáneamente, se valoran los méritos y los
sufrimientos de esa persona que, a menudo, no han sido reconocidos en el
pasado y no lo son en el presente. Ambos términos pueden estar compensados de
manera cruzada, de forma que quien se sienta provocado por un dibujo,
generalmente el propio, se pueda sentir reconocido por el otro, entregado a su
partenaire... y viceversa.
Las formas concretas que reviste la provocación pueden centrarse en contenidos
individuales, y entonces es probable que sólo aparezca un individuo en cada
dibujo, o remitir a construcciones de pareja, en cuyo caso aparecerán ambos
miembros. Algunas utilizan referencias suprasistémicas o relacionan problemas
actuales con situaciones dolorosas vividas en la familia de origen, lo que es
particularmente importante si se trabaja con psicóticos. Algunos ejemplos servirán
de ilustración.
Los dibujos 1 y 2 fueron entregados a Federico y Ester, una pareja en conflicto en
la que ella presentaba una actitud hipocondríaca muy mal tolerada por él, un
hombre irascible, y sobre todo con su mujer. Se les proponen sus rasgos más
disfuncionales como encarnados en sendos parásitos, el «papel de enfermo» y el
«enanito colérico», contra los cuales deben luchar más que, como hacen ahora, el
uno contra el otro.
A Juan y Beatriz (pág. 44) se les entregaron los dibujos 3 y 4 para desafiar dos
conductas que exasperaban de modo particular a cada uno de ellos y lo
predisponían contra el otro. A Beatriz, la tendencia de Juan a entretenerse en el
bar y a gastarse algún dinero en las máquinas tragaperras, mucho según ella y
casi nada según él. A Juan, la forma en que Beatriz se coaligaba con sus hijos,
estudiantes universitarios y cultos, al igual que la familia de ella, excluyéndolo a él
como ignorante y procedente de una clase social inferior. El conflicto conyugal
sostenía la depresión neurótica de Beatriz y los dibujos apuntaban a la
desactivación de los respectivos fantasmas que alimentaban el conflicto.
174
LA INTERVENCIóN TERAPÉUTICA
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DIBUJOS EN TERAPIA 175
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Dibujo 4
176 LA INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
También Rosa (pág. 43) padecía una distimia que la había empujado a realizar
una tentativa de suicidio de cierta gravedad. Su matrimonio con Martín, basado en
una relación de dependencia extrema de ella respécto de la figura del marido,
protector y dominante, había funcionado durante años, pero la llegada de un hijo lo
había desequilibrado. El dibujo 5 se le entrega a ella para desafiar su tendencia a
asfixiar a Martín con un control y unas demandas de atención insaciables que,
lejos de conseguir sus objetivos, amenazan con apartarlo de ella liberando al
dragón que representa lo que Rosa más teme: el abandono. Martín, no obstante,
debe tener presente, y a eso apunta el dibujo 6, que las necesidades de ella han
aumentado y que ahora su pasividad dependiente se ha convertido en la negra
mazmorra de un castillo. El caballo, que comenta las conductas disfuncionales de
ambos, es como una voz en o ff encargada de aumentar la intensidad de la
provocación, añadiendo a la vez un toque de ternura. En esta serie, como en
otras, se aprecia bien el carácter cruzado de la dimensión provocación-
reconocimiento, puesto que cada cónyuge tenderá a sentirse inquieto por el dibujo
propio y reconfortado por el otro.
Las familias multiproblemáticas, como la compuesta por Rosario, Mohamed y sus
numerosos hijos, también se muestran receptivas a los dibujos. En el que se le
entregó a ella (dibujo 7) se le propone en positivo una conducta de alianza con su
marido frente a los prejuicios y la discriminación que lo marginan, distinta a la suya
habitual. En efecto, lo que suele hacer Rosario, poniendo con ello frenético a
Mohamed, es aliarse con las personas e instituciones prejuiciosas y
discriminadoras tomando distancia, con aires de superioridad, de su
tercermundista marido. A Mohamed se le entrega un dibujo (el 8) que, también en
positivo, contradice lo que suele ser su actitud, culturalmente condicionada:
dejarse querer y esperar que su mujer lo cuide y lo sirva, ofendiéndose muchísimo
y poniéndose violento cuando Rosario no responde a sus expectativas. Además,
se le propone, en la misma línea, que secunde las estrategias razonables de su
mujer para conseguir la tutela de los niños, en vez de dispararse con actuaciones
poco adecuadas, puesto que ella sabe moverse mejor en la jungla de las
instituciones asistenciales.
Rosario y Mohamed ilustran mejor que otras parejas uno de los aspectos de la
reacción inmediata a los dibujos. Al entregarlos se aprecia en casi todos los casos
una actitud de agradecimiento y valoración, como si las personas que los reciben
vieran en ellos un regalo valioso que el equipo terapéutico ha preparado
trabajando más y mejor de lo esperado. La reacción suele ser de correspondencia,
en forma de un esfuerzo mayor por la terapia. Nuestra pareja multiproblemática no
sólo no fue una excepción, sino que se mostró particularmente emocionada, con
gran expresividad sobre todo por parte de Mohamed. A la siguiente sesión Rosario
lucía un espectacular collar de bisutería que él le había regalado.
Los psicóticos muestran reacciones más complejas que implican cierto grado de
ambivalencia: se sienten satisfechos pero incómodos y, en algún caso, manifiestan
deseos de esconder los dibujos para sustraerse a su influencia. Por eso con ellos
tiene una máxima relevancia la acomodación pre
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Dibujo 5
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DIBUJOS EN TERAPIA 177
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Dibujo 6
178 LA INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
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Dibujo 8
DIBUJOS EN TERAPIA 179
via y el hecho de que a una intervención basada en dibujos difícilmente se la
puede separar del conjunto de una terapia en la que se desarrolla un proceso
relacional complejo. En él lo interpersonal se reviste de estrategias, tácticas y
técnicas... pero sigue siendo un encuentro entre personas.
Enriqueta y Teo (pág. 47) constituyen una buena ilustración de reacción compleja
pero positiva a las dos series de dibujos que se les entregaron. La primera (dibujos
9 y 10) representa de forma sencilla una provocación cruzada a dos aspectos
cruciales en el desencuentro de la pareja, los celos de Teo y el temor de Enriqueta
a ser utilizada de modo desconfirmador. En un segundo plano se implica a los
padres de ambos de forma muy general, diciendo que la conducta disfuncional de
su hijo/a «le viene de su relación con nosotros». La manera benévola en que
afirman algo tan grave y autoinculpatorio introduce cierta ambigüedad, que puede
sugerir tanto arrepentimiento como una reafirmación doblevincular.
Los dibujos fueron acogidos con reticencia, sobre todo por Enriqueta, que los
guardó en un cajón manifestando, en la sesión siguiente, cierto temor por su
contenido tan fuerte. La actitud del terapeuta, seguro de la legitimidad de sus
respectivas provocaciones, fue, como en ocasiones similares, de tranquilizarlos
pero sin desdecirse. Se dedicaron un par de sesiones a analizar exhaustivamente
el contenido de los dibujos con ayuda de copias, convenciéndolos de que nada
malo había en ellos y, entonces, se les entregó la segunda serie (dibujos 11 y 12).
A tal efecto, se utilizó como pretexto un incidente reciente que los había conducido
a una de sus más tormentosas peleas. Teo, que siempre se ha mostrado reticente
con los padres de Enriqueta, afirmando que su compañía le resulta, a ella,
perjudicial, montó en cólera un día que su mujer se entretuvo con ellos más tiempo
del que a él le pareció oportuno. En una de sus clásicas escenas de violencia, la
regañó amenazadoramente, prohibiéndole que volviera a hablar con sus padres.
