Está en la página 1de 2

John César Pereira Galindo

¿Qué demonios es el agua?

¡Por un demonio, me siento oxidado! Eso fue lo primero que pensé. La

imaginación dejada atrás hizo que respondiera como una

computadora para lo que sirve, pero en verdad… ¿Importa cómo

sirve? ¿Le importaba siquiera a los peces? Por su puesto que les había

generado intriga lo que el pez viejo les había preguntado, pero podían

vivir desconociendo completamente qué era el agua.

Necesitaba algo grande: una solución alucinante. Impaciente por

hallar la respuesta, traté de recordar por qué se me hacía tan familiar

esa incógnita. Aposté por la memoria. ¿En dónde había escuchado o

leído ese cuento? Quizá de niño, en vacaciones, cuando tenía que,

para poder jugar al balón, leer. Seguramente lo había leído… Dudoso.

¿En el colegio? Seguramente en el colegio… Cuando me escapaba a

la enfermería para no asistir a física y, como en mis tiempo, habían

más obras que smartphones, uno tenía que distraerse con lo que

podía… Tampoco.

Es ese preciso momento que consideré, por un instante, que quizá la

respuesta estaba relacionada al bendito Derecho. ¿Es una vil trampa,

verdad. Colapse. ¿Y si me voy por otro lado?¿Probablemente tenga

que ver con nuestra filosofía de vida o cosas así, o no? Evidentemente

era fastidio lo que predominaba en mí. Sobrevivimos la vida

aprendiendo el significado exacto de cada cosa. Pero… ¿Qué pasaría

si no? Qué pasaría si para cada uno cada acontecimiento u objeto se

le brindará un entendimiento distinto? Un alivio por fin.


John César Pereira Galindo

Se abrió una puerta, una vieja puerta. Empezaron a vislumbrar tantas

cosas, tantas historias. Desvirtúe mi respuesta, porque, para mí, el

viejo pez había tenido la más loca experiencia que podía contar. Por

la madrugada, junto a un grupo de peces, había sido capturado. Unos

humanos habían puesto una malla que atravesaba el río. Cuando los

estaban por subir al vehículo aparecieron unos osos hambrientos.

Se inició una batalla entre aquellas dominantes bestias y los osos. En

plena trifulca, apareció, por otro extremo, un tercer oso que se

avecinó al que protegía la pecera junto al río y lo derribó. Es ese

preciso instante, se escuchó un estallido. Los peces no entendían qué

sucedía, todo se silenció por un instante. El oso se alzó y vociferó una

última vez.

Se desplomó con tanta fuerza que destruyó el pequeño acuario. ¡Al

-agua no! -Dijeron las bestias. Era el momento, todos lo entendieron:

¡A nadar! El viejo pez estaba tan asombrado por todo lo que

acontecía que aquel momento se le marcó para siempre.

Conmocionado por tan espectacular hazaña, siguió nadando y

nadando. Nunca supo qué era el agua, lo único que sabía era que le

había dado su libertad de nuevo y que a aquellos hombres les

molestaba el agua. En fin, estaba recordando esa sensacional victoria

en el instante en el que se encontró con los dos peces jóvenes y

preguntó. Nadie sabía qué era el agua, porque todo era cuestión de

percepción. Nunca lo sabremos. 

También podría gustarte