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J.- D.

Nasio

TOPOLOGERíA
Introducción a la topología
de Jacques Lacan

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Thpologería
De Juan David Nasio en esta biblioteca

El silencio en psicoanálisis (comp.)

Los ojos de Laura. El concepto de objeto a en la teoría de


J. Lacan

La primera versión en castellano de esta obra apareció como


tercera parte de Los ojos de Laura. El concepto de objeto a en
la teoría de J. Lacan, de Juan David Nasio, publicada por
nuestro sello editorial en 1988 y reimpresa en 1997 y 2006.
Topologería
Introducción a la topología
de Jacques Lacan

Juan David Nasio

Amorrortu editores
Buenos Aires - Madrid
Biblioteca de psicología y psicoanálisis
Directores: Jorge Colapinto y David Maldavsky
Topologerie. Introduction a la topologie psychanalytique, extraído
de Les yeu:c de Laure. Le concept d'objet a dans la théorie de J. Lacan,
Juan David Nasio
© Les yeu:c de Laure, Aubier, París, 1987
Traducción: José Luis Etcheverry
© 'Ibdos los derechos de la edición en castellano reservados por
Amorrortu editores S.A., Paraguay 1225, 7" piso - C1057AAS Buenos
Aires
Amorrortu editores España S.L., C/San Andrés, 28 - 28004 Madrid
www.amorrortueditores.com
La reproducción total o parcial de este libro en forma idéntica o mo-
dificada por cualquier medio mecánico, electrónico o informático,
incluyendo fotocopia, grabación, digitalización o cualquier sistema
de almacenamiento y recuperación de información, no autorizada
por los editores, viola derechos reservados.
Queda hecho el depósito que previene la ley nO 11.723
Industria argentina. Made in Argentina
ISBN 978-950-518-117-9

Nasio, Juan David


Topologería. Introducción a la topología de Jacques
Lacan. - 18 ed. - Buenos Aires : Amorrortu, 2007.
96 p. ; 23x14 cm.- (Biblioteca de psicología y psicoanálisis /
dirigida por Jorge Colapinto y David Maldavsky)
Traducción de: José Luis Etcheverry
ISBN 978-950-518-117-9
1. Psicoanálisis Lacaniano. 1. Etcheverry, José Luis, trad.
11. Título
CDD 150.1957

Impreso en los Talleres Gráficos Color Efe, Paso 192, Avellaneda,


provincia de Buenos Aires, en enero de 2007.

Tirada de esta edición: 2.000 ejemplares.


Índice general

9 1. Topología y psicoanálisis

25 2. Construcción visualizada del cross-


cap
Lema, 25. 1. Tres nociones previas a la construc-
ción del cross-cap: homomorfismo, inyección/
inmersión y recta proyectiva, 27. 2. Construc-
ción de la esfera provista de un cross-cap, o
inmersión del plano proyectivo en el espacio de
tres dimensiones, 33. Modelo intuitivo del cross-
cap: una pelota pinzada, 51. 3. Lectura tridi-
mensional del cross-cap, 52.

60 3. Pensar el objeto a con el cross-cap


Lema, 60. 1. Adentro/afuera, 65. 2. El corte
lacaniano del «ocho interior», 72. 3. Pensar el ob-
jeto a con el disco, 83. a. La caracola marina y el
punto fálico, 84. b. El objeto a se reduce a un
punto, 87. c. El objeto a es no especular, 89. Re-
ferencias bibliográficas de los textos de Jacques
Lacan sobre el cross-cap, 93.

94 Índice topológico

7
1. Topología y psicoanálisis

A Swann y a su alegría de vivir.

«Me atormento con el problema de averiguar cómo


es posible representar de manera plana, bidimen-
sional, algo tan corporal como nuestra teoría de la
histeria».

s. Freud, Carla a Breuer del 29 de junio de 1892.

La interdicción de lo imaginario ha hecho mu-


cho mal a los psicoanalistas en su trabajo de pen-
sar lo real. No es seguro que uno deba pronun-
ciarse contra la imagen en favor del decir o del
número. Tratándose de lo real psíquico, la cues-
tión sigue siendo: ¿qué diferencia hay entre pre-
tender decir eso real con conceptos, escribirlo con
números y mostrarlo con artificios imaginarios?
La introducción de la topología por Lacan en
la década de 1960, en particular las elaboracio-
nes recientes sobre los nudos, constituye en mi
opinión una tentativa de aprehender lo real con
recursos imaginarios y -lo veremos-, más que
imaginarios, fantasmáticos; recursos que llama-

9
ré artificios topológicos. Esta manera de abordar
la topología, que tiene más relación con el dibujo
que con el cálculo, con la pizarra que con el papel,
con la mostración que con la demostración, con-
traría la creencia según la cual hacer topología
es, para los analistas, hacer ciencia. Para trazar
una línea de demarcación entre la topología clá-
sica y la nuestra habría que proceder como en el
caso de la lingüística e inventar un nombre, por
ejemplo topologería (estoy convencido de que la
invención del término ((lingüistería» ha sido be-
néfica para disipar muchos malentendidos).
Dicho esto, queda por saber si el interés de los
psicoanalistas por la topología corresponde a
una especie de refinamiento excesivo, de preocu-
pación por problemas ultramenores, fragmenta-
rios y sin consecuencias, lo que sería propio del
período final, agonizante, de una teoría, o bien si
al contrario este interés corresponde a la recons-
titución, abierta por Lacan, de una nueva estéti-
ca trascendental conforme a la experiencia, no
del sujeto del conocimiento, sino del sujeto del in-
consciente.
Pero, ¿qué es esto real que exige disponer de
una topología para abordarlo, y de qué topología
se trata? Respondamos en dos lenguas ligeramen-
te diferentes, una freudiana, lacaniana la otra.
Freud suponía dos mundos reales e ignotos,
uno exterior, e interior, psíquico, el otro. Apoyán-

10
dos e en Kant se congratulaba con la conclusión
de que, de los dos, sólo lo real interior tema posi-
bilidades de ser cognoscible. 1
Una doble observación complicará esta sim-
ple división de mundos. En primer lugar, si es
que uno puede aprehender lo real interno, para
ello hace falta un dispositivo exterior, aun cuan-
do dependiente de las condiciones de eso mismo
real interno. Este dispositivo técnico no es pa-
ra Freud el concepto, el pensamiento o el conoci-
miento, sino la experiencia psicoanalítica mis-
ma. Ahora bien, estos dos mundos aparentemen-
te separados se interpenetran en la relación ana-
lítica en la forma cruzada de un quiasmo que liga
el deseo del paciente con el del psicoanalista. La
frontera es tan dilatada que absorbe a los dos
mundos que ella separa.
y después, segunda observación: al final de su
vida, Freud llegó a concebir de otra manera la di-
visión interior-exterior. Sin desarrollarlo verda-
deramente, admitió que el aparato psíquico te-
ma extensión en el espacio, y que el espacio a su
vez era la proyección de este aparato. 2

1 «No obstante, nos dispondremos satisfechos a experimen-


tar que la enmienda de la percepción interior no ofrece difi-
cultades tan grandes como la de la percepción exterior, y que
el objeto interior es menos incognoscible que el mundo exte-
rior .. (S. Freud, «Lo inconciente .. , en Obras completas, Bue-
nos Aires: Amorrortu, vol. 14, 1979, pág. 167).
2 «N uestro supuesto de un aparato psíquico extendido en el

11
Sin embargo, a pesar de estos últimos cuestio-
narnientos, la obra freudiana y, en general, los
psicoanalistas cuando practican el análisis siguen
escombrados con esa intuición indesarraigable
según la cual el psiquismo es un adentro limita-
do por una superficie (la piel) vuelta hacia lo real
exterior.
A la dualidad de los reales freudianos sucede
una topología lacaniana que pone en juego rela-
ciones más precisas. En lugar de dos reales se
trata de uno solo, UIÚVOCO, sin división, definido
esencialmente por su modalidad de ser imposi-
ble de representar, y en el cual el psicoanálisis si-
túa la dimensión del sexo de agotamiento impo-
sible. Frente a lo real está el sujeto; y entre los
dos, el conjunto de los recursos con que el sujeto
aborda eso real del sexo: recursos referidos a los
significantes y recursos referidos al objeto a. Los
primeros recursos son denominados síntomas;
los segundos, fantasmas. Así, entre el sujeto y el
sexo se encuentra una serie de relaciones cau-
sales, en general paradójicas, constitutivas de lo
que el psicoanálisis llama la realidad. De esta

espacio ... » (S. Freud, Esquema del psicoanálisis, en op. cit.,


vol. 23, 1980, pág. 198).
«La espacialidad acaso sea la proyección del carácter exten-
so del aparato psíquico. Ninguna otra derivación es verosímil.
En lugar de las condiciones a priori de Kant, nuestro aparato
psíquico. 'Psique es extensa, nada sabe de eso» (S. Freud,
.. Conclusiones, ideas, problemas», en op. cit., pág. 302).

12
realidad psicoanalítica procura dar razón la to-
pología.
Cuatro relaciones, más bien cuatro parejas
paradójicas de conceptos que definen la realidad
son recreadas, puestas en escena por nuestros
artificios topológicos.
He aquí brevemente cada una de esas parejas,
y el ser topológico que las figura:

1.la demanda y el deseo, figurados por el toro;


2. el sujeto dividido y su decir-un decir signi-
ficante--, figurados por la banda de Moebius;
3. un significante y los otros, figurados por la
botella de Klein, y
4. por último, el sujeto en su relación con el ob-
jeto (fantasma), figurado por el cross-cap (esfera
provista de un cross-cap).

Retomemos cada una de esas parejas pun-


tualmente, en la forma de una pregunta:

1. La primera pareja atañe a la cuestión de la


repetición. ¿Cómo aceptar que sea preciso repe-
tir dos vueltas para regresar al punto de partida
y comprobar que algo se ha perdido, cuando en
apariencia no se ha hecho más que renovar el
mismo gesto? Sin embargo, para perder verdade-
ramente hace falta en efecto dar dos veces la
vuelta. Me explico: la primera vuelta correspon-

13
de al trazado de una repetición local llamada de-
manda, mientras que la segunda comprende la
serie continua de esas repeticiones. De esas dos
vueltas resulta el deseo. La demanda, en su ex-
presión más simple (figura 1), es un mensaje di-
rigido al Otro, que vuelve al sujeto en su forma

Figura 1. Una demanda local.

invertida, pero sin que el cuerpo resulte afecta-


do, es decir, sin que nada se desprenda de la pul-
sión. Hace falta que la primera vuelta de una de-
manda local se encuentre con la vuelta de una
segunda demanda para que haya en efecto sepa-
ración; o también, no habrá deseo mientras no
hayan sido enlazadas demandas (al menos dos)
que formen una serie continua. El toro nos per-
mite pensar el trazado de dos vueltas continuas
(<<ocho interior») y el agujero central que así se
obtiene, el puesto del objeto faltante del deseo (fi-
guras 2 y 3).

3
1
Figura 2. Serie de demandas en un toro: 1, 2, 3, n . ..

14
2. La segunda pareja atañe a la cuestión del
sujeto. ¿Cómo ocurre que seamos sujeto en el mo-
mento en que no somos más que un decir y, si-
multáneamente, que seamos el sustento ausente
de las futuras repeticiones? O también, ¿cómo
ocurre que seamos otro, que cambiemos por el so-
lo hecho de decir? El ser topológico introducido
desde hace tiempo en la teoría lacaniana y que fi-
gura esta antinomia del sujeto es la banda de
Moebius. En lugar de definir el sujeto, la banda

línea del ocho interior

Figura 3. Ocho interior o plano de la serie de demandas en el toro.

de Moebius nos lo muestra. Pero sería falso iden-


tificar directamente el sujeto con la banda y de-
cir, señalándola: he aquí el sujeto. No; lo que nos
interesa en la banda de Moebius es que su pro-
piedad de tener un solo borde cambia si se opera
en ella un corte mediano (al menos es el caso pa-
ra una cinta que tiene una sola semitorsión). En
ese momento, es decir en el momento de cortar si-
guiendo la línea mediana de la banda y des-
cribiendo con las tijeras una curva cerrada (que

15
vuelve a su punto de partida), la banda pro-
piamente dicha desaparece; el resultado es una
cinta que ya no es una banda de Moebius (figuras
4y5).

Figura 4. Banda de Moebius.

Figura 5. Cinta no moebiusiana, obtenida tras el corte.

No basta entonces con representar el sujeto


en el espacio; es menester también el acto de cor-
tar, de trazar una curva cerrada. El acto de decir
es del mismo orden porque el significante deter-
mina, hiende al sujeto en dos: lo representa y, re-
presentándolo, lo hace desaparecer. Es cortando
la banda como se puede decir: he aquí el sujeto.