Enriqueta había obedecido la, a todas luces abusiva, imposición, pero a costa de
una cierta recaída en sus síntomas o, mejor dicho, no en las más graves
conductas psicóticas, ya descartadas definitivamente a estas alturas, pero sí en un
hosco semimutismo cargado de malos augurios para todos los que la rodeaban,
Teo incluido.
En los nuevos dibujos se ofrece una versión compleja del incidente, ampliando el
foco de la pareja a la familia de origen de forma más explícita que en los primeros.
Ahora se mantienen los dos planos, uno para cada subsistema, pero enlazados
por una misma frase que pronuncian, en su doble versión infantil y adulta, Teo
(«siento una rabia tremenda, pero,-¿contra quién?) y Enriqueta («me están
volviendo loca, pero, ¿quién?»). La intención es que Teo, en su lámina, tenga un
recordatorio de que su desmesurada reacción frente al contacto de Enriqueta con
sus padres es una nueva edición de los celos malignos que le devoran desde la
escena familiar evocada en el fantasma grande, que es el suyo: unos padres
doblevinculares que lo marginan manifiestamente, en contraste con lo que
expresan de palabra. El fantasma pequeño que recoge los pensamientos de
Enriqueta debe recordarle también a Teo que, desmesura por desmesura, la
reacción de su mujer arranca del horror que le profesa a ser utilizada
desconfirmadoramente, como lo es
180 LA INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
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DIBUJOS EN TERAPIA
Dibujo 10
Dibujo 12
182 LA INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
por Teo cuando, so pretexto de protegerla, le hace caer encima el peso de sus
celos.
En el dibujo de Enriqueta se cambian las tornas: se le sugiere que la intensidad de
su reacción remite más a la doblevinculante hipocresía de unos padres que, so
pretexto de protegerla también, la vampirizaban obligándola a permanecer a su
lado, que a las intemperancias de Teo. Éstas, además, cuentan con su
correspondiente explicación en el fantasma pequeño: lo que las motiva son los
celos que le provoca Enriqueta ocupándose de sus padres más que de él.
Como resulta habitual, cada uno se siente inquieto por la lámina propia y
tranquilizado por la del otro, que lo representa en una versión más comprensiva.
Los bucles de complejidad se completan con las alusiones isomórficas entre
pareja y familia de origen, constituyendo en su conjunto una potente intervención.
Así lo entendieron Enriqueta y Teo que, ahora de forma más relajada, las
integraron con gran madurez en su proceso de cambio.
Marcial (pág. 52) es un psicótico catalán, obeso y asmático, que delira contra los
andaluces y, en concreto, contra los de Córdoba, ciudad de la que es natural su
madre y toda la familia de ésta. Según él, los cordobeses son los causantes de
todos sus males, incluyendo el haberle aplicado el tormento del bautismo cuando
era una criatura de semanas que no podía defenderse. En el desencuentro actual
entre madre e hijo los reproches adquieren a veces formas regionalistas, puesto
que Marcial sublima en catalanismo parte de su carga delirante para mortificar a
su madre y ésta no disimula que prefiere mil veces la compañía de sus
cordobeses que la de su impresentable hijo.
Los dibujos 13 y 14 intentan abrir una brecha de comprensión en las cerradas
fortalezas de delirio y prejuicios desde las que madre e hijo se atacan y defienden.
El de la madre representa un tópico cordobés (la mezquita) frente a la cual ella se
solaza en compañía de parientes jóvenes, mientras Marcial llora abandonado en
su cuna. El correspondiente a Marcial muestra a la madre sola frente a un tópico
catalán (la montaña de Montserrat), sugeridor precisamente de desamparo ante la
inmensidad de la naturaleza. Tanto el pequeño Marcial como la madre adulta
lloran en su soledad, tendiéndose un puente emocional con perspectivas de futuro
sobre las amarguras del pasado.
Como ya se ha dicho, la utilización de dibujos que aquí se describe está en fase
experimental, lo que probablemente sea la mejor carta de nobleza para una
técnica psicoterapéutica, aunque obliga a ser particularmente cautos en su
evaluación. En general, la impresión es de que van bien: son bien recibidos y se
inscriben en evoluciones clínicas básicamente positivas, representando una
intervención potente que rara vez queda sin feedbacks. Siempre se pide la opinión
de los destinatarios aunque, generalmente, remitida a la siguiente sesión para
dejar que se decanten criterios e impresiones más sustanciosos que la sorpresa
del primer momento. De todas formas, al hacer la entrega se les leen los textos y
se da una explicación descriptiva del diseño, aclarándose cuantos puntos lo
requieran manifiestamente. No todo son plenos acuerdos. A veces se expresan
críticas a aspectos parciales, que el te
Dibujo 13
DIBUJOS EN TERAPIA
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Dibujo 14
183
184 LA INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
rapeuta acepta remarcando que las láminas expresan visiones necesariamente
subjetivas y nunca verdades absolutas. No obstante, defiende. sus puntos de vista
insistiendo en ellos con coherencia y flexibilidad.
A veces la dinámica en torno a los dibujos es aún más interactiva. A Jorge, un
chico de quince años violento y agresivo, a raíz de un desagradable incidente
acaecido durante una sesión que requirió la intervención del supervisor para
calmarlo, se le comentó que su comportamiento en esos momentos, siendo él un
chico amable y educado, parecía más propio de una especie de demoniejo que lo
poseyera y lo obligara a hacer cosas terribles y estúpidas. Una vez calmado, el
chico se dedicó el resto de la sesión a fantasear sobre el diablillo en cuestión, al
que se bautizó como «Impulsitos» y se le declaró su enemigo número uno. En el
equipo no había ningun buen dibujante, pero alguien alcanzó a bosquejar un
rudimentario retrato de «Impulsitos», que se le entregó a Jorge con toda
solemnidad (dibujo 15). Como sabíamos que Jorge sí tenía dotes para el cómic, se
le pidió que nos trajera el día próximo un retrato mejor de su enemigo, para que
juntos pudiéramos conocerlo más y aprender a combatirlo. El dibujo 16 muestra la
espléndida respuesta de Jorge que, ciertamente, permitió seguir trabajando con
provecho.
DIBUJOS EN TERAPIA
21. CRÓNICA DE UNA TERAPIA
La descripción de un caso puede ayudar a entender mejor cómo se engarzan
intervenciones terapéuticas diversas en una auténtica terapia. En la literatura
sistémica existen abundantísimos ejemplos de casos descritos en detalle por los
más grandes maestros de la terapia familiar y sus discípulos (MINUCHIN, 1974;
NAPIER y WHITAKER, 1982; KEENEY y SILUERsTEIN, 1986). Más
modestamente, nosotros hemos optado por realizar una sencilla crónica de los
movimientos más importantes, abreviando y resumiendo las trece sesiones en
que, a lo largo de nueve meses, se desarrolló la terapia.
El contexto era el de un centro de formación en terapia familiar, y el terapeuta un
alumno del mismo, auxiliado por un nutrido equipo de supervisión directa
compuesto por profesionales experimentados y otros en formación, compañeros
del terapeuta. El caso, ni de los más fáciles ni de los más complicados: derivado
desde el servicio de urgencias de un hospital general a donde habían acudido con
una depresión (distímica) de la esposa dos meses antes del inicio de la terapia.
Uno de esos casos sin síntomas de máxima gravedad, pero capaces de
cronificarse y de evolucionar malignamente si reciben respuestas inadecuadas.
la SESIÓN: Presentaciones y recogida de datos
Acuden Mateo, el marido, de 48 años, y Luisa, la esposa y paciente identificada,
de 41, junto con las dos hijas del matrimonio, Sandra, de 18 y Mar, de 15. Se les
explica el contexto terapéutico y, a grandes rasgos, la forma en que trabaja el
equipo: el espejo y la presencia de los supervisores, la grabación de las sesiones
en vídeo, la frecuencia aproximada de los encuentros y algunos otros detalles.
