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El anfiteatro de la Universidad de San Carlos tuvo un costo de Q85 mil y será destinado
para los cursos del departamento de estudios básicos. La entrega del edificio fue hecha
por el ingeniero Manlio Ballerini, quien dirigió la obra.
El rector magnífico, ingeniero Jorge Arias, indicó que la unidad que se inaugura no
constituye simplemente una construcción más, sino el principio de una nueva fase en el
desarrollo de un amplio programa de construcciones, encaminado a tratar de integrar a
la familia universitaria en su nueva sede a la mayor brevedad.
Cuando la obra pudo ser continuada, se hizo en función del desarrollo integral de la
ciudad universitaria, el cual elimina la multiplicidad de auditorios y por lo tanto el proyecto
original fue sustituido. La obra terminada complementa el complejo de edificios que
servirán para el desarrollo de las unidades correspondientes al departamento de estudios
básicos y la facultad de humanidades.
Otra de sus obras fue la construcción del auditórium de la Facultad de Ingeniería que se
encuentra ubicado en el edificio T-6, el cual lleva su nombre. En él se puede apreciar la
construcción de columnas tipo acarteladas y fundiciones de losa en los 12 pasillos. La
última remodelación realizada al dicho auditórium se llevó a cabo durante la
administración del Ingeniero Murphy Olympo Paíz Recinos, en abril de 2007.
El auditórium francisco vela fue construido entre 1954 y 1958, juntamente con el resto
del complejo, la curiosa cubierta del edificio fue diseñada por ingeniero Maurice Castillo
Contoux, en sociedad con el arquitecto Félix candela, el edificio tiene funciones públicas,
así como presta servicios para otras facultades de la USAC, cuenta con un solo nivel, es
auténtico tiene plaza, jardines, pasillos antiguos. Los materiales utilizados en la
construcción son: los muros hechos de concreto y ladrillo, cubierta de concreto y losa,
puertas hechas de madera y son de dos hojas, las ventanas son de vidrio, hierro y
aluminio, los pisos de concreto y madera, tiene valor histórico y arquitectónico. La
distribución interior es en desnivel con pasillos laterales en los que hay elementos
decorativos de colores similares a los de las ventanearías y escenario. Datos obtenidos
de la ficha de levantamiento preliminar de bienes inmuebles campus central, universidad
de San Carlos de Guatemala.
Plaza de los Mártires
Entre estos está el asesinato de Robín García en 1977; nos estremeció a todos”, relata
uno de los estudiantes sobrevivientes de aquella época de terror. Al lado de nosotros, un
mural pintado para llenar esa ausencia. “Aunque se quiere dejar atrás el dolor, no se
puede olvidar”, susurra.
El asesinato del abogado laboralista Mario López Larrave, el 8 de junio de 1977, marcó
el inicio de una ola sistemática de crímenes y atentados en contra de la comunidad
universitaria. Ese mismo año, al mes siguiente fueron secuestrados dos jóvenes
dirigentes estudiantiles: Robín García Dávila y Aníbal Leonel Caballeros. A los pocos
días aparecieron sus cadáveres con señales de tortura y con muestras de haber sido
estrangulados.
“De esa suerte, era lógico dar el nombre de la Plaza, no por una, sino por las muchas
personas que caían ante el golpe represivo”, relata Raúl Molina, integrante del Consejo
Superior Universitario de 1976 a 1980. “No sé si hubo una «decisión oficial» de llamarla
así, pero el nombre fue tomando vuelo”, recuerda.
La legitimidad social adquirida por el movimiento estudiantil en aquel entonces,
encarnado en la dirigencia de la AEU, lo convirtió en un referente popular, pero también
en uno de los principales enemigos del régimen dictatorial de la época.
Fue el rector de la Universidad, Saúl Osorio Paz, quien esa ocasión develó el monumento
en el que recordó “la gran cuota de sangre y luto que ha pagado la Universidad Nacional
y Autónoma en su lucha por coadyuvar al establecimiento de los derechos democráticos
en Guatemala”. Este acto se desarrolló en una época de mucha agitación y constantes
represiones violentas que caracterizaban ese período. El compromiso del rector Osorio
Paz con el movimiento popular le valió el exilio pocos meses después de esta fecha
conmemorativa.
Alrededor del monumento se extiende un pequeño jardín con diminutas flores carmín.
Las flores irradian vida, pero del aire y de la tierra se desprende una memoria de la
muerte.
Este emblemático lugar encierra muchas historias de vida, de lucha y de muerte que han
quedado plasmadas en otros sitios de memoria de la Universidad. Desde el centro de la
Plaza se alcanza a ver en una de las paredes del edificio de Recursos Educativos, un
mural dedicado a Mario López Larrave ya entes mencionado; incansable defensor de las
reivindicaciones sindicales.
También se hace mención de la más reciente creación es una placa conmemorativa que
rinde homenaje a los mártires de la Juventud Patriótica del Trabajo (PGT). Instalada en
2004, esta placa se ubica a un costado del monumento principal de la Plaza, bajo la
frondosa sombra de una ceiba. Hacia el sur de la Plaza, destaca el mural de los claveles
rojos, en el edificio T-13, símbolo de las luchas revolucionarias de la época, obra que el
mismo Mauro Calanchina.
Donde Alzando claveles rojos caminan miles de estudiantes, con la mirada perdida y el
corazón agitado, también se enfatizó el contraste cromático, exaltando el color rojo de
los claveles y del lema: “¡No era tras la muerte a lo que fuimos! Era tras la vida”. La
fotografía en blanco y negro tomada por Mauro Calanchina (1952-2008), fue la base de
la obra. La cual ha quedado en la memoria colectiva del ambiente universitario; La
imagen retrata una numerosa manifestación de rechazo a la violencia sistemática
desatada en el país”; el detonante, el asesinato del dirigente estudiantil Robín García
Dávila.
Robín García fue un líder estudiantil con una alta sensibilidad humana. Estudió para ser
perito contador en la Escuela Central de Ciencias Comerciales. Se graduó en 1976 y en
1977 ingresó en la Facultad de Agronomía. En la Escuela Central formó parte de la
asociación de estudiantes y del equipo de redacción y edición del periódico Pueblo y
Estudiante, en donde inició su trayectoria de lucha por las transformaciones sociales y
políticas necesarias para una vida más justa.
El sepelio de Robín García se convirtió así en una marcha pacífica, recordada ahora
como la Marcha de los Claveles Rojos. Justo ese momento, cuando los jóvenes
impávidos alzan los claveles al mismo tiempo, es cuando el lente y los cinco sentidos
despiertos de Mauro Calanchina hacen clic y capturan los detalles.
A lo largo de los años se han formado mitos alrededor de este mural. Una leyenda urbana
que circula de boca en boca revela que originalmente los claveles del mural fueron
pintados con la sangre de los estudiantes.
Se dice también que, en virtud de ese mito, la AEU en las ocasiones que ha restaurado
el mural nunca ha querido retocar con pintura el color rojo de los claveles.