3. La tercera pareja atañe a la cuestión del ne-


xo, que es tan dificil imaginar, entre un signifi-
cante y el resto de la cadena significante. Es difí-
cil imaginarlo porque se trata de aprehender có-
mo un conjunto de elementos significantes sólo
tiene consistencia a condición de que en él falte
uno y, sobre todo, de que ese uno faltante se en-

16
cuentre en el exterior del conjunto o bien consti-
tuya su borde. La cadena significante consiste si,
y sólo si, un significante le ((ex-siste» como su bor-
de. Y no obstante, cuando uno intenta acotar esta
lógica del par significante --SI (el Uno) y S2 (el
conjunto)-, en el momento de la aparición de un
síntoma en el curso de la cura por ejemplo, se im-
pone enseguida el problema de la relación entre
esta formación del inconsciente (el síntoma) y el
inconsciente mismo. La buena respuesta, aun-
que mal formulada, sería: no hay inconsciente
salvo ahí donde hay síntoma, ni antes, ni des-
pués. Se habría podido utilizar la expresión ((in-
manencia» y formular también: el inconsciente
es inmanente al significante-síntoma. Ni una ni
otra de estas fórmulas es adecuada para figurar
la lógica de la relación entre un significante y los
otros. Recurramos entonces a la topología. La re-
ferencia aquí no es el corte, sino lo que se llama
la circunferencia de retroceso de la botella de
Klein. La familia de curvas constitutivas de la
trama de esta superficie sigue un movimiento tal
que, replegándose sobre ella misma, toma en de-
terminado lugar la forma del gollete de una bote-
lla. A primera vista, esa circunferencia de retro-
ceso correspondería entonces al gollete, es decir
al contorno de un agujero. En verdad, topológica-
mente esta circunferencia es parametrizable,
por toda la superficie, como si el gollete fuera pa-

17
rametrizable así en la base, en el cuello, como en
cualquier otro punto del cuerpo de la botella. Pa-
ra nosotros, la circunferencia de retroceso repre-
senta la excepción, 8 1, que puede aparecer en
cualquier punto de la superficie y que condiciona
su sostenimiento.

Figura 6. Botella de Klein.

4. Por último, la cuarta pareja atañe a la cues-


tión de la relación del sujeto con el objeto (cues-
tión esta la más cercana a los dos reales freudia-
banda de Moebius

Figura 7. Recorte de la esfera provista de un cross-cap.

nos). ¿Cómo comprender que el sujeto pueda in-


cluir en él un objeto -y al mismo tiempo incluir-
se en un objeto- que le es, no obstante, radical-

18
mente exterior y heterogéneo? En otras pala-
bras: ¿Cómo comprender que eso que llamamos
fantasma no sea una imagen en el interior de la
economía psíquica del sujeto, sino un aparato,
una edificación que se distribuye, se extiende en
la realidad confundiéndose con ella? Es el hecho
de mostramos que el adentro y el afuera son una
sola y misma cosa lo que confiere su valor al
cross-cap. Sigamos a una hormiga que parta de
un punto de la cara anterior del lóbulo izquierdo,
por ejemplo; ella pasa por la línea de falsa inter-
sección y repentinamente se encuentra sobre la
cara posterior e interior del lóbulo derecho, hasta
encontrar nuevamente, siempre sobre la cara in-
terior, pero por delante, la línea de falsa intersec-
ción. Entonces sale hacia atrás del lóbulo iz-
quierdo, sobre su cara exterior, recorre esa cara
posterior y después la anterior hasta llegar a su
punto de partida. De esta manera habrá pasado
del exterior al interior y del interior al exterior
sin haber comprobado límite alguno, sin haber
atravesado ninguna frontera. Para la hormiga
no habrá habido diferencia entre un supuesto in-
terior y un supuesto exterior de nuestra superfi-
cie. 3 Si ahora consideramos este trayecto de la
honniga como el trazado de un corte en doble la-

:3 En nuestro capítulo 3, infra, pág. 68, retomaremos este


ejemplo de la hormiga, así como la indistinción entre interior
y exterior.

19
zo, habrá recortado el cross-cap en dos partes:
una banda unilátera de Moebius, que representa
al sujeto, y un disco bilátero, que representa al
objeto a. De esta manera se obtienen los tres
elementos de la articulación del fantasma, pro-
puestos por Lacan: el sujeto ($), el corte (O) y el
objetoa.

Cada uno de estos seres geométricos (salvo el


toro y en cierta medida la banda) que acabamos
de mostrar es el resultado de cierto forzamiento
operado por la subsunción de una superficie abs-
tracta en el espacio ambiente euclidiano. La su-
perficie abstracta es en sí irrepresentable en
nuestras dimensiones intuitivas habituales,4 co-
mo no sea forzándola y produciendo una repre-
sentación no regular, bastarda, de una superficie
que sólo existe como variedad de un espacio abs-
tracto. Lo vemos bien: la topología con la cual los
psicoanalistas piensan y trabajan no es ni la to-
pología general, ni la algebraica. Aunque afin a
la topología combinatoria, es en última instancia
una topología particularísima, que caracterizaré
como mostrativa y fantasmática. No trabajamos

4 Como lo escribe J. Petitot en una introducción esclarece-


dora sobre la geometría hiperbólica: «La superficie es abs-
tracta en la medida en que no existe inyección regular de ella
en el espacio» (prefacio al libro de 1. Hermann, Parallélisme,
París: Denoel, 1980, pág. XXXIV).

20
con ecuaciones, números y letras, sino con tije-
ras, tizas y caucho.
Ahora bien, estos seres, estos lugares, ¿son
reales o ficticios? Ni lo uno ni lo otro. Son artifi-
cios singulares, efectuaciones espaciotemporales
que, a la manera de un teatro especial, dramati-
zan la paradoja: la separación del deseo pasa a
ser un agujero, el itinerario repetitivo de las de-
mandas sigue el trazado de un ocho (doble lazo),
o aún, el significante de la excepción (SI) toma la
forma del gollete de una botella. Son como ele-
mentos intermediarios entre el dominio topológi-
co estricto, del que proceden, y las parejas de con-
ceptos paradójicos de la teoría analítica. No cons-
tituyen verdaderas superficies porque, en virtud
de su inmersión en el espacio ambiente, son re-
presentaciones no regulares; tampoco son con-
ceptos, según la acepción usual, puesto que su
sentido ni se explica ni se demuestra: sólo se
muestra. Se muestra dibujando, cortando o pe-
gando.
Pero sería un error creer que esta superficie
que no es tal, y que este concepto efectuado singu-
larmente en el espacio, estos mixtos, como los lla-
maría Albert Lautman, 5 son la metáfora, buena
o mala, de la paradoja. No ilustran la paradoja,

5 A. Lautman, Structure et existence en mathématiques,


París: Hennann, 1938, pág. 107.

21
sino que son su mismo ser. No se dirá que el con-
cepto del sujeto es ilustrado por la banda de Moe-
bius, sino, insisto, se mostrará la banda y, cor-
tándola por el medio, se dirá: este es el sujeto. El
artificio no designa el ser del sujeto: lo es. 6 N o se
lee tampoco la representación, sino que se la
practica, y es esta práctica la que le da su senti-
do. El sentido está en el uso de la representación.
Ahora bien, cuando uno dice uso, dice también
malogro y fuga. Lo que escapa cuando uno traba-
ja con esos mixtos topológicos es el cuerpo. Enten-
dámonos: no el cuerpo como extensión ni como
imagen, sino como lugar parcial de goce: goce de
la mirada y del tacto. Practicar la topología sig-
nifica tratar con el cuerpo la representación y, en
ese mismo acto, inscribir esa práctica en el con-
junto de nuestras producciones fantasmáticas.
¿Qué es, en efecto, el fantasma, si no una acción,
un obrar hasta confundirnos con lo poco de
cuerpo que perdemos?
A pesar de las objeciones que pudiera plan-
tear este abordaje «clínico» 7 de la topologería,
tengo dos razones para persistir. La primera:
¿por qué no aplicar a nuestra práctica de la topo-

6 En este sentido, y en una fórmula general, diríamos que


el ser de lo psíquico, el estatuto ontológico del psiquismo, es
precisamente la topologería analítica.
7 Término con el cual Pierre Soury había calificado nuestro
proyecto en ocasión de un debate sobre este texto.

22
logía el concepto de goce que empleamos en el
trabajo con nuestros pacientes, y decirnos que la
parte de goce que esta práctica conlleva (mirada
y tacto) es sólo la transformación del goce pre-
sente en la cura bajo la forma del fantasma? Es
como si uno pudiera hablar de transmisión fan-
tasmática de una práctica a otra. La topología
que nosotros trabajamos no escapa al apotegma
lacaniano: «No existe metalenguaje». En otros
términos, no hay lenguaje (aunque sea el del ma-
nejo de los seres topológicos) que no sea desbara-
tado por el goce.
La segunda razón que me lleva a persistir en
la topología atañe a lo imaginario de los psico-
analistas. ¿En qué puede la práctica con los obje-
tos topológicos transformar en los psicoanalistas
que a ella se entregan las condiciones de su ima-
ginario? ¿Yen qué medida eso imaginario modi-
ficado, adaptado a las exigencias de la topología,
llevará al psicoanalista a escuchar de otra mane-
ra a sus analizados y a su propia experiencia?
Parto de la suposición de que, en el analista que
maneja con frecuencia estos artificios, la fami-
liaridad que llega a adquirir con ellos puede ha-
bituarlo poco a poco, si no a apercibir, al menos a
imaginar hasta cierto punto un espacio otro, más
próximo a la representación topológica de lo real
psíquico. Ya no se trataría de pretender eliminar
la intuición en beneficio de un supuesto formalis-

23
roo topológico, sino de transfonnarla. Acaso en-
tonces el ejercicio de la topología pennita abrir el
campo de un nuevo imaginario, ligado a la expe-
riencia del inconsciente.

24
2. Construcción visualizada
del cross-capl

Lema. Nuestro punto de partida ha sido el es-


tudio de las elaboraciones topológicas de Lacan.
Trabajando en detalle el origen y la construcción
del objeto topológico acaso más importante de la
teoría lacaniana, a saber, el cross-cap o, más
exactamente, la esfera provista de un cross-cap,2
hemos hecho la experiencia de que era posible
hacer formalmente de ello una presentación cla-
ra. 3 La exposición que sigue está destinada a un
lector en quien no se supone conocimientos ma-
temáticos. 4

1 Este capítulo fue realizado en colaboración con F. Tingry,


en tanto que B. Hatry tuvo a bien participar en la prepara·
ción del texto.
2 Por el momento no distinguiremos entre el «cross-cap» y
la «esfera provista de wi cross-cap». Aunque se trate de dos
objetos muy diferentes, provisionalmente emplearemos por
comodidad uno u otro de manera indistinta.
3 Un primer esbozo esquemático de esta presentación se
encuentra en F. Tingry, Nom propre et topologie des surfaces,
tesis, 1983.
4 Para el lector deseoso de dar sus primeros pasos en la ro-
pología, recomendamos un excelente libro de iniciación: M.
Fréchet y K Fan, Introduction a la topologie combinatoire,
París: Librairie Vuibert, 1946.

25
Según veremos, el cross-cap es el objeto que
resulta de la transformación de otro objeto topo-
lógico más general y más conocido por los mate-
máticos, llamado plano proyectivo. En un primer
abordaje, su diferencia reside en el hecho de que
el cross-cap es visible, en tanto que el plano pro-
yectivo no lo es. Nuestra exposición consistirá,
precisamente, en seguir paso a paso esta trans-
formación de un objeto invisible en un objeto visi-
ble. En una fonnulación más rigurosa, debemos
decir que la esfera provista de un cross-cap cons-
tituye la representación, en el espacio de tres di-
mensiones, de una superficie abstracta de dos
dimensiones, llamada plano proyectivo. Esta re-
presentación tridimensional es por así decir de-
fectuosa, y resulta de la inmersión del plano pro-
yectivo en el espacio ambiente usual. Para com-
prender mejor los diversos momentos de esta
inmersión, en una primera parte expondremos
algunas nociones previas. Después seguiremos
paso a paso las cuatro etapas que, del plano pro-
yectivo, conducen al cross-cap.

26
1. Tres nociones previas a la construcción
del cross-cap: homomorfismo,
inyección/inmersión y recta proyectiva

Para seguir las cuatro etapas de la inmersión


del plano proyectivo, hay que tener presentes tres
nociones indispensables para comprender el paso
de una etapa a la siguiente: la noción de homo-
morfismo, la de inyección/inmersión y la noción
de lo que es una recta en un plano proyectivo.

HOMOMORFISMO. En topología, dos objetos son


homomorfos si cumplen dos propiedades nota-
bles: a todo punto de uno de los objetos correspon-
de un punto y sólo uno del otro, y recíprocamente.
y a dos puntos vecinos de uno corresponden dos
puntos vecinos del otro, y recíprocamente. Estas
dos propiedades, llamadas respectivamente bi-
yección y bicontinuidad, hacen del homomorfis-
mo una transformación reversible entre dos obje-
tos. Tomemos un disco de caucho, deformémoslo
hasta convertirlo en una elipse o un cuadrado; di-
remos entonces que estas superficies que tan di-
ferentes parecen por su forma, son sin embargo
estrictamente homomorfas porque cumplen las
dos propiedades que definen al homomorfismo,
la biyeccÍón y la bicontinuidad. En ese caso se di-
rá que esas superficies (disco y cuadrado) son
equivalentes porque son homomorfas.

27
INYECCIÓN E INMERSIÓN. La inyección, lo mismo
que la inmersión, es una transformación de un
objeto inicial en un objeto final que se obtiene in-
troduciendo el primero en un medio específico.
Puede ocurrir que el objeto final sea equivalente
al objeto inicial, y que entre ellos se cumpla el ho-
momorfismo como lo hemos definido. Pero puede
ocurrir también que las condiciones del espacio
en que se desarrolla la transformación produz-
can un objeto final que no sea completamente
equivalente al objeto inicial. El primer caso, en
que los dos objetos son por entero equivalentes,
se llama inyección. En el segundo caso, llamado
inmersión ,5 la equivalencia sólo se verifica par-
cialmente. Si retomamos lo dicho acerca de las
dos propiedades del homomorfismo, la biyección
y la bicontinuidad, comprobamos que en el caso
de la inmersión la primera propiedad no se cum-
ple, que no hay biyección entre el objeto inicial y
el objeto final.
5 El término inmersión no es exclusivo de los topólogos.
También hablan de inmersión los poetas. He aquí lo que dice
R. Char: ..Lo que advendrá conoce -eomo conoce lo pasado-
una suerte de inmersión». Comentando este poema, M. Blan-
chot escribe: ..Esta inmensidad de la inmersión que es el es-
pacio mismo del canto en que vive el todo». Otro poema de
Char, Partage formel, lo esclarece así: «En poesía, es sola-
mente a partir de la comunicación y de la libre disposición de
la totalidad de las cosas entre ellas a través de nosotros como
alcanzamos a ser comprometidos y definidos, en condiciones
de obtener nuestra forma original. .. » (R. Char, Quures com-
pletes, París: Gallimard, 1983, pág. 1144).