Luisa toma la palabra para explicar que sufre unas depresiones terribles que le
hacen sentir ganas de salir corriendo de casa, lejos de los tres... Le falta el aire, se
pone muy nerviosa y, al hablar, siente como si fuera otra persona la que lo hiciera
en su lugar. Tiene miedo, se queda agarrotada y no puede caminar. A menudo en
lugar de enfadarse se disgusta, se siente incapaz y se derrumba. Hace seis años
asistió a la consulta de un psiquiatra durante cuatro meses. Le fue bien: notó como
una luz interior y se encontró a sí misma. El marido añade que en
1. La colaboración de Manel GENER, terapeuta del caso descrito, ha sido fundaen
este capítulo.
188 LA INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
aquel momento intentó cambiar algunos hábitos, como por ejemplo regresar
temprano a casa, salir con ella. Desde entonces, siempre que el trabajo se. lo
permite procura ir a comer a casa... Cambiando ostensiblemente de tema el
terapeuta inquiere información general sobre la familia, sabiéndose así que los
padres son ambos inmigrantes, oriundos de sendas provincias andaluzas pero
muy aclimatados a Barcelona, donde se conocieron y donde han nacido sus dos
hijas. Mateo es copropietario y directivo de una empresa comercial que le exige
viajar con frecuencia y Luisa dejó de trabajar al casarse y ejerce de ama de casa.
Sandra y Mar, las hijas, estudian y, además, la mayor realiza pequeños trabajos
administrativos. Tienen amigos y salen... incluso demasiado, según los padres.
También éstos tienen una vida social bastante rica. Mateo ha padecido asma
bronquial desde hace veinte años, aunque ahora está mucho mejor.
Se les pregunta también por las familias de origen, con las que las relaciones
resultan ser escasas y conflictivas. Los padres de Mateo se separaron cuando él
era un muchacho, al parecer porque el padre tenía problemas con la bebida. Luisa
también se distanció de sus padres y de su hermana a raíz de una intervención de
cirugía estética que ella se practicó en los pechos y que la familia no entendió. No
se habla con la madre de Mateo, a la que acusa de haberse querido meter
siempre en medio de la pareja. También dice que su marido es muy madrero, y
relata situaciones críticas en las que su suegra la habría atacado e insultado sin
que su marido la defendiera: «...ella no fue feliz en su matrimonio y ha querido
estropear el mío...». Mateo, bastante incómodo, intenta quitar importancia a estos
conflictos: «...no hay para tanto, a Luisa le gusta mucho dramatizar... ».
Las hijas asisten a la sesión con actitudes adecuadas, un poco en segundo plano
pero interviniendo cuando se les pide. A pesar de que la madre manifiesta alguna
preocupación al respecto, la relación entre ambas es cordial y desenvuelta.
Después de una pausa, en la intervención final o devolución, elaborada entre
terapeuta y equipo, de acuerdo con el ritual clásico de la terapia familiar, se les
dice que su relación como familia nos parece compleja: hay áreas y momentos
en los que les cuesta entenderse pero, por otro lado, cuando alguien necesita
realmente ayuda, ésta se produce. Sin ir más lejos, cuando Luisa está en apuros,
Mateo acude. Es como si hubiera zonas de luz y zonas de sombra y les
avanzamos la hipótesis, a título provisional, de que quizá las zonas de sombra de
su relación se comuniquen por un pasadizo, hasta ahora secreto para nosotros,
con sus familias de origen.
A Sandra y Mar se les reconoce y valora su presencia y se les anuncia que se
seguirá trabajando sólo con los padres excepto si, eventualmente, se las volviera a
necesitar. Se les pide, como tarea de despedida, que tranquilicen a sus padres, y
muy particularmente a Luisa, sobre la posibilidad de ser hermanas y buenas
amigas, que ellas, como chicas sanas y capaces que son, ilustran perfectamente.
Es una primera sesión prudente y conservadora, adecuada a un contexto
formativo que debe aportar a los terapeutas inexpertos referencias estructuradas y
segurizantes. Se genera una acomodación muy apoyada en el
equipo y se obtienen datos básicos con los que empezar a construir hipótesis y
metáforas.
CRÓNICA DE UNA TERAPIA 189
2 SESIÓN: La vida cotidiana
Se explora la organización doméstica y la distribución del tiempo y las actividades
de cada uno. Mateo repite que «desde que le pasa esto a Luisa» él viene a comer
a casa, lo que ella vive de desigual manera: a veces se organizan unos líos y
discusiones, como hoy sin ir más lejos, que le disgustan mucho; pero otras veces
las cosas son mucho mejores. Cuando sucede lo primero, Luisa preferiría que
Mateo no viniera a casa a comer. Conversan sobre la distinta relación que tienen
con las hijas: él, más ausente y centrado en el trabajo, y ella más cotidiana y
cercana.
Entran luego a analizar sus desacuerdos, mostrando cada uno su manera de
reaccionar. Mateo, bajo la apariencia de quitar importancia a las cosas y
sorprenderse de las exageraciones de Luisa, le recrimina el rencor con que
describe el pasado y la manera como trata a su madre. Luisa dice no estar
dispuesta a ceder pero pide diálogo y cariño, mientras que Mateo, aparentemente
resignado, le reprocha que exagere tanto. El equipo interviene diciendo que hay
mujeres que son muy buenas madres pero que no lo son tanto en relación con tas
nueras (es una tentativa de quitar hierro, desdramatizándolo, al tema de la suegra,
pero no da resultado).
Se plantea a continuación el tema de la intervención plástica en la relación con los
padres y la hermana. Todos ellos mostraron su desacuerdo con la operación y por
un tiempo estuvieron cortadas las relaciones, situación que aún se mantiene con
la hermana. El equipo interviene declarando a Mateo un beneficiario directo de la
operación y que, en cambio, quizás la familia de Luisa la consideró como una
muestra de frivolidad... En ese contexto se les pregunta por las relaciones
sexuales. Mateo delega en Luisa, quien anuncia que no van muy bien: no son muy
frecuentes y, cuando las hay, a veces van bien y otras no tanto. A ella le gusta que
la acaricien y, sobre todo, que le digan que la quieren. Ella lo pide pero él no se lo
dice. Mateo reconoce que es así: antes era romántico, pero ahora el mundo lo ha
cambiado. En la devolución se les señala lo capaces que son de pasar de una
situación tensa y de discusión a otra tierna y afable. «Hoy Luisa venía con un
enfado más inmediato, provocado por la discusión de la comida, y Mateo con otro
enfado más antiguo e interiorizado. Pero de esta situación de bronca, han pasado
a hablarse y comunicarse hasta crear un buen ambiente. Esto nos hace ser
optimistas sobre las perspectivas de trabajo con ustedes...» Una vía de avanzar
pasaría por que Mateo fuera capaz de decirle «te quiero» a Luisa, con lo que
quizás ella podría permitirse que se normalizara la relación con su suegra.
«Seguro que ahora mismo no están en condiciones de que sea así, pero les
pedimos que hablen de ello y nos lo cuenten el próximo día.»
En esta sesión se tantean otros temas conflictivos so pretexto de conocer
aspectos prácticos de la cotidianeidad. Superficialmente ambos son bastante
consecuentes con sus roles de género: Luisa amplifica y denuncia y Mateo atenúa
y niega, pero no se aceptan mutuamente. La relación con la madre de él también
es una cuestión importante: Luisa reprocha a Mateo que no la haya apoyado
frente a la suegra y Mateo reprocha a Luisa que lo distancie de su madre. Como
intervención terapéutica final, se les connota lo positivo de su relación y se intenta
desbloquear el pulso simétrico con una prescripción suave y poco constrictiva.