28
Las dos transformaciones, aquella en que la
biyección se cumple y que se llama inyección, y la
otra, la inmersión, en que la biyección no se cum-
ple, son ambas aplicables al caso del plano pro-
yectivo. 6 El plano proyectivo se dirá inyectado o
inmerso según el medio en que se haya produci-
do esa transformación y según el resultado final
de esta. Si la transformación se ha desarrollado
en un medio-espacio de más de tres dimensiones,
el objeto final será por entero equivalente al pla-
no proyectivo. Hablaremos entonces de inyección
del plano proyectivo. Si en cambio se desarrolla
en un espacio euclidiano de tres dimensiones, el
objeto final no será equivalente al plano proyec-
tivo. Hablaremos en este caso de inmersión del
plano proyectivo. Como veremos después, la es-
fera provista de un cross-cap es el resultado final
de la inmersión del plano proyectivo en.un espa-
cio euclidiano de tres dimensiones.

Definidas estas nociones de


RECTA PROYECTIVA.
homomorfismo, de inyección y de inmersión,
veamos ahora qué es una recta en un plano pro-
yectivo. Comencemos por considerar el plano or-

6 Para profundizar esta diferencia entre inyección e inmer-


sión se puede consultar M. Spivak, A Comprehensive Intro-
ductwn to Differential Geometry, Publish or Perish (segunda
edición), 1979, vol. 1, págs. 13-8. Y también Encyclopedic Die-
tionary of Mathematics (de fuente japonesa), MIT Press,
1977, vol. 1, págs. 679 y 681.

29
dinario (figura 1): sabemos que dos rectas perte-
necientes a este plano son paralelas cuando no
tienen punto común, cuando no se cortan.

Figura 1. Rectas paralelas en el plano ordinario.

A diferencia del plano ordinario, el plano pro-


yectivo es aquel en que las rectas paralelas se
cortan en un punto del infinito. Veremos que el
dibujo global de este plano es imposible. Intuiti-
vamente, una idea aproximada nos la proporcio-
nan las trayectorias paralelas de varios barcos
que se alejan de la costa y parece que se fueran a
encontrar en un punto del horizonte (figura 2).

horizonte

Figura 2. Rectas paralelas en el plano proyectivo.

30
Una de las características topológicas de una
recta perteneciente al plano proyectivo es tener
un punto del infinito. Destaco el hecho de que la
recta proyectiva posee un punto del infinito, en
tanto que la recta del plano ordinario es infinita
sin punto del infinito.
He aquí ahora la otra característica de la rec-
ta proyectiva: toda recta proyectiva es una recta
cerrada. Esto significa que para pensar una rec-
ta del plano proyectivo debemos concebirla ce-
rrándose en su punto del infinito, es decir, como
una circunferencia.
Para demostrar esta propiedad fundamental
que la recta proyectiva tiene de ser homomorfa a
una circunferencia, habrá que hacer correspon-
der un punto de la recta proyectiva a un punto de
la circunferencia. He aquí la presentación, muy
intuitiva, que hemos elegido: tracemos una cir-
cunferencia C y después una recta Ll, que se supo-
ne perteneciente al plano proyectivo. Tomemos
sobre la circunferencia el punto más cercano a la
recta Ll y llamémoslo B.
Proyectando sobre el punto B todos los puntos
de la recta Ll, por ejemplo, los puntos Ll(l)' Ll(2)'
Ll(3)' Ll(4)' etc., obtenemos un haz de líneas 4, ~,~,
~, etc., que pasan por B y cortan la circunferen-
cia C en los puntos C(1)' C(2)' C(3)' C(4)' etc. Vemos
que los puntos de Ll tienen su correspondiente en
los puntos de la circunferencia. Sin embargo, hay

31
Figura 3. La recta proyectiva (tJJ es homomorfa a una circun-
ferencia (e).

un problema. Cuando queremos trazar una línea


t para hallar la correspondencia del punto B de
la circunferencia con un punto de !l, comproba-
mos que esta recta tes paralela a !l, y por lo tanto
no la corta. La recta t no puede cortar a !l, salvo
si agregamos a !l un punto del infinito. Marque-
mos entonces a la derecha del dibujo el punto del
infinito oo!l (figura 3). Podremos afirmar así que
tes la recta de proyección de 00 !l sobre el punto B
de la circunferencia C. Ahora podemos enunciar
que existe biyección porque todos los puntos de la
recta proyectiva !l, incluido oo!l, tienen un corres-
pondiente sobre la circunferencia C; y que existe
bicontinuidad, porque a dos puntos vecinos en !l
corresponden dos puntos vecinos en C, y recípro-
camente. Que exista biyección y bicontinuidad
entre !l y C nos permite decir que, efectivamen-
te, !l es homomorfa a C; por lo tanto, que la recta
proyectiva es homomorfa a una circunferencia.

32
Si la recta proyectiva es homomorfa a una
circunferencia, podemos afinnar que toda recta
proyectiva es una recta cerrada que tiene un
punto del infinito .
... ............. ¡iWiiO ii~¡,i~·iiO·¿; ii·· ............ .
...
.' '.

recta proyectiva ~

Figura 4. Una recta proyectiua es una recta cerrada; por lo


tanto, una circunferencia.

2. Construcción de la esfera provista de un


cross-cap, o inmersión del plano proyectivo
en el espacio de tres dimensiones

Ahora, si la recta proyectiva es homomorfa a


la circunferencia, ¿cómo dibujar un plano llama-
do proyectivo que contuviera a todas esas rectas,
es decir, a todas esas circunferencias? El proble-
ma se complica porque esas circunferencias no se
incluyen en un solo grupo, sino que se distribu-
yen en diferentes grupos. Cada uno de estos gru-
pos se compone de una infinitud de circunfe-
rencias que pasan por un solo punto del infinito
que les es común. Así, el dibujo de un plano pro-
yectivo se complica en extremo porque haría fal-
ta representar un número infinito de grupos de

33
circunferencias, referidos cada uno a un punto
del infinito. Tendríamos que dibujar un plano
que tuviera por límite una línea compuesta de
todos los puntos del infinito que sirven de punto
de referencia a cada uno de esos grupos. La prin-
cipal dificultad para concretar el dibujo es pre-
cisamente la representación del límite del plano
proyectivo, es decir, de esa línea compuesta por
los puntos del infinito. Para mostrar la imposibi-
lidad de semejante dibujo, ofrecemos un esque-
ma muy simplificado (figura 5). Con respecto a
esta imposibilidad, reparemos, con Pierre Soury,
en la curiosidad histórica de que «la dificultad de
dibujar el plano proyectivo sólo se reconoció ex-
plícitamente un siglo después que el plano pro-
yectivo se imaginó».7
Un p1lDto del inJinito por donde p88IlD
~ una inJinidad de cizcunferencias

Línea
- - - compuesta por los
p1lDtos del inJinito

Figura 5. Esquema que muestra la imposibilidad de dibujar


el plano proyectivo.
7 Pierre Soury, Chaínes et noeuds, París, 1986, texto 142.

34
Si verdaderamente nos empeñamos en obte-
ner una representación visible de ese plano pro-
yectivo, es decir, una representación en el espa-
cio de tres dimensiones, debemos desembarazar-
nos poco a poco de esas rectas proyectivas-cir-
cunferencias, que tan difícil resulta imaginar
juntas. Transformaremos para ello, con auxilio
de la noción de homomorfismo, esas circunfe-
rencias y el plano que las contiene en elementos
más manejables. A través de una serie de trans-
formaciones sustituiremos el plano proyectivo
por un objeto llamado cross-cap o, más exacta-
mente, esfera provista de un cross-cap. Una y
otro son superficies, pero mientras que el plano
proyectivo es una superficie abstracta, la esfera
provista de un cross-cap es una superficie con-
creta. Esta última consiste en una representa-
ción irregular, bastarda, que aparece cuando uno
hace inmersión del plano proyectivo en el espacio
habitual.

Para llegar a esta esfera provista de un cross-


cap tenemos que pasar por cuatro etapas. En pri-
mer lugar transformaremos por homomorfismo
el plano proyectivo en un objeto más manejable:
el haz de rectas. Una vez construido el haz de
rectas, intentaremos reemplazarlo por un objeto
equivalente, más manejable aún, llamado he-
misferio. Tropezaremos entonces con una dificul-

35
tad para realizar esta sustitución, y ella nos in-
ducirá en un primer tiempo a transformar el haz
de rectas no en un hemisferio regular, sino en un
hemisferio mal pegado. Pero como este hemisfe-
rio extravagante tampoco habrá de satisfacer-
nos, nos veremos obligados en un segundo tiem-

En resumen:

lra. etapa El plano proyectivo es homomor-


fo al haz de rectas (a un punto del
plano proyectivo corresponde una
recta del haz).
2da. etapa Una dificultad: no existe biyec-
ción entre el haz de rectas y el he-
misferio.
3ra. etapa Una mala solución: hemisferio
mal pegado.
4ta. etapa : Una solución mejor que la prece-
dente, pero todavía defectuosa: la
esfera provista de un cross-cap.
Obtenemos una mejor represen-
tación, pero la dificultad no que-
da resuelta: no hay todavía biyec-
ción entre el haz de rectas y esta
nueva representación.
Conclusión:
plano proyectivo _inmersión
_ _ _ _••~ esfera provista
de un cross-cap.

36
po a transformar por fin el haz de rectas en una
esfera provista de un cross-cap.

Primera etapa. Demostremos que el plano


proyectivo es homomorfo al haz de rectas. Ante
todo recordemos que un haz de rectas (figura 6)
es el conjunto de las rectas del espacio que pasan
por un punto dado, O; estas rectas son tanto hori-
zontales (por ejemplo, d', N, M ... ) como verti-
cales (por ejemplo, dI' d 2, d3, d 4... ).

Figura 6. Un haz de rectas.

Ahora pongamos el haz en correspondencia


con nuestro plano proyectivo, que el dibujo de la
figura 7 se limita a evocar: solamente lo evoca,
puesto que ya dijimos que es imposible figurar
exactamente ese plano.
Para establecer el homomorfismo entre el pla-
no proyectivo y el haz de rectas debemos hacer

37
corresponder puntos con rectas: los puntos del
plano proyectivo con las rectas del haz. Pero,
¿qué puntos del plano proyectivo? Todos los pun-
tos, desde luego: quiero decir los puntos ordina-
rios, pero también los puntos del infinito. Ahora
bien, estos puntos del infinito son los que verda-
deramente nos interesan y los que nos opondrán
dificultades cuando intentemos realizar el homo-
morfismo.

·~e;deI
infinito
común
alJ.ylJ.·

Figura 7. Homomorfismo entre el plano proyectivo y el haz de


rectas.

Comencemos entonces por colocar simple-


mente el plano proyectivo sobre el haz de rectas
de manera que estas lo atraviesen. Los puntos 1,
2, 3, 4, 5, etc., por los cuales el plano es atravesa-
do, corresponden a las rectas dI' d 2 • d 3 , d 4 , d 5 ,
etc., que lo atraviesan. A cada punto corresponde
una recta, y recíprocamente.
Pero nos encontramos con un problema: ¿a
qué recta del haz corresponde el punto del infini-
to (00 ~ ~') común a las rectas ~ y ~' del plano pro-
yectivo? A primera vista no disponemos de rama

38
alguna del haz que correspondiera a ese punto.
La solución consiste en elegir una recta horizon-
tal d' del haz y del plano Q, que pase por O y que
sea paralela a las dos rectas 11 y 11' del plano pro-
yectivo. Podemos imaginar que esta recta escogi-
da sea la que pasa por el punto del infinito (00 11
11') del plano proyectivo, común a las dos rectas 11
y 11'. Así hemos establecido la biyección: a cada
punto del plano proyectivo, incluidos sus puntos
del infinito, corresponde una sola recta del haz, y
recíprocamente. Hemos obtenido también la bi-
continuidad: a dos puntos vecinos en el plano
proyectivo corresponden dos rectas vecinas en el
haz, y recíprocamente. Cumplidas estas dos con-
diciones, podemos afinnar que el plano proyecti-
vo es homomorfo al haz. Por consiguiente, en lo
sucesivo podemos dejar de hablar del plano pro-
yectivo y referimos, en cambio, a su equivalente,
más manejable, que es el haz de rectas.

Segunda etapa. Dificultad para establecer


una biyección entre el haz de rectas y un hemis-
ferio.
Ahora queremos desembarazarnos del haz de
rectas y trabajar con un objeto más manejable
aún, el hemisferio. Veamos pues si son equiva-
lentes, es decir, si se cumple la operación de bi-
yección entre las rectas del haz y los puntos del
hellÚsferio.

39
Comencemos trazando el haz de las rectas ho-
rizontales y verticales que pasa por el centro O
(figura 8), y recubrámoslo con una calota (hemis-
ferio) de centro O. El borde de esta calota se apo-
ya sobre el plano ordinario Q.

.....--_..... .----- hemisferio


(calota)

Plano Q

emisferio
Figura 8. Haz y hemisferio. La recta horizontal d' corta el
borde del hemisferio en dos puntos opuestos A y A'.

¿Existe biyección entre el haz de rectas y el


hemisferio? Si examinamos el dibujo (figura 8)
es evidente que las rectas verticales del haz (dI'
d 2 ... ) atraviesan la calota en un solo punto cada
una de ellas, y que en este caso la biyección se
cumple: a una recta vertical del haz corresponde
un punto de la calota. Pero la biyección no se
cumple en el caso de las rectas horizontales, co-
mo d' y d", porque estas rectas cortan dos veces,
cada una de ellas, el hemisferio en su borde. Pa-
ra cada recta horizontal tenemos más de un pun-
to de intersección: precisamente tenemos dos.
Por ejemplo, la recta d' corta el borde del hemis-

40
ferio en dos puntos, Ay N. Estos puntos diame-
tralmente opuestos se llaman puntos antipó-
dicos.
Estamos entonces frente a un problema: no
existe homomorfismo entre el haz de rectas y el
hemisferio; para ello, en efecto, habria sido preci-
so que a cada recta del haz correspondiera un
punto y sólo uno del hemisferio, lo que no se cum-
ple en el caso de las rectas horizontales como d'.
A estas les corresponden, en el borde, dos pun-
tos, y no uno solo.

Para conseguir la biyección que buscamos,


que ponga en correspondencia una recta horizon-
tal del haz, por ejemplo d', con un punto y sólo uno
del borde del hemisferio, es preciso eliminar el he-
cho de que existan dos puntos. En verdad, si qui-
siéramos, podríamos establecer esta biyección sin
dificultad alguna y de manera inmediata, re-
curriendo a determinado cálculo matemático. Por
esta vía teórica obtendriamos enseguida el ho-
momorfismo deseado entre el haz de rectas y un
hemisferio, condensando los dos puntos opuestos
del borde, en uno solo. Un matemático habria
procedido de ese modo y se habria conformado
con ello. Pero nosotros preferimos otro camino.
Queremos permanecer en el espacio de tres
dimensiones y saber si manipulando el hemisfe-
rio como lo hariamos con un objeto real alcanza-

41
remos la biyección buscada: una recta del haz pa-
ra un punto del borde del hemisferio. Nos empe-
ñamos en perseverar en el registro de los dibujos
y de las cosas manipulables hasta tropezar con
una imposibilidad infranqueable. Haremos en
consecuencia un primer ensayo de manipulación
del hemisferio. Resultará un fracaso, y esto nos
obligará a adoptar otro procedimiento: conse-
guiremos por fin nuestro cross-cap.

Tercera etapa. Una mala solución: el hemisfe-


rio mal pegado.
Imaginemos que pegamos uno con otro los dos
puntos opuestos Ay A', del borde del hemisferio,
para convertirlos en uno solo. Entonces, a la rec-
ta d' corresponderá un solo punto. Para que to-
das las rectas horizontales del haz tengan como
correspondiente un solo punto cada una de ellas,
tendríamos que pegar, además, todas las otras
parejas de puntos diametrahnente opuestos del
borde del hemisferio.
Ahora bien, ¿qué ocurre? En el afán de conse-
guir la biyección, y queriendo pegar de manera
cruzada los puntos opuestos del borde del hemis-
ferio, pronto advertimos la imposibilidad de rea-
lizar semejante sutura. Esto se debe a que he-
mos intentado pegar torpemente el borde man-
teniendo el hemisferio apoyado sobre un plano.
Mientras persistamos en pegar el hemisferio sin

42
abandonar el plano, la sutura resultará imposi-
ble, no la podremos efectuar correctamente.
El dibujo de la figura 9 es la mejor aproxima-
ción que pudimos encontrar para evocar hasta
qué punto es imposible poner en práctica y aun
representar este modo de sutura.

Figura 9. Hemisferio mal pegado.

No hemos entonces encontrado la biyección


que procurábamos, y en consecuencia no obtuvi-
mos un objeto más manejable, que fuera equiva-
lente al haz de rectas. Nuestro interrogante era:
¿es o no es el haz de rectas homomorfo al hemisfe-
rio? Ahora, tras nuestra tentativa de pegadura,
podemos responder: el haz de rectas no es homo-
morfo al hemisferio con borde (calota) de la figu-
ra 8, ni al hemisferio mal pegado de la figura 9.
Acaso la sutura no se puede realizar porque
operamos una pegadura demasiado rudimenta-
ria y sin método. ¿Hay otra manera de pegar dos
a dos los puntos opuestos del borde del hemisfe-
rio? Sí, a condición de hacer esa pegadura sin
apoyar el hemisferio sobre un plano, como lo es-

43
taban la calota (figura 8) y el hemisferio mal pe-
gado (figura 9). Librado del plano, el borde del
hemisferio se volverá flexible y manejable.

Cuarta etapa. Una solución mejor que la pre-


cedente, pero defectuosa todavía: hemisferio me-
jor pegado y obtención de una esfera provista de
un cross-cap; mas no por ello habremos obtenido
la biyección entre el haz de rectas y esta esfera
coronada por un cross-cap.

Volvamos a nuestra segunda etapa, al mo-


mento de la calota apoyada sobre el plano. Que-
ríamos conseguir la biyección entre una recta ho-
rizontal cualquiera del haz y un punto y sólo uno
del borde del hemisferio. Habíamos intentado
pegar el borde de manera de reducir a un punto
solo cada pareja de puntos opuestos. Ahora pe-
guemos ese borde sin que el hemisferio esté obli-
gado a permanecer apoyado sobre un plano y si-
guiendo un procedimiento metódico. Veremos
que esta vez reduciremos a un punto cada par de
puntos opuestos, y que la sutura se realiza por
fin. Esta nueva pegadura nos conducirá al cabo
al objeto llamado esfera provista de un cross-cap.
y sin embargo, no quedaremos satisfechos. Una
nueva e inesperada dificultad no nos permitirá
establecer la biyección deseada. Habremos he-
cho bien la pegadura, pero, como lo hemos de ex-

44
plicar después, la sutura resultante no responde-
rá a nuestra expectativa: habremos pegado de-
masiado. Antes la pegadura pecaba por defecto
porque era imposible (hemisferio mal pegado)
reunir dos puntos en uno solo; ahora, según vere-
mos, pecará por exceso porque reunirá cuatro
puntos en uno solo. Volveremos sobre esta nueva
dificultad. Pero procedamos antes a la pegadura
que nos lleva al cross-cap.
En primer lugar volvamos a nuestro hellÚsfe-
rio con forma de calota, pero no lo apoyemos esta
vez en un plano (figura 10). Hundámoslo hasta
que se convierta en una especie de cuenco (figu-
ra 11).
Ahora tomemos sobre el borde del cuenco dos
parejas de puntos antipódicos: por ejemplo (A,
N) y (B, B'). Tirando ligeramente hacia arriba los
puntos A, A' y hacia abajo los puntos B, B' (figura
12), deformamos el cuenco hasta obtener el obje-
to de la figura 13.
bundlr
pon. trBDolarmar
en.....,..,

1 ,,
,,
I

-~-----~~
."., ...... .,.
, ,,1 ............... ... ,
A ' __________ 1 __________ A'
, ,
,,

Figura 10. Hemisferio no apoyado en un plano.

45
Figura 11. Cuenco.

Para construir la esfera provista de un cross-


cap, no nos queda más que pegar de manera cru-

-
zada los cuatro segmentos siguientes del borde

-
....-- ,-....
del hemisferio: AB con el segmento A'B' y AB' con
el segmento A'B (figura 14). Insistamos en seña-

Figura 12. Cuenco.

Figura 13.

lar que se trata de una pegadura cruzada. Cerra-


mos entonces el hemisferio haciendo coincidir
así todos los puntos constituyentes de uno de los

46
Modelo intuitivo del cross-cap: una pelota de tripa pinzada
en su parte superior.

47
segmentos del borde con todos los puntos consti-
tuyentes del segmento opuesto del borde, y lo
mismo en el caso de los puntos de los otros dos
segmentos. Por ejemplo, el punto 1 quedará pe-
gado de manera cruzada con el punto 4, y el pun-
to 2 quedará pegado con el punto 3 (figura 14).
La representación topológica así obtenida es
una esfera pinzada cuya parte superior muestra
claramente la sutura en tanto es una línea verti-
cal trazada entre los puntos A yA', que ahora se
han convertido en un solo punto (extremidad su-
perior de la línea), y los puntos B y B', que se han
convertido ellos también en un solo punto (extre-
midad inferior de la línea) (figura 15).
Observación: es esta superficie global la que
Lacan llama en general «cross-cap». En realidad
el nombre cross-cap designa solamente la parte
superior pinzada que corona a la parte inferior
esférica, en tanto que el conjunto de la superficie
se llama esfera provista de un cross-cap (figura
16). Precisemos que el cross-cap propiamente di-
cho es una superficie abierta porque tiene un
borde, mientras que la esfera provista de un
cross-cap es una superficie cerrada porque no
tiene borde.

49
Figura 14~adura cruzada del segmento~onÑE"y del
segmento AB' con lfñ:'

LInea de
I-~~~-----~.u~a

Figura 15. Esfera provista de un cross-cap.

croaa-cap
~ propiamente
...-- cIiclw

EsCera
proviate parte
de un _ _ _ eaférica
croea-<:ap

Figura 16.

50
Modelo intuitivo del cross-cap: una pelota
pinzada (fotografia)

Hemos hecho la experiencia de que una vez


aprendida y adquirida esta demostración for-
mal, se hacía necesario volver visible y, por qué
no, palpable el cross-cap.
No podíamos conformarnos con demostrar el
cross-cap, necesitábamos efectuarlo también en
una dimensión espaciotemporal. En un primer
momento habíamos pensado en darle forma ma-
nipulando pasta de modelar. Pero tras algunas
tentativas intentamos con diferentes materiales
(hilos metálicos, por ejemplo), hasta que por fin
tuvimos la idea de utilizar una pelota inflada,
tan liviana como el aire, pinzándola en su parte
superior. Enseguida nos sorprendió ver lo bien
que esta simple pelota pinzada evocaba el resul-
tado al que habíamos llegado con una demostra-
ción rigurosa.

CONCLUSIÓN. La esfera provista de un cross-


cap resulta de la inmersión del plano proyectivo
en un espacio tridimensional.

Hemos llegado, por fin, a la esfera provista de


un cross-cap. Pero, ¿cumple la pegadura así efec-
tuada la biyección que buscábamos, entre las
rectas horizontales del haz y los puntos del borde

51
del hemisferio, es decir, los puntos de la línea de
sutura? No; la sutura así constituida no pennite
la biyección. Explicaremos por qué. Pero desde
ahora podemos concluir que no habiéndose cum-
plido la biyección, la esfera provista de un cross-
cap, que acabamos de construir, no es un objeto
equivalente al plano proyectivo. Si retomamos el
distingo entre inmersión e inyección, diremos
entonces que el plano proyectivo está inmerso, y
no inyectado en tres dimensiones. Lo que enton-
ces vemos en un espacio de tres dimensiones, es
decir la esfera provista de un cross-cap, es una
representación visible, pero defectuosa, del pla-
no proyectivo; no es, por lo tanto, su equivalente.
El defecto se sitúa, muy precisamente, en la lí-
nea de la sutura.

3. Lectura tridimensional del cross-cap

a. La línea de sutura tal como la vemos


en un espacio de tres dimensiones:
una línea vertical ordinaria

¿Por qué la sutura así obtenida no pennite la


biyección? Para comprender por qué la biyección
no se cumple es preciso ante todo distinguir dos
clases de rectas horizontales en el haz; una clase

52
compuesta solamente por dos rectas horizonta-
les, d' y su perpendicular d" (figura 17), y otra
clase compuesta por todas las demás rectas hori-
zontales oblicuas, como N y M. Para las dos rec-
tas perpendiculares de la primera clase, la biyec-
ción se confirma plenamente; en efecto, a cada
una de ellas corresponde un solo punto, y reCÍ-
procamente. Ejemplo: a d' corresponderá el pun-
to único (A, A'), Ya su perpendicular d" correspon-
derá el punto único (B, B'). O sea que las dos rec-
tas horizontales perpendiculares del haz tienen
su correspondiente respectivo en los dos extre-
mos, superior e inferior, de la línea de sutura.
N o ocurre lo mismo en el caso de las rectas ho-
rizontales oblicuas del haz. La biyección no se
cumple para ellas porque no tenemos una corres-
pondencia de una recta a un punto --como logra-
damente sucede con las rectas horizontales per-
pendiculares-, sino de dos rectas a un punto. En
una palabra: la biyección entre el haz y la esfera
provista de un cross-cap no se cumple para las
rectas horizontales oblicuas.
Consideremos bien la figura 14. Ella muestra
el instante previo a la pegadura del borde. Los pun-
tos A y A' arriba, y B Y B' abajo, se harán respec-
tivamente, en el momento de la pegadura efectiva,
un solo punto. Un solo punto arriba, para el que
estableceremos la notación AA', y un solo punto
abajo, cuya notación será BB' (figura 15).