190 LA INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
3a SESIÓN: La historia de amor
Se empieza preguntándoles por el «te quiero» y la normalización de las relaciones
con la madre de Mateo. Efectivamente, les ha sido difícil hablar de ello.
Con el ánimo de ayudarles a desempolvar su historia de amor, se les pregunta por
los orígenes de su pareja: cómo se conocieron y empezaron a salir, el noviazgo,
etc. Y relatan una entrañable historia de enamoramiento con flechazo y un
maravilloso episodio en el que ella dejó caer un guante en un Tibidabo nevado y
sus manos se encontraron al recogerlo. Decidieron casarse bailando, muy
entusiasmados, pero el hermano de él se les adelantó y perdieron el piso que
Mateo y él estaban pagando a medias: un episodio turbio que los ensombrece
momentáneamente. Pero Luisa retoma el hilo asegurando que Mateo ha sido
siempre muy trabajador y ha conseguido salir adelante: Mateillo, Mateo y el señor
Martínez. Tales han sido los títulos sucesivos del hombre que ha tenido al lado
durante tantos años. Experto en sacar empresas de crisis y hacerlas rentables,
pero a costa de trabajar demasiado.
Se le pregunta a Luisa por sus propios proyectos, ahora que sus hijas son
mayores. Quiere trabajar y habla de dos posibilidades que le han salido en una
panadería y en una tienda. Támbién se ha planteado hacer unos cursillos de
capacitación. Se le pide la opinión a Mateo, quien comenta que, aunque él prefiere
que no trabaje, no se opondrá si lo consigue.
La devolución hace referencia al tributo que, según el equipo, ha pagado Mateo a
su familia de origen para hacerse valorar y reconocer, lo cual seguramente les ha
hecho sufrir, a él y a Luisa, en un difícil equilibrio entre deberes filiales y
conyugales... cuestión que aún tiene flecos pendientes.
También la evolución de sus títulos le ha dejado huellas: cuando fue Mateíllo era
capaz de contárselo todo a su mujer, pero cuando progresó y pasó a ser el señor
Martínez, ante situaciones nuevas empezó a sentirse inseguro, por lo que echó un
cerrojo. Luisa lo ha ido viviendo como falta de confianza en ella, cuando ha sido
falta de confianza en sí mismo (Mateo asiente).
Se anima a Luisa a insistir en sus planes de trabajo: pueden resultar beneficiosos
para los dos.
Se hace un especial hincapié en la maravillosa historia de amor que poseen y en
la necesidad de rentabilizarla, por lo que se le pide a Luisa que organice un
encuentro íntimo en casa para los dos, y a Mateo que prepare una salida de fin de
semana.
La historia de amor es una magnífica cantera de metáforas con las que producir
reformulaciones que cambien la percepción que cada cónyuge tiene del otro. Una
tarea fundamental cuando se trabaja con parejas. Ade
más, genera una atmósfera emocional intensamente positiva, muy favorable para
los cambios cognitivos. Las prescripciones son un complemento que, si se cumple,
aporta una valiosa experiencia sobre cuán mejor se vive de esta nueva manera,
pero si no se cumple, como en este caso, son también un refuerzo de las nuevas
construcciones que pugnan por abrirse paso: «Fíjese si estamos convencidos de
que son ustedes diferentes de como se imaginan, que hasta les pedimos que
hagan tal y tal cosa».
CRÓNICA DE UNA TERAPIA 191
41 SESIÓN: Remiten los síntomas
Se inicia la sesión enlazando con la anterior y con lo que en ella se les pidió que
hicieran. Mateo se excusa por no haber podido a causa del trabajo, y Luisa dice
que a ella le gusta improvisar, por lo que un día por la noche preparó una cena
para los dos...
Se retoma el tema de los proyectos de trabajo de Luisa y se la anima
recordándoles que puede ser beneficioso para toda la familia. A raíz de ello salen
a relucir las relaciones con las hijas. El equipo comenta que en otras familias se
utilizan las depresiones de los padres para retener a los hijos, mientras que hay
que felicitarlos porque se ve que ése no es el caso con ellos. Luisa dice que, de
todas formas, está mucho más animada. Se pregunta acerca del asma de Mateo
que, en la actualidad, está bastante bien y no se medica.
Se les despide felicitándolos de nuevo por los recursos que muestran como
pareja. El equipo se presenta dividido: una parte piensa que se les podría dar de
alta ya. Otra parte, sin embargo, opina que sigue habiendo algo que puede
hipotecar su relación en cualquier momento y facilitar que vuelvan a aparecer los
síntomas. Y es algo que tiene que ver con la relación de Mateo con su familia. Se?
Ia decidido, pues, aplazar el alta hasta ver qué sucede con esta cuestión. De
momento, se le sugiere a Luisa que ceda y acepte hacer algo conjunto con la
familia de Mateo, por ejemplo una comida en casa o en un restaurante. Él deberá
apoyarla demostrando a todos, en cualquier situación propicia, que está a su lado.
No hay ningún reparo en tomar partido por una opción concreta, como es el
trabajo de Luisa, pero la intervención se enriquece ampliando el foco al conjunto
de la familia. Se ha hecho hincapié varias veces en cuestiones que sugieren cierta
voluntariedad de la conducta sintomática: una maniobra sistémica clásica que,
aunque útil para aumentar el control sobre los síntomas, puede, también, tentar a
una cierta exacerbación. La terapia es el combate de dos epistemologías y es
lógico que la derrotada no se rinda sin combatir.
5a SESIÓN: ¿Recaída?
Es el primer encuentro después de Navidad. Comentan que la han pasado como
siempre: no hay entusiasmo.
Luisa dice que está deprimida y el equipo interrumpe mostrando su desacuerdo:
¡no está deprimida, sino enfadada! Ella acepta y explica los motivos. Se queja de
Mateo, que, según ella, la ha hecho quedar en ridículo frente a unos amigos en un
par de ocasiones... Mateo se muestra sorprendido, pues ya hace días que pasó: él
ya lo había olvidado, no era para tanto...
De aquí surge la idea de alguna cuenta pendiente del pasado. Esa tendencia de
Mateo a ridiculizarla en público puede ser una jugada del inconsciente. ¿Cuál
sería el motivo? Luisa dice no saberlo, pero, ante la insistencia del terapeuta,
reconoce tener una hipótesis: ¡son cosas de hace años! De todas formas, Luisa
contraataca patologizando a su marido: cuando se pone nervioso hace unas cosas
muy raras, movimientos extraños como tics, y dice palabrotas compulsivamente:
«¡qué asco!» y «¡vaya mierda! ». Mateo aduce que lo hace para no soltar un
tortazo y que, en cualquier caso, ocurre de higos a brevas... «¡Sí, sí!», tercia Luisa,
«casi cada día...» Mateo vuelve a la pregunta sobre el motivo de estos choques y
dice que Luisa no le permite tener una relación normal con su madre. Él, dice, ya
ha tirado la toalla...
192 LA INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
El terapeuta les indica que, probablemente, estamos adentrándonos en una de
esas zonas oscuras que les comentábamos en la primera sesión y que les
afectaban a los dos. Se trataría de ver hasta qué punto estarían dispuestos a
hacer algo para salir de aquí... ciertamente sin tirar la toalla.
Previo sondeo y verificación de que no hay grandes oposiciones, se les pide que
el próximo día vengan con Elvira, la madre de Mateo, que sin duda es una de las
entradas a la zona oscura en cuestión. Se les anuncia que nuestra función será la
de catalizadores y amortiguadores del encuentro. No pretendemos que se
produzca un enfrentamiento, sino ofrecer un espacio para poder explicarse...
Hubo, en efecto, un intento de reafirmación en los síntomas, que no resistió la
rotunda redefinición de depresión por enfado... así, usando una palabra un poco
gruesa que, a estas alturas, la acomodación autoriza. Desde este momento los
síntomas retroceden definitivamente y la terapia continúa en un claro contexto de
conflicto de pareja.
6 SESIÓN: Familia extensa
Asisten Luisa, Mateo y Elvira, su madre, a la que se recibe con muestras de
respeto y reconocimiento. El terapeuta le anuncia a Mateo la idea de que, para
empezar, adopte una posición pasiva, incluso ocupando un espacio aparte, de
espaldas a las mujeres y mirando a la pared. Se inicia un diálogo entre éstas, en el
cual Luisa reprocha a su suegra distintas situaciones en las que ella se sintió
herida y maltratada. Elvira dice no recordarlas y se sorprende. Son pequeñas
mezquindades familiares de dinero y de agravios comparativos, con la constante
de que Mateo no apoyó suficientemente a su mujer frente a su madre... Hubo un
momento antes en que las dos se trataban como madre e hija... ¿Cómo se pasó
de aquella relación a la actual?
Durante toda la conversación, Luisa dice sentirse muy tranquila y no afectada por
lo que está hablando. Se mantiene en una postura de persona fría y dura. El
terapeuta le comenta la gran cantidad de detalles que recuerda del pasado, a lo
que ella responde que es muy sensible. «Hmm..., pues cualquier observador la
notaría poco sensible hoy.» «Bueno, lo que pasa es que me he puesto una careta,
pero en el fondo lo soy...»
En este punto el supervisor entra en la sala aportando el sentir del equipo: están
impresionados por la intensidad emocional que se ha vivido en la sesión, prueba
de lo cual son las lágrimas de Elvira y Mateo y la careta de Luisa. También es muy
llamativo el contraste entre la cantidad de afecto existente y la imposibilidad de
encontrarse. «Usted, Elvira, a su edad, querría disfrutar en paz de sus hijos y
nietos y siente la amargura de que no sea así, mientras que usted, Luisa, aunque
tiene el recurso de la máscara, se ha pasado la vida buscando amor, buscando
madres... y sintiéndose frustrada...»
Se releva a Mateo de su posición apartada y se les deja solos durante una pausa.
En la devolución se les dice que hay personas que se saben queridas y sienten
tener suficiente y otras, como Luisa, que siempre quieren más. Ella da mucho,
pero también pide mucho, y no se resigna a no conseguir amor. Si, según su
opinión, no es correspondida, la hieren de una manera terrible. Elvira es una
persona que quiere pero sin cuidar el detalle. Por eso no se ha podido dar cuenta
del tipo de persona que es su nuera. Para las cosas importantes habría podido
contar siempre con ella, pero al no preocuparse por cuidar los detalles, fiel a su
estilo, no ha sabido encontrarse con Luisa.
CRÓNICA DE UNA TERAPIA 193
De nuevo en el equipo hay dos opiniones diferentes. Una parte piensa que las dos
son ya mayores, que están atrincheradas en sus posiciones y que no hay
posíbilidad de mejorar su relación. Otra parte, en cambio, de la que, curiosamente,
forman parte el miembro inás joven y el de más edad, cree que aún están a
tiempo: la sesión de hoy podría ser la puerca de un nuevo capítulo en la vida de
ambas. El terapeuta se sitúa en una posición intermedia, ni tan optimista ni tan
pesimista. Considera que no se trata de regresar a la época en que eran como
madre e hija, pero que quizá se puedan permitir ser un poco generosas la una con
la otra... Al fin y al cabo, las dos se lo merecen. A Mateo se le dice que, aunque no
haya estado muy cómodo, seguro que ha sufrido menos en la sesión de hoy que si
hubiera estado entre las dos mujeres, en medio del conflicto. Él dice sentirse
culpable de lo que ocurre, aunque sin entender muy bien por qué. Se le contesta
que, aunque ese asumir la culpa le honra, no ayuda mucho a resolver las cosas.
Quizá se debería esforzar por entender la peculiar sensibilidad de Luisa.
La sesión con la madre de Mateo ha sido, sobre todo, emotiva. Se han ventilado
afectos controladamente, sin hacerse daño, sobre todo entre las.dos mujeres, que,
probablemente, han modificado sus mutuas percepciones haciéndolas menos
estridentes. Mateo ha podido seguirla desde una posición nueva para él, que, sin
duda, lo desconcierta, pero que es positiva porque representa un paso intermedio
hacia la necesaria identificación con su mujer.
7 SESIÓN: Un alto para evaluar
Conforme a lo previsto, acude la pareja y se les pregunta por la sesión anterior:
qué ha dicho Elvira y cómo lo ven ellos. Mateo ha estado unos días de viaje.
Comenta que la vez anterior se lo pasó muy mal; dice que apenas han hablado y
que cree que la sesión no sirvió para cambiar nada.
Por su parte, Luisa comenta que, al día siguiente, Elvira la llamó preocupada,
preguntando si era ella la culpable de sus depresiones. Añade Luisa que ella la
tranquilizó, ya que es una persona con muchos años y no debe sufrir. Incluso
estuvo a punto de telefonearle durante el viaje de su marido, pero tuvo miedo de
empezar otra vez con todo y se echó para atrás.
Mateo, que no sabía nada de todo esto, dice que estuvo hablando con su madre y
que ésta le manifestó su preocupación y le comentó que se sentía culpable.
Interviene una portavoz de las mujeres del equipo comentándole a Mateo en clave
de humor que Elvira, como mujer, tiene más facilidad que él de asumir culpas.
Mateo contemporiza diciendo que él sólo cree que no era necesario llegar a este
extremo, pero que quizá realmente el culpable sea él.
En este momento el terapeuta les propone «una especie de juego para ver dónde
se encuentran ustedes y hasta dónde quieren llegar». A tal fin les invita a cambiar
de canal de comunicación: «no con palabras, sino con la expresión de su cuerpo,
intentando moldearlo como si hiciesen esculturas...».
En las esculturas de presente de ambos predominan posturas sedentes y
expresiones de cansancio. Luisa dice haberse sentido como si todo le diera igual y
haber vivido a Mateo como impotente para darle un giro total a esta monotonía.
Mateo dice haber experimentado aburrimiento y cansancio: «... yo no pensaba que
estuviese tan mal el asunto...». En las esculturas de futuro los dos coinciden de
pie, mirándose a los ojos y besándose o abrazándose. Luisa comenta: «Me he
sentido muy bien, con sensación de bienestar. Lo otro es pasado y viejo». Mateo
dice: «He sentido cariño, que nos acercábamos los dos».
194 LA INTERVENCIóN TERAPÉUTICA
Tras la pausa, se les entregan cuatro tarjetas con los respectivos textos que el
equipo acaba de elaborar. Son dos para cada uno, y cada uno debe leerle al otro
una por la mañana al levantarse y otra por la noche al acostarse. Dicén así:
a) De él para ella, por la mañana: «No fui suficientemente fuerte para hacerte
sentir que estaba a tu lado. Un poco de cobardía y un mucho de torpeza hicieron
que te dejara sentirte sola cuando más necesitabas mi apoyo».
b) De ella para él, por la mañana: «No supe hacerte ver que tenías que estar junto
a mí. Quizá debí habértelo exigido más a ti y haberlo pagado menos con tu
madre».
c) De él para ella, por la noche: «Estoy cansado y tenso. Siento que eres injusta
con mi madre, cuando es a mí a quien tienes que pedir apoyo. Pero te quiero
porque eres la compañera de mi vida».
d) De ella para él, por la noche: «Estoy aburrida y desmotivada. Siento que eres
injusto conmigo al no reparar en los fallos que has tenido en algunos momentos.
Pero te quiero porque eres el compañero de mi vida».
Se guardan las tarjetas y se les cita para un mes más tarde. Luisa comenta que
posiblemente empiece a trabajar en la panadería.
El contencioso entre Luisa y Elvira se ha resuelto en lo fundamental sin que Mateo
casi se entere. Éste es ahora el más reacio, pero responde también poco a poco.