53
En el nivel de A y A' hay sólo dos puntos por
pegar, y lo mismo en el caso de B y B'. Ahora
bien, en cualquier otro nivel del borde, interme-
dio entre esos extremos, advertimos que no hay
dos puntos por pegar, sino cuatro: un punto por
cada uno de los cuatro segmentos del borde ple-
gado. Es evidente que la diferencia entre los ex-
tremos del borde, en que sólo hay dos puntos por
pegar, y los niveles intermedios, en que hay cua-
tro, se debe al hecho de haber plegado nosotros el
borde en cuatro.
Consideremos por ejemplo los cuatro puntos
que numeramos 1,2,3,4 (figura 14). ¿Cómo pe-
garemos estos cuatro puntos? Recordemos que
se trataba de pegar dos a dos todos los puntos
opuestos diametralmente del borde del hemisfe-
rio; buscábamos con ello que cada pareja de pun-
tos se asociara a una recta horizontal del haz.
Así, los puntos 1 y 4 corresponden a la recta hori-
zontal oblicua M del haz, y los puntos 2 y 3, a la
recta horizontal oblicua N del haz (figura 18). El
punto 1 quedará pegado a su opuesto, el punto 4;
yel punto 2, a su opuesto, el 3. ¿Qué resulta de
esto? Queríamos pegar estos puntos dos a dos,
pero dada su situación, a saber, en el mismo ni-
vel sobre el borde, en el momento de la pegadura
se confunden los cuatro en un solo punto de la
línea de sutura (figura 18).

54
Ahora que está pegado el borde plegado en
cuatro, tenemos de la sutura una visión mejor
que en el caso del hemisferio mal pegado; ella se

~ •••••.•.•..
PiaDoQ

Dos rectas dos puntos


corresponden a de la linea
horizontales
perpendiculares de sutura
del haz

Figura 17. Aquí la biyección se cumple: a cada recta un


punto.

·
x ~
N
· · .
o
M·······
. . . . . : . : . ,/ 1.2.3.41
forman
un unto
.................. ~......................... .
............... ..
PI"""Q

Dos rectas un punto


corresponden a de la linea
horizontales
oblic/J4B de sutura
del haz

Figura 18. Aquí la biyección no se cumple: dos rectas por un


punto.

muestra en un espacio de tres dimensiones como


una simple línea vertical ordinaria. Pero, ¿qué se
ha hecho de la biyección que procurábamos entre
las rectas del haz y los puntos del borde del he-
misferio, es decir los puntos de la línea de sutu-

55
ra? Y bien, tampoco ahora la hemos obtenido.
Antes de la pegadura, nuestro problema era que
teníamos una recta horizontal del haz para dos
puntos del borde del hemisferio. Ahora que he-
mos pegado los cuatro segmentos del borde ple-
gado del hemisferio, advertimos que nuestro ob-
jetivo de tener un punto para cada recta, y conse-
guir así la biyección, se ha alcanzado en el caso
de las rectas horizontales perpendiculares d' y
d", relacionadas con los puntos de los extremos
de la línea de sutura, (AA') y (BB'); en cambio, no
se alcanzó para todas las demás rectas horizon-
tales oblicuas N y M, relacionadas con los puntos
intennedios de la línea, como son 1, 2, 3, 4. Com-
probamos entonces que en lugar de tener una
recta por un punto, tenemos dos rectas por un
punto. ¿Por qué? Porque esos cuatro puntos 1, 2,
3, 4, en el momento de la pegadura se convierten
en un solo punto. Y como esos cuatro puntos es-
tán en correspondencia con dos rectas horizonta-
les oblicuas del haz, es decir, 1 y 4 con la recta M,
y 2 Y 3 con la recta N, concluimos que esas dos
rectas tendrán por referente un único punto. En
consecuencia la biyección no se cumple. Para
realizar efectivamente esta habríamos debido
obtener una relación simple de un elemento a un
elemento, de una recta a un punto. Es en efecto
el caso de las dos rectas horizontales perpendicu-
lares d' y d", puesto que a cada una le corres pon-

56
de un punto y sólo uno, situados en sendos extre-
mos de la línea de sutura: a una recta, un punto.
En cambio, las rectas horizontales oblicuas del
haz, como M y N, tienen dos a dos el mismo pun-
to por correspondiente: a dos rectas, un punto.
Si retomamos el comienzo de nuestra demos-
tración donde habíamos concluido en la equiva-
lencia entre una recta cualquiera del haz y un
punto del infinito del plano proyectivo, ahora po-
demos afinnar lo siguiente:

a. Como el punto del extremo superior y el


punto del extremo inferior de la línea de sutura
equivalen, cada uno, a una recta del haz, cada
uno equivale también a un punto del infinito del
plano proyectivo. Concretamente, los dos puntos,
superior e inferior, de la Unea de sutura represen-
tan dos puntos del infinito. La biyección aquí se
cumple.
b. Como cualquier punto intennedio de la lí-
nea de sutura equivale a dos rectas del haz, equi-
vale también a dos puntos del infinito del plano
proyectivo. Concretamente, todo punto interme-
dio de esta Unea representa dos puntos del infini-
to. La biyección no se cumple.

57
b. Interpretación de la línea de sutura
en un espacio de tres dimensiones

¿Qué evoca la línea de sutura? Vemos un tra-


zo negro vertical ahí donde logramos pegar los
cuatro segmentos del borde plegado, y donde, co-
mo acabamos de demostrar, la biyección no se
cumple. Contemplando el trazo, el lector puede
extraer dos interpretaciones sucesivas ligadas al
hecho de que vive en un espacio tridimensional.
Primero, con toda simplicidad, puede pensar que
la línea es el lugar de encuentro convergente de
los cuatro segmentos del hemisferio. Después,
que en virtud de la pegadura cruzada, dos a dos, de
esos cuatro segmentos, la línea es la marca de la
intersección de las dos componentes conexas re-
sultantes de la sutura: una estriada, punteada la
otra (figura 20). Pero como esas componentes no
Punto recta dos
del horizontal puntos
infinito oblicua por pegar
OOM • (M) (1-4)
~ [1,2,3,4]
un
~ solopunto
ooN • (N) (2-3)
Punto recta dos
del horiwntal puntos
infinito oblicua por pegar

Figura 19. Esquema general de correspondencias; muestra


que la biyeccwn no se cumple: a dos puntos del infinito corres-
ponde un solo punto; en consecuencia no existe biyeccwn_

58
son, de por sí, otra cosa que las dos extremidades
de una misma superficie, su intersección debe
denominarse autointersección. En efecto, en el
nivel de la línea de sutura, la esfera provista de
un cross-cap se penetra ella misma o se autope-
netra.

Figura 20. Intersección de las dos áreas, o autointersección de


la superficie.

En tres dimensiones siempre, esta línea de la


sutura o línea de autointersección hace de esta
una superficie cerrada con un adentro y un afue-
ra, y que en consecuencia tiene una cara interna
y una cara externa. Dado que esta superficie tie-
ne dos caras, se la llama bilátera.

59
3. Pensar el objeto a con el cross-cap

«Volver visible lo que TW lo es, haciendo sufrir alojo».

Paul Klee

Lema. Hasta aquí nos hemos impuesto traba-


jar en tres dimensiones. Hemos operado la in-
mersión de una superficie abstracta, el plano
proyectivo, en el espacio ambiente euclidiano, y
así obtuvimos una superficie concreta no regu-
lar: la esfera provista de un cross-cap. La no re-
gularidad de la superficie concreta, recordémos-
lo, se localiza precisamente en la línea de sutura
que pinza la parte superior de nuestra pelota
(véase la fotografía, pág. 47). Insistamos en que
esta superficie imperfecta es un objeto de dos
dimensiones que resulta de la inmersión de otra
superficie igualmente de dos dimensiones, pero
abstracta (plano proyectivo), en el espacio am-
biente de tres dimensiones. Terminamos el capí-
tulo anterior con una lectura tridimensional del
cross-cap sin ver otra cosa que aquello que se nos
dio de manera evidente. Esta lectura, de algún

60
modo limitada, nos lo mostró como una super-
ficie cerrada y bilátera, es decir, que tiene dos ca-
ras, una interior, exterior la otra. Ahora bien, el
cross-cap que interesa al psicoanalista es sin du-
da este mismo que acabamos de construir, pero
pensado de manera abstracta. Se trata de ver la
esfera provista de un cross-cap con su defecto de
la línea y con sus dos caras, pensándola empero
sin ese defecto y con una sola cara. ¿Qué que-
remos decir? Que ahí donde, en tres dimensio-
nes, vemos las dos componentes conexas cruzar-
se en el nivel de la línea de la sutura (figura 20),
debemos esforzarnos mentalmente por aceptar,
no obstante las apariencias, que esas componen-
tes no se cruzan. Es imposible representar en tres
dimensiones, con un dibujo, un cross-cap que no
muestre la intersección de las dos componentes.
Tenemos entonces dos clases de cross-cap: el que
pacientemente hemos construido, con su defecto
de la línea, superficie bilátera y tal como se ofre-
ce a nuestra vista, y después otro cross-cap, uni-
látero, engendrado puramente por reglas alge-
braicas, sin el defecto de la línea, y que no vemos.
¿Por qué el defecto de la línea aparece s610 en el
caso del cross-cap visible? Porque este defecto es
inherente a los constreñimiento s propios de una
construcción que hemos debido realizar en tres
dimensiones. El defecto de la línea es un defecto
normal mientras queramos permanecer dentro

61
de nuestro espacio de tres dimensiones y obtener
una representación visual del plano proyectivo.
Así, cuando hacemos inmersión del plano pro-
yectivo en un espacio tridimensional, obtenemos
una representación visible, que es nuestra esfera
provista de un cross-cap, pero no conseguimos la
biyección. Si por el contrario abandonamos el es-
pacio de tres dimensiones en favor de una elabo-
ración estrictamente algebraica, obtenemos un
objeto teórico sin defecto, pero entonces perde-
mos la posibilidad de una representación visible.
En suma, el cross-cap visible no es equivalente al
plano proyectivo, mientras que el cross-cap abs-
tracto, es decir engendrado teóricamente y sin
impureza, le es equivalente.
En el esquema de la pág. 63 presentamos la
articulación entre el plano proyectivo y las dos
esferas provistas de un cross-cap: una, concreta,
inmersa en nuestro espacio ordinario de tres di-
mensiones, y abstracta la otra.
Tenemos entonces dos clases de cross-cap,
uno concreto con defecto, y abstracto y sin defec-
to el otro. Veremos que el cross-cap de que habla
Lacan y con el cual el psicoanalista piensa deter-
minados problemas ligados a su práctica no es ni
uno ni el otro, sino los dos a la vez. El cross-cap
que nos interesa es ciertamente el que vemos,
pero al que atribuimos las propiedades de otro
que no vemos. Por ejemplo, registramos clara-

62
mente la línea de autointersección de las dos
componentes, que pinza la parte superior de
nuestra pelota, y sin embargo debemos hacer co-
mo si esta línea no existiera. Examinaremos des-
pués cómo otra característica del cross-cap, la de
ser una superficie divisible por un corte, sólo se
podrá aprehender, también ella, por medio de es-
te esfuerzo de abstracción.

Espacio
de tres

El ojo del psicoanalista que mira el cross-cap concreto como si


fuera abstracto.

Reparemos en que este abordaje que trata las


cosas concretas como si fueran abstractas, el

63
cross-cap concreto como si fuera el cross-cap abs-
tracto, se asemeja a la manera en que, según
Freud, funciona el pensamiento de los esquizo-
frénicos. «Cuando pensamos en abstracto nos ex-
ponemos al peligro de descuidar los vínculos de
las palabras con las representaciones-cosa in-
conscientes, y es innegable que entonces nuestro
filosofar cobra una indeseada semejanza, en su
expresión y en su contenido, con la modalidad de
trabajo de los esquizofrénicos. [... ] puede ensa-
yarse esta caracterización del modo de pensa-
miento de los esquizofrénicos: ellos tratan cosas
concretas como si fueran abstractas». 1

Siguiendo este abordaje de un cross-cap con-


creto al que atribuimos cualidades abstractas, se
abren tres problemáticas en el campo del psico-
análisis: la relación adentro / afuera; el corte y lo
que este significa en tanto línea que separa y
reúne dos partes heterogéneas, y por último la
especialísima problemática de una de esas par-
tes recortadas que Lacan identifica con el objeto
a. Prácticamente el cross-cap materializa, o me-
jor todavía piensa materialmente, tres conceptos
psicoanalíticos: la indistinción adentro/afuera,
el corte entre el sujeto dividido del inconsciente y
el objeto a, y por último las propiedades particu-
1 S. Freud, "Lo inconciente», en Obras completas, Buenos
Aires: Amorrortu, vol. 14, 1979, págs. 200-1.

64
lares de este objeto. El elemento común a estos
tres conceptos es el de falo o de significante
fálico, figurado en el cross-cap justamente por un
punto singular de esta línea llamada de autoin-
tersección. 2

1.i\dentro/afUera

Hemos establecido que la esfera provista de


un cross-cap en su versión concreta y visible es
una superficie cerrada con un interior y un exte-
rior. Es exactamente lo que muestra la fotogra-
fía. Señalemos que «cerrada» es el nombre que se
da a una superficie que no tiene borde. El toro
(cámara de aire) es otro ejemplo de superficie
que, no teniendo borde, es cerrada, y cuyo inte-
rior no se confunde con el exterior. En efecto, si
pintarnos la cara exterior del toro, su cara inte-
rior permanecerá virgen, a menos que para pin-
tarla abramos el toro con unas tijeras. En un es-
pacio de tres dimensiones, tanto el toro como
nuestra esfera provista de un cross-cap son su-
perficies cerradas y biláteras, es decir que po-
seen dos caras, una hacia afuera, y hacia adentro

2 Al fmal de este capítulo enumeramos los diferentes textos


y seminarios de J. Lacan en los que él trata de estas tres pro-
blemáticas psicoanalíticas del cross-cap.