Se siguen combinando técnicas: las esculturas y los mensajes ritualizados son
ambas formalmente pragmáticas, pero encierran considerable complejidad en sus
componentes emocional y cognitivo.
8 SESIÓN: Estancamiento
Se les pregunta por el ritual de las tarjetas y, como hacen casi siempre con las
prescripciones, se comprueba que han actuado con cierta desgana: algunos días
se pasaron los textos y otros no... No se ahonda mucho en la cuestión, pues
tampoco es ése el objetivo.
En la sesión vuelven a aparecer las mismas cuestiones del principio. Por ejemplo,
se habla mucho rato de la madre de Mateo en términos parecidos a como se ha
hecho antes. Sin embargo, Luisa parece estar menos agresiva con él
y Mateo se muestra menos distante y más expresivo. También se analizan las
dificultades de Luisa para realizarse, su dependencia de él y su temor a que se le
repitan los síntomas, ahora que él ha anunciado que deberá hacer un largo viaje a
América.
Durante la pausa se constata que en el equipo cunde un cierto desaliento y el
supervisor debe animarlos destacando los progresos reales, más allá de las
palabras. Un joven terapeuta en formación sugiere que se ha creado una alianza
per
versa entre Luisa y el terapeuta, lo que «puede favorecer la homeostasis...». El
supervisor desdramatiza insistiendo en la necesidad de darles tiempo para
asimilar los cambios que ya se están abriendo paso.
En la devolución, el terapeuta se muestra comprensivo con la inseguridad de
Luisa, pero la anima: Mateo, a su regreso, tendrá la satisfacción de encontrar una
mujer más madura.
Se ha tratado de una típica sesión de trámite y de tránsito, en la que el problema
principal puede ser calmar las impaciencias de los terapeutas no
veles. Se han desplegado brillantes recursos terapéuticos y se espera y se exige
que den frutos inmediatos; por tanto, parece necesario respetar los tiempos de las
familias.
9a SESIÓN: Luisa sola
Se citó a Luisa sola aprovechando la ausencia de Mateo. Ella cuenta que, el
mismo día que él cogió el avión, se fue sola en coche a su pueblo de origen sin
decírselo a su marido. Estaba preocupada por hacer tantos quilómetros
conduciendo sola, pero está contenta por haber sido capaz de hacer algo que
antes no habría ni pensado. Mateo la telefonea a diario y le dice que tiene ganas
de regresar. Ella dice que también lo echa de menos. El equipo la felicita por
ambas cosas: es muy buena señal para la pareja.
Se le pregunta si, en ausencia de Mateo, no le resultaría más fácil hacer algún otro
gesto de aproximación a su suegra que le pudiera ofrecer como regalo a su
regreso. Ella se niega, argumentando que no se ve capaz: sufrió mucho y no
quiere volver a aquel tiempo. La prevenimos porque sus síntomas, o el temor a
volverlos a tener, aparecen cuando siente el rencor de Mateo al no poder
relacionarse normalmente con su familia.
Se le pregunta qué tributo cree ella que Mateo paga a su familia de origen y dice
que mucho... tanto que ella cree que iba para solterón. Al parecer, al padre de
Mateo lo encerraron en un hospital psiquiátrico porque no quería trabajar y se
emborrachaba. Prácticamente se quedó sin padre, porque no iba nunca a visitarlo.
Según ella, Mateo opina que su madre tuvo que sufrir mucho para sacar a sus tres
hijos adelante...
El equipo interviene por el interfono con un comentario provocador pero
desmarcándose del terapeuta. Dice que quizá Mateo, buscando un reconocimiento
de su madre que nunca ha estado seguro de tener, ha hecho un sobreesfuerzo
para acumular méritos. Algo así como cuando ella se operó los pechos, con lo que
probablemente también buscaba el reconocimiento de sus padres... Luisa dice que
no lo ve así, pero tampoco protesta mucho. Se la despide insistiendo sobre la idea
de que en su dureza con su suegra está también su debilidad, puesto que el
rencor de Mateo cae sobre ella como un bumerán. Su firme determinación es
como el juramento de Scarlett OHara en Lo que el viento se llevó: « ¡Nunca jamás
volveré a permitir que entre en mi casa...!». Pero esos juramentos a veces tienen
un precio muy alto: sangre o depresión, por ejemplo. En nuestra opinión ella
estaría capacitada para resistir los riesgos de mostrarse flexible, pero
comprendemos su determinación.
Aunque para ella ya no es tan importante el problema de la suegra, se presiona
aún porque para Mateo sí lo es. De todas formas, resulta evidente el progreso de
Luisa.
loa SESIÓN: Mateo solo
Una sesión a solas con Mateo es necesaria para equilibrar la anterior. Cuenta que
le fue bien en América, pero echaba de menos a Luisa y a las chicas. Por primera
vez en la vida fueron las tres a buscarlo al aeropuerto y.. todos estaban muy
contentos.
El terapeuta le plantea su impresión después de haber tenido la sesión con Luisa:
se percibe una mujer sumamente frágil. Mateo, como era de esperar, dice
CRÓNICA DE UNA TERAPIA 195
196 LA INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
que no, que él la ve dura, fuerte e inflexible. Muy dada a los extremos, «todo o
nada», tanto con la familia como con los amigos. Se le pregunta por qyé la ve así:
nosotros pensamos que debe tener relación con su familia de origen. Mateo
asegura que su mujer fue siempre muy fuerte con su familia... hasta que llegó el
episodio de la operación de los pechos. «En un principio a mí no me pareció bien,
pero ella siempre ha tenido miedo a la vejez y quería estar guapa. Para ella lo
primero siempre es ella, y luego los demás...» «¿Y cómo sucedió esa hecatombe
cuando la operación? ¿No sería que los padres fueron injustos con ella? ¿No sería
que toleraban mejor lo que hacía la hermana, aunque a ellos no les gustara, que lo
que hacía Luisa?» Mateo frunce el ceño. «Hmm... Ella siempre dice que su
hermana era la preferida, pero yo no lo veo así. A Luisa le cuesta perdonar: ¡quien
se la hace se la paga! »
En este punto se le pide que hable de su propia historia y aparece el dramático
relato del alcoholismo y el encierro de su padre. El equipo se muestra
impresionado y le reconoce lo difícil que debió ser todo aquello para él.
Tras la pausa se le lee una carta que el equipo acaba de redactar para que él la
entregue a Luisa después de leérsela en casa, en un momento adecuado de
intimidad. La carta dice así:
«Querida Luisa:
La que sigue es una carta escrita por el equipo de terapia familiar. Ellos me piden
que te la lea en primera persona, poniendo yo la voz.
Me dicen que eres tierna y frágil, y a mí me cuesta mucho percibirte así. Yo te veo
más bien dura y fuerte, pero quizá sea que, como marido, me toca la parte más
difícil de lo que es relacionarse contigo.
De todas formas, mirándolo bien, algo de cierto debe de haber en eso de tu
fragilidad cuando con tus neuras y tus "depresiones" te arriesgas a que te caiga
encima una etiqueta de enferma mental.
Me dicen también que esa fragilidad viene de tu historia personal, de que quizá te
sentías el patito feo de la familia, a diferencia de tu hermana, que era la favorita.
De acuerdo con ello, habrías luchado mucho por hacerte aceptar totalmente y a
fondo por tus padres pero no lo habrías conseguido nunca. Quizá te diste cuenta,
más o menos inconscientemente, de que no tenías nada que hacer cuando te
operaste los pechos y tus padres reaccionaron con rechazo. Esto explicaría la
intensidad de tu reacción en aquel momento.
De esa fragilidad ellos dicen que proviene tu dureza con mi madre (que es, en
realidad, también dureza conmigo). No te puedes permitir ser generosa porque, en
tu debilidad, temes que cualquier concesión te haga perder terreno.
¡Qué conducta tan impropia de una persona fuerte!
A pesar de todo, el equipo sugiere que tu debilidad te ha hecho más daño a ti que
a mí. A mí, según ellos, hasta me ha ayudado, porque me ha forzado a
distanciarme un poco de mi madre y a ser más yo mismo. Hasta dicen que quizás
haya influido en mi mejoría del asma. Yo con todo esto no estoy de acuerdo.
En fin, me piden que los despida de ti hasta la próxima sesión. Yo, en cambio, no
me despido porque, afortunadamente, sigo a tu lado.»
Mateo, al igual que Luisa antes, aprovecha la sesión individual para criticar a su
mujer, pero también se hace evidente un cierto ablandamiento, que la carta intenta
ahondar. En ella coinciden la reformulación fuerte/débil, expuesta otra vez bajo
nuevas formas, con la intensa emotividad propiciada por la suplantación de
personalidad que propone el equipo con Mateo.
CRÓNICA DE UNA TERAPIA 197
Se esperaba un efecto también intenso y ciertamente lo hubo. En un contacto
telefónico para fijar la fecha de la siguiente sesión, que hubo que modificar por
iniciativa del equipo, Luisa le comentó al terapeuta que, tras leerle la carta, su
marido había llorado durante un buen rato.
11« SESIÓN: De nuevo los dos
Se empieza hablando de la carta y Mateo dice no recordar lo que le pasó cuando
se la leyó a Luisa según le habíamos pedido. Ella cuenta que él se emocionó
mucho y se puso a llorar, sin mediar una sola palabra más. Mateo insiste en no
recordar, pero sugiere que quizá tuviera relación con sus frecuentes sentimentos
de impotencia y culpabilidad. También en el trabajo y en cuestiones prácticas
cotidianas se olvida a menudo de cosas. El terapeuta comenta que el olvido puede
convertirse en una poderosa arma defensiva.
Se vuelve a leer la carta (ahora lo hace el terapeuta) y Luisa dice que ella lo ha
tenido que hacer muchas veces para entenderla. Dice que no puede aceptar que
el equipo la vea como la describe en la carta. En concreto, lo de la etiqueta de
enferma mental... seguro que Mateo no lo ve así... y, en cuanto a ella, jamás se le
pasó por la cabeza llevar semejante etiqueta. ¡Ella se ve normalísima! Se abre una
conversación sobre la fragilidad/dureza de Luisa y las distintas maneras en que la
ven, Mateo y el equipo. El terapeuta relaciona esa percepción con la demanda de
afecto y de compañía y con la manera de formularla.
Desde el equipo se le pide a Luisa que le coja la mano a Mateo y le diga:
«Necesito que me quieras». Lo hacen, aunque con cierta dificultad inicial. Mateo
contesta cariñosamente y Luisa repite que antes él era muy romántico. El
terapeuta define a Mateo como anclado en lo racional: es un hombre y, como tal,
ha sido educado para ser fuerte, para utilizar más la razón. Por eso es tan
importante que, aunque no lo recuerde bien, se emocionara tanto leyendo la
carta...
Mateo reconoce que a él le cuesta mostrarse tierno, pero también acusa a Luisa
de ser muy intransigente. Ésta responde que ella se ha desvivido por él y que,
definitivamente, lo que más le importa es su marido y sus hijas. Por eso, y aunque
con su suegra no ha habido siempre la misma dureza, ahora lo tiene claro.
Después de quince años de pasárselo mal, está harta: Elvira en su casa y ellos en
la suya.
Quizás, añade el terapeuta, el problema esté en la manera de pedir de Luisa y en
la manera de percibirla Mateo. Como despedida se les plantean las dos funciones
que tienen: la de pareja y la de padres. Están relacionadas, pero son distintas.
Como padres lo han hecho bien, permitiendo que sus hijas crezcan sanas, pero
ahora están en una edad difícil y necesitan verles fuertes y unidos. Como pareja
parece claro que se quieren, pero tienen un problema de comunicación. «Hay en
ustedes algo así como dos príncipes dormidos que hay que despertar.»
Y el terapeuta pasa a preguntarles por su relación sexual: «¿Dormida, quizás?».
Luisa responde que precisamente hoy quería hablar de ello. Mateo explica que en
este tema tiene miedo de fracasar: «Tengo un problema de próstata y...». Luisa lo
interrumpe diciendo que este problema de próstata lo ha tenido siempre, «pero lo
que te pasa es que tienes eyaculación precoz». Añade que ella casi nunca ha
sentido nada, pero ha aprendido a fingir... Mateo se muestra sorprendido: «Nunca
he notado que fingieras». El terapeuta reconduce la situación diciendo que esa
pauta de relación sexual, aunque a ellos les haya hecho sufrir de modo
personalizado, es bastante característica del reparto de papeles masculi-
198 LA INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
nos y femeninos en nuestra cultura. Insiste en que ellos han de despertar a sus
«príncipes dormidos» y les propone las siguientes tareas:
A Mateo: «Cuando sienta que quiere a Luisa, y ése es un sentimiento que se
puede experimentar así, de repente, mirándola u oyéndola trastear por la casa, no
deje pasar la ocasión, haga algo. No hace falta que hable, haga alguna cosa:
cogerle la mano, abrazarla, acariciarla... Puede coger un libro de poesía y copiarle
un poema...». Luisa comenta que antes él le había escrito muchos y el terapeuta
anima a Mateo a recuperarlos.
A Luisa: «Pida y espere, pero no debe esperar una única respuesta
predeterminada. Organice algún acto íntimo entre ustedes en el que usted pueda
pedir de forma distinta a como lo ha hecho hasta ahora. Sabe bien que a Mateo le
cuesta responder, de manera que intente ser generosa y tolerante con él».
Y el terapeuta añade una última observación: «Ah, y durante los próximos quince
días olvídense del asunto sexo. Ahora se trata de despertar a los «príncipes», al
tiempo que despiertan también los sentimientos. ¡Ya tendrán ocasión de ejercer su
real voluntad!»
Reconvertido el problema en una dificultad de comunicación, es lógico que ahora
surja el desencuentro sexual, aunque también aquí la opción elegida será tratar el
asunto metafóricamente y a nivel emocional más que con técnicas específicas. La
prescripción, una vez más, se hace a sabiendas de que es bastante improbable
que la sigan a pie juntillas. Se trata, sobre todo, de confirmar una cierta atmósfera.
12 SESIÓN: Ahora sí
CRÓNICA DE UNA TERAPIA 199
persona más humana, con más corazón. «Tenemos dos pruebas de lo que
decimos», añade el terapeuta. «La primera se refiere al trabajo. Está menos
fanatizado y tiene ganas de volver a casa. Nos lo quiere vender como una
debilidad, pero eso no nos lo creemos. Usted no es un esclavo de la empresa.
Siente emociones que lo conducen a casa... ¡Bendita depresión!» La segunda
prueba la confirma Luisa: lo encuentra más cariñoso, lo cual sin duda es algo
positivo.
El equipo tercia anunciando una tercera prueba de que estamos ante una
depresión saludable y apuesta a que un Mateo deprimido hace mejor el amor.
Aunque evidentemente eso no depende sólo de Mateo y la apuesta se anula si
Luisa no colabora... Los dos ríen...
El terapeuta retoma el hilo para expresar sus dudas sobre si pedirles algo, ya que
siempre se las apañan para no hacer lo que les pedimos. Claro está que, hasta
ahora, les hemos planteado cosas más bien extrañas y, en cambio, hoy,
definitivamente, vamos a pedirles lo más natural del mundo. «¿Se lo imaginan?
Pues sí, les pedimos que hagan el amor aprovechando la depresión de Mateo.
Seguro que así él no tendrá que demostrar que es Superman y despertará la
ternura de Luisa, en vez de la exigencia.»