65
la otra. Ahora bien, a diferencia del toro, la esfe-
ra provista de un cross-cap presenta esa tan par-
ticular anomalía que hemos llamado línea de su-
tura y que ahora podemos denominar línea de
autointersección. Autointersección en la medida
en que las dos componentes conexas que se cru-
zan, puesto que pertenecen a la misma superfi-
cie, se pueden considerar como un cuerpo que en-
tra en contacto consigo mismo. Ciertos textos de
topología la llaman también línea de aUtocontac-
to o de autocruzamiento. Insistamos: esta línea
es verdadera en el cross-cap concreto y es falsa
en el cross-cap abstracto.
Veremos que según la manera de considerar
esta línea atribuiremos al cross-cap la propiedad
de ser una superficie bilátera o bien de ser una
superficie unilátera. 3 Expliquémonos. Si consi-
3 En topología, una superficie tiene dos clases de propie-
dades. Por una parte, propiedades intrínsecas que dependen
sólo de la naturaleza misma de la superficie y que están fun-
dadas en reglas y cálculos teóricos: es el caso de la propiedad
que una superficie tiene de ser orientable o no orientable. Por
otra parte, propiedades extrínsecas que dependen del espacio
en que la superficie está situada: es el caso de la propiedad de
ser unilátera o bilátera (tener una cara o dos caras). La misma
superficie, unilátera en cierto espacio, puede ser bilátera en
otro (cfr. H. Seifert y W. Threlfall, A Textbook ofTopology,
Nueva York: Academic Press, 1980, y también D. W. Blackett,
Elementary Topology, Nueva York: Academic Press, 1978).
Observemos que el estudio de estas propiedades se vuelve
más delicado cuando la superficie entra en alguna parte en
contacto con ella misma, como ocurre en el caso de nuestra
esfera provista de un cross-cap que, situada en un espacio de

66
deramos la línea como el lugar en que las dos
componentes se encuentran (figura 20), diremos
que el cross-cap es cerrado y que tiene dos caras
que se mantienen distintas, sin continuidad en-
tre una y otra: el interior está separado del exte-
rior, y la superficie es bilátera. Si por el contrario
atribuimos a este mismo cross-cap concreto la
propiedad teórica de no tener línea de autointer-
sección, partiendo del supuesto de que las com-
ponentes no se cruzan, diremos entonces que el
cross-cap tiene una sola cara, que podemos reco-
rrer entera sin discontinuidad: el interior no está
separado del exterior y la superficie es en conse-
cuencia unilátera. En este último caso afirmare-
mos que no existe frontera alguna entre el su-
puesto interior y el supuesto exterior de la super-
ficie. En una palabra: a condición de reconocerle
una propiedad estrictamente teórica, el cross-
cap no tiene adentro ni afuera. La particularidad
del cross-cap de no poseer ni interior ni exterior
no es, por lo tanto, directamente aprehensible
por el ojo; es preciso hacer un esfuerzo de abs-
tracción tal que, aun mirando la línea que pinza
nuestra pelota, podamos empero pensarla como
algo que no está ahí o, simplemente, como algo
inexistente.

tres dimensiones, entra en contacto con ella misma a lo largo


de toda la línea de autointersección.

67
Vemos que el cross-cap que interesa al psi-
coanalista no es el cross-cap concreto que he-
mos construido en tres dimensiones, ni el abs-
tracto que existe en fórmulas algebraicas, sino
la conjunción de los dos.

Para comprender esta propiedad teórica de


llil cross-cap que no tuviera ni adentro ni afuera,
retomemos el ejemplo de la hormiga que recorría
la superficie. Ella no encontraría nunca la línea
llamada de autointersección. Si la hormiga parte
de llil plliltO de la cara exterior y anterior delló-
bulo derecho del cross-cap para dirigirse hacia el
lugar llamado de la línea, se sorprenderá llegan-
do a la cara interior y posterior del lóbulo izquier-
do sin haber traspuesto ningún límite ni fronte-
ra. Es decir que habrá pasado de llil supuesto ex-
terior a llil supuesto interior sin hallar obstáculo
algllilo. El obstáculo que habria podido hallar si
nos situáramos en un abordaje concreto tridi-
mensional, y estrictamente tridimensional, del
cross-cap habria sido, por ejemplo, otra hormiga
que cumpliera un itinerario simétrico: que hu-
biera partido de la cara exterior y anterior delló-
bulo izquierdo, y hubiera llegado a la cara inte-
rior y posterior del lóbulo derecho. En resumen,
para reconocer la propiedad teórica que deja al
cross-cap sin adentro ni afuera, aplicariamos

68
una regla que enunciara: dos honnigas que pasa-
ran simétricamente en el mismo tiempo y lugar
no se encontrarían, y una no podría representar
un obstáculo para la otra.
Observemos que esta propiedad teórica de
unilateralidad del cross-cap es asimilable a la
unilateralidad de la célebre banda de Moebius.
En efecto, si uno recorre esta banda, se manten-
drá siempre sobre su única cara. Dicho esto, la
unilateralidad del cross-cap es mucho más inte-
resante que en el caso de la banda de Moebius,
porque esta es una superficie abierta, en tanto
que el cross-cap es una superficie cerrada; es mu-
cho más curioso e interesante pensar la unila-
teralidad en una pelota cerrada que en una cinta
abierta. ¿Por qué? Porque si admitimos -desde
cierto ángulo teórico, recordémoslo-- que las su-
puestas dos caras de un cuerpo voluminoso ce-
rrado forman una sola cara, inmediatamente es
preciso aceptar también que el orden llamado in-
terior del cuerpo está en perfecta continuidad
con el medio ambiente. El cuerpo está cerrado y
no obstante el medio que lo rodea está ahí aden-
tro. O, a la inversa, el medio rodea un cuerpo ce-
rrado del cual es, empero, el núcleo más íntimo.
Desarreglar la frontera adentro/afuera: he
ahí lo que el cross-cap enseña al psicoanálisis y
con lo cual el psicoanálisis piensa el espacio. Hay
tres maneras de tratar la frontera adentro/afue-

69
ra. La manera intuitiva la reconoce como una di-
visoria o una piel que separa el adentro del afue-
ra de un cuerpo cerrado. La manera topológica
-cross-cap abstracto- la considera directa-
mente como una frontera inexistente porque el
adentro está en continuidad con el afuera; en
este caso, desde luego, los términos «adentro» y
«afuera» ya no tienen razón de ser porque no es-
tán más en oposición, sino en continuidad. Y, por
último, la manera «psicoanalítica», que si consi-
dera la frontera como inexistente, mantiene em-
pero el empleo de estos dos términos, adentro
(interior) y afuera (exterior), pero invirtiendo por
completo su sentido ordinario. La utilización psi-
coanalítica de expresiones como «afuera», «exte-
rior», «adentro» e «interior» en relación con pro-
blemas bien determinados condensa, en defini-
tiva, tres tiempos de un procedimiento mental:
reconocer primero que el adentro no es el afuera,
anular después esta oposición y restaurar por
último estos mismos términos subvirtiendo radi-
calmente su sentido inicial. Concretamente: es
mucho más ceñido pensar en términos de aden-
tro y de afuera subvirtiendo su relación, que afir-
mar simplemente su inexistencia. Por ejemplo,
la relación entre el psicoanálisis en intensión y el
psicoanálisis en extensión sólo recibe su verda-
dero alcance si se emplea la pareja «interior/ex-
terior» de manera subvertida. Hay que identifi-

70
car el horizonte más lejano de la extensión del
campo analítico con el borde del agujero más in-
terior de la experiencia analítica. 4 Pero el proble-
ma psicoanalítico principal para el cual es abso-
lutamente indispensable distorsionar la parti-
ción adentro/afuera es el de la relación del sujeto
con las dos instancias psíquicas fundamentales
que son el inconsciente y el goce. En lo que a esto
respecta, es suficiente aquí recordar lo esencial:
el inconsciente y el goce son exteriores al sujeto,
que, a través del acontecimiento de un dicho o de
un hacer, los actualiza. Basta con un dicho o un
hacer para reconocer que en ese momento -y
sólo en ese momento, el del acontecimiento--- el
inconsciente y el goce se extienden en el espacio
supuesto afuera del sujeto portador de ese dicho
o de ese hacer. Toda la dificultad reside en esto:
llegar a concebir el goce y el inconsciente como
instancias exteriores, parásitas y que rodean al
sujeto en el momento en que ocurre un aconteci-
miento en la cura. En otros términos, es con el
cross-cap como pensamos esta figura inaudita de
un psiquismo exterior al sujeto, cuando en prin-
cipio constituye su instancia más íntima.

4 Cfr. J. Lacan: «Conforme a la topología del plano proyec-


tivo, es en el horizonte mismo del psicoanálisis en extensión
donde se anuda el círculo interior que trazamos como hiancia
del psicoanálisis en intensión» (J. Lacan, «Proposition du 9
octobre 1967 sur le psychanalyste de l'École», en Annuaire de
l'École Freudienne de Paris, pág. 15).

71
2. El corte lacaniano del «ocho interior»

«Aquel [el psicoanalista] que sabe abrir diestra-


mente, con un par de tijeras, el objeto a. ese es el amo
del deseo».
J. Lacan

La otra propiedad del cross-cap que nos inte-


resa se revela en el acto de recortar. Todos los
mixtos de nuestra topologería, y en particular la
superficie esférica provista de un cross-cap, úni-
camente a condición de sufrir cierto tipo de corte
demuestran su potencia como maternas psico-
analíticos, es decir, su potencia como medios de
transmisión. Nuestras superficies sólo se actua-
lizan por medio del recorte, y sólo existen por los
bordes que las tijeras confirman o engendran. 5
Precisemos desde ahora que los cortes de que
trataremos en lo que sigue se tienen que imagi-
nar como secciones hechas con tijeras sobre el
cross-cap llamado «concreto», pero a condición de
respetar la regla teórica siguiente: cuando las ti-

5 «Se llama corte a una sección hecha con tijeras en la su-


perficie, partiendo de un punto de un borde para llegar a un
punto de un borde l... J El corte quedará terminado cuando
hayamos llegado -a un punto del borde, sea un punto de los
bordes primitivos o un punto de los bordes nuevos determi-
nados por el pasaje de las tijeras» (cfr. P. Appel, Théorie des
fonctions algébriques, Nueva York: Chelsea, 1929, vol. 1,
pág. 100).

72
jeras encuentren la línea llamada de autointer-
sección, haremos como si esta línea no existiera,
como si el cross-cap que vamos a recortar no po-
seyera espesor ni línea por la cual estuviera en
contacto consigo mismo. Por consiguiente, si fija-
mos esta regla, debemos aceptar que recortare-
mos con tijeras concretas un cross-cap concreto,
pero siguiendo un trazado teórico.
Los cortes que nos interesan, practicados so-
bre la esfera provista de un cross-cap, son sim-
ples curvas cerradas, llamadas curvas de J or-
dan. Estas se pueden clasificar en dos tipos: las
que separan la superficie en dos trozos y las que
la dejan continua. Las que verdaderamente nos
importan son las primeras y, en particular, aque-
lla de que Lacan se valió para dar razón de la
lógica de la repetición significante y sus efectos,
llamada ((corte del ocho interior» (figura 1).6
El corte del ocho interior divide nuestro cross-
cap en dos: una superficie no orientable -la
banda de Moebius- identificada con el sujeto
del inconsciente y una superficie orientable -un

6 Esta expresión de «ocho interior'» o de «ocho invertido» es


mala porque no indica claramente a qué deformación de la
figura del número ocho se refiere. En realidad, se trata de
una simple plegadura o doblez: el lazo superior del ocho se
repliega sobre el interior del lazo inferior. Si hiciera falta
rebautizar este ocho lo habríamos llamado «ocho plegado».
Observemos que los dos lazos se superponen pero que no se
tocan en un punto que les fuera común.

73
disco- identificada con el objeto a. Agreguemos
que la diferencia entre los cortes que separan la
superficie en dos trozos y los que no la separan
reside en el hecho de que los cortes separadores
atraviesan la línea de autointersección un núme-
ro par de veces, en tanto que los no separadores
la atraviesan un número impar de veces. Co-
..... .....

. . "-._::::::"--~ . ./\
1:. . . . _ plegadura

Figura 1. Ocho interior y ocho plegado.

mo veremos, el ocho interior atraviesa dos veces


esa línea. Descomponiendo la superficie en dos
partes absolutamente heterogéneas, el ocho in-
terior confinua en acto que esas partes, aunque
heterogéneas, no por ello dejaban de componer
esa única pieza que es la esfera provista de un
cross-cap. Dicho de otro modo, es preciso cortar
el cross-cap para comprobar que la porción orien-

74
table y la porción no orientable que de ello resul-
ta, es decir el objeto a y el sujeto del inconsciente,
han podido coexistir juntas y en continuidad en
una superficie ininterrumpida.
Ahora bien, ¿por qué elegir ese trazado en for-
ma de ocho interior para dividir el cross-cap,
siendo que con otras secciones cerradas, que tu-
vieran otro contorno y atravesaran también la
línea de autointersección un número par de ve-
ces, obtendríamos una separación idéntica?7
Ello obedece a que el trazado en dos lazos del cor-
te llamado del ocho interior materializa como
ningún otro los diferentes momentos de la repe-
tición del significante.
La importancia que en la teoría lacaniana tie-
ne este trazado en dos lazos, de los que uno en-
globa al otro, rebasa la problemática del cross-
cap. Independientemente de los contextos teóri-
cos en que interviene, el ocho interior responde a
una articulación definida: en todos los casos, so-
porta la función del dicho en su relación con el su-
jeto. Existe un término para designar esa rela-
ción fundamental, y es el de repetición. El ocho
interior u ocho plegado representa gráficamente

7 Adviértase que si recortamos una ventanita en nuestra


pelota cross-cap en un lugar bien alejado de la línea de auto-
intersección, obtendremos los mismos dos trozos que resul-
tan del corte del ocho interior. Así, un corte que no atraviesa
la línea de autointersección divide también al cross-cap en
dos partes distintas.