La sesión, a pesar del anuncio de Mateo de que se encuentra mal, ha sido
relajada y llena de humor. Es tal el grado de acomodación que hasta se puede
bromear con ellos sobre las relaciones sexuales. Y el humor es el me
jor envoltorio emocional para ciertas reformulaciones como, sobre todo, la de la
depresión saludable. También resulta significativo que ahora, con la pareja
razonablemente encauzada, aparezcan algunas preocupaciones sobre las hijas.
Empieza hablando Mateo y dice que Luisa se está recuperando muy bien, pero
que él, en cambio, no está nada fino... Se siente inseguro en todos los ámbitos: el
trabajo, las hijas... Luisa tercia diciendo que ahora lo encuentra más cariñoso.
El equipo interviene en clave de humor diciendo que se ha cumplido el primer
objetivo de la terapia, consistente en deprimir al marido para que sea más
cariñoso con la esposa. Luisa está haciendo un cursillo de gobernanta de hotel.
Está muy animada «...porque a mí, esto de mandar, me gusta mucho...». Mateo
asiente sonriente. El equipo continúa el diálogo humorístico: «Ahora que Luisa
trabaja, a Mateo no le va a quedar más remedio que ponerse enfermo». A lo cual
ella responde que no está dispuesta y que le ayudará en lo que haga falta. El
equipo vuelve a intervenir: «Pues a lo mejor así se cumple el segundo objetivo de
la terapia, que no es otro que lograr que la mujer ayude al marido en el trabajo».
También se felicita a Mateo por ser capaz de sentir y deprimirse, aunque sea
doloroso. En definitiva, ahora eso les permite estar más unidos.
Luisa explica que hace días que se siente muy bien pero que ahora que consigue
estar a gusto con Mateo, la hija mayor, Sandra, parece que se ha vuelto celosa. El
terapeuta comenta: «Ajá, así que le ha salido una competidora...». A lo cual
responde que ella siempre ha hecho lo posible para que las hijas quieran al padre,
puesto que a ella, por la mayor proximidad, no les ha costado quererla.
En la devolución se le dice de nuevo a Mateo que estamos gratamente
sorprendidos por su depresión. Hay depresiones que tienen un claro matiz hostil
contra la pareja, en cuyo caso ésta no capta la depresión como algo asociado al
cariño. Su supuesta depresión es de enriquecimiento personal, por lo que está
experimentando nuevas sensaciones, permitiéndose sentir. Ello lo convierte en
una
13« SESIÓN: Despedida
Empieza Mateo contando que las cosas van mucho mejor. Se encuentra más
relajado «y los traumas van desapareciendo. Y, por cierto, no es porque me olvide
de nada... »
Luisa dice que ha estado trabajando cinco días en un hotel de lujo, cobrando, y
que ahora empezará unas prácticas sin cobrar. Está exultante.
Explican cómo se organizaron el fin de semana que Luisa trabajaba. Mateo cuenta
que se sintió bien, que supo aprovechar la libertad. Habían hecho una lista de las
cosas que él debía hacer durante ese tiempo. Además, cada día la acompañaba y
la iba a buscar... El terapeuta destaca el ambiente relajado que se respira y
pregunta sobre las inminentes vacaciones. Tienen muchos planes y los
contemplan con optimismo. Se les sugiere la posibilidad de que estas vacaciones
marquen una diferencia significativa con las del año pasado, por ejemplo pasando
unos días solos, sin las hijas. Aducen un inconveniente: Mar, la menor, les
preocupa un poco porque va con gente rara y les miente, de manera que no saben
si se atreverían a dejarla sola...
La despedida de la sesión es ya despedida de la terapia. El terapeuta les comenta
que parece evidente que han sido capaces de tirar fardos pesados por la ventana
y que ahora están en un momento en que miran hacia el futuro. Y para unos
padres como ellos, mirar al futuro es también, naturalmente, preocuparse por sus
hijas. Sin duda éstas los van a poner a prueba, porque el proceso en que los hijos
se desprenden de los padres es doloroso. Si pueden afrontar, ese dolor unidos, la
pareja saldrá reforzada, pero si se presentan divididos todo será más difícil para
todos.
200 LA INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
CRÓNICA DE UNA TERAPIA 201
«Pero ahora consideramos que están ustedes muy bien capacitados para
continuar solos el camino y, por tanto, quizás ha llegado el momento de
despedirnos... Para nosotros ha sido una satisfacción conocerles y trabajar
contistedes...»
Ellos están absolutamente de acuerdo. Mateo manifiesta que, efectivamente, cree
que van a ser capaces de seguir bien hacia adelante. Él y Luisa expresan su
agradecimiento al terapeuta y al equipo...
sultado final, manifiestamente exitoso, pudo no haberlo sido dependiendo de
múltiples circunstancias, aleatorias sin duda algunas de ellas. Su conjunción
favorable, en cambio, permitió modificar narrativas individuales, así como
organización y mitos familiares, pero, sobre todo, propició una reducción
significativa del sufrimiento de varias personas. La esencia misma de la actividad
terapéutica.
Un final nada espectacular, hasta trivial si se quieren interpretar como ingenuas las
consideraciones del terapeuta. En realidad, éstas no pretenden descubrir nuevos
horizontes a la pareja, sino ritualizar la despedida conforme a las convencionales
expectativas culturales que Mateo y Luisa profesan. La referencia a su función
parental sirve para dejar una puerta abierta, por si más adelante se presentaran
problemas en ese frente, pero no es imprescindible para una terapia cuyo proceso
fundamental se ha desarrollado con anterioridad.
Repasando sucintamente los elementos básicos de tal proceso, es necesario
detenerse en el diagnóstico de distimia, que ya se realizó en la primera sesión y
que movió a tomar la decisión de trabajar con la pareja, despidiendo a las hijas y
limitando los contactos con las familias de origen a uno solo con la madre de
Mateo. Una opción muy distinta de la que habría correspondido, por ejemplo, a un
diagnóstico de depresión mayor. No hay duda de que las dificultades de Luisa
arrancan de su historia familiar y de las probables tensiones manipulatorias que
vivió con sus padres, como tampoco la hay de que el asma de Mateo y sus rasgos
de carácter más significativos remiten a su peculiar engarce en una determinada
familia de origen. Pero la hipótesis manejada a partir del diagnóstico de distimia y
de la relación simétrica inestable que sustenta los síntomas neuróticos es que
basta trabajar con la pareja para desactivar los principales circuitos disfuncionales.
Las familias de origen están muy presentes, pero en un segundo plano que la
economía de esfuerzos no aconseja desplazar a la primera línea, salvo que otros
posibles factores indiquen lo contrario. La hipótesis propone que la modificación
de la relación de pareja abrirá nuevas vías de nutrición emocional para Luisa, y
también desde luego para Mateo. Por ello el primer objetivo es descodificar los
síntomas a un lenguaje relacionel, y ello se cumple con gran facilidad en las
primeras sesiones. El resto de la terapia no hará otra cosa que centrar relaciones,
aunque también aquí respondiendo a una cierta gradación: el sexo, por ejemplo,
quedará para el final y su abordaje será muy poco explícito. Esto último, en
definitiva, porque así lo quiere la pareja que, en la última sesión, comunica con
gran claridad que no necesita técnicas específicas.
En cuanto al modelo de intervención, es de desear que el repaso de cada sesión,
aunque breve y muy esquemático, haya servido para mostrar sus principales
características. Desafío y acomodación están continuamente presentes en una
combinación incisiva pero cálida. El equipo está muy presente también, como
complemento de un terapeuta en formación al que no se debe agobiar con
responsabilidades excesivas.
El modelo es activo y versátil en el plano técnico, utilizando y permutando
continuamente recursos pragmáticos, cognitivos y emocionales. El re
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