75
la lógica de la repetición de los significantes y su
efecto de sujeto. Así, cuando operamos una inci-
sión en el cross-cap siguiendo un corte de este ti-
po, hacemos algo más que materializar la inci-
dencia de las palabras (no importa cuáles) sobre
una superficie que las preexiste: inscribimos en lo
real el efecto que esas palabras provocan una vez
que han sido dichas. Expliquémonos. Tomemos
el ocho plegado, pensemos con él la repetición,
apliquémoslo sobre nuestra superficie esferoide,
verifiquemos que atraviesa dos veces la línea de
autointersección y reconozcamos que los efectos
producidos han sido los efectos de la repetición.
Concretamente, el corte de la repetición en
forma de ocho plegado incluye tres aspectos: el
despliegue de la curva en dos lazos, su cierre fi-
nal y sus efectos registrables en la transforma-
ción del cross-cap. Comencemos por describir los
dos lazos. La unidad núnima del movimiento re-
petitivo está dada por un vector de orientación
progresiva y por otro de orientación retroactiva. 8
.-...
El vector AB muestra los dos estados de un acon-
tecimiento: antes de repetirse, en A, y cuando se
repite, en B. Ahora bien, nada nos autoriza a ha-

8 Este esquema del apres·coup retoma el esquema del pri-


mer estadio del Grafo, construido por Lacan en el curso de los
seminarios Las formaciones del inconsciente y El deseo y su
interpretación (1957, 1958, 1959), para figurar los dos esta-
dos del significante. El «padre .. del ocho plegado parece ser
ese núcleo mínimo del Grafo del deseo.

76
blar de repetición si no introducimos un tercer
elemento, trivial, pero decisivo: el simple hecho
de contar. Si no contamos un antes y un después,
o, más bien, una primera, una segunda y una
enésima vez, nunca habrá repetición. En otros
términos, el estado del acontecimiento antes de
ser repetido pasa al estado repetido a condición
de que exista una cuenta y alguien que cuente,

Figura 2. Esquema del apres-coup.

entendiéndose que esta cuenta sólo se verifica


una vez cumplida la repetición en B. Antes de la
repetición, y en consecuencia antes de contar, A
no existía; A no será primero si un segundo, B, no
lo repite. Debemos trazar entonces el vector HA
de orientación retroactiva y significar así que B
consagra a A como acontecimiento original. Este
primer lazo esquematiza simplemente el movi-
miento que conocemos con la expresión apres-
coup. A sólo se vuelve primero apres-coup, des-
pués que hemos contado a B como su repetición.

77
El lazo grande que engloba al pequeño repre-
senta la operación de contar como talo, más
exactamente, el elemento que hace posible el
cálculo, a saber, el trazo de escritura. Este ele-
mento -el trazo del escrito-- no es, empero, él
mismo reductible a un número. Se sitúa fuera de
la serie o, si se quiere, fuera de la sucesión repeti-
tiva. En esta calidad de elemento exterior lleva el
nombre, que le ha dado Lacan, del Uno en más.
Hemos dicho que en el horizonte de la cuenta
hay siempre uno que cuenta y calcula. Pero cuen-
ta y calcula sin poder contarse a sí mismo. La
impotencia radical del ser hablante y gozante es
no poder reconocerse en las repeticiones sucesi-
vas. El sujeto cuenta, pero él no se cuenta, o más
bien es contado como un sujeto en menos. El en-
lace final de esta curva doble que tiene la forma
de un ocho interior significa que la repetición se
ha cumplido y hace nacer un sujeto nuevo que
acabamos de calificar como sujeto en menos. El
punto e de la figura 3 marca entonces tres aspec-
tos: la clausura del movimiento de repetición, la
clausura de la operación de cuenta y el surgi-
miento de un sujeto nuevo.
Si ahora, siguiendo el movimiento y la orien-
tación de esta curva del ocho interior, hacemos
incisión en la esfera provista de un cross-cap (fi-
gura 4), obtendremos al final del corte dos super-
ficies: una equivalente a una banda de Moebius,

78
que Lacan identifica con ese sujeto nuevo, y la
otra equivalente a un disco, que identifica con el
objeto a. En definitiva, recortar el cross-cap con
\JnO en más

Figura 3. Constituyentes del ocho interior.

Línea del corte Parte equivalente a una


del «ocho interior» banda de Moebius: $

Parte equivalente
a un disco: a
Figura 4.

tijeras que siguieran el trazado del ocho interior


constituiría el gesto que materializa espacial-
mente el hecho de que la repetición produce un
sujeto y deja caer un residuo.

79
Observemos dos cosas, una de ellas referida a
los detalles del recorte de la superficie, y la otra,
atinente a los efectos que se producen. Trasladé-
monos a la figura 4 y miremos el trayecto que
efectúan las tijeras. Las tijeras significantes co-
mienzan su recorrido en un punto de la línea de
autointersección, para volver a pasar por ella en
un punto ligeramente más bajo, después de ha-
ber hecho incisión en la cara anterior de la pelota
siguiendo el trazado de un giro. Una vez que han
llegado a este segundo nivel de la línea, prosi-
guen su recorte (representado en nuestro dibujo
por un vector en línea de puntos), pero esta vez
sobre la cara posterior. Por último, volverán a
encontrarse con la línea en el punto en que co-
menzaron su trayecto. En este momento preciso
en que el lazo se cierra, la superficie se separa en
dos trozos.
Pasemos ahora a esas dos partes recortadas.
Para comprender cabalmente su naturaleza, es
indispensable -otra vez- evitar el error de con-
fundir el cross-cap concreto con el cross-cap abs-
tracto. Debernos ser, entonces, claros. La incisión
efectiva hecha con unas tijeras metálicas en una
superficie espesa (nuestra pelota, por ejemplo,
pero realizada en yeso) no es otra cosa que la ale-
goría o la mostración espaciotemporal de un
corte teórico trazado sobre una superficie sin es-
pesor, ni línea, ni puntos en que entrara en con-

80
tacto consigo misma (esta última superficie abs-
tracta no tiene, en consecuencia, línea de autoin-
tersección).
Si respetamos este distingo concreto/abstrac-
to en el caso del corte, no nos resultará dificil res-
petarlo también en cuanto a los productos del
corte. En efecto, los dos trozos separados tras la
incisión espaciotemporal de una pelota cross-cap
de yeso arrastran consigo, cada uno, la porción
de línea de autointersección que originariamen-
te los pinzaba cuando formaban parte de la su-
perficie global. Entonces, cada uno de los dos tro-
zos lleva la huella de la anomalía, que es la auto-
intersección. Ahora bien, se trata de considerar
estos dos trozos haciendo abstracción de nuevo
de esas porciones de línea en que cada uno de ellos
entraría en contacto consigo mismo. Con esta
condición, es decir, pensarlos sin esa línea de au-
tocontacto, se los podrá legítimamente conside-
rar equivalentes a una banda no orientable el
uno y a un disco orientable el otro. Siempre a tra-
vés de esta perspectiva teórica, señalemos que la
esfera provista de un cross-cap es globalmente
una superficie no orientable. Desde el punto de
vista topológico, en la coexistencia continua de lo
orientable y lo no orientable en una única super-
ficie, es lo no orientable lo que imprime su sello:
es la banda la que prevalece sobre el disco. Si nos
limitáramos a considerar simplemente y sin a

81
priori topológico la pelota cross-cap, sería al con-
trario lo orientable, es decir la esfericidad, la que
privaría.
En nuestra opinión, Lacan sostiene este con-
traste entre el cross-cap abstracto y el cross-cap
concreto cuando habla de la asfera 9 para desig-
nar el carácter abstracto de una superficie que la
banda de Moebius ha vuelto no orientable, y de la
infla,lO para designar el aspecto esferoide y ce-
rrado del cross-cap concreto. Desde luego que la
asfera únicamente nos parecerá asfera con pos-
terioridad, es decir, después de haber comproba-
do nosotros que en la infla estaba contenida la
banda de Moebius, después, por consiguiente, de
que se haya producido el corte y se haya despren-
dido el trozo equivalente a la banda. Hace falta
cortar la infla, desprender el trozo equivalente a
la banda y reconocer entonces, y sólo entonces,
que la infla concreta que veíamos en tres dimen-
siones representaba una asfera en cuatro dimen-
siones. Es necesario cortar para percatarse de la
estructura. A fin de que la infla ~oss-cap con-
creto- devenga asfera --cross-cap abstracto--
hace falta un corte separador que finalmente
desprenda una banda de Moebius y muestre que
la superficie de la infla era una superficie domi-

9 J. Lacan, «L'étourdit», en Scilicet, n° 4, Seuil, 1973, págs.


27-30, 39 Y 41-2.
10 ¡bid., pág. 30.

82
nada por el carácter no orientable de esta ban-
da.!l
De los dos trozos disjuntos producidos por el
corte, ya hemos examinado el caso de la banda de
Moebius y su relación con el sujeto del incons-
ciente. 12 N os resta considerar ahora el otro trozo
-orientable- donde Lacan sitúa al objeto a.

3. Pensar el objeto a con el disco

Consideremos ahora una propiedad particu-


lar de esta parte central de la pelota cross-cap
(dibujada en puntillado en la figura 4) que el
corte del ocho interior acaba de enuclear. A la
vista, este trozo desprendido tiene la forma de
una caracola marina y lleva la marca de una
pequeña porción de la línea de autointersección.
Esta superficie parece seguir un movimiento en
espiral ascendente, a la manera, si se quiere, de
una pequeña construcción para guardar automó-
viles, de rampas circulares con dos plataformas
(figura 5).

11 En esta misma perspectiva, pero con un sentido ligera-


mente diferente, Lacan escribe: « ••• pero con su doble lazo [es
decir, el doble lazo que es el corte en forma de ocho interior],
que haga de la esfera una asfera o cross-cap" (ibid., pág. 39).
12 Véase supra, capítulo 1, págs. 9-24.

83
Pero recordemos otra vez que si consideramos
este mismo trozo desde el punto de vista teórico,
no habrá residuo de la línea de autointersección
y por consiguiente tampoco tendrá la forma de
una caracola; sólo presenta esta forma en tres di-
mensiones. Desde este punto de vista teórico, en
que ya nos hemos situado varias veces, la super-
ficie caracola marina equivale, y sólo en ese caso
equivale, a un disco orientable. Pero lo que llevó
a Lacan a identificar ese disco con el objeto a no
fue sólo su índole orientable, con su valor de con-
traste frente a la banda no orientable que mate-
rializaba al sujeto del inconsciente. En efecto, el
disco posee otras dos características igualmente
importantes.
residuo de la línea \
de autointersección

Figura 5. Superficie de caracola marina que materializa al


objeto a.

a. La caracola marina y el punto fálico. En pri-


mer lugar, así como el disco orientable cae tras el

84
corte arrastrando consigo el residuo de la línea
de autointersección, el objeto a cae marcado por
el trazo de la función fálica. Lacan confiere gran
importancia no tanto a la pequeña porción de la
línea de intersección que dibuja la caracola,
cuanto al punto singular en que termina esta
porción de línea. Este punto, que a veces es
también un agujero o también un punto-agujero,
es según Lacan el organizador que otorga con-
sistencia a esta superficie que es la esfera pro-
vista de un cross-cap, yel punto en torno del cual
giran los dos lazos del corte del ocho interior. Su
papel es tal que permite especificar las dos par-
tes separadas por este corte: una -la caracola
marina- conservará el punto en su seno, mien-
tras que la otra -la banda de Moebius- no lo
tendrá. Pero, ¿qué significa en psicoanálisis real-
zar el valor de este punto singular situado en el
extremo inferior de la línea de autointersección?
Decimos bien en psicoanálisis, porque, topo-
lógicamente hablando, este punto a que se re-
fiere Lacan no es más privilegiado que el otro
punto singular situado en el extremo superior de
la línea. Desde este ángulo estrictamente topoló-
gico, este punto no merece entonces ser realzado.
Más aún, esos dos puntos privilegiados, uno si-
tuado en lo alto y el otro en lo bajo de aquella lí-
nea, sólo existen porque la línea de autointersec-
ción existe, es decir, existe en tres dimensiones.

85
Fuera de nuestro espacio usual, en el cross-cap
abstracto, no hay ni línea ni punto privilegiado.
Señalado esto, intentemos ahora comprender
el valor psicoanalítico del punto singular que es-
tá en el centro de la superficie ---cross-cap con-
creUr-- y de la caracola cuando ha sido enucleada
por el corte. Este punto central representa el sig-
nificante fálico surgido de la experiencia de cas-
tración entendida como la transformación en un
significante, de ese órgano particular que es el
pene. Lacan enunciaría: el falo es lo que resulta
de la elevación del pene a la dignidad de sig-
nificante. Pero ¿significante de qué? Puesto que
el deseo que pone en juego al órgano peniano es
sin duda el deseo sexual o, más exactamente, el
deseo del Otro, el falo será el significante de este
deseo. Un proceso así de transformación, que el
psicoanálisis llama pues castración, constituye
la matriz siguiendo la cual se separarán todas
las demás partes del cuerpo, aun si ninguna de
estas partes llega, como el pene, a devenir signi-
ficante. En suma, hablar de significante fálico
equivale a afirmar la primacía de la castración y,
correlativamente, del deseo del Otro que le es
implícito, sobre cualquier otra experiencia de se-
paración. He ahí, brevemente, la premisa que
era indispensable recordar para justificar el in-
terés que dedicamos al hecho de que el punto ter-
minal de la línea marca con su sello el trozo enu-

86
cleado llamado caracola marina, con el cual pen-
samos al objeto a. De este modo el falo marca con
su significación al objeto a para promoverlo corno
objeto de deseo.

b. El objeto a se reduce a un punto. La otra pro-


piedad notable que asimila el objeto a a la ca-
racola marina o disco consiste en su capacidad de
deformación. Para mayor claridad llamaremos
en lo sucesivo «disco» a lo que hemos denomina-
do caracola marina. Entre las deformaciones
posibles del disco, hay dos para retener: una li-
gada al espejo, la otra intrínseca a la naturaleza
misma del disco. Comencemos por esta última.
Podernos deformar este disco hasta reducirlo a
un punto y, así retraído, relocalizarlo junto a la
banda de Moebius. En efecto, si querernos re-
pegar mentalmente la banda con el disco ahora
vuelto puntiforrne, es decir, si complementarnos
la banda con un punto, alcanzaremos la singular
coyuntura en que la banda de Moebius se apoya
en un punto y en torno de este se despliega. Si ca-
be imaginar esa pegadura abstracta, concebire-
mos entonces la banda ligada a un punto exterior
por intermedio de un conjunto de rectas que
unen ese punto con cada uno de los puntos del
borde de la banda. Precisemos que ese punto su-
plementario no sólo es exterior a la banda, sino
exterior también al espacio usual, corno si ese

87
punto fuera un punto de fuga evanescente, por
donde se aspirara la banda hacia la cuarta di-
mensión. 13
Lacan se valió de esta propiedad de deforma-
ción puntiforme del disco para mostrar que en
efecto el sujeto del inconsciente no se apoya más
que en su objeto --el objeto a- devenido un pun-
to excéntrico y evanescente. Si quisiéramos se-
ñalar la diferencia entre la relación del yo con el
mundo y la relación del sujeto del inconciente
con el mundo, concluiríamos que el mundo yoico
es esférico y concéntrico, mientras que el mundo
del sujeto dividido es puntual y excéntrico.
Recordemos brevemente cómo trata Lacan en
su texto «L'étourdit» esta relación de la banda
con el disco.
1. La banda de Moebius se compone de una fa-
milia de líneas, cada una de las cuales se compo-
ne a su vez de puntos, que tienen, todos, la par-
ticularidad de ser un lugar donde el derecho es
también el revés. En todo punto de la superficie
de la banda se verifica esta anomalía de un dere-
cho que se confunde con el revés. Así las cosas,
toda línea de la familia es una línea de puntos
«torsionados» o, como dice Lacan, una ((línea sin
puntos». 14 Señalemos que es posible reducir toda

13 Este punto debe ser situado en una cuarta dimensión.


14 Op. cit., pág. 27.

88
la superficie de la banda a una sola línea sin pun-
tos y calificar entonces la banda de Moebius con
esta expresión: línea sin puntos. Comprobemos
también que así condensada en una línea, la
banda corresponde exactamente a la línea del
corte del ocho interior. De donde el corolario: si la
banda reducida a una línea equivale al corte del
ocho interior, entonces el corte y la banda son
una sola cosa y la misma.
2. En cuanto al disco puntual exterior a la
banda, es decir a la línea, está justificado enton-
ces considerarlo, con Lacan, como un punto ex-
tra-línea. 15
3. En suma, el cross-cap es la conjunción-
disjunción de una línea sin puntos y de un punto
extra-línea.

c. El objeto a es no especular. La otra propie-


dad más curiosa por la cual el objeto se asirrúla al
disco consiste en la capacidad que este último
tiene de deformarse de suerte de hacer desapare-
cer su imagen en el espejo. El disco puede defor-
marse sin desgarradura ni adherencias hasta
adoptar exactamente la misma disposición espa-
cial que la imagen en el espejo. En ese momento
no hay más imagen. Imaginemos un hombre de

15 Ibid., pág. 27. La asimilación del objeto a a este punto


extra-línea hace eco al calificativo de extra-cuerpo con el que
Lacan caracteriza al a.

89
caucho puesto delante de un espejo y que tenga
un lunar en la mejilla izquierda. Imaginemos
además que su imagen reflejada -esta tiene el
lunar en la mejilla derecha- permanezca fijada
como una fotografia. Supongamos ahora que por
medio de una deformación continua nuestro
hombre consiga llegar a la misma disposición
corporal que la imagen fijada frente a él y a su-
perponérsele. 16 Para ello debe primero dar me-
dio giro sobre sí mismo de manera que presen-
tando su espalda al espejo entre en él retroce-
diendo. Así incluso en el espejo, seguirá teniendo
su rostro señalado por el lunar en la mejilla iz-
quierda, en tanto la imagen que permaneció fija-
da seguirá teniéndolo en la mejilla derecha. Para
que la superposición de nuestro hombre con su
imagen sea perfecta, hace falta que consiga ade-
más deformar su rostro de caucho hasta hacer
pasar su lunar de la mejilla izquierda a la mejilla
derecha. En ese momento, y merced a esa curio-
sa mueca, corresponderá exactamente punto por
punto a la figura fijada de su imagen; el lunar
desplazado ahora sobre su mejilla derecha se
corresponderá al fin con el lunar que aparecía en
la mejilla derecha de la imagen reflejada. Al pre-
cio de una extravagante deformación de su ros-

16 En cuadro muy hennoso, Magritte pinta a un hombre de


espaldas que se contempla en un espejo que asombrosamente
devuelve la imagen de este hombre, pero de espaldas.

90
tro, el hombre ha terminado por superponerse a
su imagen como si esta lo hubiera absorbido. Se
dirá entonces que entre el ser y la imagen no
existe ya relación de alteridad o, sencillamente,
que el ser ya no tiene imagen. Llamamos ser no
especular a este que ya no tiene imagen porque
se ha fusionado en ella.
Es precisamente el resultado que Lacan ob-
tiene manipulando el trozo llamado disco o cara-
cola marina. Tratando de justificar la no especu-
laridad del objeto a, maltrata y deforma este tro-
zo de superficie orientable a fin de hacerlo coinci-
dir con su propia imagen en el espejo. En el caso
de la otra parte recortada del cross-cap, la cinta
de Moebius, una operación así es imposible. Por-
que no se puede superponer la banda a su ima-
gen reflejada sin producir un desgarramiento.
La banda conserva la alteridad de su imagen y
en consecuencia es especularizable. En el voca-
bulario topológico se dirá que el disco es homotó-
pico a su imagen ---o, en nuestros términos, que
el objeto a es no especular-, mientras que en
cambio la banda de Moebius no lo es.
La tesis lacaniana que afirma la no especula-
ridad del objeto a se encamina de este modo a de-
finir la naturaleza no imaginaria de la pulsión.
La pulsión no es imagen y ella no tiene imagen,
aun si es a través de la imagen y merced a esta
como despliega su actividad. En este sentido el

91
objeto a nos evoca de manera divertida y extraña
a la mujer del filme de Polanski, La danza de los
vampiros, que descubre de repente su metamor-
fosis en vampiro en el momento en que el espejo
ya no le devuelve su imagen. Como el vampiro de
la pantalla, el objeto a es una suerte de vampiro
pulsional sin imagen.

92
Referencias bibliográficas
de los textos de Jacques Lacan
sobre el cross-cap

Écrits, Seuil, 1966, págs. 366-7, 553-4 (nota).


Les quatre concepts fondamentaux de la psycha-
nalyse, Seuil, 1973, pág. 143.
«L'étourdit», en Scüicet, n° 4, Seuil, 1973, págs. 2644.
Seminario La identificación (inédito): reunión del 6
de junio de 1962, para nuestro tema «Corte de la esfera
provista de un cross-cap»; reuniones del 16 y del 23 de
mayo de 1962, para «Adentro/afuera», y del 30 de ma-
yo de 1962, y el 6, el 13, el 20 y el 27 de junio de ese mis-
mo año, para «No especularidad del objeto a».
Seminario La angustia (inédito): reuniones del 28
de noviembre de 1962 y del 9 de enero de 1963, para
«No especularidad del objeto a».
Seminario El objeto del psicoanálisis (inédito):
reuniones del 8 de diciembre de 1965 (cross-cap y
esquema R) y del 15 del mismo mes; y además, las del 5
de enero, 9 de febrero y 30 de marzo de 1966, todas
para «Corte de la esfera provista de un cross-cap». Y las
reuniones del 12 de enero y del 30 de marzo de 1966,
para «No especularidad del objeto a».
Seminario La lógica del fantasma (inédito): reu-
niones del 16 de noviembre de 1966 y del 15 de febrero
de 1967, para nuestros temas «Adentro/afuera» y
«Corte de la esfera provista de un cross-cap».
Seminario De otro al Otro (inédito): para nuestro
tema «Adentro/afuera», reuniones del 26 de marzo y
del 30 de abril de 1969.

93
Índice topológico

adentro/afuera, 12, 19,64-5,68-71


artificios topológicos, 9-10, 21-2
asfera,82
banda de Moebius, 13, 15-6,69,87-9
botella de Klein, 13, 17-8
caracola marina (disco), 83-7, 91
cross-cap abstracto, 66-7, 70
cross-cap concreto, 13,25-6,35,49-51,71-3
curvas de Jordan, 73
homomorfismo, 27
homotopía,91
inmersión/inyección, 21, 26-9, 33, 35-6, 51-2
línea de autointersección (o línea de la sutura), 52-9
línea del horizonte, 30
línea sin puntos, 89
objeto a no especular, 89-92
ocho interior (u ocho plegado), 72-3
corte, 16-7
trazado de la repetición, 13-4
pelota (pinzada), 47, 51-2, 82
plano proyectivo, 26-7, 29-39
punto de la cuarta dimensión, 87-8
punto extra-línea, 89
punto fálico, 86
recta proyectiva, 29-33
toro, 13-15

94
Otros títulos de esta biblioteca

Paul-Laurent Assoun, Lacan


Roland Chemama y Bernard Vandermersch (bajo la dirección de),
Diccionario del psicoanálisis
Jael Dor, Estructuras clínicas y psicoanálisis
Jean-Baptiste Fages, Para comprender a Lacan
Sándor Ferenczi, Sin simpatía no hay curación_ El diario clínico de
1932
Sigmund Freud, Cartas a Wilhelm FlieB (1887-1904). Nueva edi-
ción completa
Roberto Harari, ¿Cómo se llama James Joyce? A partir de «El Sin-
thoma», de Lacan
Roberto Harari, El Seminario «La angustia», de Lacan: una intro-
ducción
Roberto Harari, Las disipaciones de lo inconciente
Philippe Julien, Psicosis, perversión, neurosis. La lectura de Jacques
Lacan
Sylvie Le Poulichet, Toxicomanías y psicoanálisis. Las narcosis del
deseo
Octave Mannoni, La otra escena. Claves de lo imaginario
Juan David Nasio, Los ojos de Laura. El concepto de objeto a en la
teoría de J. Lacan
Juan David Nasio, comp., El silencio en psicoanálisis
Gérard Pommier, El amor al revés. Ensayo sobre la transferencia
en psicoanálisis
Gérard Pommier, El orden sexual
Gérard Pommier, Louis de la Nada. La melancolía de Althusser
Denis Vasse, El ombligo y la voz. Psicoanálisis de dos niños
J - o Naslc
TOPOLOGERíA
«Tratandose de lo real psíqUIco, la cuestlon sigue siendo' (,que diferenCia hay
entre pretender decir eso real con conceptos. escnbirlo con numeras lj mo~
trarlo con artificIos Imaglnario~ >
»La introducción de la topologla pOI lacan en la decada de 1960, en
particular las elaboraciones recientes ~obre los nudo!>, constituye, en mi Opl
nlón, una tentativa de aprehender lo real con recursos Imaglnanoo; y. mas
que imaglnanos, fantasmatlcos, recul ':005 que llamare artifiCiOS topológicos
Esta manera de abordar la lopologla, que llene mas relaclon con el dibUJO que
con el calculo, con la pizarra que con el papel, con la mostraclon que con la
demostración, contraría la creencia segun la cu~1 hacel WpOIOgld e~. para los
analistas, hacer cienCia. Para trazal una linea de demarcaclon entre la topo
logía claslca y la nuestra habna que procedel como PI) el CJ~O de la IIngulsll
ca e Inventar un nombre, por ejemplo, lopologeno»
Esta obra qUiere ser una contribución a la leona lacanlana del objeto y se em·
peña en responder a eSla pregunta' (Como se presenta en una cura de
amilisls el gozar, es deCir, el objeto o';) Ha Sido redactada con el proposlto de
diSipar en el lector la tradicionJl averSlon por la miltemjllca y de mo<;,trarle el
mteres clíniCO que la topologla tiene pala el pSlcoanalisls Modelos geomctrl
cos, entonces, que concurren a explicar e Ilustlar aquel fenomeno la percep
clon Inconsciente de un dolor o de Ull placer.

y pSiquiatra argentino reSidente en Pano; desde


JUAN DAVID NASIO. PSicoanalista
hace muchos años, ha Sido docente de la Sorban a, UniverSidad de Parls VII, lj
director de Seminarios Psicoanalltlcos de París Fue Invitado por Jacques La-
can para intervenir en su seminario parrsmo (19191 Y por Rene Thom (Premio
Nobel de Matematica) a fin de dlttal un Ciclo de conferenCia'; !'obll' pSltOilllil
liSIS y matemallca Entre sus obr~~ podemos CIta I EnSrllll/l/o rlt' " W/l1 ep
ros cruciales del pSicoanáliSIS, El dalol de la hlSle/lo lj (//leo Icu.lol1l's .,ab,f'
lo leoría de J. Lacan. Este sello rdltonal ha publicado Lo, 0Jo~ de LaulO El
canceplo de objelo a en lo leona de J l.ncoll y, baJO ~u dllecclon, El 511enCl0
en psicoanálisIs

ISBN 950-518-117-5

,\ 11101'1'01'1 ji /"dil'JI"''''' LJ'81J


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